No voy a mentir. Estos cuentos son completamente verdades. Tuve experiencias buenas, y unas malas, pero a pesar de las circunstancias ahora tengo varios cuentos para contarles sobre mis viajes en el extranjero. Estoy segura que ustedes pueden aprender una cosa o dos para ayudarles viajar en el futuro. Vamos a ver… CUENTO #1 - Me perdí en Paris En 2010 fui a Europa con un grupo de profesores y estudiantes. Yo estaba muy emocionada de viajar porque siempre tenía el sueño de ver las ciudades más famosas de Francia, España, Inglaterra y otros países. Después de navegar por el aeropuerto de Paris, el grupo y yo subimos un autobús y manejamos al hotel. Hasta ese momento todo estaba perfecto. Nos registramos en el hotel, dejamos nuestro equipaje en las habitaciones y salimos para tomar el metro a una atracción muy popular en Paris, la Basílica del Corazón Sagrado (o Sacre Coeur en francés). Porque esa basílica está encima de una colina, tuvimos que subir muchas escaleras para verla. Durante el camino a la encima, me di cuenta que no podía ver los otros miembros de mi grupo. Estaba completamente SOLA. Cuando llegué a la basílica, vi dos chicas de mi grupo y nosotras entramos para hacer un recorrido de la iglesia. No teníamos permiso de sacar fotos, solo podíamos ver y admirar la arquitectura. Después del recorrido por la basílica, salimos para buscar los otros miembros de nuestro grupo, ¡pero no estaban en ninguna parte de la atracción! Bajamos de la colina para buscar el grupo en la calle enfrente de la basílica, pero no estaba allí. Fuimos a la estación del metro, pero ellos no estaban allí tampoco. No sabía qué hacer. Finalmente yo decidí que la mejor opción fue tomar un taxi al hotel para esperar el resto del grupo. Entonces, llamé un taxi para nosotras. CUENTO #2 - ¡Un almuerzo fatal! Una vez, yo estaba en la Ciudad de México con otro grupo de estudiantes. Visitábamos el vecindario, Coyoacán, dónde la famosa artista Frida Kahlo vivía y pintaba desde los años 20 hasta su muerte en 1954. Durante nuestro visita en Coyoacán visitamos su famosa casa azul, un museo dedicado a su vida y su arte. Después de eso, fuimos a explorar el vecindario. Primero, caminamos a la Plaza Hidalgo. Mientras yo caminaba, vi un hombre que vendía diferentes comidas tradicionales de México en la calle. ¡¡¡Yo TENÍA HAMBRE!!! Pues, compré unas gorditas y unas tamales de él y comí mi primer almuerzo en México. Aunque la comida era picante, me gustó mucho y comí casi todo que compré con una Coca-Cola mexicana. ¡Ay qué rico! Después de hacer un picnic en la plaza, fuimos al mercado para comprar algunos recuerdos como tarjetas postales, figurinas de barro, y esqueletos para el Día de los muertos. En el medio de pagar por uno de esos famosos esqueletos, el estómago comenzó a dolerme muchísimo, pero unos minutos pasaron y el dolor terminó. Yo pensaba que todo estaba bien y mis estudiantes y yo salimos del mercado para regresar a la Plaza Hidalgo para reunir con los otros estudiantes y profesores. Esa noche fue un infierno verdadero. ¡Yo me enfermé completamente! ¡Vomitaba y usaba el baño como si estuviera a punto de morir! También, tenía un dolor de cabeza y sudaba como si estuviera en el gimnasio haciendo ejercicios. Finalmente, mi amiga Ruth, una profesora en el viaje conmigo, me llevó a la farmacia cerca del hotel. Allí yo les expliqué mis síntomas al farmacéutico (el hombre que trabajaba en la farmacia) y el me dio una receta para medicina que podía ayudar mi condición. Él me dijo que yo necesitaba beber mucha agua purificada o bebidas deportivas, comer algo muy simple como pan o sopa y dormir. También me dijo que después de veinticuatro horas mi estómago iba a mejorar. Cuando regresamos al hotel, tomé la medicina, me acosté y dormí el resto de la noche sin muchos problemas. El próximo día me sentía mucho mejor y continué mis aventuras en México D.F., pero no quería comer NADA. CUENTO #3 - ¡Un robo en el metro! Durante mi viaje en Europa tuve otra experiencia mala. El grupo y yo estábamos en el metro porque íbamos a visitar la Torre Eiffel para ver todas las luces de Paris por la noche. Antes de subir el metro yo saqué 60€ (sesenta euros, igual a setenta y cinco dólares americanos) del cajero automático y puse el dinero en mi bolsa con mi pasaporte. Me levantaba en el tren porque había muchas personas y no había asientos disponibles para sentarme. De repente una niña de cuatro o cinco años corría entre todas los pasajeros del tren. Todos nosotros en mi grupo mirábamos la niña. Yo pensaba, “¿Dónde está su mamá?” En ese momento miré en la otra dirección para buscar a su madre. Cuando yo vi a la izquierda una chica estaba muy cerca de mí mirándome con una expresión de sorpresa. Yo quería comunicarme con ella porque yo pensaba que ella era la madre de la niña o que ella quería bajar del tren en la próxima estación. Inmediatamente yo recordé que no yo hablo ni una palabra de francés y no podía comunicarme con ella. Afortunadamente, el tren acercaba la estación y ella salió por la puerta. Nosotros continuamos a la próxima estación dónde bajamos. Mientras el grupo estaba organizando para caminar a la Torre Eiffel, muchas de las chicas del grupo comenzaron a gritar, “¡Ay Dios mío! ¿Por qué está mi bolsa abierta?” Pues, sus gritos me hicieron muy nerviosa, pues decidí chequear mi bolsa y cuando la abrí, vi que ¡todo el dinero en efectivo que yo saqué del cajero automático se fue! De repente me di cuenta que ¡esa chica en el tren era una carterista y me robó! También supe que la niña pequeña fue nada más que una distracción. ¡Cuando la pequeña corría por el tren, la adulta robaba todos los pasajeros! La única cosa buena fue que ella no robó mi pasaporte. ¡Qué suerte porque mi pasaporte estaba en el mismo espacio como mi dinero! Pues, no había otra solución excepto ir a otro cajero automático para sacar más dinero, pero durante el resto del viaje yo tenía mucho más cuidado con mi dinero y mis posesiones. Algunas personas en mi grupo me preguntaron, “¿No estás enojada porque ella te robó?” y yo les dije, “Pues, no porque yo no tenía cuidado. Mi dinero no estaba en una parte segura de mi bolsa y por eso el robo fue mi culpa.” CUENTO #4 – El taxi que nunca llegó El verano pasado mi hija, Zoi, y yo fuimos a la capital de los Estados Unidos, Washington D.C. Por toda mi vida siempre quería visitar esa bonita ciudad llena de historia y monumentos. ¡Finalmente tuve mi oportunidad! Mi hija y yo visitábamos por tres días antes de ir a Bethesda (una ciudad muy cerca) porque tenía que hacer una presentación para un grupo de profesores allí. El último día antes de la presentación visitamos varios museos del Smithsonian y por la noche tuvimos un recorrido en autobús de todos los monumentos de D.C. El recorrido fue increíble porque por la noche todos las luces de los monumentos encendieron y toda de la Ciudad de Washington brillaba como un diamante. Como puedes imaginar, el recorrido terminó muy tarde y Zoi y yo necesitábamos tomar el metro para ir a Bethesda. Pues, yo compré los boletos para el tren, subimos y salimos de D.C. Durante el viaje en tren no tuve problemas aunque había muchísima gente en todas secciones del tren. Estaba un poco nerviosa porque recordé el tiempo en Paris cuando una carterista me robó el dinero en el metro. ¡No quería tener esa experiencia otra vez! Finalmente llegamos a Bethesda, bajamos el metro, y usé mi teléfono para llamar el hotel porque necesitábamos un carro para llevarnos al hotel. Desafortunadamente, la recepcionista contestó y me dijo que no había un carro para recogernos. Esa información me molestó mucho porque mi hija y yo estábamos en una ciudad extraña en el medio de la noche y la batería de mi teléfono iba a morir muy pronto. Yo le pedí un número de teléfono para una compañía de taxis, pero ella ofreció llamar y pagar por un taxi para nosotras. Le dije, “gracias,” y esperé por el taxi. Después de la llamada por teléfono eran las once por la noche. Zoi y yo esperábamos y esperábamos por mucho tiempo. Tuve que llamar la compañía de taxi 3 o 4 veces porque nunca llegó para llevarnos al hotel. Finalmente, Zoi y yo salimos de la estación del metro para buscar un taxi en la calle. Era la una de la noche y todavía no encontramos uno. Cerca de las dos de la noche Zoi crucé la calle para ver si había una persona trabajando en un apartamento en el otro lado de nosotras. ¡Inmediatamente, apareció un taxi! Yo grité y señalé y el taxi paró. Subí el taxi y el taxista comenzó a manejar, pero ¡Zoi estaba en el apartamento! Un minuto después mi teléfono sonó. Fue Zoi y ella estaba FURIOSA. Ella pensaba que yo me fui sin ella, y me gritaba y gritaba. Yo le dije a Zoi, “Cálmate mi amor. El taxista manejó antes de saber que tú estabas conmigo. Vamos a regresar para recogerte.” Cuando Zoi subió el taxi no me quería hablar porque estaba tan frustrada y nerviosa. Siempre odio cuando ella me está enojada. Eran las dos y media cuando llegamos al hotel y yo tuve que levantarme a las cinco y media de la mañana para dar la presentación. ¡Qué noche imposible!