Maquetación 2 - Marejant La Perdiu

Anuncio
Texto y fotografía: Aleix Oriol
EL PRECIO DE LA LIBERTAD
Casi dos meses después de su
liberación por parte de las
fuerzas kurdas y la coalición
internacional, Kobanê se
enfrenta a su mayor reto: la
reconstrucción de una ciudad
asolada por la contienda y la
vuelta a la normalidad de sus
habitantes, los principales
damnificados de un conflicto
aún lejos de concluir.
eintiséis de enero de 2015. Las fuerzas kurdas,
respaldadas por los bombardeos de la coalición internacional liderada por EEUU, consiguen derrotar a los últimos combatientes del
Estado Islámico atrincherados en la zona oriental de
Kobanê. Atrás quedan meses de ocupación yihadista,
en los que miles de combatientes de ambos bandos
han perdido la vida. Los combates han sido cruentos
y han dejado un paisaje de muerte y desolación. Los
principales afectados por el conflicto, como suele suceder, no son otros que los habitantes de la ciudad,
gente pacífica y sencilla que no atisba a comprender
el porqué de tanta barbarie. Durante los meses que
duraron los combates, Kobanê se erigió en el símbolo
de la resistencia kurda contra la expansión del Estado
Islámico. La ciudad copó los titulares de medio mundo
y apareció en las noticias a diario..., hasta que cesaron
los combates. Poco después de la liberación, la ciudad
se conjuró para volver a la normalidad y renacer de
sus cenizas. Sin embargo, tras visitarla, se hace patente
que la tarea de reconstrucción será titánica.
Tras el estallido de la guerra, cientos de miles de
kurdos sirios decidieron cruzar la frontera con Turquía para buscar refugio en el país vecino. En localidades fronterizas como Suruç, a unos 15 km de Kobanê, las organizaciones kurdas locales decidieron
V
Bazad Zitu muestra
lo que queda de su
tienda de
automóviles,
reducida a un
montón de
escombros y
vehículos
calcinados. En esta
página, Sabah
Muhammad Ali
entre las ruinas de lo
que fue su hogar, y
un soldado de las
Unidades de
Protección Popular
(YPG).
instalar campos para acoger a la ola de refugiados.
Muchos optaron por quedarse en los campos, mientras que otros decidieron alquilar casas en los pueblos e intentar vivir con aparente normalidad, aunque a menudo en condiciones muy precarias. El
único objetivo de todos ellos, sin embargo, era volver
a su hogar. La situación de inestabilidad y escasez,
sumada al trato hostil de las autoridades turcas, tuvo
un efecto devastador sobre los refugiados kurdos. El
Gobierno turco construyó dos enormes campos, uno
de ellos con capacidad para 35.000 personas, pero
fueron pocos los kurdos que se instalaron allí debido
a las reiteradas denuncias de discriminación y trato
denigrante. Los refugiados optaron por quedarse en
los campos urbanos, en el centro de la ciudad de Suruç, porque el ambiente era más tolerante y podían
moverse con mayor libertad.
Durante los combates, los habitantes de Kobanê observaron impotentes desde las colinas de los alrededores de Suruç cómo el Estado Islámico izaba su bandera negra sobre la ciudad, y cómo los bombardeos
de la coalición y los combates sobre el terreno la reducían a escombros. Después de meses de tensa espera, finalmente pudieron enfilar el camino de vuelta
a Kobanê, donde se encontraron con un paisaje dantesco. Se calcula que, de los 400.000 kurdos que cruzaron la frontera huyendo de los combates, unos
40.000 ya han regresado a sus hogares. Pero la realidad es que la gran mayoría ya no tiene un hogar al
que regresar.
Gran parte de los refugiados, sin embargo, sigue en
Turquía, esperando a que la situación se normalice. A
principios de marzo, las autoridades turcas solo permitían cruzar la frontera los lunes y miércoles, lo que
provocaba aglomeraciones y largas esperas entre los
refugiados, ansiosos de volver a sus casas. En la parte
turca de la frontera, en la localidad de Mürşitpinar,
las familias deben esperar durante horas para trasladar al lado sirio los efectos personales que consiguieron llevarse a Turquía. Colchones, ropa, mantas, muebles, juguetes. Toda una vida esparcida por un
descampado lleno de lodo. Una vez en territorio sirio,
las familias cargan coches, furgonetas y camiones
hasta los topes para emprender el camino a casa. Decenas de personas abarrotan los vehículos en condiciones precarias, pero resulta imposible borrar la sonrisa de sus rostros. Vuelven a su hogar. Los menos
afortunados hacen lo propio, pero sin más ayuda que
sus propias piernas. Frente a los muros que separan
el territorio kurdo entre Turquía y Siria, los refugiados
que han regresado a Kobanê aguardan con una mezcla
de tristeza y esperanza a sus seres queridos, obligados
a esperar en los precarios campos de refugiados a que
la situación sea más propicia para regresar.
«Por favor, cuando vuelvan a su país, cuenten lo que
está pasando. Necesitamos ayuda». Estas son las palabras más repetidas por los habitantes de Kobanê al
volver de su exilio forzado y encontrarse con una ciudad que ya no es tal, un montón de escombros que
tardará años en reconstruirse. La primera toma de con-
tacto con la localidad es abrumadora, especialmente
en la zona oriental, la más afectada por los combates.
Las calles están arrasadas, salpicadas de coches calcinados, pedazos de hormigón y restos de efectos personales. El primer día, Kobanê parece una ciudad fantasma. Apenas algunas decenas de habitantes se dejan
ver por las calles, evaluando los daños en sus domicilios. A pesar de la gravedad de la situación, siempre
tienen una sonrisa para los forasteros e incluso se ofrecen a compartir la escasa comida de la que disponen.
Escuchar sus relatos resulta desgarrador.
«Acabo de volver de Turquía y he encontrado mi
casa totalmente destruida. Mi familia sigue en los
campos de refugiados y tengo que alojarme con mis
vecinos». Son las palabras de Sabah Muhammad Ali,
una mujer de 33 años que relata con lágrimas en los
ojos cómo la guerra se lo ha arrebatado todo. Sin ayudas y prácticamente sin comida, los habitantes de Kobanê deben recurrir a la solidaridad entre vecinos para
tirar adelante.
Volver a empezar. Parte de la destrucción que ha sufrido la ciudad ha sido provocada por los bombardeos
de la coalición, pero también por los miembros del
Estado Islámico. Durante su retirada, fue una práctica
común el lanzamiento de granadas en el interior de
las casas que aún se mantenían en pie, para provocar
la mayor devastación posible. Muchos vecinos de Kobanê no solo han perdido sus casas, sino sus negocios.
Bazad Zitu, de 56 años, muestra con resignación lo
que ha quedado de su tienda de automóviles. En realidad no hay nada que mostrar, pues tanto el edificio
como los vehículos están totalmente calcinados. Sin
embargo, Bazad es uno de los pocos afortunados que
ha encontrado su casa prácticamente intacta.
Pasados un par de días, la ciudad vuelve a la vida.
La gente llena las calles, paseando con la familia, compartiendo una hoguera en plena calle o limpiando de
escombros y cadáveres los cimientos de sus casas derruidas. Todo parece volver poco a poco a la normalidad, pero las necesidades aún son enormes. Entre los
numerosos problemas que afrontan los habitantes de
Kobanê, destacan la falta de electricidad, agua corriente, alimentos y asistencia médica. Muchas familias utilizan generadores para tener electricidad por
la noche, pero el gasóleo también escasea y debe racionarse. La falta de agua y alimentos también es preocupante. Conversando con los lugareños, todos coinciden en que las autoridades no les suministran
comida y agua suficiente para satisfacer las necesidades más básicas. Cada familia recibe únicamente
una bolsa de pan al día, lo que genera escenas de tensión. Cuando el camión realiza el reparto por las principales calles de la urbe, los vecinos se agolpan frente
a las puertas para asegurarse de recibir su ansiada ración de pan.
El responsable de garantizar el suministro de pan
entre la población es Ibrahim Saleh, el propietario de
la enorme panificadora de la ciudad. A día de hoy, todos los empleados de la fábrica trabajan de forma gra-
De izquierda a
derecha, un joven de
las YPG; una de las
familias que acaba
de regresar a
Kobanê; esperando a
los familiares en la
frontera y uno de los
muchos niños que se
vieron obligados a
un desplazamiento
forzoso.
Los refugiados en el campo de Suruç reúnen
sus efectos personales a la espera de poder
cruzar la frontera. De regreso a sus hogares, se
han encontrado con una ciudad devastada.
tuita, pues no hay dinero para pagar los salarios. Según
cuenta Ibrahim, actualmente las autoridades se encargan del suministro de harina, agua, gasóleo y demás ingredientes para la elaboración del pan. Asimismo, en las próximas semanas se harán cargo
también del pago de los salarios. La fábrica está abierta
de 7.00 a 16.00h y, aunque no funciona a pleno rendimiento, es suficiente para garantizar el suministro
de pan a toda la ciudad. Sin embargo, las familias carecen de otros alimentos y artículos de primera necesidad. Los comercios han empezado a reabrir sus puertas, pero el dinero ha perdido todo su valor y la gente
prefiere tirar adelante con las escasas provisiones que
consiguieron traer de Turquía.
Otro de los problemas más graves a los que se enfrenta la población a su regreso a Kobanê es la enorme
cantidad de bombas y morteros sin detonar que siembran las calles de la ciudad. El Estado Islámico también
dejó a su paso numerosas minas antipersona y, lo que
es más grave, una red de bombas trampa diseminadas
por todos los edificios y las calles de la población. El
peligro para los habitantes que regresan a sus casas
es enorme, pues las bombas están colocadas en lugares
pensados para provocar el mayor daño posible, como
los pomos de las puertas o bajo los escombros. Desde
la liberación, se han registrado al menos 15 víctimas
mortales provocadas por bombas trampa y otros artefactos sin detonar.
La guerra continúa. A pesar de las enormes carencias, Kobanê da indicios de avanzar hacia la normalización. Uno de los más esperanzadores, sin duda, es
la reapertura de la escuela. Durante el asedio del Estado Islámico, prácticamente todos los colegios de la
ciudad fueron arrasados. En pleno centro, sin embargo, se mantiene en pie un centro que actualmente
alberga a un centenar de niños. Aparte del valor edu-
cativo, la reapertura de la escuela tiene un importante
valor simbólico. Por primera vez en la historia de la
ciudad, los niños pueden aprender su lengua materna,
el kurmanji, el dialecto propio de las regiones kurdas
septentrionales. Uno de los profesores, Said Usman
Suleyman, explica que, por el momento, los niños menores de 10 años dan clase únicamente de lengua
kurda. Los mayores de 10 años, por su parte, estudian
kurdo, árabe, inglés, sociología y matemáticas. Todas
las asignaturas se imparten en lengua kurmanji, otro
avance enorme respecto a los años anteriores a la revolución, cuando Bashar al-Asad imponía la educación
únicamente en árabe en detrimento de la lengua vernácula de gran parte de la población, el kurmanji. La
intención de los profesores es que en los próximos
meses se puedan impartir todas las asignaturas propias de un currículo escolar normal. No hace falta
decir que, para los niños, la oportunidad de volver a
clase y disfrutar de una rutina más o menos convencional tiene un efecto sumamente positivo. En el centro de la ciudad también se encuentra el Centro Cultural, una antigua sucursal bancaria donde se
organizan talleres y actividades para niños y jóvenes.
Clases de kurdo, teatro y, sobre todo, mucha música.
Los kurdos son grandes amantes de la música, además
de muy diestros con los instrumentos, por lo que es
habitual asistir a un concierto improvisado, donde
los más pequeños interpretan canciones tradicionales.
Incluso los combatientes, en sus ratos libres, asisten a
estas actuaciones improvisadas para relajarse y pasar
un rato con su gente.
Kobanê ha sido liberada, pero la guerra continúa. De
hecho, los frentes se encuentran a escasos 30 km de la
ciudad, tanto al Este como al Oeste. Las Unidades de
Protección Popular (YPG) y las Unidades Femeninas de
Protección (YPJ), las ramas militares del Partido de
Unión Democrática (PYD), intentan expulsar a los combatientes del Estado Islámico que siguen ofreciendo
resistencia pese a haberse debilitado considerablemente en las últimas semanas. El objetivo a corto plazo
es derrotarles definitivamente y continuar con el proceso de democratización que está llevando a cabo el
PYD en algunas regiones kurdas de Siria. Sin embargo,
el futuro no se presenta excesivamente esperanzador.
Si finalmente consiguen derrotar al Estado Islámico,
los kurdos sirios deberán prepararse para volver a tomar las armas contra el régimen sirio de al-Asad para
alcanzar su tan ansiada libertad. Por el momento, los
habitantes de Kobanê regresan a su hogar conscientes
de la titánica labor que les queda por delante: reconstruir una ciudad devastada por meses de combates y
bombardeos. Su único deseo es que la comunidad internacional no se quede de brazos cruzados y les mande
ayuda lo antes posible. Es un clamor que resuena en
sus calles como lo hicieron las bombas hace apenas un
mes: «por favor, no se olviden de Kobanê».
Descargar