Resumen Nº 235 NOVIEMBRE 2015 / Semana 1

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Neonazis en Alemania: ¿Están fuera de control?
En lo que va de año, los grupos de extrema derecha alemanes han protagonizado
cerca de 500 incidentes xenófobos contra refugiados e inmigrantes, desde incendios y
cócteles molotov a agresiones a niños.
Fuente: La Vanguardia / Gina Tosas
Unas mil personas se manifiestan con una bandera que reza: "Alemania, mi patria"
durante las protestas en Heidenau, el viernes pasado Marko Foerster/EFE
LOS DATOS DE LA EXTREMA DERECHA
Alemania tiene 81 millones de habitantes, con un 8,2% de extranjeros (519.300
personas más que en 2013). La extrema derecha está aprovechando la ocasión para
sumar fuerzas en poblaciones pequeñas, donde los habitantes temen que los usuarios
de los albergues de acogida tengan un impacto negativo en su entorno. Según datos
de diciembre del 2014 de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, unos
21.000 alemanes simpatizan con la extrema derecha, de los que 9.600 son
considerados violentos por la policía. Las cifras tienen una ligera tendencia a la baja:
en el 2011 eran 22.150.
En términos políticos, la extrema derecha está debilitada, el NPD (partido que
representa esta ideología en Alemania), perdió el año pasado su representación en
Sajonia tras obtener el 4,9% en las elecciones estatales de 2014. Actualmente, la
formación solo tiene representación en el estado federal de Mecklemburgo-Pomerania
Occidental. No obstante, una mala gestión ahora y en el futuro por parte de Merkel
sobre la crisis migratoria podría despejar el camino para que el partido radical sumara
simpatizantes.
“Heil Hitler”, “Aquí está la resistencia nacional” o “Fuera extranjeros”, son algunos de
los eslóganes que gritaban los grupos de extrema derecha en las manifestaciones del
pasado fin de semana en contra del centro de acogida de refugiados en Heidenau,
cerca de la ciudad alemana de Dresde. Las protestas acabaron con altercados y 30
policías resultaron heridos, lo que ha provocado que este viernes se haya prohibido el
derecho de reunión en la localidad. Alemania, que espera acoger este año 800.000
solicitantes de asilo, vive una contrariedad. Mientras Angela Merkel intenta dar ejemplo
a los estados de la Unión Europea, a quienes pide solidaridad, en la gestión de la
crisis migratoria, la imagen del país se enturbia con el auge de ataques xenófobos
contra los extranjeros de los últimos días.
La República Federal vive lo que algunos expertos consideran la mayor ola de racismo
desde la reunificación. En la última semana, ardieron dos futuros centros de acogida
en Berlin y en una localidad del sudoeste del país, y un cóctel molotov estalló contra
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otro edificio destinado a este fin en Leipzig. En Parchim, en el noreste del territorio,
dos hombres borrachos y uno de ellos armado con un cuchillo irrumpieron en un
centro de acogida. Entre tanto, la oficina berlinesa del SPD, socio del gobierno de
Merkel, tuvo que ser desalojada por una amenaza de bomba y, también en la capital,
dos hombres insultaron y orinaron encima de dos niños procedentes de Europa del
Este.
De acuerdo con datos del Ministerio del Interior alemán, en el primer semestre del año
se registraron cerca de 200 ataques a centros de refugiados, el mismo número que en
todo el pasado año. Los cálculos de la fundación sobre derechos humanos Amadeu
Antonio elevan la cifra a 500 e incluyen todo tipo de acto violento o xenófobo
registrado en 2015. El periódico Zeit Online los ha localizado sobre el terrerno.
Un problema de todo el país
Si bien donde la extrema derecha se ha hecho más fuerte es en el este de Alemania,
una zona aquejada de elevadas tasas de desempleo y donde se han registrado 59
ataques contra refugiados este año, el rechazo a la llegada de extranjeros se extiende
por todo el país. El mapa del medio alemán muestra cómo en el este de la República
Federal es donde se han producido con mayor frecuencia agresiones físicas contra
solicitantes de asilo, pero en las zonas del sur y el oeste la policía notificó un número
particularmente elevado de casos de incendios provocados contra viviendas de
refugiados. Diez de estos ataques se produjeron en Baviera y Baden-Württemberg.
Ante la situación, el gobierno alemán escenifica el rechazo absoluto a las actitudes de
“la escoria de la derecha” o “la gentuza neonazi” y a los “actos repugnantes” y de
“vergüenza”. Los políticos se esfuerzan en dejar claro que estos son minoría y que la
mayoría de los ciudadanos promueven la conocida como "cultura de bienvenida".
Paralelamente al movimiento anti refugiados, las muestras de solidaridad hacia este
colectivo entre la sociedad alemana también han aflorado. En respuesta al mapa de
los centros de acogida en Alemania que publicó este mes un grupo de extrema
derecha bajo el título: “No al centro de refugiados en mi patio trasero”, la organización
ProAsyl difundió otro titulado "¿Dónde puedo ayudar?"
Las redes sociales van llenas de comentarios a favor y en contra de los inmigrantes. El
gobierno alemán ha solicitado a Facebook que ponga remedio a las expresiones de
odio contra las minorías étnicas que circulan por la plataforma. La policía, por su parte,
alerta que la libertad de expresión no se aplica con este tipo de comentarios. De
hecho, los autores pueden afrontar caras sanciones, como el berlinés que escribió
“estoy a favor de abrir de nuevo las cámaras de gas y meter a toda esta gentuza
dentro” y ahora debe pagar 4.800 euros para evitar 120 días en la cárcel.
A principios de mes la presentadora del telediario de la cadena NDR, Anja Reschke,
pronunció un discurso ante las cámaras que fue un auténtico manifiesto en contra de
la ideología de extrema derecha: “La incitación al odio contra los refugiados en internet
es cada vez más agresiva pero la aplicación de la ley por sí sola no es suficiente, los
autores deben entender que la sociedad no acepta este tipo de abuso. Todo el mundo
debe abrir la boca y mostrar su rechazo”.
¿Alemania dividida?
Como escribió esta semana el diario alemán Süddeutsche Zeitung, "Alemania es un
país dividido" a la hora de lidiar con los refugiados. "Detrás se esconde un conflicto
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fundamental sobre el carácter de la sociedad", según informa la agencia de noticias
alemana Dpa.
Los länder, desbordados hace tiempo por las numerosas solicitudes de asilo, llevan
meses reclamando una mayor acción y ayuda económica desde el gobierno central
para hacer frente a lo que Angela Merkel considera que es la mayor crisis migratoria
desde la Segunda Guerra Mundial.
Los expertos reclaman menos palabras y más hechos. "Las declaraciones llegan
demasiado tarde", declaró el experto en extremismo Hajo Funke en la cadena pública
alemana ARD, recoge Dpa.
Respecto a los disturbios en Heidenau dijo que "la vergüenza está en que la policía y
la política falló durante dos días", y recordó lo sucedido hace más de 20 años en
Rostock, cuando extremistas de derecha sitiaron un albergue de asilados vietnamitas,
que terminó por arder ante la mirada de unos 3.000 vecinos.
De acuerdo con el politólogo Werner Patzelt, entrevistado por la agencia alemana, la
xenofobia seguirá en aumento a la vista del enorme número de refugiados que se
espera que este año alcance la cifra récord de 800.000.
"Teniendo en cuenta lo sucedido en Heidenau debemos temer lo peor", declara el
experto, al mismo tiempo que critica a Merkel por no haberse ocupado del tema de
manera adecuada. "La mayoría de los sajones se identifican en gran medida con su
estado federado y quieren volver a recuperar el buen estado de la época anterior a la
extinta República Democrática Alemana (RDA) y de los nazis. Sin embargo, la
inmigración se cruza en su camino", añade.
Las divisiones que persisten en Alemania a 25 años
de la caída del Muro de Berlín
Fuente: BBC Mundo / Thomas Sparrow
El muro cayó hace 25 años, pero todavía hay muchas divisiones entre las dos
Alemanias.
Cuando uno camina por el centro de la ciudad alemana de Leipzig, en el este del país,
es difícil pensar que hace poco más de dos décadas era descrita como un paisaje en
ruinas, gris y altamente contaminado.
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Pocos días antes de la caída del Muro de Berlín, de la que esta semana se
conmemoran 25 años, un documental se preguntaba si Leipzig podía ser salvada, si
todavía había esperanzas para esa ciudad histórica en la que nació Richard Wagner,
murió Johann Sebastian Bach y estudió Johann Wolfgang von Goethe.
El diagnóstico se resumía en una frase: Leipzig estaba "en coma", afectada por el mal
manejo de las autoridades, la crisis en la agonizante República Democrática Alemana
(RDA) y la presencia de decenas de fábricas que escupían gases tóxicos de sus
chimeneas.
Es fácil ver el contraste con la actualidad: Leipzig ha atraído a empresas como
Porsche, Amazon y BMW, fue una de las sedes del Mundial de fútbol de 2006 y ha
sido descrita en medios internacionales como un lugar "cool" -de tendencia- que atrae
a jóvenes y artistas por sus arriendos baratos y su oferta cultural.
En pocas palabras, Leipzig ha tratado de presentarse como un símbolo de esa
Alemania oriental renovada, que ha cambiado su fachada lúgubre tras la caída del
Muro de Berlín y está integrada con el resto del país, hasta el punto que dos de las
principales figuras políticas alemanes tienen fuertes vínculos con esa zona.
La canciller, Angela Merkel, estudió en Leipzig y el presidente, Joachim Gauck, fue un
importante pastor prodemocrático en la RDA.
Pero esta integración es sólo una faceta de la historia, pues todavía hay claras
divisiones entre Alemania occidental y oriental, una especie de "muro invisible" que
ilustra las diferencias entre ambas partes y los problemas respectivos que las aquejan.
Como escribió el periódico Die Zeit, "en la euforia temprana tras la caída del Muro en
1989, Alemania se movió con rapidez para borrar las cicatrices de su división de la
Guerra Fría, pero el legado de Alemania Oriental permanece visible en las
estadísticas".
Las divisiones también son visibles, curiosamente, desde el espacio.
El año pasado el astronauta canadiense Chris Hadfield estaba en la Estación Espacial
Internacional cuando tomó una foto nocturna de Berlín que resultó tan hermosa como
sorprendente.
El occidente estaba iluminado de un blanco verdusco, el este era más amarillento y
había una línea en el medio que por lo menos daba la impresión de ser la marca del
muro que alguna vez simbolizó no sólo la división de la ciudad sino la de dos mundos.
Las diferencias en la foto se deben básicamente a que las dos Alemanias usaban
luces callejeras distintas, las de occidente mejores para el medio ambiente.
Pero en últimas la foto sirvió para ilustrar cómo, 25 años después de la caída del muro,
las brechas no han podido cerrarse del todo (aunque muchas sí se han reducido, en
buena medida por la transferencia de una gran cantidad de dinero del oeste al este
desde la reunificación en 1990).
Si bien Merkel nació en Alemania Occidental, es una figura central de la historia del
este del país.
Hasta hoy, por ejemplo, los ingresos siguen siendo menores en el este que en el
oeste, aunque el costo de vida también es menor en la antigua Alemania oriental.
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En el oriente el desempleo también es mayor: 9,7%, comparado con el 5,4% del país
como un todo. Pero en esta parte del país las mujeres tienen una mejor participación
en la fuerza laboral y los niños pequeños son inscritos con más frecuencia en
guarderías.
En el este la población también es mayor, en parte porque muchos jóvenes emigraron
al occidente en busca de mejores oportunidades.
Y están las diferencias que no siempre son palpables con las estadísticas frías,
aunque sí cuando uno vive en Alemania y entiende su día a día: ciertas tensiones
entre quienes vienen de una parte del país y de otra, esa idea -defendida por algunos,
pero ciertamente no por todos- según la cual ambas regiones simplemente tienen
mentalidades distintas.
El problema del pasado
Con su revolución pacífica, Leipzig jugó un rol clave en las protestas que conllevaron a
la caída del muro.
En Alemania no todo, por supuesto, son brechas y diferencias y quizás un ejemplo
reciente de lo que une al país es el fútbol.
Es cierto que el occidente domina en el fútbol profesional, pero los triunfos de la
selección dan la impresión de superar esas ideas de un muro invisible.
Durante mucho tiempo era difícil ver a los alemanes ondeando sus banderas con
tranquilidad o llevando los colores del país en sus prendas, pues ese gesto se
equiparaba con nacionalismo, casi como una afrenta a otros países.
Pero las banderas fueron protagonistas en 2006, cuando el país albergó el Mundial, y
otra vez este año, cuando ganó el de Brasil.
No es un asunto menor: en instancias de gran alegría como el Mundial o en momentos
de profunda reflexión, como el aniversario del muro, sale a relucir cómo los alemanes
tienen una relación particularmente problemática con su propia historia.
El Muro de Berlín es un motivo de orgullo para muchos alemanes, aunque también,
para otros, un recordatorio de un pasado difícil.
Por su pasado reciente, por el lastre incómodo que dejó la Segunda Guerra Mundial,
es rutinario encontrar alemanes -en el este y el oeste- que piensan dos veces antes de
hablar con orgullo de su propio país.
Por supuesto, desde políticos hasta ciudadanos del común están conmemorando
ahora los muros derribados (el físico, el de piedra, pero también algunos de los
invisibles) y hablando de cómo Alemania ha avanzado para convertirse en una
potencia europea.
Pero incluso en Berlín se ha discutido qué debe hacerse con los restos del muro que
aparecen desperdigados en la capital y cómo debe recordarse esta historia de división
y de unión.
Ahí, en últimas, está la clave para entender a Alemania, en esas dos fuerzas
simultáneas y protagónicas: es un país que va a cumplir 25 años años unido pero que
no ha podido desprenderse del todo de haber estado unas cuatro décadas separado.
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El ‘techno’ y la caída del Muro
El libro 'Der Klang, der familie' es una excelente historia oral de un movimiento cultural
que cambió la noche europea para siempre
Fuente: El País / DANIEL VERDÚ
Unas 500.000 personas celebran la Love Parade en Berlín en 1996. / AP PHOTO/ JAN
BAUER
Bailar siempre fue un acto de transgresión y desobediencia. Hacerlo sobre las ruinas
todavía calientes de la Guerra Fría era la quintaesencia de la revuelta. La noche que
cayó el Muro cristalizó en el nuevo Berlín algo que llevaba tiempo fraguándose a un
lado y otro del hormigón. Bebía del punk, del Krautrock, de los breakers de Alexander
Platz, de la cultura gay del Oeste, el disco y las absurdas normas musicales de la
Stasi. De pronto, comenzó a establecerse un extraño vínculo con un sonido
procedente de Detroit que no era capaz de encontrar en su lugar de origen un espacio
suficientemente radical para desarrollarse. La capital alemana sí cumplía ese requisito.
Aquel 9 de noviembre de 1989 se formó un remolino en el desagüe de la subcultura
berlinesa que terminó en un oscuro, vibrante, maquinal y salvaje lodazal llamado
techno. La pista de baile fue el lugar más democrático que gran parte de aquella
juventud encontró para unificar su felicidad.
Después de aquello, la noche y la cultura de clubs en Europa se transformaron por
completo. Pero durante años, el techno y la música electrónica siguieron sin recibir la
consideración histórica y cultural por parte de la crítica institucional. Faltaba tradición,
documentación, evolución y una mirada retrospectiva. Y sobraron siempre para
entender la escena lugares comunes y la criminalización de una música asociada
irremediablemente al consumo de drogas. En Berlín, Ibiza, Detroit o Valencia. Energy
Flash, la gran biblia sobre la eclosión de la cultura rave en el Reino Unido y todas sus
derivadas escrita por Simon Reynolds en 1998, fue un punto de inflexión para aglutinar
todos aquellos destellos salidos de códigos binarios y aparatos con nombres como
Roland Tb-303 que alterarían la música para siempre. Ahora, Der Klang der Familie [El
sonido de la familia], da un paso de gigante para entender y reconocer la relevancia de
una revolución musical -que cumple ya tres décadas- culturalmente a la altura de las
vividas anteriormente con el pop y el rock.
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El libro, escrito por los periodistas Felix Denk y Sven von Thülen hace dos años y
traducido ahora al español con enorme acierto por Alpha Decay, es una trepidante
historia oral contada por sus protagonistas -porteros, promotores, camareras,
productores, dj’s o dueños de tiendas de discos- sobre el encuentro entre dos mundos
separados por una franja y la inocencia con la que decidieron reinventarlo todo cada
fin de semana: la música, la ropa, los escenarios… Y sí, también la droga. Los autores
construyen una conversación múltiple y viva a través de unas 150 entrevistas
realizadas en 2011 que funcionan perfectamente para entender una maravillosa
casualidad: la irrupción de una nueva música surgida de las máquinas y la aparición
de un escenario perfecto levantado sobre las grietas legales y los espacios
desechados de un sistema que acababa de colapsar.
La pista de baile fue el lugar más democrático que gran parte de aquella juventud
encontró para unificar su felicidad.
Los nuevos clubes surgidos en el este de la ciudad burlaban la ley a través licencia de
galerías de arte con barra. Los atronadores desfiles musicales que cruzaban de día el
la céntrica Ku’Damm, como la Love Parade (que empezó con 150 participantes y llegó
a reunir a un millón y medio), lograron los permisos bajo el amparo constitucional del
derecho a la manifestación. Bailar, como casi todo en la vida, era hacer política. Así
nacieron lugares como Tresor, en una cámara acorazada subterránea y abandonada,
Planet, dentro de una antigua fábrica de jabón, o E-Werk, en una subestación eléctrica
o UFO. De ahí salieron los primeros pseudofestivales de electrónica como Mayday y la
necesidad de buscar lugares para seguir bailando cuando salía el sol. Si la noche fue
siempre el refugio de la inquisidora mirada adulta, bailar de día en el parking de un
club con el maletero del coche abierto era la conquista del espacio.
Como explican los autores en el prólogo del libro, “si el techno se convirtió en la banda
sonora del momento excepcional que siguió a la caída del Muro fue por tres motivos:
el ímpetu del nuevo sonido, la magia de los lugares y la promesa de libertad que dicha
música encerraba”. Así, la escena berlinesa, hasta entonces tejida en el oeste a través
del rock y el postpunk, de artistas como Blixa Bargeld (Einstürzende Neubauten) y
festivales experimentales como Atonal (que todavía existe), se convirtió en una
especie de Do it yourself colectivo en el que participar era lo más importante. Y, sobre
todo y solo hasta que todo se torció, sin estrellas ni jerarquías. Como una gran familia.
La revolución estaba en marcha en otros lugares europeos como Reino Unido o
Bélgica, precursora con el sonido new beat. Pero el techno nació en la ciudad del
motor, al otro lado del Atlántico. De ahí surgió un movimiento profundamente político y
racial como Underground Resistance (UR), fundado por Mike Banks y Jeff Mills, que
quiso evolucionar el sonido negro de sus padres (soul, jazz, hip-hop) y convertirlo en
algo futurista elaborado a base potentes bombos y líneas de bajo. Nada de melodía,
solo ritmo y textura. Si Yves Klein podía pintar un lienzo azul y proclamarlo arte
contemporáneo, un tema podía construirse solo a base repeticiones. La idea era
desvincular el movimiento de la industria musical. Un cruce entre Malcolm X y
Kraftwerk, como lo define el productor y dj Robert Hood en el libro.
El eje entre Berlín y Detroit fue en gran medida Hardwax, una tienda de discos
fundada por reconocidos artistas hoy como Moritz von Oswald y Max Ernestus que
importaba cada semana música del otro lado del Atlántico. A través de los discos que
llegaban de UR con la galleta central negra y un único número de teléfono como
referencia, no tardaron en ponerse en contacto con aquellos “negros que no
consumían drogas” y que prácticamente no habían escuchado sus discos en clubes.
Mills, Banks, Hood o Rolando (este bastante más tarde) descubrieron en Berlín un
espacio que se adaptaba mucho mejor a su propuesta que su ciudad natal. El
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productor y dj Blake Baxter, uno de aquellos exploradores estadounidenses, lo define
así en el libro: “Detroit es más bien gris. Digamos que allí la oscuridad nos vino
impuesta. Y la aceptamos. Mientras que en Alemania se trata más bien de una
decisión motivada por razones artísticas”.
Pero lo que era política se volvió negocio y la familia se convirtió en un nido de
víboras. Llegaron los djs estrella elevados dos metros por encima de la pista de baile,
la MTV, los contratos con multinacionales, las fotos en revistas de adolescentes como
Bravo y la construcción de una marca comercial basada en la electrónica que hoy
todavía explota Berlín para atraer a millones de turistas cada año. Y la envidia. Der
Klang der Familie fue el título de un disco fundacional que dos personajes de la
escena (Dr. Motte y 3Phase) produjeron conjuntamente y del que vendieron más de
20.000 copias (hoy no suelen plancharse más de 300 de los nuevos lanzamientos). La
historia de aquel himno techno es el símbolo de la ruptura del clan. Pasado el minuto
de éxito, sus dos autores ya no volvieron a hablarse. Y aquella indigestión, como todo
antes en la familia, volvió a ser colectiva.
Las manchas neonazis de Alemania
Un año tras la aparición de Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de
Occidente) la crisis de los refugiados ha cambiado a Alemania y los ultraderechistas
utilizan cada vez más la violencia como estrategia.
Fuente: DW
Karen Larisch (der.), activista social en Güstrow, protesta públicamente contra las
actividades de ultraderechistas.Karen Larisch dirige la “Villa Kunterbündnis”, una
iniciativa comunitaria de encuentro intercultural. Un trabajo social con personas de las
más diversas naciones que los ultraderechistas rechazan. Karen es amenazada
regularmente por ejercer su trabajo. Las instalaciones de su iniciativa social han sido
demolidas varias veces y hasta le han puesto precio a su cabeza. Karen Larisch, de 40
años, ha tenido que presentar ya más de 120 demandas ante la policía.
Alemanes se avergüenzan de Pegida
Larisch es una activista contra el extremismo de derecha en Güstrow, estado federado
de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, en el noreste de Alemania."Los
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ultraderechistas escogen estratégicamente a una persona políticamente activa, para
luego acosarla y amenazarla como advertencia para que a otros no se les ocurra
seguir su ejemplo de trabajo por la comunidad", explica Karen Larisch.
La violencia en Güstrow es cada vez más cruda: "Bandas de radicales de derecha
atacan, por ejemplo, a discapacitados y clubes juveniles, donde jóvenes son rociados
con alquitrán caliente", narra Larisch. Ahora, aprovechan los miedos generados por la
crisis de los refugiados para intimidar aún más a la población.
“Los neonazis se han pasado de la raya”
Los delitos y agresiones motivados por la xenofobia y el racismo han aumentado en
Alemania, especialmente en el Este. El número de delitos cometidos por la
ultraderecha alcanzó un nuevo récord en agosto pasado cuando fueron registrados
1.450 casos. En lo que va de este año han sido atacados 490 albergues de refugiados,
según el ministro del Interior, Thomas de Maizière. Una cifra de comparación muestra
las dimensiones que está tomando el problema de la violencia de ultraderecha en
Alemania: en 2014 los ataques xenófobos sumaron “solo” 200. El ministro del Interior
lo confirmó recientemente: “Se han sobrepasado las barreras de la civilización”.
La Agencia Federal para la Protección de la Constitución no descarta que “algunos
extremistas de derecha estén dispuestos a perpetrar ataques", incitados por la
propaganda de partidos de ultraderecha como NPD, Los Derechos, el Nuevo Camino y
otros. De hecho, el debate sobre la crisis de refugiados ha revitalizado a Pegida y el
partido AfD (Alternativa para Alemania).
Después de un año de la aparición de Pegida los refugiados son llamados “bestias” y
la canciller y el vicecanciller alemanes son amenazados con la horca. “Pegida es un
movimiento racista y antidemocrático", dice Martina Renner, del partido La Izquierda.
"Algunos extremistas se sienten así llamados a ejecutar la supuesta voluntad popular",
concluye Renner, experta en radicalismo.
El extremismo de centro
El documental de la cadena pública ARD "La Alemania oscura” muestra cómo no solo
los ciudadanos comunes que trabajan por la integración de los refugiados e
inmigrantes son perseguidos por ultraderechistas sino también los políticos comunales
que, al final, tienen que abandonar sus iniciativas porque no reciben el respaldo ni de
la población ni de las autoridades.
El politólogo Hajo Funke, profesor emérito de la Universidad Libre de Berlín, concluye
que, entretanto, en varias partes de Alemania “los ultraderechistas dominan la vida
diaria de los ciudadanos”. Mientras se echa de menos el multitudinario apoyo a
quienes defienden los verdaderos valores de Alemania.
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