VII. LA INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA COMO

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VII. LA I N T E R P R E T A C I Ó N SOCIOLÓGICA
COMO I N T E R P R E T A C I Ó N SISTEMÁTICA
La idea básica de la interpretación sociológica descansa frecuentemente en la confluencia de dos juicios relativamente contradictorios: por un lado se admite que un caso determinado debe
ser conectado a una norma concreta en vigor, que es, por lo tanto,
la llamada a ser aplicada. Pero por otro, se rechaza esta misma
aplicación a la vista del resultado. Se acepta la subsunción pero
al mismo tiempo se la descalifica.
Existe contradicción en la medida en que, una misma acción
—la aplicación de una norma—, puede ser y no ser al mismo
tiempo respecto de un mismo y único objeto. La aplicación de
una norma parece cumplirse paradójicamente mediante su inaplicación.
En una primera aproximación podría explicarse tal contradicción en que uno y otro juicio fueran de distinta naturaleza y
contaran con medidas o parámetros distintos. La estimación de
qué' una norma es aplicable a un caso determinado podría representar un juicio cognitivo que aproxima la norma jurídica y el
caso en virtud de una pura aprehensión intelectiva de lo que la
norma dice y lo que el caso realmente es. El juicio que de una
manera paralela provoca una actitud de rechazo de esa conclusión intelectiva representaría una estimación valorativa que
descalifica los resultados de esa misma conclusión.
De la misma manera, en el primero de esos juicios el parámetro sería la propia norma, y sólo ella; en el segundo, operaría
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también como pauta el tiempo, que mide de una manera simultánea, la norma y el caso. De esta manera, a la «distancia» conceptual reconocible en toda acción interpretativa entre norma y
supuesto, se añadiría otra relación con un significado temporal
que computa la distancia en el tiempo entre la promulgación de
la norma y su aplicación.
Ahora bien, ¿cómo puede el tiempo funcionar como medida
del conjunto representado por el supuesto de hecho y la norma
aplicable? Difícilmente podría reconocerse en las leyes una especie de causa de caducidad por razones cronológicas distintas de
las representadas por los mecanismos derogatorios, ni confiarse
al intérprete un margen de discrecionalidad para inaplicar la
norma por un previo reconocimiento de su obsolescencia.
La práctica no revela, al menos de una manera general la
consecuencia de que la distancia temporal se erija invariablemente en canon valorativo o aplicativo del Derecho. Diariamente los
juristas se encuentran aplicando normas acuñadas en tiempos
muy lejanos al momento de su aplicación, sin que ello suscite la
menor reserva sobre su adecuación temporal. Si reparamos en las
definiciones del Código Civil del tesoro oculto, del usufructo, o,
incluso, del concepto de obligación, podremos remontar su antigüedad hasta los textos romanos, de quien los vigentes son meras
traducciones, sin que el paso de los años represente desdoro sensible de tales normas en su significación originaria.
Esta consideración nos puede poner en la pista de que la
antigüedad que contempla el art. 3-1 del C.Civil no es una vejez
cronológica, medible por el simple cómputo del tiempo, sino una
vejez patológica derivada de alguna otra causa o razón. ¿Qué
causa pues la vejez de las normas?
La distancia temporal la analiza Ortega y Gasset —escribe
J. Marías (1)— al preguntarse metafóricamente: ¿qué color
vemos cuando vemos un color desteñido? El azul que tenemos
(1) «Ortega, Circunstancia y Vocación». Rev. Occidente-1973. Vol. II, p. 229.
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
delante lo vemos como habiendo sido otro azul más intenso. Si
la percepción fuera puramente sensorial, nada de esto acontecería bomo pasa con el espejo que refleja lo presente. La decadencia o desvaído de un color es una cualidad nueva y virtual que le
sobreviene, dotándole de una como profundidad temporal. La
percepción de un color desvaído —que no se encuentra en la
escala cromática— es en realidad una percepción interpretativa,
una idea que es el resultado de un mirar «activo». Si no hubiera
más que un mirar pasivo -—añade Ortega—, quedaría el mundo
reducido a un «caos de puntos luminosos». El único ver humano
real, el ver activo, es interpretación.
Ahora bien, este ver activo, no ha de suponer una mirada fija
sobre la cosa y limitada estrictamente a ésta, sino una visión del
conjunto. Por eso decía Ortega que el sentido de una cosa representa «la forma suprema de coexistencia con las demás».
Puede muy bien trasladarse esta idea al derecho: la vejez de
una; norma como presupuesto de su capitidisminución no resulta
de la contemplación aislada de esa norma ni de la consideración
de la fecha de su entrada en vigor, sino de su comparación con
otras normas del ordenamiento. Esta comparación es la que nos
hace ver el color desvaído de sus mandatos, en cuanto nos descubre hallarse anclada aquélla en principios o soluciones que
pugnan con otros ya consagrados en sectores más recientemente
renovados del ordenamiento jurídico.
Ahora bien, si la clave de la interpretación sociológica descansa en la «vejez» de la norma aplicada y ésta a su vez en un juicio comparativo entre ésta y el propio sistema, no habría de sorprendernos la idea de que la interpretación sociológica, no
aportase nada nuevo a la teoría de la interpretación, en cuanto
encubriría una pura exégesis sistemática, y a partir de ella, la
acción aparentemente correctora en nombre de la realidad social,
no pasaría de ser una pura labor depuradora del ordenamiento jurídico! consistente en la determinación de vigencias y derogaciones.
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
La atención al sistema, no ha sido por lo demás descuidada por
algunas corrientes doctrinales especialmente destacadoras de lo
fáctico en el mundo del derecho. En cierta medida, la doctrina de
la «integración» de Smend y su «método histórico espiritualista»
no dejan de reflejar una disposición de naturaleza sistemática. «La
primera de las reglas generales de interpretación constitucional es
de índole sistemática», decía Smend (2); añadiendo: «los hechos
particulares del derecho político no pueden ser considerados en sí
mismos de forma aislada, sino como elementos pertenecientes a un
contexto significativo que cobra vida a través de ellos como elementos pertenecientes al todo funcional de la integración».
Sin embargo, esta identificación de los métodos sociológicos
con una simple forma de interpretación sistemática, no respondería exactamente a la realidad de los medios. El método sistemático debe pasar por la prueba de determinar el alcance derogatorio
o modificativo sufrido por una norma, por efecto de otras normas
concretas de posterior implantación en el ordenamiento.
El método sociológico se excusa de esta concreta confrontación normativa, y se deja guiar por la sensibilidad de una vaga percepción de vejez a la que contribuyen con distinta intensidad elementos sistemáticos como puramente valorativos. Incluso, a veces,
el juicio de decadencia de las normas no proviene tanto de la eficacia de otras normas o principios ya implantados, cuanto del curso
de una evolución del ordenamiento esperada o pretendida. Precisamente la liberación de ataduras que produce el hecho de soslayar la
comparación de textos, es lo que propicia una libre actuación del
intérprete. La visión de conjunto sería común a las actitudes sistemáticas y sociológicas, pero el modo de operar el conjunto sería
distinto: en una visión sistemática al modo clásico, lo que importaría son los textos concretos y la medida de la interpretación estaría
representada por un juicio de vigencias. El término que reflejaría
con propiedad este modo de hacer sería el de lo «contextual» que
emplea precisamente el art. 3-1 del C.Civil.
(2) Constitución y Derecho Constitucional; C.E.C. 1985, p. 198.
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
En una visión sociológica «el conjunto» no descendería al
detalle de los textos, y la medida de la interpretación la ofrecería
una especie de idea «impresionista» del propio conjunto que se
aproximaría en mayor o menor medida a la pura vigencia social.
La unidad del Derecho no vendría propiciada por un elemento
lógico formal revelado en los textos, sino por el elemento vivo
de la vigencia o aplicación efectiva o incluso por la percepción
de unos datos que permiten, describir una tendencia evolutiva del
ordenamiento a la que la interpretación sociológica se incorpora
a veces de un modo apresurado.
De una manera general, el elemento sociológico puede funcionar con muy diversos grados de atención a los textos.
1.
LA INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA COMO EXPRESIÓN
DE UNA PURA INTERPRETACÍÓN SISTEMÁTICA
La jurisprudencia de estos últimos años ha hablado de una
«interpretación evolutiva» para designar el nuevo entendimiento
de un precepto que sin alteración o con una alteración mínima de
su texto, proviene de un cambio experimentado en otra norma
conexa por vía de remisión.
La experiencia muestra que en estos casos la norma aun con
un enunciado ajustado a otro tiempo, sobrevive sin necesidad de
recurrir a mecanismos o fórmulas de adaptación.
Cuando el art. 1.170 del C. Civil nos habla a propósito del
pago de las deudas dinerarias, «de la moneda de plata u oro que
tenga curso legal en España», podríamos decir que el tiempo ha
hecho ineficaz dicha previsión, y recurrir a la realidad social del
tiempo presente para justificar su inoperancia relativa, fundándola
en que de hecho carece de curso el dinero amonedado en metales
preciosos. Sin embargo, también intuimos que no nos sería difícil
procurar una fundamentación que se nos antoja más específicamente jurídica, localizando aquellos preceptos que históricamente
decretaron el curso forzoso del papel moneda, e incluso la retirada y recogida de la circulación de la moneda acuñada en oro y
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
plata. La referencia a la realidad social —si una sentencia, por
ejemplo, rechazara una pretensión de pago en la moneda a que se
refiere el C.Civil—, seria a lo sumo una simplificación de las
cosas, reputando inútil el esfuerzo de reproducción de citas legales
en una solución que es evidente para cualquiera.
El tiempo, en estos casos, no se instrumenta como medida
de la norma, sino que es tan sólo la expresión acaso más gráfica
e ilustrativa de la decadencia normativa de los preceptos, ocultando un puro fenómeno de derogación. En el ejemplo propuesto del art. 1.170 C.Civil el precepto sigue conservando su vigencia en su referencia al curso legal del dinero por cuanto persiste
el monopolio del Estado en la definición de los instrumentos de
pago, aunque haya perdido su vigencia el curso legal de los
metales preciosos. La concreción de las vigencias es, pues, una
operación de índole sistemática que toma en cuenta la propia
evolución del ordenamiento. Calificar la aplicación o interpretación de la norma como «evolutiva», puede resultar innecesario y
en cierta medida peligroso al suponer que una mera simplificación del argumento jurídico, representa en realidad otro medio
interpretativo basado en la mera percepción de lo fáctico. Lo que
hace el intérprete es, simplemente ajustarse a la legalidad vigente. Sin embargo, el fácil empleo de esa simplificación al amparo
del art. 3-1 del C.Civil, nos hace pensar en aquél como la verdadera pauta rectora del destino de las normas, y lógicamente lleva
a una autoalimentación de la realidad social como mecanismo
interpretativo. Veamos algún ejemplo de ello.
En una sentencia de 4-12-1985 (Az, 981) se decía:
«SÉPTIMO.— No es correcto ni admisible pretender
invalidar lo dispuesto en este precepto Reglamentario, reduciéndolo a su tenor literal, ya que en él sólo se hace referencia a «las poblaciones en que existan Secciones del Instituto
de Estudios de Administración Local» a efecto de que sea el
mismo quien haga tales designaciones, pues que, en casos
como éste, la norma, en su referencia a un factor organizativo (en las poblaciones en que existan Secciones del I.E.A.L.)
su interpretación tiene que ser forzosamente evolutiva, y
adaptable a la organización de cada momento histórico, a la
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
realidad del tiempo en que la norma ha de ser aplicada,
como se recomienda en el art. 3-1 del Título Preliminar
del Código Civil. Por lo tanto, al dirigirse la Alcaldía de Pontevedra a la Delegación del Instituto en Galicia, no ha hecho
otra cosa que adaptar los preceptos ya citados a la Organización administrativa de ese momento, ya que la finalidad perseguida nada tiene que ver con que, el Instituto tenga una u
otra organización, sino que sea el mismo, a través de los
órganos que en cada momento tengan competencia territorial, el que designe los vocales procedentes del. Profesorado
Oficial. Competencia que forzosamente tiene que estar influida ahora por la nueva organización del Estado de las Autonomías, a partir de la vigencia de la nueva Constitución
Española de 27 de Diciembre de 1978».
En el caso enjuiciado por esta sentencia, la relación tiemponorma alcanza una significación mínima, no habiendo medida
correctora alguna. Se limita a sustituir unas referencias organizativas por las que positivamente resultan introducidas por el
nuevo diseño territorial de competencias.
Con acierto, la sentencia subraya que la finalidad perseguida
por el precepto, nada tiene que ver con la ordenación organizativa
que puede haber experimentado desplazamientos en la estructura
del Estado. Realmente, este es un caso muy común, a causa de que
las modificaciones de tipo orgánico discurien por regla general a
un ritmo más rápido que las llamadas normas materiales. Obviamente las designaciones de órganos contenidas en los preceptos,
deben entenderse sustituidas por las correspondientes a los de
nueva planta. Pero esta, exigencia no deriva del tiempo como tampoco del puro hecho de que la realidad viva nos ofrezca un tipo de
órganos distintos de los que la norma describe, sino de una modificación normativa que de un modo indirecto opera un efecto
derogatorio en todas aquellas individualizaciones que describan en
sus enunciados la organización antigua.
En otras ocasiones, el texto que se dice interpretado no ofrece la más mínima sensación de vejez porque representa una pura
remisión a otras normas. Es el caso de la Ley del Suelo de 1976,
que: se remitía en cuanto a la impugnación de los planes, a las nor95
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
mas generales. La jurisprudencia ha tenido que efectuar algunas
adaptaciones derivadas de situaciones nuevas vgr. cuando en una
misma Comunidad Autónoma existan dos audiencias territoriales
(S. 16-3-1987; Az. 3651) o para reconocer la legitimación de un
ayuntamiento para participar en los procesos en los que se discute la legalidad de un plan (S. 20-3-1990; Az. 2244), o el alcance
de las competencias autonómicas en la aprobación de planes
municipales (SS. 12-2-1991; Az. 948, y 20-11-1991; Az. 9156).
En todos estos casos, resulta quizá exagerado hablar de
«interpretación evolutiva» como fundada en la apreciación de la
propia realidad social. Se trata más bien de una pura interpretación sistemática que hace que los preceptos cobren un nuevo
alcance por efecto de modificaciones expresas introducidas en el
propio ordenamiento jurídico.
2.
LA INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA COMO ADAPTACIÓN A UN «PROCESO NORMATIVO»
La sistematicidad de la interpretación pierde en parte su significado cuando una norma no se enjuicia en su concordancia con
otros textos o principios normativos, como era el caso anteriormente examinado, sino con una proceso que permite identificar
una tendencia. El «espíritu» del proceso permite concluir en un
efecto de modificación sustancial o incluso derogación de normas.
En una sentencia de 18 de Junio de 1986 (Az. 3808), se dirimía un recurso contencioso-administrativo interpuesto contra un
acuerdo municipal que dispuso el carácter público de las sesiones de la Comisión Municipal Permanente, en contra del art. 213
del Reglamento de Organización y Régimen Jurídico de las Corporaciones Locales, que prescribía claramente la regla contraria.
En uno de sus considerandos se razonaba:
«TERCERO: Que el Tribunal Supremo en la citada Sentencia, expuso claramente que el tema mencionado no podía
ser enfocado desde las perspectivas de un puro formalismo
jurídico,
porque
debiendo
interpretarse
las
normas,
según ordena el artículo 3.1 del Código Civil, en relación
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
con los antecedentes históricos y legislativos y la realidad
social del tiempo en que han de ser aplicadas, se imponía
enjuiciarlo en contemplación del proceso de reforma, que,
iniciado en la Ley de Reforma Política de 4 de Enero de 1977
(RCL 1977\29 y NDL 25837 bis), culminó en la Constitución
Española de 1978 (RCL 1978\2836), proceso que pone de
manifiesto nuestra, actual realidad social y las sustanciales
transformaciones
y democratización operadas en nuestras
estructuras político administrativas que necesariamente se
han de tomar en consideración».
Al combinar la sentencia el mandato del art. 3-1 del C.Civil,
con todo el proceso de reforma política hasta la Constitución, no
deja exclusivamente confiado al tiempo la decisión del caso,
pero también es visible que la colaboración del precepto interpretativo, parece excusar la necesidad de una individualización
más precisa de los preceptos concretos de la Constitución o de
otros textos legales que hubieran podido facilitar desde una perspectiva jurídica la justificación del efecto derogatorio reconocido que queda un tanto difuminado en la referencia a un esquema tan impreciso como el proceso de reforma política.
La impresión que puede dar este tipo de pronunciamientos
es que la mutación normativa viene provocada por un hecho de
la realidad como es el proceso de reforma política, cuando realmente la causa de la modificación estará cifrada en la existencia
de alguna norma o principio normativo que sociológicamente
podríamos encuadrar en el proceso histórico a que se alude, pero
que jurídicamente podría merecer una individualización o concreción más precisas.
Otro ejemplo de utilización de la realidad social como pauta
interpretativa inferida de un proceso normativo, nos lo ofrece la
sentencia del Tribunal Supremo de 24 de Octubre de 1984 (Az.
6195), se abordaba el estudio de una pretensión basada en el art.
10 de la Ley de Ordenación y Defensa de la Industria de 1939
que ¡prescribía el origen nacional de los artículos que se emplearan |en todas las obras, instalaciones, servicios y adquisiciones
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
que se realizaran con fondos procedentes del Estado. La sentencia se encamina directamente por la vía del art. 3-1 del C.Civil:
«...no se puede olvidar que según el artículo 3.1 del Código Civil «las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del
tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas»; basta examinar el preámbulo de la. Ley indicada para ver que la
misma respondía a una situación nacional extraordinaria, cual era la post-guerra, la cual se fue superando...».
Pero también se hacen eco los razonamientos de la sentencia
de una larga serie de normas posteriores de signo liberalizador, de
diversos tratados internacionales suscritos por España y del art. 38
de la Constitución, por lo que concluye que «aquel criterio legal
está superado y derogado». Sin embargo, la norma considerada es
reconocida como vigente según criterio mantenido en resoluciones
judiciales precedentes, aunque de acuerdo con los mismos se deja
reducida su vigencia práctica a un aspecto muy secundario.
«...en aplicación del criterio interpretativo de realismo social establecido en el art. 3.1 del Código Civil, dicha
Ley ha sido modificada en muchas de sus partes por la legislación posterior que ha efectuado en el orden industrial una
progresiva liberalización hasta el punto de que la protección
a la industria nacional que ordena el mencionado artículo 10
no puede ascender más allá de una simple preferencia que
opera a favor de los productos de fabricación nacional en el
único supuesto de que entre éstos y los extranjeros concurran
condiciones de igualdad...».
También aquí, como en el caso anterior, parece evocarse la
idea de proceso de cambio como expresivo de un dato sociológico de decadencia del precepto y esto lleva a que la sentencia se
mueva en una dificultosísima vía intermedia entre la vigencia y
la derogación. La norma se declara vigente aunque «superada»,
y «derogado el criterio legal que lo inspira», quedando aquélla
confinada a una situación de «duermevela» bajo la penumbra de
un efecto semiderogatorio en el que la exigencia legal del origen
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
español de los productos resulta sustituida por un modesto mandato de simple preferencia hacia los mismos.
Aquí se acentúa, el sentido conservador del art. 3-1 del
C. Civil, que evita un rotundo pronunciamiento de derogación,
manteniendo una vigencia limitada y minúscula.
Lo más significativo, sin duda, de esta forma interpretativa,
radique acaso en la labor adaptadora llevada a cabo sobre el precepto aplicado que de alguna manera recuerda las sentencias
constitucionales «manipulativas» o «de interpretación conforme», que impulsan a una búsqueda de sentido distinta a la literal, tolerable según las pautas —en este caso— de una interpretación sistemática, que es fácilmente identificable como método
efectivamente aplicado, aunque sin un trabajo de confrontación
precisa entre textos, sino tomando como referencia un proceso o
tendencia vagamente aludidos.
3.
LA INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA COMO CREADORA
DE PARÁMETROS PROPIOS DEL SISTEMA
La a veces instintiva identificación de una tendencia visible
en el ordenamiento con la realidad social como criterio interpretativo, puede conducir a la aplicación de criterios en contradicción con las propias bases sistemáticas de aquél. Esto se explicaría por el mayor influjo de los componentes valorativos sobre
el análisis propiamente sistemático.
Examinemos el caso de la interrupción de la prescripción.
La doctrina es unánime en la interpretación del art. 1973 del
C. Civil en el sentido de estatuir un efecto interruptivo de aquélla
como consecuencia de «su ejercicio ante los Tribunales». Soto
Nieto (3) indica que para estimar que se ha interrumpido el plazo
de prescripción de una acción determinada «es indispensable que
(3) «Derecho Vivo»; Jurisprudencia comentada, R.D. Judicial. Madrid
1970; p. 8.
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JÓSE MARÍA PABÓN DE ACUÑA
se haya ejercitado dicha acción, no otra que con ella tenga mayor
o menor analogía... indicando el posesivo usado por la ley, que la
acción antes ejercitada y que después se use, ha de ser siempre
la misma...». Díez Picazo (4) señala en el mismo sentido: «ante
todo es menester tomar en consideración que lo que la ley considera como acto de interrupción de la prescripción, es el ejercicio de la misma acción que está prescribiendo. Debe pues existir identidad entre la acción ejercitada y la acción en
prescripción».
Ya de antiguo, se habían suscitado dudas acerca de si a la
demanda de pobreza habría de reconocérsele virtualidad interruptiva de los plazos de prescripción. Las dudas venían de la
eficacia interruptiva reconocida al acto de conciliación en el art.
479 de la L.E.Civil, conceptuado —al igual que el procedimiento de pobreza— como incidente del asunto principal.
Evidentemente, se da un elemento de analogía entre una y
otra figura, en cuanto instrumentales de un proceso principal.
Por ello, el Tribunal Supremo se orientó en el sentido de considerar interrumpida la prescripción por la demanda de pobreza,
creándose en este sentido una jurisprudencia bien consolidada,
que postulaba lógicamente la concurrencia en las demandas de
pobreza de los requisitos propios del acto de conciliación. Por
ello, se exigía, para reconocer efectos interruptivos de la prescripción, la determinación del pleito que se iba a promover y la
persona o personas contra las que iba a dirigirse. Estas menciones resultaban inexcusables en el acto de conciliación y no parecía que en el juicio analógico pudiera prescindirse de lo que es
exigible en la norma matriz de la que arranca la analogía. También se exigía un segundo requisito consistente en que a la
demanda de pobreza siguiera el ejercicio de la acción. La jurisprudencia hay que entenderla —escribe Díez Picazo— en el sentido de que no importa que el juicio se inicie por la demanda de
pobreza, pero que ésta por sí sola carece de efectos interruptivos;
(4) La Prescripción en el Código Civil, Bosch 1964, p. 109.
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
la demanda de pobreza ha significado, es cierto, una intención de
ejercitar el derecho, pero si el derecho no es efectivamente ejercitado no parece que deba haber interrupción.
Ahora bien, una sentencia de 17 de Marzo de 1986 (Az.
1474), extiende este efecto interruptivo de la prescripción no a la
demanda de pobreza, sino a la solicitud de nombramiento de
Abogado y Procurador con objeto de entablar la demanda de
pobreza que contemplaba el párr. 2o del antiguo art. 27 de la
L.E.Civil; es decir, a una petición cautelar y previa a la propia
demanda de pobreza. La sentencia razona:
«No obsta a tal interpretación, alguna aislada declaración de la Jurisprudencia cual la representada por la sentencia de 9 de octubre de 1906 que entendió que la solicitud de
que se hace mérito aquí, no interrumpía el plazo de la prescripción, pues la realidad social del tiempo corriente
obliga, conforme ordena el artículo 3.1 del Código Civil,
a una reinterpretación del artículo 1973 del mismo Cuerpo
legal en el sentido indicado, al cual no es ajena la Cónstitución que encomienda a los Tribunales, artículo 24, una tutela efectiva de los derechos e intereses de los litigantes. La solicitud de nombramiento de Abogado y Procurador, en efecto,
representa el punto de partida de trámites enderezados a la
formalización de la demanda principal que escapan en buena
parte a la esfera de la voluntad y ala actividad del interesado
como así lo evidencian los antiguos artículos 41 y siguientes
de la Ley de Enjuiciamiento Civil».
El juzgador hace uso de una segunda aplicación analógica:
sobre la analogía ya reconocida por la jurisprudencia entre el
acto de conciliación y la demanda de pobreza, introduce un
segundo paso analógico entre la demanda de pobreza propiamente dicha y la petición cautelar de nombramiento de Abogado
y Procurador. No sería justó negar entre este segundo supuesto
de solicitud de postulación gratuita y la demanda de pobreza una
profunda conexión desde la perspectiva teleológica de los actos
procesales, en cuanto si una de ellas (la demanda de pobreza)
puede considerarse como un instrumento tendente al ejercicio de
la acción principal, la otra (solicitud de postulación) puede con101
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
ceptuarse como un instrumento preparatorio de la propia acción
tendente a la obtención del derecho de asistencia gratuita.
Ahora bien, la analogía en el segundo de estos pasos, necesariamente se debilita hasta el punto de que imperceptiblemente
se sitúa en un fundamento ya muy alejado de la institución considerada como matriz —la interrupción de la prescripción por el
ejercicio de la acción— así como a las exigencias de la propia
interpretación sistemática.
En efecto, podrá observarse que el fundamento de la segunda asimilación reside en dos datos básicos: el elemento de la
«tendencia» y el relativo a que la solicitud de postulación representa el punto de arranque de trámites enderezados a la formalización de la demanda principal «que escapan en buena parte a la
esfera de voluntad y a la actividad del interesado»; en otras palabras, a la inimputabilidad del retraso.
Se comprende que, con ello, lo que en el C.Civil es un resultado (la demanda principal o por analogía la demanda de pobreza), pasa a situarse en un acto de tendencia, definido por su finalidad más o menos próxima de alcanzar aquel resultado. Con ello
resultaría natural que cualquier acto tendencial, que unívocamente evocara aquella finalidad última, pudiera reconocerse
como eficaz en la consecución de un efecto interruptivo, fuera o
no conocido por el deudor y fuera o no seguido del ejercicio
efectivo de la acción.
Pero más llamativo aún es la justificación de esta solución,
basada en que el resultado pretendido —la formalización de la
demanda principal— escapa a la esfera de voluntad y a la actividad del interesado, y que en esta inimputabilidad del retraso, se
cifre, precisamente la eliminación de los efectos de la prescripción.
Y es que esta fundamentación nos sitúa precisamente bajo
un principio —contra non valentem agere non currit praescriptio— que inspiraba la legislación anterior al C.Civil, y que impedía la consumación de la prescripción frente a los menores o
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
incapacitados. El C.Civil modificó profundamente la regla
expresada en el referido aforismo al disponer en su art. 1932 la
eficacia de la prescripción en perjuicio de toda clase de personas,
incluidas las impedidas de administrar sus bienes: El Código
Civil quiso —frente a la legislación histórica— desvincular la
prescripción de cualquier componente subjetivo.
Con la «reinterpretación» del art. 1973 C.Civil que hace la
referida sentencia, nos situamos en una zona muy próxima a la
regla que el propio Código Civil quiso evitar: la impotencia para
accionar por circunstancias personales del accionante, aunque no
imputables a éste, es la que sirve para eliminar la prescripción.
La atención de un supuesto en el que el acreedor no puede
ejercitar la acción —principal o incidental— y sin embargo no
deja de causarse un acto interruptivo, podría llevar por la vía de
sucesivas consideraciones analógicas a retornar a viejos esquemas de nuestro derecho histórico, haciendo sensible el instituto
de prescripción al reflejo de las más variadas e imprevisibles circunstancias, ligadas no a la producción del acto interruptivo considerado en su sustancia objetiva, sino al dato subjetivo de su
excusabilidad.
La equivalencia establecida en el C.Civil entre interrupción
de la prescripción y ejercicio de la acción, se va sustituyendo en
cuanto al segundo de los términos de este binomio por una serie
de acciones sustitutivas en cuyo diseño planea la idea de la inimputábilidad en la omisión del acto propiamente interruptivo.
Cierto que en la sentencia se hace una expresa invocación al
derecho a la tutela judicial efectiva, que parece adoptar un lugar
secundario en la economía de la sentencia. Con independencia
de la cuestión relativa a si el art. 24 CE. puede tener un alcance
material sobre la suerte de los derechos subjetivos, no cabe dudar
que una respuesta positiva a esta cuestión, no llevaría a soluciones muy diferentes respecto de los carentes de medios para litigar y a los mencionados en el art. 1932 C.Civil. En tal caso, sería
la Constitución, la que permitiría retornar a la regla del «contra
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JÓSE MARÍA PABÓN DE ACUÑA
non valentem», más no una realidad social imprecisamente definida.
Estas consideraciones nos hacen pensar que las modificaciones producidas por el tiempo en las normas jurídicas, se
deben más —como pensaba Santi Romano— a innovaciones
expresas que operan luego desde el conjunto sobre las normas
concretas, que a conversiones de sentido experimentadas aisladamente a partir de normas concretas. Cuando sucede esto último, sin el apoyo del propio sistema, es fácil que nos encontremos ante un fruto del arbitrio, ante la «Umdeutung», cuya
perversión del sentido, nos lleva a veces a una contradicción con
el propio sistema jurídico.
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