Carlos Vidal - Fundación Ciudadanía y Valores

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EL CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL COMO ÓRGANO DE GOBIERNO DE LOS JUECES
Carlos Vidal Prado
Prof. Titular de Derecho Constitucional de la UNED
El Consejo se crea con dos posibles finalidades: en primer lugar, contribuir a garantizar la
independencia de los órganos judiciales; y, en segundo término, ampliar el grado de
participación en el proceso de toma de decisiones que afectan al sistema judicial.
Para lograr este objetivo, sin duda es importante el sistema de elección de los miembros
del Consejo. El artículo 122 de la Constitución prevé, como es conocido, un sistema de elección
de los vocales del Consejo que persigue una composición de origen mixto: algunos jueces y
magistrados (mayoría, doce miembros), y los otros ocho juristas de reconocido prestigio.
El primer desarrollo legal de este artículo preveía la elección directa por parte de los
jueces y magistrados de sus representantes en el Consejo, dejando al Parlamento
exclusivamente la elección de los 8 miembros juristas prevista en la Constitución. Sin embargo,
el órgano de gobierno de jueces y magistrados experimentó una profunda reforma el año
1985, con la entrada en vigor de la LOPJ. La mitad de sus miembros sería elegida, conforme a la
nueva Ley Orgánica, por el Congreso de los Diputados y la otra mitad por el Senado. Quiere
esto decir que era el Poder Legislativo el que iba a decidir la composición del órgano de
gobierno del Poder Judicial. Realmente no parece que este nuevo sistema contribuyese a
garantizar la separación de poderes proclamada por Montesquieu.
Hay quien ha sostenido (Jiménez de Parga) que el cambio operado por la Ley Orgánica
de 1985 fue una auténtica modificación del orden constitucional1. Fue un cambio sin reforma,
una mutación de la Constitución sin modificar el texto de 1978.
El propio Tribunal Constitucional, en una discutida Sentencia que resolvió el recurso de
inconstitucionalidad presentado por la oposición popular, advirtió que, aunque el sistema de
elección inicial podía contribuir mejor a la independencia del Consejo, podía entenderse
conforme este nuevo sistema, siempre que se interpretase tal y como el tribunal decía en su
sentencia. Creo que puede resultar muy útil leer lo que el Tribunal decía, para poder evaluar si
1
“Reforma y mutaciones constitucionales”, en El Mundo de 25 de agosto de 2011, reproducido en
Otrosí.net, revista online del Colegio de abogados de Madrid. http://www.otrosi.net/article/reforma-ymutaciones-constitucionales-por-manuel-jim%C3%A9nez-de-parga-catedr%C3%A1tico-de-derecho-con;
en esta misma línea, “Mutaciones constitucionales, en El Mundo, 8 de febrero de 2012, reproducido en
http://elcomentario.tv/reggio/mutaciones-constitucionales-de-manuel-jimenez-de-parga-en-elmundo/08/02/2012/
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realmente se están dando o no los elementos que permitan decir que se cumplen las garantías
previstas en la Constitución.
Dice el TC en dicha Sentencia que “ofrece poca duda” que la finalidad prevista en la
Constitución “se alcanza más fácilmente atribuyendo a los propios Jueces y Magistrados la
facultad de elegir a doce de los miembros del CGPJ”; pero, junto a ello, el TC sostiene que “no
puede afirmarse que tal finalidad se vea absolutamente negada al adoptarse otro
procedimiento y, en especial, el de atribuir también a las Cortes la facultad de propuesta de los
miembros del Consejo procedentes del Cuerpo de Jueces y Magistrados, máxime cuando la Ley
adopta ciertas cautelas, como es la de exigir una mayoría calificada de tres quintos en cada
Cámara (art. 112.3 LOPJ)”. Sin embargo, a continuación alerta el Alto Tribunal sobre un riesgo:
el de que se pueda “frustrar la finalidad señalada de la Norma constitucional si las Cámaras, a
la hora de efectuar sus propuestas, olvidan el objetivo perseguido y, actuando con criterios
admisibles en otros terrenos, pero no en éste, atiendan sólo a la división de fuerzas existente
en su propio seno y distribuyen los puestos a cubrir entre los distintos partidos, en proporción
a la fuerza parlamentaria de éstos. La lógica del Estado de partidos empuja a actuaciones de
este género, pero esa misma lógica obliga a mantener al margen de la lucha de partidos ciertos
ámbitos de poder y entre ellos, y señaladamente, el Poder Judicial”.
El Tribunal llega a decir en la sentencia que “La existencia y aun la probabilidad de ese
riesgo, creado por un precepto que hace posible, aunque no necesaria, una actuación
contraria al espíritu de la Norma constitucional, parece aconsejar su sustitución, pero no es
fundamento bastante para declarar su invalidez, ya que es doctrina constante de este Tribunal
que la validez de la ley ha de ser preservada cuando su texto no impide una interpretación
adecuada a la Constitución. Ocurriendo así en el presente caso, pues el precepto impugnado es
susceptible de una interpretación conforme a la Constitución y no impone necesariamente
actuaciones contrarias a ella, procede declarar que ese precepto no es contrario a la
Constitución”.
No creo que la actuación de los partidos en el Parlamento haya evitado ese riesgo, sino
más bien al contrario. Y, sin embargo, ésta era una exigencia interpretativa que el Tribunal
Constitucional plantea para hacer la norma compatible con la Constitución. Por ello quizá no
está tan equivocado Jiménez de Parga cuando habla de mutación constitucional. La
rectificación en el sistema de elección planteada por el PP desde el Gobierno, e incluida en el
Pacto de Estado por la reforma de la Justicia firmado en 2001 entre PP y el PSOE, nos debería
haber acercado a la finalidad inicialmente prevista en la Constitución. Sin embargo, es evidente
que no consiguió romper la elección basada en cuotas de partido, es decir, justamente lo que
el Tribunal Constitucional considera contrario a la Constitución.
El Consejo no puede ser una simple correa de transmisión del Parlamento. A ello deben
contribuir todos los partidos, y respetar de un modo más intenso la opinión y el pluralismo de
los propios jueces y magistrados, para que sean ellos realmente los que lleven el peso principal
en la toma de decisiones, no para hacer política desde la Justicia, sino para gobernar el Poder
Judicial con criterios profesionales y autónomos, sin condicionantes externos. Sólo así se podrá
garantizar la independencia del Poder Judicial.
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