Programa 7

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NOTAS: Juan Arturo Brennan
1
GUSTAVO E. CAMPA (1863-1934)
Lamento, para gran orquesta
En el muy interesante (aunque ya superado) libro Introducción a la música mexicana del siglo XX,
el musicólogo sueco Dan Malmström dedica estas líneas a Gustavo E. Campa:
Gustavo Campa estuvo en actividad antes y después de la Revolución, pero por lo que atañe al
estilo de su música, puede decirse que pertenece a la generación de los prerrevolucionarios. En
1911, estando en París, expresó sus ideas acerca de la actitud general del público mexicano hacia
la música; lo acusó de mal gusto, y de preferir las corridas de toros a la ópera. No sabemos si esta
opinión era exclusiva de Campa o si la compartía la mayoría de los compositores y músicos
mexicanos. Sin embargo, el que sus opiniones hayan aparecido publicadas debió de restarle
popularidad entre sus públicos potenciales.
Han pasado más de cien años desde que Campa expresó esas ideas, y lo triste del caso es que
poco ha cambiado; la única actualización que requieren sus palabras es el cambio del fútbol por las
corridas de toros, y el resultado será el mismo.
En su detallado y útil Diccionario Enciclopédico de Música en México, el compositor y musicólogo
Gabriel Pareyón consigna las siguientes composiciones en el apartado de obra orquestal de su
artículo dedicado a Campa:
1889: Lamento para gran orquesta
1893: Tirolesa, para gran orquesta
s.f. Berceuse, para orquesta sinfónica
s.f. Marcha antigua, para orquesta sinfónica
s.f. Les Rosées, para orquesta sinfónica
La breve lista arriba citada permite apreciar, de inmediato, las influencias francesa y alemana en el
pensamiento musical de Campa. En el caso particular del Lamento, habría que suponer que la más
importante de esas dos influencias es la francesa, ya que el título original de la obra es Lamento
pour grand orchestre. Este Lamento, ¿fue escrito por Campa bajo el impulso de la inspiración pura,
o responde quizá a la muerte de algún personaje? Ninguno de los numerosos textos sobre música
mexicana que he consultado lo aclara. Para concluir, un detalle aparentemente menor, pero que
describe cabalmente el triste estado de nuestra memoria cultural. Algunas fuentes mencionan el
segundo nombre de Campa como Emilio, mientras que otras lo consignan como Ernesto.
2
PIOTR ILYICH TCHAIKOVSKY (1840-1893)
Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35
Allegro moderato
Canzonetta
Finale: Allegro vivacissimo
Como suele ocurrir con frecuencia con obras de enorme fama y prestigio, el Concierto para
violín de Piotr Ilyich Tchaikovsky no fue tan popular en su estreno, puesto que recibió
algunas críticas poco amables. El concierto fue estrenado por el violinista Adolph Brodski
en Viena, el 4 de diciembre de 1881, con Hans Richter dirigiendo a la Filarmónica de
Viena. Al día siguiente, en el periódico vienés Neue Freie Presse apareció la crítica del
estreno, a cargo de la ácida pluma de Eduard Hanslick, el más conocido y más feroz de los
críticos de Viena. Decía Hanslick:
De seguro, el compositor ruso Tchaikovsky no es un talento ordinario, sino un talento
inflado, con una obsesión de genio que no conoce el gusto ni la discriminación. Así mismo
es su largo y pretensioso Concierto para violín. Por un rato, se mueve musicalmente, con
sobriedad, y con cierto espíritu. Pero pronto la vulgaridad se hace presente y domina hasta
el final del primer movimiento. El violín ya no es tocado: es jalado, roto, golpeado. El
segundo movimiento de nuevo se porta bien, para pacificarnos y ganar nuestra buena
voluntad. Pero pronto se termina para dar paso a un final que nos transporta a la brutal y
confusa alegría de una fiesta rusa. Vemos claramente los rostros salvajemente vulgares,
oímos maldiciones, olemos el vodka. Friedrich Vischer observó alguna vez, hablando de
pinturas obscenas, que apestan a la vista. El Concierto para violín de Tchaikovsky nos da
por primera vez la horrorosa noción de que puede haber música que apesta al oído.
Es muy probable que esta crítica, como muchas otras dedicadas por Hanslick y sus colegas
a la música rusa, haya estado influida más por prejuicios raciales y regionales que por el
auténtico análisis musical.
Tchaikovsky compuso este concierto durante la primavera de 1878, durante su estancia en
Suiza en compañía de Joseph Kotek, un notable violinista ruso que ayudó al compositor
con la parte solista, haciendo indicaciones de técnica, arcadas y otros detalles. Después de
muchas peripecias y cambios de solista, finalmente Adolph Brodski se comprometió a
estrenar la obra, pero lo hizo a regañadientes, haciéndole saber a Tchaikovsky que él mismo
no apreciaba mucho la obra. El paso del tiempo, como de costumbre, le dio la razón a
Tchaikovsky. El violinista Brodski se hizo famoso tocando esta obra y de pronto todos los
violinistas de prestigio quisieron interpretar el concierto. Parece que sólo Eduard Hanslick
se mantuvo firme hasta el final en su poco generosa crítica hacia éste, uno de los conciertos
para violín de mayor fama y prestigio en la historia de la música.
3
AARON COPLAND (1900-1990)
Sinfonía no. 3
Molto moderato
Allegro molto
Andantino quasi allegretto
Molto deliberato – Allegro risoluto
Hay momentos musicales tan impactantes que, después de ser experimentados por primera vez,
no se olvidan jamás. En la Tercera sinfonía de Aaron Copland hay uno de esos momentos
inolvidables. Después del tercer movimiento, el cuarto se inicia sin pausa o interrupción, con una
suave y misteriosa versión de una conocida melodía en flautas y clarinete, pianissimo. De pronto,
la melodía modula hacia una tonalidad lejana y estalla esplendorosa en los metales y la percusión;
se trata de los primeros compases de la Fanfarria para el hombre común, del propio Copland,
quien al incluirla en esta transición sinfónica logró uno de los momentos musicales más emotivos
de su catálogo.
Al inicio de la década de los 1940s, algunos amigos de Copland (Elliott Carter, David Diamond,
Arthur Berger) insistieron en la necesidad de que el compositor escribiera una obra orquestal de
gran calibre; incluso Samuel Barber le escribió al respecto, desde Italia. En ese tiempo, Copland
había estado reuniendo temas e ideas que pensaba incluir en una nueva sinfonía. La oportunidad
cristalizó en 1943: la Fundación Koussevitzki encargó a Copland una obra, y fue así como
comenzó a tomar forma la Tercera sinfonía. Copland inició la creación de la obra en agosto de
1944, en México, y la sinfonía quedó terminada en septiembre de 1946, apenas a tiempo para su
estreno.
La Sinfonía No. 3 de Copland es quizá su obra más importante, y es ciertamente un buen
muestrario de los elementos musicales más típicos de la producción del compositor, hábilmente
sintetizados en la partitura; aquí está el aliento de su música para cine y teatro, el toque popular, la
música de corte abstracto, la dinámica típicamente estadunidense de algunas melodías, vagas
referencias a himnos religiosos y danzas campiranas. Con todos estos elementos y un desarrollo
estructural de cimientos tradicionales, Copland logró una obra expansiva, de gran poder y, sobre
todo, muy típica de su pensamiento musical. La obra fue estrenada el 18 de octubre de 1946 por
Serge Koussevitzki dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Boston. El propio director calificó la obra,
después del estreno, como la más importante sinfonía estadunidense escrita hasta ese momento.
La partitura, por cierto, lleva una dedicatoria a la esposa del director: “A la memoria de mi querida
amiga Natalie Koussevitzki.”
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