Economía, brujas y sexo son algunas de las razones

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TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 21 de junio de 2014
Economía, brujas y sexo son algunas de las razones que explican por qué empezamos a meternos en la cama con otros.
Pero finalmente el afecto y las ganas de tener a alguien con quien hablar sobre cómo estuvo el día en pijama han hecho que
esta costumbre persista, incluso cuando sobra el espacio y echa a perder el sueño.
POR: Jon Methven / The Atlantic ILUSTRACION: Alfredo Cáceres
mente para mí. Al despertar, las
palomas estaban arrullando en la
ventana. Había dormido durante
una noche entera.
“Se llama crecimiento de las
membranas mucosas. Es lo que
ocurre cuando estás embarazada”, me explicaba mi mujer en
las noches en que yo le decía que
estaba roncando. Su labor en el
embarazo es obvia. La mía es permanecer despierto, quedarme
quieto y nunca, jamás, googlear
“embarazo y membranas mucosas”. Tampoco puedo confesarle
que dormí mejor en el sofá que
en nuestra cama. Después de
todo, estamos casados y la gente
casada duerme junta.
“Las personas no quieren hablar
sobre eso. Es un pequeño y sucio
secreto”, dice Lee Crespi, un terapeuta de parejas de Nueva York.
“Hay quienes dicen que dormir separados no es bueno porque fomenta la distancia, pero creo que
se pueden encontrar argumentos
en ambos sentidos. La gente duerme, de hecho, más profundamente
cuando duerme sola”.
Hace años, durante una comida
con amigos, la conversación giró
hacia una pareja casada que no
sólo dormía en distintas camas,
sino que en diferentes piezas.
Eran padres, se amaban y ese fue
el arreglo que les hizo sentido. Mi
esposa y yo acordamos que no
funcionaría para nosotros, por-
que nos resultaba significativo
dormir en la misma cama, sin
importar que fuera un gran desafío. Una de las gratificaciones de
tener una relación es despertar al
lado de alguien. Además, de manera más práctica, vivimos en
Manhattan y no podemos costear
piezas separadas.
El sueño, así como correr una
maratón o masticar la comida, es
una actividad solitaria. Físicamente, nos acostamos al lado de alguien, pero dormimos solos.
¿Dónde se originó esta costumbre?
De acuerdo con el profesor de Virginia Tech, Roger Ekirch, historiador y autor del libro Al cierre del
día: La noche en tiempos pasados,
solía haber un incentivo financiero
para que las personas durmieran
juntas hasta una fecha tan reciente
como el siglo XIX.
“Frecuentemente, incluso el ganado vivía bajo el mismo techo,
porque no había otra estructura
en la que ubicarlo y porque generaba una deseada calidez. Entre
las clases más bajas de la Europa
preindustrial era costumbre que
una familia entera durmiera en la
misma cama, que típicamente era
el mueble más costoso, si es que
no terminaba amontonándose en
una pila de paja”, dice Ekirch.
“Para mayor comodidad, las parejas más refinadas ocasionalmente
dormían separadas, especialmente cuando uno de los cónyuges es-
taba enfermo”.
La televisión afirma esto, pero
sólo parcialmente. Charles y Caroline Ingalls compartían una
cama a finales del 1800 en La pequeña casa en la pradera en un
espacio que, fiel al nombre del
programa, era demasiado pequeño para una familia de seis personas. Pero Robert y Cora Crawley,
que ciertamente tenían el dinero
para dormir en habitaciones separadas en Downtown Abbey, a
principios del 1900, de todas formas elegían dormir juntos sobre
el mismo colchón.
Pareciera que nuestra historia
durmiendo juntos va mucho más
allá de una necesidad financiera. A
los seres humanos también nos
asusta la oscuridad.
“La noche, el primer mal necesario para el hombre, ha inspirado
un extendido temor desde antes de
la Revolución Industrial”, sostiene
Ekirch. “Las familias nunca se sentían más vulnerables que cuando
se retiraban en la noche. Los compañeros de cama proveían una
fuerte sensación de seguridad,
dada la prevalencia de peligros
reales o imaginarios, desde ladrones y pirómanos hasta fantasmas,
brujas y el mismísimo príncipe de
la oscuridad”.
Tomando prestado otro género
televisivo, los fans de las películas
de terror conocen la seguridad que
da dormir con otra persona y con
la puerta cerrada. Es cuando uno
de los dos va por su cuenta a investigar de dónde proviene un ruido
en la mitad de la noche que el loco
con la motosierra salta desde entre
las sombras. Pero en los tiempos
modernos, dormir con otra persona tiene menos que ver con el miedo a las brujas y los ladrones que
con el miedo a un demonio social
diferente.
“El principal problema es que si
una pareja no duerme en la misma cama, la percepción es que no
está teniendo sexo y la gente tiene
miedo de confesar que duerme
separada”, afirma Crespi. “Esto
puede ocasionar problemas o no.
Mucho depende de qué esté pasando en la relación”. Pero brujas, asesinos y sexo marital aparte, dormir junto a otra persona ha
sido desde hace mucho tiempo
una experiencia de apego e involucramiento emocional.
“Frecuentemente, la persona con
la que duermes se ha convertido
en tu mejor amiga. Y no sólo las
parejas casadas, sino también los
hijos durmiendo con los sirvientes, las hermanas entre ellas y las
mujeres aristocráticas con las
amantes. La oscuridad, dentro de
los íntimos confines de una cama,
ha nivelado las distinciones sociales a pesar de las diferencias de género y estatus”, dice Ekirch. “La
mayoría de los individuos no se
duermen inmediatamente y con-
versan libremente. En ausencia de
luz, los compañeros de cama codician esa hora en que, la mayoría de
las veces, la formalidad y la etiqueta quedan fuera”.
Dormimos juntos no sólo porque sea algo que tenemos que hacer, sino porque somos seres afectivos. Nuestras mentes necesitan
descanso, pero también camaradería, intimidad y susurros. La
ansiedad y el estrés parecen menos intimidantes cuando se discuten con un compañero que viste pijama. Es importante hablar
sobre cómo estuvo nuestro día
acostados uno al lado del otro.
Discutir sobre los niños y las situaciones del hogar, los chismes
acerca de los vecinos y los compañeros de trabajo y los planes para
el futuro dentro de nuestros espacios privados. Nos acurrucamos.
Nos reímos. Al final de cada día
nos desprendemos de las pesadas
capas que nos hemos puesto para
enfrentar el mundo y queremos
hacerlo acostados junto a nuestros
mejores amigos, sabiendo que no
estamos solos en eso.
“Somos criaturas de apego”, concluye Crespi. “Nos gusta tener a alguien cerca, tener proximidad con
otra persona”.
Incluso cuando roncan. Y especialmente cuando duermen atravesados en la cama.
*Traducción, Jennifer Abate.
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