La peonada de Don Real

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Selección de cuentos de ajedrez - Club d’Escacs Sant Martí (Barcelona)
GARGANTÚA Y PANTAGRUEL 1
por François Rabelais 2
Capítulo 5
XXIV CÓMO SE CELEBRÓ UN ALEGRE BAILE
EN PRESENCIA DE LA REINA
Después de la cena, en presencia de la reina, se celebró un baile a
modo de torneo o partida, no sólo digno de ser visto, sino que de él
se guarde memoria eterna.
Primero, el piso de la sala fue cubierto con una enorme pieza de
tapiz aterciopelado formado por cuadrados perfectos, blancos y
amarillos, cada uno de ellos exactamente de tres palmos de lado.
Entraron a la sala treinta y dos jóvenes; dieciséis de ellos
engalanados con vestidos de oro, de los cuales ocho eran jóvenes
ninfas, tal como los antiguos describían a las acompañantes de
Diana; los otros ocho eran un Rey, una Dama, dos Guardias del
castillo, dos Caballeros y dos Arqueros. Los otros dieciséis
presentaban un aspecto semejante, aunque estaban vestidos con
ropajes de plata.
1
Versión de Sergio Gaut vel Hartman, publicada originalmente en la selección de relatos
Ficciones en los 64 cuadros. Buenos Aires : Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos,
2004. (Desde la gente ; 148). ISBN 950-860-154-X.
2
François Rabelais nació en Chinon, Francia, hacia 1494. Toma los hábitos franciscanos, si
bien los abandona antes de profesar. En París estudia griego y en Montpellier medicina,
trabajando como médico en Lyon en 1532. Tras viajar a Roma ingresa en los benedictinos. La
vida y obra de Rabelais hay que insertarla en el contexto de una Francia atravesada por el
humanismo renacentista italiano, fomentado por Francisco I, y la crisis religiosa provocada por
los hugonotes. Su obra máxima es Gargantúa y Pantagruel (1534), cinco libros de aventuras en
los que a través de los dos personajes centrales el autor ofrece una visión de la sociedad de su
época, en la que relativiza la importancia de todo aquello que no sea materialmente
aprovechable para la supervivencia humana. Su obra refleja una gran capacidad imaginativa y
un gran dominio de la expresividad del lenguaje. Murió en Maudon en 1553.
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Se dispusieron sobre el tapiz de la siguiente forma: los Reyes en la
última línea en el cuarto escaque, de modo que el Rey dorado
quedó en el cuadrado blanco y el Rey plateado en el cuadrado
amarillo, y cada una de las Damas junto a su Rey; la Dama dorada
en un cuadrado amarillo y la Dama plateada en uno blanco. Y a
cada lado de los Reyes y Damas se pararon los Arqueros,
protegiéndolos, y junto a los Arqueros los Caballeros y al costado
de éstos los otros dos Guardias. Delante de todos ellos, en la
siguiente línea se ubicaron las ocho ninfas. Entre las dos bandas de
ninfas cuatro líneas de cuadrados quedaron vacías.
Cada formación tenía sus músicos, ocho de cada lado, vestidos con
libreas semejantes, unos de damasco color naranja y los otros de
damasco blanco; y todos tocaban diversos instrumentos, a cual más
melodioso y armonioso, variando en tiempo y medida según los
requerimientos de la danza. Esto me parecía una cosa admirable,
considerado la diversidad de pasos, retrocesos, saltos, sobresaltos,
tirones, marchas, brincos, cabriolas, giros, golpes, avances,
subidas, caídas, encuentros, vuelos, emboscadas, meneos y
sacudidas. Lo que a nuestro parecer era más notable y trascendía
cualquier expectativa, era cómo lograban captar los bailarines lo
que significaba cada nota diferente con tanta rapidez; porque ellos,
tan pronto como oían este o aquel sonido se ubicaban en el lugar
que la música les indicaba, aunque sus movimientos eran todos
diferentes. Las ninfas que estaban paradas en la primera fila debían
comenzar la lucha avanzando en línea recta, marchando al
encuentro de sus enemigos de cuadrado en cuadrado, excepto al
dar el primer paso, ya que en esa ocasión poseían la libertad de
mover dos pasos a la vez. Eran las únicas que nunca podían
retroceder, y si cualquiera de ellas tuviera la fortuna de avanzar
hasta la línea del Rey contrario sería coronada Dama por su Rey de
inmediato, y todos sus futuros movimientos serían del mismo tenor
y del mismo carácter que los de la Dama; jamás atacaban a sus
enemigos de frente, sino oblicuamente, en diagonal y siempre hacia
adelante. No tenían permiso, sin embargo, de capturar a sus
enemigos si, al hacerlo, dejaran a su Dama descubierta y expuesta
a ser capturada.
Los Reyes podían moverse y capturar a sus enemigos de todos los
cuadrados contiguos pero sólo pasando de un cuadrado blanco a
uno amarillo, 3 y viceversa, excepto en el primer paso a condición de
3
Esta regla se ha modificado, pues ahora el rey puede moverse a las ocho casillas contiguas.
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que en la línea no hubiera otras piezas que los Guardias del castillo;
en ese caso podían ponerse en su lugar, y ubicarse junto a ellos. 4
Las Damas tenían mayor libertad que las demás figuras; podían
moverse hacia delante y hacia atrás de todas las maneras, tan lejos
como desearan, siempre que en su camino no hubiera piezas de su
propio bando, incluso en diagonal siempre que siguieran la línea del
mismo color en la que estaban paradas.
Los Arqueros movían hacia delante y hacia atrás, tan lejos o cerca
como desearan, pero observando la regla de no cambiar de
diagonal.
Los Caballeros se movían y capturaban en forma de horca,
cabalgando por encima de una casilla, aunque ésta estuviera
ocupada por una pieza amiga o enemiga, ubicándose en el segundo
cuadrado, a la derecha o a la izquierda, cambiando de un color a
otro, lo que solía ser muy dañino para el adversario y digno de ser
cuidadosamente observado, porque ellos capturan a cara
descubierta.
Los Guardias marchaban y capturaban hacia delante, a derecha o a
izquierda, retrocediendo o avanzando, como los Reyes, pero podían
moverse tan lejos como desearan mientras la línea estuviera vacía,
algo que los Reyes no podían hacer.
La ley común para las dos partes y el fin último del combate era
asediar y encerrar al Rey del bando adversario de modo que no
pudiera evadirse en ninguna dirección. Así encerrado, no pudiendo
huir ni ser socorrido por los suyos el combate cesaba y el Rey
asediado perdía.
Para protegerlo de este inconveniente no había otro recurso que
alguien de su bando ofreciera la propia vida, tomándose unos de
otros de todas partes siguiendo el sonido de la música.
Cuando alguno capturaba un prisionero de la parte contraria le
golpeaba dulcemente la mano derecha y haciéndole una reverencia
lo sacaba afuera del tablero y regresaba a ocupar su puesto.
4
Esto es el enroque.
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Si ocurría que el amenazado era uno de los Reyes, la parte
adversaria no tenía derecho a sacarlo del juego; pero era de hecho
riguroso ordenarle al que lo había descubierto y podía prenderlo
que le hiciera una profunda reverencia y le advirtiera diciendo:
“¡Dios os guarde!” con el fin de que fuese socorrido y protegido por
sus oficiales o de que cambiara de posición si por desgracia no
pudiera ser defendido. No era frecuente que esto sucediera, pero
cuando ocurría era saludado con la rodilla izquierda en tierra
diciéndole: “Buenos días”. Y así terminaba la partida.
Capítulo 5
XXV. CÓMO COMBATEN LOS TREINTA Y DOS BAILARINES
Con las dos compañías dispuestas en sus respectivas casillas, los
músicos comenzaron a sonar juntos con entonación marcial, tan
estruendosamente como si llamasen al asalto. Vimos a los dos
bandos temblar y afianzarse para combatir mejor cuando se
produjera el choque, dispuestos a salir de sus lugares. De pronto,
los músicos de la banda plateada cesaron de tocar y sólo tocaron
los instrumentos de la banda dorada. Esa fue la señal de ataque
para los dorados, lo que ocurrió de inmediato, ya que a un nuevo
sonido vimos que la ninfa ubicada delante de la Dama dio un giro
entero a la izquierda de su Rey, como pidiendo permiso para entrar
en combate y, al mismo tiempo, saludó también a su compañía.
Luego avanzó graciosamente dos casillas e hizo una reverencia al
bando adversario. Dejaron entonces de tocar los músicos dorados y
recomenzaron los plateados.
No debe aquí pasar inadvertido que habiendo saludado la ninfa con
un giro a su Rey y a su compañía, ellos, para no quedar ociosos, la
saludaron a su vez dando una vuelta entera hacia la izquierda;
excepto la Dama, que se volvió hacia la derecha enfrentando a su
Rey. Este saludo fue observado por los demás bailarines durante
todo el curso de la danza, adoptándolo como respuesta al saludo
tanto en una como en la otra fila.
Al sonido de los músicos plateados avanzó la ninfa que estaba
delante de su Dama, saludó elegantemente al Rey y toda su
compañía, quienes le contestaron tal como habían hecho los
dorados, salvo que los plateados giraron a la derecha y la Dama a
mano izquierda. La ninfa avanzó dos casillas, y haciendo una
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reverencia al bando adversario, encaró a la ninfa dorada que se
había movido, sin distancia alguna entre ellas, como listas para
combatir, salvo que es bien sabido que las ninfas no golpean de
frente sino de lado. Sus compañeras, tanto las doradas como las
plateadas, las siguieron. Se mezclaron entonces las unas con las
otras y simularon luchar entre sí, lo que desembocó en que la ninfa
dorada, la que primero había salido al campo, puso fuera de
combate a una ninfa plateada golpeándola con su mano izquierda y
ocupó su sitio; pero muy pronto, a un nuevo sonido de los músicos,
también ella fue golpeada por un Arquero plateado. Una ninfa
dorada lo obligó a retroceder; uno de los Caballeros plateados salió
al campo; la Dama dorada se colocó delante de su Rey. Entonces el
Rey plateado cambió de posición temiendo la furia de la Dama
dorada y se movió hacia la derecha, cruzándose con su Guardián y
ubicándose junto a él, en un sitio que le pareció fortificado y bien
defendido. Los dos Caballeros que permanecían a mano izquierda,
tanto el dorado como el plateado, avanzaron capturando un buen
número de ninfas adversarias, las que, no pudiendo retroceder,
debieron sucumbir; el Caballero dorado, en especial, puso en esta
faena todo su ardor. Pero el Caballero plateado pensó un
movimiento más importante: disimulando su proyecto, dejó pasar la
posibilidad de capturar una ninfa dorada, se movió más allá de ella
y logró introducirse tras las líneas del enemigo, en un lugar desde
donde saludó al Rey dorado diciéndole: — ¡Dios os guarde!
El bando dorado, advertido de que su Rey necesitaba ser socorrido,
tembló de miedo y cólera, no porque no pudiera auxiliarlo, sino
porque al hacerlo perdía irremediablemente a uno de los Guardias.
El Rey dorado se retiró a la izquierda, y el Caballero plateado
capturó al Guardia dorado; esa constituyó una grave pérdida. Sin
embargo, el bando dorado resolvió vengarse, y rodeó al Caballero
de modo tal que no pudiera escapar. Él hizo mil esfuerzos para
liberarse, los suyos recurrieron a mil ardides para protegerlo, pero
no pudieron evitar que finalmente cayera en manos de la Dama
dorada.
El bando dorado, privado de uno de sus sostenes trató de hallar un
modo de vengarse, esforzada y torvamente, aunque sin demasiada
cautela; hizo estragos entre los adversarios. El bando plateado se lo
tomó con calma y esperó su oportunidad, ofreciendo en sacrifico a
una de sus ninfas a la Dama dorada, después de haber armado una
celada según la cual, al capturar a la ninfa, el bando plateado la
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sacaría del juego, aunque poco faltó para que uno de sus Arqueros
dorados tomase a la Dama plateada.
El Caballero dorado intentó la toma del Rey y la Dama plateados
diciéndoles: —¡Dios os guarde! — El Arquero plateado los salvó
pero fue capturado por una ninfa dorada y ésta, a su vez, tomada
por una ninfa plateada. La batalla fue áspera. Los Guardias dejaron
sus posiciones para acudir en socorro de sus compañeros en medio
de la confusa refriega. La suerte de la lucha permanecía indecisa.
Una vez más los plateados cargaron sobre las defensas del Rey
dorado; fueron rechazados. La Dama dorada realizó grandes
proezas; se distinguió del resto por sus logros más que por su
vestido y dignidad; avanzó y capturó a un Arquero plateado y con
un movimiento lateral eludió a un Guarda que la amenazaba. Al ver
esto, la Dama plateada avanzó y con destreza semejante fulminó al
último Guardia dorado y a varias ninfas.
Las dos Damas combatieron largamente, procurando sorprenderse
mutuamente, tanto para salvarse como para proteger a sus Reyes.
Finalmente, la Dama dorada tomó a la Dama argentada, pero
enseguida después ella fue capturada por el Arquero plateado y
entonces al Rey plateado le quedaron sólo tres ninfas, un Arquero,
y el Guardia de la izquierda y al dorado sólo tres ninfas y el
Caballero de la derecha. A causa de esto empezaron a luchar más
despacio y cautelosamente que antes.
Los dos Reyes parecían lamentar en grado sumo la pérdida de sus
amadas Damas, por lo que toda su concentración y esfuerzo se
dirigió a elevar a alguna de las ninfas a esa dignidad, y así
concretar nuevos matrimonios. La promesa de ser coronadas excitó
a las valientes ninfas y las hizo esforzarse por alcanzar la línea más
lejana, dónde resistía el Rey del bando contrario.
Las ninfas doradas se adelantaron y de entre ellas salió la nueva
Dama, a la que vistieron con túnicas reales y le colocaron una
corona sobre la cabeza. Las plateadas hicieron lo propio, y sólo les
faltó avanzar una línea para que una de ellas pudiera ser convertida
en nueva Dama; pero en aquel lugar estaba al acecho el Guardia
dorado que logró detenerla a tiempo. La nueva Dama dorada se
mostró, desde su asunción, fuerte, brava, belicosa y realizó en el
campo grandes hechos de armas. Pero mientras tanto el Caballero
plateado capturó al Guardia dorado que custodiaba los confines del
campo; de modo que fue posible coronar a una nueva Dama
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plateada, quien se mostró valerosa desde el mismo momento de su
asunción. El combate se renovó con mayor ardor; mil astucias, mil
asaltos, mil movimientos fueron hechos de una y otra parte, hasta
que la Dama plateada entró subrepticiamente en la tienda del rey
dorado, diciendo: —¡Dios os guarde! — El Rey sólo podía ser
socorrido por su nueva Dama; pero ésta no vaciló en exponerse
para salvarlo. Entonces el Caballero plateado, rondando por todos
los rincones del tablero, se ubicó cerca de su Dama y pusieron al
Rey dorado en tal peligro que, para salvarse, accedió a perder a su
Dama. Pero el Rey dorado capturó al Caballero plateado. A pesar
de esto el Arquero dorado, con las dos ninfas que le quedaban,
defendieron al Rey con todo su poder, pero finalmente fueron
apresados y expulsados del campo, por lo que el Rey dorado se
quedó solo.
Entonces todo el bando plateado le hizo una profunda reverencia y
dijo al unísono: —¡Buenos días! — Y el Rey plateado quedó
vencedor.
Después del saludo las dos compañías de músicos empezaron a
tocar al mismo tiempo, como en señal de victoria.
Así llegó a su fin aquel primer baile, con mucha alegría, con gestos
tan agradables, comportamientos tan honesto y gracias tan raras
que nuestros espíritus se poblaron de alegría, como en éxtasis. Nos
parecía, no sin razón, que éramos huéspedes de las soberanas
delicias y de la suprema felicidad del cielo Olímpico.
Finalizada la primera partida, los dos bandos volvieron a sus
posiciones primitivas y tal como ya lo habían hecho, empezaron a
combatir por segunda vez, salvo que la música aceleró la medida
en medio tiempo, y los movimientos fueron totalmente diferentes. Vi
entonces a la Dama dorada que, como irritada por la derrota de su
ejército, azuzada por la energía de la música, se ubicó desde un
principio en una de las posiciones de vanguardia, acompañada por
un Arquero y un Caballero y poco faltó para que sorprendiera al Rey
plateado en su campamento, entre sus oficiales. Luego, viendo
descubierta su estrategia, se refugió entre los suyos y se ensañó de
tal modo con las ninfas plateadas y los otros oficiales que era
penoso verlo. Podría decirse que era una nueva Pantesilea, reina
de las Amazonas, fulminando el campo griego; pero poco duró este
desorden ya que los plateados, perturbados por la pérdida de los
propios, pero disimulando sin embargo su duelo, prepararon
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secretamente una emboscada a un Arquero en un rincón lejano y a
un Caballero errante, a los que capturaron y pusieron fuera del
campo. Los demás también fueron eliminados casi de inmediato.
Eso sirvió de aviso a la Dama para que otra vez fuera más
prudente, se mantuviera cerca de su Rey, sin apartarse demasiado,
y para que sólo se moviera cuando fuese conveniente,
arriesgándose menos o yendo acompañada.
Volvieron pues a vencer los plateados, como antes.
Para el tercero y último baile, los dos bandos se volvieron a ubicar
en sus casillas y parecieron mostrarse más alegres y resueltos que
en los dos precedentes. Y la música fue más estimulante, con tonos
marciales y belicosos como aquellos que en otros tiempos inventó
el osado Marsias.
Empezaron pues a hacer piruetas e iniciaron un maravilloso
combate, con tal ligereza que en cada golpe de la música hacían
cuatro movimientos con las reverencias y los giros correspondientes
tal como ya lo hemos dicho; giros que más bien eran saltos,
zancadillas y volteretas que se entrelazaron los unos con los otros.
Viéndolos así brincar sobre un pie después de hacer la reverencia,
los comparamos al movimiento de un trompo cuando juegan los
críos, haciéndolos girar a golpes de cordel; y la vuelta era tan rápida
que parecían inmóviles, quietos, durmiendo, tal como a ellos les
gusta decir. Y al señalar un punto de cualquier color, a nuestra vista
parecía no ser un punto, sino una línea continua, como sabiamente
ha señalado el Cusane 5 en materia bien divina.
Ya no se oía otra cosa que golpear de manos y reiteradas señales a
cada dificultad de una parte y de la otra. Nunca existió un Catón tan
severo, ni un Craso tan enemigo de la risa, ni un Timón de Atenas
tan misántropo, ni un Heráclito que aborreciera tanto a la naturaleza
humana como a sí mismo, que no hubieran perdido su gravedad
viendo a aquellos jóvenes y las Damas y las ninfas moviéndose,
avanzando, saltando, girando, coceando, pirueteando sobre sí
rápidamente, de quinientas formas diferentes al son de esa música
ágil y vivaz y con tal destreza que nunca uno fue obstáculo de otro.
A medida que disminuía el número de figuras que quedaban en
campo, mayor era el placer de ver las argucias y las ardides usados
5
El Cusane es el matemático Nicolás de Cusa.
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para sorprenderse unos a otros, siempre al compás de las
indicaciones de la música.
Además, debemos decir que si el espectáculo más que humano
ofrecido confundía nuestros sentidos, asombraba nuestros espíritus
y nos sacaba fuera de nosotros mismos, mayor todavía fue la
emoción de nuestros corazones sobrecogidos e impresionados por
el sonido de la música. Me inclino a creer que probablemente
Ismenia excitó a Alejandro el Grande con parecidas melodías;
estaba éste sentado a la mesa, comiendo tranquilamente, cuando
se levantó de un salto y empuñó las armas.
En la tercera partida el Rey dorado fue el vencedor.
Durante las danzas la Dama desapareció inadvertidamente, y no la
volvimos a ver. Pero fuimos escoltados por los pajes de Geber, y
fuimos inscriptos en estado que ella dispuso. 6
Después nos condujeron al puerto de Mateotecnia y abordamos
nuestros barcos, y al comprobar que teníamos viento en popa, y
que si no nos aprovechábamos de ello tal vez no volveríamos a
tenerlo en tres cuartos de luna, reanudamos la marcha.
6
Alude a los discípulos de Miguel Gebert, alquimista del siglo VIII.
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