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El enemigo; por Fernando Mires
Fernando Mires · Monday, February 9th, 2015
La filosofía política debe a Carl Schmitt, el destacado jurista alemán, haber clarificado
en términos precisos el concepto de enemigo político como eje de “El Concepto de lo
Político”, su más divulgado libro. Tanto fue así que, pese a que durante un corto
periodo prestó servicios al nazismo, Schmitt ha sido estudiado con interés por filósofos
judíos, entre otros Jacob Taubes y Jacques Derrida, e incluso por (post) marxistas
como Chantal Mouffe y Ernesto Laclau.
Schmitt, profundamente cristiano, sitúa a la enemistad política en el espacio de la
agonía, es decir, de la lucha entre contrarios que en el cristianismo, como en toda
religión, se da entre las representaciones del bien y del mal pero en política entre
entidades que se niegan entre sí.
En la política y en la guerra, argumenta Schmitt, hay que derrotar al enemigo. Pero a
diferencias del soldado, quien combate ocasionalmente, el político debe combatir
siempre porque una política sin enemigos no es política. Al revés, mientras más alto es
el grado de enemistad política (es decir de antagonismo) más política será la política.
Así se explica por qué Schmitt se pronunció en contra del parlamentarismo y del
liberalismo. Tanto en el uno como en el otro veía el peligro de la disolución de la
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política a través del consenso y del compromiso. Por esa mismo motivo Schmitt
declaró su admiración a Lenin, para él un terrible enemigo político.
En política, lo dice el mismo Schmitt, el enemigo no es a quien se odia sino alguien
opuesto al ser de uno, alguien que no deja hacer lo que uno quiere hacer. La
enemistad política, en consecuencias, no es enemistad personal, pero sí es —esto es lo
importante— existencial.
No todos los políticos que practican una política basada en la enemistad caben en el
concepto schmittiano de enemistad. El enemigo según Schmitt, al ser existencial, debe
ser visible y tangible. No puede ser inventado, mucho menos abstracto y en ningún
caso universal. Esa es la razón por la cual Schmitt nunca fue antisemita. El enemigo
de Hitler, el pueblo judío, no podía ser para Schmitt un enemigo político.
Hay en la política dos tipos de enemigos: el enemigo existencial al que hay que
derrotar y el enemigo patológico, el cual es no es derrotable. Para poner un ejemplo,
un europeo puede decir, Putin es mi amigo o enemigo por su política en Ucrania. Pero
si dice, Putin es mi amigo o enemigo porque representa el alma rusa, o porque es la
reencarnación de Stalin, estamos hablando de un enemigo irreal porque el alma rusa,
al ser abstracta y Stalin al ser un muerto, son imposibles de derrotar. Para que el
enemigo sea enemigo debe ser posible de derrotar, de otra manera no puede ser un
enemigo.
Siguiendo la idea de la enemistad política schmittiana, es posible deducir que quienes
inventan enemigos irreales o universales solo buscan destruir el juego político. Es el
caso por ejemplo de los gobernantes que se declaran anti-capitalistas o antisocialistas.
Tanto el capitalismo como el socialismo son conceptos que pueden significar muchas
cosas. En cualquier caso, quienes declaran una enemistad sistémica a un concepto
bloquean la práctica política basada, como ha sido dicho, en entidades existentes y no
imaginarias.
Pongamos el caso del gobernante anti-capitalista. Ese gobernante sabe que él no va a
derrotar al capitalismo. Pero a la vez sabe que, mientras exista capitalismo, su poder
estará justificado. El capitalismo por lo mismo no es su enemigo sino la razón que
necesita para legitimar su poder. A la inversa sucede igual. El anti-socialista necesita
del socialismo —independientemente a que se trate del sueco, del indigenista de Evo,
o del genocida de Pol Pot— para justificar y prolongar el ejercicio de su poder.
Ocurre lo mismo con los islamistas. Cuando cortan la cabeza de algún infortunado, no
castigan —lo creen así— a un hombre de carne y huesos sino a una representación de
Occidente. Hay por lo tanto que desconfiar de todos quienes dicen luchar en contra de
enemigos abstractos, sea una raza, el capitalismo, el socialismo, el occidente o el
oriente. Podríamos decir incluso que mientras más abstracta es la configuración del
enemigo, más notorias son las intenciones anti-políticas del configurador. A la inversa,
mientras más concreto (visible, tangible) es el enemigo, más alto es el grado de
politicidad que encierra un conflicto.
Fue el mismo Schmitt quien advirtió los propósitos ocultos que se esconden detrás de
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los enemigos abstractos y/o universalistas. Cuando alguien por ejemplo afirma actuar
en nombre de la humanidad, sitúa al enemigo fuera de la humanidad y así obtiene un
pasaporte para asesinarlo cuando se presente la ocasión. “Humanidad —dictaminó
Schmitt— es bestialidad”.
Verdad preocupante. Cuando uno pensaba que en la civilizada Europa la construcción
de enemigos abstractos era un hecho perteneciente al pasado, ha aparecido el partido
español Podemos, declarando una lucha abierta en contra de “la casta” (los políticos).
Si Podemos hubiese planteado su enemistad política en contra de determinadas
prácticas del PP o del PSOE, no merecería ninguna objeción. Está en su derecho. Pero
la “casta” no es una entidad política. No es intercambiable. Se es de una casta o no.
En el mundo de las castas hay, además, castas impuras. Mediante esa operación, los
de Podemos (al fin y al cabo discípulos de Chávez quien luchaba contra otro gran
enemigo abstracto, “el imperio”) se autodefine como portador de la pureza política
absoluta en contra de la casta impura.
Hay que desconfiar de quienes no tienen enemigos. Es cierto. Pero hay que desconfiar
más de quienes construyen enemigos. En el campo político la invención del enemigo
es el primer escalón que lleva a la destrucción de la política la que, para serlo —en ese
punto no veo como contradecir a Schmitt— necesita de enemigos concretos y
existentes. Y, si es posible, con nombres y apellidos.
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on Monday, February 9th, 2015 at 7:00 am and is filed under
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