1 El recibimiento Con ocasión de la llegada del Nuevo Obispo de Canarias José Alonso Morales Desde que se supo el nombramiento para Obispo de Canarias de D. Francisco Cases, todos los mecanismos se han ido disparando, uno tras otro, para preparar su llegada y toma de posesión: las cartas de acogida, la selección de fechas, la liturgia catedralicia, los hoteles para hospedar a los asistentes de otros lugares, las recepciones en el aeropuerto o los lugares para brindis y celebraciones. Comisiones y responsables no paran desde hace dos meses. Se prepara una “entrada” en la Diócesis sencilla pero rodeada de multitudes. Será un acontecimiento religioso, social, político y cultural donde todos, creyentes y no creyentes, se verán implicados. En este contexto no he vencido la tentación de releer la comedia de Bartolomé Cairasco de Figueroa “El recibimiento”, una de las obras claves en el inicio de nuestra literatura teatral. Se trata de la llegada del Obispo Rueda a nuestra isla en el año 1582. Ante la entrada en la Diócesis del nuevo Prelado se despliega también toda la parafernalia de los homenajes y acogida. Deciden que le reciba oficialmente, no uno de los mandatarios o eclesiásticos ilustres de la época, sino el mismísimo Doramas que traen desde la cueva de su selva donde ha quedado marginado de toda referencia y protagonismo en la isla ya colonizada. Este personaje aparece vestido de ramas de tamaduste, hecho uno con la misma naturaleza desde donde sale, vive y se alimenta. Nadie entiende su lenguaje, el guanche, conservado como reliquia del pueblo desaparecido. Fue necesario una especie de éxtasis para conseguir que su lengua se desatara en el castellano y fuera entendido en el discurso de bienvenida. Esta obra llena de simbolismo nos pone ante nuestros ojos elementos propios del talante de los canarios. Por una parte el arraigo a la tierra, raíces metidas en nuestras entrañas simbolizadas en la cueva desde donde sale el personaje; troquelados en una cultura por el componente geográfico que se hace visible en el ropaje de ramas autóctonas de Doramas. Por otra parte, la apertura al mundo ya que vivimos rodeados del inmenso mar que nos coloca a la intemperie de los acontecimientos tanto geográficos como sociopolíticos. El lenguaje, el medio más original y necesario de la comunicación, se hace en el personaje barrera para el intercambio pero esa dificultad aparentemente insuperable es volatilizada en hasta llegar a la comunicación con la otra 2 cultura que se acerca. Es muy sugerente contemplar al personaje encorsetado entre ramas, sobre unas polainas de cortezas de árboles pronunciando un perfecto castellano como puente de relación con la persona que llega. La apertura, la hospitalidad y la acogida que se visibilizan en esta obra, son claves fundamentales del ser canario. Que sepa D. Francisco Cases que el humus de nuestra identidad es la hospitalidad. Nuestra casa típica canaria tiene balcón abierto al mar y nuestras cuevas, puertas, ventanas y un gran patio con parral para tomar el café de bienvenida. Este talante está configurado por nuestra condición de isleños, habitantes de trozos de tierra flotando en el mar, abiertas al arribo de quien quiera, tanto en son de paz, búsqueda de asilo o con clarines de conquista. Es la misma naturaleza la que nos ha condenado a la indefensión en el océano extenso. El mar no sabe de fronteras ni de vallas o alambradas. Nuestra tierra está llena de huellas de Flandes, de Francia, Inglaterra, de la antigua Castilla, de gallegos, andaluces, navarros, potugueses o mallorquines. Pérez Minik lo ha expresado bellamente en su trabajo sobre “la identidad natural del canario”. La interculturalidad o el mestizaje trenza los hilos existenciales de nuestra historia y de nuestro presente. En la ceremonia de la acogida, el anfitrión ofrece su tierra para vivir en ella, su casa para refugiarse, un hogar para sentirse en la intimidad, una mesa para compartir, el pan y el gofio para el alimento fraternal. Es propio también del anfitrión ofrecer una lengua para la comunicación, el encuentro, el diálogo y la búsqueda común. Es un imperativo la creación de un espacio disponible para el ensamblaje de historias y para diseñar proyectos de futuro. La hospitalidad, según el filósofo francés Jaques Derrida, ha de ser radical, sin esperar nada a cambio, sin tan siquiera poner la mano para la moneda o el agradecimiento. Ha de ser una experiencia totalmente gratuita. Si se saliera de estos parámetros ya no sería hospitalidad sino contrato o convenio de intereses. No es el anfitrión el que ha de poner condiciones o marcos a ese recibimiento, pero el huésped, ha de pensar sobre su condición, ver cómo convertirse en habitante y hacerse uno en el con la tierra que pisa. No se dice en el relato de Cairasco si el Obispo Rueda aprendió el guanche, si fue buen huésped o si se amasó con el pueblo. No somos nosotros los que hemos de exigir garantías al que recibimos, hacerle firmar compromisos, pedir promesas o marcar pautas. Simplemente hemos de abrir la mesa para compartir, brindar y soñar juntos. 3 En toda recepción se hacen ofrendas. Siguiendo la vena simbólica que me trae de la mano la obra de Cairasco, yo pondría en manos del nuevo obispo un timple. Es el instrumento que nos define porque es único en el mundo y diferente al resto de los instrumentos de las orquestas. Por eso evoca lo más característico de nuestra experiencia y nuestra propia identidad. El timple emite melodías, mezcla de espíritu y materia. La música es algo que se hace permanentemente, que se difumina y vuelve a recuperarse y se reconstruye de modos diferentes. El embrujo de la construcción de la identidad colectiva es un trabajo que nunca termina y en el que todos hemos de poner las manos. Le ofrecería una trapera. La auténtica trapera está hecha de mil tiras de trapos de los retales que sobran, de calidades diferentes, tejidas con los hilos de lana acariciada por las manos en la rueca y el huso. Es la evocación de un amasijo de culturas atadas por la tierra que les hace espacio y es una sinfonía de estilos, pensamientos y enfoques de la vida. Es un aprendizaje permanente para los habitantes de nuestra tierra tejer los nuevos colores que arriban a nuestras costas o planean sobre nuestro cielo en la urdimbre de nuestra historia sin perder lo nuestro y sin anular lo que llega. Es un reto de nuestra iglesia local ensamblar las diferentes melodías de una verdad que se ofrece diversa y plural como un caleidoscopio bajo el sol de nuestras islas. Es una llamada a nuestra conciencia para abrir el corazón a los que arriban arrastrándose a nuestros acantilados desde los sectores más pobres del mundo. Una ofrenda obligada para el nuevo Prelado sería un gánigo, signo canario de ritos trascendentes, de expresiones llenas de nostalgia y recuerdo. El canario es profundamente religioso, está amasado en tradiciones que le vinculan a lo sobrenatural y es en este recoveco escondido donde anidó el cristianismo. Queremos un cristianismo fresco, ligero de aditamentos, oropeles y normativas. Que nuestra Iglesia sea como un gánigo sencillo, pobre, y hasta débil, reflejo del Maestro que invita pero nunca impone amenazante. Una Iglesia que sepa derramar el bálsamo del cariño y la concordia, que empuñe la batuta para una sinfonía de diálogo y búsqueda común de la verdad. Una iglesia a la escucha de la escucha de la melodía del timple para seguir cultivando el talante hospitalario de nuestra identidad y que se convierta ella misma en anfitriona permanente. En la obra de Cairasco hace el recibimiento el marginado, el que ya no es tenido en cuenta, el que permanece excluido del entorno “civilizado” de la época. Yo ofrecería la recepción del nuevo obispo, al inmigrante ensalitrado de nuestras costas, al pobre 4 drogadicto que nos aborda en nuestras calles porque necesita calmar el “mono”, a la prostituta traída, bajo engaño, desde países lejanos, al padre de familia en paro y sin perspectiva inmediata de trabajo, al campesino que mira al horizonte sin rayos de esperanza para los cultivos. Seguro que un espectáculo de este tipo sería, un tanto esperpéntico y no correcto en el protocolo, pero probablemente que no estaría demasiado lejos de aquello que Jesús dijo en la Sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre porque me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, dar a los cautivos la libertad...”