Jovellanos - Accion Cultural Española

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LA LUZ DE
Jovellanos
LA LUZ DE
Jovellanos
exposición conmemorativa del bicentenario
de la muerte de gaspar melchor de jovellanos (1811-2011)
gijón, del 15 de abril al 4 de septiembre de 2011
centro cultural cajastur palacio revillagigedo
museo casa natal de jovellanos
exposición
catálogo
Organizan
Ayuntamiento de Gijón
Cajastur
Acción Cultural Española (AC/E)
Dirección creativa
Javier Rosselló
Comisariado
Universidad de Oviedo. Instituto
Feijoo de Estudios del Siglo XVIII
(IFES XVIII)
Diseño gráfico
Santiago Carballal
Comisarios
Elena de Lorenzo Álvarez
Joaquín Ocampo Suárez-Valdés
Álvaro Ruiz de la Peña Solar
Equipo científico
Manuel Álvarez Valdés y Valdés
Ramón Alvargonzález Rodríguez
Mª Ángeles Faya Díaz
Ignacio Fernández Sarasola
Marta Friera Álvarez
Noelia García Díaz
Adolfo García Martínez
Mª Dolores Mateos Dorado
Jorge Ordaz Gargallo
Silverio Sánchez Corredera
Inmaculada Urzainqui Miqueleiz
Coordinación técnica
Marcelo Sartori
Manuel Mortari
Diseño museográfico
Javier Revillo
Montaje
Intervento
Exmoarte
DePeapa
Gráfica
Think diseño,
comunicación & +
Transporte
Mapa
SIT
Seguros
STAI
AXA Art
Registro
Isabel Alonso
Ana Santaclara
Editan
Ayuntamiento de Gijón
Cajastur
Acción Cultural Española (AC/E)
Universidad de Oviedo. Instituto Feijoo
de Estudios del Siglo XVIII (IFES XVIII)
Coordinación general
Joaquín Ocampo Suárez-Valdés
Coordinación editorial
Alma Guerra
Fotografías
Pablo Linés
Mara Herrero
Rafael Rodríguez Puente
Luis M. Rodríguez Terente
Sebastia Roig Miralles
Imagen M.A.S.
Archivo Oronoz
y los departamentos fotográficos de las
instituciones citadas en cada caso.
Diseño gráfico
Santiago Carballal
Fotomecánica
Afanias
Impresión
Gráficas Rigel
Los editores han hecho todo lo posible para identificar a los propietarios de los derechos intelectuales de las
reproducciones recogidas en este catálogo. Se piden disculpas por cualquier posible error u omisión, que quedará
automáticamente subsanado en siguientes reediciones.
© de la presente edición: Sociedad Estatal de Acción Cultural.
© de los textos: sus autores. © de las piezas: sus propietarios. © MNAC – Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona.
Fotógrafos: Calveras/Mérida/Sagristà. © Museo Nacional Colegio de San Gregorio. © Patrimonio Nacional.
© Reproducción, Real Academia de la Historia. © RJB-CSIC
Este libro ha sido impreso en papel que utiliza blanqueantes libres de Cloro (E.C.F.)
D.L.: AS-1.942-2011
ISBN: 978-84-15272-02-1
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Se desea expresar agradecimiento a las siguientes
instituciones y personas que, con sus préstamos, han
contribuido a esta exposición:
Archivo del Congreso de los Diputados, Madrid / Archivo
Histórico de Asturias, Oviedo / Archivo Histórico Diocesano
de Oviedo / Archivo Histórico Municipal de Carreño /
Archivo Jesuitas, Alcalá de Henares / Archivo Municipal
de Gijón / Autoridad Portuaria de Gijón / Ayuntamiento
de Avilés. Archivo Municipal / Ayuntamiento de Castropol /
Biblioteca Capitular de Sevilla / Biblioteca de Asturias
Ramón Pérez de Ayala, Oviedo / Biblioteca de la Universidad
de Oviedo / Biblioteca Histórica. Universidad Complutense
de Madrid / Biblioteca Nacional de España, Madrid /
Biblioteca Pública Jovellanos. Gijón / Cajastur, Gijón /
Calcografía Nacional, Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando, Madrid / Centro de Recepción e Interpretación
del Parque Natural de Somiedo. Asturias / Colección
Agustinas Recoletas, Gijón / Colección Ateneo Jovellanos /
Colección Banesto / Colección Casa Valdés. Camposorio /
Colección del Congreso de los Diputados, Madrid /
Colección Duquesa de Alba / Colección Grupo DC / Museo
Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid / Diario
El Comercio, Gijón / Ministerio de Cultura: Archivo General
de la Administración. Archivo General de Simancas. Archivo
Histórico Nacional. Centro Documental Memoria Histórica.
Sección Nobleza del AHN / Ministerio de Defensa: Archivo
Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro
Geográfico del Ejército. Archivo General de la Marina
«Álvaro de Bazán». Biblioteca Naval de Ferrol, Delegación
del Instituto de Historia y Cultura Naval/ Fábrica Nacional
de Moneda y Timbre. Museo Casa de la Moneda, Madrid /
Filmoteca Española, Madrid / Fundación Alvargonzález,
Gijón / Fundación Lázaro Galdiano. Museo, Madrid /
Fundación Museo Evaristo Valle, Gijón / Fundación
Universitaria Española. Biblioteca. Archivo Campomanes,
Madrid / Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Oviedo
/ Jardín Botánico Atlántico, Gijón / Junta General del
Principado de Asturias, Oviedo / MAE. Centre de
documentació i museo de les arts esceniques de l’Institut
del Teatre, Barcelona / Museo Casa Natal de Jovellanos, Gijón
/ Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo / Museo de
Geología. Universidad de Oviedo / Museo de la Iglesia,
Oviedo / Museo del Ejército, Toledo / Museo del Pueblo de
Asturias. Ayuntamiento de Gijón / Museo del Traje, CIPE,
Madrid / Museo Marítimo de Asturias, Luanco / Museo
Nacional de Artes Decorativas, Madrid / Museo Nacional
de Ciencias Naturales. CSIC, Madrid / Museo Nacional del
Prado, Madrid / Museo Naval de Madrid /Parroquia de Santa
Marina de Puerto de Vega. Navia. Asturias / Patrimonio
Histórico Universidad Complutense de Madrid. Museo de
Astronomía y Geodesia / Patrimonio Nacional, Madrid/ Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid / Real
Academia de la Historia, Madrid / Real Instituto de Estudios
Asturianos, Oviedo / Real Jardín Botánico. Consejo Superior
de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid / Sastrería
Cornejo, Madrid / Sociedad Estatal Correos y Telégrafos.
Museo Postal y Telegráfico, Madrid / Universidad de Oviedo
/ Universidad de Salamanca. Biblioteca General Histórica
Alfonso Armada y Comyn, marqués de Santa Cruz
de Rivadulla
Alfonso Cienfuegos Jovellanos Ortega
Antonio Fraguas, Forges
Juan Antonio Pérez Simón
Y a todos aquellos colaboradores sin los cuales este proyecto
no habría sido posible:
Manuel Álvarez-Valdés y Valdés
María Bernaldo de Quirós
Borja Bordiú Cienfuegos-Jovellanos
Enrique Bordiú Cienfuegos-Jovellanos
Gaspar Cienfuegos Jovellanos
Nicanor Fernández Fernández
José Fernando Fernández Blanco
José María Flórez Cienfuegos Jovellanos
Luis García Montero
José Manuel Guerrero Acosta
Ignacio Herrero Álvarez
Agustín Hevia Vallina
Joaquín López Álvarez
Emilio Marcos Vallaure
Carmen Pérez Gutiérrez
Javier Rodríguez Gutiérrez
Ramón Rodríguez Gutiérrez
Ignacio Ruiz de la Peña Solar
Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos
Micaela Valdés Ozores
Josefina Velasco Rozado
Mª Jesús Villaverde Amieva
Fundación Hidrocantábrico
Fundación Cristina Masaveu Peterson
Servando Fernández Menéndez
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ayuntamiento
de gijón
Alcaldesa
Paz Fernández Felgueroso
Concejal de Educación y Cultura
Justo Vilabrille Linares
Directora de la Fundación
Municipal de Cultura, Educación
y Universidad Popular
Pilar González Lafita
Directora del Museo
Casa Natal de Jovellanos
Lucía Peláez Tremols
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No necesita Jovellanos, al menos en su «patria» gijonesa, cumplir aniversarios para que su vida, sus obras,
sus ideas, sus propuestas y compromisos de acción, toda su herencia intelectual y moral, vengan y vayan
en movimiento perpetuo. Siempre está presente. No hay mes ni semana sin una actividad que le recuerde.
No hay día en el que no sea citado o evocado.
Hay algo de entrega devocional en la insistencia de su villa hacia quien, por su singular biografía y perfil ético, y también por la benéfica y duradera influencia que tuvo en multitud de aspectos vitales para el
desarrollo del «llugarín» en el que nació, está envuelto en una aureola de santidad. Pero no habría fuerza
afectiva, ni sentimiento de deuda, ni pasión localista, por ardientes que fuesen, capaces de hacer posible
tanta y tan permanente profusión de convocatorias, de estudios, de publicaciones, de referencias, de iniciativas de todo tipo, si tras ello no existiesen una personalidad y un fecundo legado de rara amplitud y hondura, que además se mantiene hoy, en muchos aspectos, todavía vigente.
Gaspar Melchor de Jovellanos representa lo mejor, lo más sano y lúcido de la Ilustración en versión
española. Su curiosidad, conocimientos y escritos abarcaron todo tipo de asuntos, como bien reflejan las
9.400 páginas que, a falta aún de tres tomos, llevamos publicadas en la edición crítica de sus obras completas. Absorbió las ideas europeas de su tiempo y trató de llevarlas a la realidad de España con ambición
modernizadora, aunque manteniendo al mismo tiempo tradiciones y viejas lealtades nacionales y emocionales. Fue, en fin, un prudente, antidogmático y valioso impulsor de la razón y de las luces, del «atrévete a
saber». Y antepuso siempre los intereses del país y de sus gentes y el sentido del deber a cualquier conveniencia personal, lo que le ocasionó grandes y muy injustas penalidades que sobrellevó con admirable dignidad y sin ápice de rencor.
Forzando las analogías entre su tiempo y el nuestro, podríamos decir que Jovellanos anticipó un concepto afín a lo que hoy denominamos «glocalización»: pensar globalmente y actuar localmente. Las ideas
que importó del norte, pacientemente contrastadas con el riguroso estudio de la realidad propia y filtradas por sus convicciones, no acabaron solo en informes. En Gijón y en Asturias se encarnaron en realizaciones visibles y en programas de trabajo que fueron durante décadas sólidas columnas de apoyo y guía de
futuro, y cuya inspiradora ejemplaridad ni siquiera hoy está agotada.
Este aspecto de la «luz» de Jovellanos, que concilia la visión abierta al mundo con la política de cercanías, proyectando aquélla en ésta y usando lo próximo como banco de pruebas de las grandes ideas, es el
eje de la exposición conmemorativa del personaje doscientos años después de su desaparición. Una oportunidad excepcional para conocer y entender mejor al mejor Jovellanos.
Paz Fernández Felgueroso
alcaldesa de gijón
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cajastur
Presidente
Manuel Menéndez
Director General
Felipe Fernández
Director Relaciones Institucionales y
Asuntos Sociales
César Menéndez
Director Obra Social y Cultural
José Vega
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En el marco de las actividades organizadas en este año jovellanista, en el que se conmemora el bicentenario
del fallecimiento del ilustre pensador gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, Cajastur —en colaboración con
Acción Cultural Española (AC/E), el Ayuntamiento de Gijón y la Universidad de Oviedo— refuerza su
compromiso con la difusión del legado del ilustrado.
En anteriores ocasiones, este empeño divulgativo se concretó con la publicación de distintos monográficos sobre la vida y obra de Jovellanos a cargo de expertos como los profesores José Manuel Caso González o Jesús Menéndez Peláez.
Cajastur también colaboró con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en una exposición que
en torno a Jovellanos se desarrolló en la sede de la Calcografía Nacional, en Madrid, en el año 1994.
En esta ocasión, Cajastur contribuye a la organización de la exposición La luz de Jovellanos que tendrá
lugar en el Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo y en la edición de su catálogo, dos piezas que se
complementan para ofrecer al público una visión más completa de la figura de Jovellanos.
La muestra recoge los compromisos vitales y el proyecto intelectual del ilustrado asturiano, que se
explican a través de cuatrocientas piezas representativas del entorno familiar e intelectual, de su magistratura y experiencia política, del Gijón del siglo XVIII, de la universidad o la economía.
La exposición se divide en dos grandes áreas temáticas: la primera muestra la figura de Jovellanos y su
entorno; y la segunda enseña la Asturias del siglo XVIII, la que era y en la que quería transformarse. Pretende trasladar los aspectos necesarios para completar y comprender el perfil de Jovellanos en una época
clave para el devenir de los estados europeos, la formación de sus conciencias ciudadanas y el desarrollo
de las economías y las políticas modernas.
Esta exposición es fruto de la colaboración de numerosas entidades. Las piezas que se exhiben proceden de unas cien instituciones, entre las que se cuentan archivos y bibliotecas nacionales, ayuntamientos,
bancos, fundaciones, academias, museos y colecciones particulares.
Cajastur quiere, por un lado, agradecer la aportación de todas ellas en esta muestra, que refleja las virtudes humanas e intelectuales de Jovellanos y su recorrido vital y político; y por otro, invitar a todo el
público a participar y disfrutar de la exposición y del completo programa que la Comisión Conmemorativa del Bicentenario ha aprobado para todo este año jovellanista.
Manuel Menéndez
presidente de cajastur
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acción cultural
española
Presidenta
Charo Otegui Pascual
Directora de Proyectos
y Coordinación
Pilar Gómez Gutiérrez
Gerente
Concha Toquero Plaza
Director Económico-Financiero
Carmelo García Ollauri
Directora de Comunicación
Nieves Goicoechea González
Director de Relaciones Institucionales
Ignacio Ollero Borrero
Directora de Producción
Cecilia Pereira Marimón
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El proceso que abordaron los pueblos occidentales desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XIX
conducentes a transformar el fragmentarismo de los centros de poder de la Edad Media y la sociedad estamental en estados modernos tuvo circunstancias específicas en la España borbónica, entre los reinados de
los reyes Felipe V y Carlos IV. La formación de una elite ilustrada a partir de la consolidación de la burguesía impulsará la incorporación en la práctica del ideal liberal apoyado sobre nuevos conceptos acerca
de los poderes estatales, la titularidad de la soberanía y el modo en que han de vincularse el rey y los súbditos, convertidos éstos progresivamente en ciudadanos en virtud de la juridificación de tales relaciones.
En este contexto, la figura de Gaspar Melchor de Jovellanos resulta crucial por la valía y la significación de su aporte al acervo jurídico y político en materia económica y social. La exposición La luz de Jovellanos refleja por un lado el papel de este destacado intelectual en el agitado periodo de gestación del
Estado moderno, en un contexto de reformulación de las relaciones de poder sobre conceptos tan asumidos hoy como los derechos inalienables y fundamentales de libertad, igualdad y justicia. Por otro lado, la
muestra recupera la figura del jurista y político en el bicentenario de su fallecimiento, así como su esfuerzo
por hacer de España un país en el que las instituciones no constituyeran un obstáculo para la modernización política, económica y social. En sus Cartas del viaje de Asturias: cartas a Ponz, propuso un completo
programa de reformas en los diversos sectores económicos y, a lo largo de su extensa obra, defendió el ideal
ilustrado de felicidad común; una felicidad entendida como la consecución de las condiciones mínimas de
bienestar material para los ciudadanos y cuya responsabilidad recaía sobre el Estado. Fue un tiempo en el
que se quisieron frenar privilegios seculares y contrarrestar las enormes diferencias sociales que impedían
la cohesión y el progreso. Pero además, Jovellanos participó, aunque involuntariamente, en el asentamiento de las bases del estado liberal en España, manifestado a través de la constitución promulgada por
las Cortes de Cádiz en 1812, cuya consolidación en el caso español resultaría inconstante y larga.
Con la organización de esta muestra, acción cultural española contribuye una vez más a la contextualización, a través de sus protagonistas, de un periodo clave de nuestra historia: el nacimiento hace
dos siglos del constitucionalismo en España. Unos años en los que se fijaron, no siempre de modo pacífico, las bases del Estado social democrático de derecho que hoy es.
Queremos agradecer al Ayuntamiento de Gijón y a Cajastur su participación en la coorganización de la
muestra y la profesionalidad de sus equipos. Asimismo, felicitamos al Instituto Feijoo de Estudios del Siglo
XVIII por su colaboración y compromiso. Nuestra enhorabuena por su trabajo a los comisarios Álvaro Ruiz
de la Peña, Joaquín Ocampo-Suárez-Valdés y Elena de Lorenzo Álvarez, así como a todas aquellas personas
que con su dedicación han hecho posible esta muestra.
Charo Otegui
presidenta de acción cultural española
ac/e
13
universidad
de oviedo
Rector
Vicente Gotor Santamaría
Director del Instituto Feijoo
de Estudios del Siglo XVIII
Álvaro Ruiz de la Peña Solar
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Luego las que llamamos fuentes de la riqueza pública no son otra cosa que el arte de aplicar el
trabajo de una nación al producto de su riqueza. Y bien, ¿qué hará una nación para adquirir
esta pericia y para perfeccionar el arte de aplicar sus capitales y sus brazos a la producción de
la riqueza? Instruirse en los conocimientos conducentes a esta perfección. Luego la principal
fuente de la prosperidad pública se debe buscar en la instrucción.
Jovellanos, Introducción a un discurso sobre la Economía civil y la instrucción pública, 1796
Sería difícil explicar con menos palabras y de forma tan clara y precisa uno de los conceptos más debatidos en la sociedad actual, el relativo a la productividad del trabajo como variable determinante de la competitividad de las economías y del crecimiento económico moderno. Como si no hubiese pasado el tiempo,
como si Jovellanos siguiese entre nosotros, el gran ilustrado nos advierte sobre los mismos principios que
hoy hacen suyos los organismos económicos internacionales: el capital humano alcanzado a través de la
educación y aplicado a las actividades productivas constituye la palanca de la riqueza de las naciones.
Pero Jovellanos, además de abrir el debate, fue capaz de llevarlo a la realidad asturiana y española de
su tiempo. La concesión de becas a estudiantes de la región para trasladarse a centros europeos punteros
en minería e ingeniería o la creación del Real Instituto Asturianos de Náutica Mineralogía son la mejor
prueba de coherencia y compromiso entre sus palabras y su quehacer intelectual. Como hombre de las
luces, Jovellanos se hallaba firmemente convencido de que el progreso material o, como entonces se decía,
la felicidad pública sólo tenía un camino: el de unas instituciones públicas y privadas capaces de promover
las «ciencias útiles», la I + D, las tecnologías aplicadas a la industria. Un camino que debería de empezar
por la escuela y acabar en la Universidad. Pero un camino que exigía establecer prioridades, disponer de
medios financieros, de buena gobernanza. Para ello había que romper con el tradicionalismo, con la
rutina, con las verdades consagradas pero no contrastadas.
Su amado Real Instituto para formar buenos ingenieros mineros y buenos pilotos fue sólo una de las
muchas tareas que absorbieron su vida. Como es sabido, su voluntad de reformar y modernizar su patria
se desplegará en otros ámbitos y escenarios: minas, carreteras, agricultura... Pero hemos preferido retener
el mensaje con el que se iniciaba este texto porque quizá condense como ningún otro la vigencia y actualidad de un hombre capaz de elevarse por encima de sus contemporáneos a la hora de identificar los retos
a los que debería de enfrentarse su país: libertad, luces y auxilios, es decir, buenas instituciones y gobierno,
inversiones y, sobre todo, ciencia. Doscientos años después, la luz de Jovellanos sigue siendo un faro para
Asturias y para España.
Vicente Gotor Santamaría
rector de la universidad de oviedo
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La luz de Jovellanos
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La luz de la Ilustración no tiene un movimiento tan rápido como el del sol; pero, una vez ha rayado
sobre algún hemisferio, se difunde, aunque lentamente, hasta llenar los más lejanos horizontes; y, o
yo conozco mal mi nación, o este fenómeno va apareciendo en ella
Jovellanos, 1777
Enlightenment, Illuminismo, Aufklärung, Lumières, Luzes, Ilustración..., las luces recorren la Europa del siglo XVIII y
la conciencia de asistir a un tiempo de cambios transcendentes obliga a renovar los diccionarios de las naciones para
dar entrada a nuevos registros léxicos con la luz como protagonista.
Las luces, la luz de la razón frente a las tinieblas del dogmatismo y de la superstición; las de la libertad frente a
las de la tiranía; las de la ciudadanía frente a las del vasallaje; las de la soberanía popular frente al absolutismo; las
de la modernidad frente a la tradición; las luces de la secularización de la ciencia. En todos los estados de Europa
germina la misma convicción de que la razón, abriéndose camino a través de la educación, expresándose en la opinión pública, consagrándose en las ciencias «útiles» o aplicadas, hará posible que el Antiguo Régimen se debilite
ante la entrada de las fuerzas del progreso y de la felicidad pública.
Las luces, además de conformar un ideario y una utopía internacionales, se construyen también como un programa interdisciplinar que abrazaba las artes y las letras, la filosofía moral y natural, el derecho, la economía, las
ciencias discursivas y las experimentales..., siempre con la misma vocación de «iluminar» el camino hacia un futuro
que se percibía como próximo e inevitable.
Las luces no surgen por generación espontánea, sino que representan la culminación del lento y tortuoso proceso histórico de la construcción de la autonomía individual y colectiva. A lo largo de los tiempos modernos, la afirmación de la burguesía y del capitalismo mercantil frente a la aristocracia de la tierra, de los valores urbanos frente
a los de la sociedad agraria tradicional, del comercio y de la industria como fuentes alternativas de riqueza frente a
los campos, de la monarquía autoritaria y secular frente a los particularismos señoriales, irán derribando los
cimientos del orden medieval. Sobre las bases del capitalismo mercantil se sentarán las del capitalismo industrial.
La máquina de vapor, el carbón mineral, el ferrocarril y la fábrica irán alumbrando un orden social y productivo
incompatibles con el marco institucional del pasado. La nueva economía exige nuevas reglas de juego. A imagen del
orden físico que rige y regula el equilibrio del mundo mecánico newtoniano, Adam Smith proclamará el orden
natural del mercado: la «mano invisible» del interés particular, al actuar libremente, hará posible el crecimiento económico destruyendo a su paso los obstáculos al progreso: gremios, diezmos y derechos señoriales, amortización
civil y eclesiástica, privilegios estamentales, monopolios...
Los caminos que llevan a las luces no serán rectos ni uniformes. En función de la correlación de fuerzas presentes y de las resistencias que se les oponen, se bifurcarán en reformas o revoluciones. En el primer caso, el propio de
las sociedades y estados con mayor nivel de atraso económico, con escaso desarrollo urbano y fabril, y con una
mediocre presencia burguesa, el Estado era herramienta ineludible: el absolutismo ilustrado representará el último
esfuerzo de adaptación del Antiguo Régimen a la urgencia de las transformaciones. Era lo que demandaba Jovellanos al reclamar, junto a la libertad y las luces, los auxilios.
En la España de Carlos III, el reconocimiento de la urgencia de los cambios, la conciencia de que el desarrollo
económico y social se mostraba incompatible con las restricciones heredadas, alumbrará un ambicioso programa
reformista. En la agenda política los proyectos modernizadores recorren todos los ámbitos de la vida pública, todos
los sectores de actividad, todos los escenarios de sociabilidad: desde las escuelas a la universidad, desde la agricul-
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tura a las manufacturas, desde las artes a las letras, pasando por la propia administración o la política exterior. Fue,
bajo Carlos III, cuando Jovellanos definió la «ciencia del gobierno» como aquella que habría de contribuir a «gobernar a los hombres y hacerlos felices». Felices, añadiría, no en sentido moral sino material: a romper las cadenas de
la pobreza asociada a la injusta distribución de la riqueza.
Pero el camino de las reformas no estaba expedito. Cualquier cambio que amenazase con lesionar intereses
adquiridos o con alterar la correlación de fuerzas e intereses sociales consagrados, encontraría resistencias. Al
abrirse el reinado de Carlos IV bajo los ecos de la revolución francesa, los márgenes para la reforma se irán diluyendo. Jovellanos pertenece a la llamada generación de la «Ilustración tardía», aquélla sobre cuyas espaldas recayó
la imposible tarea de conciliar Ilustración y Revolución. Las persecuciones de la Inquisición y su posterior encarcelamiento entre 1801 y 1808, tras su fugaz ministerio, expresan elocuentemente, como lo harán los Caprichos de
Goya, el signo de los tiempos: los de una sociedad que no estaba a la altura de los retos planteados por aquellas
voluntariosas minorías que militaban en las filas del progreso.
Desde Asturias, en el velado «destierro» gijonés con que se le pretendía alejar de la corte, Jovellanos nos enseñó
que el ejercicio de las luces no requería de otras armas y condición que el «patriotismo», entendido como compromiso cívico con la causa de la razón, la libertad y el progreso material de los pueblos. Por lo mismo, desde una Asturias que por su aislamiento y pobreza era conocida como la «Siberia del norte», pudo diseñar un generoso
programa de reformas al servicio de la modernización de España y de la región. También en Gijón redactaría la que
será su obra más conocida, la que le procurará el reconocimiento europeo en tanto texto más representativo de la
Ilustración española, el Informe de ley agraria. Los principios en él defendidos, causa de sus desgracias y persecuciones, volverán al primer plano cuando los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz lo conviertan en uno de los
pilares del nuevo orden liberal.
La luz de Jovellanos recorre todas las salas e ilumina y da coherencia a una trayectoria biográfica inseparable de
su compromiso ético con la construcción de una sociedad en la que el Estado y sus instrumentos estuviesen al servicio de un progreso únicamente aceptable en términos de felicidad pública. Al diseñar el espacio y el discurso expositivos, se ha tratado de objetivar las claves y coordenadas que permitan al espectador reconstruir y contextualizar
aquella coherencia que preside la vida de Jovellanos.
Las primeras salas están dedicadas a repasar el entorno de Jovellanos. A las relaciones de afectividad proporcionadas por el núcleo familiar, se irán sumando las redes de lealtad, consejo y valimiento sentimental tejidas por la
amistad. Estos círculos se amplían en el tiempo, en la misma medida en que lo haga su geografía biográfica y profesional: en Sevilla, en Madrid, en las tertulias y en las academias, en los despachos oficiales y en sus viajes institucionales, los contactos se ensanchan y generan nuevos espacios de confianza, patronazgo y confidencialidad.
Buena parte de aquel entorno público se desarrolla como una prolongación de su condición de jurista y político, condición que servirá como motivo para guiar al espectador en un recorrido por los diversos empleos, tanto
judiciales como gubernativos, desempeñados por el ilustrado gijonés. Formado en la carrera de Leyes, sus primeros encargos fueron en calidad de juez, primero en Sevilla y más tarde en Madrid. Poco después sería elegido como
miembro del Consejo de Órdenes Militares, hasta que, en 1797, Godoy lo designó primero embajador en Rusia y,
apenas unos meses más tarde, Ministro de Gracia y Justicia. En todos estos puestos, Jovellanos intentó llevar a cabo
reformas no siempre alcanzadas, bien por la brevedad de sus cargos, bien por la oposición de las anquilosadas instituciones del Antiguo Régimen. Sin embargo, Jovellanos cobraría un nuevo protagonismo político a partir de la
guerra de la independencia. Tentado por José Bonaparte para ser su Ministro de Gracia y Justicia, Jovellanos declinó
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la invitación, para sumarse a la causa de los opositores a la invasión francesa. En 1808, se incorporó a la Junta Central, órgano de gobierno del reino en ausencia de Fernando VII, y desde allí adoptó providencias esenciales tanto
para la defensa del reino como para la convocatoria del primer parlamento moderno español: las Cortes de Cádiz.
Otros dos espacios contribuyen a afirmar el perfil vital de Jovellanos. Por un lado, el de Gijón, la villa como referente vital y como objeto de sus desvelos; como centro de atención de sus innovadores proyectos urbanísticos; como
sede del Real Instituto de Náutica y Mineralogía; como cabecera de una red de infraestructuras terrestres que la unirían a las cuencas mineras y a Castilla; como futuro puerto carbonero e industrial de Asturias; como laboratorio de
lo que una ciudad ilustrada podía ser. Y dentro de la villa, la casa familiar, y en ésta el gabinete, recrea el espacio intelectual de Jovellanos, los confortables ámbitos propios de un hombre de letras que el ocio ilustrado y la nueva sociabilidad requieren: luminosos, ventilados y empapelados, cuentan con agradable chimenea y cómodas alfombras,
amplios estantes que acogen una nutrida biblioteca, diverso mobiliario de escritorio, abundantes sillas y taburetes,
mesa de juegos, pequeños cuadros de gabinete y grandes retratos familiares. Aquí se escribe, se despacha correspondencia, se lee y se estudia, pues el ocio ilustrado es un ocio necesariamente útil. Pero los cuartos no permanecen siempre silenciosos; al caer la tarde, estas estancias acogen animadas tertulias donde, libres igualmente del ritual cortesano
de los salones que del monotemático interés de las academias, los de la tertulia comentan la prensa, los asuntos del
Instituto y el Ayuntamiento, novedades literarias y científicas o los avatares políticos que llegan con el correo o leen
en la prensa; siempre pertrechados de naipes, refrescos, café o chocolate y rapé.
Como es sabido, Jovellanos dedicó a Asturias buena parte de sus afanes y de su obra escrita. Por lo mismo, la
exposición consagra un amplio esfuerzo a la reconstrucción de aquellos escenarios —sociedad, economía, mundo
rural, instituciones, ciencia y cultura...— en que el ilustrado consideraba necesario intervenir. El escenario, en primer lugar, de una sociedad profundamente desigual, en la que monasterios, iglesias y mayorazgos, como denunciara Jovellanos, concentraban la mayor parte de la riqueza, y en la que faltaban capitales e iniciativas dispuestos a
la inversión industrial. La pobreza rural, la marginalidad representada por los «vaqueiros de alzada» o la emigración crónica son aspectos que no pasaron inadvertidos a su pluma. En segundo lugar, y al analizar la economía asturiana, Jovellanos centrará las esperanzas de progreso regional en las posibilidades abiertas por el carbón mineral, el
Musel, los altos hornos de Trubia y la carretera carbonera. Las instituciones asturianas del Antiguo Régimen orientaban sus funciones más a reproducir el orden social y político establecido que a la causa de las reformas. Un caso
bien representativo de aquel tradicionalismo institucional fue el de la Universidad de Oviedo: a su función al servicio de la reproducción de las élites, Jovellanos opondrá el Real Instituto de Náutica y Mineralogía, como heraldo de
una enseñanza abierta y científica orientada al crecimiento económico. En ese mismo terreno, la exposición nos
devuelve a la memoria el esfuerzo del reducido grupo de ilustrados —Casal, Toreno, Cónsul Jove, Pedrayes...— que
acompañaron a Jovellanos en la lucha contra las tinieblas que rodeaban el quehacer científico regional.
Finalmente, La luz de Jovellanos ofrece una visión historiográfica de la figura de este ilustrado. La disparidad y
pervivencia de muy diversas interpretaciones de su figura, acuñadas por intelectuales tan diversos como Marx, Clarín, Azorín, Valera o Ayala, expresan la potencia de un clásico construido a lo largo de dos siglos.
los comisarios
Elena de Lorenzo Álvarez
Joaquín Ocampo-Suárez-Valdés
Álvaro Ruiz de la Peña Solar
19
23
Jovellanos: entorno familiar y vida pública
Manuel Álvarez-Valdés y Valdés. Real Academia de la Historia (c.)
53
Jovellanos y la Guerra de la Independencia. La política del equilibrio
Ignacio Fernández Sarasola. Universidad de Oviedo
89
El Gijón de Jovellanos: la villa, el escenario
Ramón Alvargonzález Rodríguez. Universidad de Oviedo
113
Jovellanos: el gabinete de un ilustrado
Elena de Lorenzo Álvarez. Universidad de Oviedo
151
Del maíz al carbón, del molino al alto horno
Joaquín Ocampo Suárez-Valdés. Universidad de Oviedo
183
Poderosos y humildes: una sociedad polarizada
Ángeles Faya Díaz. Universidad de Oviedo
203
Instituciones al servicio del orden establecido
Marta Friera Álvarez. Universidad de Oviedo
215
La cultura asturiana: presencia y diáspora
Álvaro Ruiz de la Peña e Inmaculada Urzainqui
Universidad de Oviedo
237
El largo camino hacia las ciencias útiles
Jorge Ordaz Gargallo. Universidad de Oviedo
249
De la Universidad al Real Instituto de Náutica y Mineralogía
Dolores Mateos Dorado. Universidad de Oviedo
259
Los vaqueiros de alzada: el mensaje antropológico de Jovellanos
Adolfo García Martínez. UNED
279
Historia del jovellanismo, 1811-2011
Silverio Sánchez Corredera. IES Emilio Alarcos
291
Jovellanos: la construcción de un clásico
Elena de Lorenzo Álvarez. Universidad de Oviedo
352
Relacion de obras y documentos expuestos
Jovellanos: entorno familiar y vida pública
Manuel Álvarez-Valdés y Valdés. Real Academia de la Historia (c.)
1. La vida oculta. Entronques familiares. Patrimonio escaso. Influencias
importantes (1744-1767)
En su Inventario de un jovellanista (1901), Julio Somoza se extiende en proclamar que
la ascendencia de Jove Llanos no puede ser más ilustre, ni de más notorio
abolengo [...]. Su parentesco era tal y tan dilatado, que casi todos los individuos de la nobleza del país de Asturias se titulaban deudores suyos en
grado más o menos cercano. Y, por de contado, lo eran en totalidad los jefes
de las casas solariegas de Gijón, que timbraban sus blasones con el preciado
escudo de los Lasso de la Vega, conmemorativo de la hazañosa empresa del
cerco de Algeciras [reinado de Alfonso XI de Castilla, año 1340]...
La mayoría de los datos de Somoza es exacta, menos uno, quizás el más importante, como es el de la pretendida descendencia de los Lasso de la Vega, punto de
arranque de la genealogía de Jovellanos que presenta Somoza. Y que ello es así lo
prueban las palabras del mismo Somoza en otra obra posterior —Gijón, en la Historia General de Asturias, 1908—: «de los Garcilassos no hay que hablar, que bien
conocido es su abolengo en la montaña cántabra; y en lo tocante a ser tronco de las
familias nobiliarias de Gijón, demostrada queda su falsedad». Y acaba entonando
Somoza el siguiente mea culpa, «como no nos duelen prendas, y hemos intervenido
en la realización de algunos escudos y árboles, diremos que desde Juan García de Jove
en adelante los entronques y enlaces son más claros; pero en los de sus predecesores, todo es turbio, confuso y amañado». Sobre este extremo arroja luz Margarita
Cuartas Rivero, que da cuenta de la existencia de una importante burguesía mercantil asturiana, los hidalgos comerciantes: los Jove forman una oligarquía comercial con barcos, tierras, serrerías, molinos y casas.
El mismo Gaspar de Jovellanos, en sus Memorias familiares, tras afirmar que
«mi familia era contada entre las nobles y distinguidas de la villa de Gijón desde los
fines del siglo XV», puntualiza a continuación «que vivía entonces en esta villa Juan
García de Jove, que se puede mirar como su fundador, porque edificó allí su casa
solar». Es decir, que no saca a relucir antepasados anteriores, pues su existencia era
sólo una fantasía. Estos ricos del siglo XVI derivan pronto a buscarse genealogías
[pág. 22]
Árbol genealógico y blasón de
la casa de Jove Llanos
Hacia 1780
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
Depositado en el Museo Casa
Natal de Jovellanos. Gijón
Probablemente fue realizado
con motivo de las pruebas de
ingreso de Jovellanos en la
Orden militar de Alcántara.
Jovellanos se halla a la derecha
de su hermano Francisco de
Paula: número 15.
23
Joaquín Inza García
Retrato de Josefa de Jovellanos
y Jove Ramírez (1745-1807)
Anterior a 1774
Colección Agustinas Recoletas.
Gijón
La hermana pequeña de
Jovellanos fue asidua de la
tertulia de Campomanes en
Madrid, poeta en lengua
asturiana y fundadora de una
escuela de huérfanas en Gijón.
En 1794 profesó como monja
agustina recoleta, con gran
disgusto de su hermano.
guerreras, que eran las que primaban entonces y que eran inalcanzables por ellos,
para dejar de ser comerciantes marítimos, crear mayorazgos y ocupar puestos en el
regimiento gijonés. Pensaron que eran incompatibles el comercio y el transporte
marítimos con la nobleza y los cargos públicos, y abandonaron las actividades mercantiles para pasar a vivir de las rentas que producían las tierras que habían comprado con las ganancias mercantiles.
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Ángel Pérez Díaz
Retrato de Francisco de Paula
de Jovellanos y Ramírez
(1743-1798)
Hacia 1794-1798
Colección particular
Pachín, el hermano predilecto
de Jovellanos. Como alférez
mayor de la villa de Gijón, fue
el impulsor de las propuestas
que Jovellanos planteó para la
ciudad; por su profesión —fue
capitán de navío al servicio de
la Armada—, se le designó
primer director del Real
Instituto Asturiano de Náutica y
Mineralogía y profesor de
matemáticas. Al morir sin
descendencia, el mayorazgo
recayó en Jovellanos.
Como consecuencia de la división en dos mayorazgos, de Jove y de JoveRamírez, el capital inicial se redujo, y si a eso se une la devaluación de la
moneda, los rentistas que no acrecentaron sus patrimonios —rama de los
Jovellanos— tuvieron que vivir en la estrechez, lo que no ocurrió con la otra
rama, de los Jove-Ramírez, que lo incrementó, especialmente mediante matrimonios ventajosos.
25
Bartolomé Maura Montaner
Retrato de Juan Agustín Ceán
Bermúdez (1749-1829)
1875
Grabado por Maura según el
original de Goya
Biblioteca Nacional de España
Paje, secretario, amigo y
primer biógrafo: todo esto fue
Ceán de Jovellanos desde los
quince años. Pero en materias
artísticas, la autoridad de Ceán
es determinante: autor de los
ocho volúmenes del
Diccionario histórico de los
más ilustres profesores de las
Bellas Artes en España, el
primer ensayo moderno de una
historia del arte español, a él
debe en buena parte la
formación de la colección de
dibujos del Instituto.
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Dejando aparte lo dicho, es preciso referirse a que, a pesar de la importancia del
resto de esos enlaces familiares que reseña Somoza y del hecho de que la familia de
Jove primero y de Jovellanos después ostentase los títulos hereditarios de alférez
mayor de Gijón y regidor perpetuo de la villa, comprados cuando Felipe II enajenó
cargos concejiles, su situación económica era apurada, como él mismo reconoce en
dichas Memorias, al hablar «de lo reducido del mayorazgo familiar y de las estrecheces que tuvieron que soportar su abuelo don Andrés y su padre don Francisco Gregorio». Se convino el matrimonio de éste con una hija de los marqueses de San
Esteban, doña Francisca Apolinaria de Jove-Ramírez de Miranda, «señora de grande
hermosura, virtud y dulzura de carácter, [...]. Amó tanto [él] a su mujer y era de una
imaginación tan viva, que hacia los años de 1746 padeció una verdadera enfermedad
de celos [...], a pesar de la virtud y recogimiento de su digna esposa [...], que le hizo
padecer por espacio de algunos meses terribles fiebres, fuertes hipocondrías y otros
extraordinarios síntomas; pero vuelto luego en sí refería con singular chiste los pasajes de esta temporada». Aun así, «los últimos años de la vida de don Francisco Gregorio fueron muy amargos».
Estas circunstancias tuvieron que pesar en la niñez y adolescencia del joven
Gaspar, que seguro que se daba cuenta de las singularidades por las que pasaba la
vida familiar cotidiana. Este matrimonio tuvo numerosos hijos. De los que sobrevivieron, el primero, llamado Miguel, murió de mal de amores, al enamorarse de
una criada de singular belleza que había en la casa, llamada La encantadora y, al
darse cuenta de que era un amor imposible, «una terrible pasión de ánimo le condujo al sepulcro en la flor de los años». Se ve que los transportes amorosos se dieron con alguna frecuencia dentro de los muros de su casa.
Le siguió otro hijo, llamado Alonso, marino de guerra, que murió joven, del
vómito negro. Tras él venía Francisco de Paula, que fue el hermano al que más quiso
Gaspar. Ascendido a capitán de fragata, se convino su matrimonio «con doña María
Gertrudis del Busto y Miranda, señora de ilustre nacimiento, que acababa de heredar en la villa de Pravia un decente mayorazgo».
Capitán de navío, solicitó el retiro y pasó a vivir a Gijón. Aquí tomó posesión
del título de alférez mayor, y acometió una serie de obras públicas importantes que
su hermano Gaspar describe con detalle, y a las que éste no fue ajeno sino verdadero inspirador, en su Plan General de Mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón
(1782). Fue nombrado Francisco de Paula primer director de la obra más querida
de Gaspar, el Real Instituto Asturiano, cedió para su alojamiento mientras se llevaba
a cabo la correspondiente edificación, su casa del Forno, enfrente de la suya en que
vivía, y fue profesor de matemáticas de dicho centro.
A la vuelta de Jovellanos a Gijón, en el verano en 1790, en lo que constituía el
que se llamaría «disimulado destierro», le acogió en la casa familiar, incluida en el
Francisco de Goya
Retrato de Jovellanos, con el
arenal de San Lorenzo al fondo
1780-1783
Museo Nacional Colegio de San
Gregorio. Valladolid
Depositado en Museo de Bellas
Artes de Asturias
Se trata de uno de los primeros
retratos de Goya en Madrid,
encargado por Jovellanos con
motivo de su ingreso en el
Consejo de las Órdenes
Militares. El retrato estuvo en
su casa familiar desde 1783
hasta 1946 y funcionó como
imagen de referencia de
nuestro ilustrado hasta las
últimas décadas, pues el de
1797 se mantuvo en manos
privadas hasta 1974.
mayorazgo de Paula, quien «le destinó unas piezas decentes y capaces de la misma
casa en que había nacido, para su habitación y estudio; y en ellas colocó sus libros
y papeles» —Ceán Bermúdez—. En esta casa se ofrecían con frecuencia, al atardecer, refrescos, consistentes en jícaras de chocolate, con agua helada, con esponjados
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Francisco Bayeu
(copia de A. R. Mengs)
Pedro Rodríguez de
Campomanes, Conde de
Campomanes (1723-1802)
1777
Real Academia de la Historia.
Madrid
El presidente del Consejo de
Castilla y director de la
Academia de la Historia fue
impulsor de la industria, la
agricultura y las Sociedades
Económicas de Amigos del
País, y protector de Jovellanos
en Sevilla y Madrid: participó
en su promoción académica y
política, hasta que se
distanciaron a raíz del caso
Cabarrús. Jovellanos
desilusionado escribe: «Le
hemos visto, en una palabra,
hecho el defensor de todos los
errores, como el satélite de
todas las tiranías. ¡Infeliz...!»
(azucarillos) y dulces, para corresponder a otras invitaciones semejantes. También
se daban, en ocasiones especiales, comidas muy concurridas, de hasta 60 personas,
con una abundancia de platos, propia de la época, que hoy nos asombra.
Redactaba, Jovellanos, en la torre nueva, los informes que le encargaban oficialmente sobre la Ley Agraria, las minas, la carretera de Castilla, etc., y despachaba un
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abundantísimo correo, que le mantenía informado de lo que ocurría en la corte,
principalmente. Ceán Bermúdez nos lo pinta en aquellos años, de otoño de 1790 a
marzo de 1801, con una lectura diaria de dos horas en libros que también extractaba, con una o dos estancias diarias en el Instituto —inaugurado en enero de
1794—; recibía visitas, paseaba a larga distancia por los campos y arboledas, observando la variedad y progresos de la naturaleza en las estaciones, cuidando de la conservación de los árboles y preguntando a los aldeanos por los cultivos y las cosechas
para luego tomar nota en el Diario, en el que apuntaba también el estado meteorológico de cada día; además, paseaba por el arenal de la playa de San Lorenzo, por el
puerto y por las calles de la villa.
Sus problemas con Gertrudis empezaron cuando, muerto Paula, tuvo que
liquidar con ella la sucesión en el mayorazgo, que correspondía a Gaspar, y la fijación de una renta a la viuda. Pero en vida de Paula sí tuvo un problema mucho más
desagradable, derivado de que éste embarazó a la criada mayor de la casa, Manuela
García Argüelles —siguen los amoríos, en este caso, puramente carnales— y para
que Gertrudis, que además no había tenido hijos, no se enterase, Gaspar dejó correr
por el pueblo la versión de que el hijo era suyo; hizo salir de la casa a la criada, de
conformidad con la madre de ésta, a la que entregó dos monedas de oro, se ocupó
de lo que llama la lactación y crianza de la criatura hasta el punto de que, bastantes
años después, en sus testamentos, ordena un legado para atender las necesidades de
Manuela y de su hijo.
Después de Gaspar nació Gregorio, que murió gloriosamente en el asedio de
Gibraltar en el año de 1780. De sus hermanas, la mayor era Benita Antonia, de la
que Jovellanos dejó un retrato impagable, por su rara sinceridad: «cuanto agravió
la naturaleza en su figura, que es a la verdad poco recomendable, la favoreció en las
dotes de su alma, que son las más sobresalientes». Casó con el quinto conde de Marcel de Peñalba, viudo ya dos veces. Joseph Townsend, en su Viaje a España hecho en
los años 1786 y 1787, cuenta el viaje que, desde Oviedo, hizo a Luanco con Rodrigo,
hijo de anterior matrimonio, y cuya esposa aparece allí fumando un cigarro liado
por un hombre que estaba de visita, entre nubes de humo. Jovellanos pagaba una
cantidad importante, precio del tabaco que consumía su otra hermana, monja, la
madre San Juan, en el convento; no parece que él fumase, pero sí que aspiraba rapé
a la moda de la época. Él disfrutaba mucho con los juegos de manos que hacía Juanín, hijo de Rodrigo.
Del matrimonio, en 1758, de Benita Antonia con el conde de Marcel de
Peñalba, fallecido en 1770, quedaron tres hijos y tres hijas. De los hijos, el mayor,
Baltasar Ramón, sucedió a Jovellanos en el mayorazgo y fue su heredero universal
—salvo legados— de los bienes libres; de él dice Jovellanos que «dedicado por sus
padres a la carrera eclesiástica y nombrado canónigo dignidad de arcediano de
Francisco de Goya
Retrato de fray Juan Fernández
de Rojas
1800-1815
Real Academia de la Historia.
Madrid
Liseno, destacado poeta
anacreóntico del grupo
salmantino y notable escritor
satírico, autor de un viaje a
Crotalópolis en que se critica a
pedantes, petimetres y falsos
eruditos. Jovellanos le propuso
el plan de una comedia pastoril
que Rojas no llegó a realizar.
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Babia, hoy provincia de León, de la Iglesia Catedral de Oviedo, sintiòse repugnante
al sacerdocio, renunció a sus prebendas, permutándolas por un beneficio simple
[no llevaba consigo cura de almas], que hoy es mi sucesor y vive conmigo». Este
buen señor reconoció a una hija suya —¿sacrílega?—, que usó el nombre y apellidos de Francisca Cienfuegos Jovellanos y Naval, era conocida por doña Paca, y
parece que Somoza escribió una vida de ella, desaparecida. En cualquier caso, fue
dueña, durante más de treinta años de los bienes de Jovellanos y, parece ser, culpable en gran parte de la desaparición de muchos documentos del archivo de Jovellanos, con el consiguiente perjuicio. No tuvo hijos.
El siguiente hijo de Benita Antonia fue José María Ignacio González de Cienfuegos y Jovellanos. Capitán general de Cuba, fundó allí la ciudad de Cienfuegos. El
tercero fue Francisco Javier. Fue canónigo de Sevilla. Durante la década ominosa fue
nombrado arzobispo de Sevilla en 1824, y cardenal el año siguiente. Otras hermanas fueron Juana Jacinta, casada dos veces, la primera con un viejo rico, que le dejó
toda su herencia no vinculada, y la segunda vez se casó a su gusto; murió joven; y
Catalina de Siena, que lo hizo con un comerciante de Nava, con el que fue infeliz.
La cuarta y última de los hermanas de Jovellanos fue Josefa, a la que dedica muchas
líneas de las Memorias familiares (1810), dada en matrimonio a don Domingo
González de Argandona, procurador general en Corte del Principado de Asturias.
Era la poetisa en bable, la Argandona. Después de viuda, en Oviedo, se dedicaba a
asistir y consolar a las mujeres que estaban reclusas en la cárcel y en la galera, a las
dolientes en el hospital, y lo hacía con toda discreción. Profesó, contra la voluntad
de Gaspar, en el convento de las monjas agustinas recoletas, de Gijón. Su vida en él
fue ejemplarísima.
A pesar de estar inmersos en esa incómoda situación, lo que no cabe duda es
que las relaciones familiares, aunque los patrimonios fuesen pequeños, sí eran eficaces. Es ahí donde el entorno familiar se relaciona con la vida pública de Jovellanos. Pues el instrumento era la recomendación a través de las redes familiares. Así
obtuvo Jovellanos el beneficio simple diaconil de San Bartolomé de Nava, que no
llevaba más obligaciones que las de recibir la primera tonsura, lo que tuvo lugar
cuando tenía 13 años, y de rezar el oficio divino. Comenzó después el estudio de las
leyes y cánones en el palacio del obispo de Ávila, Romualdo Velarde y Cienfuegos,
que se había convertido, como dice Gaspar Gómez de la Serna, en seminario de
asturianos en el corazón de Castilla.
El venerable obispo, como le llama Ceán, además de que la estancia y estudios
de Jovellanos en Ávila fuesen gratuitos, le concedió la institución canónica del préstamo de Navalperal en 1761 y del beneficio simple de Horcajada en 1763; después
de obtener los grados de bachiller y de licenciado en leyes y cánones en las Universidades de Ávila y Osma, le trasladó a la Universidad de Alcalá de Henares, propor-
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Antonio Carnicero
Retrato de Manuel Godoy
y Álvarez de Faria, Príncipe
de la Paz
Hacia 1795-1796
Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando. Madrid
El guardia de corps que llegó a
Secretario del Despacho de
Estado de Carlos IV era
considerado por Jovellanos la
clave para conservar el proyecto
reformista de Carlos III.
Godoy nombró a Jovellanos
ministro; aunque también se
le responsabiliza de su
posterior desgracia, lo único
cierto es que nada hizo por
liberarle de su encierro en
Bellver. Diferencias de peso en
materia de moralidad
impidieron una franca relación
entre ambos. Este retrato se
considera uno de los mejores
de Carnicero: formaba parte
de la propia colección de
Godoy, y representa al joven
Primer Ministro como Príncipe
de la Paz.
cionándole una beca de canonista con voto en el insigne Colegio Mayor de San
Ildelfonso, si bien tuvo que superar con éxito una oposición para ingresar, éxito que
no obtuvo cuando optó a una cátedra de cánones.
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Anónimo
Retratos de Francisco Bernaldo
de Quirós, VI marqués de
Camposagrado, y su esposa
Jacoba de Valdés Inclán
Copias de comienzos del s. XX
Colección particular
Camposagrado y Jovellanos
colaboraron estrechamente en
Asturias en los años 90,
cuando se encomendó al
marqués el mando del
Regimiento de Nobles y fue
nombrado procurador general:
«¡Cómo trabaja el pobre
marqués! Pocos que le
ayuden». Ambos fueron luego
vocales por la Junta General del
Principado en la Junta Central
(1808-1810).
Pasó luego a Madrid para pretender un destino, para lo que solicitó ser recibido
por el que Jovellanos llama «el tío sumiller» de Corps, José Fernández de Miranda
Ponce de León, duque de Losada, personaje muy importante en la corte de Carlos
III, que era primo carnal de la madre de Jovellanos; pero que no acaba de recibirle,
quizás porque le considerase un pariente poco importante. Lo cierto es que según
cuenta Carlos González de Posada en sus Memorias para [la] biografía del señor
Jovellanos, la «marquesita de N.», cuya identidad se desconoce, eligió a Jovellanos
para que fuera su pareja en las máscaras de Carnaval de aquel año 1767, y le llevaba
en su coche a los paseos públicos, provocando, sin saberlo, los celos del duque de
Losada, por este cortejo, hasta el punto de preguntarle él a ella, incomodado, por «el
hopalandas que la acompañaba». Al aclararle que era sobrino de él, el duque le dice
que «se vea conmigo y sepa yo lo que quiere». Pensó pedir la canonjía doctoral de
la catedral de Tuy, pero acabó solicitando un puesto de magistrado, que alcanzó al
segundo intento por medio del duque de Losada y del conde de Aranda. Nos preguntamos hoy: ¿quién sería esa marquesita anónima que es imposible identificar?
Ella contribuyó mucho a cambiar el rumbo de la vida de Jovellanos.
Termina así lo que cabría llamar vida oculta de Jovellanos, estudiante del montón, en universidades de poca categoría, salvo la de Alcalá de Henares. Hasta entonces había sido un joven gris, vástago de una familia preocupada por mantener sus
pujos de grandeza, aunque estrecha de medios económicos, obediente al destino ecle-
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siástico que le marcara la vocación que habían elegido otros para él, pero dócil, con
observancia de las devociones obligatorias, estudiante de manera discontinua, primero en centros poco prestigiosos, buscando una titulación fácil de obtener, para acabar en la Universidad Complutense, sin ganar en ella grado nuevo alguno, ni la cátedra
que pretendió, con una preparación que él mismo calificó de pésima, abandonando
con la mayor facilidad su supuesta inclinación eclesiástica. Esto sirve para descubrir lo
endeble de ésta, que cambia por una carrera en la magistratura sin ninguna otra preparación ni ejercicio de adaptación, cuando una y otra exigen, para su fiel desempeño,
sentirse llamado por una clara vocación; y todo ello basado en los privilegios del estamento al que pertenecía por su nacimiento. Nada llevaba a apostar por que llegase a
alcanzar un futuro destacado, el que su amigo Posada nos pinta en Alcalá de Henares
como autor de versos que cantaba con acompañamiento de guitarra.
2. Empieza la vida pública. Alcalde y oidor de la Audiencia de Sevilla (1768-1778)
Pero ese joven, de cuya adolescencia y juventud sabemos poco, seguramente porque
lo anodino de su existencia hasta entonces daba poco que contar, llevaba dentro de
sí, como un fuego interior, un fondo personal que maduraría enseguida bajo los
ardores del sol sevillano. Empieza entonces la vida pública de Jovellanos, que sorprenderá por su brillantez y su ejemplaridad. Todos los biógrafos de Jovellanos se
detienen aquí a recoger la conocida anécdota, en la que, al ir a despedirse Jovellanos
del conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla, le ordenó que no usase la
peluca de magistrado y dejase su pelo a la vista. Ceán lo describe así:
Era, pues, de estatura proporcionada, más alto que bajo, cuerpo airoso,
cabeza erguida, blanco y rojo [rubio], ojos vivos, piernas y brazos bien
hechos, pies y manos como de dama y pisaba firme y decorosamente por
naturaleza, aunque algunos creían que por afectación. Era limpio y aseado en
el vestir, sobrio en el comer y beber y atento y comedido en el trato familiar,
al que arrastraba con voz agradable y bien modulada, y con una elegante
persuasiva [sic] de todas las personas de ambos sexos que le procuraban; y
si alguna vez se distinguía con el bello, era con las de lustre, talento y educación, pero jamás con las necias y de mala conducta. Sobre todo, era generoso, magnífico y aun pródigo en sus cortas facultades; religioso sin
preocupación, ingenuo y sencillo, amante de la verdad, del orden y de la justicia; firme en sus resoluciones, pero siempre suave y benigno con los desvalidos; constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores, incansable
en el estudio y duro y fuerte en el trabajo. Éstas eran la figura y prendas del
joven don Gaspar cuando partió conmigo de Madrid para Sevilla el 18 de
marzo de aquel año [1768].
33
[1]
Francisco de Goya
Retrato de Francisco
de Cabarrús (1752-1810)
1788
Colección Banco de España
La amistad de Jovellanos y el
promotor del Banco Nacional
de San Carlos comenzó en la
tertulia de Campomanes.
Acusado de mala gestión, cayó
en desgracia, y con él
Jovellanos, que defendió su
inocencia. Su amistad sólo se
rompió cuando Cabarrús aceptó
la cartera de Hacienda con
José I: «desde que dejó de ser
amigo de mi patria, dejó de
serlo mío».
[2]
Ángel Pérez Díaz
Retrato de José Antonio Sampil
y Labiades (1756-1829)
Hacia 1798-1801
Museo de Bellas Artes de
Asturias. Oviedo
El capellán y mayordomo de la
casa de Jovellanos era un
presbítero ilustrado
comprometido con la vida del
campesinado; se le representa
aquí con sus traducciones de
Rozier El jardinero instruido y
el Nuevo plan de colmenas
(1798). Su intercesión ante
Carlos IV con motivo del arresto
de Jovellanos le costó cuatro
meses de encierro y el destierro
en su villa natal, Mieres del
Camino.
34
Pronto se quejó a Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, de que le pagaban, al principio, la mitad del sueldo que le correspondía, con lo que no podía mantenerse, problema que pronto se resolvió por sí solo. Pero, por otra parte, dejó de
percibir, por su voluntad, porque él no los aprobaba, otros derechos que le pertenecían según práctica de los juzgados, lo que causó malestar y quejas de sus compañeros, que quedaban en mal lugar. Confiesa, con sinceridad, en su Discurso de recepción
en la Real Academia de la Historia, sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades: «entré a la jurisprudencia sin más preparación que una lógica bárbara y una metafísica estéril y confusa, en las cuales creía
entonces tener una llave maestra para penetrar al santuario de las ciencias»; por lo
que, «para instruirse don Gaspar en la práctica forense y en el sistema de la Audiencia, se valió del respetable marqués de San Bartolomé [del Monte], ministro antiguo
en ella» —Ceán.
Francisco Aguilar Piñal, por su parte, ha publicado el Yndice de los libros y Ms.
que posee don Gaspar de Jovellanos y Ramirez, del Consejo de S.M. y su alcalde de Casa
y Corte. Hecho en Sevilla a 28 de septiembre de 1778, en el que se nos revela, a sus 34
años, como un exquisito bibliófilo, pues contenía las más importantes obras de
jurisprudencia, economía, historia y bellas artes, de autores españoles y extranjeros
entonces conocidos. Fruto de su interés por la economía fueron sus intervenciones
en la Sociedad Patriótica de Amigos del País de Sevilla, de la que fue socio fundador
en 1775, y nombrado secretario de la Comisión de Industria, Comercio y Navegación. Tomó parte activa en el establecimiento de Escuelas Patrióticas para enseñar el
hilado del lino, lana y algodón a niñas pobres, y de un hospicio, y fue autor de una
proposición para el establecimiento de otra Sociedad Económica en Cádiz.
En el sonoro proceso que siguió la Inquisición contra Pablo de Olavide, asistente
de Sevilla, Jovellanos, que era amigo suyo y miembro de su tertulia, contestó con
gran habilidad como testigo, para no perjudicarle, sin faltar a la verdad. Que Jovellanos ya no estaba conforme con la Inquisición y sus métodos lo demuestra una
carta que le dirigió, en un tono del que se deduce que los dos pensaban igual, desde
Sevilla a Madrid el 25 de agosto de 1781, un misterioso F. Miguel (creo que era fray
Miguel de Miras, Mireo) en la que éste le cuenta con crudeza un auto de fe celebrado
allí el día anterior, en el que se le dio garrote y después se quemó el cadáver de una
beata, perseguida por iluminada o alumbrada.
Aparte de poesía, especialmente amorosa, y a veces apasionada, sin que se sepa
quiénes eran sus destinatarias —«¡descífrenlo los eruditos sevillanos!», escribió
Somoza—, Jovellanos escribió teatro en Sevilla: El delincuente honrado —comedia
lacrimosa—, fruto de un concurso celebrado en la tertulia de Olavide, y que tuvo un
gran éxito durante sus primeros treinta años aproximadamente; y La muerte de
Munuza o Pelayo. En mayo de 2007 se dio a conocer el hallazgo, en la biblioteca del
[1]
[2]
monasterio de San Millán de Yuso (La Rioja), de un manuscrito con una traducción de
la tragedia Iphigenia, de Racine, hecha por Jovellanos en Sevilla. A mediados de agosto
de 1778, se le nombraba a Jovellanos alcalde de Casa y Corte. Según Ceán, «arrancó de
Sevilla bañado en lágrimas, dejando en igual situación a sus compañeros».
3. Jovellanos en la corte. Alcalde de Casa y Corte, consejero de Órdenes, etc. (1778-1790)
A pesar del recibimiento efusivo que tuvo Jovellanos en Madrid por parte de sus
parientes —los Valdecarzana y los Casa-Tremañes— y amigos —como Campomanes, que le atrajo enseguida a su importante tertulia—, de que ya antes de dejar
Sevilla había sido designado individuo de mérito por la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, y de que Campomanes obtuvo enseguida de la Real Acade-
35
[Pág. 37]
Francisco de Goya
Retrato de Juan Meléndez
Valdés
1797
Colección Banesto
Batilo y Jovino, ambos
ilustrados, magistrados y
poetas, compartieron en la
distancia afanes reformistas,
aficiones literarias e incluso
destierro, hasta que se situaran
en bandos opuestos durante la
guerra de independencia.
Según Quintana, el más
emblemático poeta del siglo
«pertenece a esa clase de
hombres respetables que
esperan del adelantamiento de
la razón la mejora de la especie
humana». Falleció exiliado en
Montpellier en 1817.
36
mia de la Historia su nombramiento de individuo supernumerario, las funciones
del cargo de alcalde de Casa y Corte le molestaban mucho.
Nuevamente aparecen las recomendaciones de parientes y amigos, «que no
podían tolerar que siguiera por más tiempo en aquella plaza, y solicitaban que
cuanto antes se le trasladase a otra del Consejo de Órdenes, lo que en efecto consiguieron al año y medio de ser alcalde». Se comprende el enojo de Jovellanos,
cuando, en el desempeño de esa alcaldía tuvo que emitir informes dirigidos al Consejo de Castilla sobre la distribución de la sopa boba en los conventos y sobre el
abasto de huevos en Madrid, por ejemplo. Jovellanos fue designado ministro de
Consejo de las Órdenes Militares el 25 de abril de 1780. En 1783, fue designado
miembro de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas, para la que emitió diversos informes. En la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, llegó a ser
director de la misma, y en ésta, con independencia del Informe sobre la ley Agraria,
posterior, entre 1783 y 1790 redactó informes sobre el uso de abonos, el proyecto
de montepío de hidalgos de la corte, la libertad de comercio de granos, la oportunidad de publicar una gaceta económica, las causas de la decadencia de las sociedades económicas, de cuya misión era un entusiasta propagandista; redactó el Elogio
de Carlos III, el Elogio de don Ventura Rodríguez, el Elogio del marqués de los Llanos
de Alguazas; el dictamen sobre la admisión y participación de damas en la Sociedad
—favorable—, etc.
Su labor en la Real Academia de la Historia, aparte del contenido de su discurso
de ingreso, fue abundante: los informes sobre las sepulturas, la censura de muchos
libros remitidos por el Consejo de Castilla y su participación en el Diccionario Geográfico de España. En 1790 presenta la primera versión del Informe sobre juegos,
espectáculos y diversiones públicas. Ingresó en la Real Academia Española con un
Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua para comprender el espíritu de la
legislación, y vivió un incidente con razón de la Felicitación de la Academia al señor
don Carlos III con motivo del nacimiento de sus nietos don Carlos y don Felipe, en el
que fue objeto de una desconsideración, que le afectó y le alejó de las sesiones de la
Academia. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando pronunció su Elogio de las Bellas Artes, que es en realidad una historia del desarrollo de éstas en
España, en la que muestra una notable admiración por el arte gótico, que le coloca
como precursor de las ideas que triunfarían con el Romanticismo en esa materia.
También perteneció a las Reales Academias de Cánones, Liturgia, Historia y Disciplina Eclesiástica, y de Derecho Público y Patrio.
Fue este decenio, entre 1780 y 1790, una época feliz para Jovellanos, que ocupaba un papel destacado en la corte por los cargos que desempeñaba con eficiencia, lo que no le impedía intervenir también en polémicas literarias, ser miembro
de las Reales Academias citadas y acudir a tertulias de personas muy importantes,
37
José María Galván
Retrato de Leandro Fernández
de Moratín (1760-1828)
Hacia 1868
Calcografía Nacional. Real
Academia de Bellas Artes de
San Fernando. Madrid
El más relevante dramaturgo
del siglo inició sus frecuentes
viajes por las cortes europeas
que tanto contribuirían a su
formación intelectual como
secretario de Cabarrús, gracias
a la recomendación de
Jovellanos. Inarco transformó la
escena nacional con una
innovadora comedia neoclásica
que vehiculaba la nueva
mentalidad ilustrada. Su obra
de referencia, el afamado sí de
las niñas.
38
como la de Campomanes, con el que había llegado a alcanzar gran predicamento
como colaborador suyo en la Academia de la Historia, y donde conoció a Francisco
Cabarrús; y la de la condesa del Montijo, frecuentada por personas de mucho
relieve —Antonio Tavira, Antonio Palafox, Estanislao de Lugo, marido secreto de
dicha condesa, Juan Meléndez Valdés, José de Vargas Ponce, Martín Fernández de
Navarrete, Mariano Luís de Urquijo...
La publicación de sus Sátiras contribuyó, según Ángel del Río, a la incubación
de un ambiente desfavorable a Jovellanos en algunas esferas de poder, que acabó
por explotar con ocasión del inicio de las persecuciones del que, para él, era su
amigo, por excelencia, el financiero francés al servicio de España, conde de Cabarrús. Jovellanos, que en agosto de 1790 se encontraba en Salamanca, al enterarse de
la persecución que sufría Cabarrús en la corte, regresa a allí y con el pretexto injustificado de que lo había hecho sin permiso —lo que no era cierto, porque él se había
preocupado de obtenerlo—, acompaña a Cabarrús en su desgracia y trata de obtener su libertad, y aunque no fue como éste, encarcelado, se le ordenó que saliese en
seguida de la corte para terminar los asuntos que tenía pendientes en Salamanca, y
que pasase inmediatamente a Asturias a cumplir la comisión que tenía encomendada sobre las minas de carbón de piedra.
Durante este incidente sufrió una de las mayores decepciones de su vida, al no
conseguir que le recibiera Campomanes para que éste intercediera por Cabarrús.
Esto le produjo un disgusto tan grande, que le alejó, prácticamente para siempre,
de quien había sido su protector durante muchos años, que perdió para siempre el
aprecio y agradecimiento que le debía y le venía prestando.
4. El destierro disimulado (1790-1797)
Estos años de 1790 a 1797 han sido calificados por algunos biógrafos de Jovellanos
como «los felices años de Gijón», pintándolo como muy contento desempeñando
las comisiones que había recibido, alejado de la corte y dichoso con la creación del
Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, inaugurado en Gijón en 1794.
No comparto esta opinión, pues de la lectura de su epistolario y del Diario se desprende que necesitaba imperiosamente una prueba de haber recuperado el real
aprecio, que, visiblemente ante el público y ante sí mismo, había perdido al sufrir
lo que se ha llamado un destierro disimulado; y esa prueba no podía ser sólo honorífica, sino efectiva, con traslado a Madrid, pues cuando le conceden en diciembre
de 1794 «los honores y antigüedad del Consejo de Castilla», su disgusto se incrementa y escribe: «¡Brava cosa! Avergonzaríame de haberlo pretendido. ¿No pude
haber tenido plaza en aquel Consejo diez años ha?» Lo cierto es que, no mucho
tiempo antes, se había interesado por una plaza, precisamente, de consejero de Castilla. Esto se ve con claridad en las cartas que escribe a sus amigos: a Arias de Saa-
Francisco de Goya
Retrato de Leandro Fernández
de Moratín
1799
Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando
vedra, a Cabarrús, a Llaguno; y hasta a Godoy, ascendido a la total privanza real después de la marcha de Madrid de Jovellanos, y al que le ofrece sus servicios. Además,
Jovellanos presentó, sin éxito, el 3 de junio de 1792, su candidatura a la dirección
de los Reales Estudios de San Isidro, de Madrid. O sea que Jovellanos deseaba
entonces, sin género de dudas, regresar a la corte, dígase lo que se quiera.
39
40
Mientras tanto siguió trabajando en sus Informes mineros. El Instituto Asturiano se inauguró en 1794, y constituye el triunfo de sus ideas de implantación de
unas enseñanzas prácticas que, alejadas de las teorías del escolasticismo decadente
que prosperaba en las universidades, dotasen de conocimientos prácticos para que
sus alumnos obtuviesen la preparación precisa para desarrollar con acierto las profesiones para las que fue creado: la explotación racional de las minas y el transporte
marítimo. En estos años, como subdelegado de caminos en Asturias, Jovellanos trabajó intensamente en el trazado de la carretera de Oviedo a León, a través del
puerto de Pajares, hasta con un auténtico esfuerzo físico, soportando los rigores del
invierno más crudo, para fijar personalmente la línea que debía llevar la carretera
desde Pajares hasta Oviedo.
Lo que realmente constituyó su obra de gran empeño fue la redacción, en nombre de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, del Informe en el expediente de Ley Agraria. En ella, censura la amortización, tanto la eclesiástica como la
civil. En cuanto a la primera, sugiere al rey que encargue a los prelados que promuevan la enajenación de sus propiedades territoriales. Estas medidas tan inocentes,
porque no eran coactivas, fueron las que originaron, básicamente, que Jovellanos
fuese presentado como enemigo de la Iglesia, hasta producir dos consecuencias que
él nunca había deseado: la inclusión de este Informe en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia en 1825, después de su muerte, del que no saldría hasta los años
de 1940, y la presentación de Jovellanos como impío, enemigo de la Iglesia y hasta
masón —esto por iniciativa de los propios masones, que trataron de apropiárselo—, hecho totalmente falso, imposible de demostrar.
[Pág. 40]
Francisco de Goya
Retrato de José Vargas Ponce
1805
Real Academia de la Historia.
Madrid
Polifacético ilustrado, marino,
poeta, dramaturgo, director de
la Academia de la Historia,
autor de la Descripción de las
islas Pithiusas y Baleares, un
Plan de educación para la
nobleza y de La instrucción
pública, único y seguro medio
de la prosperidad del Estado.
Su querido y admirado
Jovellanos, quien le ayudó con
el plan de su Disertación contra
las corridas de toros, decía de
Vargas que era de «corazón
sensible e imaginación
ardiente».
5. Jovellanos, embajador y ministro (1797-1798)
Jovellanos regresaba a Gijón y se había retirado a descansar en Pola de Lena el 16
de octubre de 1797, cuando recibe el nombramiento de embajador de España en
Rusia, que le sorprendió mucho y le desagradó por el enorme trastorno que suponía en su vida.
Cuando llega a Gijón todo son enhorabuenas, pero, de tener que marchar de su
villa natal, habría preferido otro destino más próximo y más adecuado a sus conocimientos. Así las cosas, el 13 de noviembre le llega otra noticia inesperada, el nombramiento de secretario de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, que le
trastorna de nuevo y le hace escribir en su Diario:
[...] voy a entrar en una carrera difícil, turbulenta, peligrosa [...], mi consuelo
es la esperanza de comprar con ella la restauración del dulce retiro, en que
escribo esto. Haré el bien, evitaré el mal que pueda. ¡Dichoso si conservo el
amor y opinión del público que pude ganar en la vida oscura y privada!
41
El 15 de noviembre, de madrugada, salió de Gijón, y llegó al puerto de Guadarrama a los seis días, a las 9 de la noche, donde, al poco tiempo, aparece su amigo
Cabarrús, que había salido a su encuentro, después de estar más de siete años sin
verse. Dice Ceán: «¡Cuál sería la sorpresa y la ternura de aquella entrevista! ¡Y cuál
el horror y abatimiento de don Gaspar con la pintura que le hizo el conde del estado
en que se hallaba la corte! Toda la noche pasaron sin dormir». El 22 de noviembre
escribe en el Diario:
[...] sin vestir, a la casa del Ministerio; no se puede evitar el ver algunas gentes; me apura la indecencia del traje. Conversación con C[abarrús] y S[aavedra]; todo amenaza una ruina próxima que nos envuelva a todos; crece mi
confusión y aflicción de espíritu. El príncipe [de la Paz, Godoy] nos llama a
comer a su casa. A su lado derecho, la princesa [su esposa, la condesa de Chinchón]; al lado izquierdo, en el costado, la Pepita Tudó [la amante de Godoy]
[...]. Este espectáculo acabó mi desconcierto; mi alma no puede sufrirle; ni
comí, ni hablé, ni pude sosegar mi espíritu; huí de allí...
Aquí el Diario se interrumpe durante todo el período del Ministerio, hasta después del cese, el 15 de agosto de 1798. Dice entonces: «escribo con anteojos que ¡tal se
ha degradado mi vista en este intermedio! ¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero
serán omitidas o dichas separadamente». Al final, fueron omitidas, por lo que se perdió un testimonio importantísimo de lo que pasó en aquellos nueve meses escasos.
Tan corto espacio de tiempo en el Ministerio no permitió que se cumpliesen las
esperanzas que estaban puestas en Jovellanos, a lo que se unieron las asechanzas de
que fue víctima en ese período. No obstante, como huellas importantes de su actuación ministerial deben mencionarse las que se refieren a un informe sobre lo que era
el Tribunal de la Inquisición, a la que dedica las más duras críticas. Jovellanos trató,
durante su estancia en el Ministerio, de abordar una reforma de los estudios universitarios, que se hallaban sumidos en gran decadencia: sólo se estudiaba, y en
latín, la filosofía aristotélica, la teología y el derecho canónico, muy poco de derecho español vigente y una medicina anticuada; se negaba la entrada a las ciencias
experimentales y a los avances científicos de los últimos siglos, aunque había también una minoría ilustrada de docentes, que deseaba profundamente las reformas.
Jovellanos fue encargado por Godoy de abordar estos problemas, y, para ello,
teniendo en cuenta que la Universidad de Salamanca era de fundación pontificia,
por lo que dependía del obispo de aquella diócesis, aprovechó que ésta estaba
vacante en la primavera de 1798, para promover a ella a su amigo el obispo de Osma,
Antonio Tariva, de espíritu reformista. Dijo de él: «es nuestro Bossuet y debe ser el
reformador de nuestra Sorbona». Igualmente, por el cese de Jovellanos en el Minis-
42
Andrés de la Calleja
Retrato de doña María
Francisca de Sales
Portocarrero, condesa del
Montijo
1767
Colección Duquesa de Alba.
Madrid
Esta ilustrada presidía la
conocida tertulia madrileña
donde Jovellanos entró en
contacto con el círculo llamado
jansenista. Allí acudían
Meléndez, Llaguno, Estala o
Urquijo. Fue secretaria de la
Junta de Damas de la Sociedad
Económica Matritense, cuya
incorporación apoyó
públicamente Jovellanos. Tuvo
problemas con la Inquisición y
fue desterrada por Godoy en
Logroño. A su muerte escribirá:
«murió la mejor mujer que
conoció España».
terio, antes incluso de que Tariva tomase posesión del obispado de Salamanca, nada
se pudo hacer por la enemiga del sucesor de Jovellanos, el marqués Caballero, a cualquier intento de reforma de la Universidad. Por otra parte, Jovellanos ordenó, el 16
de junio de 1798, que se enseñase en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid, la
43
[1]
Mariano Salvador Maella
Retrato de Antonio
de Valdés Fernández de Bazán
(1744-1816)
1794
Colección particular
El ministro de Marina fue
impulsor de la minería del
carbón y del Real Instituto
Asturiano. Por ello, un retrato
del bailío presidió este centro
y luego el Instituto Jovellanos
desde 1795 hasta 1936.
[2]
Anónimo
Retrato de Francisco
de Saavedra y Sangronís
(1746-1819)
Museo del Prado. En depósito
en la Academia de la Historia.
Ministro de Hacienda a la par
que Jovellanos lo fue de
Gracia y Justicia, ambos
sufrieron la misma suerte,
incluidos sendos intentos de
envenenamiento. La sintonía
entre ambos ministros fue tal
que Jovellanos encargó a
Goya dos retratos en 1798: el
suyo y un retrato de Saavedra,
que colocó en el estrado de
su casa.
traducción al español de la Lógica de Baldinotti, así como que se procurase ir enseñando también en nuestra lengua los demás estudios que se desarrollasen allí.
Dice Ceán Bermúdez en sus Memorias:
Comenzaron [los ministros, Jovellanos y Saavedra] a manifestar al rey en
los despachos el estado en que se hallaba la España, y la necesidad de su
pronto remedio con razones tan enérgicas y poderosas que jamás había
oído, y que le causaban admiración y espanto [...].
La reina cuando nota que el rey principia a conocer la ignorancia y
absurdos de Godoy, le llama, le instruye de todo lo que pasa, y determinan la
perdición de los dos ministros. Se ignoran los medios; pero lo cierto es que,
desde entonces y antes de salir Jovellanos del Escorial [donde estaba la corte,
diciembre de 1797] para Madrid, fue acometido de cólicos que jamás había
padecido; aquí le prosiguieron sin haberle dejado salir cuando el rey para
Aranjuez; en este real sitio llegaron a ser convulsivos, y el médico Sobral, sospechoso de la causa de su enfermedad, le obligó a beber todos los días grandes porciones de aceite de olivas, con lo que logró algún alivio; Saavedra
[ministro de Hacienda] llegó hasta los umbrales del sepulcro en San Idelfonso, esperándose por momentos los últimos días de su vida.
Este asunto, tan apasionante, se analiza en detalle en Noticia de Jovellanos y su
entorno junto con el Dictamen del Instituto de Medicina Legal de Asturias donde
se recoge:
Que don Gaspar de Jovellanos sufrió una serie de síntomas y signos clínicos, y que básicamente consistieron en: la aparición repentina de cólicos
que llegan a ser convulsivos, polineuritis (afectación de varios nervios) con
pérdida de la movilidad de antebrazo y mano dominante, estreñimiento
pertinaz y disminución de la visión por afectación neurológica (oftalmoplejía periférica). Que, en base a lo anteriormente expuesto, se puede concluir fácilmente que don Gaspar de Jovellanos sufrió un cuadro de
saturnismo (intoxicación por plomo).
En cuanto al autor material, sabemos por Ramón María Cañedo que fue un
lacayo de Jovellanos, sobornado con diez onzas de oro, «según averiguó de él mismo
poco después; y tuvo la grandeza de alma de no perseguirlo por este atentado, contentándose con echarle de casa». Queda por averiguar quién fue o quiénes fueron el
inductor o inductores. Con los elementos de juicio de que disponemos no cabe duda
de que Jovellanos fue, efectivamente, víctima de una tentativa de asesinato por enve-
44
[1]
[2]
nenamiento. Entiendo que los indicios apuntan a persona o personas muy elevadas
—la Reina y Godoy—, como se deduce claramente del silencio y pasividad de Jovellanos que, conocedor de quién era el autor material del intento, convicto y confeso,
y de la existencia e importe del soborno, no lo persiguió ante la Justicia —pues no
cabría esperar otra cosa de un magistrado tan estricto como él—, contentándose
con echarle de su casa, sin llegar a denunciar nada por escrito.
6. El cese en el Ministerio y el regreso a Gijón (1798-1801)
El 15 de agosto de 1798 Jovellanos fue exonerado de su cargo. Existen diversas hipótesis sobre las causas de su cese. Para Ceán, fueron las acusaciones de sus enemigos,
«de ateísta, hereje y enemigo declarado de la Inquisición». Para Caso, se produjo la
concurrencia de una conjura de los enemigos de Jovellanos, junto con el temor de él
mismo de perder la vida si seguía de ministro, extremo éste ya apuntado por
45
Somoza. Después de tomar las aguas en Trillo (Guadalajara) regresó a Gijón, en
donde había fallecido a primeros de agosto de 1798 su hermano Francisco de Paula,
al que quería entrañablemente, y al que sucede en el mayorazgo de la familia.
En el período que media entre su regreso a Gijón y su detención, poco más de dos
años después, Jovellanos se dedica a impulsar el Real Instituto Asturiano, especialmente
las obras del nuevo edificio, proyectado por Juan de Villanueva, autor del Museo del
Prado, para lo que tropezó con dificultades económicas, que trató de paliar mediante
la solicitud de ayudas. En el Instituto pronunció en abril de 1799 la Oración sobre el
estudio de las ciencias naturales, y el 16 de febrero de 1800 escribe en el Diario, «que la
concurrencia fue tan poca que yo determiné suprimir un Discurso que había trabajado
para dar idea de las ventajas que puede producir el estudio de la geografía». Iguales ausencias registra en sus antes concurridas tertulias diarias, que tenían lugar en la sala de la
torre nueva de su casa, de Gijón, y, en los oscureceres fríos, al calor de la chimenea, que
había hecho instalar, y en las que se tenía conversación o se jugaba a las cartas. También
escasea entonces el número de los alumnos del Instituto. Algunas fechas después deja
de llevar el Diario hasta el 20 de noviembre de 1800 y a continuación hasta el 1 de enero
de 1801, en que, abrumado e impotente, pero resignado, escribe:
[...] abrimos el siglo XIX ¿Con bueno o mal agüero? Pero al hombre le toca
obrar bien y confiar en la Providencia de su grande y piadoso Creador [...]
¿Quién podrá parar los golpes que la calumnia y la envidia dan en la oscuridad? La Providencia, que vela siempre sobre los derechos de la justicia; si
ella permite la ruina, veneremos sus altos juicios.
7. La vida cautiva (1801-1808)
El 20 de enero de 1801 escribe: «poco sueño, nubes; frío». El Diario se cierra. En la
madrugada del 17 de marzo se produce su detención. Empieza a padecer una prisión
que, del mismo modo que llamé vida oculta a la que va desde su nacimiento hasta que
sale destinado para Sevilla en 1768, y vida pública desde entonces en adelante hasta
1801, ésta que va a empezar merece el nefasto nombre de vida carcelaria o cautiva, que,
sin formación de causa ni imputación alguna, y a pesar de sus dos representaciones de
protesta dirigidas a Carlos IV, se prolongaría hasta marzo de 1808, en que le llega la
libertad de la mano del llamado, con desacierto, deseado Fernando VII, nuevo rey de
España, después del motín de Aranjuez. Esta prisión escandalizó a Europa, como lo
demuestra la carta que el almirante Nelson escribió al amigo de Jovellanos, lord
Holland, cuando éste le pidió que fuese a liberarlo, con la escuadra inglesa, a su cárcel
de Bellver, liberación que Jovellanos no habría admitido, si hubiese llegado a producirse, según le escribió a lord Holland, por estar entonces España en guerra con Inglaterra, y no admitir él ser liberado por quien era formalmente un enemigo.
46
Francisco de Goya
Retrato de José Antonio
Caballero, Marqués de
Caballero (1770-1821)
1807
Fundación Lázaro Galdiano
Caballero sucedió a Jovellanos
como secretario de Gracia y
Justicia, habiéndose levantado
la sospecha de que tuvo parte
activa en la caída del gijonés e
incluso en su encierro en
Mallorca. Defensor de las
posiciones ultramontanas y
partidario de la Inquisición, se
sumó al partido de los
«afrancesados», actuando
como consejero del gobierno
de José I.
Superada esa etapa interminable, con graves padecimientos físicos y morales,
llega el 1 de junio de 1808 a Jadraque, a la casa de su papá, Juan José Arias de Saavedra, para tratar de restablecerse; está en tan malas condiciones que, además de un
régimen médico de vida, se impone a sí mismo una «dieta de la mente»: no quiere
ni pensar, ni tiene fuerzas para ello. Allí sufre las mayores tentaciones de sus amigos
afrancesados, y hasta de los Bonaparte, Napoleón y José, pues éste le designa ministro de Interior. Algunos han dudado del patriotismo de Jovellanos en aquellos días,
pero analizada su conducta, junto con las anotaciones del Diario y las cartas que
recibe y las que escribe entonces, se puede afirmar que no aparecen pruebas de que,
en algún momento, haya pensado en unirse a los franceses, a pesar de sus halagos, y
de que anunciaban que venían a España a implantar ideas que él profesaba. Esto, a
pesar de lo escrito por Gaspar Gómez de la Serna y por Juan Velarde, con quien polemicé en la prensa con este motivo.
8. Jovellanos en la Junta Central (1808-1810)
Incorporado a la Junta Central, creada para hacer frente a la invasión napoleónica,
en septiembre de 1808, por elección de sus paisanos de Asturias, desarrolló allí una
labor intensa, recogida en su Memoria en defensa de la Junta Central, en donde
expresa su pensamiento político, basado en la existencia de una Constitución histórica, que debería ser reformada sólo en lo necesario. No estuvo conforme con algu-
47
Anónimo
Retrato de Juan Antonio
Armada y Guerra, VI Marqués
de Santa Cruz de Rivadulla
Comienzos del s. XIX
Colección particular
Juanito, primogénito de los
marqueses de Santa Cruz de
Rivadulla, en cuyo pazo se
refugió Jovellanos durante la
guerra de la independencia: «la
temporada más deliciosa que
he gozado en mi vida».
nos puntos de la Constitución de Cádiz —que se aprobó definitivamente después
de su muerte—, pues no admitía que la soberanía radicase en la nación, sino en el
rey, censuró que no se implantasen dos cámaras —una, para los representantes del
pueblo y otra para los de la nobleza y el alto clero—, así como la prisa en implantar
la libertad de imprenta, entre otros extremos. En dicha obra sienta que el poder
legislativo lo comparte el rey con el pueblo, mediante sus representantes en Cortes.
9. Jovellanos en Galicia. Regreso a Gijón y muerte (1810-1811)
Desengañado y calumniado como miembro de la Junta Central, había salido de
Cádiz rumbo a Asturias, pero una fuerte tormenta obligó al bergantín Nuestra Señora
de Covadonga, a hacer una arribada forzosa en Muros (Galicia), sin poder llegar a
Asturias en los 16 meses siguientes, hasta agosto de 1811, para buscar un puchero de
48
fabes en su casa, en los que escribió y gestionó la publicación de su Memoria en
defensa de la Junta Central, citada, en la que, además de este extremo, recoge su pensamiento político, a la vista de la situación creada por la invasión napoleónica.
Había pasado una larga temporada (abril-junio de 1811) en el pazo de los
marqueses de Santa Cruz de Rivadulla, cerca de Santiago de Compostela, que calificó como la época más feliz de su vida, invitado por la marquesa —el esposo de
ésta estaba en la Guerra de la Independencia—, a la que escribió desde Muros 18
cartas que sirven para profundizar en la psicología de Jovellanos y en la complejidad de su carácter.
La vida de Jovellanos se extingue, durante un angustioso delirio febril, en Puerto
de Vega (Navia), adonde había llegado huyendo, por mar, de las tropas francesas, el
28 de noviembre de 1811, fecha discutida. En medio de la calentura se le oye balbucear palabras que concretan sus preocupaciones hasta, incluso, en ese momento tan
dramático: su familia —«mí sobrino...»— y su vida pública —«Junta Central... La
Francia... Nación sin cabeza...»—; para terminar: «¡Desdichado de mí!»
La rectitud de su conducta hizo que Marañón escribiese en su prólogo a Los
afrancesados, de Miguel Artola. «No sabemos lo que cualquiera de nosotros hubiera
hecho de haber vivido entonces. Yo, sin embargo, creo que sí lo sé: yo no hubiera
sido ni patriota absolutista, ni liberal de los de Cádiz, ni afrancesado; yo hubiera sido
jovellanista».
bibliografía
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GÓMEZ DE LA SERNA, Gaspar, Jovellanos, el español perdido, 2 vols., Madrid, Organización Sala
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SOMOZA, Julio, Inventario de un jovellanista, Madrid, Rivadeneyra, 1901.
SOMOZA, Julio, Documentos para escribir la biografía de Jovellanos, 2 vols., Madrid, Hijos de Gómez
Fuentenebro, 1911.
VARELA TORTAJADA, Javier, Jovellanos, Madrid, Alianza, 1988.
49
Partida de defunción.
Conservada en el Archivo
de la Iglesia de Santa Marina
1811.
Arzobispado de Asturias.
Depositado en la Iglesia de
Santa Marina–Puerto de Vega
(Navia)
Ceán Bermúdez daba como
fecha de la muerte de
Jovellanos el 27 de noviembre
de 2011, y muchos la han
seguido a partir de su biografía.
Pero en la partida de defunción
se lee: «En 29 de noviembre de
1811, yo, el infrascrito, cura
propio de Santa Marina de
Puerto de Vega, di sepultura
eclesiástica al cadáver del
Excmo. Sr. D. Melchor Gaspar
de Jovellanos, soltero, natural
de Gijón; murió en el día
anterior».
50
Ángel Monasterio
Busto de Jovellanos
Real Academia de la Historia.
Madrid
El último retrato que se le
hiciera en vida se realizó en
Sevilla por encargo de Lord
Holland durante la guerra de
independencia, y fue enviado
a Londres desde Cádiz en
1809. Plenamente
neoclásico, este busto de
mármol representa al
ciudadano como un nuevo
Cicerón, de un modo realista
y sin atributos civiles o
temporales y parece imitar un
busto romano, incluso en la
mutilación de la oreja
derecha, que ya se encuentra
en el boceto.
Antonio Porta
Compás del bergantín Volante
Hacia 1800, Ferrol.
Museo Marítimo de Asturias.
Luanco
Ante la llegada de los franceses
a Gijón, Jovellanos y Pedro
Manuel de Valdés-Llanos
zarpan en el bergantín Volante.
La galerna les obliga a buscar
refugio en Puerto de Vega,
donde ambos fallecerían.
51
52
Jovellanos y la Guerra de la Independencia.
La política del equilibrio
Ignacio Fernández Sarasola. Universidad de Oviedo
La mayor parte de la actividad política y judicial de Jovellanos se desenvolvió fuera de
Asturias y no tuvo a su tierra natal como destinataria. Así, comenzó su carrera jurisdiccional en Sevilla, primero como alcalde de Cuadra de la Audiencia de Sevilla (1767)
y luego como oidor de esa misma Audiencia (1773). De allí se desplazaría a Madrid,
donde continuó sus labores judiciales como alcalde de Casa y Corte (1778) hasta su
designación como miembro del Consejo de Órdenes Militares (1780). Años más tarde
se le confió el puesto de embajador en San Petesburgo (1797), cargo que no llegaría a
ocupar al ser nombrado en esas mismas fechas ministro de Gracia y Justicia.
A pesar de esa proyección nacional, Jovellanos dedicó algunas sustanciosas reflexiones políticas y reservó parte de su esfuerzo como gobernante a su tierra natal.
Aunque su ideario político trascendió las fronteras asturianas —como, por otra
parte, decía Melquíades Álvarez que era característica de los políticos nacidos en
Asturias— no dejó de ocuparse de su hogar, sobre todo en los últimos años de su
vida, durante la desoladora guerra de la Independencia.
[pág. 52]
Francisco de Goya
Jovellanos, representante de Asturias en la Junta Central
En 1808, la situación política española resultaba caótica. Aislados Carlos IV y Fernando VII en Bayona, plaza a la que habían acudido en respuesta al llamamiento de
Napoleón, la vacancia en el trono impulsó a las provincias a formar juntas revolucionarias que se encargaron de adoptar en sus territorios las medidas pertinentes
para hacer frente a la invasión gala.
Asturias, por su parte, ya contaba desde el siglo XIV con una institución representativa de los concejos, la Junta General del Principado que, a raíz de los acontecimientos de 1808, alteró su propia composición y se autodesignó como Junta
Suprema de Asturias (25 de mayo de 1808). Unos días antes, el 9 de mayo de 1808,
la Junta declaraba la guerra a Napoleón, y el 30 del mismo mes enviaba a Londres a
dos emisarios —José María Queipo de Llano (vizconde de Matarrosa y futuro conde
de Toreno) y Andrés Ángel de la Vega Infanzón— a fin de solicitar ayuda militar.
A pesar de que las Juntas Provinciales lograron el triunfo más sonado contra las
tropas francesas —la célebre batalla de Bailén (19 de julio de 1808)— la dispersión
Retrato de Gaspar Melchor
de Jovellanos
Museo Nacional del Prado
Es sin duda el retrato de
referencia de Jovellanos y uno
de los más famoros del pintor
aragonés. Jovellanos lo encargó
en 1798, poco después de ser
nombrado ministro. No se hizo
retratar como tal, ni como
magistrado, ni con traje de
corte, sino en un despacho y en
traje de calle; amparado por
Minerva, diosa de la sabiduría,
y con el escudo y emblema del
Real Instituto Asturiano, su
obra más querida.
53
de fuerzas obligó a reconcentrar el gobierno en una institución de alcance nacional.
Tras barajar diversas alternativas —entre las que se hallaban formar cortes y designar
una regencia— finalmente decidieron crear una Junta Central —Junta Suprema
Gubernativa de España e Indias— integrada por dos vocales de cada una de las Juntas Provinciales y que se reunió por vez primera en el real sitio de Aranjuez, el 25 de
septiembre de 1808.
La representación asturiana recayó en manos del marqués de Camposagrado y
de un Jovellanos que apenas unos meses antes había sido liberado por Fernando VII
de su prisión en el castillo de Bellver. El primer vínculo político de Jovellanos con su
tierra natal, por tanto, surgió de las extraordinarias circunstancias en las que se
hallaba inmersa la nación española en 1808 y que le permitieron acudir a un órgano
central como representante de Asturias.
Esta condición representativa no sujetó incondicionalmente a Jovellanos porque, en realidad, el prócer gijonés pronto dejó clara su perspectiva de que los vocales del gobierno central representaban a toda la nación, y no eran meros comitentes
de la provincia que los había designado. Por esa razón defendió que los miembros
de la Junta Central no se sujetasen a las instrucciones expedidas por las Juntas Provinciales de procedencia. Con tal actitud, Jovellanos pretendía que los vocales dispusiesen de un amplio margen de actuación que no se viese entorpecido por los
continuos requerimientos de las Juntas Provinciales ya que, de lo contrario, no
habría servido de nada reconcentrar el gobierno.
El conflicto con el Marqués de la Romana: la disolución de la Junta de Asturias
En el seno de la Junta Central, Jovellanos tuvo ocasión de seguir preocupándose de la
Junta Superior de Asturias que lo había designado. Esta Junta había entrado en conflicto con una institución del Antiguo Régimen, cual era la Audiencia. De resultas, y
escudándose en estos conflictos, el marqués de la Romana, encargado de dirigir el ejército patriota en tierras asturianas, disolvió de forma harto ilegal la Junta Superior de
Asturias, a través de su coronel José O’Donnell, en una fecha tan significativa como el 2
de mayo de 1809. «¡Hasta en la elección de este día fue desgraciado!», diría Jovellanos
en la Memoria en defensa de la Junta Central (1811). Destruida la antigua representación
asturiana, el marqués designó una nueva que, bajo el nombre de «Junta de armamento
y observación», quedaría integrada por Nicolás de Cañedo —Conde de Agüera, presidente—, Ignacio Flórez Arango, Andrés Ángel de la Vega Infanzón —secretario—, Gregorio Jove Dasmarinas, Matías Menéndez de Luarca, Francisco Ordóñez —secretario
suplente—, Juan Argüelles Mier, Fernando de la Riva Valdés Coalla y José María Queipo
de Llano —que renunciaría, sustituyéndole Ramón de Miranda y Sierra—.
Ante esta irregular actuación, el Procurador de la Junta Superior de Asturias,
Álvaro Flórez Estrada, elevó una protesta a la Junta Central, a fin de que amparase
54
Cristóbal Ramos Tello
Retrato del magistrado
Gaspar Melchor de Jovellanos
1770
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
al órgano asturiano y anulase la decisión adoptada por el marqués de la Romana.
Jovellanos enseguida se alineó con Álvaro Flórez Estrada y reclamó contra lo que
entendía que era una extralimitación inadmisible por parte del marqués. Entre el 20
de mayo de 1809 y el 10 de julio del mismo año, Jovellanos y Camposagrado, en su
calidad de vocales por Asturias, elevaron a la Junta hasta tres representaciones solicitando que pusiese fin a lo actuado por La Romana. No desconfiaba el gijonés de
todos los nuevos miembros designados —de hecho, algunos como De la Vega o
Queipo de Llano estaban, según él, entre lo mejor que se podía escoger en Asturias—, sino de lo irregular de disolver aquella Junta asturiana, sin tan siquiera ajustarse al reglamento que había expedido la propia Junta Central para regular a los
entes provinciales —Reglamento de las Juntas de Ordenación y Defensa, de 1 de
enero de 1809, en cuya elaboración había participado el propio Jovellanos.
La disolución de la Junta de Asturias constituía, para Jovellanos, un auténtico
atentado contra lo que él designaba como «Constitución asturiana». Alejándose de
los planteamientos revolucionarios, Jovellanos no denominaba «Constitución» a
una norma política emanada de la voluntad constituyente del pueblo soberano, sino
que la identificaba con aquellas normas históricas que fijaban la forma de gobierno
en los distintos reinos de España. En su vocabulario, por tanto, no cabía hablar de
una Constitución, sino de una pluralidad de ellas, diferenciadas temporal y geográficamente. Según esta perspectiva, Asturias contaba con su propia organización ins-
Esta figura retrata a Jovellanos
en su primer empleo, como
Alcalde del Crimen en Sevilla,
cargo que entonces no era
político sino jurisdiccional.
Los alcaldes de cuadra
desempeñaban sus funciones
ataviados con toga y peluca.
Sin embargo, a petición del
conde de Aranda —entonces
Presidente del Consejo de
Castilla— Jovellanos acudió a
su puesto sin la peluca de
dignidad, para gran asombro de
la población sevillana. Tal le
representa la estatuilla, que fue
encargada por él mismo, y
constituye el primer retrato de
su cursus honorum.
55
Ana María Teresa Mengs Guazzi
Retrato de Jovellanos
«con manguito»
Hacia 1778-1780
Colección particular
Al igual que la estatuilla
de Ramos Tello, representa a
Jovellanos togado y sin peluca.
Es obra de la hija y alumna de
Mengs y esposa del grabador
Manuel Salvador Carmona, que
fue académica de honor y
mérito por la Real de San
Fernando. El retrato se hallaba
en el cuarto de la chimenea.
56
titucional, caracterizada por la presencia de una representación concejil cual era la
Junta General del Principado de Asturias. Es más, si Asturias no había contado históricamente con representación en las cortes castellanas ello se debía, precisamente,
a que disponía de su propia institución representativa.
Así visto, la maniobra del marqués de la Romana se le antojaba a Jovellanos
todavía más digna de rechazo. Al disolver la Junta Superior de Asturias no había
puesto fin a un órgano revolucionario, sino a una institución heredera de la Junta
General del Principado, es decir, a una pieza básica de la Constitución asturiana.
La respuesta de la Junta Central a los requerimientos de Jovellanos no resultó de
su agrado. El alto órgano designó dos comisionados —el teniente general Antonio
Arce y el regente de la Audiencia de Extremadura, Francisco Yañez de Leiva— que
debían desplazarse a Asturias para elevar un informe y recomponer la situación,
asumiendo provisionalmente el gobierno y, en el caso de Arce, también el mando
militar. No obstante, la tibieza de la Junta Central y la demora en atender las peticiones de Jovellanos defraudaron al prócer gijonés, que llegó a pedir que le exoneraran
de sus funciones hasta que no se resolviese la situación del Principado.
La situación bélica y económica de Asturias
A este conflicto con el marqués de la Romana vendría a unirse un segundo, que volvería a tenerlo como protagonista. Al agravio de haber disuelto la Junta asturiana, el
prócer gijonés añadía el que el marqués había obrado con manifiesta ineptitud en la
defensa de Asturias.
De esa impericia militar tuvo conocimiento Jovellanos a través de una queja elevada por Nicolás Mahy, designado por el propio marqués de la Romana como
comandante general para la defensa de Asturias. Mahy se encontró con un desolador panorama, que le obligó a dirigir el 16 de octubre de 1809 una representación a
la Junta Central, en la que exponía la nefasta gestión militar tanto del marqués como
de Ballesteros, encargado de la tercera división del ejército de la Izquierda.
Recibida la queja, Jovellanos protestó de inmediato ante la Junta Central por
el «absoluto abandono» del Principado, que, después de todo, era resultado de la
situación generada por el propio marqués de la Romana al haber disuelto el legítimo órgano de gobierno. La Junta de armamento y observación que el referido
marqués había designado también se había suprimido, por obra de los comisionados de la Junta Central, y en tal tesitura Asturias carecía de cabeza política. Pero
también le preocupaba a Jovellanos la impericia y torpeza militar del marqués de
la Romana, que había dejado en Asturias un ejército mal organizado y con falta de
oficiales. Por si fuera poco, la suspensión de trabajos en las fábricas de armas debilitaba todavía más a los ejércitos asturianos, desguarnecidos ante las poderosas
fuerzas invasoras.
Manto de la Orden de Alcántara
1780
Museo Casa Natal de
Jovellanos. Gijón
Al ingresar en el Consejo de las
Órdenes Militares (1780) era
preceptivo que solicitara el
hábito de caballero y se decide
por la Orden de Alcántara. Su
abuelo materno lo había sido de
la de Calatrava; a sus hermanos
Gregorio y Francisco de Paula
les habían concedido el hábito
de la orden de Santiago en
1772. Ello le exoneró de su
trabajo como Alcalde de Corte.
Asturias se había visto, así, rodeada por los ejércitos franceses, que ocupaban plazas en Galicia, Cantabria y Castilla, quedando de esta guisa Asturias incomunicada
con el gobierno central y debiendo arreglárselas por sí sola, como narraba Jovellanos.
Una Asturias que de este modo se vio de pronto asediada por tres frentes: desde León
57
[pág. 59]
Francisco de Goya
Auto de fe
1815-1819
Museo de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando.
Madrid
En su Representación al Rey
Carlos IV sobre lo que es el
Tribunal de la Inquisición
(1798), Jovellanos trataría de
reformar el tribunal de la Santa
Fe, cuyos procesos resultaban
incompatibles con la idea
humanista del derecho penal
difundida por la Ilustración.
Kellerman avanzaba con sus ejércitos; otro tanto hacía Bonet por oriente, en tanto
que Michel Ney se dirigía al Principado desde La Coruña. Y, como recordaba Jovellanos, éste último ya traía impresa la proclama por la que solicitaba obediencia a los
asturianos. ¡A tal punto percibía la facilidad de la conquista! Lejos de hacerles frente,
el marqués de la Romana se había embarcado en Gijón rumbo a Galicia. Conducta
que irritó sobremanera a Jovellanos, que veía así desprotegida su patria:
Así fue cómo esta heroica y desgraciada provincia —recordaba— fue abandonada a un enemigo que, aunque escarmentado y arrojado de ella al cabo
de diez y nueve días por el esfuerzo de sus valientes hijos, quedó saqueada y
asolada con toda la rabia que inspira a un bárbaro invasor la misma resistencia que inutiliza sus esfuerzos».
La situación se venía a agravar, según Jovellanos, por el lamentable estado económico de Asturias, incapaz de abastecer a población y ejército. Jovellanos preparó
una serie de propuestas a fin de hacer frente a estas carencias del Principado, solicitando de la Junta Central el inmediato envío de dos millones de reales y una asignación mensual de doscientos mil más para reactivar las fábricas de armas. Cantidades
que la Junta Central redujo, para desconsuelo del prócer gijonés. En una renovada
petición, el gijonés recordaba a la Junta Central que «Asturias fue de las primeras
provincias que se levantaron contra la pérfida agresión de Bonaparte; que le declararon la guerra abierta y se armaron en defensa de su Rey y de su libertad», (Exposición sobre la situación del Principado de Asturias, Sevilla 29 de diciembre de 1809).
Las Cortes de Cádiz y los diputados asturianos
Al margen de ocuparse de la situación bélica, a lo largo de los dos años y medio que
actuó como representante por Asturias en la Junta Central, Jovellanos desempeñó
una intensa actividad para reunir Cortes. De hecho, las Cortes de Cádiz, finalmente
reunidas el 24 de septiembre de 1810, deben buena parte de su existencia a la tenacidad de un Jovellanos más activo políticamente que nunca, a pesar de su avanzada
edad y su deteriorado estado de salud. Y nuevamente en este punto existen algunas
relevantes conexiones con Asturias.
Jovellanos fue el primer vocal de la Junta Central que propuso convocar Cortes. En
un primer momento, la idea que tenía sobre la organización y funciones de éstas se
hallaba influida por las teorías de un coterráneo suyo: Francisco Martínez Marina. El
eclesiástico ovetense escribió en 1808 una erudita obra titulada Ensayo histórico-crítico
sobre la legislación y principales cuerpos legales de los Reinos de León y Castilla, que causó
una honda impresión en Jovellanos. En el texto, Martínez Marina trataba de documentar la costumbre inveterada de convocar Cortes estamentales en León y Castilla que, si
58
bien no ejercían un auténtico poder legislativo —entonces en manos del Rey— podían
al menos elevar peticiones al monarca para que éste las convirtiera en leyes.
Las tesis de Martínez Marina se ven reproducidas en muchos de los escritos de
Jovellanos relativos a la convocatoria de las Cortes. Así, en sus Reflexiones sobre la
democracia (junio 1809) recordaba el gijonés que históricamente el rey había dispuesto de poder legislativo, tal cual había dicho Martínez Marina. Pero, sobre todo,
la huella del ovetense se percibe en uno de los más importantes escritos políticos de
Jovellanos, la Consulta sobre la convocación de las Cortes por estamentos (21 de mayo
de 1809), en la que proponía que se convocasen unas Cortes estamentales que no
dispondrían de un auténtico poder legislativo ni constituyente, como por otra parte
pretendían los liberales.
Esta influencia de Marina iría disminuyendo con el paso de los meses, a medida
que se incrementaron las aportaciones de Lord Holland y John Allen, los amigos británicos de Jovellanos que le aconsejarían políticamente a lo largo de su etapa en la
Junta Central. Ellos influyeron para que el gijonés adoptase una visión más moderna
de las Cortes, de modo que, si bien debían ser estamentales, habrían de organizarse
59
[pág. 61]
Fotografía del interior
del Teatro de las Cortes
Consorcio para la Conmemoración
del Bicentenario de la
Constitución de Cádiz
1812
Entre septiembre de 1810 y
febrero de 1811, las Cortes de
Cádiz celebraron sus sesiones
en el que hoy se conoce como
Teatro de las Cortes (San
Fernando, Cádiz), y entonces
denominado Casa de las
Comedias.
60
en dos cámaras separadas —como sucedía con el Parlamento británico— y debían
disponer de poder legislativo. De esta forma, en su postrer escrito —la Memoria en
defensa de la Junta Central—, Jovellanos llegaría a contradecir expresamente a Martínez Marina, señalando que en tanto el historiador ovetense había negado a las Cortes el poder legislativo, él sí les reconocía tal facultad. Ello no impidió que Jovellanos
guardase siempre una extraordinaria admiración por Marina, al punto de intentar
que la Junta Central lo convocase en calidad de asesor, a la par que recomendaba la
lectura de sus escritos a Lord Holland.
En el proceso de convocatoria de Cortes, Jovellanos fue encargado de enumerar
las villas que históricamente habían estado representadas en dichos concilios. Lejos
de conformarse con la representación histórica, Jovellanos añadió varias villas que,
según su parecer, debían ser llamadas a Cortes, aunque tradicionalmente nunca
hubiera sido así. Y es que Jovellanos no era en absoluto un inmovilista: a su parecer
debía respetarse el pasado, cierto, pero también mejorarlo en cuanto fuese preciso.
Así, el Principado de Asturias debía estar representado en las próximas Cortes a través de su capital Oviedo. Máxime cuando había desaparecido la Junta General del
Principado y, con ella, lo más característico de su «Constitución municipal», dejando
a Asturias sin ningún tipo de institución representativa.
En el diseño de cómo debían organizarse las Cortes, y cuál debía ser su futura
actividad, Jovellanos convivió con algunos jóvenes asturianos. El primero de ellos
fue Agustín Argüelles. Oriundo de Ribadesella, Jovellanos ya había intentado contar
con él al ser designado embajador en San Petesburgo, ofreciéndole un cargo de asistente que no llegaría a ejercer, al no llegar tampoco Jovellanos a ocupar la referida
plaza. Ya en la Junta Central, sin embargo, el gijonés buscó acomodo para Argüelles,
consciente de sus amplios conocimientos. Quizás también influyera en un anglófilo
como Jovellanos el hecho de que Argüelles había permanecido entre 1806 y 1808 en
Londres, por encargo de Godoy, lo cual lo convertía en un potencial conocedor del
funcionamiento del sistema británico de gobierno que Jovellanos admiraba.
Todo ello movió a Jovellanos a proponerlo como vocal de la Junta de Legislación, órgano auxiliar de la Junta Central que debía encargarse de examinar las reformas que debían realizarse en los códigos y en las Leyes Fundamentales para que las
abordaran las Cortes, una vez se reuniesen. Lo que no parecía sospechar Jovellanos,
es que Argüelles profesaba un ideario político claramente liberal, y desde luego
mucho más avanzado que el suyo. De ahí que, dentro de la Junta de Legislación,
Argüelles aprovechase para promover no ya una reforma de las Leyes Fundamentales, como deseaba Jovellanos, sino la elaboración de una nueva Constitución muy
próxima a la francesa de 1791.
Este desconocimiento de la adscripción ideológica de Argüelles explica el que
Jovellanos se sorprendiera al enterarse, una vez reunidas las Cortes de Cádiz, de que
el oriundo de Ribadesella se hubiese convertido en todo un líder de la asamblea, en
la que, según reconocía Jovellanos, se le oía como si de un oráculo se tratase.
Precisamente la reunión de las Cortes de Cádiz supuso una decepción para el
ilustrado gijonés. Había luchado con tesón para que el parlamento pudiese ver la
luz, pero cuando lo hizo, convocado por el Consejo de Regencia que había sucedido
a la Junta Central en enero de 1810, se reunió con una estructura unicameral y sin
distinción de estamentos. Justo lo contrario a lo que Jovellanos había propuesto. De
61
[1]
Proclama de la Junta General
del Principado
1808. Oviedo: Imprenta de
José Díaz Pedregal
Biblioteca de Asturias Ramón
Pérez de Ayala. Oviedo
El Principado de Asturias
proclama oficialmente la guerra
a Francia. Su autor, Álvaro
Flórez Estrada, Procurador
General del Principado.
[2]
Ejemplar de la Constitución
española de 1812,
Imprenta Real
1812
Congreso de los Diputados
Aprobada el 19 de marzo de
1812, fue la primera
Constitución española nacida
de la soberanía nacional y el
texto constitucional de nuestro
país con mayor proyección
internacional.
62
[1]
[2]
ahí que no tardase en transmitirle a Lord Holland su amargura por el modo en que
se habían constituido las Cortes. Entendía el polígrafo gijonés que su estructura
resultaba poco a propósito para una reflexión sosegada de los asuntos de Estado y,
antes bien, propendería a medidas radicales, sobre todo teniendo en cuenta el ideario extremo de muchos de los jóvenes liberales, a la sazón influidos por las teorías de
Rousseau, Mably Sidney y Harrington.
Sus sospechas no tardaron en verse corroboradas. El mismo día de su formación, el 24 de septiembre de 1810, las Cortes aprobaron el Decreto I, en virtud del
cual proclamaban la soberanía nacional. Jovellanos, empeñado en la redacción de
una memoria justificativa de su actividad en la Junta Central —y la propia actividad
del órgano—, aprovechó la ocasión para refutar el dogma de la soberanía nacional.
A su parecer, el único soberano según las Leyes Fundamentales españolas era el Rey,
de modo que la nación sólo podía adjetivarse de «suprema». Una supremacía que le
permitía reunirse en Cortes, ejercer el derecho de resistencia contra el usurpador y
reformar las Leyes Fundamentales. En ese sentido, y no en otro, debería entenderse,
según Jovellanos, lo proclamado en el Decreto I.
Estas ideas resultaban manifiestamente opuestas a las que sostenían los liberales, partidarios de una nación soberana dotada de poder constituyente. Incapaz de
defender sus posturas en el seno de unas Cortes a las que no pertenecía, Jovellanos
trató al menos de que sus teorías hallasen eco a través de su sobrino, Alonso
Cañedo y Vigil, diputado por Asturias y adscrito a la tendencia realista de la asamblea. Cañedo, nacido en la pequeña localidad de Grullos —«Gurullos», decía Jovellanos— en el concejo de Candamo, defendió con tesón las teorías de su tío y fue
uno de los principales vindicadores del concepto jovellanista de soberanía y de la
idea de unas Cortes bicamerales. A tales efectos, Jovellanos le hizo llegar un ejemplar de su Memoria en defensa de la Junta Central, que todavía se hallaba inédita,
para que pudiera conocer bien sus posturas y estuviera en condiciones de hacer
buen uso de ellas.
Las Cortes de Cádiz no siguieron estas teorías y a la postre, Alonso Cañedo
—apoyado por otros realistas como Aner o Borrull— no lograría que los planteamientos políticos de Jovellanos se impusiesen sobre el ideario liberal. Aun así, los
liberales no dejaron de reconocer la importancia de Jovellanos, por más distantes
que se hallaran de sus planteamientos. Así, el 17 de diciembre de 1811, otro asturiano, el conde de Toreno —el diputado más joven de las Cortes—, transmitió la
dolorosa noticia del fallecimiento de Jovellanos y solicitó que se le nombrase
benemérito de la patria. El 24 de enero de 1812, las Cortes aprobaban un Decreto
en el que tal petición se hacía realidad.
bibliografía
ÁLVAREZ VALDÉS, Ramón, Memorias del levantamiento de Asturias en 1808, Gijón, Silverio
Cañada editor, 1988.
CARANTOÑA ÁLVAREZ, Francisco, Revolución liberal y crisis de las instituciones tradicionales
asturianas, Gijón, Siverio Cañada Editor, 1989.
FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio, Jovellanos. Escritos políticos, tomo XI de las Obras completas
de Jovellanos, Gijón, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Ayuntamiento de
Gijón/KRK, 2006.
Constitución de la monarquía
española, promulgada en Cádiz
a 19 de marzo de 1812
1812, Cádiz: Imprenta Real
Biblioteca de la Universidad
de Oviedo
Comúnmente conocida como
La Pepa, la Constitución de
1812 fue una de las más
liberales de su tiempo, y estuvo
en vigor hasta la vuelta de
Fernando VII en 1814, y
nuevamente durante el Trienio
Liberal (1820-1823) y por un
breve tiempo en 1836-1837.
FRIERA ÁLVAREZ, Marta, La Junta General del Principado de Asturias a fines del Antiguo
Régimen (1760–1835), Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, Consejería de
Educación y Cultura/KRK Ediciones, 2003.
VARELA SUANZES-CARPEGNA, Joaquín, Asturianos en la política española: pensamiento y acción,
Oviedo, KRK, 2006.
63
Libro de plazas que incluye la Real Cédula de
nombramiento de Jovellanos como Alcalde del
Crimen en la Audiencia de Sevilla
1757-1788
Archivo Histórico Nacional
Jovellanos fue nombrado en 1767 Alcalde de
Cuadra de la Audiencia de Sevilla. Según narra
Ceán Bermúdez, en su cargo intentó atenuar el
rigor de las penas que se imponían en virtud del
Derecho del Antiguo Régimen.
64
Rostros del conde de Aranda
y Jovellanos metidos cada uno
en una orla y arriba la diosa
de la Sabiduría
Siglo XIX
Sección Nobleza del Archivo
Histórico Nacional. Toledo
Se encuentra en un álbum
dedicado al militar Fernando
Fernández de Córdoba.
65
Genealogía de Gaspar Melchor
de Jovellanos y Ramírez de Jove
Carreño perteneciente a las
Pruebas para la concesión del
título de caballero de la Orden
de Alcántara
1780
Archivo Histórico Nacional
En 1780, de vuelta a Madrid,
Jovellanos fue nombrado
miembro del Consejo de
Órdenes Militares, uno de los
órganos que formaban parte del
régimen polisinodial español.
Para su acceso al cargo, hubo
de sustanciarse un expediente
que evidenciara su aristocrático
abolengo.
66
Carta de Gaspar de Jovellanos
al Príncipe de la Paz
renunciando a su nombramiento
como embajador en Rusia.
Contiene su autógrafo
18 de octubre de 1797
Archivo Histórico Nacional
El nombramiento de Jovellanos
como embajador en la corte de
San Petesburgo llenó de
aflicción al gijonés: «Cuanto
más lo pienso, más crece mi
desolación. De un lado lo que
dejo; de otro, el destino a que
voy; mi edad, mi pobreza, mi
inexperiencia en negocios
políticos, mis hábitos de vida
dulce y tranquila. La noche,
cruel».
67
[1]
Francisco de Goya
«Aquellos polvos». Grabado
nº 23 de la serie Caprichos
1799
Biblioteca Nacional de España
[2]
Francisco de Goya
«No hubo remedio». Grabado
nº 24 de la serie Caprichos
1799
Biblioteca Nacional de España
Nadie como Goya ha reflejado
los excesos de la Inquisición
española durante el siglo XVIII
y los degradantes castigos a los
que sometían a los declarados
culpables en procesos oscuros y
sin garantías para el reo.
68
[1]
[2]
69
[1]
Retrato de Pedro Cevallos
Guerra
Biblioteca de la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos.
CSIC. Sevilla
Ministro con Carlos IV y
Fernando VII, fue nombrado
Ministro de negocios extranjeros
por José I, cargo que no
desempeñó. Escribió Exposición
de los hechos y maquinaciones
que han preparado la
usurpación de la Corona de
España, y los medios que el
Emperador de los franceses ha
puesto en obra para realizarla
(1808).
[2]
[1]
[2]
Eulogio Zudaire Huarte
Miguel José de Azanza, Virrey
de México y Duque de Santafé,
ministro de indias y negocios
eclesiásticos
Temas de Cultura Popular,
nº. 375, pág. 17
Presidente de la Junta de
gobierno constituida por
Fernando VII en su ausencia,
Azanza se pasó al bando
afrancesado y llegó a presidir la
Junta de Notables convocada
por Napoleón en Bayona. En
1808 se dirigió a Jovellanos
para convencerle de que se
sumase a la causa de José
Bonaparte.
70
[3]
[3]
Libro de Actas de la Junta
General del Principado de
Asturias
1808
Archivo Histórico de Asturias
La Junta Superior de Asturias
se erigió el 25 de mayo de
1808 a partir de un órgano del
Antiguo Régimen representativo
de los concejos, la Junta
General del Principado de
Asturias. El 30 de ese mes
enviaría a dos comisionados a
Inglaterra para solicitar el apoyo
bélico de Gran Bretaña en la
guerra de la independencia.
[4]
[4]
Joseph Flaugier
Retrato de José I
MNAC – Museu Nacional d’Art
de Catalunya. Barcelona
José Bonaparte reinaba en
Nápoles cuando Napoleón le
ofreció la corona de España,
que aceptó el 6 de junio de
1808, convirtiéndose en el
monarca José I.
71
[1]
72
[1]
Carta del Presidente y vocales
de la Junta Superior de Asturias
al Presidente y Vocales de la
Junta de Galicia en la que
comunican la designación de
Gaspar de Jovellanos y del
marqués de Camposagrado
como vocales de la Junta
Central Suprema
3 de septiembre de 1808,
Oviedo
Archivo Histórico Nacional
Retenido Fernando VII en
Bayona, en las provincias se
organizaron Juntas destinadas a
dirigir la defensa frente a los
ejércitos franceses. Para
coordinarse estas instituciones
decidieron formar una «Junta
Central», en que se integrarían
dos vocales de cada una de las
provinciales. La Junta Superior
de Asturias nombró en
representación suya a
Jovellanos y Camposagrado.
[2]
Jean François-Marie Bellier
Retrato de José de Mazarredo
Salazar
[2]
Museo Naval. Madrid
Teniente general de la Armada
con Carlos IV, Mazarredo aceptó
el cargo de Ministro de la
Marina con José Bonaparte e
intentó convencer a Jovellanos
para que se sumase al gobierno
josefino.
73
[1]
74
[1]
Plano de la ciudad de Cádiz
durante la guerra de la
Independencia
Fundación Federico Joly-Höhr
[2]
[2]
Anónimo
Cronología de la revolución
española
1814
Museo de la Historia de Madrid
75
[1]
Guisasola / Doiztúa
Armeros vascos de la primera
fábrica de armas de Asturias
1795
Museo de Bellas Artes de
Asturias. Oviedo
[1]
[2]
Bandera del regimiento de
infantería de Castropol
Hacia 1808
Ayuntamiento de Castropol
Creado el 17 de Junio de
1808, contaba con 1024
hombres y tuvo intervenciones
destacadas durante toda la
guerra de la independencia,
llegando a penetrar
victoriosamente en Francia.
Fue disuelto el 24 de agosto
de 1811, pasando a formar
el V Batallón de Reales
Guardias Walonas.
76
[2]
[3]
[4]
[5]
[3]
[5]
Tercerola española de caballería.
Modelo de 1801
Carabina española de artillería montada
1801.
Museo del Ejército. Toledo
1789.
Museo del Ejército. Toledo
[4]
Sable para oficial del Coronel Azpiroz
Material bélico utilizado durante la Guerra
de la Independencia, producido en los años
inmediatamente anteriores.
1807.
Museo del Ejército. Toledo
77
[1]
78
[2]
[1]
Réplica de uniforme de soldado de las Guardias
Valonas (Ejército español) durante la guerra de
independencia, realizada para la película Sangre de
Mayo de José Luis Garci (2008)
Cortesía de Sastrería Cornejo. Madrid
[2]
Réplica de uniforme de soldado de los Granaderos
Holandeses (Ejército francés) durante la guerra de
independencia, realizada para la película Sangre de
Mayo de José Luis Garci (2008)
Cortesía de Sastrería Cornejo. Madrid
[3]
Réplica de uniforme de soldado de los Húsares del
Ejército británico durante la guerra de
independencia, realizada para la película Sangre de
Mayo de José Luis Garci (2008)
[3]
Cortesía de Sastrería Cornejo. Madrid
79
[1]
José María Queipo de Llano
Historia del levantamiento,
guerra y revolución de España
1839, Madrid: Imprenta
del Diario
Biblioteca de la Universidad
de Oviedo
Escrita entre 1827 y 1837,
se trata de una de las más
importantes obras de historia
política y militar de España,
traducida al alemán, francés
e italiano.
[2]
Vicente Arbiol Rodríguez
Retrato de José María Queipo de Llano, Conde de Toreno
1844
Real Instituto de Estudios Asturianos
VII Conde de Toreno, con veinticuatro años fue el diputado más joven de las
Cortes de Cádiz y el que defendió las tesis liberales más progresistas. Entre
1827 y 1837 redactaría la inmortal obra Historia del levantamiento, guerra y
revolución de España.
80
[3]
Ricardo María Navarrete Fos
Retrato de Agustín Argüelles
Álvarez González
Hacia 1873
Congreso de los Diputados
Nacido en Ribadesella, fue
conocido en las Cortes de Cádiz
como «el Divino» por su gran
locuacidad y se convirtió en el
diputado liberal más destacado.
81
[1]
Retrato de Alonso Cañedo
y Vigil
Hacia 1830
Cabildo de la Catedral
de Málaga
Sobrino de Jovellanos y oriundo
de Grullos (concejo de
Candamo), defendió en las
Cortes de Cádiz los
planteamientos políticos de la
Memoria en defensa de la Junta
Central.
[1]
82
[3]
[2]
Pedro Inguanzo y Rivero
1824, Roma. Calcografía Camerale
Biblioteca Nacional de España
Arzobispo y oriundo de Llanes, defendió con
gran locuacidad los planteamientos
conservadores en las Cortes de Cádiz, como
el tribunal de la Inquisición, o el poder del
rey solo templado por unas Cortes
estamentales.
[2]
[3]
Interior de la Iglesia de San Felipe Neri
1812
Desde febrero de 1811, las Cortes de Cádiz
se celebraron en la iglesia, acondicionada al
efecto. Hasta ese momento habían ocupado el
teatro conocido como Casa de las Comedias.
83
[1]
[2]
Gaspar Melchor de Jovellanos
Agustín Argüelles
Don Gaspar de Jovellanos a sus
compatriotas. Memoria en que se rebaten
las calumnias divulgadas contra los
individuos de la Junta Central y se da razón
de la conducta y opiniones del autor desde
que recobró su libertad, con notas
y apéndices
Examen histórico de la reforma constitucional
que hicieron las cortes generales y
extraordinarias desde que se instalaron en la
isla de León, el día 24 de setiembre de 1810,
hasta que cerraron en Cádiz sus sesiones en
14 del propio mes de 1813
1811, La Coruña: Oficina de
D. Francisco Cándido Pérez Prieto
1835, Londres: Imprenta de Carlos Wood e
Hijo
Biblioteca de la Universidad de Oviedo
Biblioteca de la Universidad de Oviedo
Aunque Jovellanos no escribió un tratado
de política, este texto, más conocido como
«Memoria en defensa de la Junta Central»
es el que contiene la mayor cantidad de
reflexiones políticas del gijonés. Fue escrito
para justificar tanto las gestiones de la
Junta Suprema Gubernativa de España e
Indias entre 1808 y 1810, como su propia
actividad dentro de dicho órgano.
84
Agustín Argüelles había guardado una estrecha
relación con Jovellanos. Éste pretendía que le
acompañara como secretario en su cargo de
embajador, y luego lo promocionó como
miembro de la Junta de Legislación
constituida en el seno de la Junta Central.
Esta obra es la más relevante de Argüelles y,
en ella, con abundantes referencias a
Jovellanos, narra el proceso de formación y la
actividad de las Cortes de Cádiz.
[3]
José Casado de Alisal
El juramento de las Cortes de Cádiz en 1810 (Boceto)
1863
Colección del Congreso de los Diputados
El 24 de septiembre de 1810 se reunían en San Fernando las Cortes de Cádiz, jurando los diputados sus cargos. Ese
mismo día expidieron el primer Decreto de las Cortes, en el que proclamaban la soberanía nacional y la división de
poderes por vez primera en España.
85
[2]
[1]
[1]
Gaspar Melchor de Jovellanos
El Delincuente honrado: comedia en cinco actos y en prosa,
fielmente corregida, adicionada y enmendada en esta impresión
1863, Imprenta de la Viuda e hijos de J. Cuesta
Biblioteca Nacional de España
Traducida a varias lenguas y ampliamente reeditada, en esta comedia
sentimental los magistrados don Justo y don Simón representan la
tensión entre dos concepciones muy diversas de la aplicación de la
justicia. El conflicto gira en torno a la prohibición de los duelos.
86
[3]
[2]
[3]
Francisco Pomares / Bartolomeo Pinelli
Gaspar Melchor de Jovellanos
Li Regni di Spagna e di Portogallo
Informe que se leyó en la Academia de la Historia
a principios del año 1791 sobre teatros y espectáculos
por Melchor Gaspar de Jovellanos, individuo de ella
1816
Museo Naval de Madrid
1791-1797
Es ésta una ambiciosa y novedosa colección de
32 estampas en cuanto a estructura visual y
narrativamente, sobre la historia de las guerras
napoleónicas en la Península. La cartografía
procura la identificación de los ciudadanos con
el territorio, concebido ya desde el punto de
vista histórico como una nación.
Centre de documentació i museo de les arts escèniques
de l’Institut del Teatre. Barcelona
El teatro, concebido durante la Ilustración como «escuela de
costumbres» fue objeto de sucesivas reformas; una de ellas fue
propuesta por Jovellanos a solicitud de la Academia de la
Historia; su razonamiento se funda en bases históricas y
jurídicas. Rechaza aquí las corridas de toros como fiesta nacional
y propone el establecimiento de cafés, o casas de conversación.
87
88
El Gijón de Jovellanos: la villa, el escenario
Ramón Alvargonzález Rodríguez. Universidad de Oviedo
La segunda mitad del Siglo de las Luces está presidida en Gijón por la figura de
Jovellanos, a quien se deben las mejoras y embellecimientos urbanos, la creación
del Real Instituto Asturiano, y el impulso de las infraestructuras de comunicaciones, la carretera de Castilla y el puerto, fundamento de la futura pujanza económica de la ciudad.
Un arrabal manufacturero y comercial al pie de un puerto renovado
Por lo que se refiere al puerto, a mediados del siglo XVIII su capacidad era ya
insuficiente para encarar el crecimiento del tráfico y la procura de atraque a unas
embarcaciones de arqueos cada vez mayores. Por si esto fuera poco, presentaba un
creciente deterioro como consecuencia de las frecuentes galernas que lo azotaban.
Las acontecidas en el invierno de 1749 habían hecho especial mella en el viejo cay.
Las gestiones del ilustrado gijonés consiguieron, tras varios intentos fallidos, que
en 1790 finalizasen las obras de los diques de abrigo proyectados años antes por
los ingenieros de Marina.
Aún con sus instalaciones en deficiente estado, los muelles hubieron de hacer
frente a la creciente actividad mercantil desencadenada por las medidas liberalizadoras del comercio colonial, adoptadas a lo largo del siglo XVIII para dinamizar la economía del país. Esas disposiciones fueron aplicadas primero a las
Antillas (1765), y a partir de 1778 se extendieron al resto de los dominios americanos. El volumen de ingresos obtenidos revistió niveles modestos (1,2 millones
de reales en 1778) si se comparan con los obtenidos ese mismo año en otros puertos norteños dotados de consulados del mar, como los de Santander y La Coruña,
con 16,4 y 10 millones de reales respectivamente. Las principales mercancías
exportadas desde el puerto gijonés eran carbón y frutos del país, en tanto que los
productos desembarcados incluían bienes de consumo de diversa procedencia.
Algunas de las naciones con las que se mantenían estrechas relaciones marítimomercantiles contaban con viceconsulados en la villa; es el caso de Francia, que lo
abrió en 1704, e Inglaterra, que lo hizo en 1751.
El desarrollo del comercio a consecuencia de las mejoras de las comunicaciones del puerto y de la apertura de la carretera de Castilla, había hecho de Gijón
sede de un artesanado numeroso que elaboraba artículos exportados a Ultramar
[pág. 88]
Maqueta del puerto y villa de
Gijón a finales del siglo XVIII
2003
Autoridad Portuaria de Gijón
89
y a los puertos de Inglaterra y Francia, amén de satisfacer las necesidades del propio país. Ya en 1752, el Catastro de Ensenada arrojaba en Gijón un sector secundario de 558 personas, con gremios tan numerosos como el de tejedores, con 129
integrantes, y otros tan significativos de la existencia de una actividad manufacturera como los de azabacheros (33 miembros), sastres (63), latoneros (2), plateros (5), doradores (2) e hilanderas (19 agremiadas). Este artesanado, concentrado
en la villa, debió incrementar sus efectivos, pues en 1794 González de Posada afirmaba que había en Gijón «fábrica de loza fina, de sombreros, de medias, de curtidos, de cerveza, de diges de azabache y de botones de uña».
Estos establecimientos estaban agrupados en el apéndice urbano localizado
junto al puerto en los planos de la villa de finales del XVIII y comienzos del XIX.
Así, en el Plano de la Concha de Gijón (1789), de Tofiño de San Miguel, y en el
Plano del puerto y Villa de Gixón en Asturias (1812), de Ramón Lope, está diferenciado un núcleo de caserío, al pie de la dársena, defendido de los embates del mar
por el paredón de Natahoyo, que entonces ocupaba una posición más interior
respecto a la línea de muelles actual en esa zona; línea adelantada en los años
setenta del siglo XIX por iniciativa de la Sociedad de Fomento, entidad promotora de los muelles de su nombre que, al construirlos, ganó terreno al mar.
La misma localización de este espacio, acotado en la actualidad entre las calles
Marqués de San Esteban, Comercio, Álvarez Garaya, plaza del Carmen y Corrida,
a pie de puerto en un lugar apto para recibir y expedir las mercancías por vía
marítima sin necesidad de desplazamientos inútiles; y la elocuencia del callejero
decimonónico en la zona, con nombres como Comercio, Almacenes, Horno, Rastro y Rueda, son muestra bien patente de la especialización funcional con que
nació este ámbito urbano, del que Somoza dice que «era centro industrial y
manufacturero en el último tercio del siglo XVIII».
Pero, a mayor abundamiento, la documentación municipal ofrece testimonios
inequívocos de la época y contenido con que surgió el actual barrio del Carmen.
En 1792, un vecino de Gijón y otro de Oviedo solicitan permiso al Ayuntamiento
para establecer sendos almacenes junto al matadero del concejo, situado en la
Rueda; en 1798, otro vecino de la villa pone en conocimiento de la corporación
municipal «tener determinado llevar a perfección la obra principiada en la fábrica
de loza a la ynglesa establecida en el arrabal de la Rueda, calle que va a Natahoyo»
y a partir de 1788, y hasta finales de siglo, son relativamente frecuentes las solicitudes de terrenos de propios en La Rueda para edificar. Por otra parte, el mismo
Jovellanos calificó en 1795 el arrabal de «barrio nuevo», y la vía que salía de su
extremo occidental hacia el paseo de las Viudas se llamaba de Villanueva. Esta arteria suburbana originaba poco después un núcleo de caserío conocido en el siglo
XIX con el nombre de «casas de Villanueva».
[pág. 90]
Ramón Lope
Plano del Puerto
y Villa de Gijón en Asturias
1812
Archivo General Militar. Madrid
En este plano se reflejan con
claridad los plantíos
jovellanistas del paseo de la
Estrella, el paseo de los Reyes,
el paseo de las Viudas y la
carretera de Castilla. Como se
aprecia en el plano, la carretera
de Castilla, que partía de la
plazuela del Infante —actual
Seis de Agosto— cerraba el
circuito de alamedas de forma
casi rectangular.
91
[Pág. 93]
Thomas O’Daly
Nuevo proyecto del Puerto de
Gijón. Mapa de la Rada y Barra
de Gixon
28 agosto 1754
Museo Naval. Madrid
Una tormenta destruyó la
dársena e inutilizó el puerto;
finalmente, se aprobó la
construcción de un nuevo
muelle, cuyas obras,
encargadas al ingeniero naval
irlandés Thomas O’Daly,
comenzaron en 1753 y se
dieron por concluidas, según
proyecto de Reguera, en 1789.
92
La seca y saneamiento del Humedal. El plantío de árboles
Otro capítulo de la expansión de Gijón en el siglo XVIII es el del saneamiento de
las marismas del Humedal, una zona endorreica a poniente del cerro de Santa
Catalina, ocupada por una laguna esporádica que puede verse representada en el
Plano de Gijón del Atlas del Rey Planeta, de Texeira, fechado en 1634. Este proceso
sienta las bases de la formación de unas reservas de suelo urbano ocupadas en
parte en los años centrales del siglo XIX, y aleja de la villa un foco de insalubridad permanente que había tenido consecuencias negativas para la higiene pública
del municipio.
Aunque no se conoce el término inicial del proceso de desecación del Humedal, en 1782 el regidor decano del concejo afirmaba que «se había visto enjuta la
dilatada, profunda, pestífera laguna del Humedal contigua a esta villa». El saneamiento de la zona se hizo aterrándola con arenas extraídas de las inmediaciones
de la villa, con los materiales sacados de la limpieza de la dársena y, eventualmente, con los lastres de los buques que tocaban el puerto. El acarreo de estos
materiales se hacía en los carros del concejo, aplicándose una suerte de sextaferia
no redimible; simultáneamente se abrieron varias zanjas de desagüe al mar.
Así, en 1784, el Ayuntamiento elevaba un memorial al Contador general de
propios y arbitrios del Reino manifestando la utilidad que recibiría el público «de
entrarse a cultura el término de el Humedal de esta villa», y pidiendo autorización para arrendar por cuatrienios los terrenos divididos, para evitar que viniesen a parar en pocas o en una sola mano las suertes formadas, y obtener además
un mayor producto. El juez noble y portavoz del concejo reconocía que la renta
debía ser «proporcionada y suave por carecer el pueblo de jornaleros en cuya clase
caigan los repartimientos, por no haber otros que peones de obras cuya miseria
los aleja de sufrir los gastos previos, cultivo, aperos, cierros y lo más necesario
para entrarlo a cultivo, ni haber tampoco labradores efectivos». Por otra parte, el
concejo preveía formar 14 o 16 suertes de tres o cuatro días de bueyes cada una.
El resultado fue que la villa incrementó sus propios en una extensión considerable; parte la plantó de álamos, dando lugar al paseo público de la Estrella, tan
citado en los Diarios de Jovellanos, utilizado como campo de instrucción por las
tropas de la guarnición, y parte la cerró, formando lotes arrendados o aforados a
los vecinos del concejo.
El paseo de la Estrella, que abarcaba una superficie de planta triangular algo
mayor que la de la actual plaza del Humedal, obedece al modelo de vías radiales divulgado durante el reinado de Carlos III. Su centro era una plazoleta circular, o luneta, a la que confluían parte de las nuevas vías arboladas de acceso a
la villa. En ella desembocaba el paseo de los Reyes, abierto en 1798, el paseo de
las Viudas, y la hijuela del camino real de Castilla, que seguía el trazado de la
actual calle de Magnus Blikstadt. Desde la plazuela del Infante, al final de la calle
ancha de la Cruz, o Corrida, una alameda bordeaba la nueva carretera de Castilla, completando un circuito de vías arboladas de planta casi rectangular en las
afueras de la villa.
En 1787 debió culminarse la seca del Humedal, porque en dicho año, según
se desprende de un informe del alférez mayor del concejo, Francisco de Paula
Jovellanos, se planificó el paseo de la Estrella y se sortearon diez cierros entre los
vecinos de la villa de Gijón y de las parroquias de Tremañes y Ceares. En el pliego
de condiciones para la adjudicación de los lotes, la villa exigía de los futuros llevadores que debían echar cada año cien carros de arena sobre cada día de bueyes
de los de su suerte, hasta que el terreno tomase la elevación necesaria para derramar las aguas hacia las zanjas inmediatas, que en los cuatro primeros años debían
sembrar de maíz el terreno adjudicado, que debían entretener los árboles y cercas
de su respectivo cierro, y que no podrían edificar sin licencia del concejo. El 21 de
93
Segunda sede
del Real Instituto Asturiano
Museo del Pueblo de Asturias.
Gijón
Jovellanos fijó el
emplazamiento del edificio del
Real Instituto Asturiano, cuya
construcción arrancó en 1797,
como centro ordenador de
referencia en la nueva trama
urbana; estaba flanqueado por
dos plazas, de las que sólo se
abrió la de su lado oriental.
94
junio de 1788, se adjudicaron los diez cierros a ocho vecinos de la villa y a dos de
la parroquia de Ceares.
El Plan de Mejoras de Jovellanos
Aparte del crecimiento que la villa experimentó hacia poniente, a través de la seca
del Humedal, se inició también en esta época su primer desarrollo meridional. El
instrumento que canalizó esta expansión urbana fue un Plan de Mejoras presentado por Jovellanos a la corporación municipal en octubre de 1782, que ésta
aceptó nombrando para su ejecución comisarios con facultades para usar de los
fondos de la villa con destino a la ejecución de las medidas adoptadas.
Las líneas programáticas de la memoria jovellanista son, en líneas generales, las siguientes: reparación del paredón antiguo desde la peña de Santa Ana
a la capilla de los Valdés, y construcción de una tapia, prolongación del muro
de San Lorenzo que entonces llegaba hasta donde hoy está la Escalerona, que
viniera a enlazar con el Arco del Infante, en la Puerta de la Villa, pasando por
delante de la capilla de Begoña, para preservar a la villa «de los insultos de las
arenas y del mar».
Pero lo que confiere especial sustantividad al Plan de Mejoras es la propuesta
de un auténtico plan de ensanche. Para librar a la villa de las arenas que quedaban en el interior de la cerca, y en previsión de un crecimiento de población, proponía el establecimiento de una red viaria de trazado cuasiradial, es decir un
conjunto de calles trazadas a cordel desde las estribaciones del cerro de Santa
Catalina hasta el borde del recinto acotado por la tapia citada, cortadas por otras
«que corriesen de Oriente a Poniente en debidas distancias». En el centro de la
trama resultante, una plaza sería el nuevo centro de la entidad urbana.
El dibujo parcelario resultante sería el resultado de subdividir las manzanas
rectangulares alargadas que hoy todavía definen el centro de Gijón. La adjudicación de las parcelas correría a cargo del concejo, que procedería a dividir los terrenos en suertes y adjudicarlos a los solicitantes bajo un canon moderado a favor
de los propios de la villa, con la condición de que cada adjudicatario cerrase con
cerca de piedra seca su lote, con facultad de dedicarlo a huerta, prado o edificio,
siempre que se guarden «la forma y orden de las líneas, que deberían tirarse y
estacarse antes del repartimiento». Por otra parte, y en razón de la diferente calidad de las suertes, se establecía un sistema de exenciones fiscales a favor de los de
peor calidad o situación. Nos encontramos, pues, ante una propuesta de formación de suelo urbano, lo que convierte este Plan en un antecedente directo de los
planes de ensanche decimonónicos.
En otro orden de cosas, se proponía también una limpieza de la dársena, y su
mejora, y una profusa campaña de plantío de árboles, pinos en el arenal para fijar
95
el suelo, y álamos en las nuevas calles y en las vías de acceso a la ciudad, así como
en las plazas y plazoletas existentes. Y ello, porque, en palabras de Jovellanos,
Los árboles no sólo contribuyen a la hermosura, sino también a la riqueza
de los pueblos que hacen abundar en ellos la leña y madera de construcción, que los libran de las inclemencias del sol y de los vientos, que purifican, templan y refrescan los aires destemplados del invierno y verano; y
finalmente que dan una idea a quien los ve del orden y la buena policía
que reinan en los pueblos donde abundan
Un examen detenido de los Diarios confirma que el mismo Jovellanos financió
la plantación de gran cantidad de álamos en la trama viaria del nuevo «ensanche», así
como en el arenal de san Lorenzo, en la luneta del Infante, actual plaza del 6 de
Agosto, en el Humedal y en los lugares de Ceares y Contrueces. Por su importancia,
y lo exótico de algunas de las especies, cabe reseñar la compra que hizo de 500 árboles a los jardines de Aranjuez; incluía tal adquisición chopos de Lombardía y Carolina, plátanos de Louisiana, sauces de Babilonia, mundos o árboles de nieve, abedules,
paleras y pinos, con los que pobló extensas zonas del arenal de San Lorenzo. Pero la
especie ornamental más utilizada por Jovellanos fue el álamo blanco «porque es un
árbol que se pone en vara y sirve al mismo tiempo de vivero».
La funcionalidad del modelo jovellanista quedó puesta de manifiesto en los
años siguientes. En el mismo año de la formulación del Plan de Mejoras se trasladó la Puerta del Infante desde su primitivo emplazamiento, en el arenal de la
Trinidad, a la salida de la villa, al final de la calle ancha de la Cruz. En 1784, la villa
destina arbitrios para la construcción de la cerca desde el extremo del paredón de
San Lorenzo a la Puerta de la Villa; en 1790, con motivo de una petición de
terreno público junto al paredón de San Lorenzo, el concejo responde que
en aquel paraje, y otros públicos y comunes de esta Villa, se están trazando calles y plazuelas para su mejor adorno, de cuyo plano se dará
parte... para después hacer la competente distribución de el demás
terreno a fin de levantar edificios, cerrar huertas y otros útiles al público.
En 1794 comienzan las peticiones de terrenos en la nueva zona urbana, y en
1797 se inicia la construcción del edificio del Real Instituto Asturiano, y de las plazas proyectadas en el Plan de Mejoras contiguas a él, elementos que actuaron
como centros ordenadores de referencia en el reciente entramado urbano, pues
en tal punto terminaba la calle homónima, y de allí partían tres calles que finalizaban en la alameda de Begoña.
96
La actividad del Real Instituto Asturiano había comenzado, en 1794, en un
edificio familiar contiguo a la casona solariega de Cimadevilla, pero la favorable
acogida despertada por el centro aconsejó construir un edificio de nueva planta
en el proyectado «ensanche» de la villa. Sus planos fueron encargados al arquitecto Juan de Villanueva, con la intención, en palabras de Jovellanos, «de que no
sea ni demasiado grande, ni muy magnífico, pero sí un edificio noble y bello y
además cómodo y conveniente a los objetos que debe alojar». Colocada la primera piedra en noviembre de 1797, dos años después las obras sufrieron un
parón, coincidiendo con el apartamiento de Jovellanos del poder, de suerte que el
nuevo edificio no quedó finalizado sino en 1807, con una huerta anexa que llegaba hasta el alto de Begoña.
Otro exponente expresivo de la importancia alcanzada por la nueva villa lo
constituyen las Ordenanzas de Policía Urbana formadas por el Ayuntamiento en
1809. En los primeros años del siglo XIX, la ciudad evolucionó bajo los criterios
del Plan de Mejoras. El plano de la villa levantado en 1836 por los profesores del
Instituto Asturiano Alonso Rendueles y Sandalio Junquera refleja como límite del
perímetro urbano el de la cerca que defendía la villa de la invasión de las arenas
en los años anteriores: una línea identificable con las actuales calles de la Libertad, plaza del 6 de Agosto, calle de Pelayo, paseo de Begoña, calles Covadonga,
Menéndez Valdés, Cabrales y San Agustín.
En 1826, según el abate Miñano, las calles principales de la villa eran las de
San Bernardo y Corrida, y una gran parte de su caserío era de dos plantas. Por
otra parte, según el mismo autor, el moderado precio de los alquileres atraía a un
número apreciable de habitantes de las aldeas del concejo, que venían a establecerse en la población movidos por su actividad comercial.
bibliografía
VV. AA., Gijón, puerto ilustrado, Barcelona, Lunwerg, 2003.
ALVARGONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Ramón, Gijón: industrialización y crecimiento urbano, Salinas, Ayalga, 1977.
GARCÍA PRADO, Justiniano, «La descripción de Gijón para el mapa de Tomás López», Boletín del
Instituto de Estudios Asturianos, núm 7, Oviedo, 1949, págs. 93-102.
GUZMÁN SANCHO, Agustín y SANCHO FLÓREZ, J. G., El Instituto de Jovellanos, Gijón, Real Instituto
Jovellanos, 1994.
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Diarios, ed. de Julio Somoza, 3 vols., Oviedo, Instituto de
Estudios Asturianos, 1953-1956.
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Gijón. Apuntamientos para el Diccionario Geográfico-Histórico de
Asturias (1804), ed. de J. González Santos y J. López Álvarez, Gijón, Museo Casa Natal de
Jovellanos, 2001.
SENDÍN GARCÍA, M. A., Las transformaciones en el paisaje urbano de Gijón (1834-1939), Oviedo,
Instituto de Estudios Asturianos, 1994.
97
Mariano Ramón Sánchez
Vista de San Lorenzo
y Campo Valdés de Gijón
Hacia 1793
Museo Casa Natal
de Jovellanos. Gijón
Esta vista fue regalada por
Sánchez a Jovellanos, en cuya
casa familiar figura inventariada
en 1826. El cuadro hacía
pareja con una Campiña de los
alrededores de Gijón no
conservada.
98
99
Mariano Ramón Sánchez
Dársena de Gijón
Hacia 1793
Patrimonio Nacional
Este pintor y topógrafo realizó más
de cien vistas de puertos españoles
por encargo de Carlos III. Entre
ellas, ésta de Gijón tomada desde
el muelle de tierra, en que se
observa la dársena y la Plaza de la
Barquera, hoy conocida como Plaza
del Marqués.
100
Francisco Leal
Plano de Gijón y Rada de Torres
1752
Museo Naval. Madrid
101
Thomas O’Daly
Plano del proyecto de reparo
de los muelles de la villa de Gijón
1753
Archivo General Militar de Madrid
102
Andrés de la Cuesta
Plano del Puerto de Gijón
1776
Museo Naval. Madrid
103
[1]
Miguel de la Puente
Plano de la ensenada de Gijón,
situado por observación el cabo
de Torres
Museo Naval. Madrid
104
[2]
Vicente Tofiño de San Miguel
Plano de la concha de Gijón
levantado por el brigadier
de la Real Armada
1787
Museo Naval. Madrid
El artesanado estaba agrupado
en el apéndice urbano
localizado junto al puerto;
en el plano se advierte este
núcleo de caserío, al pie de la
dársena.
[3]
Diorama del puerto de Gijón
2005
Autoridad Portuaria de Gijón
Representa la ciudad en
octubre 1808, al comienzo de
la Guerra de la Independencia.
105
José de Castellar
Plano de Gijón y proyecto de
fortificación
1835
Ministerio de Defensa. Archivo
Cartográfico y de Estudios
Geográficos del Centro
Geográfico del Ejército
107
[1]
Manuel Reguera
Puerta de la Villa o Arco de
don Pelayo, Gijón 1782
Grabado de La Ilustración
Gallega y Asturiana, I, nº. 16
10 de junio de 1879
Instituto Feijoo de Estudios
del Siglo XVIII
La puerta del Infante se
trasladó desde un primitivo
emplazamiento en el arenal de
la Trinidad a la nueva salida
de la villa, en el arranque de
la carretera de Castilla,
alcanzando en dirección
sudeste el trayecto de las
calles Moros y Corrida. En un
ángulo se enterraron varias
monedas, una guía de
forasteros, el Mercurio del mes
de julio, las Gacetas de la
semana, la Historia de Gijón
de Gregorio Menéndez y un
acta testimonial. Fue derruida
en 1886.
108
[2]
Luis Paret (dibujo)
y Blas Ametller (grabado)
Escudo y empresa del Real
Instituto Asturiano de Gijón
1794
Biblioteca Nacional de España
En su divisa: Quid verum, quid
utile (a la verdad y la utilidad
pública). El galeón, la brújula,
el globo terráqueo y los
matraces ilustran las disciplinas
impartidas en el Instituto.
[3]
Gaspar Melchor de Jovellanos
Noticia del Real Instituto
Asturiano
1795, Oviedo: Francisco Díaz
Pedregal
Instituto Feijoo de Estudios
del Siglo XVIII. Oviedo
Dice Jovellanos al comienzo de
esta Noticia de su obra más
querida: «¿Qué sería de una
nación que, en vez de
geómetras, astrónomos,
arquitectos y mineralogistas, no
tuviese sino teólogos y
jurisconsultos?» Con vistas a la
captación de fondos para la
construcción de la nueva sede
del Instituto, Jovellanos envía
ejemplares de la Noticia a
Cuba, Venezuela y Puerto Rico.
109
[1]
Gaspar Melchor de Jovellanos
Representación al Ayuntamiento sobre las ideas que propone para aumentar la población,
la industria y el comercio de la villa (Plan de mejoras de Jovellanos)
4 de octubre de 1782
Archivo Municipal de Gijón
El Plan fue el instrumento que canalizó el crecimiento de la villa en dirección meridional.
Decía en él Jovellanos: «Cuando un país cualquiera piensa en su mejoramiento, exigen la
razón y el buen orden que antes trate de remover los estorbos que se oponen a él, que de
promover los medios que puedan asegurarlo. Nuestra villa, conducida por esta sabia
máxima, trató primero de separar los inconvenientes que se oponían a la franqueza y
seguridad del puerto y después de librar la parte oriental de la población de las ruinas
que frecuentemente causaban las arenas traídas por el Nordeste».
110
[2]
Primera sede del Real Instituto
Asturiano, en la plazuela de
Jovellanos
Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII
La Casa del Fornu fue cedida
como sede por el hermano de
Jovellanos, Francisco de Paula,
que sería su primer director.
[3]
Casa natal de Jovellanos
Museo del Pueblo de Asturias.
Gijón
Enrique III donó a Laso García
de la Vega en 1397 las ruinas
del antiguo alcázar, como
premio por su apoyo frente al
infante rebelde y conde de
Gijón, Alfonso Henríquez. Su
nieto, Juan García de Jove, el
fundador, reconstruyó la torre
occidental en el siglo XV; su
hijo, Gregorio García de Jove, el
rey chico, levantó en el siglo
XVI la torre nueva y añadió el
cuerpo central propio de las
casonas palaciegas asturianas.
111
112
Jovellanos: el gabinete de un ilustrado
Elena de Lorenzo Álvarez. Universidad de Oviedo
Si en el Viaje alrededor de mi habitación (1794) Xavier de Maistre nos describe sus
hábitos y los objetos que le rodeaban en la alcoba turinesa en que se vio arrestado
varias semanas, también nosotros podemos hoy viajar por los cuartos de la torre
nueva de la casa familiar de Jovellanos, guiados por sus diarios y la correspondencia de la década de los años noventa; se halla en ellos fiel testimonio de la vida cotidiana en aquella casa en que se instala un ilustrado desterrado que se ha dotado de
un espacio en que disfrutar del afanado y sociable ocio dieciochesco.
Este ocio ilustrado requiere y genera nuevos espacios de sociabilidad, como los
paseos arbolados, ordenados locus amoenus diseñados por un incipiente urbanismo
que dibuja plazas, parques y jardines, o los «cafés o casas públicas de conversación y
diversión cotidiana». Jovellanos se empeñará en el trazado de los primeros en Gijón y
reclamará el establecimiento de los segundos en las ciudades españolas. A falta de esas
casas públicas, varios gijoneses se retiran al caer la tarde en acogedores cuartos que
presencian animadas tertulias, como las que el propio Jovellanos había disfrutado en
Sevilla y Madrid. Aunque el tópico moralista asocia las tertulias con chichisveo y cortejo, pues eran espacio preferente de relajadas relaciones entre los sexos, fueron algunas un hervidero intelectual y político, como serían en el siglo XIX el casino o el café:
mucho debe el exitoso delincuente honrado a la iniciativa de los tertulianos de la de
Pablo de Olavide de ensayar un novedoso género literario, la comedia sentimental, en
que los propios burgueses reclamaban nuevos personajes literarios, propios de su
nuevo papel social; la reforma poética del siglo que arremetió contra unas agotadas
fórmulas barrocas, al trato de Jovellanos con los de Salamanca, con quienes le pone en
contacto otro tertuliano, Miguel Miras; en la de Campomanes, a que acudían Mengs
y Ventura Rodríguez, conoce a Cabarrús; en el palacio de la condesa del Montijo, la
patrona, vinculada al pensamiento jansenista, se encontraban Campomanes, Bayeu,
Goya, Meléndez Valdés, Cienfuegos, los Iriarte, Llaguno, Vargas Ponce...
Desterrado en 1790, Jovellanos no parece dispuesto a renunciar a esta forma de
vida, ni a los espacios que requiere. Según Ceán, vuelve a la casa familiar y en ella
Francisco de Paula, como mayorazgo, «le destinó unas piezas decentes y capaces de
la misma casa en que había nacido, para su habitación y estudio; y en ellas colocó
sus libros y papeles, y estableció cierto régimen de vida y distribución de tiempo,
que no alteró en los once años que permaneció en aquel retiro».
[pág. 112]
Francisco de Goya
Grabado del ex libris de
Jovellanos con el escudo de
armas
Hacia 1780
Biblioteca Nacional de España
Aunque suele hacerse coincidir
el encargo con su etapa
ministerial, los trazos del
grabado parecen indicar que se
trata de los primeros ensayos
de Goya en este género. Por
tanto, el encargo del ex libris
podría ser el primero de
Jovellanos a Goya, con motivo
de su ingreso en el Consejo de
las Órdenes.
113
[pág. 115]
Bargueño
Bargueño y taquillón
Siglo XVII
Museo Casa Natal de
Jovellanos. Gijón
La cerradura del bargueño
garantiza la confidencialidad
de los papeles guardados.
Informes, correspondencia, los
cuadernos del diario, toda esta
documentación había de
guardarse en ellos. La puerta
oculta tres cajoncillos de
menor tamaño.
114
Son las habitaciones de la torre nueva. En 1793, acomete la reforma del segundo
piso, con especial atención al cuarto de la torre: «Es un cuarto lindísimo, con bellas
vistas al mar y al mediodía, y trato de adornarle a mi gusto»; a su gusto, diseñó la
escalera de acceso y remató la decoración con un papel aterciopelado estampado
con motivos de estilo clásico-pompeyano, muy popular en Inglaterra, que costó
unos 300 reales. Tras la borrascosa época del fugaz ministerio, y la muerte de Pachín,
Jovellanos regresa y se instala ya en el piso principal; el espacio de que dispone
aumenta, y lo habilita para disfrutarlo: de nuevo, en 1800, las obras. Se tabican tres
espacios, separando salón, el cuarto de la chimenea y el estrado, se les pone cielo
raso, se pintan frisos y molduras, se tienden alfombras, se montan cuatro estantes de
libros, se colocan pinturas, dibujos, estampas, bustos... Con el tiempo, y a la vista de
sucesivos inventarios de la casa, se colocan bargueños, papeleras, dos amplias mesas,
otra mesa de juego de tresillo y mediator, pequeños jarrones de plata y bronce, un
reloj de caoba, hasta diez sillas y tres taburetes...
«¡Si viera usted qué vuelta he dado a mi casa! [...] Todo está como un brinquillo.
Quiera Dios que nos veamos en ella. El cuarto de la torre espera a usted para cuando
vuelva por su país», le dice a González de Posada en 1800. En 1809, tendrá que decirle
a lord Holland: «Destrozaron mis pinturas, despedazaron todos mis libros, quemaron y rompieron todos mis muebles».
Luz, buenas vistas, habitaciones ventiladas y empapeladas, agradable chimenea, confortables alfombras, amplios estantes que acogen una nutrida biblioteca,
diverso mobiliario de escritorio, abundantes sillas y taburetes, mesa de juegos,
pequeños cuadros de gabinete y grandes retratos familiares... Éstas son las condiciones que tienen y los objetos que habitan primero el cuarto de la torre nueva y
luego el de la chimenea y su estrado anexo, espacios en que escribir, leer, hablar,
confortablemente.
Nada es casual, sino la exacta reproducción de un nuevo espacio ideal, propio
de los hombres de letras, a que Jovellanos presta especial atención. Tal lo demuestra que se fije y tome notas sobre el despacho de Vicente Salamanca: «Bello cuarto
de hombre; éste, el estrado y la chimenea pintados a la moda, bastante bien, por
profesor del país. Allí Barrio; los Monitores; la entera traducción del Smith; un
archivo perfectamente arreglado; muy buenos libros, bella mesa de escribir, todo
con gusto y comodidad». O del de Miguel Antonio de Tejada: «Salita con chimenea,
gabinete con librería. [...] Cuarto de hombre curioso; buenos y escogidos libros;
gabinete físico con máquinas, hornos, vasos, etc.».
Los nuevos espacios de la sociabilidad cotidiana ilustrada son estancias confortables, que no suntuosas, propias del siglo que asoció el término confort a la vida
doméstica; ámbitos a medio camino entre lo privado y lo público, entre la alcoba y
el café, entre el trabajo y el ocio; de aforo limitado pero suficiente; abiertos, pero con
derecho de admisión; privados, sí, pero concebidos para el disfrute común. Y, ante
todo, más creativos, en tanto libres igualmente del elevado ritual cortesano de los
salones, del monotemático interés de las academias, de los específicos fines de las
cofradías o de los lazos sanguíneos que funcionan como pasaporte entre una endogámica nobleza: si en éstos sólo se convocaba a los iguales en clase, religión o trabajo, en estos cuartos encontramos reunida al caer la tarde a una meritocracia
empleada a fondo en los trabajos del Instituto y el Ayuntamiento, un grupo estable
de aristoi, «los de la tertulia», que en días señalados acogerán también a otras visitas: «Al fin se dispuso un refresco en el cuarto de la torre, de vinos, licores, dulces y
frutas en abundancia. Asistieron Camposagrado, Peñalba, Vigo, las Ramírez y los de
la tertulia, y todo se concluyó a la hora acostumbrada».
En estos aposentos habría distintos ambientes dispuestos para actividades
diversas. Evidentemente, cabe pensar en un espacio dominado por el escritorio, con
su escribanía y su cómodo sillón. La escribanía era frecuentemente objeto de regalo
en aquel siglo: «Presento a mi cuñada una linda escribanía de plata, escogida y
enviada por Arias de Madrid». En su despacho tuvo una de bronce, y en Bellver se
hizo con otra, de plata «de gusto americano», que legó a Ignacio Bas y Bauzá. En
este espacio, Jovellanos redactaba el diario, de excepcional valor no sólo por ser
suyo, sino por ser una rara muestra de ese género del yo tan escasamente practicado
115
Anónimo
Escribanía de Jovellanos
Colección particular
Las escribanías eran un objeto
de especial importancia para el
hombre de letras del siglo
XVIII, y con frecuencia se
regalaban. Ésta estaba en el
estrado de su casa, según
documenta Somoza en 1891.
En Bellver se hizo con otra, de
plata «de gusto americano».
en España. Tal como indica en su testamento, donde lega el diario a Arias, su redacción comenzó con motivo de sus viajes y prosiguió para apoyo de la memoria: «los
diarios de dichos viajes, que acostumbraba a llevar con el deseo de instruirme, y
aún después de ellos, para socorro de mi memoria». Escrito normalmente a última
hora del día, en un esfuerzo que se prolongó durante décadas —«Otra embestida a
ver si puedo restablecer mi diario»—, quedan en él notas de las cuentas, la correspondencia, las visitas, los paseos, las lecturas, las actividades del Instituto, apuntamientos de sus viajes y algunos fragmentos de redacción reposada, emoción
profunda y clara voluntad literaria, donde se percibe que la mirada del poeta perdura. Pese a titularse Memorias íntimas cuando se publicó en 1915, en absoluto se
trata de unas memorias y lo privado predomina sobre lo íntimo. Precisamente las
etapas fundamentales de su vida pública, en este diario son conscientes espacios en
blanco, sobre los que se cierne un significativo silencio. Al retomar el diario tras el
Ministerio, anota: «¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero serán omitidas o dichas
separadamente». Y cuando recibió la comisión secreta de La Cavada, sólo pudo
anotar: «¡Pobre de mí! ¡Cuál comisión me viene encima! Ni aquí puedo explicarla».
En cuanto al yo íntimo, lógicamente había de huir de él quien dijera de las Confesiones de Rousseau: «Hasta aquí no he hallado en esta obra sino impertinencias bien
escritas, muchas contradicciones y mucho orgullo».
Estos cuadernos exigían discreción, y bien podemos imaginarlos custodiados
en el bargueño, cercano al escritorio, cuyos mecanismos de cierre garantizaban la
confidencialidad de los asuntos más privados: junto al diario, seguramente, recoge-
116
ría su abundante correo. Entre el millar de cartas despachadas entre 1767 y 1811
abunda la correspondencia oficial, aunque es significativo el volumen de las de
franco trato con los amigos ausentes: durante años anotará en el diario, a papá, a la
patrona, al amigo, aludiendo a su correspondencia con Arias de Saavedra, la condesa del Montijo y Cabarrús; poesía, teatro y literatura extranjera serán asuntos
predominantes en su conversación a distancia con los de Salamanca en los setenta;
lógicamente, la estancia en el Madrid de los ochenta determina mayor contacto
epistolar con Pachín y Josefa y otros parientes y amigos de Asturias; en los noventa,
diversas cuestiones referentes a la historia de Asturias ocuparán su correspondencia con Caveda y González de Posada —quien será su principal interlocutor en Bellver—, y su aversión a la radicalización de los principios filosóficos en materia
política quedará patente en la mantenida con Jardine; finalmente, el diálogo con
lord Holland estará marcado por los avatares bélicos en la violenta España del
nuevo siglo... En la última carta autógrafa conservada, fechada en Gijón el 1 de
noviembre de 1811, comenta a Pedro Valdés Llanos que ha dado orden de que a
partir del próximo mes la mitad de su sueldo se destine a los gastos del Instituto: ya
no podría ser.
En este mismo ámbito leería las gacetas. Aunque no siempre reseña en el diario
de qué cabecera se trata, hay constancia de la lectura tanto de periódicos nacionales
como extranjeros. Entre los primeros destaca La Gaceta, que terminaría convirtiéndose en el Boletín Oficial del Estado; y había de leer sin duda aquellos en que él
mismo escribió o quiso escribir, consciente del papel que desempeñaba esta nueva
herramienta de la opinión pública: el Memorial literario, donde defendió la admisión de mujeres en la Matritense en 1786; El censor, donde publicó sus sátiras y discursos sobre la nobleza en 1786 y 1787; el Diario de Madrid, para el que proyectaría
los Ahechos en 1786, donde publicaría las sátiras sobre cómicos, toros y la tiranía de
los maridos en 1788, 1797 y 1798 y a donde enviaría la Carta que redacta en Bellver
en 1802 con motivo de la boda de Fernando VII; la Gaceta de Madrid, donde daría
noticia de la apertura del Instituto (1794), y del certamen (1797); o las Variedades de
ciencias, literatura y artes de Manuel J. Quintana, donde podría haber pensado en
publicar los textos sobre las reseñas literarias y sobre las bellas artes. Entre los diarios hay también referencias explícitas y abundantes a la lectura de prensa extranjera, como el Monitor, la Gaceta de Francia, El correo de Londres y el Craftsman, or
Gray’s Inn Journal; probablemente en los últimos años leería el Morning Chronicle,
donde Holland y Allen coordinaban la campaña pro-española durante la guerra de
independencia.
Y, en este cuarto, por supuesto, escribía: aquí redacta el informe del expediente de ley agraria y los informes mineros, el discurso con que inaugura el Real
Instituto y la Noticia que del mismo publica y los apuntes sobre Gijón; también
117
[pág. 119]
Gaspar Melchor de Jovellanos
Carta a Carlos González
de Posada
10 de diciembre de 1794, Gijón
Biblioteca Nacional de España
Jovellanos despachó más de
un millar de cartas entre 1767
y 1811. Abunda la
correspondencia oficial,
aunque es significativo el
volumen de las de franco trato
con los amigos ausentes. En
los noventa, uno de sus
interlocutores principales es
González de Posada, canónigo
de Tarragona. En esta carta
puede apreciarse el matasellos
de Gijón.
118
revisa su memoria sobre los espectáculos y las diversiones públicas y las cartas
sobre Asturias.
Arropan estas salas pinturas y dibujos y amplios estantes de libros, las dos partidas principales de gasto personal de Jovellanos; le dice a su hermano en 1784: «Mi
afición a los libros, a pinturas, me arruina, y apenas puedo irme a la mano»; y Ceán
nos dirá: «aunque soltero y sin estrechas obligaciones, había consumido sus sueldos
en libros y pinturas».
Estas colecciones son ciertamente entonces síntoma, pero también símbolo del
estatus intelectual. El propio Jovellanos juzga en virtud de ellas a los poseedores de
aquellas que visita, tomando buena nota en su diario: en 1791, dice de Juan Antonio Henríquez que «pretende tener colección de pinturas, de estampas, de historia
natural, de libros, y nada tiene bueno»; sin embargo, Diego de Sierra y Salcedo,
«sujeto de mucha erudición, que vive como un filósofo, retirado, con trato de pocos
amigos, leyendo mucho y pasándolo bien», tiene «libros muy escogidos, muchos
mapas, algunos inéditos».
En aquellos años, había en la casa vírgenes de Vaccaro, Morales, Murillo y
Goya, junto a una copia de la vista de la villa de Gijón de Mariano Ramón Sánchez y retratos de los hermanos Francisco, Gregorio, Francisco de Paula y Josefa
—éstos de Ángel Pérez e Inza— y los de Francisco Saavedra, Arias de Saavedra,
Ceán Bermúdez y el suyo propio, todos de Goya. Probablemente estaría también su retrato al pastel «con maguito» y la escultura que le encargó a Cristóbal
Ramos. En el cuarto de la chimenea, colocó en 1800 «lo mejor de cuadros
pequeños, estampas y dibujos», que formarían parte de la colección de dibujos
que, reunida por Jovellanos y Ceán Bermúdez durante más de treinta años,
alcanzaría el número de 797 y, legada al Instituto, se perdió en 1936. Se trata,
pues, de una colección artística eminentemente pictórica, en cuyo gusto destacan los maestros del siglo de oro —Velázquez, Zurbarán, Murillo—, el clasicismo italiano y, entre el nuevo estilo, Mengs y Goya; y en cuya temática abundan las obras religiosas y una cualificada galería de retratos de parientes y amigos, entre los que destacan los que encargó de sí mismo en significativos
momentos de su cursus honorum.
En el estrado, junto a los retratos de Goya, se colocan «cuatro grandes estantes
de libros», que acogían ya la biblioteca sevillana, bien conocida gracias al inventario de Ceán. Con 34 años, su biblioteca constaba ya de 857 ejemplares, entre los que
se cuentan incunables y predominan obras de jurisprudencia y literatura, junto a
casi cuarenta gramáticas y once tratados sobre poesía. Los libros estaban en español (335), latín (309), francés (166), italiano (19), inglés (18) y portugués (10), y
abarcaban de los siglos XV al XVIII (8, 217, 172, 460). Parte de esta biblioteca pasaría a la casa de la calle de Juanelo, en Madrid en 1782, que, según Ceán, «adornó
con buenas y escogidas pinturas, que yo le compré, y con los libros que trajo de
Sevilla y otros que después aumentó en demasía». Parte de ella pasó a Gijón, y otra
quedó en Madrid. Una última tendría en Bellver, «que va igualando a las dos que
tiene en Madrid y Gijón». Cuando parte de Gijón el 6 de noviembre de 1811, aún
decide llevarse consigo 387 volúmenes. Por otro lado, sus notas de lectura permiten la reconstrucción de una biblioteca ideal de unos 1500 títulos, entre los que predominan los españoles, franceses y clásicos de asunto literario, histórico y
económico. Entre sus autores predilectos, destaca la lectura constante de Cicerón,
«el que he preferido siempre, no sólo como al más elocuente de los hombres, sino
como al más puro y juicioso de los filósofos».
Hay una excepcional noticia sobre el proceso de constitución de la biblioteca
del Instituto, pues tiene que explicárselo al inquisidor de Valladolid: «cómo adquirimos los libros: primero, regalados; segundo, introducidos de Londres y revistos
por el Comisario; tercero, comprados al presidente Aguirre; cuarto, comprados en
el reino, por la mayor parte castellanos». También tenemos noticias de encargos de
119
Indice de los libros y
manuscritos que posee don
Gaspar de Jovellanos y
Ramírez, del Consejo de S. M.
y su Alcalde de Casa y Corte
1778
Biblioteca Nacional de España
Gracias a este inventario de
Ceán Bermúdez conocemos
bien la biblioteca que
Jovellanos tenía en Sevilla. Con
34 años su biblioteca constaba
ya de 857 ejemplares, entre los
que se cuentan incunables y
predominan obras de
jurisprudencia y literatura,
junto a casi cuarenta
gramáticas y once tratados
sobre poesía. Los libros estaban
en español (335), latín (309),
francés (166), italiano (19),
inglés (18) y portugués (10).
libros. En unos casos, son los residentes en el extranjero y los viajeros quienes reciben comandas: Durango ha de hacer un pedido en Londres y García Jove parte
hacia Filadelfia con el encargo «de comprar cualquiera obra buena y nueva que
haya producido aquella nueva Academia de Ciencias, o los sabios del país, y el
nuevo código constitucional de la República». En otros casos, los libros se piden por
catálogo: «Reconocimiento de cuatro catálogos de libros de Londres, para escoger
para el Instituto y para mí. ¡Ojalá estuviera rico uno y otro bolsillo!»; o bien son los
propios libreros quienes ofrecen sus fondos, como el santanderino Domingo de
Aguirre, a quien escribe «aceptando la oferta de libros ingleses, buenos y baratos,
indicando los que necesita el Instituto y los que pueden servir para mí». En ocasiones, hay problemas con los encargos, bien por el precio —«Llegó una remesa de
libros de Salamanca, carísimos sobremanera; no se encargará otra a Alegría»—,
bien por los libros recibidos: «la cuenta de libros importa 155 esterlinas, pero vienen muchos no pedidos y faltan las Transacciones y otros pedidos. Veremos quid
faciendum».
Pero estos libros no permanecen siempre en las estanterías: los libros se prestan,
se limpian, se encuadernan y, por supuesto, se leen. La lectura es privada o compartida, simultánea, reiterada y, a veces, fragmentaria. Normalmente, está a cargo del
120
Gazette Nationale
ou Le Moniteur Universel
5 de mayo de 1789, nº 1.
Paris: Agasse
Biblioteca Nacional de España
Según se aprecia en el diario,
Jovellanos leía abundante
prensa extranjera, tanto
cabeceras inglesas como
francesas, cuyas noticias eran
objeto preferente de la tertulia
y la correspondencia.
secretario, a quien en ocasiones sustituye su hermano —«No hay lectura en Gibbon
ni en Tácito, porque Acebedo está malo. Lee Pachín en Don Quijote»—; en una
noche, se compagina la lectura en varias obras —«Lectura en Gibbon; en los Anales
de Química de Proust; luego en la Historia de León»—, siendo con frecuencia una
compartida y otra privada: «lectura en Gibbon. Nos acompaña Balbín, de Villaviciosa. Conversación. En la cama, Fourcroix». Obras hay que se leen hasta en tres ocasiones —«empezó a leerme (para mí es de tercera vez) las Memorias sobre nuestra
poesía, de Sarmiento»—; y, cuando el libro no satisface, se abandona: «Lectura en
Gibbon; por la noche en La Galatea de Cervantes: no me gusta, nada me parece bien
sino el lenguaje. Se dejará».
De todo ello se desprende que no es Jovellanos un bibliófilo que acumula libros,
sino un constante lector concienciado de la emancipación intelectual que esta práctica favorece. De ahí que cada vez que piense en su biblioteca en su testamento
(1795, 1802) señale para ella un uso público y contemple, incluso, la venta de libros
inútiles. En 1795, establece que pase al Instituto lo que sirva a sus propósitos docentes: «Mis libros sean para el Instituto [...]. Estén siempre en él sólo aquellos que puedan serle útiles, y todos los demás se vendan en beneficio suyo». En 1802, temiendo
que el Instituto desaparezca a su muerte, dispone que si así sucediera «dicha librería
121
[pág. 123]
Gaspar Melchor de Jovellanos
«Memoria sobre la admisión de
las señoras en la Sociedad
Económica Matritense»,
Memorial literario VII
1786, Madrid
Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII. Oviedo
Jovellanos fue un colaborador
habitual de la prensa nacional.
En 1786, doce mujeres
solicitaron el ingreso en la
Sociedad Económica
Matritense. La polémica se
aireó en la prensa. Mientras
Cabarrús fue contrario a la
propuesta, Jovellanos defendió
su admisión, pero exigía: «no
lo vulgaricemos, no lo
concedamos al nacimiento, a la
riqueza, a la hermosura», sino
a las que manifiesten las
virtudes civiles que el
patriotismo demanda, para
convertirlas en «objeto de
emulación y de competencia en
medio de su sexo».
122
sea para la villa de Gijón, a fin de que la pueda colocar en lugar y forma que sirva de
algún provecho y pueda contribuir a la lectura e instrucción de sus naturales»; y
establece que la sede del Instituto se convierta en biblioteca y que se vendan los libros
de derecho de la casa de Madrid, para costear el envío de los de «ciencias naturales
y exactas y literatura».
Pero no sólo cuadros y libros marcaban estos espacios en aquel siglo, sino también el instrumental científico. Aunque para el Instituto, Jovellanos encarga en 1794
a un francés un telescopio acromático, un microscopio y un teodolito: «son ingleses, excelentes, y en tres mil reales se tomarán a contento». Suspenderá la compra
del telescopio, pues no puede ver con él los anillos de Júpiter. En el Instituto, había
además una cámara oscura, con la que se hicieron pruebas en la playa y se ejercitaban los alumnos los viernes, cuando hacía buen tiempo. Entre los papeles de Bellver se conservan abundantes anotaciones meteorológicas, que hacen pensar en el
uso de un termómetro y barómetro, piezas encontradas en su último equipaje «en
su caja de madera, con su cubierta de encerado».
Pero dichas estancias, que eran lugar de lectura, estudio y escritura, no permanecen siempre silenciosas, pues también son espacios de ocio y sociabilidad: en
ellos se leía y se escribía, pero también se recibía, se hablaba, se jugaba, se fumaba...
En abundantes sillas y taburetes, los invitados, alejados de la etiqueta de los salones
cortesanos y de la condicionada conversación de las academias, disfrutaban de la
lectura compartida y animadas tertulias. En ellas, las noticias de la prensa y del
correo eran un elemento constante, al igual que los libros, las últimas novedades
científicas y los proyectos editoriales. En una de ellas, Pedrayes «nos declara haber
descubierto un método general para demostrar todas las ecuaciones, hasta el
quinto grado: probado con buen suceso hasta las de tercero inclusive; [...] instancias para que publique su trabajo; dificultades que le retraen».
También había tiempo para las partidas de naipes, para lo que se había dispuesto
una «mesa de juego de tresillo y mediator». Se trata de juegos de cartas españoles,
variantes de El hombre, que aparecen precisamente en los últimos decenios del XVIII,
aristocráticos en tanto individuales y complejamente reglamentados en obras como
la exitosa Reglas y leyes que se han de observar en el juego del mediator (1789). También se jugaba al treinta y uno y la secansa. Era costumbre habitual, incluso los días
de festejo. El 30 de diciembre de 1793, hubo «muchas gentes; tres partidas, mediator
y dos secansas»; siete años después, en su cumpleaños «vinieron las gentes a la hora
aplazada; se pusieron cuatro partidas de secansa, una de mediator, una grande de
treinta y uno y otra más grande, de la gente de broma, en la segunda alcoba. A las
nueva y media se empezó a cenar; la mesa estuvo lucida y creo que abundante, regularmente fina y servida». Más reservado a los entendidos es el juego del ajedrez: jugaban a él, precisamente con el matemático Pedrayes, Quirós o su hermano.
En las tertulias, era obligado agasajar con refrescos, café o chocolate; Jovellanos,
que le envía la receta del chocolate a lord Holland en 1809, incluso pide en 1799 una
remesa de Astorga, donde le dicen que es mejor: «Espero, por tanto, que usted me
haga labrar un quintal a su satisfacción, acerca de lo cual nada tengo que prevenir,
pues gusto que sea bueno, y en lo demás [el precio] sea como fuere». También nos
indica: «Ayer a mediodía tropecé con mis ingleses, y desde luego los conocí dispuestos a cuanto insinúa el primo. Convidélos a café». En el cumpleaños de 1796 «concurrieron mil gentes. Al fin se les dispuso un refresco en el cuarto de la torre, de
vinos, licores, dulces y frutas en abundancia». Al hilo de estos nuevos consumos, se
había desarrollado una incipiente industria estatal, que abastecía de delicadas tazas
y jícaras —seis se hallan en el inventario de su equipaje tras su muerte.
Finalmente, en aquellas estancias, se consumía tabaco. Sabemos que la hermana
de Jovellanos fumaba, pero parece predominar en los contertulios el consumo de
123
rapé, cuyas cajas, cuidadosamente decoradas, eran objetos de especial estima, con frecuencia personalizados y regalados. Así, Jovellanos consigna un gasto de 84 reales de
Ceán Bermúdez: «para dos libras de tabaco para él y su hermano». Cuando Pedrayes
parte a Madrid en 1796, Jovellanos anota: «le regalo el Smith en inglés; él, su rapé;
tierna despedida». Entre su último equipaje, figura «una caja de cartón para tabaco
con un armenio en la tapa», «una caja para tabaco, de piedra, con arillos y embutido
de oro; otra ídem, de concha con el retrato de una dama cercado de oro, cuadrado;
otra, también de concha, con el retrato del señor Saavedra; otra caja para tabaco de
pasta basta»; y en su testamento de 1807, lega a su sobrino Baltasar «la caja negra con
el retrato del señor don Juan Arias de Saavedra», que dice haber sido «de mi primer
aprecio desde que la poseo, por la representación que contiene de tan constante y virtuoso amigo», y a su sobrino Francisco Javier, «la caja de pasta forrada en oro que
suelo usar aquí [en Bellver]». En todo caso, en fecha indeterminada en carta a un
amigo gijonés desconocido que acaba de sufrir un achaque, le aconseja todo un
nuevo régimen de vida, que incluye dieta y paseos a caballo: «Y ese maldito tabaco,
cuyo aroma ataca continuamente los órganos del cerebro, ¿por qué no se dejará del
todo, y si no es posible, no se reducirá al mínimum?»
124
Afanado en el trabajo o entretenido en tertulias sociables, éste es el ocio que
según el diario y la correspondencia se vivió en aquellos cuartos de la torre y de la
chimenea, en aquel salón y aquel estrado, y éste un pequeño recorrido por los objetos que poblaban aquellos lugares, compañeros habituales que incluso le acompañaron en la borrasca del último viaje. Era un ocio notablemente distinto del de
aquel noble que «visita, come en noble compañía; / al Prado, a la luneta, a la tertulia / y al garito después»; un ocio ilustrado, necesariamente compartido y útil, del
que él mismo es consciente, pues como le dice a González de Posada desde Gijón
en 1796: «ya sabe usted, mi amado magistral, que nunca estoy más ocupado que
cuando más ocioso».
bibliografía
AGUILAR PIÑAL, Francisco, La biblioteca de Jovellanos (1778), Madrid, CSIC, 1984.
CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de
Jove Llanos, y noticias analíticas de sus obras, Madrid, Fuentenebro, 1814, págs. 36, 48 y 106.
CLÉMENT, Jean-Pierre, Las lecturas de Jovellanos (ensayo de reconstitución de su biblioteca),
Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1980.
[pág. 124]
Miguel Jacinto Meléndez
Boceto preparatorio de
El entierro del conde Orgaz
1734
Museo Casa Natal
de Jovellanos. Gijón
Este asturiano, pintor de
cámara de Felipe V y autor de
numerosos retratos de la
familia real, dedicó sus
últimos años a la pintura
religiosa por encargo de
distintas congregaciones.
Entonces llevó a cabo estas
grisallas inacabadas, que
fueron adquiridas por
Jovellanos. La grisalla gemela
en pág. 144.
ENCISO RECIO, Luis Miguel, Barroco e ilustración en las bibliotecas privadas españolas del siglo
XVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 2002.
GLENDINNING, Nigel, «Jovellanos. Leyendo el código del universo», en VV. AA., El libro
ilustrado. Jovellanos lector y educador, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,
1994, págs. 15-31.
GONZÁLEZ SANTOS, Javier, Jovellanos, aficionado y coleccionista, Gijón, Ayuntamiento de Gijón,
1994, págs. 67-72.
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G. M. Jovellanos, Gijón, Museo Casa Natal, 1996, págs. 37-58.
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Obras completas, I-XIV, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios
del Siglo XVIII/Ayuntamiento de Gijón, 1984-2010, I, págs. 221, 227, 233, 263, 290, 294 y 558;
II, págs. 299 y 401; III, págs. 234, 412, 444 y 585.; V, págs. 234, 249 y 490; VI, 203, 251, 503, 551,
576, 577, 580, 582, 622, 624 y 633; VII, págs. 25, 47, 66, 78-79, 92, 220, 293, 479, 484, 486, 502,
541, 559, 659, 708 y 763; XI, pág. 783; y XII, págs. 423-429.
JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Obras publicadas e inéditas, Madrid, Atlas, 1956 (Biblioteca de
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PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso E., Catálogo de la colección de Dibujos del Instituto Jovellanos de Gijón,
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(de.), Asturias y la Ilustración, Asturias, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Consejería
de Cultura del Principado, 1996, págs. 205-256.
125
Gaspar Melchor de Jovellanos
Carta a Petra Guerra y García
de Briones
11 de agosto de 1810
Colección particular
En 1811, Jovellanos estuvo
alojado en casa del V marqués
de Rivadulla, donde dice haber
disfrutado «la temporada más
deliciosa que he gozado en mi
vida». Con su mujer mantiene
fluida correspondencia,
en que comenta con notable
familiaridad asuntos personales,
militares, económicos y políticos.
126
Gaspar Melchor de Jovellanos
Carta a Pedro Manuel
de Valdés Llanos
1 de noviembre de 1811, Gijón
Biblioteca Pública Jovellanos.
Gijón
En la última carta con firma
autógrafa conservada, fechada
en Gijón el 1 de noviembre de
1811, comenta Jovellanos a
Pedro Valdés Llanos que ha
dado orden de que a partir del
próximo mes la mitad de su
sueldo se destine a los gastos
del Instituto: ya no podría ser.
127
[1]
[2]
[3]
Mercurio histórico político, que contiene
el estado preferente de la Europa, lo
sucedido en todas las cortes…
Manuel José Quintana
D.P.M.O. [Don Pedro María Olive]
Variedades de ciencias, literatura
y artes
Nuevas efemérides de España,
históricas y literarias
1757, Madrid: Imprenta de Antonio
Marín
1803, Madrid: Oficina de Benito
García y Compañía
1805, Madrid: Imprenta de Vega y
Compañía
Instituto Feijoo de Estudios del Siglo
XVIII. Oviedo
Instituto Feijoo de Estudios del Siglo
XVIII. Oviedo
Instituto Feijoo de Estudios del Siglo
XVIII. Oviedo
Jovellanos cita como fuente, en
ocasiones diversas, este periódico en que
se publicaban traducciones de artículos
de la prensa internacional: se dice
«compuesto del Mercurio de la Haya
y de otras noticias».
En las Variedades pensó Jovellanos
publicar una defensa de la necesidad
de las reseñas literarias. Las concibe
como elemento de difusión y como un
instrumento regulador, pues «la manía
de hacer libros ha llegado a tocar en
furor», produciéndose tanto el
«desamparo del mérito» como la
«libertad del charlatanismo».
Las polémicas forman parte del
espíritu del siglo. En el primer
número de este periódico bisemanal
se afirma: «La crítica es el espíritu
de este siglo. Jamás se vieron más
críticos. [...] Se ha formado la forzosa
necesidad de tener ingenio. [...]
Cierta persona ha dicho lo que
pensaba de la obra y, al instante,
ciertas y ciertas personas dicen lo
que piensan de la opinión de aquella;
todos se refieren a otro y nadie lee».
128
[4]
[5]
Gaspar Melchor de Jovellanos
Gaspar Melchor de Jovellanos
«Sátira a Arnesto», El Censor
«Sátira cuarta. Contra las corridas de toros», Diario de Madrid
6 de abril de 1786. Madrid
19 de septiembre de 1797
Biblioteca Nacional de España
Biblioteca Nacional de España
Jovellanos fue un colaborador habitual
de la prensa nacional. En este
periódico reformista, con el que estaba
en clara sintonía, publicó durante su
estancia en Madrid sus sátiras y
discursos sobre la nobleza.
En el Diario de Madrid publicaría sus sátiras sobre cómicos,
toros y la tiranía de los maridos. Proyectó también para este
diario una sección titulada Ahechos, a modo de criba y reseña
de publicaciones literarias. Aunque no llegó a publicarlos, se
conservan los tres primeros.
129
[1]
[1]
Gaspar Melchor de Jovellanos
«Relación del primer certamen público del Real Instituto Asturiano», Gazeta de Madrid
5 de septiembre de 1797
Instituto Feijoo de Estudios
del Siglo XVIII. Oviedo
Consciente del papel que la opinión pública jugaba en su siglo, Jovellanos se sirvió de
los papeles periódicos para dar lustre a su más querida empresa: el Real Instituto de
Náutica y Mineralogía.
130
[2]
David Hume
Essays and treatises on several
subjects containing essays,
moral, political, and literary
1772, Londres: Cadell
Biblioteca Nacional de España
Hume estuvo siempre presente
en las sucesivas bibliotecas que
Jovellanos tuvo en Sevilla,
Madrid, Gijón y Bellver. De
estos ensayos de Hume, lectura
prohibida por la Inquisición,
realizó traducciones libres y
fragmentarias en Bellver en
1802. Los papeles le fueron
requisados y se conservan en el
Archivo Histórico Nacional.
[3]
David Hume
[2]
[3]
The history of England from
the invasion of Julius Caesar to
the revolution in 1688
1778, Londres: Cadell
Biblioteca de la Universidad
de Oviedo
Como la mayoría de los
ilustrados españoles, Jovellanos
seguía con atención el
pensamiento inglés y las
novedades editoriales, por lo
que adquirió inmediatamente
en Sevilla los ocho volúmenes
sobre la historia de Inglaterra
de Hume.
131
[1]
Petri Peralta
Relectiones praecellentis
1563, Salmanticae: excudebat
Ioannes Maria a Terranoua
Fundación Museo Evaristo
Valle. Gijón
Aunque no hay ningún otro
testimonio de que Jovellanos
tuviera esta obra, Somoza
documenta la existencia de este
ejemplar en la casa en 1891.
[2]
Alonso López Pinciano
Philosophia Antigua Poetica
1596. Madrid: Thomas Iunti
Biblioteca particular
[1]
La querencia del Neoclasicismo
por el Renacimiento queda bien
plasmada en este objeto: la
primera edición del principal
tratado de estética del
Renacimiento español,
propiedad del ilustrado.
[2]
132
[3]
[3]
Marco Tulio Cicerón
Epístolas o cartas de Marco
Tulio Cicerón, vulgarmente
llamadas familiares; traducidas
por Pedro Simón Abril
1797, Valencia: Hermanos
de Orga
Fundación Museo Evaristo
Valle. Gijón
Entre sus autores predilectos
destaca la lectura constante
de Cicerón, «el que he
preferido siempre, no sólo
como al más elocuente de los
hombres, sino como al más
puro y juicioso de los
filósofos». Estos volúmenes se
encontraban en la casa familiar.
133
[1]
Curtio Rufo
Historia Alexandri Magni
1741, Vallis-oleti: ex Officina
Ildephonsi à Riego
Fundación Museo Evaristo
Valle. Gijón
Jovellanos poseía esta obra en
Sevilla en 1778, según el
inventario de Ceán Bermúdez.
[2]
Santa Teresa
Cartas de Santa Teresa
de Jesús, con notas del
Sr. D. Juan de Palafox y
Mendoza, recogidas por orden
del P. Fr. Diego de la
Presentación, de los Carmelitas
Descalzos
[1]
1752, Madrid: Imprenta del
Mercurio, por Ioseph de Orga
Fundación Museo Evaristo
Valle. Gijón
Jovellanos cita esta edición en
los Rudimentos de Gramática
castellana.
[2]
134
[3]
[3]
Clemente XIV
Cartas importantes del Papa
Clemente XIV (Ganganeli)
traducidas del francés en
castellano por D. Francisco
Mariano Nipho
1777, Madrid: Miguel
Escribano
Fundación Museo Evaristo
Valle. Gijón
Jovellanos ya poseía esta
edición en Sevilla en 1778,
según el inventario de Ceán
Bermúdez.
135
[1]
Dollond
Microscopio compuesto
Hacia 1780, Gran Bretaña
Museo Nacional de Ciencias
Naturales. CSIC. Madrid
Soleil, constructeur
d’instruments d’optique. Rue
de l’Odeon, nº 35
Caja de caoba con instrumentos
del microscopio de Dollond
Hacia 1780, Gran Bretaña
Museo Nacional de Ciencias
Naturales. CSIC. Madrid
[1]
No sólo cuadros y libros
marcaban estos espacios en
aquel siglo, sino también el
instrumental científico.
Aunque para el Instituto,
Jovellanos encarga en 1794 a
un francés un telescopio
acromático, un microscopio y
un teodolito: «son ingleses,
excelentes, y en tres mil reales
se tomarán a contento».
[2]
136
[2]
Simons
Teodolito
Siglo XVIII, Londres (Reino
Unido)
Patrimonio Histórico Universidad
Complutense de Madrid. Museo
de Astronomía y Geodesia
Teodolito de tosca montura
altacimutal. Dispone de brújula.
La escala de ángulos de
declinación es de 0 a 30, en
unidades de grado, y la escala
de ángulos azimutales es de 0 a
360. Lleva un nivel
perpendicular al anteojo en el
foso. Jovellanos dispone de uno
y, en 1800, proyecta levantar
una carta topográfica del
concejo.
[3]
Nairne & Blunt
Telescopio Gregory
Hacia 1820, Londres (Reino
Unido)
Patrimonio Histórico Universidad
Complutense de Madrid. Museo
de Astronomía y Geodesia
[3]
Telescopio de reflexión, tipo
gregoriano. Dispone de dos
espejos, el principal está
perforado para la lente y el otro
es convexo. Dispone también de
filtro para las observaciones
solares. Jovellanos pensaba
montar un pequeño observatorio.
Finalmente, suspenderá la
compra del telescopio, pues con
el apalabrado no puede ver los
anillos de Júpiter.
137
[1]
[1]
Anónimo
Jícara
Siglo XVIII
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
Para el consumo del chocolate
era frecuente el uso de jícaras
(tazas sin asa). En el inventario
del equipaje de Jovellanos tras
su muerte se contabilizan seis.
[2]
Alfar de El Rayu (Siero)
Fuente de cerámica
1880-1930
Museo del Pueblo de Asturias.
Ayuntamiento de Gijón
[2]
[3]
Baraja Española
Fundación Museo Evaristo Valle.
Gijón
En la tertulia también había
tiempo para las partidas de
cartas, para lo que se había
dispuesto en la sala una mesa
de juego de tresillo y mediator.
Se trata de juegos de cartas
españoles, variantes de El
hombre, que aparecen
precisamente en los últimos
decenios del XVIII. En días de
fiesta, montaban hasta siete
partidas. Esta baraja se
encontraba en la casa familiar.
[3]
138
[4]
Fábrica de Alcora
Mancerina
Hacia 1750-1799
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
[5]
Fábrica de Alcora
Mancerina
Hacia 1749-1798
[4]
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
En las tertulias era obligado
agasajar con refrescos, café o
chocolate. Para su consumo eran
especialmente apreciadas las
mancerinas de la Fábrica de
Loza y Porcelana de Alcora.
Predominaban las formas en
venera (concha) y hojas de parra.
[6]
Silla estilo Reina Ana
[5]
Siglo XVIII
Museo Casa Natal
de Jovellanos. Gijón
Abundantes y confortables
sillas y taburetes ocupaban
las estancias dedicadas
al ocio común.
[6]
139
[1]
[1]
Anónimo
Caja de rapé
Hacia 1776-1825
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
[2]
Fábrica de Alcora
Caja de rapé
Hacia 1787-1858
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
Aunque la hermana de
Jovellanos fumaba, predomina
en el círculo cercano —Ceán,
Baltasar, Pedrayes— el consumo
de rapé. Las cajas que lo
contenían, cuidadosamente
decoradas, eran objetos de
especial estima, con frecuencia
personalizados y regalados. En
su último equipaje, Jovellanos
portaba consigo cinco cajas de
rapé, una decorada con un
retrato de Arias de Saavedra,
otra con el retrato de una mujer.
140
[2]
[3]
Escribanía de plata
de Jovellanos
Grabado reproducido en Julio
Somoza, Nuevos datos para su
biografía, La Habana / Madrid
1885
Somoza publicó este grabado de
la que fuera su escribanía de
Bellver, «de gusto americano».
[3]
[4]
Juan Antonio Iza de Zamácola
Colección de las mejores coplas de seguidillas, tiranas y polos que
se han compuesto para cantar a la guitarra: con un discurso sobre
las causas de la corrupción y abatimiento de la música española
1802. Madrid: Oficina de Eusebio Álvarez
Biblioteca de la Universidad de Oviedo
[4]
El humor y el disfrute son aditamentos esenciales de la sociabilidad
ilustrada. Jovellanos era aficionado a cantar imitando a la célebre
actriz María Ladvenant y en Sevilla comenzó a formar una colección
de seguidillas que nutrió esta exitosa colección de Iza de Zamácola.
Por indicación suya, el Ayuntamiento de Madrid convocó en 1791 un
concurso para recuperar el carácter original del género.
141
[1]
Anónimo
Traje de finales del s. XVIII:
casaca, calzón y chupa
Hacia 1785-1790
Museo del Traje, CIPE. Madrid
Ser es necesariamente parecer y los
ilustrados del siglo XVIII quieren ser
europeos. El uso de esta
indumentaria masculina de origen
francés se impone en toda Europa
en el siglo XVIII, y en España con
especial fuerza con la llegada de los
Borbones. Desplaza a la
indumentaria castiza reivindicada
por los majos, cubiertos con capas y
tocados con sombrero de ala ancha,
redecillas o monteras.
[1]
La casaca, prenda de origen militar,
permitía cabalgar con comodidad.
Cuando su uso se generaliza el
patrón se complica e incluye
generosas entretelas que
proporcionan volumen, delicado
forro y abundantes botones,
meramente decorativos. A finales de
siglo, por influjo inglés, el diseño va
simplificándose.
[2]
Media de Fernando VII
Fundación Museo Evaristo Valle.
Gijón
En el siglo XVIII las medias no
eran una prenda a descuidar,
pues se prestaba entonces
notable atención a las ceñidas
pantorrillas masculinas: cuando
resultaban demasiado delgadas,
se colocaban postizos que
mejoraban su forma. Esta media
de Fernando VII —tal indica el
bordado— llegó, no se sabe
cómo, a la casa de Jovellanos.
142
[2]
[3]
Anónimo
Reloj de Bolsillo
Siglo XVIII. Diamante, esmalte
y oro, 5,5 cm diámetro.
Museo Nacional de Artes
Decorativas. Madrid
Objeto de regalo y adorno, los
relojes de sobremesa y bolsillo
forman ya parte
de la vida cotidiana. Los
personajes masculinos de El
delincuente honrado con
frecuencia sacan su reloj y
dicen qué hora es; así explicita
Jovellanos que se cumple la
preceptiva unidad de tiempo
literario: 30 horas.
[3]
[4]
Luis Paret y Alcázar
[4]
Modelo para tarjeta de visita
1797
Biblioteca Nacional de España
El ministro de Gracia y Justicia
encargó a Paret su tarjeta de
visita. Destaca su sobriedad si
se compara, por ejemplo, con
la de Floridablanca, que
incluía una alegoría de la
Justicia. En la versión
definitiva decidió separar su
apellido, Jove Llanos.
143
[1]
Miguel Jacinto Meléndez
Boceto preparatorio de
San Agustín conjurando la
plaga de la langosta
1734
Museo Casa Natal de
Jovellanos. Gijón
Fue propiedad de Jovellanos.
Es pareja de la grisalla de la
pág. 124.
[2]
Francisco Ignacio Ruiz
de la Iglesia
[1]
La Magdalena penitente
1670
Museo Casa Natal de
Jovellanos. Gijón
Este temprano óleo del pintor
de cámara de Felipe V formaba
parte de la colección de
Jovellanos y estaba expuesto en
la casa familiar. Ceán encargó
su restauración en Madrid en
1790. Tras el concilio de
Trento, se dieron instrucciones
claras para que la
representación de la bella
arrepentida fuera decorosa en
cuanto a actitud e
indumentaria. Representada en
abandono místico, la cabellera
suelta y su desnudez remiten a
su vida disoluta; crucifijo,
calavera y libro de salmos
funcionan como símbolos de
conversión y penitencia.
144
[2]
[3]
Francisco Tomás y Rotger
La Virgen con el Niño dormido
Hacia 1805-1807
Museo Casa Natal
de Jovellanos. Gijón
También la celda del castillo de
Bellver fue un espacio de
animada convivencia
intelectual. Allí se conocieron
Tomás, profesor de Dibujo
y Escultura de la Sociedad
Económica balear, y Manuel
Bayeu, el cuñado de Goya, que
estaba decorando la iglesia de
la cartuja de Valldemosa. Este
óleo fue un encargo de
Jovellanos, para quien también
realizó diversos dibujos de los
edificios góticos de Palma.
[3]
145
Andrea Vaccaro
La Virgen con el Niño y San Juanito
Hacia 1650
Colección particular
Jovellanos tenía este óleo por original
de Murillo, uno de los artistas más
valorados por los coleccionistas del
siglo XVIII, por el que sentía singular
aprecio: lo había colgado en el cuarto
de la torre y le acompañó en su
último viaje en noviembre de 1811.
Vaccaro, representante de la corriente
clásica del barroco napolitano, era
igualmente muy apreciado en España.
146
Anónimo
Santa Bárbara
Siglo XVII
Colección Alfonso Cienfuegos
Jovellanos Ortega
Esta pieza proviene de la casa
familiar.
147
[1]
Anónimo
Inmaculada coronada
Siglo XVII
Colección Alfonso Cienfuegos
Jovellanos Ortega
Esta pieza proviene de la casa
familiar.
[1]
148
[2]
[3]
Anónimo
Anónimo
Busto del conde de Aranda
Busto relicario de Santa Catalina
1770
Siglo XVI
Colección particular
Colección Alfonso Cienfuegos Jovellanos Ortega
Distintos bustos decoraban la casa familiar.
No representaban sólo a personajes de la
antigüedad, sino también a amigos y
contemporáneos. El propio lord Holland
encargaría en 1809 uno de Jovellanos, cuyo
boceto regalaría a Quintana. Jovellanos tuvo
uno de Cabarrús, hoy perdido.
Esta pieza proviene de la casa familiar.
149
150
Del maíz al carbón, del molino al alto horno
Joaquín Ocampo Suárez-Valdés. Universidad de Oviedo
1. Jovellanos, Asturias y la economía
Las claves explicativas del «programa» económico de Jovellanos, han de ponerse en
relación con sus esfuerzos por transformar Asturias, una región subdesarrollada,
periférica y rural —la Siberia del norte, como se la llegó a nombrar—, en la Sajonia
española, es decir, en una economía en la que la industria sustituyese a la agricultura como motor de crecimiento.
1.1. El siglo XVIII: ilustración, «revolución industrial» y «revoluciones liberales
burguesas»
Es lugar común identificar el siglo XVIII con el siglo de la ilustración y vincular
aquella centuria con los cambios económicos e institucionales que la historiografía
ha designado con los términos «revolución industrial» y «revoluciones liberales
burguesas». En realidad, esos tres cambios —ilustración, industrialización y emergencia del Estado liberal— son indisolubles. De forma simplificada, cabe señalar
que en el siglo XVIII culminará la consolidación de la burguesía como clase social,
y de la industria como sector de actividad responsable del crecimiento económico.
A las luces les corresponderá aportar el programa o ideario desde el que legitimar
una alternativa política e institucional al viejo orden representado por las monarquías absolutas del Antiguo Régimen. Este último, como es sabido, apuntalado
sobre una sociedad estamental o tardofeudal que hacía derivar su preeminencia
sobre la tierra como generadora de riqueza.
La confrontación entre ambos frentes sociales, el feudal o agrario, y el burgués
mercantil y manufacturero, alumbrará las «revoluciones burguesas» de las que
emerge el Estado liberal. Eliminados los obstáculos que frenaban el desarrollo de las
fuerzas productivas, la economía de mercado, el capitalismo y la industrialización,
se abrirán paso de forma progresiva: la fábrica destierra al taller, el sindicato al gremio, la máquina de vapor al trabajo manual, el ferrocarril al transporte a lomos, el
carbón mineral al vegetal, y el alto horno a la ferrería... En realidad, este proceso de
«modernización» económica que posibilitó el tránsito de la economía y sociedad
agraria tradicional a la moderna sociedad urbana e industrial, nada tuvo de «revolucionario» puesto que estuvo precedido de una larga etapa previa de cambios acumulativos —demográficos, agrarios, tecnológicos, financieros, educativos...— sólo
[pág. 150]
Gaspar Melchor de Jovellanos
Discurso económico sobre los
medios de promover la felicidad
de Asturias, dirigido a su Real
Sociedad de Amigos del País
22 de abril de 1781
Biblioteca Capitular de Sevilla
El Discurso de 1781 contiene
un completo programa de
reformas económicas que
aspiraban a que Asturias dejase
de ser «la Siberia del norte»,
una región pobre y aislada, para
convertirse en «la Sajonia
española», es decir, en una
economía urbana, industrial
y comercial.
151
al alcance de las economías más desarrolladas o, como entonces se decía, de las
«naciones industriosas». En aquella larga marcha hacia el crecimiento económico
sostenido, España partía en una clara situación de desventaja. Pese a lo prematuro
de su condición de potencia colonial, el imperio será una ocasión perdida para
nuestra economía.
Gaspar Melchor de Jovellanos
Informe de la Sociedad
Económica de ésta Corte al Real
y Supremo Consejo de Castilla
en el expediente de Ley agraria...
1795, Madrid: imprenta
de Sancha
Biblioteca de la Universidad
de Oviedo
El Informe de Ley agraria,
incluido por la Inquisición en el
Índice de libros prohibidos,
denunciaba la amortización de
las tierras como uno de los
males responsables de la
pobreza campesina y del atraso
económico de España.
Constituye el texto más
representativo de la Ilustración
española y el más conocido
fuera de España. Su redacción,
que le valió a Jovellanos
persecuciones y
encarcelamiento, será reclamado
por las Cortes de Cádiz y por los
liberales del siglo XIX como
referente doctrinal.
152
1.2. Jovellanos y la economía
En el siglo XVIII, la economía era una ciencia emergente y carecía de perfil académico o institucional. Se la conocía como Economía civil o Economía política, y era
definida a menudo como «ciencia del gobierno» en la medida que sus estudios
constituían un auxiliar indispensable para sostener las políticas económicas del
reformismo ilustrado. La elaboración de categorías analíticas para explicar los
hechos económicos y para formular hipótesis y previsiones sobre las condiciones
del crecimiento a largo plazo, junto a la recopilación de fuentes cuantitativas o estadísticas —censos, catastros, balanzas de comercio...—, estarán entre las primeras
ocupaciones de la nueva ciencia.
Será en Sevilla, a partir de 1768 y coincidiendo con el desempeño de su primer
cargo público, cuando Jovellanos se desengañe «de la inutilidad de la jurisprudencia» y abrace el estudio de la economía. En su Introducción a un discurso sobre la economía civil y la instrucción pública (1796-1797), escribía:
Hube de reconocer que el más importante y más esencial de todos era el de
la economía civil o política; porque tocando a esta ciencia la indagación de
las fuentes de la pública prosperidad y la de los medios de franquear y difundir sus benéficos caudales, ella es la que debe consultarse continuamente.
El objetivo final declarado de la economía civil era alcanzar la felicidad pública.
Nadie mejor que el propio Jovellanos para definirla:
No tomo esta palabra en sentido moral. Entiendo por felicidad aquel estado
de abundancia y comodidades que debe procurar todo buen gobierno a sus
individuos. En este sentido, la provincia más rica será la más feliz, porque en
la riqueza están cifradas las ventajas políticas de un Estado.
Es decir, la «felicidad pública» se asimilaba a lo que hoy entendemos por bienestar material. Se trataba por tanto de una categoría positiva y moderna. A diferencia
del mercantilismo, que subordinaba la riqueza de los «vasallos» al fortalecimiento del
Estado o del poder, la economía civil incorporaba matices distributivos por cuanto
vinculaba el crecimiento económico de las naciones al bienestar de los «ciudadanos».
José Manuel Martínez Legazpi
Molino harinero
2009
Museo del Pueblo de Asturias.
Ayuntamiento de Gijón
Los cereales panificables (maíz,
centeno, escanda, trigo)
constituían la base de la dieta
campesina. Su consumo exigía
la molienda o molturación
previa del grano en molinos
harineros con muelas o molares
movidas por ruedas hidráulicas.
A mediados del siglo XVIII, más
de 3.000 molinos se
distribuían por cada rincón de
la geografía asturiana.
De ahí que, en su Elogio de Carlos III (1788), Jovellanos identificase la economía con
la «ciencia que enseña a gobernar los hombres y hacerlos felices». Era, por tanto, una
ciencia social con claros compromisos cívicos.
1.3. Jovellanos y Asturias: transformar la «Siberia del norte» en «Sajonia española»
En el Discurso económico sobre los medios de promover la felicidad del principado
(1781), Jovellanos se refería a Asturias como «una provincia retirada al norte de
España, distante de sus principales capitales y separada del comercio con ellas por
su distancia, por la aspereza de sus puertos y por la fragosidad de su terreno...». En
efecto, el Principado sólo contaba con un 37% de su superficie por debajo de los
400 metros de altitud, y con un 31% por encima de los 800 metros. En cuanto a
pendientes, casi el 80% del territorio superaba el 20% de desnivel medio. Tal «fragosidad» condicionará históricamente tanto la extensión del área de cultivos como
las labores y usos del terrazgo agrícola útil. Como contrapartida, el ecosistema
atlántico otorgaba ventajas a los aprovechamientos ganaderos, forestales e hidráulicos. Esta ventaja será la que permita parcialmente equilibrar el crónico déficit de
granos o cereales. Pero sólo parcialmente, ya que el crecimiento de la población
durante el siglo XVIII iba a conducir a una progresiva presión sobre el espacio
forestal, sometido a continuas roturaciones con el fin de ganar tierras para el cultivo. Será esa misma presión la que conduzca a una paulatina subdivisión de las
153
caserías hasta convertirlas en explotaciones subóptimas con la consiguiente reducción de excedentes. La tensión entre población y territorio tenía una explicación
institucional que el propio Jovellanos denunciaba en su Carta sobre la agricultura y
propiedades de Asturias (1795): «Los mayorazgos y los monasterios e iglesias son
casi los único propietarios de Asturias». Las consecuencias de la amortización civil
y eclesiástica se trasladaban, en primer lugar, al mercado de tierras. Dada la escasa
disponibilidad de tierras de labor, los campesinos, una vez agotada la vía extensiva
de las roturaciones, subdividían las caserías:
Yo he visto dividida en cinco una casería que no muchos años antes estuviera destinada a un solo labrador. Alguno creerá que la ilimitada multiplicación de los labradores es siempre conveniente; pero se engaña. No basta
que una provincia aumente el número de su cultivadores; es menester que
éstos tengan una subsistencia cómoda y, sobre todo, segura.
La búsqueda de fuentes de ingresos complementarios a la tierra, conducía
inexorablemente a la emigración:
Usted oirá decir que Asturias y sus provincias confinantes son unos países
miserables e infelices que tienen que arrojar de sí a sus hijos porque no pueden alimentarlos, y de aquí viene que se hallen en otras provincias tanto
número de asturianos, gallegos y montañeses.
La única alternativa al empleo agrario eran las actividades fabriles y comerciales. En el primer caso, la ausencia de fábricas limitaba las actividades transformadoras a la «industria rústica» o «popular», es decir, a las manufacturas domésticas
rurales. Refiriéndose a las mismas, dirá Jovellanos que «no es este género de industria el que da a los pueblos el nombre de industriosos y los hace ricos». Y es que,
pese a la buena dotación de recursos naturales, a los bajos precios de los alimentos
y a los moderados costes salariales, la industria tropezaba con dos dificultades
insalvables: la falta de «luces» y de capitales. El atraso técnico se generalizaba a
todos los ramos fabriles, desde la química a la metalurgia, lo que explicaba las dificultades para embotellar la sidra, para conservar los alimentos, para blanquear los
paños o para sustituir el carbón vegetal por el mineral. Por parte de los capitales,
el problema no residía tanto en la disponibilidad de ahorro como en la existencia
de oportunidades de inversión. Quienes, como los «indianos», disponían de liquidez, preferían adquirir tierras —eran los capitales «terrazgueros»— por ser un
valor de refugio más seguro y libre de los riesgos e incertidumbres de las iniciativas empresariales.
154
Tampoco el comercio constituía una salida para contener el exceso de población
rural. El comercio interior, tanto el terrestre —arriería— como el de cabotaje marítimo, se hallaba limitado por la escasa dimensión del mercado. Los campesinos,
sometidos a la presión de la fiscalidad pública —alcabalas, sisas, millones...—, al
peso de de la renta agraria y de las cargas señoriales y eclesiásticas —diezmo—, carecían de excedentes comercializables. Un segundo problema para el comercio era el
derivado de los altos costes de transporte. El comercio con la Meseta, Cantabria o
Galicia, estaba en manos de arrieros y trajineros. Las exportaciones no llegaban a
compensar en valor las entradas de vino y granos, dando como resultado una
balanza comercial altamente deficitaria, con la consiguiente salida de capitales. Tampoco el comercio ultramarino, realizado desde Gijón y a través de los puertos de La
Coruña o Santander, contribuía a alterar el panorama dominante descrito.
¿Cómo romper entonces ese círculo vicioso de la pobreza sobre el que se sustentaba nuestra Siberia del norte? El compromiso cívico de Jovellanos con Asturias
—lo que en el Siglo de las Luces se entendía como «patriotismo»— le llevará e elaborar una estrategia a largo plazo para el desarrollo regional. De los 143 escritos
económicos salidos de su pluma, 47, es decir un 40% de los mismos, están dedicados a Asturias. El núcleo de los mismos está constituido por los Informes mineros,
en los que, además de los temas estrictamente mineros, se ocupaba de las fábricas
estatales de municiones de Trubia y de armas de Oviedo y Grado, de la canalización
del Nalón y del Real Instituto Asturiano. Un segundo grupo sobre infraestructuras,
incluye informes sobre la carretera de Castilla o de Pajares, junto a otros sobre el
puerto de Gijón y sobre la red caminera y portuaria asturiana. Los temas a los que
dedica más atención se convierten en el mejor indicador de las líneas en las que sustentaba aquella estrategia cuyo objetivo final no era otro que transformar Asturias
en la Sajonia española.
Las ventajas competitivas que otorgaba a Asturias la disponibilidad del recurso
energético sobre el que descansaba la revolución industrial, el carbón mineral, serían
el punto de partida para una industrialización especializada en los sectores siderúrgico y metalúrgico. Estos últimos, partiendo de las Reales Fábricas de municiones y
armas de Trubia, Oviedo y Grado, crearían externalidades ventajosas para inducir la
aparición de otros ramos fabriles orientados a la demanda civil —calderería, manufacturas mecánicas, astilleros...—. Por su parte, el carbón abundante y barato permitiría surtir de energía a otras industrias ligeras, con la consiguiente reducción de
costes de producción. Por último, el carbón habría de convertirse en una materia
prima que, exportada a otras regiones, impulsaría una marina mercante carbonera
que convertiría a Gijón en un gran puerto industrial.
Ahora bien, dado que toda aquella estrategia partía del carbón mineral, la
puesta en valor de la hulla asturiana debería de resolver previamente tres proble-
Alfar de Faro (Oviedo)
Puchero de cerámica
Hacia 1900-1925
Museo del Pueblo de Asturias.
Ayuntamiento de Gijón
Señalaba Jovellanos que de los
alfares de Faro, Nava, Ceceda o
Siero, salía la «vajilla ordinaria
del país» elaborada con
«árgoma, barro y agua» y de
uso popular. Quienes disponían
de mayor nivel de renta
utilizaban vajillas de loza
blanca o pedernal, importada
de Inglaterra —cerámica de
«estilo Bristol»— y, desde
1780, fabricada en Asturias.
155
mas: los referidos a los costes de extracción, a los de transporte, y el relativo a su utilización en los altos hornos. En el primer caso, la «minería vecinal» y a cielo abierto
que se venía practicando con desconocimiento de los principios de la «arquitectura
156
subterránea» y de la mineralogía corría el peligro de encarecer la extracción y de
agotar los mejores yacimientos. En el caso del transporte desde bocamina a los
puertos de embarque, la utilización de carros de bueyes disparaba los precios finales. Por ambos motivos, la hulla asturiana tenía serias dificultades para competir
con la inglesa que, pese a los aranceles que gravaban su importación, resultaba más
barata. Para afrontar ambos problemas, Jovellanos formulará propuestas novedosas: formar cuadros técnicos, abrir una carretera carbonera y, finalmente, imitar los
«caminos de hierro» utilizados en Escocia.
El tercer problema aludido se refería a la aplicación de la hulla a los altos hornos o «fundición a la inglesa». Este paso requería obtener por destilación y desazufrado de la hulla el coque metalúrgico. Los ensayos en los hornos de carbonización
de Trubia y Langreo acabaron en fracaso, expresión del atraso técnico en que se
movía nuestra industria. Las comisiones científicas y de espionaje industrial enviadas por la Armada a Inglaterra para intentar transferir las tecnologías químicas y
mecánicas de las fundiciones en alto horno, no habían dado resultado. De ahí el
interés de Jovellanos por potenciar los estudios de mineralogía en el Real Instituto
Asturiano.
Por último, y para completar aquella estrategia de crecimiento, era preciso
romper el estrangulamiento representado por la escasa dimensión del mercado
interior. La solución vendría de la mano de la carretera de Castilla que uniría la
Meseta con el puerto de Gijón. Además de abaratar las importaciones y dar salida
a las exportaciones, la carretera convertiría a Gijón en el puerto de cabecera de un
amplio hinterland: atraería las lanas, vinos y cereales castellanos, y, una vez liberalizado el comercio con Indias, Gijón actuaría como redistribuidor de los géneros
coloniales que hasta entonces entraban por La Coruña y Santander.
En solitario e incomprendido en muchas ocasiones, con la hostilidad de la propia administración regional en otras, y en medio de sus numerosos compromisos
públicos, Jovellanos, con tesón y paciencia, irá elaborando informes y llamando a
todas las puertas institucionales para hacer efectivo aquel proyecto modernizador
que aspiraba a convertir Asturias en una región industrial. Sus ojos no llegarán a
ver materializarse muchos de aquellos planes. Por ello, tiene sentido recordar aquellas palabras que le dirigía a Guevara Vasconcelos en 1794, cuando remitía a la
Sociedad matritense su Informe de Ley Agraria: «Pudiera, ciertamente, haber hecho
más. Pero, no basta ver a dónde se debe llegar; es preciso no perder de vista el punto
de que se parte».
[pág. 156]
Marcos de Vierna
Informe sobre el plano que ha
levantado de un camino de
Oviedo a León
8 de diciembre de 1770
Archivo General de Simancas
Jovellanos será el gran impulsor
de la «carretera de Castilla»
desde Oviedo y Gijón a León. La
consideraba como
imprescindible para romper el
aislamiento comercial de
Asturias, una región conocida
como «la Siberia del norte» por
su pobreza. La carretera
convertiría al Principado en la
fachada marítima del hinterland
castellano, dando salida a sus
lanas, vinos y harinas, ampliando
así el mercado y las
potencialidades productivas
regionales.
2. Subsistir en la Siberia del norte: la economía al final de Antiguo Régimen
Se aborda a continuación el análisis sectorial ofrecido por Jovellanos sobre los
temas que se han venido comentado —población, agricultura, comercio...
157
José Manuel Martínez Legazpi
Mazo de Besullo
2011
Museo del Pueblo de Asturias.
Ayuntamiento de Gijón
El hierro y sus manufacturas
constituían un elemento
estratégico para la economía.
De él se obtenían aperos de
labranza, clavazón para la
construcción residencial y
naval, herrajes, llantas,
componentes de máquinas,
herramientas, ollas, potes,
cerrajería... Tras su obtención
en las ferrerías —fundiciones
de hornos bajos al carbón
vegetal—, pasaba a los mazos o
machucos —martinetes—, para
su forja y laminado. En las
fraguas, los ferreiros se
ocupaban de las operaciones de
acabado.
158
2.1. Demografía: «Hubo un tiempo en que la población de Asturias era muy escasa»
En 1600, la población asturiana se cifraba en 177.400 habitantes, tras haber perdido
en el siglo anterior en torno al 25% de sus efectivos, reflejo de un régimen demográfico catastrófico propio de las sociedades preindustriales y resultado de la adaptación a los dos condicionantes exógenos que determinaban el tamaño de la
población: las «hambrunas» o crisis de subsistencias y las epidemias. Las primeras
estaban asociadas a rendimientos agrarios decrecientes que devenían en cosechas
insuficientes, así como a «desastres» climáticos o naturales —sequías, pedrisco,
heladas, avenidas...—. Las epidemias encontraban el mejor caldo de cultivo en la
falta de salubridad —ingestión de agua no potable y de alimentos contaminados,
inhalación de microorganismos infecciosos— y en la malnutrición crónica, responsable de las enfermedades endémicas más frecuentes —diarrea, tuberculosis,
cólera, bocio, pelagra, tos ferina, rubéola, raquitismo, anemia—. Aunque en el siglo
XVIII las epidemias perdieron intensidad, no dejaron de asolar el Principado en
1709-1711, 1770-1771 y 1787-1790. La recurrencia de estas mortandades no debe
imputarse exclusivamente a accidentes exógenos. Es indispensable considerar los
factores económicos subyacentes a las mismas: una fuerte presión fiscal y las elevadas rentas agrarias ponían las economías campesinas al borde de la subsistencia y
sin margen de maniobra para amortiguar aquellas «hambrunas».
En 1700 la población alcanzaba los 231.000 habitantes; en 1752 —censo de
Ensenada— llegaba a los 327.000; y el censo de Godoy (1797) ofrecía la cifra de
364.238 almas, lo que supone un incremento secular del 60%. El elemento dinamizador más notable de aquella recuperación demográfica se debió a la difusión del
maíz y de la patata. Ambos permitieron reorganizar el terrazgo: se eliminó el barbecho, se generalizaron las rotaciones múltiples, aumentó la extensión de las plantas forrajeras y el ganado pudo ser estabulado. Es decir, sin cambios en las relaciones
de propiedad, los nuevos cultivos permitieron a las familias disponer de un mayor
excedente de granos, mejorando así su alimentación y resistencia a la enfermedad.
El crecimiento demográfico iba a intensificar la presión sobre la tierra. La solución provisional consistió en la subdivisión de las caserías, posibilitada por las
mejoras en la productividad del trabajo y en los rendimientos por hectárea.
Cuando, a la altura de 1750, este proceso toque techo, se pondrán en marcha otras
estrategias de las que Jovellanos dará cuenta. En primer lugar, la generalización
entre las familias campesinas de la búsqueda de ingresos complementarios
mediante el recurso a la industria rústica y a la venta en mercados y ferias de sus
producciones. En segundo lugar, las migraciones estacionales. La emigración ultramarina era la última válvula a que se recurría para escapar de la pobreza. Pero, más
que los detalles, interesa conocer la posición de Jovellanos. Alejándose de las formulaciones propias de la «economía moral», en la Carta sobre la industria de Asturias
(hacia 1795) no dudaba en escribir:
Yo miro estas colonias de emigrantes que pasan los montes y se derraman
a buscar su vida por toda la Península, como una exacta media del sobrante
de su población. Y, ¿cree usted que entre tanto queda el país abandonado o
desierto? Nada menos. Los que pasan allá, o no tienen caserías o las tienen
de corta extensión y producto. Así, se nota que la mayor parte de los que
van a residir por allá son de aquellos concejos donde, destinadas muchas
tierras a pastos, quedan menos tierras laborables...
2.2. El mundo rural: «mayorazgos, monasterios e iglesias, son casi los únicos
propietarios de Asturias»
Si más del 85% de la población empleada se vinculada a las actividades agrarias, y
si más del 75% del PIB regional procedía del campo, resulta lógico que Jovellanos
prestase atención preferente al sector primario como articulador de la economía y
sociedad asturianas. Al hacerlo, partía de un análisis realista. En su Informe sobre la
libertad de las artes (1785), escribía: «La agricultura puede sólo aumentar la riqueza
de un país hasta cierto punto, porque tanto el terreno cultivable como la perfección
del cultivo tiene sus límites».
Es decir, frente a la industria, las posibilidades de crecer a expensas del mundo
agrario, tienen un límite productivo que una vez traspasado abocaba a rendimien-
159
[pág. 161]
Alfredo Truán
Vista panorámica de Gijón
(Carretera carbonera
Gijón-Langreo)
1858
Patrimonio Nacional
Frente a la propuesta de
Casado de Torres de canalizar el
Nalón con vistas a la
exportación del mineral de
carbón de Langreo por el puerto
de San Esteban de Pravia con
destino a los arsenales y
fundiciones, Jovellanos
defenderá como alternativa la
construcción de una «carretera
carbonera» por su menor coste,
por su mayor capacidad de
transporte y por la mayor
capacidad de embarque del
puerto de Gijón. Su propuesta,
rechazada, no se haría realidad
hasta el siglo siguiente.
160
tos decrecientes. La Carta sobre la agricultura (1795) ofrece un brillante análisis de
los problemas estructurales del agro asturiano al final del Antiguo Régimen. El más
grave era el derivado de la excesiva concentración de la propiedad. Los efectos de la
amortización se trasladaban al mercado de tierras: la falta de circulación y el exceso
de demanda hacían que «el rédito de la propiedad esté siempre en horrible desproporción» con su valor real. El resultado de esa falta de propiedad libre era responsable de las rentas elevadas y de la subdivisión de las caserías. La otra cara del
minifundismo será el «asalto a los comunales» —«cavadas», «cierros», «borronadas»— con vistas a obtener cosechas suplementarias.
La pobreza de los labradores asturianos y el recurso a actividades u oficios que
completasen los ingresos del campo fue captada con agudeza por el viajero inglés
Joseph Townsend. En 1786, al percatarse de la extensión de la industria popular en
el mundo rural y de la extensión de las manufacturas textiles entre las mujeres, escribía: «su laboriosidad es hija de la pobreza y severa necesidad». El mismo viajero describía la descapitalización del campo asturiano al referir que en las proximidades de
Oviedo, es decir, en una zona donde cabría esperar que el mayor grado de comercialización agrícola indujese cambios en las labores, «los arados son, sin duda los
peores que he visto y quizá los más rudimentarios que la imaginación puede concebir». El horizonte rentista de los propietarios y su desinterés por la innovación o por
la gestión de las explotaciones con criterios empresariales, dejaba en manos de los
labradores cualquier iniciativa. La falta de recursos impedía a estos últimos abordar
cambios en el utillaje, en las rotaciones o en la reordenación de cultivos.
El déficit de granos se compensó con una mayor intensidad ganadera, merced a
la mayor disponibilidad de montes y baldíos. No obstante, y como ocurría con la tierra, casi dos tercios de la cabaña ganadera pertenecía a los hacendados que la explotaban en régimen de aparcería o comuña. Otras fuentes de recursos descansaron
sobre la extensión de la vid y los frutales, los esquilmos del ganado menor —cabras
ovejas, cerdos—, la apicultura y la explotación de los recursos fluviales y forestales
—caza mayor y volatería—. Pero ni siquiera en los concejos favorecidos por la
extensión del maíz, la intensificación y ganancias de productividad se transmitieron
a las relaciones sociales que gobernaban la propiedad de la tierra. Tanto el maíz
como la patata actuarán como «cultivos de resistencia», es decir, orientados a fortalecer la subsistencia familiar y a soportar el crecimiento demográfico en una etapa
en que los arriendos se revisaban al alza y se acortaban los plazos de los contratos.
Cuando Jovellanos redacta su Carta sobre la agricultura (1795), la tensión
población/recursos se acercaba a límites que presagiaban el ciclo de crisis de subsistencias y «hambrunas» que recorren los últimos años del siglo y primeros del
siguiente: «En algunos concejos de Asturias sobran muchos brazos y la agricultura
no puede contenerlos», escribía. Las recomendaciones que ofrecían tanto él como
la Sociedad Económica de Amigos del País —cercamiento de tierras, uso de abonos, difusión de nuevas plantas, especialización ganadera...— eran, como se dijo,
inasumibles por los colonos: «de la laboriosidad de los colonos no se deben esperar mejoras». Sólo cabía pensar en reformas más profundas que diesen salida al
estancamiento.
Será en el Informe de Ley Agraria donde las aborde de forma sistemática. En él,
Jovellanos ofrece un brillante esquema explicativo de los males estructurales de la
agricultura, agrupándolos en tres categorías o variables. Los «estorbos políticos»
eran los obstáculos de naturaleza institucional o jurídica: baldíos, amortización,
mayorazgos y vinculaciones, privilegios de la Mesta, restricciones al libre comercio
de granos, tasas de precios, excesiva presión tributaria..., entre otros. Los «obstáculos derivados de la opinión» respondían a las limitaciones técnicas y científicas, y a
la escasa información y capacitación: desconocimiento de la agronomía, de la botá-
161
Secretaría de Marina.
Departamento Marítimo
del Ferrol
Plano nº 46 del Río Nalón
y nº 35 del horno de
carbonización de La Riera,
Riaño (Reales Minas de
Langreo y Empresas del Nalón)
Hacia 1794
Biblioteca Naval del Ferrol
Las Reales Minas de Langreo
y la canalización del Nalón,
junto a los altos hornos de la
Real Fábrica de Municiones de
Trubia, formaban parte del
proyecto de aclimatar en
España las fundiciones «a la
inglesa», es decir, en altos
hornos alimentados con carbón
mineral.
nica y de la silvicultura, así como de todo lo relacionado con la selección de suelos,
semillas, abonado, labores, mejora de aperos... Por último, los «obstáculos derivados de la naturaleza» incluían la falta de riegos, el mal estado de la red viaria y de
otras infraestructuras que afectaban tanto a la productividad agraria como a la adecuada comercialización de los excedentes.
El programa de Jovellanos para enfrentar estas debilidades estructurales lo
resumía en su conocido lema libertad, luces y auxilios. Es decir, para enfrentar los
«estorbos» políticos, recomendará «libertad»: derogar los privilegios mesteños,
liberalizar los arriendos, establecer la libre circulación de granos, contener la formación de mayorazgos y la amortización eclesiástica, permitir el cercamiento de tierras y el reparto de las tierras comunes. Al apelar a las luces hacía referencia a la
necesidad de difundir las técnicas de la «nueva agricultura» y de los conocimientos
agronómicos. Academias de agricultura y Sociedades Económicas, junto a la prensa
y a las «cartillas rústicas», debían de ser la vía para combatir los «estorbos de la opinión», es decir, el empirismo y tradicionalismo que impregnaba las prácticas agrarias. Por ese medio, se divulgarían nuevos cultivos —leguminosas, forrajeras,
plantas industriales...— y rotaciones, así como un utillaje más moderno. Finalmente, por «auxilios» entendía Jovellanos la necesidad ineludible del gasto público
en infraestructuras —canales de riego, pantanos, caminos...—, tanto por sus efectos tanto directos o sectoriales sobre los cultivos, como por los indirectos —integración del mercado, mejora del abastecimiento, especialización agraria...
162
Fotografía de una casería
Museo del Pueblo de Asturias
La casería era el núcleo vital
de la comunidad campesina en
la sociedad agraria tradicional,
tanto en sentido antropológico
como económico. Además de
los procesos de socialización y
de definición de los roles de
cada individuo en la familia
y en la comunidad aldeana, y
de los de transmisión cultural,
la casería era el centro
productivo, la «fábrica»
familiar en la que se
reglamentaban la división
sexual y funcional del trabajo.
En el programa jovellanista de reforma agraria, al Estado le asignaba una función subsidiaria respecto a la iniciativa privada: como en Adam Smith, el «interés
propio» era el móvil o motor del crecimiento económico y las instituciones debían
de estar a su servicio y despejar cuantos «estorbos» restringiesen la libre iniciativa
privada. Será este mensaje el que, desde las Cortes de Cádiz, hagan suyo los liberales y reformadores del siglo XIX. Como es sabido, el Informe, perseguido por la
Inquisición, fue redactado y vio la luz en el peor momento político: cuando los ecos
de la revolución francesa propiciaban en España la transición hacia el «despotismo
no ilustrado».
2.3. Completando la subsistencia: los recursos del bosque y de la pesca
La superficie forestal asturiana —monte alto y bajo, matorral— suponía el 70% del
espacio agrario. Ya se ha hecho referencia al carácter estratégico del bosque para las
economías campesinas —pasto, cultivos temporales, leña, caza y volatería...—, para
las manufacturas —mobiliario, aperos, duelas, cestería, husos, almadreñas, pértigas, pipas, maderas para construcción civil y naval...— y como combustible o
fuente energética —hogares domésticos, fundiciones, hornos de fábricas de loza,
cal...—. El crecimiento de la población y la extensión de las roturaciones, la creciente producción de hierro —aperos, clavazón, municiones— y la demanda de los
arsenales para la construcción de la flota mercante y de la marina de la Armada,
supusieron una demanda de madera que sobrepasaba la capacidad regenerativa
163
José Manuel Martínez Legazpi
Llagar de pesa
2001
Museo del Pueblo de Asturias.
Ayuntamiento de Gijón
El excesivo precio del vino,
debido a los elevados costes de
su transporte a lomos desde
Castilla, estimuló su sustitución
por la sidra. En los concejos
con pomaradas, más de un
centenar de llagares se
destinaban al prensado de la
manzana para obtener la sidra
dulce, posteriormente sometida
a maduración.
164
forestal. La deforestación fue ya denunciada por Feijoo en 1739. En 1748, se promulgaba la Ordenanza de Montes que colocaba bajo la jurisdicción de la Marina los
«montes inmediatos al mar y ríos navegables». Su explotación supuso un auténtico
expolio sobre los bosques asturianos, constantemente denunciada por los concejos
ante la Junta General.
Jovellanos se ocupó en múltiples ocasiones del tema. El desarrollo de la agronomía, silvicultura y botánica, prestaba argumentos a quienes comenzaban a mostrar
tesis conservacionistas frente a quienes sostenían la inagotabilidad de los recursos.
Pero los propios hechos acabarán mostrando las consecuencias de las acciones
esquilmantes y descontroladas: desde mediados de siglo, el agotamiento de la
madera condujo a un crecimiento exponencial de los precios del carbón vegetal. En
muchos casos, ferrerías y fundiciones hubieron de apagar sus hornos. Será entonces,
desde 1760, cuando comiencen a registrarse las primeras importaciones de hulla
inglesa. Simultáneamente, el Consejo de Castilla daba los primeros pasos para promover la búsqueda de yacimientos de carbón fósil y para difundir su uso. Los Informes mineros de Jovellanos se redactan al calor de esta coyuntura. Pero, además,
Jovellanos intervino en un debate doctrinal de gran interés y referido a la gestión de
los espacios forestales: el relativo a la influencia de los derechos de propiedad sobre
la eficiencia en la gestión y aprovechamiento de los bosques. En el Informe de Ley
Agraria, Jovellanos se mostraba así de contundente: «Tengan los dueños el libre y
absoluto aprovechamiento de sus maderas, y la nación logrará muchos y buenos
montes».
La pesca fluvial y marítima proporcionaba una fuente complementaria de ingresos y alimentación a las comunidades ribereñas de los ríos y a las villas litorales. Dos
hechos adicionales rubrican la importancia de las pesquerías: el ya aludido déficit de
cereales que padecía la región y el hecho de que las prácticas religiosas impusiesen el
consumo obligatorio de pescado en los períodos de abstinencia cuaresmal. Las Ordenanzas de pesca, además de prescribir los tipos de arte, las vedas y los pozos y zonas
de pesca, prohibían el uso de venenos y artes intensivos. También la pesca de mar en
su diversas modalidades se hallaba rígidamente reglamentada: estaba reservada a los
pescadores «matriculados», inscritos en las «listas» de la Armada, y bajo control de
los gremios de mar. El hecho de que el acceso a los recursos pesqueros quedase condicionado al alistamiento militar afectó negativamente al sector: dado que España era
un imperio colonial en el que los conflictos navales eran frecuentes, la matrícula de
mar desincentivó la entrada de capitales y la creación de empleo. Jovellanos comenta
en varias ocasiones la decadencia de las pesquerías asturianas, la falta de capturas y
de flota, atribuyéndolas a aquella «odiosa» institución.
Tampoco pasó desapercibido para Jovellanos el análisis de las conservas de pescado: ceciales o pescados salados y ahumados, salazones y escabeches, eran los
José Cuevas
«El telar», en La Ilustración
Gallega y Asturiana, I, nº. 32
28 de noviembre de 1879
Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII
En el siglo XVIII, dado el
aumento de la población, la
elevación de las rentas agrarias
y la fragmentación de las
caserías, las manufacturas
textiles domésticas
constituyeron un pilar esencial
para el sustento de las familias.
El hilado y tejido de lienzos, y
su comercialización en ferias y
mercados, aportaban ingresos
que permitían completar a los
procedentes de la explotación
agropecuaria.
165
[pág. 167]
Ilustraciones sobre el arte de la
pesca: marisqueo; estacadas;
palangres..., en Sáñez Reguart,
Diccionario histórico de los
artes de la pesca nacional,
lám. LV
1791-1795
Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII
Para las comunidades litorales,
la pesca fluvial y marítima, así
como el marisqueo de playa,
representaba tanto una fuente
indispensable de alimentación
como de ingresos. Éstos últimos
se obtenían mediante
elaboraciones —pescado
salado, salazones,
escabeches— que permitían
comercializar las capturas en
los mercados interiores.
ramos de transformación que daban salida comercial a las capturas. Aunque algunas especies se comercializaban en fresco —salmones, lampreas, besugos—, eran la
excepción. En verano, las altas temperaturas se sumaban a lentitud del transporte
para dificultar la distribución en los mercados castellanos. De ahí que las conservas
fuesen lugar de paso obligado para que la pesca superase los mercados locales y
pudiese ampliar su radio de comercialización. Sin embargo, y en comparación con
las técnicas extractivas —cerco, arrastre— y conserveras que los catalanes empleaban en las costas gallegas, las asturianas se hallaban notablemente atrasadas. Todo
ello, señalaba Jovellanos, era el motivo de que la sardina salada o arencada que los
catalanes obtenían de su bodegas y factorías gallegas desplazase a la asturiana en los
mercados del norte de España.
2.4. Manufacturas y fábricas: ¿«dónde se hallarán capitalistas»?
En su Carta sobre la industria de Asturias (hacia 1795), formulaba Jovellanos un breve
pero certero diagnóstico sobre la causas del secular atraso de la industria en Asturias.
Antes de exponerlo, realizaba una aproximación a la tipología fabril del Principado
diferenciando entre «industria rústica», «industria popular» y fábricas. Muy extendidas las dos primeras, pero inexistentes las últimas. Y eran las fábricas el tipo de manufactura concentrada generadora de empleos y de valor añadido capaz de concentrar
capitales, de incorporar tecnología que incrementase la productividad del trabajo y
de producir a gran escala y exportabar a los mercados europeos o ultramarinos. Aunque Asturias contaba con algunas fábricas de curtidos y de loza, además de ferrerías
y astilleros, estos establecimientos no lograban alterar la condición agraria de la economía regional. Al diagnosticar el atraso fabril, el ilustrado gijonés lo atribuía a las
tres explicaciones ya apuntadas: falta de «luces», falta de capitales y empresarios y
falta de infraestructuras. Carencias que, sumadas, acababan de dibujar un escenario
de estancamiento del que, a juicio de Jovellanos, sólo se podría salir mediante intervenciones exógenas: los «auxilios» de la intervención pública serían los únicos capaces de romper aquel círculo vicioso de una economía agraria.
2.5. «Tanto se cultiva y se trabaja cuanto puede venderse y consumirse»: ferias
y mercados, arrieros y trajineros, puertos y cabotaje
La baja densidad de la red de caminos de rueda y de herradura, la escasa velocidad
y capacidad de carga, la fuerte estacionalidad de la oferta de acémilas y las propias
condiciones orográficas y climatológicas elevaban los costes de transporte. Dado
que la mayor parte de los intercambios incorporaban productos de escaso valor por
unidad de peso, resultaba imposible alcanzar economías de escala.
La mayor parte del comercio interior se canalizaba de forma ambulante a través de los 60 mercados y 45 ferias que, en tiempos de Jovellanos, servían de punto
166
de salida a los excedentes de las economías campesinas. En las villas y ciudades, la
mayor división social del trabajo y los mayores niveles de renta y demanda posibilitaban una mayor especialización y la sedentarización de la oferta comercial y de
servicios: mayoristas con lonja abierta, asentistas de abastos, mercaderes y comerciantes con tienda, estancos, tablajerías, tahonas, buhoneros, posadas y mesones
conformaban un paisaje mercantil diferenciado, con mayor circulación monetaria
y volumen de negocio.
El comercio extrarregional revestía un carácter estratégico para una región
deficitaria en granos y vinos. Más de un millar de arrieros y trajineros recorrían con
sus recuas en primavera y verano los puertos de la divisoria de cumbres con la
Meseta. En 1780, la balanza comercial arrojaba un déficit de 10 millones de reales:
las exportaciones —ganado vivo, manteca, salazones de carne y pescado y, en
167
[1]
[2]
168
menor medida, manufacturas de lienzos y clavazón— no cubrían más que un 30%
del valor de las importaciones. El comercio terrestre se completaba con el cabotaje
marítimo entre los puertos cantábricos: en este caso, la salida de maderas y carbones, compensaba las entradas —sal, vino, aceite, maíz, y hierro—. Los más de 120
embarcaciones de altura —pataches, quechemarines, bergantines y goletas—, propiedad de compañías y «negociantes» de Gijón, Avilés, Luarca, Llanes... constituían
el sector mercantil más dinámico y con mayores posibilidades de acumulación de
beneficios.
¿Qué análisis le merecía a Jovellanos el comercio regional? En uno de sus informes sobre la «carretera de Castilla» fechado en 1796, y refiriéndose a Galicia, Cantabria, León y Asturias, escribía: «Acaso se dirá que estas provincias no tienen en el
día grandes sobrantes que extraer, pero el objeto del camino es que los tengan». Es
decir, como Adam Smith, opinaba que era la ampliación del mercado el factor que
potenciaría la especialización de las economías regionales. En tanto los mercados se
mantuviesen fragmentados y aislados por la protección natural que les brindaban
la distancia y los obstáculos físicos, cada comarca tendía a minimizar sus relaciones
con el exterior y se orientaba a la subsistencia.
La Ordenanza de 1749 y las medidas de 1761, creando la red radial de carreteras
desde Madrid a las costas y fronteras, permitieron la apertura del paso de Guadarrama por Los Leones (1750) y de los caminos desde Castilla a Santander por Reinosa (1748-1753) y a Bilbao por Orduña (1764-1775). Estos dos últimos convertirán
ambas provincias y sus puertos en la fachada marítima para las harinas y lanas castellanas. La marginación de Asturias sólo se rompe por el impulso de Campomanes
desde el Consejo de Castilla. En 1767, logra la asignación de fondos para la «carretera
de Castilla». En 1771, se iniciaban las obras bajo proyecto de Marcos de Vierna; en
1779, se concluían los 21 km del tramo Oviedo-Mieres y, entre 1782 y 1792, el de
Oviedo a Gijón. Las dificultades por las que atravesó la Hacienda a finales de siglo,
paralizaron las asignaciones presupuestarias. Las obras no finalizarán hasta 1826.
Jovellanos no pudo ver realizado uno de sus proyectos más anhelados. Otra de las
apuestas de Jovellanos en materia de infraestructuras fue la relativa a la mejora de la
dotación portuaria de Gijón para convertirlo en el gran puerto de Asturias. Tal preferencia formaba parte de un plan integral para el desarrollo económico regional que
vinculaba el puerto gijonés a la carretera a León por Pajares, a la «carretera carbonera» y a la necesidad de fomentar la marina mercante y carbonera.
3. Del carbón a los altos hornos, de la máquina de vapor al ferrocarril:
Asturias, ¿la Sajonia española?
En el siglo XVIII se iniciará el proceso acumulativo de cambios conocido como
«revolución industrial». Tales cambios suelen singularizarse en la sustitución del
[1]
V. P. Bécquer, «Un mercado en la
costa», en La Ilustración Gallega
y Asturiana, III, nº. 36
28 de diciembre de 1881
Instituto Feijoo de Estudios
del Siglo XVIII
La producción campesina que no
se consumía en los hogares se
comercializaba en ferias y
mercados. Además de la
producción agraria y de quesos,
mantecas y salazones de carne y
pescado, se vendían
manufacturas elaboradas en las
caserías: lienzos de lino y lana,
aperos de labranza, alfarería,
almadreñas, clavazones y herrajes
procedentes de las fraguas...
[2]
«Vista del muelle viejo de
Gijón», en La Ilustración Gallega
y Asturiana, I, nº. 22, pág. 266
10 de agosto de 1879
Instituto Feijoo de Estudios
del Siglo XVIII
Junto al mercado, los muelles
constituían centros neurálgicos de
contratación. Además de los
astilleros de ribera, daban abrigo
a las bodegas de salazones y
esacabeches, a los tendejones en
que se reparaban las redes y artes
de pesca, a los almacenes donde
los armadores comercializaban al
por mayor los géneros importados
por cabotaje —bacalao, mineral
de hierro, lino—, a las lonjas
donde las compañías de comercio
contrataban sus ventas —cal,
bacalao, lienzos, potes y
clavazón, piedras de amolar,
sidra...
169
carbón vegetal por el mineral, del trabajo manual por el mecánico —máquina de
vapor— y del transporte a lomos por el ferrocarril. Lo más notable de estas novedades es que permitieron incrementar la energía disponible al romper los límites
que imponían el carbón vegetal y las fuentes hidráulicas y eólicas. Dado que el pilar
energético de la industrialización descansaba sobre el carbón mineral, y sabiendo
que Asturias disponía de grandes reservas hulleras, no deben extrañar las expectativas depositadas en la economía regional: «donde hay carbón, hay de todo», se llegará a decir. Los hechos son tozudos y será Jovellanos quien, al analizarlos, constate
que poseer carbón era una condición necesaria, pero no suficiente para arribar a la
tierra prometida de la industrialización.
3.1. Del carbón vegetal al mineral: Asturias, fuente de energía
La regulación por la Ordenanzas de montes de 1748 del acceso a los recursos forestales era el síntoma más evidente de que los recursos madereros comenzaban a
escasear. La conciencia acerca de la urgencia de la transición energética contaba con
sobradas evidencias: entre otras, el hecho de que las fundiciones de artillería de
Liérganes y La Cavada, en Santander, tuviesen que cancelar campañas de fundición
por falta de madera. Por tal motivo, desde 1763, la Secretaría de Marina comienzan
a realizarse las primeras importaciones de hulla inglesa para aclimatar su uso en los
arsenales del Ferrol y en la fábrica de cañones de Sevilla. En 1770, se realizaban los
primeros contratos con asentistas asturianos para surtir a los arsenales del carbón
extraído de nueve minas localizadas en los concejos de Siero, Langreo, Lena y Nava.
Entre 1772 y 1787, los yacimientos explotados eran ya 117. En 1783, con la llegada
de Antonio Valdés y Bazán a la Secretaría de Marina, se multiplican los esfuerzos
para implantar la «fundición a la inglesa». Tras diversos ensayos sin éxito, se envía
al ingeniero Casado de Torres, director del aserradero de La Carraca, a Inglaterra.
Ya en estos años iniciales iban a ponerse de relieve los problemas que a largo
plazo iban a condicionar la competitividad de la minería asturiana: los relativos a
la calidad y eficiencia térmica de los carbones —alta proporción de menudos,
impurezas...—, y a los costes de transporte —desde bocamina a los puertos de
embarque, y desde éstos a los destinos finales—. En el primer caso, se empleaban
carros de bueyes, y en el segundo, pataches de 25 a 75 tm de registro. La fragmentación de las cargas y la falta de retornos en el caso del cabotaje marítimo eran responsables de que los acarreos y fletes supusiesen más del 90% del coste final en
destino del carbón asturiano. Por otro lado, el carbón se extraía a cielo abierto: era
la «minería de paisanos», de baja productividad y rendimiento.
La intervención de Jovellanos en los problemas mineros arranca en 1789,
cuando, por real orden de 18 de noviembre, Jovellanos es comisionado por la Secretaría de Marina para elaborar un plan estratégico sobre el sector. Las aportaciones
170
Gaspar Melchor de Jovellanos
Borrador del Informe de Ley
Agraria
1795. Manuscrito de José
Acebedo Villarroel, con
numerosas correcciones
autógrafas de Jovellanos
Archivo Municipal de Gijón
Jovellanos redactará durante los
años del «destierro gijonés» el
que será el texto más
representativo y europeo de la
Ilustración española, el Informe
de Ley Agraria. A las críticas a
la Mesta, a los baldíos y
comunes, a las tasas sobre los
precios del grano, a los
mayorazgos y a la amortización
eclesiástica y señorial, añadía
propuestas para la reforma del
que constituía el principal
sector de la economía nacional.
de Jovellanos se centrarán en los tres aspectos que más controversia iban a suscitar
en estos años: los relativos a los derechos de propiedad sobre la minas, los problemas de transporte y los referidos a las dificultades técnicas para aplicar la fundición
«a la inglesa».
171
Real Cédula de 26 de
diciembre de 1789 en que
se establecen las reglas que
han de observarse en el modo
de beneficiar los minerales
de carbón de piedra
Biblioteca Nacional de España
Frente a las pretensiones de las
compañías que pretendían
monopolizar tanto la extracción
como el comercio de carbones,
Jovellanos mantuvo posiciones
liberalizadoras: la libre
extracción y comercio del
mineral, al estimular la
competencia, permitirían una
mayor producción y mejores
precios.
172
3.2. El problema del transporte: de la canalización del Nalón a la carretera carbonera
El debate sobre los medios de abaratar la conducción de carbones entre Sama de
Langreo y los puertos de San Esteban de Pravia y Gijón, dará lugar a serios desencuentros entre el ingeniero de la Armada, Casado de Torres, y Jovellanos. En los
Informes mineros y, particularmente en el Borrador sobre construcción de una carretera carbonera a Langreo (1791), el lector encontrará todos los detalles sobre la polémica. Casado de Torres, tras su estancia en Inglaterra y habiendo quedado
deslumbrado por la reducción de costes de transporte que suponía la red de canales allí desarrollada, pretende buscar una solución análoga para Asturias. En 1791,
planteaba a la Secretaría de Marina la canalización del Nalón a partir de previsiones que nunca habrían de cumplirse. Suponía que, una vez canalizado el río, se
podrían colocar en San Esteban 100.000 quintales/año a un precio de 1 real el quintal. Argumentaba que para movilizar por tierra esa misma cantidad, harían falta
utilizar 10.000 carros de bueyes al año, y aun así el precio final del quintal superaría los 3 reales. La Marina, con más recursos que la Superintendencia de Caminos,
aprobó el proyecto. En 1791, se creaba una empresa pública, las Reales Minas de
Langreo y Empresas del Nalón, y ese mismo año comenzaban las obras de canalización del río a lo largo de 65 km y, simultáneamente, las de corrección de su cauce,
las de construcción de un camino de sirga y las de acondicionamiento del puerto
de San Esteban. El presupuesto ascendía a 3.400.000 reales. Apenas iniciadas las
obras, surgieron los primeros problemas: la inundaciones y avenidas invernales
impedían la regularidad de los trabajos; las obras de corrección del cauce dispararon el presupuesto.
En 1797, Jovellanos critica el dispendio del proyecto y el incumplimiento de
previsiones: su Informe sobre navegación del Nalón (1797), ofrecía pruebas contundentes sobre el fracaso del proyecto. Una inspección ordenada por la Armada en
1800 señalaba que se llevaban gastados 13 millones de reales; que de 1 millón de
quintales extraídos, solo 377.000 se habían transportado por el río; que de las 72
chalanas mayores y 22 menores habilitadas, únicamente funcionaban 30 por falta
de personal cualificado; que los salarios de los 500 operarios lastraban las cuentas
y, lo más importante, que el coste del quintal en el puerto de San Esteban superaba
los 12 reales. A la vista de aquella inspección, una real orden de 1 de octubre de 1803
aconsejaba «olvidar el transporte de carbón por el río y conducirlo por carretera a
Gijón». La Empresa del Nalón era abandonada.
Es entonces cuando entra en escena la carretera carbonera de Sama de Langreo
a Gijón por Siero. Con un trazado de 40 km, un coste de 1.500.000 reales, y con
ramales a Oviedo, Villaviciosa y Avilés, acortaría en un 60% la duración de la conducción del transporte efectuado por más de 400 carros de bueyes y caballerías por
el camino de herradura durante los 174 días al año en que el camino era practica-
ble. La previsión era pasar de los 17.000 a los 70.000 quintales/año de carbón, estimándose el precio final del quintal en 2 o 3 reales. La invasión francesa, la guerra,
la emancipación colonial y los problemas de la Hacienda paralizaron la demanda
militar de carbón hasta después de 1814.
3.3. De la marina carbonera al Musel, de la siderurgia al ferrocarril: el Real
Instituto Asturiano
Jovellanos, conocedor de las limitaciones de la demanda regional de carbones, confiaba la viabilidad de la minería asturiana a la demanda nacional, tanto privada
como pública. Por lo mismo, en su Proposición para el abaratamiento de los fletes
(1791) no dejará de insistir en la necesidad de estimular la construcción naval con
el fin de que Asturias contase con una «marina carbonera». Lógicamente, esta propuesta era una pieza más de un plan en el que se incluían la «carretera de Castilla»,
el Real Instituto de Náutica y Mineralogía, la ampliación del puerto de Gijón, la creación de una moderna siderurgia y el proyecto de un ferrocarril desde las minas a
los puertos de embarque. Todo ello, con la imagen de la revolución industrial
inglesa como telón de fondo.
En 1789, en su más conocido texto sobre minas, el Informe sobre el beneficio del
carbón de piedra y utilidad de su comercio, con sentido de anticipación, anotaba:
No sólo han abierto canales hasta el mar para aprovechar las minas más
interiores de Escocia, sino que han construido caminos de hierro de una y
dos leguas para conducir el carbón desde ellas hasta los canales. Dos barras
paralelas sentadas sobre el terreno a la distancia que señala la extensión del
eje, reciben las ruedas, cuyo calce corre encajado en una muesca de su
misma anchura abierta en la barra. Resulta, pues, de una facilidad increíble
en el movimiento de los carros, los cuales, deslizándose rápidamente sobre
las barras, no solo hacen su viaje con la mayor celeridad, sino que también
llevan con poco ganado y sin fatiga una carga enorme. Tales son los medios
que toman las naciones ilustradas para asegurar a los efectos de su comercio una concurrencia segura y ventajosa.
Real Cédula de 24 de agosto de
1792 en que se establecen las
reglas que han de observarse en
el modo de beneficiar las
minas: se permite el libre
comercio y se conceden varias
gracias para promover su tráfico
y extracción (sobre beneficio
minero y libertad de comercio)
Biblioteca Nacional de España
Siguiendo las propuestas de
Jovellanos, la legislación
minera, además de mantener
criterios liberalizadores en
cuanto a explotación y
comercio, alentó nuevas
iniciativas, como la creación del
Real Instituto de Náutica y
Mineralogía para la formación
de técnicos en minas y de
pilotos al servicio de la marina
mercante carbonera.
Gijón, naturalmente, sería el puerto minero e industrial de Asturias. A esa función, se añadían otras ya comentadas: la de servir de fachada marítima o cabecera
para las lanas, vinos y harinas de la Meseta en su camino hacia los mercados europeos y coloniales e, igualmente, la de convertirse en trampolín para los mercados
americanos, liberalizados desde 1778. Es en este contexto en el que cobra sentido su
pionera Proposición de una Escuela de Náutica y Física para educar pilotos y buenos
marinos (1791) y que dará origen al Real Instituto.
173
[pág. 175]
Gonzalo de Buergo
Plano que demuestra la figura
que hace el Puerto de San
Esteban de Pravia, su río y el
de Narcea con todas sus
vueltas hasta la unión del río
que llaman de Arganza con el
expresado Narcea
31 de agosto de 1765, Avilés
Archivo General de Simancas
Frente a la tesis de Jovellanos,
partidario de una «carretera
carbonera» para dar salida por
el puerto de Gijón al mineral de
carbón procedente de las
cuencas hulleras, la Armada
acabará por asumir la
alternativa propuesta por el
ingeniero Casado de Torres.
Este último sostenía la
idoneidad de canalizar el río
Nalón para la exportación del
mineral de carbón de Langreo
por el puerto de San Esteban
de Pravia, proyecto que se
saldaría con un estruendoso
fracaso comercial y financiero.
174
Por último, Jovellanos abordará los problemas de la fundición «a la inglesa». La
deforestación condicionaba la producción de los altos hornos que fundían con carbón vegetal. La guerra contra la Convención francesa (1793-1795) y la destrucción
de las fundiciones pirenaicas planteó al Gobierno graves problemas para el surtimiento de artillería y municiones. Es entonces cuando se decide la creación de las
Reales Fábricas de artillería y de armas en Trubia y Oviedo (1794). Será también la
ocasión para ensayar la fundición con carbón mineral. Jovellanos, en tres de sus
«informes mineros» —Apuntes varios sobre Langreo y Gijón (1793), Informe reservado sobre La Cavada (1797) e Informe sobre la fábrica de Trubia (1797) —, se ocupará con cierto detalle de tales ensayos. No tardará en mostrarse muy crítico con el
emplazamiento elegido: a diferencia de en Trubia, en Siero —dirá— se dispone «de
carbón a mano y de un horno de carbonización». Posteriormente, cuando se iniciaron los ensayos para fundir, volvía a coger la pluma para observar que el mineral fundía bien, pero el hierro «cuajaba al recibir las más ligera impresión del aire
exterior». Fallaban los sistemas de inyección de aire, el revestimiento de los hornos,
el proceso de obtención del coque... En todo caso y tras incontables gastos, Trubia
volvía en 1800 al carbón vegetal. La valoración final del gijonés era contundente:
«De todo lo que va expuesto resulta una consecuencia bien triste y una lección
harto saludable para el Gobierno. Los hechos prueban que el amor a la novedad ha
sido la primera y única causa de tantos desperdicios». Lamentaba que el Gobierno
no hubiese recabado toda la información técnica precisa antes de lanzarse a un proyecto de tal calado: «Que este escarmiento debe hacer abrir los ojos para que el
Gobierno no se arroje a establecer la fundición de artillería con carbón de piedra
antes de asegurarse que la logran por este medio: primero “buena” y, segundo,
“barata”».
Jovellanos no se equivocó: el quintal castellano de municiones de Trubia le costaba a la Armada 107 reales, frente a los 67 reales a que salía el obtenido en la fundición privada que Antonio Raimundo Ibáñez había levantado en Sargadelos. Tras
la guerra de Independencia, Trubia apagará sus hornos hasta 1844. Jovellanos,
como en otros casos ya comentados, tampoco llegaría a ver coronado por el éxito
otro de sus acariciados proyectos: la producción de hierro y acero en altos hornos
al coque.
A modo de conclusión, cabría recordar que lo importante del legado de Jovellanos no radica tanto en la materialización de su programa industrial y modernizador, pensado para ejecutarse en el largo plazo, cuanto en lo que aquél tenía de
compromiso con Asturias. Un compromiso que se vinculaba a cambios institucionales de signo liberal, al reconocimiento de la ciencia aplicada como vía para mejorar la productividad del trabajo, a un patriotismo ilustrado alejado de todo
localismo... Pero, como señalara Llombart, a Jovellanos le tocó vivir en un tiempo,
el de la «Ilustración tardía», en el que los ecos revolucionarios de Francia estaban
facilitando el camino al «despotismo no ilustrado». Cabría añadir que buena parte
del programa reformador de Jovellanos, especialmente el que se expresa en las páginas del Informe de Ley Agraria, habría necesitado contar con una mínima base
social crítica que lo apoyase, y que, como es sabido, brillará por su ausencia.
bibliografía
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comienzos del carbón de piedra y de los hornos de cok, Gijón, Real Instituto Asturiano, 1981.
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sociedad, Vitoria, 1977
FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, José Manuel,«Edad Moderna», en Adolfo Fernández Pérez y Florencio Friera
(coords.), Historia de Asturias, Oviedo, KRK Ediciones, 2005, págs., 345-503.
LLOMBART ROSA, Vicent y Joaquín OCAMPO SUÁREZ-VALDÉS (eds.), Gaspar Melchor de Jovellanos:
Obras completas, X: Escritos económicos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo
XVIII/Ayuntamiento de Gijón/KRK Ediciones, 2008.
OCAMPO SUÁREZ-VALDÉS, Joaquín, Campesinos y artesanos en la Asturias preindustrial, 1750-1850,
Oviedo, Silverio Cañada Editor, 1990.
PERIBÁÑEZ CAVEDA, Daniel, Comunicaciones y comercio marítimo en la Asturias preindustrial, 17501850, Gijón, Junta de Obras del Puerto, 1992.
RODRÍGUEZ MUÑOZ, J. (dir.), Diccionario Histórico de Asturias, Oviedo, Editorial Prensa Ibérica, 2002.
175
[1]
Secretaría de Marina.
Departamento Marítimo
del Ferrol
Plano nº 191 y nº 14 del puerto
de San Esteban de Pravia
Hacia 1794
Biblioteca Naval de Ferrol
Inspirándose en el modelo
minero inglés, el ingeniero de la
Armada Casado de Torres
defenderá la canalización del
río Nalón para la exportación
del mineral de carbón de
Langreo por el puerto de San
Esteban de Pravia. En cambio,
Jovellanos sostenía como
alternativa la construcción de
una «carretera carbonera», por
su menor coste, por su mayor
capacidad de transporte y por
la mayor capacidad de
embarque del puerto de Gijón.
Su propuesta, rechazada, no se
haría realidad hasta el siglo
siguiente.
[1]
176
[3]
[2]
[2]
[3]
Grabados sobre herramientas mineras en M. Morand, L’art
d’exploiter les mines de charbon de terre. De l’extraction,
de l’usage et du commerce de charbon de terre, París
Grabados sobre explotaciones mineras, en Recueil de planches
sur les sciences, les arts liberaux et les arts mechaniques avec
leur explication, París
1777
1768
Biblioteca Nacional de España
Biblioteca Nacional de España
La llamada «minería vecinal» o «minería de paisanos»,
realizada por los propios campesinos en explotaciones a
cielo abierto y empleando útiles y equipos rudimentarios,
desconocía los principios de la «arquitectura
subterránea» y los equipos de extracción propios de la
minería industrial.
A diferencia de la minería preindustrial o precapitalista
representada por las explotaciones vecinales, que constituía
una prolongación de las faenas agrarias y que se desarrollaba a
cielo abierto, las explotaciones industriales se acomodaban a
los principios de entibación y extracción propios de la
«arquitectura subterránea».
177
Ignacio Muñoz
Plano de oficinas, edificios
y demás obras necesarias para
plantear la fábrica de
municiones, sobre las aguas del
río Trubia, arreglado al proyecto
del ingeniero director de
marina, D. Fernando Casado de
Torres (Real Fábrica de
Municiones de Trubia)
1794
Archivo General de Simancas
La destrucción de las
fundiciones pirenaicas durante
la guerra contra la Convención
francesa (1793-1795), así
como el agotamiento de las
reservas forestales para producir
carbón vegetal, estimularon la
creación del complejo
siderúrgico de Trubia en el que
trataría de implantarse el uso
del carbón mineral.
179
Gaspar Melchor de Jovellanos
Convocatoria de la Sociedad
Económica de Amigos del País
de Asturias
11 de agosto de 1782
Instituto Feijoo de Estudios del
Siglo XVIII
Jovellanos propone la creación
de becas para cursar estudios
científico-técnicos en el
extranjero, orientados al
conocimiento de las técnicas
mineras utilizadas en otros
países industrializados
180
Anónimo, antiguamente
atribuido a Goya
Retrato de Don Gaspar Melchor
de Jovellanos
Hacia 1797
Fundación Lázaro Galdiano
Jovellanos sostiene en una
mano un ejemplar del Informe
de ley agraria, su obra más
querida y la que le haría
merecedor de un lugar
destacado en la historia del
pensamiento económico
español y europeo. En él,
además de introducir en
España las tesis liberales de
Adam Smith, proponía un
ambicioso programa de reforma
agraria que guiará la política
agraria liberal de la centuria
siguiente.
181
Poderosos y humildes:
una sociedad polarizada
Ángeles Faya Díaz. Universidad de Oviedo
1. Introducción: el aumento de la población y sus consecuencias
A pesar de las frecuentes crisis demográficas, la población de Asturias fue creciendo a lo largo de la Edad Moderna. En el siglo XVII, gracias a la introducción
del maíz, la población, a diferencia del estancamiento demográfico del conjunto de
España, siguió creciendo en la fachada cantábrica. En este siglo, el maíz se fue afirmando frente a los cereales tradicionales debido a varias ventajas: estaba mejor
adaptado al clima atlántico, tenía mayores rendimientos y era, al mismo tiempo,
cereal panificable y forrajero. Unido a la generalización del maíz, la población del
Principado sigue creciendo en el siglo XVIII, sobre todo en la segunda mitad, tal
como indican los censos: se pasa de unos 290.000 habitantes aproximadamente en
1752 según el Catastro de Ensenada, a 348.000 en 1787 y a 365.000 en 1797, según
los censos de Floridablanca y de Godoy respectivamente.
Este crecimiento poblacional asturiano lleva, como en el resto del norte de
España, a unas densidades de población muy elevadas (33 hab./km2 en 1787), que
no van acompañadas de un aumento de la urbanización ni de un crecimiento
importante de la economía en los sectores agrario, industrial y comercial. Fueron
necesarios por ello mecanismos autorreguladores del aumento demográfico:
retraso de la edad del matrimonio y elevación de la tasa de soltería; también se
intensificó la emigración que, como decía Jovellanos, era «como una exacta
medida del sobrante de su población».
Asturias tenía una economía muy atrasada; la renta per cápita según el Censo
de Frutos y Manufacturas de 1799 era en Asturias de 264 reales, la más baja de toda
España. Los importantes desequilibrios del viejo sistema agrario trajeron graves
problemas sociales, sobre todo en los años de crisis agrarias; muy especialmente
la escasez de cereales trajo subida de precios y, finalmente, endeudamiento campesino y pérdida de poder adquisitivo de las clases populares urbanas.
2. Las clases privilegiadas
La sociedad de la Edad Moderna es estamental, aunque en el periodo en el que nos
centramos muestra ya algunos síntomas de descomposición. Esta sociedad se
caracteriza por la desigualdad ante la ley; nobleza y clero son estamentos que gozan
[pág. 182]
Memorial: Causas de la
decadencia de los labradores de
Asturias y medios de restablecerla,
sin perjuicio de los propietarios.
Presentado a la Real Sociedad
Económica de Amigos del País
de la Ciudad de Oviedo
Hacia 1780, Oviedo
Real Instituto de Estudios
Asturianos. Oviedo
Durante la segunda mitad del
siglo XVIII, la presión
demográfica sobre la tierra se
tradujo en la elevación de las
rentas agrarias, en la división de
las caserías y, en general, en un
empobrecimiento del
campesinado. Las tensiones
sociales fueron reflejo de los
excesos de la amortización
señorial y eclesiástica
denunciados por Jovellanos.
Otros memoriales presentados en
imágenes en páginas posteriores.
183
Ordenanzas aprobadas
por S. M. para el régimen
y gobierno del Hospicio y
Hospital Real de Huérfanos,
Expósitos y Desamparados
1752
Real Instituto de Estudios
Asturianos. Oviedo
El reformismo borbónico
pretendió la reforma y
secularización de la
beneficencia tradicional. Los
hospicios constituyeron una
pieza de esa reforma destinada
a combatir la ociosidad y a dar
empleo y ocupación a la
población marginada.
de privilegios de carácter jurídico, fiscal y militar, además de diversas preeminencias de tipo social y político. En Asturias, hay una elevada proporción de hidalgos
y pocos pecheros, por lo que éstos tenían una situación bastante penosa, sobre
184
todo un estatuto muy degradado, no contando en general con presencia política
en sus municipios. Pero los que se enriquecen consiguen a menudo pasar al
padrón de los hidalgos, tras sobornar a empadronadores y justicias locales.
En la base de la escala nobiliaria estaban los meros hidalgos, que trabajaban
la tierra o ejercían diversos oficios, siendo a veces muy pobres. Con los Borbones
se va a plantear la incorporación de los hidalgos asturianos a los servicios de
armas, pero ellos se oponen a este ataque a sus privilegios. Tras pleito con los
pecheros en 1752 consiguieron que se les guardasen, pero el descenso del número
de pecheros lleva a que, desde 1777, se incluya en la leva a los hidalgos más pobres,
preservando de quintarse solamente a los caballeros. Finalmente, en 1807 una real
orden fijó en 2.000 ducados la renta anual mínima de los que no debían ser
incluidos en los sorteos; así, frente a los privilegios heredados, poco a poco la
riqueza se fue convirtiendo en la base de la organización social.
La nobleza
La capa social más alta de la nobleza y del clero forma lo que se puede llamar la
elite dominante y dirigente de la sociedad, que acapara la riqueza y el poder en
Asturias. Posee la mayor parte de los bienes, sobre todo tierras y señoríos. En
cuanto a su comportamiento económico es rentista, ya que normalmente no
explota directamente sus bienes.
Como dice Jovellanos en la Carta sobre la Agricultura «los mayorazgos y los
monasterios e iglesias son casi los únicos propietarios de Asturias». En vísperas de
la desamortización, Antonio Oviedo y Portal estimaba en nueve décimas partes
los bienes raíces afectados por las vinculaciones. Los libros del Mayor Hacendado,
incluidos en el catastro de Ensenada, nos permiten conocer quiénes eran los
mayores hacendados de los distintos concejos a mediados del siglo XVIII; nos
acercan, por tanto, a los grandes patrimonios eclesiásticos y laicos, como veremos
a continuación. A lo largo de toda la Edad Moderna, la nobleza y las comunidades religiosas invirtieron en tierras que compraban a campesinos endeudados, lo
que les llevó a acrecentar por esta vía su patrimonio de modo importante.
Dentro del bloque social dominante, hay que destacar en primer lugar a la
nobleza titulada y a algunos caballeros e hidalgos de solar conocido, que poseen
muchas propiedades rústicas, destacando los marqueses de Marcenado y de Valdecarzana, la casa Valdés de Gijón, los Peón de Villaviciosa, los marqueses de
Ferrera y de Camposagrado. Aún en el siglo XVIII, la nobleza tenía prejuicios
contra la inversión en industria y comercio. Además, a partir de las leyes de Toro
de 1505, las casas nobiliarias habían creado mayorazgo y luego siguieron vinculando sus bienes; posteriormente, las políticas matrimoniales permitieron que
algunas familias absorbieran a otras, acumulando así mayorazgos. De este modo,
185
Fotografía del Monasterio
de Corias, reedificado tras
el incendio de 1763
Monasterios e iglesias eran en
opinión de Jovellanos, «casi los
únicos propietarios de
Asturias». Las rentas
eclesiásticas y los diezmos
permitían fuertes ingresos y
saneados recursos, cuya mejor
expresión eran los ricos
edificios que servían de morada
a la clase más poderosa de
la región.
el marquesado de Marcenado llegó a poseer unos 18.000 ducados de renta anual,
según datos de 1762. Es una cifra importante para Asturias, pero muy baja si la
comparamos con la de la alta nobleza castellana; otras casas tenían rentas menores. Por otro lado, la compra de cargos municipales a los Austrias a lo largo de los
siglos XVI y XVII fue fundamental para la afirmación en el poder local y provincial de la capa más alta de la nobleza asturiana. Va a traer la oligarquización de los
concejos, siendo la base de abusos y corrupción; también reafirmará a la Junta
General del Principado como un foro nobiliario.
Aparte de su poder económico y político, el ascenso en la escala nobiliaria lo
conseguía la nobleza a través de servicios a la Corona bien de carácter militar, bien
en la administración; también tras su ingreso en la Iglesia. Algunos consiguen
vivir y servir en la Corte; no debemos perder de vista que la cercanía al rey es
fuente de todo tipo de honores. Estos diversos servicios les permitieron recibir
hábitos de órdenes militares y títulos nobiliarios. Nobles asturianos consiguieron,
a lo largo del siglo XVIII, casi un centenar de hábitos de Santiago, Calatrava,
Alcántara y de la orden de Carlos III. Igualmente, sabemos de 18 títulos concedidos por los Borbones a casas asturianas, los cuales se añaden a los 16 dados por
los Austrias en el siglo anterior. Por méritos militares, recibieron sus títulos los
marqueses de Casa Tremañes, Real Transporte y Vistalegre; por servicios relevantes en la administración, los marqueses de Santa María del Villar y Campo de
Villar y el conde de Campomanes. Asimismo, algunos emigrantes enriquecidos
en América lograron un título a lo largo del siglo por diversos servicios, incluso
pecuniarios, pudiendo integrarse de este modo en la alta sociedad americana,
186
Fotografía del palacio del
marqués de Camposagrado,
actual Audiencia de Oviedo
Junto a los monasterios, las
casas nobiliarias asturianas y
sus mayorazgos detentaban la
propiedad de la mayor parte
de tierras y ganados, el control
sobre los montes, el poder en
los ayuntamientos... Los
palacios urbanos y las casonas
solariegas eran fiel reflejo de
su preeminencia social.
tales como el conde de Valle de Oselle y los marqueses de Casa Estrada y de Premio Real. Estos títulos suponían para sus poseedores duras cargas —pago de
medias annatas y lanzas—, adeudando algunas casas fuertes cantidades a la
Hacienda estatal.
En realidad, el comportamiento económico de la nobleza perjudicó mucho a la
economía asturiana. Hubo pocas inversiones y muchos gastos: compra de cargos e
inversión en honor. Además, para los nobles, vivir según su estado significaba tener
palacios suntuosos, abundante servicio doméstico, creación de patronatos y capillas, formas de publicitación de las casas que llevaron a algunas al endeudamiento.
Por esta razón, difícilmente podían invertir en actividades productivas los capitales
que no tenían.
El clero
Dentro de las elites asturianas, hay que tener presente al clero que, a diferencia de
la nobleza, dispone de solvencia económica. Destaca por su riqueza y prestigio
social y su influencia deriva de que educa las conciencias; tiene incluso un poder
coactivo sobre las costumbres. En primer lugar, debemos diferenciar dos grandes
categorías: el clero secular y el regular. A mediados del siglo XVIII, son unos 1880
y 560 personas respectivamente, según Adolfo Menéndez, cifras bajas si las comparamos con las del conjunto español debido a la pobreza de nuestra región. Por
otra parte, por motivos económicos, la distribución del clero es irregular, más
abundante en la ciudad de Oviedo y en las villas más pobladas que en el mundo
rural, en especial el clero regular.
187
[Pág. 189]
Francisco Reiter Elcel
Retrato de Agustín González
Pisador, obispo de Oviedo
1781
Museo de la Iglesia. Oviedo
El obispado de Agustín
González Pisador (1760-1791)
sintonizó con la política
ilustrada y regalista de Carlos
III: dio por buena la expulsión
de los jesuitas en 1767 y
colaboró con la Sociedad
Económica de Amigos del País
de Asturias, especialmente en
actividades de beneficencia.
188
Los eclesiásticos estaban muy jerarquizados; había una estratificación interna,
un alto y un bajo clero. Contaba el obispado de Oviedo a fines de los años cincuenta
con unos 33.500 ducados de valor líquido, procedentes sobre todo de diezmos, lo
que es un nivel de rentas medio respecto al resto de los obispados españoles. En la
cúspide de la Iglesia asturiana, estaba en este tiempo el obispo Agustín González
Pisador (1760-1791), prelado reformista en buena sintonía con la política ilustrada
y regalista de Carlos III, que dio por buena la expulsión de los jesuitas en 1767,
según González Novalín. Esa tendencia le llevó también a colaborar con la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, especialmente en actividades de
beneficencia; y ello a pesar de que vivió en Benavente buena parte del tiempo de su
largo gobierno de la diócesis. Igualmente, impulsó la creación de dos cátedras de
medicina en 1786. Posteriormente, coincidiendo con tiempos convulsos, el episcopado de Juan de Llano Ponte (1791-1805), descendiente de la casa avilesina de este
nombre, tendrá una orientación más conservadora, incluso reaccionaria.
Por debajo del obispo estaba el cabildo de la catedral de Oviedo, que era un
órgano colegial con un prestigio superior al del resto del clero y una importante
dotación económica, la mayoría procedente de rentas de tierras y de diezmos.
Muchos canónigos son segundones de las principales casas nobles de la región.
Sabemos que en 1762 entre los prebendados, había 36 canongías, que percibían
anualmente entre 12.000 y 18.000 reales según datos de la visita ad liminam del
año 1791. Por otro lado, estaban otras iglesias colegiales; tenemos las abadías de
Tuñón, Arbás, Teverga y Covadonga, cuyas rentas en el año 1725 oscilaban entre
los 4.000 ducados de la primera y los 1.000 de la última.
En la base del clero secular estaban los curas y capellanes. Había algo más de
mil curatos, muchos de pequeño tamaño, cuyos ingresos se reducían generalmente a una parte mínima de los diezmos de la parroquia. Por ello, Pisador fijó
la congrua de los párrocos en 60 ducados anuales, incluso haciendo anexiones o
desmembraciones de algunas parroquias. El obispo se esforzó también por mejorar el nivel intelectual, la actividad pastoral y la disciplina del clero a través de
diversos proyectos, pero no siempre puestos en práctica.
Por otro lado, dentro del clero regular también existían grandes diferencias de
riqueza y de rentas entre los distintos monasterios y conventos, derivadas sobre
todo de bienes rústicos. Algunos también se dedicaban a la enseñanza y a la predicación. En primer lugar, había en Asturias doce monasterios masculinos y femeninos, de los cuales ocho eran benedictinos y cuatro cistercienses. En segundo lugar,
tenemos doce conventos: siete son de frailes de diversas órdenes —franciscanos,
dominicos, mercedarios y jesuitas—; entre los cinco femeninos, había agustinas
recoletas, dominicas y clarisas. Como ejemplo de las diferencias de riqueza entre
ellos, mientras el convento de agustinas recoletas de Gijón era pobre, el monaste-
189
[Pág. 191]
Memorial: La memoria que se
desea sobre los medios de
restablecer a los labradores de
su decadencia. Presentado
a la Real Sociedad Económica
de Amigos del País de la
Ciudad de Oviedo
Hacia 1780, Oviedo
Real Instituto de Estudios
Asturianos. Oviedo
rio benedictino de San Pelayo, también femenino, percibía a principios de los años
sesenta unos 11.000 ducados anuales, según J. A. Álvarez Vázquez.
Los eclesiásticos vivían en general mejor que los laicos, ya que poseían en
Asturias una importante riqueza. En efecto, el clero disponía de patrimonios muy
saneados en los que se incluían bienes rústicos, señoríos, censos, diezmos y otros
derechos eclesiásticos. Destaca la propiedad territorial; como mayores hacendados a mediados del siglo XVIII están el monasterio de Corias en la zona occidental y el de Celorio en la oriental, con unas utilidades evaluadas por el catastro de
Ensenada en 47.941 y en 10.592 ducados respectivamente. También el cabildo de
la catedral tiene importantes patrimonios en el centro y occidente de Asturias.
Muchas propiedades, pero más dispersas geográficamente, poseen igualmente los
cenobios de San Vicente y de San Pelayo.
3. Las clases productivas
Aparte de las clases privilegiadas, con un comportamiento rentista, tenemos que
estudiar las clases productivas, ya que la mayor parte de los asturianos vivía de su
trabajo. Hay que analizar, en primer lugar, la situación del campesinado, grupo
mayoritario en una región con una economía básicamente agraria. También tendremos en cuenta a los pescadores, tan importantes en la sociedad de las villas
marítimas.
Hablaremos luego de los artesanos y de los comerciantes y profesionales
como representantes de los sectores manufacturero y de servicios, ambos con una
presencia más bien escasa en la región. Por último, trataremos la pobreza y la
política social seguida con los pobres por el estado borbónico desde una óptica
ilustrada. Como podremos ir viendo, en el seno de los citados sectores sociales
hay acusadas diferencias en el modo de vida, riqueza y nivel de rentas.
El campesinado
La población asturiana en su mayoría se dedica a la agricultura; este sector ocupa
el 71,5% de su población activa frente al 7,2 % de la industria, según datos de
1797. Pero, como ya dijimos, el crecimiento demográfico es mayor que el de la
producción agraria; ésta, cada vez más deficitaria, fue incapaz de alimentar a la
población y por ello los precios y las rentas agrarias subieron, beneficiando a los
grandes propietarios nobles y eclesiásticos. Por otro lado, la tierra se hizo escasa,
dividiéndose las caserías. Creció la zona cultivada gracias a roturaciones de baldíos y comunales, pero no aumentó la productividad; la situación va a ser muy
negativa para los campesinos.
La tierra pertenecía a mayorazgos y manos muertas y estaba desatendida y
descapitalizada. Dominan las pequeñas empresas campesinas, con escasos bene-
190
ficios y tendencia al autoconsumo, sometidas a demasiadas detracciones: renta de
la tierra, diezmos, impuestos de la Corona, cargas señoriales, arbitrios municipales, etc. Faltan empresas en manos de labradores ricos que pudieran realizar las
inversiones necesarias y lograr, en definitiva, una agricultura orientada al mercado, como pedían las ideas de corte fisiocrático.
Según el censo de Godoy, en 1797, había en Asturias 3.139 labradores, 54.141
arrendatarios y 1.832 jornaleros. En efecto, muchos campesinos no son propieta-
191
[Pág. 193]
Memorial: Discurso sobre las
causas y decadencia de
nuestros labradores y su
contenido. Presentado a la Real
Sociedad Económica de Amigos
del País de la Ciudad de Oviedo
Hacia 1780, Oviedo
Real Instituto de Estudios
Asturianos. Oviedo
192
rios sino arrendatarios. El campesinado posee pocas tierras; tampoco tiene a
menudo ganados, casas ni hórreos propios. Además, la generalización del arrendamiento frente a formas de llevanza de la tierra perpetua o a largo plazo es un hecho
negativo tanto para la agricultura como para el campesinado. Igualmente, los grandes propietarios de ganado son nobles y eclesiásticos, que lo ceden en comuña, lo
que les permite conseguir grandes beneficios.
La condición de colono y aparcero lleva a muchos campesinos a la miseria.
Paralelamente a la concentración de la propiedad en manos de las clases privilegiadas, tuvo lugar a lo largo de la Edad Moderna una progresiva pérdida de propiedad
campesina. Es frecuente su endeudamiento en los años de crisis de subsistencias tal
como sucede, por ejemplo, en los difíciles años de 1765, 1789, 1797-1798, 18031804; a menudo no tienen dinero ni para comprar granos para sembrar. Finalmente, muchos se convierten en colonos de sus antiguas propiedades.
Diversos memoriales de agravios y pleitos ante el Consejo de Castilla y la
Audiencia de Oviedo expresan el malestar y la protesta campesina contra los
grandes propietarios nobles y eclesiásticos a partir de 1765, sobre todo en el occidente asturiano —Cangas de Tineo, Tineo, Valdés, Navia, Ibias—. Se quejan de
que les exigen rentas excesivas, de ser desahuciados por impago y también de
usurpaciones y petición de derechos improcedentes de carácter señorial; es decir,
denuncian actuaciones paraseñoriales. En cuanto a los comunales, algunos pueblos asturianos tuvieron que defender el derecho al uso de la madera y la leña de
los montes frente a los dueños de ferrerías que pretendían propiedad y posesión
exclusiva, tales como el monasterio de Oscos y los Valledor en el occidente de
Asturias y el marqués de San Esteban del Mar y los Jovellanos en Gijón y Villaviciosa respectivamente. Igualmente, la pesca fluvial, de tanto valor en los ríos asturianos, especialmente el salmón, no pudo ser aprovechada por el conjunto de los
vecinos, siendo acaparada a lo largo de la Edad Moderna por linajes nobles locales y comunidades religiosas que establecieron cotos y apostales, tal como denuncian la Diputación y la Audiencia a fines de los años sesenta.
Pero, al igual que sucedió en el resto de la corona castellana, no se puede
hablar de un movimiento campesino organizado. Hubo una presión sobre la
administración ilustrada que se tradujo en las leyes de arrendamiento de 1768 y
1785, que prohibían la subida de rentas y el despojo de los renteros. A ellas se opusieron los propietarios e incluso la Junta General, por lo que no trajeron finalmente una mejora para el campesino asturiano.
Otro problema importante del campo asturiano era el régimen señorial,
caracterizado por la privatización de funciones públicas. Así, estaba en manos de
los señores la jurisdicción, que tenía diversas prerrogativas, entre ellas la fiscalidad. Afecta a mediados del siglo XVIII a unos 5.500 vasallos, aproximadamente
193
el 10% de la población asturiana según investigación de Gonzalo Anes. De constitución medieval, los cotos señoriales, generalmente solariegos, podían tener
como titulares a nobles o a comunidades religiosas.
El régimen señorial se prestaba a abusos sobre los vasallos, lo que fue origen de
una conflictividad encauzada sobre todo por vía judicial. Algunos pueblos suelen
aducir que los señores aumentan el número o la cuantía de los tributos señoriales
no respetando la costumbre inmemorial que regía en las relaciones señoriales.
También fue el señorío una buena base para la ocupación de bienes comunales y así
aprovecharse de los pastos y de la madera de brañas y montes. Iniciaron pleitos de
incorporación a la Corona en el siglo XVIII el concejo de Allande y los cotos de
Poreño, Figueras y Tormaleo y Luiña. Lo consiguieron los dos últimos cotos, incorporándose a la Corona en los años 1776 y 1782, respectivamente.
En 1811 se produce la disolución del régimen señorial. Aprovechan los pueblos para no pagar tributos, pero la nobleza consigue cambiar señorío por propiedad y transformar derechos en rentas, lo que resultó muy perjudicial para el
campesino no sólo en Asturias sino en el conjunto de la corona castellana.
Los pescadores
Debemos destacar, en primer lugar, los gremios de mareantes, institución que
enmarca y organiza la pesca marítima y atiende a los pescadores. Por otro lado,
en el sector pesquero tenemos la Matrícula de Mar, establecida por el Gobierno
en 1748. Por las ordenanzas de este año, se estipulaba la inscripción de pescadores y marineros como matriculados, los cuales debían estar disponibles para los
servicios de la Armada desde los 16 a los 60 años siempre que fueran levados.
Hubo matriculados que pasaron muchos años en la Armada y el gobierno no
prestó suficiente atención a jubilados, inválidos y viudas. En su informe de 1781
sobre la pesca en Gijón, D. Tomás Menéndez Jove denuncia la mendicidad que se
veían obligados a practicar a menudo los pescadores y cómo el gremio pagaba su
entierro. También comenta su descapitalización; ya no tenían ni aparejos de su
propiedad, hecho que mermaba su participación en los beneficios de la pesca, al
mismo tiempo que dificultaba las tareas de salado y secado del pescado que antes
realizaban.
La Matrícula de Mar fue muy criticada, considerada como la causa principal
de la decadencia de la pesca asturiana y cántabra, al mismo tiempo que de la
miseria de muchos matriculados y sus familias. Aparte de estos inconvenientes, el
sistema producía fuertes tensiones sociales en las villas marineras, ya que muchos
pescadores, conocidos como terrestres, renunciaban al oficio y no se inscribían
con el fin de no ser levados por la Armada, aunque seguían practicando clandestinamente la pesca fluvial o el marisqueo.
194
Nos consta el descenso del número de barcos, así como de los hombres de mar,
que pasan de 1938 en 1752 a 1365 en 1781. Asturias tenía menor proporción de
pescadores y más problemas de pesca que Galicia y el País Vasco. Para lograr la
recuperación del sector pesquero claman algunos contra la falta de libertad de
pesca a través de diversas representaciones al rey. Hasta Jovellanos, que consideraba en 1782 la Matrícula de Mar «un mal necesario», dice en 1793 que «el mejor
camino de multiplicar los marineros es conceder la libertad absoluta de pescar y
navegar a todo el mundo».
El Gobierno de Carlos III va a dedicar mucha atención al sector pesquero cantábrico, ya que era muy positivo para la potenciación de la industria, del comercio y
de la marina mercante y para la disminución del número de desocupados. Preocupaba a Antonio Sáñez, comisionado por Floridablanca, según su memorial enviado
desde Santander en 1781, el consumo masivo que había en España de bacalao del
Noroeste de Europa, ya que su compra desequilibraba la balanza comercial. Para evitarlo, se trataba de encontrar técnicas de conservación de pescados que pudieran
hacer competitivas en el mercado nuestras conservas. Nos constan las diversas medidas tomadas desde los años sesenta a los ochenta, primero por Campomanes y luego
por Floridablanca, pero no lograron parar finalmente el deterioro de la pesca y la
miseria de los pescadores. No llegaron al fondo de los problemas, que eran muchos,
entre ellos la falta de libertad de pesca, escasez de marineros y pocos capitales y
conocimientos técnicos.
Los artesanos
Para analizar las condiciones de trabajo de los artesanos asturianos, debemos
decir, en primer lugar, que la producción manufacturera en Oviedo y las principales villas, especialmente Gijón y Avilés, se organizaba a veces en torno a un
taller, bajo el mando de un maestro, integrado por algunos oficiales y aprendices;
otras veces era una pequeña empresa de carácter familiar. En ambos casos, los
talleres estaban enmarcados en un gremio, que era tanto una asociación de
defensa corporativa como el medio de encuadramiento institucional de los artesanos. Según Gonzalo Anes, a fines de los años setenta los artesanos no tenían en
Oviedo ordenanzas de policía a que someterse y trabajaban con libertad; parece
que en esos años no había en los gremios ovetenses el exclusivismo en el trabajo
tan frecuente en otras partes. Sabemos que, en 1770, varios gremios de la ciudad
hacían festividades a sus expensas: el de carpinteros, canteros y albañiles a San
José, el de sastres a Nuestra Señora de la Balesquida y el de zapateros a Santiago
apóstol. Igualmente, en Avilés tenían cofradía con festividad señalada los gremios
de caldereros y ferreros, zapateros, alfareros, sastres, carpinteros y canteros, además del gremio de mareantes.
195
La jerarquización de los artesanos dependía de su categoría: su nivel social
oscilaba entre los sectores intermedios y las clases populares de la localidad, según
su condición de maestros u oficiales. También la rentabilidad o el salario variaba
según el tipo de oficio —alimentación, alfarería, construcción, madera, zapatería
y cuero, textil y confección, minería, metalurgia—. En ningún caso integraban los
artesanos la oligarquía local, ya que los cargos municipales quedaban reservados
con exclusividad a la capa más alta de la nobleza. Sabemos que en Oviedo los oficios podían nombrar solamente sus examinadores y veedores.
La endeblez de la industria y del comercio asturiano es la causa de la escasa
urbanización y del carácter rural de nuestra región. Por ello, más que una industria agremiada lo que domina en la mayor parte de los municipios asturianos es
una manufactura dispersa de carácter rural en manos de campesinos que ejercían
un oficio durante los meses de descanso del trabajo agrario. El pequeño campesino lograba con esta actividad un complemento a sus escasos ingresos agrarios.
Las economías familiares usaron en el mismo sentido el trabajo de las mujeres. El
progreso que supuso para su emancipación la incorporación al mundo del trabajo es un hecho que hay que relacionar con los valores ilustrados. Campomanes
trató de impulsar muy especialmente las manufacturas de lienzos con el fin de
elevar el nivel de vida de los campesinos asturianos y gallegos. Este tipo de manufactura, realizada con una tecnología mediocre y una mano de obra no cualificada, estaba orientada sobre todo a los mercados locales.
Por iniciativa de empresarios privados van a crearse pocas instalaciones de
carácter fabril con éxito duradero en la Asturias de los últimos años del siglo
XVIII. Entre ellas podríamos citar varias en Oviedo, Gijón y Avilés —sobre todo
de loza «a la inglesa» y de curtidos—. Aparte de la falta de conocimientos, los
capitales disponibles eran pequeños pues los beneficios obtenidos por los
comerciantes asturianos eran escasos y las inversiones las hacían a menudo en
bienes rústicos. También faltaba espíritu empresarial; debemos destacar que
muchas de las iniciativas procedían de extranjeros, entre ellos varios irlandeses.
Por otro lado, tampoco la nobleza y la Iglesia invierten en la industria sus rentas
procedentes de la agricultura. Por todo ello, ante la necesidad de renovación en
unas décadas que eran claves para el despegue industrial, fue capital estatal el
que abordó varias experiencias textiles, mineras y metalúrgicas, que también terminaron fracasando.
Comerciantes y profesionales
Para el gobierno ilustrado de Carlos III, el comercio era la piedra angular de la
regeneración económica. Los decretos de libertad de comercio de 1765 y 1778 van
a traer el fin de un excesivo reglamentismo económico, favoreciendo el desarro-
196
Memorial: Memoria política
económica sobre los medios de
restablecer la decadencia de los
labradores. Presentado a la
Real Sociedad Económica de
Amigos del País de la Ciudad
de Oviedo
Hacia 1780, Oviedo
Real Instituto de Estudios
Asturianos. Oviedo
llo del comercio y el aumento del número de comerciantes tanto mayoristas
como minoristas con tienda abierta. A mediados del siglo XVIII, el comercio interior se realizaba sobre todo en ferias y mercados. Un buen indicador de la situación es que el comercio de cereales estaba en buena medida en manos de los
grandes rentistas nobles y eclesiásticos, que colocaban los granos directamente en
el mercado y se lucraban durante las crisis de subsistencias.
El centro de gravedad de la actividad comercial estaba en los núcleos urbanos,
sobre todo en la capital, Oviedo, y en las villas portuarias más importantes, Gijón
197
Fotografía de la fachada
del Real Hospicio de Oviedo,
(actual Hotel Reconquista)
Mediados del siglo XVIII
Fundado por Gil de Jaz, el
Hospicio de Oviedo se convirtió
en instrumento al servicio de la
política reformista aplicada a la
beneficencia: frente a la
limosna y la caridad, se
pretendía dar formación y
empleo a la población
desocupada y marginal.
y Avilés; también en la costa occidental —Luanco y Puerto de Vega sobre todo—.
Los comerciantes mayoristas tenían negocios diversos: asientos de madera y carbón con la Armada, administración y arrendamiento de impuestos reales, municipales o de abastos públicos, importación y exportación de diversos productos,
algunos de producción propia. Participaban menos en actividades financieras y
evitaban los riesgos, siendo escasa su participación en el armamento naval y en
los seguros marítimos, por ejemplo. A Jovellanos le preocupa la escasez de capitales de nuestros comerciantes y ve como problema a superar el que los extranjeros intervengan en el comercio beneficiándose de la posesión de navíos propios.
En los años setenta, en una representación al rey, el Principado se quejaba de que
eran los ingleses los que llevaban a Andalucía en sus barcos las avellanas, las duelas y la sidra asturianas.
La burguesía mercantil era poco importante en Asturias en cuanto a número y
a capitales invertidos. Los comerciantes formaban pequeñas empresas a menudo
198
familiares y no obtenían grandes beneficios; a mediados de siglo pocos superan los
5.000 reales de utilidades, según datos del catastro de Ensenada. Más escaso aún es
el beneficio logrado por los comerciantes minoristas y por los arrieros. La debilidad
del comercio en Asturias, tanto interior como exterior, es la propia de una economía atrasada. Además de la escasa demanda interna, los productos a exportar son
pocos, sobre todo agrarios —frutos secos, madera, carbón—; los manufacturados
aún son más escasos, limitados prácticamente a algunos lienzos y conservas de pescado y a unos pocos productos de cobre y hierro. La importación, tan necesaria, de
productos de economías complementarias, castellanos —granos, vino— y andaluces —aceite, sal, vinagre—, así como el comercio de reexportación se veían seriamente condicionados por las malas comunicaciones. La ansiada carretera a León
aunque se comenzó en 1769 sufrió demoras y se realizó con una excesiva lentitud,
no llegando a terminarse hasta la década de 1820.
Las dificultades también afectaban al comercio marítimo dada la mala situación de los puertos, muy descuidados. El Gobierno central y la Junta General del
Principado van a atender de modo preferencial al puerto de Gijón, que se convertirá en el principal puerto asturiano, aumentando el número y la importancia de
sus comerciantes y desplazando a otros puertos, como los de Avilés y Puerto de
Vega. Pero Gijón, a pesar de que recibe habilitación para comerciar con Indias en
los años 1765 y 1778, no va a sacar partido de este comercio por diversos motivos, sobre todo por la escasez de cargamentos de retorno. Jovellanos intentó, sin
éxito, la creación de un Consulado en Gijón.
A pesar del escaso tráfico indiano, hay que destacar el comercio de cabotaje a
lo largo del Cantábrico y el realizado con el norte de Europa, de donde traían hierro, cobre, vino, lino y granos. Los más activos eran los puertos del occidente asturiano. Los comerciantes a menudo se instalaron en Galicia —Ribadeo, La
Coruña, Santiago—, donde había más actividades y negocios. En general, tendieron a no arriesgar sus capitales y compraron tierras; también construyeron palacios, conciliando el negocio mercantil y la ostentación nobiliaria. Los capitales del
comercio apenas dieron lugar en Asturias a experiencias fabriles duraderas, como
ya dijimos, por lo que los comerciantes asturianos no ponen las bases de la industrialización de la región.
No hay que perder de vista que las continuas guerras de Carlos IV con Inglaterra y Francia también dificultaron el despegue económico y trajeron malos
tiempos para los comerciantes, ya que entorpecieron el tráfico comercial con las
colonias.
Por debajo de los comerciantes mayores, estaban los mercaderes dedicados a
la venta al por menor, con menos beneficios y peor consideración social. Eran
más numerosos en las principales poblaciones, mientras que en pueblos y aldeas
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las tiendas se limitan a estanquillos y tabernas, que nos permiten observar la
importancia del consumo de vino y de tabaco en estos tiempos. Finalmente, tenemos que citar a los profesionales relacionados con servicios diversos, unos al
Estado o al municipio —administradores, escribanos—, otros de la vida privada
—médicos, maestros—, con muy diferentes niveles de preparación, de salario y
de prestigio social.
Pobreza y beneficencia
Como hemos podido ver, el sistema social de fines del Antiguo Régimen era muy
desigual como consecuencia del escaso desarrollo económico y de una distribución de la renta muy desequilibrada. El aumento de la pobreza en la sociedad
asturiana, bien visible ya durante el reinado de Carlos IV, es bien expresivo del fracaso final del proyecto ilustrado.
En el límite entre el trabajo y el paro, al borde de la subsistencia e incluso de
la miseria, están las capas más humildes, que incluyen los sectores más bajos del
campesinado; también algunos artesanos, asalariados, servicio doméstico y otros
empleos de escasa consideración social, sobre todo en la ciudad y villas importantes. Este amplio sector es un proletariado en formación, en situación muy precaria. Jovellanos expresaba así el problema social en Asturias:
Se quiere que haya muchos labradores y no que los labradores coman y
vistan; que haya muchas manos dedicadas a las artes y oficios, y que los
artesanos se contenten con un miserable jornal. Estas ideas me parecen
un poco chinescas; ponen al pueblo, esto es a la clase más necesaria y
digna de atención, en una condición miserable; establecen la opulencia de
los ricos en la miseria de los pobres (Cartas a Ponz, Carta sobre la Agricultura, hacia 1795).
Muchas personas estaban en una situación de paro, pobreza y, a veces, mendicidad. La tradicional beneficencia en manos de la Iglesia es insuficiente debido
al aumento de la pobreza. Obispo, cabildo catedralicio y conventos dan limosna
y comida a muchos pobres, sobre todo en Oviedo, donde se concentran más instituciones asistenciales. Además había en el conjunto de Asturias casi 200 fundaciones de obras pías de particulares, con finalidades diversas: dar limosnas, dotes
para casar doncellas, escuelas, etc. —datos de 1774, aportados por Lidia Anes.
Con la Ilustración, se ponen las bases de una beneficencia laica, que implicará a
la Audiencia, a la Junta General, a los gobiernos municipales, a la Sociedad Económica de Amigos del País. Desde la óptica ilustrada, huérfanos, ancianos, enfermos y
viudas eran los verdaderos pobres y con ellos se ejercía la caridad. Por otro lado, los
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ilustrados critican la ociosidad sin darse cuenta de que el trabajo no era a menudo
una opción personal; con los vagos se adopta una política reeducativa, se les recoge y
se les obliga a trabajar. Estas ideas se aplican sobre todo en el Real Hospicio, creado
en 1752 en Oviedo, que va a contar con buenos fondos —unos 450.000 reales—; va
a ser lugar de recogimiento de expósitos, ancianos y otros mendigos, al mismo
tiempo que un centro de trabajo —fábrica de calcetas y crehuelas desde 1779— para
colocar a los parados y reeducar a los vagos. Además, en 1781, las ordenanzas establecen la creación de una Junta de Caridad en la ciudad de Oviedo en la que participan las instituciones laicas y eclesiásticas; será clave en la gestión de la nueva
beneficencia y estará en íntima colaboración con el Real Hospicio. Se hizo un gran
esfuerzo en buscar dinero para atender a los pobres —suscripciones y donativos de
particulares e instituciones—; especialmente activa fue la Sociedad Económica desde
su creación en 1780. Debemos resaltar el enorme esfuerzo que supuso el reparto de
comidas económicas en Oviedo —más de 350.000 raciones— durante la grave crisis
de subsistencias de 1803.
Para terminar, podemos decir que la conflictividad social fue abundante,
principalmente en el campo, canalizada por vía judicial, como ya pudimos ver. La
subida de precios, sobre todo en los años de crisis de subsistencias, fue causa de
algunas tensiones y revueltas en las grandes poblaciones, como en Oviedo y Avilés en 1765. También, la escasez de granos en Gijón en el año 1789 llevó al asalto
de algún granero.
bibliografía
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