El lenguaje y la mente simbólica Alicia García Bergua El modelo de Noam Chomski, posteriormente confirmado por Steven Pinker, de que el lenguaje humano es posible gracias al dispositivo cerebral que nos permite, mediante el aprendizaje de pequeños, desencadenar con la mente un algoritmo de la gramática que posibilita entender la estructura de los distintos idiomas maternos, fue criticado mucho tiempo por los biólogos de la evolución. El modelo parecía sugerir la idea de que el lenguaje o una versión arcaica de éste había aparecido de pronto entre los grupos humanos impulsando hace 40,000 años su florecimiento cultural, y que este dispositivo mental y cerebral no era producto de la selección natural. El lenguaje a la luz de este modelo parecía tener las características de un comportamiento instintivo parecido al que desencadenan, por ejemplo, los pájaros que nacen con un ?saber innato? de cómo hacer un nido. De allí que Steven Pinker titulara el libro en el que fundamenta experimentalmente el modelo de Noam Chomski, The Language Instinct (El instinto del lenguaje). El instinto del lenguaje se constata en parte, por ejemplo, en la forma en que los sordomudos pueden generar espontáneamente las bases de un lenguaje de señas para comunicarse. El descubrimiento de que la comunicación por señas entre los sordomudos es un lenguaje y la creación del lenguaje norteamericano de señas ameslan tienen entre sus antecedentes las observaciones del abate francés De l?Epée de la comunicación natural por señas de los sordos pobres que vagabundeaban por París en el siglo XVII. Aunque para él ésta no era un lenguaje con sintaxis y con gramática, se maravilló de verla surgir entre ellos espontáneamente y la consideró un lenguaje universal. Aunque esto era un error en principio, pues los lenguajes de señas suelen ser locales, el abate organizó en Francia, desde 1755, las primeras escuelas europeas para sordomudos y logró integrarlos al mundo y a la cultura. En principio, todos los comportamientos animales tienen un origen evolutivo, pero muchos de los que se consideran puramente instintivos porque se ha visto que dependen estrechamente de las conexiones neurológicas y de los genes, pueden haber estado basados también en cambios adaptativos a muy largo plazo que se debieron al aprendizaje y que por selección baldwiniana fueron asimilados genéticamente. El psicólogo norteamericano del siglo XIX, Mark Baldwin, al que se debe este concepto de selección baldwiniana, sugirió que el aprendizaje y la flexibilidad en los comportamientos pueden tener un papel importante en la ampliación y la dirección de la selección natural, pues dan la posibilidad a las nuevas generaciones de organismos de mudarse a otros nichos que sus ancestros no ocuparon y enfrentar una nueva serie de presiones de selección. Naturalmente que la transferencia y fijación de este aprendizaje no tiene una dirección o utilidad predeterminada, ni es algo que se logre en una generación, pero pueden ser cambios a muy largo plazo que modifican el comportamiento instintivo y lo asimilan a nivel genético. Entre los ejemplos que pueden citarse de este tipo de adaptaciones en los seres humanos está, por ejemplo, la tolerancia a la lactosa en los adultos humanos que surgió en grupos dedicados al pastoreo y que depende de la activación de un gen del cromosoma 1, llamado gen de la lactosa.Además, hay lingüistas que le objetan a la teoría de Noam Chomski que la adjudicación de las distintas categorías gramaticales de sujeto, verbo y complemento a las palabras en los distintos idiomas no guarda una sola característica invariable. Es decir, que únicamente a nivel lingüístico no se puede rastrear el algoritmo gramatical que éste propone por la gran cantidad de variaciones que surgen en los lenguajes y la rapidez con que se dan. Aunque también, al parecer, las posibles combinaciones de sujeto, verbo y complemento son limitadas y la gramática parece ser algo que surge desde el comienzo naturalmente en una lengua. Terrence Deacon, el investigador de la universidad de Boston que está básicamente de acuerdo con Pinker, considera, sin embargo, junto con Daniel C. Dennet (autor de Darwin?s Dangerous Idea y muchos libros más y profesor del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad Tufos en Massachussets) que el lenguaje debió surgir a partir de aprendizajes de nuestros ancestros que condujeron a cambios a largo plazo que se asimilaron en el nivel genético y neurológico y que dieron lugar posteriormente al dispositivo cerebral que produce el algoritmo de la gramática. Deacon piensa, en particular, que antes del desarrollo del lenguaje como tal, hubo en nuestros ancestros toda una serie de adaptaciones asimiladas baldwinianamente que condujeron en principio al aprendizaje simbólico, la característica fundamental de nuestra mente, la capacidad de hacerse representaciones del entorno. Para plantear esto señala que el aprendizaje encierra múltiples aspectos en todas las especies de mamíferos: los perceptuales, los asociativos y los referidos a la memoria y que muy probablemente fue a partir de ellos que en nuestros ancestros se fueron generando los elementos de nuestra mente simbólica. Estos elementos de aprendizaje coincidieron en los homínidos con cambios en su fisiología: por ejemplo, el aumento de la corteza prefrontal, que fue posibilitando un aprendizaje cada vez más flexible, pues es la parte del cerebro que se utiliza al prestar atención y hacer esfuerzo. La parte alta de esta corteza o lóbulo frontal es un área esencial para el lenguaje que está inmediatamente enfrente de la parte de la corteza motora que controla las piernas. Esta región se llama área motora complementaria y es básica para la organización de los movimientos en muchos mamíferos. También muestra mucha actividad en el aprendizaje de nuevos movimientos, y la región cortical entre ella y el cuerpo calloso suele activarse con la lectura. La investigación realizada en monos sobre esta área índica que es importante para iniciar y programar movimientos complejos. El daño en esta área del lado del hemisferio izquierdo, que es el encargado en la mayoría de los seres humanos del lenguaje, puede producir no sólo parálisis sino imposibilidad de hablar. El mayor aumento del tamaño de la corteza cerebral prefrontal en los homínidos coincide con la fabricación de herramientas por parte de Homo habilis y ésta no es una mera característica física. El aprendizaje para fabricar herramientas debió implicar una transmisión de información muy considerable, tanto motora como de tipo abstracto a través de generaciones. El hecho de que los primates son capaces de un aprendizaje simbólico mínimo y de que se puedan expresar con lenguaje de señas si se les enseña, hace pensar, según Deacon, que homínidos como Homo habilis, Homo erectus u Homo neandertalensis, que eran fabricantes de herramientas, utilizaron quizá el lenguaje de señas para comunicarse a falta de un aparato fonético adecuado. Esto quiere decir que aunque su comunicación pudiera ser más rudimentaria y menos simbólica que la nuestra, es posible que con ella se fueran construyendo baldwinianamente los caminos neuronales y genéticos que condujeron finalmente a la mente simbólica de Homo sapiens, entre cuyas mayores expresiones está el lenguaje fonético que debió florecer plenamente gracias al cambio evolutivo en su tracto bucofaríngeo. En él hubo un descenso de la laringe y de la epiglotis hacia el fondo de la garganta, un agrandamiento de la faringe y un aumento del movimiento de la lengua en relación con esas cavidades. La posición más baja de la laringe en los humanos aumenta la posibilidad de producir sonidos haciéndolos resonar en la cámara que forman la boca y la faringe o llevando el sonido de la boca a las cavidades nasales. A esto habría que agregar el hecho ya mencionado en la nota El control neuronal del lenguaje, de que para el lenguaje es indispensable controlar músculos torácicos, abdominales y pélvicos relacionados con la respiración sobre los que inclusive los primates carecen de control; además de los músculos que controlan el movimiento de la laringe a través de sus paredes cartilaginosas provocando una alteración en la tensión de las cuerdas vocales, y que todo esto depende de las partes motoras del cerebro, muchas de ellas, como vimos, ubicadas en la corteza prefrontal. No se sabe si todos estos cambios fonológicos de los que disfrutamos hoy para hablar surgieron de pronto en Homo sapiens o bien aparecieron gradualmente en los homínidos, pero hay quienes piensan que dado que entre los australopitecos y los humanos modernos se detecta un descenso gradual de la laringe, Homo habilis y Homo erectus, de haber tenido un control muscular de su aparato fonológico, podrían haber hablado o se comunicaban en lenguaje de señas, o ambas cosas. Se podría decir, utilizando una metáfora, que es muy posible que en la evolución de los homínidos, el aprendizaje baldwiniano que implicó la comunicación fue equivalente al hecho de que se fueran colocando sin ninguna premeditación las vías férreas por las que finalmente atravesaría el tren de la mente simbólica humana y su lenguaje. Referencias Terrence W. Deacon, The Simbolic Species: The Co-evolution of Language and the Brain,W. W. Norton & Company, Nueva York, Londres, 1997. Steven Pinker, The Languange Instinct: How the Mind Creates Language, William Morrow, Nueva York, 1994. Daniel C. Dennet, Darwin?s Dangerous Idea : Evolution and the Meanings of Life, Simon and Shuster, Nueva York, 1995. William H. Calvin y George A. Ojeman, Conversations with Neil?s Brain: The Neural Nature of Tought and Language, Addison Wesley, Nueva York, 1994. Oliver Sacks, Veo una voz: Viaje al mundo de los sordos, Anagrama, Col. Argumentos, Barcelona, 2003.