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INTRODUCCIÓN
En la década de 1920, surgió en Hispanoamérica un conjunto de movimientos artísticos
renovadores que más tarde serían englobados en la denominación de “vanguardias”. El discurso
de las vanguardias –que se puede llamar vanguardismo– se fundamentó en un afán de ruptura con
la tradición, el cual fue enunciado de diversas maneras en los múltiples manifiestos y textos
programáticos que se divulgaron. Más allá de una ruptura con las tendencias artísticas
precedentes, el vanguardismo buscaba un cuestionamiento radical de los modos hegemónicos de
entender el mundo –que se solidificaron en hábitos culturales y políticos– y una reflexión sobre el
papel que el arte debía jugar en las sociedades hispanoamericanas. Se puede hablar, entonces, de
una “doble dirección” (Jitrik 19) del vanguardismo: por un lado, intenta romper con el sistema
literario vigente y, por el otro, se propone desestabilizar el consenso político de la época.
En el primer capítulo de esta investigación, se podrá ver que las diversas maneras de
historiar los movimientos de vanguardias hispanoamericanos han puesto énfasis en una de estas
dos direcciones de la ruptura vanguardista. Las primeras historias literarias de las vanguardias –
como la de Guillermo de Torre– destacaban la ruptura radical con la tradición literaria precedente
como el rasgo definitorio del vanguardismo. Más tarde, críticos como Nelson Osorio han
considerado que los movimientos de vanguardia hispanoamericanos son la manifestación en el
terreno cultural de un clima generalizado de agitación social y política. Este modo de historiar las
vanguardias subrayaba que el componente rebelde de estos movimientos no se limitaba al campo
artístico,
sino
que
pretendía
trascenderlo
hacia
posiciones
explícitamente
políticas.
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Recientemente, han surgido nuevas aproximaciones que ensayan un paradigma teórico en el que
ambas rupturas encuentran lugar.
En este tenor, Vicky Unruh propone la noción de “engagement” como rasgo esencial de
las vanguardias hispanoamericanas. Con este término, Unruh no se refiere solamente a las
manifestaciones vanguardistas que adoptaron posturas abiertamente políticas, sino también a
otras tentativas que pretendían involucrarse en el entorno, ya fuera por medio de una apelación
más directa a los lectores o a través del cuestionamiento de conceptos establecidos en la época.
Así pues, el discurso vanguardista se caracteriza por una relación “comprometida” con el
contexto inmediato. Aun cuando sostuvieron posiciones “apolíticas” –como el caso del grupo de
los Contemporáneos–, las vanguardias hispanoamericanas reflexionaron sobre las potencialidades
críticas del arte en el seno de sociedades convulsas social y políticamente. Resulta indispensable,
pues, en un afán de presentar el telón de fondo en contra del cual florecieron las propuestas
innovadoras de las vanguardias, estudiar el contexto sociocultural inmediato en el que surgió el
vanguardismo –en este caso, los años veintes en México–. Lo anterior se llevará a cabo en el
segundo capítulo de esta investigación.
Más adelante, por medio del análisis de manifestaciones concretas del vanguardismo, se
podrá mostrar el modo en que la narrativa vanguardista mexicana se involucra y toma una postura
en el contexto de la sociedad posrevolucionaria. En los capítulos II y III se expondrán dos de las
preocupaciones fundamentales de la narrativa mexicana de vanguardia: la mimesis realista y la
modernidad. En el tercer capítulo, se estudiarán las dos vías –la “antirreferencial” y la
“suprarreferencial”– a través de las cuales la narrativa vanguardista ahonda en la crisis del
contrato mimético, esto es, la reformulación de las relaciones tradicionales entre la literatura y la
realidad extratextual. Por su parte, en el cuarto capítulo se examinará el vínculo que establece
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este tipo de narrativa con la modernidad estética y socioeconómica. Se podrá constatar, entonces,
que la narrativa mexicana se hace eco del proyecto vanguardista de renovar radicalmente los
modos establecidos de pensar, percibir y sentir.
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