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Vencedores vencidos
María Beatriz Gentile
En la Argentina, como en América latina, la transición democrática tuvo entre otras cosas, un
sello distintivo: fueron tiempos marcados por la impunidad. Impunidad política, impunidad
económica e impunidad jurídica.
La impunidad más que un concepto referido al orden jurídico fue una realidad histórica que
configuró en gran medida el presente de estas sociedades. La ausencia de castigo frente a
crímenes aberrantes y masivos prolongó una situación de injusticia permanente para con quienes
fueron sus víctimas, sustanciada en la inadecuación del marco normativo, en la negación de los
hechos, en la ausencia de investigación, en la parcialidad de los jueces, etc.
En la Argentina el gobierno de Raúl Alfonsín, por ejemplo, dejó en manos de los militares la
primera instancia de su juzgamiento en 1984 y desaprovechó el apoyo social con que contaba para
profundizar el proceso. Esto retrasó la posibilidad de ejercer justicia retributiva y resolver la
“cuestión militar” en el momento en que aún sonaban los acordes del desastre de la guerra de
Malvinas. Las leyes de Punto final y Obediencia debida, y luego los decretos de indultos del
menemismo debilitaron en forma extrema la identificación de la sociedad con la exigencia de
revisión del pasado dictatorial; al punto que pasados unos años sólo los organismos de Derechos
Humanos - Madres y Abuelas de Plaza de Mayo especialmente- y las víctimas, continuaron
insistiendo en la necesidad de Juicio y castigo a los responsables.
Ya es indiscutible –aunque algunos lo nieguen- que la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en
el año 2003, marcó la clara voluntad del Estado Argentino de asumir la responsabilidad por el
juzgamiento de estos crímenes. Desde el año 2005 se ha venido enjuiciando a los responsables en
todo el territorio argentino. Mas de 1.100 miembros de las fuerzas militares y de seguridad han sido
condenados, de los cuáles el 80% cumple su condena en prisiones comunes. Más de 60 Centros
clandestinos de Detención han sido señalizados, entre ellos “La escuelita” de Neuquén, como parte
de una política tendiente a reconstruir la memoria histórica de este pasado tenebroso.
A la criminalidad política se ha sumado la criminalidad económica de la dictadura cívicomilitar. La causa en marcha contra José Martínez de Hoz, la investigación sobre la apropiación de
Papel Prensa; el juzgamiento de Blaquier, dueño del Ingenio Ledesma, por las desapariciones de
trabajadores pero también por los negociados con los militares; la investigación sobre empresas
como Ford, Mercedez Benz y ahora con el hallazgo de documentación referida a la participación de
entidades bancarias y financieras en el diseño de la política de saqueo implementada, señalan un
camino abierto al juzgamiento de civiles cómplices del terrorismo. Casi 2000 civiles, entre
empresarios, magistrados, funcionarios y eclesiásticos, están siendo investigados, aunque hasta el
momento solo el 13% se halla imputado. Es necesario advertir que una violación masiva de
derechos humanos
no puede ejecutarse sin la participación activa de muchos y la omisión
consciente de otros tantos; por lo cual cada vez que la revisión del pasado se lleva a cabo con el
fin de aplicar castigo, la sospecha y posibilidad de encontrar más responsables se expande.
Por último, ningún crimen contra la Humanidad en el siglo XX pasó inadvertido en el momento
de ocurrir; más bien lo que no hubo fue voluntad de intervenir para impedirlo. De lo que estamos
seguros en la Argentina, y esto nos distingue y enorgullece, es que desde hace una década hay
una voluntad política de ejercer justicia. Seguramente este sea un proceso con final abierto,
probablemente quedarán responsabilidades por saldar y tal vez algunos se pregunten si ¿la justicia
tardía, es verdadera justicia?; pero como dijera Horacio Verbitsky “La Justicia tardía es peor que la
Justicia rápida, pero es mejor que la impunidad”.
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