Mateo 17:14-20. Jesús acusa a sus discípulos por su falta de fe. Un hombre vino a pidió al Señor: "Ten piedad de mi hijo... está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron sanar. Jesús respondió: ¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes?... Tráiganmelo aquí. Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó sano. Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: Trasládate de aquí a allá, y la montaña se trasladaría." De la fe que se habla aquí, consiste en tener " la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). No es la fe en uno mismo, tampoco es una fe psicológica y subjetiva, sino que se trata de la confianza en que Dios es veraz y fiel, y que por lo tanto cumple sus promesas. De esta clase de fe habla Jesús a sus discípulos. Seguramente ellos, al comprobar las grandes cosas que Dios hacia a través de ellos, empezaron a confiar más en sí mismos que en Dios. Y entonces vinieron resultados nefastos: no pudieron curar más, porque el orgullo de los apóstoles se había convertido en un obstáculo que trababa la relación entre Dios y la gente. Especialmente los líderes eclesiásticos caemos en este pecado de la soberbia, en llegar a suponer que uno es "dueño" de la iglesia por haber nacido en ella, o por haber servido de muchas y diversas maneras. Entonces se llega a creer que la misión es "nuestra", cuando en realidad es de Dios. Es una forma de idolatría sutil que ahoga la fe. Por eso Cristo les dice a sus discípulos: El problema es que "ustedes tienen poca fe" en Mí. Esto nos habla del sincero arrepentimiento en el cual hemos de vivir cada día los hijos de Dios, es decir, en ser sensibles a la voz de Dios en su Palabra, para que el Espíritu Santo siga actuando a través nuestro y alcance a más personas con el mensaje del evangelio. Pidamos a Dios cada día mantenernos mansos y humildes en su presencia, y reconociendo con gratitud de corazón lo que Él ha hecho y desea seguir haciendo por medio de nuestro testimonio de fe. A.C.