culto del tiempo libre o santificación de las fiestas: ¿se

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CHRISTIAN MOLLER
CULTO DEL TIEMPO LIBRE O SANTIFICACIÓN
DE LAS FIESTAS: ¿SE PUEDE SALVAR TODAVÍA
EL DOMINGO?
Freizeitkutt oder Heiligung. Ist der Sonntag nock zu retten? Evangelische Kemmentare;
1990/11 14-16:
Un antiguo proverbio judío dice: "No es tanto Israel quien ha guardado el Sábado. Más
bien es el Sábado el que ha guardado a Israel". Podemos aplicarlo al domingo: "Más que
nosotros salvar el domingo, será el domingo quien nos salvará a nosotros". ¿Qué es lo
que le ha pasado al domingo, para que preguntemos por él de una manera tan
dramática? ¿Por qué la Conferencia Episcopal Alemana se ha pronunciado sobre el tema
públicamente tres veces en los últimos cuatro años? La declaración del 23 de enero de
1988 es consciente de que el domingo ha perdido en significación religiosa como día
del Señor y también en valor cultural. ¿Qué se puede hacer para paliar este problema?
En la lucha por la flexibilización del tiempo de trabajo y la reducción de la jornada
laboral a 35, horas en cuatro días, se introdujo la idea de ocupar a trabajadores también
los domingos, especialmente en aquellas empresas cuyo máximo rendimiento hacía
recomendable la no interrupción de la producción (cadenas automovilísticas, industria
textil, y pronto también el resto de industrias.)
Ocaso en fin de semana
La industria tiene el camino allanado en este asunto debido a que nuestra sociedad va
perdiendo el sentido religioso del domingo, transformado en el final de un week-end
que ya empieza el viernes, tiene su centro en el sábado y acaba normalmente en los
embotellamientos de las autopistas a la vuelta de los centros de recreo A decir verdad, lo
que se juega en las luchas entre empresarios y sindicatos es la ampliación del tiempo
libre, del, cual viven muchas industrias dedicadas al ocio. La Iglesia también podría
sacar partido con ello, pero no necesariamente, pues el tiempo libre es una magnitud
variable y utilizable en sentidos muy diversos (cada cual se lo puede repartir como
mejor le parezca), mas: el domingo no. El domingo es una magnitud no disponible, un
tiempo de absoluta dedicación a Dios, un tiempo sagrado que el Señor ordena santificar,
y no intercambiable por otros días distintos. La pregunta no es, pues, si todavía se puede
salvar el domingo, sino si todavía lo consideramos santo. En la lucha por la ampliación
del tiempo libre la Iglesia no está ni del lado de los sindicatos ni del lado de los
empresarios, sino que defiende el interés de toda la sociedad, que se hundiría al ponerse
en cuestión su asentamiento sobre los 10 Mandamientos.
Ya la pregunta de cuánto cuesta a la sociedad el guardar el domingo puede convertirse
en una pregunta peligrosa para este bien que nos ha sido otorgado por Dios. Tenemos
como ejemplo el drama de Dürrenmatt "La visita de la vieja dama". Esta, que se ha
convertido en millonaria, ofrece una cantidad exagerada a los habitantes de la ciudad
donde ella vivía de joven, para que maten a un antiguo amigo con el que tiene una
deuda. Al principio fingen escandalizarse, pero pronto empiezan a calcular lo que
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aprecian a su conciudadano, y si vale la pena cobrar la recompensa. Nada más
formularse esta pregunta el hombre ya está perdido: lo han matado con el pensamiento.
Lo mismo pasa con el domingo y con lo que los mandamientos representan: la dignidad
de los mayores, la vida huma na, el amor matrimonial, el derecho a la propiedad, la
veracidad de los testigos ,y el respeto al prójimo y a sus bienes. Todo esto es sagrado
porque Dios ha puesto su mano sobre ello, no son valores intercambiables por otros.
Pero lo que es sagrado en nuestra sociedad multicultural y pluri-religiosa puede variar
de unas personas a otras (judíos, musulmanes, agnósticos). Estamos en una Europa cada
vez más unificada sobre bases sociales que desbordan las convicciones religiosas de la
Iglesia, reducida cada vez más a ser un pequeño grupo en medio de masas donde cada
uno es feliz a su manera. En estas circunstancias, la Iglesia ha de cuidar de que su
defensa del domingo no se convierta en la defensa de un privilegio, sino en una cuestión
de vida o muerte para toda la sociedad. El mandamiento "Santificarás las fiestas"
implica algo más que la conservación del tiempo. Este puede consumirse
individualmente, la fiesta es algo comunitario y fundador de sociedad auténtica. Por eso
reclamar el domingo es luchar por un rimo de vida que ha configurado toda la historia
occidental.
¿Cada uno a su manera?
Ya para una familia resultará siempre difícil encontrar un tiempo común para la paz y la
fiesta, si cada uno tiene un día diferente de vacaciones a la semana. Así que reclamar el
domingo es luchar por la posibilidad de que el alma de los hombres pueda elevarse por
encima de las presiones de la sociedad industrial. Cuando el art. 140 de la Ley
Fundamental alemana protege el domingo como día de descanso laboral y de elevació n
espiritual, se adecua al sentido del domingo como acontecimiento colectivo.
La misa es un acontecimiento que tiene lugar en favor no sólo de los que en ella
participan, sino también de la sociedad entera, en cuanto los presentes guardan un lugar
a los ausentes junto a la fuente que mana de la palabra y el sacramento. La fiesta del
domingo es derroche de tiempo para Dios, para el prójimo, para sí mismo y para todo
hombre por el que rezo.
El Sábado como día de la liberación
Conscientemente he puesto el domingo cristiano en conjunción con el sábado judío,
para resaltar el enraizamiento del domingo en la tradición veterotestamentaria. Se me
puede objetar que, según la tradición de Marcos 2-3 Jesús eliminó el sábado y puso en
su lugar un día en favor del hombre el domingo. Pero esta afirmación elimina el
verdadero sentido del texto bíblico. Jesús no eliminó el ritmo de trabajó y descanso,
establecido por Dios, sino el carácter de imposición que tenía el sábado: debía volver a
ser un día de respiro libre para el hombre y toda la creación, en beneficio de los cuales
el día de fiesta puede que se haya de trabajar alguna vez, pero sólo como excepción.
En nuestra sociedad trabajan los domingos millones de personas: médicos, enfermeras,
cocineros, policía, bomberos, taxistas, y también personal eclesiástico. ¿Dónde
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comienza y dónde acaba la correcta vivencia del domingo, en la que el trabajo no
destruya el sentido religioso de este día?
Según el evangelio podemos utilizar dos criterios: el primero, el de conservación de la
vida. Es necesario que haya alguien para atender partos y defunciones en días festivos.
En nuestra sociedad actual nadie puede morirse o nacer en fin de semana. Sin embargo,
Jesús dijo que precisamente los enfermos, los recién nacidos y los moribundos son los
que han de poder experimentar algo de lo que es la festividad de la vida. Por eso el
trabajo en domingo tiene todo su sentido, si consiste en el servicio a la vida. Bien
diferente es el trabajo que consiste en actividades productivas, que subordina al hombre
también el domingo a tareas mecánicas. El segundo criterio es el del trabajo por
santificar el domingo. En este sentido trabajan párrocos, organistas, pero también
cocineros, taxistas, etc. Todos ellos realizan en sábado un servicio a la humanidad,
aunque también aquí está el peligro de dejarse atrapar por la dinámica de la: industria
del ocio.
Es decisivo predicar con el ejemplo
¿Se puede salvar el domingo todavía? No, si es con medidas de fuerza, de las que,
gracias a Dios, la Iglesia no dispone. En cambio, debería privar el ejemplo de los padres
sobre los hijos, de los cristianos en su ambiente, de las comunidades en su ciudad.
Desarrollar una cultura de domingo en favor de toda la sociedad, y no sólo de la iglesia
será un testimonio mucho má s convincente para el estado y para una sociedad que se
autodestruye y destroza su entorno a cambio de necias ganancias.
El domingo es como un árbol muy viejo, a la sombra del cual podemos reposar cada
siete días. Este árbol no puede ser intercambiado por ningún otro, pues , si es cortado,
crecerá en torno a nosotros un desierto. A la pregunta de si se puede aún salvar el
domingo hemos de contestar con nuestra propia vida.
Tradujo y condensó: MARIA JOSÉ DE TORRES
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