los corsarios de artigas en el mar

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LOS CORSARIOS DE ARTIGAS EN EL MAR
FRANCISCO VALIÑAS1
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE
Resumen. En 1816, la Banda Oriental fue invadida por tropas del Imperio de Portugal,
Brasil y Algarbe, con el claro propósito lusitano de establecerse sobre la ribera norte del Río de la
Plata, y ante la pasividad cómplice del director supremo de Buenos Aires.
Con muy escasas fuerzas disponibles, Artigas enfrentó a los invasores que lo superaban
ampliamente en número, y a pesar de las adversidades logró contener el despojo por casi cuatro
años, en una guerra desigual que se combatió en tierra, pero también sobre las aguas.
Demostrando su enorme estatura estratégica, Artigas intentó contener al Imperio
enfrentando sus ejércitos sobre el suelo de la Patria Vieja, pero al mismo tiempo les llevó la guerra
al mar. Pedro Campbell y sus campañas fluviales le aseguraron el flanco del litoral, mientras que
sobre el Río de la Plata y la mar océano se acudió al instrumento del corso.
Con él, se llevó a tremolar el Pabellón Oriental por la vastedad del océano Atlántico,
poniendo ante los ojos del mundo los colores de una Patria que se negaba a ser atropellada por
un vecino poderoso.
Los corsarios de Artigas fueron protagonistas de esa gesta de lucha desigual, y lo hicieron
con coraje. A bordo de sus buques, el tricolor pabellón de la Banda Oriental fue mostrado por los
mares del mundo, dando a conocer la existencia de una Patria Chica que no se resignaba a ser
atropellada por las ambiciones territoriales de un vecino poderoso. Personajes poco conocidos en
la historia, demostraron la grandeza de su aporte a la autodeterminación de un pueblo que pocos
años después se convertiría en la República Oriental del Uruguay.
Palabras clave: Uruguay, Banda Oriental, Océano Atlántico, Corsarios, Siglo XIX
Summary. In 1816 the Oriental Band was invaded by troops of the Empire of Portugal,
Brazil and Algarbe, with the clear purpose of settling down on the north riverside of the River Plate,
and before the impassivity accomplice of the Supreme Director from Buenos Aires.
With very scarce available forces, Artigas faced the invaders that overcame it thoroughly in
number, and in spite of the setbacks it was able to contain the spoil for almost four years, in an
unequal war fought in land and sea.
Demonstrating their enormous strategic stature, Artigas tried to contain the Empire facing
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De la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial
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theirs armies on the Old Homeland, but at the same time it took the war to the sea. Pedro
Campbell and their fluvial campaigns assured him the flank of the Paraná coast, while on the River
Plate and the sea one went to the instrument of corsairs.
With them it was taken to flutter the Oriental Pavilion for the vastness of the Ocean Atlantic,
putting before the eyes of the world the colors of a Homeland that refused to be run over by a
powerful neighbor.
The Artigas’s Corsairs were main characters of that unequal fight, and they made it with
anger. On board their ships, the tri-colored pavilion of the Oriental Band was shown by the seas of
the world, giving to know the existence of a Small Homeland that didn't resign to be run over by the
territorial ambitions of a powerful neighbor. Not very well-known characters in the history,
demonstrated the greatness from their contribution to the self-determination of a town that few
years later would become the Oriental Republic of Uruguay.
Key Words: Uruguay, Oriental Band, Ocean Atlantic, Corsairs, 19 th Century
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Entrando en tema
Cuando en 1810 se produjo en Buenos Aires la Revolución de
General José Artigas
Mayo, José Gervasio Artigas, sargento mayor del Regimiento
de Blandengues de la Frontera, con sede en Maldonado, se
trasladó a la vecina orilla para ponerse a órdenes de la
Primera Junta como “Jefe de todos los Orientales” (dícese de
los habitantes de la Banda Oriental, hoy República Oriental
del Uruguay). Allí fue reconocido como tal, regresando con el
grado de teniente coronel para encabezar la lucha contra el
poder militar español que sentaba plaza fuerte en el
Apostadero Naval de Montevideo.
Las campañas de 1811 se iniciaron con el Grito de
Asencio (primera proclama del deseo de emancipación), la
conquista de San José de Mayo y finalmente la Batalla de Las
Piedras, 18 de mayo de 1811, preámbulo del primer sitio de Montevideo.
Pero en Buenos Aires habían comenzado a recelar del carisma y la enorme
popularidad del caudillo oriental, el que fue desplazado a un segundo lugar en la campaña
libertadora en la Banda Oriental. Ante eso, Artigas cedió el mando y se retiró del sitio,
emprendiendo un viaje hacia el interior profundo que fue seguido por la totalidad de los
pobladores rurales de la Banda Oriental, quienes incendiaron bienes y arriaron haciendas
para seguir al líder patriarca de la Patria, constituyendo la epopeya conocida como “el
Éxodo del Pueblo Oriental”, que dejó a sitiados y sitiadores enfrentados por un territorio
yermo y despoblado.
El Directorio de las Provincias Unidas finalmente reconoció que necesitaba de
Artigas, ya proclamado general por su propio pueblo, logrando que regresara al segundo
sitio, el cual, con el vital apoyo y éxito de las campañas navales del coronel de marina
Guillermo Brown, lograría la capitulación del Apostadero de Montevideo y el fin del
dominio hispánico en el Atlántico Sur.
Comenzó entonces lo que en la historia uruguaya conocemos como “La Patria
Vieja”, que se prolongará hasta 1820, período que marcó el pináculo de la influencia de
José Gervasio Artigas como conductor, líder, gobernante y estadista. Pero muchas de sus
medidas de gobierno lo enfrentaron con el Directorio de las Provincias Unidas.
Para varios de los territorios recién emancipados, la libertad del yugo español no
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significó gran cambio.
Desde el mismo mayo de 1810, Buenos Aires hizo pesar sus
intereses propios, aún en detrimento de la viabilidad o supervivencia de otras poblaciones
del interior del virreinato, y eso llevó a que el centro de poder económico y político de la
entidad naciente se aferrara en la ciudad-puerto, cuya ubicación geográfica le daba el
contralor sobre el comercio del interior. Sin embargo, ese control nunca fue completo,
porque la posición de la Banda Oriental a la entrada del Río de la Plata dejaba sus puertos
fuera de la renta aduanera bonaerense, situación que se acentuó cuando la carismática
conducción de Artigas dictó medidas que afectaron directamente la recaudación impositiva
ávidamente necesitada por el Directorio porteño.
Firma del Tratado de Libre Comercio en Purificación, 8 de agosto de 1817
(Óleo de José Luis Zorrilla de San Martín)
Entre las medidas de gobierno dictadas por el general José Artigas para la Banda
Oriental estuvo la política portuaria (que incluyó la libertad de comercio en de los puertos
de Maldonado y Colonia para la extracción e introducción de mercaderías) y el reglamento
aduanero (que impuso tasas muy bajas para todos los bienes de exportación y para la
importación de los artículos no fabricados en la región). También, un Tratado de Libre
Comercio con Inglaterra. Pronto, la producción de las provincias mesopotámicas comenzó
a buscar su salida por los puertos de la Banda Oriental, obviando a Buenos Aires y su
aduana. Esto llevó al enfrentamiento.
El poder político bonaerense procuró recomponer el poder para la satisfacción de
sus intereses y beneficios, y en consecuencia los Directorios procuraron mantener libre de
amenazas a Buenos Aires. Para eso, limitaron la participación militar activa en las luchas
por la independencia hasta conseguir la rendición de Montevideo, la anulación del
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Paraguay como posible reducto de fidelidad hispana, y la neutralización de las posibles
invasiones realistas desde Alto Perú. Cuando eso fue logrado, en un acto de perfidia mayor,
se recurrió a los portugueses para eliminar a Artigas mediante la ocupación de la Banda
Oriental.
Con el beneplácito del Directorio de las Provincias Unidas (léase Buenos Aires),
tropas de Portugal al mando del mariscal Carlos Federico Lecor iniciaron en junio de 1816
la invasión a la Banda Oriental, en una campaña militar pensada para ser culminada en
cinco meses, pero que los hechos llevaron a cuatro años por la resistencia desplegada en
tierra y mar por las fuerzas las fuerzas orientales lideradas por Artigas.
Los inicios del corso
Los comienzos del corso artiguista fueron muy modestos. Los primeros corsarios zarparon
de Purificación en julio de 1816, con autorización para atacar la navegación portuguesa,
disposición que Artigas comunicó al Cabildo de Montevideo. De acuerdo con ésa, se dotó
de los requisitos legales a la goleta República Oriental, la que se hizo a la mar al mando del
capitán Richard Leech. Simultáneamente, en Colonia se armaron los faluchos Sabeyro y
Valiente, para asolar los mercantes portugueses que arribaban a Buenos Aires, lo que
después provocó protestas del Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón.
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Patente de Corso expedida al capitán John M. Murphy
El éxito de estos primeros corsarios alentó a otros armadores, quienes pronto
solicitaron nuevas patentes. Pero Artigas sabía que el corso, así planteado, molestaría al
invasor pero no lo vencería, porque su accionar estaba confinado al Río de la Plata. El
escaso tonelaje, con la consecuente restricción de armamento, limitaba naturalmente la
posibilidad de hostigar la marina militar portuguesa, los mercantes que la abastecían, y los
buques mayores que mantenían comercio con Buenos Aires. Por ello, durante 1816, el
corso se llevó a cabo en el Plata. Ante esto, Artigas comenzó a emitir patentes de corso a
buques de ultramar. Una de ellas fue para la corbeta La Fortuna, al mando del capitán
estadounidense John M. Murphy, quien se hizo al largo desde Purificación, para asolar el
tráfico mercante de España y Portugal.
El 19 de noviembre se produjo la derrota de India Muerta, y dos meses después la
bandera de Portugal ondeaba en Montevideo. Los reveses en tierra indujeron al Protector a
buscar la victoria en el mar, acercándose a dos elementos que le serían de gran valor: la
prensa y los capitanes corsarios. La influencia del cónsul estadounidense en Buenos Aires,
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Mr. Thomas Halsey fue preponderante. Apareció la "patente artiguista", y tras ella navíos de
desplazamiento mayor. Las consecuencias se sintieron de inmediato, pues las noticias de
los meses siguientes mencionan presas abordadas más allá del cabo Santa María.
A medida que el tiempo transcurría, los corsarios de Artigas se tornaban más
audaces y peligrosos. Montevideo soportaba el asedio de un gran número de incursores.
Por la ruta de Río Grande a Santa María, pasaje obligado del tráfico marítimo, no cruzaba
indemne un solo barco; ni siquiera el ardid portugués de navegar con bandera
estadounidense o inglesa impedía el derecho de visita. Paulatinamente, el corso fue
alcanzando el paralelo 25º S, y sus acciones frente a la capital del Brasil afectaron el
comercio recíproco entre Río de Janeiro y Lisboa. Después, Bahía, Pernambuco, Natal,
Ceará y Maranhao presenciaron con extrañeza los ataques llevados a cabo bajo un
pabellón tricolor desconocido. Para tratar de contenerlo, el Gobierno imperial hizo uso de
todos los recursos disponibles: convoyes, patrullas, refuerzos en la flota; todo se ensayó y
todo resultó inútil.
La consolidación
Promediando 1817, los corsarios recogían considerables beneficios, y se enviaron a
Buenos Aires muchas presas para ser juzgadas y vendidas. De estas naves, varias fueron
armadas para el corso; otras se dedicaron al comercio, acrecentando la matrícula del
puerto. Pero el enfrentamiento entre Artigas y el Gobierno porteño se manifestó
perjudicando a los corsarios de su bandera en los tribunales, los cuales comenzaron a
rechazar denuncias de buena presa, obligando la devolución a los primitivos dueños.
Como los corsarios eran mayormente estadounidenses, dieron la espalda a una Buenos
Aires que ya no les convenía, remitiendo las capturas a puertos de Estados Unidos. Sin
habérselo propuesto, se convirtieron en agentes publicitarios que despertaron el interés de
privateers en Charleston, Newport, Baltimore y Boston, incrementando la demanda de
nuevas patentes.
Con sus intereses económicos profundamente afectados, los embajadores de
España y Portugal impulsaron al Gobierno de Estados Unidos a sancionar la llamada Ley
de Neutralidad, generando dificultades a los corsarios que arribaban normalmente a
Baltimore; esto los obligó a buscar otras estaciones para colocar el producto de su
actividad, llevando las presas a las Antillas, en particular las islas de Barlovento y Margarita.
El mercado no se alteró, porque desde esos puertos las mercancías procedían ya
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legalizadas hacia las costas estadounidenses.
Para inicios de 1818, el corso artiguista abarcó una importante zona atlántica. Su
coto de caza en el hemisferio norte comprendía Antillas, Baltimore, Finisterre, el litoral
ibérico hasta Gibraltar, Madeira, Canarias y Cabo Verde; en el sur, partiendo del Plata todo
el litoral de Brasil, el cruce hacia Cabo Verde, y ocasionalmente una prolongación por la
costa africana hasta Angola. Estas zonas estaban determinadas por las grandes rutas
comerciales de España y Portugal. Al aumentar la cantidad y calidad del corso también
surgieron brokers receptores en Guadalupe, Saint Bartolomew, Saint Thomas, Isla Amelia y
Galveston.
El área del norte era la preferida de los corsarios, por el mayor tráfico, la cercanía de
los puertos antillanos para la venta, y la vecindad de las ciudades estadounidenses que
eran destino final de las cargas capturadas. En los años 1819 y 1820, las mercancías
entradas por esta vía a Estados Unidos totalizaron un valor que puede estimarse hoy en
varios millones de dólares. Ello fue consecuencia directa de la política de Buenos Aires, que
no solo perdió los márgenes de ganancia que reportaba el corso artiguista, sino también
muchos corsarios propios, que se cambiaron a la patente de Artigas.
Normalmente, los corsarios artiguistas operaron en forma individual, pero también lo
hicieron en grupo, como asociados que llegaron a conformar flotillas que actuaron como
verdaderas fuerzas regulares bajo la dirección de un comando unificado en la figura de un
comodoro, como fue el caso de los capitanes Richard Moon (también conocido como
Ricardo Luna) y Job Northrup, quienes ejercieron el comando de esas flotillas desde sus
respectivos buques insignia, en zonas tan remotas como el Caribe, el Atlántico Norte y el
Mediterráneo.
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Área de operaciones de los corsarios de Artigas
Como en todas las actividades corsarias, lo normal era hacer presas entre los
mercantes del enemigo, porque en el fondo la operación tenía también fines de lucro, pero
como sucedió en la historia del corso en general, se dieron acciones contra buques de
guerra, como fue el caso del Irresistible, que persiguió durante un día entero al bergantín
de guerra español Nereyda hasta obligarlo a presentar batalla y al cual derrotó después de
un duro combate.
Los buques
Un elemento interesante de estudio es la herramienta de corso, o sea: el buque. Los
primeros, como ya se mencionó, fueron faluchos y goletas de origen español y portugués,
obtenidas en circunstancias distintas en cada caso. Los bergantines y las goletas (y en
escaso número las corbetas) fueron las naves más características para la operación
corsaria, por velocidad y capacidad de maniobra. También se recurrió al arte de re-aparejar
buques mercantes (comprados o capturados) y barcos negreros, dotándolos de artillería
adecuada para la tarea. Esta consistía en unos pocos cañones de potencia (anti-buque)
para la advertencia, y muchas bocas de fuego de metralla (anti-personal), ya que se
procuraba en todos los casos capturar la presa lo más sana posible para su posterior
reventa, no destruirla. Por ello, el instrumento favorito de captura fue el abordaje.
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Goleta de gavias (Baltimore clipper) La Fortuna
Con la irrupción de los capitanes estadounidenses, apareció un tipo de nave
desconocida por estas latitudes: la goleta de gavias llamada "Baltimore Clipper". Este bajel
tuvo la virtud de reunir virtudes que hasta entonces se habían considerado antagónicas, o
sea que se conseguían unas a expensas de otras. Era una goleta ligera, pero no por ello se
sacrificó aparejo, sino que llevado a máxima sencillez ganó velocidades superiores a las
ordinarias, y muy buena maniobra. Su desarrollo respondió a la demanda por menores
tiempos de viaje, y pronto fueron la embarcación preferida para el tráfico de esclavos y el
corso.
Con desplazamientos entre 100 y 500 toneladas, portaban aparejo de goleta o
bergantín. La batería principal consistía en cañones de bronce o hierro que disparaban
proyectiles de 6, 9, 12 o 18 libras, siendo el de 12 el más empleado. Como eran naves de
una sola cubierta, las carronadas se disponían a lo largo de esa, a ambas bandas, y en
número variable en relación con el desplazamiento. El armamento se completaba con
cañones giratorios a proa y popa, de los conocidos como "gunnades", piezas especiales
para arrojar metralla.
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Goleta Leona Oriental frente a Gibraltar
(Óleo de Mario Mascarello)
En manos de capitanes hábiles, estas naves fueron un factor decisivo en el combate.
El apresamiento de las mismas resultó poco menos que imposible. A su escaso
desplazamiento se unía una enorme cantidad de paño, lo que les permitía orzar con
facilidad y desarrollar velocidades extraordinarias para su época. De silueta rasa, con poca
obra muerta, mucha eslora en relación a la manga y escaso puntal, supieron remontar
airosas las tempestades del trópico y del Río de la Plata.
El número de estos barcos que desarrollaron actividades bajo pabellón de Artigas
fue relativamente grande, si se compara con las fuerzas navales de otros movimientos
emancipadores de América. Se han logrado identificar 34 naves que, entre 1816 y 1821,
actuaron con patentes expedidas por el Protector. Muchos rebautizaron las naves
dedicadas al corso con nombres destinados a dar a conocer el Estado por el cual luchaban,
y así aparecieron las goletas Artigas, Buen Oriental, Leona Oriental, Perla Oriental,
República Oriental, Tigre Oriental y Lady Artigas, los bergantines Hervidero, General
Artigas, General Rivera, Oriental, Gran Guaycurú, La Republicana y Nueva Republicana,
entre otros.
Los hombres
No fue fácil integrar las tripulaciones de los corsarios. En general, el reclutamiento se hacía
por los métodos habituales de la época (agentes de leva, ocultación de destino, &c.),
aunque un importante porcentaje era voluntario. La esperanza de un rico botín, la
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desocupación, o el gusto por la aventura, fueron móviles determinantes del voluntarismo.
Por lo común, las tripulaciones eran enteradas del destino de la nave y de los
cometidos individuales una vez en alta mar, imponiendo la fuerza de los hechos. Con el
ceremonial del caso, se procedía a la transformación del barco a corsario, cambiando el
nombre, izando el pabellón con una descarga de artillería, y procediendo a la firma (forzada
a veces) de los nuevos contratos de enrolamiento de la tripulación. Con esta metodología
de reclutamiento, no sorprendía a nadie el alto grado de deserciones que se producía en
cada entrada a puerto, produciendo vacantes que se llenaban de la misma manera que al
principio.
Si bien la mayor parte de las dotaciones provenían del medio anglosajón, eso no
significó que se excluyeran marineros de otras procedencias. Eso determinó que las
tripulaciones configurasen un verdadero mosaico de nacionalidades. A título de ejemplo, de
los 100 hombres que tripularon la goleta Confederación, al mando del capitán Leveley, solo
20 eran oriundos del Río de la Plata; o el caso del Orb, del capitán Joseph de Almeida, que
en 79 individuos estaban distribuidos de la siguiente manera:
Ingleses
Estadounidenses
Irlandeses
Franceses
Portugueses
Españoles
Escandinavos
Italianos
Antillanos
Rioplatenses
TOTAL
22
17
7
6
6
5
4
2
1
9
79
No obstante, dentro del corso artiguista se produjo un hecho poco común: que una
tripulación estuviese integrada por nacionalidades de un idioma común. Tal fue el caso de
la goleta María, del capitán Pierre Doutant, marinada por gente de habla francesa, o la
goleta San Martín, del capitán John Dieter, de lengua inglesa.
En cuanto al número de las tripulaciones, este variaba en relación al tamaño de la
embarcación. El bergantín Invencible, del capitán David Jewet, portaba 180 hombres, el
Congreso 150. Pero estas dos fueron las naves mayores; en las demás, la dotación
oscilaba en las 100 plazas.
Las reyertas abordo fueron algo natural, aunque apenas un poco más frecuentes que
en algunos mercantes comerciales, y los capitanes se veían obligados a mantener la
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disciplina con mano de hierro, pese a lo cual, algunas dotaciones se amotinaron. Pero este
tipo de comportamiento humano era de esperarse en tripulaciones reclutadas mediante
sistemas empíricos.
Sin embargo, las actividades de corso tuvieron sus atractivos. A pesar de que la vida
abordo era dura, las privaciones se soportaban con buen ánimo hasta llegar a puerto
amigo, porque la compensación estaba en el botín, la aventura y la vida libre del mar.
Goleta Valiente rinde al bergantín portugués Sâo Manoel Augusto
(Óleo de Raúl Praderi)
Las conductas
En lo que respecta a los prisioneros que se hicieron durante el corso, cabe destacar que se
les dio una importancia relativa. Abordo fueron causa de incomodidades derivadas de la
falta de espacio y de la escasez de provisiones. Si bien a todos se les ofrecía pasar a
integrar la cofradía, para cubrir las vacantes naturales del combate, se seleccionaba entre
los considerados más aptos; se procuraba dar la libertad al resto por la vía más expeditiva
posible.
Muchas veces se recurrió a alguna de las naves capturadas, en especial si hubiese
resultado con averías inconvenientes para un traslado rápido. En esos casos, se
embarcaban en ella los prisioneros con un mínimo de velamen, comestibles y agua como
para llegar a salvo a la costa más cercana. A partir de fines de 1818, también se apeló al
recurso de entregarlos a buques neutrales, a los que se detenía en pleno océano con ese
fin. Pero en casi todos los casos conocidos, puede aseverarse que el tratamiento fue, para
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los cánones de la época, bastante bueno.
Es más, cabe destacar el comportamiento humanitario de los corsarios artiguistas
en la mayoría de los casos conocidos, como por ejemplo cuando la corbeta Valiente, al
mando del capitán Norman Henry, capturó al bergantín portugués Sâo Manoel Augusto, y
como quedó en mal estado al fin del combate, la liberó con todos sus tripulantes, dejándola
al mando del capitán Juan Pedro Nolasco Da Cunha, para que continuara su viaje a Río de
Janeiro, sin tomar presa de los efectos personales de la dotación del bergantín.
Fueron muchos y muy experimentados los capitanes que hicieron el corso con
patente Artigas. Hombres de gran práctica, en su mayoría ciudadanos estadounidenses,
pertenecientes a las marinas mercante o militar, habían adquirido experiencia como
tripulantes, oficiales subalternos o comandantes en la guerra con Inglaterra de 1812. Esas
destrezas, con el agregado de características personales, las aplicaron como corsarios.
Junto a Juan Daniel Danels, Thomas Taylor y Joseph de Almeida, figuras
prominentes en la guerra antes mencionada y después también al servicio de banderas
hispanoamericanas, aparecen, Jack Amstrong, Diego Barnes, John Brown, Clement
Cathell, John Clark, Juan Chase, Henry Childs, John Dietter, Alfred Guthery, Alexander
Haile, Norman Henry, David Jewet, Warren Humpreys, Richard Leech, George Levely,
John Mortgridge, Juan Murphy, Samuel Pelot y Jorge Wilson –todos de origen
estadounidense–, y el francés Pierre Doutant, quien realizó con patentes del Protector
cruceros abordo de tres naves distintas. También William Nutter (más conocido como
Guillermo Natar), el último capitán que ondeó por el océano el pabellón artiguista en la
goleta Leona Oriental.
En efecto, en noviembre de 1821, cuando la estrella del Protector se había ocultado
para siempre en tierra paraguaya, Nutter, Alfred Gattery y Richard Moor continuaban
todavía haciendo resonar los nombres de Artigas y la Banda Oriental en los mares del
mundo.
La ocupación portuguesa de la totalidad de la Provincia Oriental y el auto exilio de
Artigas en Paraguay, ambos acontecimientos en 1820, no tuvieron mayor repercusión en la
situación política internacional, y por ello las actividades de los corsarios artiguistas
continuaron sin sentirse afectadas. Pero otros elementos vendrían a poner fin a estas
campañas marítimas.
En 1818, Inglaterra había llegado a un acuerdo con el Imperio de Portugal, dejando
de apoyar las actividades de corso contra esa bandera. Entre 1820 y 1821, Estados Unidos
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adoptó definitivamente una política de neutralidad, alejando a los corsarios de sus puertos.
La Gran Colombia, que desde 1817 conducía operaciones de corso con su propia bandera,
renunció a ellas en 1820, luego de un armisticio celebrado con España. Otro tanto hizo el
Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Martín Pueyrredón, en
octubre de 1821 al considerar que el reino español ya no constituía una a amenaza. Pero
de todas estas situaciones, fue sin duda la nueva actitud de Estados Unidos la que empujó
a los corsarios a cesar su actividad.
Bergantín y goleta corsarias de Richard Moon
(acuarela de I. Rivera)
Pero la lucha que los corsarios artiguistas cesaron en el mar, se continuó en
estrados judiciales con reclamos ante autoridades gubernamentales de puertos de Buenos
Aires, Estados Unidos, Gran Colombia y Antillas. Fueron casos de presas embargadas,
vueltas a capturar o declaradas “mala presa” y devueltas a su país de origen. Las
complicaciones burocráticas y las tramitaciones judiciales hicieron que la historia de los
corsarios de Artigas se prolongara veinte años más, hasta resolverse el último caso
conocido en 1846.
La historia del corso artiguista se cerró definitivamente con la clausura de las
actuaciones del reclamo del Gobierno de Estados Unidos ante los gobiernos de los países
que habían integrado la Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador) por la recapturas,
ordenadas por el almirante Brion, de presas tomadas por los capitanes Danels,
Morthgredge, Clark y Bond, en los años 1817 y 1818. Esto ocurrió en diciembre de 1846,
luego de que el Gobierno de la República Oriental del Uruguay, a través de su ministro de
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Relaciones Exteriores, formuló una declaración expresando que no tenía reclamaciones
que plantear, dejando los derechos de cobro de las presas a los individuos involucrados en
cada caso.
El Reglamento de Corso
Para que el corso artiguista tuviera todo su valor legal, debió ser reglamentado, articulado,
determinándose escrupulosamente los derechos y deberes de cada una de las partes.
De ello se hizo eco uno de los comisionados estadounidenses enviados por el
presidente Monroe para examinar la situación política del Río de la Plata, César A.
Rodney que se expresaba así: “Sus corsarios armados están sujetos a muy estrictos
reglamentos, de acuerdo con el código de presas que está entre los papeles originales
presentados aquí adjuntos”.
Esta reglamentación, es sin lugar a duda alguna, uno de los rasgos más brillantes
de ese original caudillo que fue Artigas. Demuestra allí, un dominio del derecho de gentes
que sorprende. Esgrime los principios del derecho internacional para reglar su actitud, en
las relaciones con otros pueblos, con la soltura y la prestancia del verdadero estadista que
fue.
La Ordenanza General del Corso consta de 18 artículos. Este documento, justo,
ecuánime, equilibrado, fue el que rigió como ley la actividad de los corsarios desde el año
1816 hasta cuando Artigas, confinado ya en el Paraguay, había desaparecido del
escenario político rioplatense. Sobrevivió al caudillo. A fines del año 1821, los “perros del
Mar” de Artigas continuaban haciendo presas en pleno océano.
Pocas veces, en la historia sudamericana, nos es dado estar en presencia de un
documento tan sugerente, tan digno de atención y estudio. Estos dieciocho artículos de la
reglamentación general del corso, si no existieran otros documentos, bastarían para
otorgar al Protector, título de estadista. No hay exageración; forma digno complemento
político de la época, adelantando en medio siglo a la técnica y a la celebración
revolucionarias.
A modo de conclusión
Así fue la epopeya de los corsarios de Artigas en el mar; llevaron el esfuerzo de una guerra
que inexorablemente se perdía en tierra a las costas mismas del enemigo, a cualquier
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rincón del globo donde este pudiera tener un valor o una comunidad de intereses. Su
accionar fue fundamental para que el Prócer pudiera sostenerse durante cuatro años frente
el embate de un invasor portugués que lo superaba en número y medios, ante la pasividad
cómplice de un Gobierno bonaerense cuya miopía política del momento no le permitió
percibir que los intereses de la corona de Bragança le resultarían aún más perjudiciales que
el Caudillo que habrían de neutralizar. Y prueba de ello está en el hecho de que pocos años
después, el corso en el Río de la Plata tuvo que ser reimplantado por el Gobierno de las
Provincias Unidas del Río de la Plata a causa de la guerra con Brasil de 1826.
Escudo de Artigas
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Bandera de Artigas
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ANEXO
ORDENANZA GENERAL DEL CORSO
PROMULGADA POR EL GENERAL JOSÉ ARTIGAS
EN SU CUARTEL GENERAL DE PURIFICACIÓN
(LA ORTOGRAFÍA ES DEL ORIGINAL)
“Artículos de Instrucción que observará el señor comandante del corsario nombrado, según
el Estatuto Provisional de Decretos y Ordenanzas de esta Provincia Oriental”
Art. 1º
El Comandante y Oficiales y demás subalternos del predicho Corsario quedan
bajo la protección de las leyes del Estado, y gozarán, aunque sean extranjeros, de los privilegios e
inmunidades de cualquier ciudadano americano, mientras permanecieren en servicio del Estado.
Art. 2º
Los armadores podrán celebrar los contratos que estimen convenientes con el
Comandante, Oficiales y tripulación, debiendo entre ambas partes mantener una constancia por
escrito del contrato para hacerlo cumplir religiosamente en caso de duda por este Govierno.
Art. 3º
Los armadores serán obligados a satisfacer un cuatro por ciento ante este
Gobierno sobre el producto de cada una de las presas debiendo en las reparticiones considerarse
esta porción como la más sagrada y recomendable para el estado.
Art. 4º
Los armadores y apresadores serán obligados a dar a este Gobierno la mitad del
armamento y útyles de guerra tomados en las Presas; el resto quedará a beneficio de dichos
armadores, con prevención de que si este Gobierno los necesita, deberá ser preferido en la
compra por su valor ordinario.
Art. 5º
En razón de los dos anteriores artículos, el Gobierno concede el privilegio a los
armadores y apresadores que las presas vendidas en cualquiera de los puertos de su mando
paguen sobre sus efectos la mitad de los derechos ordinarios, que será un doce y medio por
ciento, y que no serán gravados estos mismos efectos con pecho extraordinario.
Art. 6º
Los armadores y apresadores serán obligados a satisfacer qualquier auxilio que
por vía de reintegro hayan pedido o exigido los buques mercantes o de guerra del Estado o de
otros qualesquiera traficantes de los poderes neutrales o amigos a quienes se les haya exigido
por el mismo principio.
Art. 7º
Los armadores y apresadores serán obligados a enarbolar en el corsario la
bandera tricolor. Azul, blanca y colorada, en el modo y forma en que la usan los demás corsarios y
que tiene ordenado la Provincia.
Art. 8º
El Gobierno declara por buena presa todo y qualquiera buque navegante con
bandera portuguesa y con patente de aquél Gobierno debiendo todos sus cargamentos, buques y
efectos ser vendidos y enajenados en justa represalia.
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Art. 9º
El Gobierno declara por buena presa qualesquiera buque que reconocido por
alguno de nuestros corsarios y enarbolando el Pabellón de la Provincia, se les haga el menor
movimiento de hostilidad, con justificación de no haber sido provocada por ellos.
Art. 10º El Comandante de corso podrá reconocer qualesquiera buque navegante, y si lo
encontrase con armamento, útyles de guerra y papeles oficiales de qualesquiera de las dos
majestades española y portuguesa, relativas a la subyugación y nueva conquista de estas
provincias u otras qualesquiera del continente americano será por el mismo hecho declarado
buena presa.
Art. 11º
El Comandante de corso apresará qualesquiera buque navegante que fuese
encontrado sin credenciales de alguno de los gobiernos reconocidos y será reputado como pirata,
a no ser que el capitán y tripulación de dicho buque justifique la casualidad de este incidente.
Art. 12º
El Comandante de corso, habiendo hecho las presas por qualesquiera de las
causales indicadas en los artículos anteriores, podrá remitirlas con qualesquiera de sus oficiales
de presa, autorizándole para que pueda enajenarlas o venderlas en qualquiera de nuestros
puertos u otros de las Provincias neutrales o amigas.
Art. 13º Ni el Comandante de corso ni alguno de sus Oficiales podrá tomar ninguno de los
buques mencionados, siempre que se hallen a un tiro de cañón de los puertos neutrales y amigos,
o a la misma distancia en qualesquiera de sus costas en cuyo caso gozando inmunidad en aquél
terreno declaro ser nula aquella presa aún cuando por nuestro corsario hayan sido perseguidos
dichos buques enemigos desde mayor distancia.
Art. 14º
El Comandante y demás Oficiales de corso guardarán y harán guardar la mayor
moderación posible con los prisioneros de guerra, usando con ellos la mejor conducta, según el
derecho y costumbre de las otras naciones civilizadas.
Art. 15º
El Comandante y demás Oficiales de corso guardarán y harán guardar a la
tripulación el mejor orden en la visita de los buques y reconocimiento de las presas.
Art. 16º
El Comandante y Oficiales de presas están obligados a remitir a este Gobierno
todo y qualquiera papel interesante hallado en dichas presas, los que serán conducidos con la
brevedad y seguridad posibles.
Art. 17º
El Comandante y Oficiales de presas, en caso de hallar alguna contradicción en
qualesquiera de los puertos neutrales o amigos para su venta ocurrirán a este Gobierno con los
justificativos suficientes del apresamiento, y, calificado que sea, hacer el reclamo y gestiones
convenientes.
Art. 18º El Comandante y Oficiales de corso guardarán y harán guardar a la tripulación el
mejor orden y cuidarán de la más puntual observancia de las leyes penales.
Y para que dichos artículos tengan toda la fuerza y valor, van firmados de mi mano y
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sellados con el sello de la Provincia. Dado en [...]“
Sello de lacre que luce la Patente de Oficial de Presa
expedida por el general José Artigas al corsario
La Fortuna, capitán Juan M. Murphy
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