imagen de ciudad en la novela la casa de vecindad (1930)

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IMAGEN DE CIUDAD EN LA NOVELA LA CASA DE VECINDAD (1930) DE
JOSÉ ANTONIO OSORIO LIZARAZO
JUAN CARLOS SALAZAR ÁVILA
UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
ESCUELA DE ESPAÑOL Y COMUNICACIÓN
2009
IMAGEN DE CIUDAD EN LA NOVELA LA CASA DE VECINDAD (1930) DE
JOSÉ ANTONIO OSORIO LIZARAZO
JUAN CARLOS SALAZAR ÁVILA
Trabajo de Grado para optar al título de
Licenciado en Español y Literatura
Director
CÉSAR VALENCIA SOLANILLA
Doctor en Literatura
UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
ESCUELA DE ESPAÑOL Y COMUNICACIÓN
2009
2
NOTA DE ACEPTACIÓN
________________________
FIRMA JURADO
________________________
FIRMA JURADO
Pereira, julio de 2009
3
A Mis Padres
Agradecimientos
A los profesores de la Licenciatura en Español y
Literatura por compartir sus conocimientos y su
formación intelectual
4
TABLA DE CONTENIDO
PRESENTACIÓN
7
1. APROXIMACIONES TEÓRICAS Y CONCEPTUALES
9
1.1. Sobre la noción de ciudad
10
1.2. La ciudad y la literatura
16
2. OSORIO LIZARAZO Y LA NOVELA EN COLOMBIA
21
2.1. Vida y obra
22
2.2. Osorio escritor social
23
2.3. Aportes de Osorio Lizarazo a la narrativa colombiana
27
3. IMAGEN DE CIUDAD EN LA NOVELA LA CASA DE VECINDAD
30
3.1. La ciudad novelada
32
3.1.1. La Bogotá de La Casa de vecindad
34
3.1.2. Los personajes de la casa
36
3.1.3. La casa maldita
38
3.2. Vivir es padecer: la pobreza en La casa de vecindad
43
3.2.1. El anhelo de un empleo
44
3.2.2. Pérdida de la esperanza
48
3.2.3. El suicidio: única salida
50
3.3. Venderse o morir: prostitución en La casa de vecindad
53
3.3.1. Juana: la imposibilidad de la dignidad
54
3.3.2. Inés: resignación
57
3.3.3. Georgina: pasado y negocios
59
4. LA AUTOCONCIENCIA NARRATIVA
61
5
5. CONCLUSIONES
67
BIBLIOGRAFÍA
71
ANEXO
73
6
PRESENTACIÓN
En el ámbito de la literatura colombiana debe destacarse el nombre de José
Antonio Osorio Lizarazo, periodista y escritor bogotano quien hacia la década
de los años treinta del siglo XX fue uno de los primeros en incursionar en la
novela urbana, siendo su principal eje temático la ciudad de Bogotá. Su
novela La Casa de vecindad publicada en 1930, inaugura una forma de
abordar la literatura en la que la ciudad se convierte en el pretexto para que
el escritor revele los conflictos que viven sus habitantes. Esta es una manera
diferente de escribir pues hasta esos años en Colombia habían predominado
los temas relacionados con lo rural, siendo el costumbrismo el género más
explotado.
Este trabajo se propone dar una mirada a la imagen de ciudad que se
muestra en la novela La Casa de vecindad de Osorio Lizarazo. Éste a su vez
está dividido en cuatro apartados. El primero hace referencia a las
aproximaciones teóricas y conceptuales sobre las cuales se apoya la idea de
7
la ciudad y su relación con la literatura; el segundo refiere la vida, obra e
ideales políticos del escritor, haciendo énfasis en su idea del arte
comprometido con lo social; el tercero toma la novela como tal para develar
cómo es la ciudad y la casa de vecindad, quiénes son los personajes que allí
aparecen, teniendo en cuenta sus vivencias, conflictos y cómo la ciudad se
convierte en un monstruo que los atrapa. Finalmente, el cuarto apartado
refiere el ejercicio de escritura de parte del personaje principal y cómo puede
calarse el discurso del escritor por medio de la voz de éste.
8
1. APROXIMACIONES TEÓRICAS Y CONCEPTUALES
La ciudad ha sido el espacio para el desarrollo de toda clase de historias, en
las que desde distintas perspectivas se intenta describir la vida de
personajes, lugares y situaciones que se viven dentro de ella. La ciudad
como construcción física tiene implícitas unas reglas que por lo general
deben cumplir sus habitantes, al mismo tiempo que crea con ellos una
cadena de relaciones abstractas, de carácter psicológico, entonces, puede
afirmarse que en la ciudad, las personas que la viven deben procurar encajar
en ella con el fin de no perecer en su devenir. Lo anterior puede palparse en
las calles, las casas y sus vericuetos, porque está presente en la memoria de
quienes la circundan, la viven. La ciudad como ente viviente es y ha sido el
lugar donde se circunscribe el hombre y en la cual ha podido desarrollar todo
su potencial, ya que ha sido la materialización de su capacidad física,
intelectual, emocional, llevado por su afán de darse un lugar, logrando una de
sus más representativas construcciones.
El impacto que ha tenido la ciudad en el desarrollo de las sociedades ha sido
alto, aún desde sus inicios en la antigüedad hasta nuestros días. La ciudad
aparece como una construcción que tiene dos caracteres que la distinguen:
el simbólico y el físico. El simbólico se construye a partir de ella, porque es el
lugar para la imaginación, la ensoñación, la fantasía, allí se recrean los
ideales del hombre, no importa su condición social, la ciudad será ese lugar
en el que se sueña con el bienestar y una vida mejor, no olvidándose la
contraparte que tiene en cuenta que la vida en la ciudad también puede ser
violenta y apabullante. El carácter físico es la ciudad en sí, es decir, sus
calles, edificios, casas, toda una serie cosas palpables. En la ciudad se dan
9
una infinita red de conexiones sociales entre los individuos que la habitan, lo
que facilita que se creen lazos y toda clase de ideas se difundan. De allí
surgen los grandes aportes a la sociedad, sin dejar de lado que como en toda
red social que se construye, son inevitables los conflictos por las distintas
ideologías que pueden presentar los distintos grupos. La ciudad supera la
concepción de ser un espacio físico con sus correspondientes límites.
1.1. Sobre la noción de ciudad
La ciudad permite aproximaciones con el fin de ser descrita o abordada
desde muchas perspectivas con el ánimo de darla a conocerla, es decir,
abrirla como si fuese un cadáver al que se le extirpan sus órganos, buscando
conocer su anatomía profunda. Luz Mary Giraldo (2004) refiere:
durante mucho tiempo la ciudad se ha reconocido como el lugar
donde todos los caminos se entrecruzan… Ahora se evidencia
que, además de ser espacio construido y poblado, es cuerpo
complejo que va más allá de los límites geográficos y de la
población demográfica1.
Siendo esto así, afirma Richard Sennet al respecto de la ciudad que es
“carne y vena, arteria y vena, cuerpo que se adapta o se desprende de sus
espacios y genera actitudes y comportamientos que definen al hombre en la
historia”2. Entonces la ciudad se convierte a su vez en un espacio para que el
1
2
GIRALDO, Luz Mary. Ciudades escritas, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2004, p. xi.
Ibid., p. xii.
10
hombre narre las transformaciones ideológicas de las diferentes épocas, en
las cuáles a cada una le corresponden unas características. Por ejemplo la
Bogotá de Osorio Lizarazo, entre otras.
Tratándose de recovecos y lugares de la ciudad, se critica que al espacio no
se le dé la importancia que merece. Pues se cree que la ciudad es un ente
en sí misma y que no se debe hacer énfasis en sus trazados o en las
historias que entre sus calles o casas se entretejen, en las que participa todo
un conjunto de personajes que con sus vidas llegan a iluminar u oscurecer el
carácter cambiante de la ciudad. Al respecto Argüello (2000) refiere que:
Rara vez se habla del espacio como personaje, como organismo,
el espacio como pre-texto, con-texto; la ciudad como texto abierto,
sorpresivo, pero también como anti-texto, es decir, de la ciudad
como el espacio que desborda cualquier límite y presupuesto
(Argüello, 2000, p. 230).
A lo anterior cabe anotar que, la ciudad al ser en sí un grupo de lugares que
se entrecruzan, que cumplen ciertas características espaciales y físicas que
permiten reconocerla como tal, se debe observar como un ser que posee
vida, en la medida que es susceptible de nacer, crecer y desaparecer. Por
tanto, cuando se afirma que el espacio debe ser asumido como un
organismo, aparece la posibilidad de estudiar su crecimiento repentino o su
desaparición total, porque todos los asuntos concernientes a la ciudad
pueden rastrearse en las esquinas, en sus plazas, en cualquier lugar. Como
un libro que se abre en cualquier página, permite leer entre sus líneas su
propia historia o de la de los sujetos que viven en ella, de ahí es que se
11
puede afirmar que la ciudad es un ente que no se deja encasillar, porque
siempre habrá algo que decir al respecto.
Para Armando Silva, la ciudad tiene relación con el lenguaje, ya que este es
el vehículo con el cual hacemos o construimos nuestras sociedades, “la
ciudad es también un escenario del lenguaje, de evocaciones y sueños, de
imágenes, de variadas escrituras de un mundo que lenta y colectivamente se
va construyendo y volviendo a construir, incesantemente”3. El lenguaje y la
ciudad se amalgaman de manera que no es posible concebir una ciudad en
la que el lenguaje no esté presente en la construcción de la misma, porque
aunque no exista conciencia de su importancia, el lenguaje hace parte de las
estructuras físicas y psicológicas que sostienen la ciudad. Quiere decir esto
que en las formas como se comunican o expresan sus habitantes, aparece
implícito el lenguaje y su influencia en la construcción y desarrollo de la
ciudad.
Dentro del campo de las interpretaciones que se han hecho alrededor del
tema de la ciudad, trabajos como el de José Luis Romero, Latinoamérica: las
ciudades y las ideas4, refiere que en la mayoría de las ciudades
latinoamericanas, a partir de la segunda década del siglo XX, debido al
crecimiento desproporcionado y sin planeación, se hicieron evidentes
problemáticas sociales, relacionadas con las dificultades económicas que
presentaron sus habitantes. Dentro del sinnúmero de problemáticas que se
agravaron en las ciudades sobresalen, según el autor: la pobreza, la
3
Ibid., p. xii.
ROMERO, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Medellín, Editorial
Universidad de Antioquia, 1999.
4
12
violencia, la miseria, el desplazamiento, la prostitución, entre otras; las cuales
se muestran como retos a vencer en la vida citadina, ante la imposibilidad de
los individuos recién llegados por encajar dentro de la sociedad ya
establecida, siendo a su vez las anteriores, las que definen a la ciudad en su
devenir caótico.
En la ciudad recreada a partir de principios del siglo XX, se expresan -en
palabras de Luz Mary Giraldo (2004)- las hibridaciones, los fenómenos de
movilidad social, política, cultural, racial e ideológica de nuestros países, y
cómo “las ciudades alcanzan las dimensiones metropolitanas que dialogan
con zonas periféricas” (p.xvi). Es así como se presentan nuevos fenómenos
relacionados con el hecho literario que involucra a las incipientes urbes,
porque cómo lo afirma José Luis Romero (1999), hasta esos años las
ciudades no eran más que lugares en los cuales sus habitantes llevaban
vidas más o menos apacibles. Las ciudades eran aldeas, que no
despertaban ningún interés en el cual centrar las expectativas de una vida
mejor. Sin embargo, con la crisis del campo a mediados de los años veinte y
la recesión económica de las grandes potencias de los años treinta, que
afectó a las economías de Latinoamérica, los trabajos empezaron a escasear
en el área rural, es así como surgió la alternativa de la huída a la ciudad de
parte de las personas, con el ánimo de encontrar a fuerza de sacrificios un
lugar en los centros urbanos.
Para complementar el apartado anterior, Romero (1999), frente al caso
colombiano refiere que hacia 1930 Bogotá es una aldea en crecimiento en la
que los campesinos dejan sus tierras y su vida rural para insertarse en la vida
urbana, obligándose a cambiar su modus vivendi. Esta situación trae como
13
consecuencia que muchos de ellos se encuentren frente a un muro
infranqueable debido a la imposibilidad de conseguir los medios que les
permitan sobrevivir en un espacio que no es del todo suyo. En la medida en
que la ciudad (Bogotá) crece y se va poblando más, sus habitantes se hacen
protagonistas de su crecimiento y los cambios que ella presenta, porque
tienen que ajustar sus mentalidades, su forma de relacionarse y verse con
respecto al entorno. Hoy la ciudad es una pero no se tiene la certeza de que
mañana sea igual. Agrega el autor que las ciudades latinoamericanas
sufrieron un proceso de masificación a partir de los años treinta que produjo
un cambio significativo en el ámbito de las relaciones que se establecieron
entre sus habitantes antiguos y los que llegaban a ellas. Por tanto “la crisis
trajo escasez al campo y a las pequeñas ciudades, y por ende el hambre y la
muerte” (Romero, 1999, p.386). Así cambió el panorama tanto para los
habitantes del campo como para los de las ciudades. Sin embargo, ocurrió
un fenómeno de migración de los habitantes del campo a las ciudades.
Porque se entiende que la crisis de los años treinta en Norteamérica afectó la
incipiente industria que se desarrollaba en las ciudades latinoamericanas, así
que los industriales, expone Romero, decidieron volcar su estrategia hacia
las ciudades para que las pérdidas originadas por la falta de facturación a las
empresas internacionales no afectaran sus capitales. “Las ventas se
retrajeron y los precios se desbarrancaron. El pánico multiplicó los efectos
del nuevo plan y a las consecuencias económicas de las crisis se sumaron a
los efectos sociales y políticos” (Romero, 1999, p.386). Parte de esta
estrategia era la creación de industrias en las ciudades lo que derivó en
falsas expectativas en la población que se encontraba en el campo y en la
periferia. Para el autor, toda crisis económica trae cambios políticos, sociales
y económicos, hubo por tanto una reorganización de los esquemas sociales
que se mostraban en las ciudades, sin olvidar las profundas reformas que en
su mayoría afectaban a los sectores más pobres de la población.
14
Por otro lado, las élites se mantuvieron a flote, en cambio las clases menos
favorecidas sintieron el rigor de esos cambios. Ante la falta de oportunidades
en el sector rural, sus pobladores se lanzan a la ciudad en busca de un mejor
vivir, debido a la expectativa generada por las industrias que se crearon: “así
había comenzado a aparecer una demanda de trabajo urbano con buenos
salarios que desató la imaginación de muchos desocupados rurales”
(Romero, 1999, p.387). Esta avalancha de personas sobre las incipientes
ciudades latinoamericanas creó una problemática aún mayor porque la oferta
no satisfacía la demanda. Y al no encontrar el campesino y los habitantes
antiguos nada que hacer, se refugiaban en pequeños guetos conformados
por personas que compartían cierta afinidad, otros se iban a la periferia
rompiendo los límites, a la vez que se aumentaban las casuchas y la invasión
de terrenos en los bordes de la ciudad. Estos desarraigados que difícilmente
encajaban en la estructura ya establecida de la ciudad, sintieron con toda la
fuerza la miseria y el hambre, las clases que poseían algún poder económico
al observar la masa que se aproximaba sintió recelo y miraba impotente
cómo su apacible aldea se transformaba en un lugar donde pululaba la
pobreza.
Es así como la ciudad se transforma en todos los ámbitos, por tanto, sus
habitantes se ven impelidos a buscar otras estrategias para sobrevivir.
Giraldo (2004) al respecto afirma:
La ciudad crece tanto en espacio y población y diversifica sus
formas arquitectónicas, de vida, pensamiento y comportamiento,
dando lugar a una sociedad compleja, pues a la vez escindida,
masificada, inestable y anómala, orientada hacia la conquista del
éxito económico (Giraldo, 2004, p. 140).
15
Explica Romero (1999) a propósito de la ciudad escindida que, se creó
gracias a la migración del campo a las ciudades, una división entre los
habitantes ya establecidos y los que llegaban a ella en busca de una
oportunidad. Es así como surgieron en las plazas y lugares públicos una
serie de grupos de personas que se reunían en busca de un empleo para
desarrollar actividades de poca monta con tal de ganar un poco de dinero;
otras y en especial las mujeres se dedicaron al servicio doméstico en las
casas de las señoras que contaban con el dinero para pagarles un salario.
Ante el panorama expuesto, la lucha se centró por conseguir un lugar en la
sociedad, en la que participaban todos los seres que vivían en la ciudad,
incluidos los que ya la habitaban desde hacía tiempo y tenían ciertos
conocimientos de la vida urbana y los recién llegados que apenas
empezaban a descubrir los intríngulis de la vida citadina.
1.2. La ciudad y la literatura
Aunque existen muchos manuales de historia y ellos podrían contar cómo
aparecieron las ciudades, cómo se desarrollaron, entre otros interrogantes,
no se debe olvidar que algunas ciudades poseen una literatura que las
desnudan y que las refieren abandonando los marcos enciclopedistas, en
busca de develar las profundidades de un ser, el cual no es fácil conocer de
un simple vistazo.
16
En cuanto a la relación entre la literatura y la ciudad, afirma Juan Carlos
Pérgolis que:
La literatura nos mostró que la fantasía y la realidad se conjugan
en la ciudad creando una única imagen y que la realidad sin la
fantasía no existe. La ciudad de la utopía es la ciudad del
pensamiento, de la razón, de la expectativa colectiva por un
mundo mejor; la sociedad que pierde sus utopías
irremediablemente perderá sus ciudades5.
Y si la literatura permite crear imágenes, sueños y un mundo simbólico
alrededor de la ciudad, es conveniente entonces hacer énfasis en que no
pueden quedar en el vacío los esfuerzos de los escritores por retratarla, y
cuando se dice retratarla se pretende ir más allá de la simple descripción,
pues debe entenderse que la ciudad es una de la más representativas
construcciones del hombre en su historia. Por lo anterior, la poesía, los
cuentos, las novelas, que hablan de la ciudad tienen importancia, ya que
abren ventanas que permiten dar una mirada a las infinitas interpretaciones
que de ella se puedan hacer.
La literatura se ha encargado de mostrarnos toda clase de ciudades, incluso
se pueden recorrer como lo hicieran los personajes que allí habitaron. Los
escritores colombianos también han puesto sus ojos en la ciudad, como la
manera más concreta para manifestar el sentir de sus experiencias vividas.
Allí tratan de dibujar con su correspondiente estilo, la forma que más se
asemeje a la ideología que quieren representar, se podría decir que cada
novela sobre la ciudad tiene el propósito de dar a conocer sus perspectivas,
5
GIRALDO, Op cit., p.127.
17
sus esperanzas, sus sueños, sus demonios, con el anhelo -de parte del
escritor- de recuperar, mostrar o dejar para la posteridad, lo que considera
más importante de la ciudad que ocupa su trabajo de escritura.
Algunos escritores las han mostrado como el ideal soñado, otros como un
monstruo inmisericorde, otros han hablado de su historia, sus conflictos, sus
calles, en fin. Y sin importar cual sea la óptica desde la que aborden la
ciudad, los escritores no olvidan que allí existen personajes que habitan y
deambulan, de los que se hace necesario mostrar su condición, no importa
cual sea, con el ánimo de revelar situaciones, problemáticas que a veces por
su mismo carácter cotidiano pasan inadvertidas. Ya que los cambios
referidos a los ámbitos políticos, culturales, sociales, económicos, etc., logran
que de las calles, las casas y los infinitos recovecos de la ciudad nazca una
literatura inspirada en su respiración, en su sentir. Porque es en estos
espacios donde las personas combaten el diario vivir, allí es donde surgen
las historias de personajes anónimos y desposeídos. Porque es un grupo
informe de personas, es una nueva clase que recorre la ciudad por entre sus
calles, y es desde allí donde la novelística colombiana se nutre para crear un
ambiente en el que sus habitantes interactúan con el entorno urbano. Al
respecto Giraldo (2004) afirma que:
Además de los inmigrantes la ciudad también ha sido construida
por transeúntes a quienes reconocemos de diferentes maneras:
entre los que van de paso o de tránsito como turistas o viajeros y
los que la habitan y recorren vagando por ella, viviéndola,
reconociéndola o evocándola. Indudablemente la nueva narrativa
ofrece distintas formas de tránsito o vagabundeo y en gran parte
de ella se reconoce la crisis irredenta, la contradicción de
18
espacios, el conflicto permanente, la aglutinación de los habitantes
y las formas expresivas que construyen o destruyen6.
Por tanto, no puede pensarse que haya ciudades en la literatura, sin que
ineludiblemente se piense en que deben existir relaciones entre los
individuos que viven e interactúan con ella. Los personajes de las ciudades
se adscriben, se dejan marcar y siguen sus reglas.
En las ciudades de la literatura se encuentran las que representan lugares
históricos, las que hacen una separación entre la opulencia y el desarraigo.
Giraldo (xiv: 2004) explica que hay autores que describen ciudades cuya
historia es conocida y cita como ejemplos a Cartagena, Bogotá, Tunja. Las
define como ciudades museos; otras tienen el carácter de ser un lugar para
el desarrollo de la intelectualidad y la aristocracia; otras son espacios
sociales y culturales que permiten la crítica y la parodia. Todos y cada uno
tiene un motivo para exaltarla o vilipendiarla.
El escritor en su labor, busca y junta los materiales, trata de apropiarse de las
vivencias citadinas, procura adivinar lo que piensan y sienten los seres que la
respiran, para lograr la imagen de ciudad que más se acerque a su
sensibilidad. Expone Luz Mary Giraldo que:
Algunos narradores proponen recorridos por las calles de la ciudad
mediante personajes que se apropian de ella, poseyéndola como
si fuera “una mujer largamente codiciada”, una mujer que es a la
6
Ibid., p. 159.
19
vez “todas las mujeres” y entrega “sus mejores favores”, mientras
otros exhiben historias en “calles ajenas”, en desoladoras y
expectantes calles a las que es “prohibido salir” (prohibición y
peligro constituyen y entrecruzan un caso de analogía que se
acerca al extrañamiento.7
La literatura se nutre de la ciudad y viceversa, y desde los inicios de las
ciudades y los fenómenos culturales, políticos y sociales que se derivan de
ella, los narradores han intentado recrear sus percepciones alrededor de lo
vivido en los lugares donde se da la interacción de los habitantes con la
ciudad. Porque la ciudad se convierte en el pretexto perfecto para mostrar lo
intrincado de los conflictos humanos.
Para el caso colombiano, la ciudad de Bogotá hacia los años treinta del Siglo
XX, empieza a cobrar importancia para algunos escritores, los cuales se
nutren a partir de las percepciones que tienen de ella, incluyendo en su
escritura asuntos relacionados con el sentir de sus habitantes y las tensiones
que surgen en la lucha por sobrevivir. Así, la miseria, el hambre, la
prostitución y demás problemáticas sociales, que se encuentran en las
piezas, los bares, las plazas, se vuelven temáticas porque revelan
personajes ensimismados a quienes la falta de un empleo, la pérdida de un
familiar o el hecho de no encajar en el sistema los sumerge en una profunda
tristeza, sin olvidar la violencia física y psicológica que en todos los ámbitos
se puede observar, que a su vez incluye: discriminación social, malos tratos
intrafamiliares, explotación laboral, violencia sexual, robos y atracos en las
calles, etc., haciendo de la vida en la ciudad una dura experiencia.
7
Ibid., p. xiii.
20
2. OSORIO LIZARAZO Y LA NOVELA EN COLOMBIA
José Antonio Osorio Lizarazo aparece en la escena literaria colombiana
hacia finales de los años veinte con una propuesta estética que procura dar
una mirada sobre la vida urbana, centrándose específicamente en la ciudad
de Bogotá. Una de sus primeras novelas es La casa de vecindad escrita en
1930. En esta novela se evidencia que los temas tratados son de índole
social, en la medida en que hace hincapié en las problemáticas que se viven
en la ciudad. Bogotá hacia esta época no ha podido escapar a la crisis
económica que se origina a partir de la caída de la economía
Norteamericana, expuesta por Romero (1999), que afectó el desarrollo de las
economías incipientes de los países del cono sur. Ante este panorama la
ciudad se ha transformado y por ende la percepción que se tiene de ella, es
así como la sensibilidad del escritor apunta a mostrar cómo ha sido esa
transición de aldea apacible a un espacio ruidoso, sucio, anómalo, en el que
las personas sólo buscan encajar en la estructura de la sociedad.
Los personajes de Osorio Lizarazo hacen parte del grupo de habitantes que
no pertenecen a la sociedad normalizada. Expone Romero (1999) que este
segundo grupo “era una sociedad anómica instalada precariamente al lado
de la otra como un grupo marginal” (p.400). Y si la marginalidad es una de
las características de estos habitantes, es preciso que el escritor quiera dar a
conocer sus vivencias, ya que ese mismo carácter anónimo hace que en la
ciudad de la sociedad establecida, normalizada, nada se sepa de ellos,
entonces, Osorio Lizarazo les da la oportunidad de salir del anonimato en el
que se encuentran.
21
2.1. Vida y obra
Al respecto de la vida de José Antonio Osorio Lizarazo, Santiago Mutis Durán
(1978) refiere que el escritor nació en Bogotá el 30 de diciembre de 1900 y
que murió el 12 de octubre de 1964 en la misma ciudad, de familia de
escasos recursos, hijo de un carpintero del centro de la ciudad, inicio sus
estudios a los ocho años en el Colegio de San Bartolomé. Fue conocido en el
colegio hasta que terminó el bachillerato como Garabato por ser alto y
desgarbado. En sus años de juventud, se fue de la ciudad, visitando algunas
regiones del país en las cuales se desempeño como minero, administrador
de cafetal, entre otras ocupaciones, hasta que a la edad de veintiún años
regresa a la capital en precaria situación de salud. Superada la enfermedad,
se presenta con un escrito al periódico Mundo al día, en donde es contratado
como redactor principal, ocupándose de la nota roja y los temas cotidianos.
De este trabajo nacería su primer libro La cara de la miseria (1926). Trabajó
en los periódicos El Diario Nacional y El Tiempo, en los cuales acentuó y
perfeccionó su labor periodística con sus crónicas sobre los temas que vivía
la ciudad, fue jefe de redacción del diario gaitanista Jornada. Desempeñó
algunos cargos públicos como: Secretario Privado de los Ministerios de
Guerra (actual Defensa Nacional) y Educación, y director de publicaciones de
la Contraloría General de la Nación.
Refiere José Eduardo Rueda Enciso8, al respecto de la vida del escritor que,
hacia 1946, abandonó a su jefe y amigo el caudillo liberal Jorge Eliécer
Gaitán, para irse por un largo tiempo de periplo por Latinoamérica. Vivió en
8
Tomado de la Página Web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/biografias/osorjose.htm
22
Argentina hasta 1955, donde colaboró con la dictadura del general Juan
Domingo Perón. Posteriormente vivió en Chile y en La República
Dominicana, donde fue colaborador del dictador Rafael Leonidas Trujillo. En
1961 regresa a Bogotá, en 1963 ganó con El camino en la sombra el Premio
de Novela Esso. Finalmente, agrega el autor, Osorio Lizarazo pasó sus
últimos tres años dedicado a la escritura.
En el inventario de su producción escrita se encuentran: La cara de la miseria
(crónicas) 1926; La casa de vecindad (novela) 1930; Barranquilla 2.132
(novela) 1932; La cosecha (novela) 1935; El criminal (novela) 1935; Hombres
sin presente – novela de empleados públicos (novela) 1938; Ideas de
Izquierda, Liberalismo, partido revolucionario 1939; Garabato (novela
autobiográfica) 1939; El hombre bajo la tierra (novela) 1944; Gaitán, vida
muerte y permanente presencia 1952; El día del odio (novela) 1952; El
pantano (novela) 1952; entre otras producciones en las que figuran novelas,
crónicas y artículos de revistas.
2.2. Osorio escritor social
La forma de la escritura de Osorio Lizarazo no es gratuita, obedece a una
forma de percibir el arte, no como un instrumento de entretenimiento, ocio o
deleite, sino que debe estar comprometido con los asuntos propios del
desarrollo de la sociedad, en la que las injusticias relucen en el día a día, sin
que nadie parezca darse cuenta de esto. En un artículo de 1938 titulado La
esencia social de la novela sentaría esta posición, pues refiere que la novela
es la mejor forma para denunciar lo que ocurre en la sociedad, ya que sí el
23
artista dedica su esfuerzo creador a la simple contemplación individual, es
egoísta pues no está en sintonía con la búsqueda del bien colectivo, que es
para el autor uno de los fines que debe buscar el arte. Al respecto de La casa
de vecindad, Tomás Vargas Osorio, pone de manifiesto que es la que
inaugura la novela social en Colombia y agrega:
El hombre urbano, sin presente y sin porvenir, ha encontrado en
este novelista un observador exacto (…) A veces Osorio acentúa
el dramatismo más allá del que puedan tener estas vidas humildes
(…) El autor se complace en hacer oscura y sofocante la
atmósfera que en que respiran sus criaturas, cuya línea de acción
es un trazo rígido hacia el fracaso o la muerte9 (Introducción).
En Osorio Lizarazo persiste el ánimo de mostrar la sociedad desde lo bajo,
no le interesa congraciase con las altas capas de la sociedad establecida, en
la que los privilegios hacen que no se tenga que padecer hambre o sentir
tristeza ante la expectativa del hoy, del futuro. Son personas reales, que se
encuentran en las calles, en los barrios de clase baja, situados en el centro
de la ciudad, donde tiempos atrás habitaran los ricos o en las laderas o
cerros de la ciudad. En fin, tienen en común la carga de una vida dura, en la
que por más esfuerzos que hagan por encajar, no lo logran, porque no hay
espacio, porque son vistos como los residuos que ha dejado la crisis, en
tanto que la ciudad al ir creciendo no ha podido generar la oportunidades que
todos reclaman, porque la oferta ha superado la demanda y ante esta
situación, casi nada hay que hacer, sólo cabe la resignación para estos
personajes.
9
OSORIO LIZARAZO, J. A. “Casa de vecindad” En: Novelas y crónicas, Bogotá, Selección
e introducción Santiago Mutis Durán, Instituto Colombiano de Cultura, 1978, p. XXVII. En
adelante, todas las citas referentes a la novela materia de estudio y de la introducción que la
antecede remitirán al número de página correspondiente.
24
Gustavo Samper en una nota de 1939 citada por Mutis Durán (1978) dice
que la vida de Osorio Lizarazo es novelesca y novelada. Novelada por él
mismo Osorio, ya que como el autor lo anota:
Es quizás una vida un poco dura, pero tampoco ha sido una vida
de crueles sufrimientos ni de adversidades permanentes, como él
se complace en presentarla a menudo. De aquí que todas sus
cosas las haya convertido, por una poderosa transformación
intelectual, en un quejido sordo, a veces lento, pero siempre
sostenido y constante. (Introducción, p. XXVIII).
El quejido al que se hace referencia, se muestra en las páginas de la novela
en la medida en que los personajes se sienten postrados ante su propia
realidad, porque no hay lugar para la aparente felicidad que brinda la vida
citadina, el anhelo de progreso, de bienestar se ha quedado en el camino
para ellos. Y en este entramado adquieren la conciencia de que toda lucha
es inútil, por ende ya no tratan de hacer algo, simplemente se dejan llevar por
el devenir de sus vidas. Vidas que desde el punto de vista de Osorio Lizarazo
cobran importancia, porque lo que les ocurre va en contra vía de lo que
debería ser la sociedad, en la medida que no es justa, además de no permitir
la emancipación de las clases más bajas. De ahí que esta novela sea la
muestra de su rebeldía contra el sistema imperante.
Afirma Gustavo Samper que Osorio Lizarazo es un escritor social, debido a
su admiración por Máximo Gorki, quien para el autor “ha sabido
compenetrarse con los sufrimientos de su pueblo para exteriorizarlos con
fuerza y rebeldía”. (Osorio, 1978. p. XXVIII). Y agrega que el novelista es de
temperamento de izquierda:
25
Para probar esta afirmación no hay sino que darle una ojeada a su
libro Liberalismo, Partido de Izquierda, en donde el autor sostiene
las tesis más audaces y francas de redención social y económica
para el proletariado”. (Introducción, p .XXIX).
Son estas influencias las que han abonado el terreno para que la escritura
del autor, apunte a remarcar las diferencias de clases y hacer entender al
público de sus novelas que existe otra sociedad. Osorio Lizarazo construye
un lugar oscuro, porque en la ciudad de La casa de vecindad todo es
conflictivo, obedece a la mirada que el escritor tiene sobre ella, es otra forma
de abordarla, a la vez que deja entrever su ideología. Ideología en la cual el
arte y en especial la literatura tienen que estar comprometidos con lo social.
Esta idea expuesta con anterioridad vendrá a ser reforzada en una entrevista
concedida a Jorge Mario Clavijo en 1943 y citada por Santiago Mutis Durán,
en la que Osorio Lizarazo afirmó:
En la época presente las expresiones tienen que cumplir una
función social. Ahora no es el tiempo en que el arte o la novela
tienen por objeto halagar la imaginación de los públicos. Tiene que
dirigirse a la inteligencia, a la revelación de los propios males, a la
interpretación de las angustias colectivas, de los anhelos comunes
por la justicia y la paz. Mas para hacer obra perdurable es
necesario haber vivido. Vivir es padecer. Es decir, haber padecido.
La sensibilidad del escritor sólo debería reaccionar ante el
sufrimiento, porque el mundo está abrumado de dolor, y ese dolor
hay que arrancarlo. Describirlo para remediarlo (…) (Introducción,
p. XXXV).
El compromiso del arte con lo social hace que el escritor narre el lado
humano de las tragedias que sus personajes viven, es una manera de
denunciar la inclemente realidad que se vive en la ciudad, y que mejor modo
26
que en una casa de vecindad. La casa se convierte en el espacio perfecto
para mostrar cómo la gran ciudad apabulla, porque es desde la casa donde
el personaje narra sus penurias, dejando ver la desesperación que lo agobia,
es el lugar de donde es lanzado a la calle, para convertirse en un mendigo
más. Por lo tanto, la literatura, es la manera como el escritor denuncia lo que
pasa a su alrededor, es una vía única y precisa para mostrar que el arte debe
estar enfocado a desvelar los conflictos humanos en la vida urbana.
2.3. Aportes de Osorio Lizarazo a la narrativa colombiana
Osorio Lizarazo fue el escritor que se encargó de dar un nuevo aire a lo que
se escribía sobre la ciudad, se atrevió a desmitificarla, a desenmascararla,
siguiéndole los pasos a unos seres que expectantes sólo sueñan que la
muerte venga a solucionar sus problemas. Enuncia la imagen de una ciudad
desbordada, sobre la que no hay control, que crece a un ritmo acelerado,
más rápido de lo que sus habitantes pueden percibir, la utopía se perdió, el
mundo feliz se deshace entre los dedos, los personajes son incapaces de
asir algo concreto porque en la ciudad de Osorio Lizarazo, la duda es la
única certeza, es la ciudad sórdida, es tan directa la mirada del escritor que
una simple casa de vecindad, viene a constituir el micromundo en el cual se
refleja a la perfección lo que se vive en la ciudad. Los personajes acosados,
desnutridos en sus cuerpos y espíritus combaten una miseria, un hambre que
alcanza para corroer hasta el alma.
Toda clase de esperanzas circundan las mentes de estas personas, pero no
es posible que alcancen sus sueños, porque hasta el soñar parece estar
27
vetado, y no es que el escritor se ensañe contra ellos, es simplemente que
así debe ser. En la narrativa de Osorio Lizarazo perviven las formas de una
escritura cuya razón principal es no olvidar que en los amplios terrenos que
envuelve a la ciudad existe el otro, aquel a quien su condición social no le
permite más lujos que un piso lleno de cartones para dormir, haciéndole
olvidar que podría expresar su inmenso desconsuelo ante la situación que
vive en el día a día. Al menos en el campo de las letras, la realidad no pasó
de largo, no se quedó en comentarios sueltos, porque basta una sola línea
para que las injusticias expuestas por el escritor pervivan como una muestra
del compromiso social que lo movía a escribirlas. En este sentido Jorge
Moreno Clavijo -acerca de Osorio Lizarazo- escribió:
En treinta años nadie fue tan fiel a su vocación, pese a las
adversidades que le proporcionó nuestro cerrado medio. Veinte
títulos publicados y diez inéditos. (…) La temática de Osorio fue
atacada por quienes no desean que aboque temas que pueden
provocar el desasosiego. Nuestra narrativa experimentó al
aparecer los libros de Osorio Lizarazo, un fuerte impulso;
desconocidos aires se le sumaron y una savia diferente hizo
irrupción en nuestra literatura. Era la influencia de los maestros
rusos de los cuales Osorio fue fiel discípulo. Hay que señalar al
autor de Crimen y castigo quizá como el que mayor huella dejó en
el espíritu y en la prosa del escritor (…) palpó certeramente todos
los problemas que afectan a [nuestras] tres clases sociales (…) El
estilo directo, claro, supo captar lo que deseaba (…) exhibiendo el
vigor todo con que fueron escritas, las páginas humanas,
terriblemente humanas, vigorosamente humanas, del angustiado y
poderoso novelista. (Introducción, p. XLVIII y XLIX).
La nota deja entrever que las temáticas de Osorio Lizarazo despertaban en
los críticos que se dedicaban a la lectura juiciosa de su narrativa,
comentarios en pro de su obra, ya que estaban en sintonía con lo que en la
28
época pasaba en las ciudades, claro está que no era la única forma de la
narrativa colombiana, y que también sus novelas tenían detractores, pero no
es el caso enumerar errores o criticas, sino procurar una mirada a la imagen
de la ciudad en una novela que como La casa de vecindad puso en situación
lo que allí se vivía.
Ernesto Volkening en su ensayo Literatura y gran ciudad de 1972, afirma que
el gran acierto de Osorio Lizarazo es haber mostrado al alter ego que
deambula en las calles, al hermano mil veces repudiado y mil veces
resucitado. Agrega que para evocar la imagen de Bogotá como lo hizo Osorio
Lizarazo, quien lo intente en tiempos posteriores debe:
Estar familiarizado con la sociología de gerentes y secretarias, de
empleados y obreros, de vendedores ambulantes y niños vagos,
con la anatomía y la fisiología del descomunal organismo urbano,
con el funcionamiento de su cerebro, sus vísceras y sus genitales,
sepa echar mano del efecto de extrañeza imprescindible para
proyectar sobre la cotidianidad ululante de nuestras calles la
mágica luz del ocaso y nos cuente el mito de la gran ciudad de hoy
y mañana (…) (Introducción, p. LVIII).
Por tanto, el acierto de Osorio Lizarazo es haber mostrado la fisonomía de la
ciudad, revelando sus problemáticas inherentes, sin olvidar los seres que
viven en ella, en un esfuerzo para que sea reconocido el lugar que ocupan en
la sociedad.
29
3. IMAGEN DE CIUDAD EN LA NOVELA LA CASA DE VECINDAD
La falta de una oportunidad para ejercer un empleo que permita tener unos
ingresos que aseguren al menos una vida digna, hace que muchos de los
habitantes de Bogotá caigan en la miseria y la pobreza. Por tanto, estos
excluidos de la sociedad empiezan a mostrar que en la ciudad no todo es
perfecto. Osorio Lizarazo se percata de esta situación, entonces, hace que
su escritura gire en torno a estos personajes que no tienen la forma de
encajar en la estructura social. La atmósfera sofocante es la que se percibe
como imagen de ciudad en Osorio Lizarazo. La ciudad ya no es el espacio
de la tranquilidad aparente, porque al irse masificando cambia, por ende la
percepción que se tiene de ella no es la misma, ya que muestra otra cara,
que no es más que la de la miseria. Ante esta perspectiva afirma Luz Mary
Giraldo (2004) que:
especialmente en la segunda mitad del presente siglo, tanto el
concepto como la imagen de ciudad ha evolucionado de manera
considerable en nuestra literatura, al pasar de representación de
mundo ideal a mundo real y degradado; de mito deformante a
realidad cultural;… (p. xvii).
Lo que podría ser un lugar utópico para vivir, se ha transformado en un lugar
conflictivo, en donde existe multiplicidad de cruces y transformaciones, como
puede verse en ciudades modelos como Nueva York, París, Londres, etc. La
urbe es un ente devorador, perverso, que mengua la condición humana. En
este mismo sentido, Giraldo relaciona esta transformación con la propia obra
de Osorio Lizarazo en estos términos:
30
Es necesario recordar que la ciudad se ha concebido como el
lugar ideal para vivir, espacio, de perspectivas futuras y
realizaciones socioculturales, escenario donde todos los caminos
se cruzan, del cual surgen múltiples posibilidades vitales, sociales,
culturales y existenciales. Esa idea de ciudad surgida en
Latinoamérica en momentos fundacionales y realizada en unas
formas arquitectónicas y estructuras ideológicas, ha determinado
una serie de modelos: París, Londres, Madrid, Nueva York, por
ejemplo, representan diversas épocas y mentalidades que han
hecho de ellas lugares mitificados, centros anhelados. Imágenes
de bienestar y crecimiento cultural. El reverso de ellas o de la idea
de ciudad como un ideal demuestra que ella devora, enferma,
conduce a la perversión y al resquebrajamiento de valores. Como
ejemplo de ello puede considerarse la vivencia conflictiva que
Osorio Lizarazo da a sus personajes seducidos y atrapados por
esa figura “mítica” de la ciudad, a la vez sueño y perdición de sus
novelas”10.
La ciudad está llena de obstáculos y lejos de los sueños de ascenso social y
bienestar, se muestra indolente, es la ciudad en su verdadera fisonomía,
anómala e imperfecta, esa es la ciudad de Osorio Lizarazo, es otra mirada,
en la que los personajes que la habitan son sólo piezas impávidas, es la
masa que la ciudad arrastra en sus constantes sacudidas, entregándose al
inexorable destino que ella le quiera imponer. De ahí que el final no sea otro
que la caída, el descenso, que encarna serias incidencias en las mentes de
los personajes, al punto de arrebatarles sus mínimos sueños, porque nada
pueden hacer ante el poder del monstruo que habitan.
10
GIRALDO, Op. cit., p. xviii.
31
3.1. La ciudad novelada
La ciudad de Osorio es un ser en crisis, es problemática, en la cual los
personajes se pierden en los laberintos que envuelve la vida diaria. En esta
novela la ciudad emerge como una construcción deforme en la que el escritor
hace énfasis en revelar la miseria, la pobreza, el hambre y la exclusión
social, siendo estos los puntos a vencer por parte de los personajes, porque
en la ciudad no hay lugar para engaños, las relaciones sociales se presentan
de diferentes maneras y los protagonistas son los más bajos en la escala
social, rateros, prostitutas, obreros de baja categoría, entre otros. Ellos son
quienes conforman el verdadero rostro de la ciudad. Frente a esto afirma
Luz Mary Giraldo:
La diversidad de ciudades imaginadas y escritas en la narrativa
colombiana de la segunda mitad del siglo XX, constata que lo
urbano responde a una sensibilidad, una actitud, unos modos o
modelos de expresión y comportamiento, desprendidos de la
historia. La ciudad alimenta imaginarios en los ciudadanos y en
seres ajenos, relacionando realidades y fantasías, toma de
conciencia de historia, sociedad, identidad y modos expresivos.
Las formas de concebir la ciudad y de expresarla demuestran que
según sus imaginarios es posible reconocer multiplicidad de
ciudades que apelan a la existencia de hombres solitarios y
transitorios, lugares para vivir o morir, concepciones de mundo y
pensamiento, personajes, lugares, atmósferas, modo de vida y
sensibilidad de época. (Giraldo, 2004, p. xv).
Por tanto, cuando el escritor toma conciencia de la existencia de la gran
ciudad, puede entrar a definir los caracteres que considera más inherentes a
su sensibilidad, siendo esto así, la imagen de ciudad de Osorio Lizarazo
32
corresponde a un mundo en caos, que será el tema constante de sus
novelas. Volkening (1972) citado por Santiago Mutis Durán anota que:
La novela de la gran ciudad sólo se ha podido escribir desde el
momento en que surgieron en la América Latina grandes ciudades
(…) y a esa melancolía tan dolorosa como indefinible se asociará
cual complemento emotivo aquel patetismo salvaje y grandioso
con substrato de peligro, muerte y destrucción apenas tangible, si
bien omnipresente en la imagen de estas grandes ciudades (…)
(Introducción p. L).
En la ciudad de Osorio Lizarazo, la pobreza y la miseria corroe los huesos,
las ganas, todo se limita al diario vivir, las escenas de la novela permiten
palpar las ingentes necesidades de personajes acosados, que tratan de
sostenerse cuanto pueden recorriendo las calles, viviendo en los cerros, al
lado de los desagües de las alcantarillas o en las zonas alejadas de la
ciudad, mientras que la sociedad echa sobre ellos una manta que sólo
intenta disimularlos o hacer caso omiso de su precaria existencia. En este
sentido, Luz Mary Giraldo plantea que en las novelas de Osorio Lizarazo:
Al ver en ellas la mitificación y la utopía, el narrador presenta su
contrario en la destrucción y la desilusión: el bien y el mal entran
en juego, la civilización y la barbarie, la ciudad y el campo, en un
constante forcejeo en el que ella seduce, atrae, devora, aliena y
abandona a la soledad y la incomunicación. (Giraldo, 2004, p. 51).
33
3.1.1. La Bogotá de La Casa de vecindad
Transcurren los años treinta, el mundo atraviesa una seria crisis financiera
(Romero 1999), y la que fuera hasta hace unos diez años una aldea, se ha
ido convirtiendo poco a poco en una ciudad que parece desbordar lo
conocido, ya que hasta esos años en Colombia ninguna ciudad había
experimentado un crecimiento tan continuo y acelerado. Para el caso de las
ciudades latinoamericanas de principios del Siglo XX, refiere Romero (1999)
que para 1910 sólo diez ciudades superaban los 100.000 habitantes. Pero,
gracias a su crecimiento desmesurado, en esta década Buenos aires ya
contaba con dos millones y medio de habitantes y Santiago con un millón.
Así mismo, Bogotá a pesar de no contar con cifras tan elevadas, tenía una
población estimada en 200.000 habitantes, la cual fue aumentando con el
transcurso de los años. Antonio Gómez Restrepo, citado por Romero (1999)
al respecto de la transformación de la ciudad, expresa lo siguiente:
Los bogotanos vamos siendo una colonia cada día más pequeña
en nuestra tierra natal; pero esta misma superabundancia de
gentes, si por una parte ha contribuido a la formación de barrios
residenciales y de otros, muy bien acondicionados, para
empleados y modestos funcionarios, ha arrojado sobre los
suburbios una masa confusa que ha buscado refugio en un
conglomerado de habitaciones míseras, faltas de toda higiene.
(Romero, 1999, p. 396).
Por lo anterior, se puede colegir que la Bogotá de la novela La Casa de
vecindad, es una ciudad que está en crecimiento, y que sus antiguos
habitantes ven como de repente se está convirtiendo en otro lugar, muy
diferente a lo que fuera en otros tiempos, a la vez que despierta curiosidad
34
entre quienes viven en las áreas rurales o poblaciones pequeñas. Al respecto
de la migración del campo a las ciudades, Romero (1999) plantea lo
siguiente:
Pero lo que más poderosamente atrajo la atención de los que
querían abandonar las zonas rurales o las ciudades estancadas
fue la metrópoli, la gran ciudad cuya aureola crecía en el impreciso
comentario de quien sabía algo de ella, y aún más de los medios
de comunicación: los periódicos y revistas, la radio y, sobre todo,
el cine y la televisión, que mostraban a lo vivo un paisaje urbano
que suscitaba admiración y sorpresa. (Romero, 1999, p. 393).
Sin embargo, la realidad era otra, la ciudad hacia 1930, muy a pesar de su
espectacular crecimiento y de la admiración y las expectativas que generaba,
no podía cumplir los sueños de quienes ya vivían en ella, y menos a quienes
llegaban nuevos.
Las tensiones sociales se intensificaron, porque el crecimiento
desmesurado de la población urbana originó un círculo vicioso:
mientras más crecía la ciudad más expectativas creaba y, en
consecuencia, más gente atraía porque parecía que podía
absorberla; pero en rigor, el número de quienes se incorporaban a
la estructura urbana era siempre superior a lo que la estructura
podía soportar. Era inevitable que la explosión urbana, nacida de
una explosión demográfica, desencadenara a su vez graves
explosiones sociales en el seno de las ciudades. (Romero, 1999,
p. 395).
Así, Bogotá en La Casa de vecindad, es una ciudad con serios problemas de
índole social, tales como pobreza, miseria, hambre, salubridad y servicios
35
básicos, además de la falta de oportunidades en el campo laboral. De
repente la vida tradicional de las personas ha sido reemplazada por el agite
citadino, por el afán de alcanzar al menos un modo digno de vivir. Las
relaciones entre los sujetos son diferentes, ya casi nadie se conoce, todos
son extraños en la pelea por acceder a los favores que ella brinda; las tardes
apacibles y de regocijo que se disfrutaban a principios de siglo, han pasado a
un segundo plano. Todos los que ya la habitaban y los recién llegados, la han
convertido en palabras de Romero (1999), “en un monstruo social con
caracteres inhumanos”.
3.1.2. Los personajes de la casa
La novela, narrada en la Bogotá de principios de la década del treinta, tiene
como eje central la historia de un narrador personaje que al llegar a los
cincuenta años, está solo porque la única mujer que amó (Carmen), lo había
abandonado hacía veinticinco años, no tiene empleo porque su oficio de
tipógrafo fue desplazado por la aparición de los linotipos, por ello, con algo
más de veinte pesos debe subsistir mientras logra conseguir donde trabajar y
para lograr este cometido, se instala en una casa de vecindad, ubicada en
las inmediaciones del Parque de Los Mártires, en la cual irá gastando su
pequeño capital, a la vez que empeña sus enseres para cubrir gastos.
En el desarrollo de la trama conoce a Juana, una joven mujer que habita el
cuarto de al lado con su hijo, y que con el transcurrir de la narración se sabrá
que es hija de Carmen. En la casa de vecindad viven otra serie de
36
personajes de variadas pelambres, los cuales cada uno a su modo develan la
crisis de miseria y pobreza de la ciudad.
Todas las personas que viven en la casa se debaten en el eterno dilema que
se presenta en la narración, pues todos los personajes, desde las distintas
posiciones que ocupan en la casa, se encuentran en constante choque con
una realidad que los apabulla, ya que el protagonista (de quien no se puede
saber el nombre) vive sus días ante la expectativa de que tal vez mañana
conseguirá un empleo que le permita vivir como antes, cuando los tipógrafos,
según él mismo lo expresa, eran personas respetadas en la sociedad. Juana,
la vecina del cuarto de enseguida, joven e inexperta, después de perder a su
madre y vender lo poco que le dejó de herencia, cae engañada por el patrón
de la casa en la que se alojó, quedó embarazada y luego fue lanzada a la
calle; desde allí ha tenido que lidiar con toda clase de propuestas e incluso
vender su cuerpo como ella misma se lo cuenta al protagonista de la novela,
para poder pagar el alquiler de la pieza en la que vive. Inés es otra joven que
llevada por la obligación de mantener a su madre, se ocupa como prostituta,
ella sueña con salir de aquel mundo, pero para esta joven no existe otra
salida porque no hay otro trabajo que sea digno y ya se acostumbró a ganar
algunos pesos de esta manera. Georgina es la dueña de la casa de
vecindad, descrita por el protagonista como una campesina que vive en la
ciudad, a su vez demuestra con sus actos que sólo le interesa vivir
entrometida en los asuntos de los demás; en especial este personaje hará
que las cosas para el protagonista y Juana se compliquen, ya que ella junto a
otras mujeres inventan toda una serie chismes, quizás con el ánimo de hacer
más infelices las vidas de los inquilinos de la casa. Finalmente, el personaje
principal termina sus días anhelando conseguir un empleo para poder ayudar
a Juana en la más desconcertante miseria.
37
3.1.3. La casa maldita
En la novela se cuenta que cerca del Parque de los Mártires, un hombre
encuentra una habitación para quedarse, fue difícil encontrar este lugar para
vivir, porque él tiene que ajustar su presupuesto, no puede darse el lujo de
gastar su dinero de cualquier forma, debido a su precaria situación
económica.
Es frecuente ver en la ciudad el clásico aviso, colgado de una
ventana o adornando alguna puerta: SE ARRIENDAN PIEZAS Y
APARTAMENTOS ¡Pero qué precios! La más modesta habitación
vale un dineral. ¡Es imposible vivir! Y más imposible para mí, que
llevo ya dos meses sin trabajar. La vida está muy dura para los
pobres (p. 5).
Ante la escasez de dinero por la falta de oportunidades, los personajes
deben ir a vivir en casonas ubicadas en el centro, pues debido a la movilidad
de los habitantes antes establecidos frente a los recién llegados, éstos han
ido dejando de lado la antigua ciudad para mudarse a sectores más alejados,
buscando no estar cerca de la masa que se constituye de los desarraigados
y pobres. Esto dice el narrador al respecto de la casa de vecindad:
…Pero primero voy a decir cómo es la casa. La casa es así: El
patio es cuadrado, está rodeado por un pasillo o corredor, como
dicen aquí, pavimentado también de ladrillo. En cada uno de los
costados del patio hay tres columnas, y en la que hace ángulo
está un tubo de latón de esos que se llaman canales que conduce
al centro las aguas de lluvia. Sobre cada uno de los dos pasillos
38
en ángulo se abren tres cuartos que deben ser semejantes al mío,
puesto que es uno de éstos el que habito. (p. 9).
La casa de vecindad está habitada por un grupo singular de personas de
clase baja. Son humildes, no han ido a la escuela, y en su mayoría son
campesinos que han emigrado a la ciudad, desempeñándose como obreros,
zapateros, vendedores ambulantes y en otros casos como rateros o
prostitutas. Y a pesar de ser diferentes, todos comparten el mismo techo, la
misma casa, y tal vez eso es lo que los vincula, los conecta con la vida
citadina. Viven una vida dura, llena de los apuros que encierra abrirse paso
en la ciudad, cada uno lleva a cuestas el peso de conseguir su sustento, o si
es el caso de sus seres más cercanos.
La casa está ubicada en un sector que para la época ya había sido arrasado
por la decadencia propia que trae el desarrollo a la ciudades, pues como se
afirmó en líneas anteriores, estos sectores del centro de Bogotá ostentaban
el rótulo de ser los más exclusivos, en los cuáles vivían los ricos. Entonces,
estas casas fueron ocupadas por personas que ante la necesidad ingente de
un techo, deciden refugiarse en ellas, a la vez que se hace un negocio
rentable para el propietario o el administrador. Una breve mirada a la novela
revelará de boca del narrador las personas que allí habitan.
La mujer de los tres mocosos vive con un tipo estafador, que
ahora se halla en la cárcel. Dicen que es persona muy decente,
que quiere mucho a los niños y que sostiene relaciones con el
marido de otra mujer de la misma casa, que está enferma del
estómago desde hace varias semanas. (…) Creen que no sea del
estómago, sino una tuberculosis. Allá ellos. La pelirroja del policía
39
era, hasta hace pocas semanas una criada. El agente la trajo a
vivir a esta casa, pero no se llevan bien. Ella parece quererlo, pero
es muy perezosa y desaseada. En una pieza interior viven dos
mujeres, de esas que venden víveres en el mercado, a quienes no
he visto, que entran muy tarde y que a veces llegan borrachas y
hacen escándalos. Desde que estoy en la casa no ha ocurrido, por
fortuna, eso. En la pieza inmediata a la que ocupa Inés con su
madre, vive un zapatero que se emborracha los domingos y viene
con el propósito de matar a su mujer, de cuya fidelidad sospecha.
Luego, en el patio exterior, donde yo vivo, residen dos aprendices
de sastre que casi nunca van a la casa. (La dueña sospecha que
están en la cárcel y que no son tales aprendices sino simples
rateros). La vecina que me llamó al principio la atención y que se
llama Juana. (p. 24).
Se nota que el personaje que narra la novela, ha hecho unas observaciones
certeras de los habitantes y lo que percibe en la casa. Sin embargo, en un
punto de la narración, sentirá que la casa ejerce un efecto negativo en su
vida, porque recuérdese que su afán es hallar empleo y no la ha conseguido,
además en la casa, hay muchos conflictos, entre los que se pueden nombrar
peleas, escándalos por embriaguez, infidelidades, etc., los cuáles irán
haciendo mella en la psiquis del personaje, llevándolo a pensar que la casa
está maldita:
Imposible que yo pudiera dormir. La vida se ha convertido para mí
en algo hostil desde que vine a esta casa, que no me deja en paz.
Han surgido preocupaciones que antes no tenía, inquietudes que
no experimentaba y deseos que no tenía.” (p. 51).
Este es uno de los primeros indicios, ya que a partir de esta declaración, el
personaje siente que su vida va en caída libre, quizás como si presintiera el
40
final que va a tener. La casa de vecindad se va a encargar de remarcarle el
camino hacia el fondo.
Decididamente, mi permanencia en esta casa me va a conducir al
manicomio. ¿Yo, al manicomio? Hace algunas semanas esto me
hubiera parecido inverosímil y absurdo. Hoy me parece posible.
No, si no es por la falta de trabajo. Es porque la casa está maldita.
Todos los que en ella vivimos vamos a tener mal fin. (p. 52, 53).
La atmósfera de la casa es gris, entre sus piezas se convive con el odio y el
rencor hacia las situaciones de la vida de la ciudad, porque no es apacible,
allí no hay sosiego, bajo su techo no existe el mínimo resplandor de
esperanza, la casa se mueve al ritmo que le impone la ciudad, y si ésta
última está convulsionada, es anómala, es apenas obvio que la casa sea
igual, porque es la representación en una escala menor de lo que se vive en
el gran conjunto que es la ciudad.
En un apartado de la novela, en el cual el protagonista ha tenido un
encuentro con Juana (la vecina) y después de analizar su apremiante
situación, él llega a la conclusión de que algo está mal en la vecindad:
No debo pensar más en estas cosas. Empiezo a creer otra vez en
que la casa está maldita. Es curioso ella me lo ha manifestado
también. Ha sentido, como yo el influjo pernicioso. Yo soy una de
las personas que están condenadas irremisiblemente a perecer
dentro de ella”. (p. 80).
41
No cabe duda de que la casa es también protagonista inminente de la
novela, viene a ser la excusa perfecta para que el escritor muestre cómo se
vive al fragor de la vida citadina, a la vez que hace hincapié en mostrar el
carácter sórdido y oscuro de la ciudad.
42
3.2. Vivir es padecer: la pobreza en La casa de vecindad
La pobreza ha sido una problemática constante en las ciudades, siendo más
acentuada desde que los centros urbanos se masificaron. Ésta se refiere a la
imposibilidad que tienen las personas para conseguir los medios que
permitan satisfacer las necesidades básicas de la vida cotidiana, tales como:
vivienda, alimentación, vestuario, salud, educación, entre otras. Por lo tanto,
estas carencias, obligan a las personas a buscar (no importa cómo, ni dónde)
el medio, es decir, el dinero que les permita suplirlas, aunque no sea al ciento
por ciento. Porque se entiende que la sociedad debería procurar el bienestar
de quienes la conforman, sin embargo, eso sólo es una utopía, y en la vida
diaria es donde las luchas por un lugar digno cobran vigencia, haciéndose
más evidentes las enormes distancias que separan a las clases altas de las
menos favorecidas, pues todos y cada uno, están envueltos en los azares de
la ciudad.
Osorio Lizarazo en su escritura, muestra esos personajes que pululan en las
calles y las casas de Bogotá, quienes en situación de pobreza, luchan por
encontrar algo que les permita aliviarla un poco, y así sobrellevar la vida que
la sociedad y el devenir del destino les han impuesto. La pobreza en la
ciudad es el tema principal de la novela. Volkening (1972) al respeto de la
obra de Osorio Lizarazo afirma.
La pobreza, en el fondo el único tema de su novelística, pues el
hastío sólo constituye el fenómeno concomitante de la miseria que
se sabe perenne, hierática, inalterable e inconmovible, es la de
una gran ciudad en trance de despertar, donde no existe todavía
43
un proletariado que cuente, pero sí pululan un sinnúmero de
existencias proletaroides, turbas de zorreros y “mozos de cordel”,
limpiabotas, vendedores de billetes de lotería, de cordones de
zapatos o sahumerios “para purificar el aire de las piezas”, de
tristes y demacradas prostitutas con tarifa de 50 centavos. (p. LV).
La pobreza se encuentra en la mayoría de sus escritos desde la novela La
cara de la miseria (1926) hasta sus crónicas, tal es el caso de mansiones de
pobrería (1929) en la que narra la vida de las personas que habitan los
pasajes del centro de la ciudad, allí en escritor deja entrever la difícil
situación social de las mujeres y los niños, que desnutridos y enfermos sólo
esperan que llegue la muerte para solucionar sus problemas. Esta
sensibilidad obedece al carácter del escritor, en cuanto a su idea del arte y
en especial la literatura como un instrumento para enunciar críticamente
algunos de los males que acosan a las sociedades. En este caso, Bogotá es
vista desde abajo, el escritor está en procura de hacer evidente cómo es su
fisonomía profunda y cómo con sus tentáculos ahorca y asfixia a los seres
que la viven. En palabras de Volkening (1972), narrar acerca de la pobreza
es indispensable para Osorio Lizarazo – rasgo propio de su obra – haciendo
caer a sus personajes de manera continúa hacia la profunda y húmeda capa
del subsuelo de la ciudad.
3.2.1. El anhelo de un empleo
En la novela hay una constante, se trata del dinero, es el medio con el cual
se podría llevar una vida más o menos tranquila, sin embargo, esa vida para
el personaje principal no es posible, ya que no tiene empleo, gran dilema
44
porque debe sobrevivir con los pocos pesos que tiene de capital. Ante este
panorama, no muy alentador, empezará a darse cuenta que efectivamente la
vida para los pobres no es fácil, y menos en la ciudad, la cual no se detiene
ante los requerimientos de nadie.
El personaje hace constantes vagabundeos mentales al respecto de la
situación que vive, encontrándose con que otros sí disfrutan de los beneficios
que la ciudad puede ofrecer, y allí es donde choca con la realidad. Véase lo
que dice al observar a algunas personas que caminan por las calles.
Por la calle toda la gente anda alegre. ¡Cómo mueven las piernas
y los brazos, con entusiasmo, con regocijo, al andar, los hombres
y las mujeres! Es claro: salen del trabajo, llevan su dinero que han
ganado con su esfuerzo (…) (p. 45).
Lo anterior alude a la necesidad de conseguir un empleo a como de lugar, ya
que para el protagonista, esa sería una forma de reconciliarse con su
situación y consigo mismo, debido que al percibir en los transeúntes su cara
de regocijo, intuye que es porque tienen un trabajo con el cual subvencionar
los gastos que acarrea una vida común y corriente. Siendo esto así, se
observa que parte del triunfo en la vida de la ciudad es contar con un medio
que permita obtener dinero, (así no sea suficiente) para llevar al menos una
existencia digna. El dinero es importante para sobrevivir, Osorio Lizarazo
deja entrever que la situación del protagonista va haciendo mella en su
persona interior, pues con el transcurrir de la novela, la falta de un trabajo se
convierte en un motivo de angustia que toca su psiquis, afectando su
voluntad y sus ganas de vivir.
45
La imagen de ciudad ofrecida por Osorio Lizarazo en la novela, está ligada
con la miseria, el hambre, la desesperación, en la que el personaje central se
ve agobiado por las inclemencias de la misma. Todos los días se lanza a las
calles por un empleo, pero nada consigue porque como él mismo lo anota:
Hoy fue un día perdido. ¿A dónde irán los días perdidos?). Toda la
tarde he estado solicitando trabajo. Nada. Que vuelva mañana,
que pasado, que dentro de una semana, que… En fin, ese sistema
que tienen aquí para desesperar a los pobres (p. 9).
Sumado a lo anterior, se nota también que la ciudad ha hecho cambiar las
formas como se desarrollaban determinadas labores, es así como el
personaje en sus reflexiones acerca de su situación, pone de manifiesto que
la industrialización deja sin trabajo a muchas personas, porque las máquinas
sustituyen al hombre, lo que genera que más individuos se queden sin su
empleo:
Lo que presumía: no he podido hallar trabajo. En vano he ido a
todas las imprentas, a los diarios, a todas partes. Yo también soy
armador y podría hacer algo en un periódico. Pero creo que ahora
se han inventado máquinas de armar. No, si las máquinas nos
están matando. Cada máquina debería prever la manera de que
vieran los obreros a quienes va a desalojar. A desalojar de la vida.
Pero esto son inútiles filosofías” (p.79).
La ciudad deja entrever su cara siniestra, y el hambre triunfa sobre la
dignidad, por lo que el personaje se lanza a las calles a pedir, porque no hay
más salidas, no hay trabajo. Afirma que pidiendo no puede fracasar. El
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personaje ante la ciudad se denigra, pierde progresivamente el estatus que
algún día tuvo cuando los tipógrafos eran respetados, dándose la caída
ignominiosa. Es así que insiste en afirmar.
¿Y de qué manera voy a conseguir esos pesos? Volveré a pedir.
¿Cómo ha de ser que tropiece de nuevo con personas de corazón
duro? Volveré a pedir y me despojaré del rubor inútil que me
impide mostrar con amplitud la miseria en que me encuentro.
¡Cómo ha de ser que vuelva a fracasar!” (p.123).
La ciudad de la miseria que Osorio describe, triunfa sobre el personaje, lo
doblega, lo amarra en sus tentáculos, lo convierte en uno más de sus
mendigos, porque ese es su destino, la vida es un padecimiento, no existe la
manera de concretar expectativas, en la ciudad para él todo es confuso:
No hubo una mano salvadora que se me tendiera. He
comprendido ahora que la lucha es inútil. Lo comprendo así,
demasiado tarde, quizá. No he debido intentar nada: vivir como lo
haré en adelante: abandonado y solitario, definitivamente solitario.
Desisto de todo no tengo una esperanza en el horizonte. No hay
posibilidades de conseguir trabajo. No lograré hacerme al
ambiente de la ciudad moderna, y puesto que todo se cierra frente
a mis perspectivas, me abandonaré al curso del azar” (p. 130).
El tema de la pobreza en la ciudad es reafirmado en la novela, cuando el
personaje principal expone las siguientes palabras, que vienen a ser el
corolario de la vida en la ciudad:
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Me entregaré a la ciudad incoherente y fatal, que devoró mis
esperanzas, mi vida, mis estúpidas ilusiones y que negará también
el consuelo inútil de una sepultura para mi pobre cadáver,
destinado a las cuchillas impías del anfiteatro o la voracidad de los
perros en un recodo incógnito del paseo Bolívar” (p. 132).
3.2.2. Pérdida de la esperanza
Este hombre que hasta hace un tiempo fuera tipógrafo, ha llegado a concluir
que la búsqueda de un empleo es inútil, por ende se abandona, no vuelve a
cepillar su vestido de paño inglés - el único que tiene - porque algún día en
unos de los alborotos de la casa de vecindad, en un descuido alguien se lo
robó; tampoco se afeita, y el sombrero lo lleva de cualquier forma, a sus
cincuenta años no ve probabilidades de un futuro claro o al menos adecuado
a un hombre de su edad, ha llegado a pensar que está de más en el mundo,
diciéndose a sí mismo cosas como “No soy nadie. ¡No soy nadie para nadie!
(p. 42). Su voluntad ha sido vencida por las adversidades, siente odio contra
sí mismo por su incapacidad de afrontar de mejor manera la situación que
vive, en definitiva la pobreza le ha propinado un golpe certero. En algún
momento sintió ganas de ayudar a Juana, la joven que vive en el cuarto de al
lado, porque ella también es pobre, sin embargo, cae en la cuenta de que sí
difícilmente consigue algo para él, cómo ayudará a otra persona. Este asunto
lo abruma, llevándolo a reflexionar sobre su vida:
Por ejemplo, eso de que la semana ha transcurrido
tranquilamente. No es cierto. Es decir, sí. Ha transcurrido
tranquilamente para todo el mundo. Todos los días ha brillado el
sol, todos los días han entrado y han salido las mismas personas,
todos los días ocurren escenas de una trivialidad desesperante.
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¡Pero yo! Yo no he podido ver pasar los días tranquilamente, ni
esperar en paz a que la rotación del tiempo haya traído frente a mí
este otro sábado, y cada día ha caído sobre mi espíritu con
pesadumbre de siglo. (p. 60).
El diario vivir para este hombre es una pelea, de lo que podría ser una vida
apacible contra la palpable y absurda situación que vive, recuérdese que sus
deseos se verían cumplidos si encontrase un empleo, pero nada, sale a las
calles, a la ciudad y no lo logra. El entorno en el que se desenvuelve, es el
más bajo de la escala social, el cual está caracterizado por la apremiante
pobreza, siendo por ende las condiciones de vida hostiles. La ciudad no se
apiada de él. Volkening (1972) afirma al respecto de los personajes de
Osorio que:
En sus gentes está presente la ciudad, y en esos seres se
manifiestan sus tensiones, su miseria, su inclemencia, su inmensa
desolación. Pero ella misma no hace de protagonista; ni siquiera
ejerce la función de coro griego en el drama que nunca acaba de
un zarpazo con los pobres, sus verdaderos actores, sino les chupa
la sangre poco a poco, con lentitud exasperante, la cruel
voluptuosidad de una araña. (Introducción p. LV).
Este hombre se siente solo, entendió a qué sabe la soledad, y ahora en este
trance tan difícil de su vida, se ha dado cuenta que no sabe para dónde va, la
miseria y la pobreza han corroído su escaso capital de veinte pesos y
también su alma y corazón. Está desesperado, va y viene en las calles y
rincones de la ciudad, visita las imprentas, antiguos amigos y nada, ese
empleo que necesita no se avizora, él percibe su futuro, ya lo alcanza a
percibir, a sentir. No es lo que él quiere para sí mismo, pero ante la
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imposibilidad del triunfo sobre la pobreza, no queda otro camino que la caída,
de la que sabe no se recuperará.
El personaje encarna de manera cruda la realidad de los pobres y desvalidos
de la ciudad, no se trata de una masa que no quiera trabajar o que espera
que el estado o alguien se apiade, simplemente ellos son los desposeídos,
los venidos a menos, aquellos que Osorio Lizarazo ha convertido en
personajes de la novela, porque en esta casa de vecindad, en esta ciudad
todos los destinos convergen y se dirigen hacia la prostitución, la indigencia y
la mendicidad. Ante este panorama, el personaje dará cuenta en la novela de
lo que le espera, con la seguridad de que nada puede hacer para salvarse.
Lo anterior puede constatarse en la siguiente afirmación:
Ya no me preocuparé por la comida ni por nada (…) ¡Que me
embriague de chicha y de licores abyectos! Que sean mis
amistades los rateros de la Plaza de Mercado y las mujeres que
por allí abundan. Si tengo mucha hambre y no me dan limosna,
tomaré un cordel. (…) O robaré e iré a la cárcel. ¿Por qué le he de
continuar teniendo horror a la cárcel? Nadie quiso tenderme una
mano cuando yo la imploraba desesperadamente. No pude
emplearme en nada: condenado a ser vago. ¡De pronto, la
sentencia cayó inexorablemente sobre mí! (p. 130).
3.2.3. El suicidio: única salida
Vivir es padecer ya que los personajes de la novela tratan de sobrevivir en
constante choque con la realidad de la ciudad. Osorio Lizarazo describe a
modo de fotografías las situaciones de la casa, sin embargo este carácter de
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observador, no impide que los personajes entren en conflicto con el entorno,
es decir, con la ciudad, por tanto, cuestionan su vida y el por qué de sus
penurias y cómo pueden soportar tantos padecimientos cuando la ciudad
debería ofrecer más oportunidades. Es así como los personajes contemplan
salidas y una de ellas, al menos en el caso del personaje principal es el
suicidio, pues se presenta como un alivio al no existir posibilidades de
sostenerse, y menos si no se cuenta con un empleo, que le ayude a mitigar
su pobreza. El asunto del empleo es lo más urgente para el personaje en la
ciudad, porque al menos le daría un incentivo para seguir viviendo, no
sintiendo que la vida es injusta y que para los demás, lo que le ocurra a él no
es importante. Un empleo le daría un lugar en la sociedad, en la ciudad, lo
que le permitiría alejarse del hambre, la miseria y el fracaso, temas que el
escritor insiste en mostrar.
Hay algo más terrible que todo: encontrar trabajo. Esto me oprime
como una mole, que descansara desde el principio de los tiempos
en mi corazón. Ahora estoy dándome cuenta de toda la dificultad
de este sencillo hecho. La ciudad es hostil para mí. Y es hostil
para mí también la vida. ¿Por qué será que hay personas que se
suicidan? Debe ser por algo semejante a lo que estoy sintiendo.
(p. 80)
Sin embargo, el personaje frente a su vida y la urgencia por ayudar a Juana
se empeña en conseguir el empleo, aunque contempla la idea del suicidio no
se siente capaz de cometerlo, porque este sería el triunfo de la miseria, y
aunque crea que no es nada, al respecto dice: “cada vez que pienso en estas
cosas comprendo que soy un exceso en sobre la tierra. Estoy demás en el
mundo. Pero no puedo suicidarme”. (p. 122).
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El personaje se encuentra en una encrucijada que se puede definir como
continuar con su vida llena de pobreza y miseria o acabarla de una vez.
Ahora bien, el escritor ha puesto sobre el personaje esta situación extrema
para desmitificar la imagen de la ciudad como el lugar donde todos los
sueños se cumplen, ya que la ciudad descrita es la del caos, la del bajo
mundo, todo se muestra en confusas ráfagas de contradicciones, en las que
los personajes son acosados por la vorágine de la ciudad:
Por la tarde regresé con toda la pesadumbre que podía soportar.
No, con más de la que podía soportar mi pobre cuerpo. Se unían
el fracaso moral y el cansancio material para agotar mi resistencia.
A la fatiga corporal se mezclaba una infinita depresión espiritual.
Todo esto concretaba en un sentimiento de inferioridad, de
vencimiento rotundo. Ya no podría jamás ser nada. ¡No podría
volver a levantar la cabeza! (p. 88).
Es así como la Bogotá de Osorio Lizarazo desafía e intimida a sus
personajes, todo bajo un aparente manto de denuncia en la que se envuelve
el escritor para dar a conocer sus ideales en torno a la justicia y la
reivindicación social, haciendo partícipes las voces que la habitan.
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3.3. Venderse o morir: prostitución en La casa de vecindad
Para Volkening (1972) una de las virtudes de Osorio es haber logrado
plasmar mediante un lenguaje escueto, seco y parsimonioso el relato del
descenso, que es a la vez “tenebroso e inexorable”. Descenso que viven los
personajes, trátese del tipógrafo, Juana o Inés, no importa, a cada uno de
ellos le toca asumir su propia tragedia. A esto agrega, “la pobreza en tiempos
de Osorio Lizarazo era como una roca, sorda y estática”, sin embargo, ésta
llega a transformarse, en un dinamismo que es descrito por el autor como
“ruidoso, agresivo, disonante”, siendo éste lo que convierte a la ciudad en un
ser imperfecto y anómalo.
Las vidas de los personajes de la novela, son en sí, relatos del descenso,
porque están dirigidas a la caída ignominiosa, ya que es tan complicado
sobrevivir en la ciudad, que ante las precarias condiciones de vida, la
prostitución se presenta como una opción para que las mujeres consigan
dinero, porque en el afán por un mendrugo de pan, los que habitan la casa
de vecindad, se ven impelidos a realizar cualquier oficio, para qué la
dignidad, si la cuestión es de simple supervivencia, Todas estas situaciones
corresponden a personajes que son presas del crecimiento de la ciudad, ya
que ésta no tiene la respuesta a las necesidades de todos.
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3.3.1. Juana: la imposibilidad de la dignidad
Cada uno de los personajes de la novela tiene a su modo una tragedia que
referir, Juana (la vecina que vive en el cuarto de al lado) es acosada
sexualmente por su condición de mujer, motivo por el cual ante la expectativa
de cualquier trabajo, debe estar muy prevenida porque todos los que le
ofrecen algo, tienen otras intenciones que la mujer no está dispuesta a
tolerar. Es claro que este tipo de situaciones obedece a la descomposición
de las estructuras sociales, porque ante cualquier favor se debe recibir la
contraprestación.
Se lee en la novela que ante las negativas de la mujer por acceder a estas
pretensiones, es vilipendiada y echada a la calle, con lo que no lo logra
conseguir dinero para sostenerse, ahondando en su ya precaria situación
económica. Este hecho permite entrever cómo en la ciudad se crean las
relaciones de poder entre los habitantes, y cómo en este espacio que se cree
podría ofrecer oportunidades a todos, golpea con toda la fuerza de su
indiferencia, sin darles un poco de aire a esos seres con el cual levantarse a
continuar sobreviviendo. Con estas palabras Juana cuenta al tipógrafo lo que
es su vida:
-Vea. Yo soy muy desgraciada- continuó luego-. Si estoy con
hambre y voy a pedir trabajo, tengo que escuchar antes de
conseguirlo veinte declaraciones amorosas. ¡Y si fueran
amorosas, señor! Cuando me dan ocupación, es con la esperanza
de que con el tiempo acceda a sus pretensiones. La propuesta,
entonces, se tarda un poco más, pero es segura. Yo tengo que
huir o sufrir las represalias, que se traducen en multas, en
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castigos, en ultrajes personales, y finalmente en la despedida
ignominiosa. He salido por ladrona de dos partes, sin haber
hurtado nada. (p. 35)
Las penurias de Juana se acomodan a un esquema en el que las
posibilidades están negadas de antemano. Esta mujer joven e inteligente,
narra en la novela que sus padres la maltrataban de niña y que gracias a una
beca estudió en el Colegio de La Merced, allí aprendió mecanografía, buenos
modales, todo lo que pensó le serviría para llevar una vida más o menos
aceptable; sin embargo, todo lo anterior se quedó en sueños rotos, pues
cuando su madre murió víctima de la gripa que diezmó la ciudad años atrás,
se encontró sola, desde ese momento toda su vida se fue para atrás, la
desgracia la persigue. La felicidad, el amor, se han reducido para esta mujer
en algo tan básico como conseguir el sustento diario:
Todo eso no vale nada. La miseria me ha endurecido el corazón,
que antes pudo creer en estos sentimientos. ¡He sufrido tanto!
Ahora no quiero cariños, ni afectos, ni nada. Lo que quiero es
comer. Lo que quiero es no vivir más esta permanente angustia
sobre el dinero del alquiler, sobre todo (…) (p. 66)
Como en toda situación difícil y de escasez de dinero, las posibilidades de
comportarse dignamente se han de ir acabando, es así como Juana,
finalmente cae, viéndose obligada a vender su cuerpo, y no es que sea su
oficio el de prostituta, pero quizás sea esa la única forma de conseguir algo
porque la ciudad en la que ella vive, no es la de las oportunidades, porque no
logra encajar en la estructura económica y social. Osorio Lizarazo en su
novela El día del odio (1952) mostrará esta misma situación en Transito, una
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jovencita que venida del campo debe ocuparse como prostituta después de
haber sido registrada en el dispensario de la ciudad. Por tanto, la recurrencia
en este tipo de personajes hace recordar que la vida en la ciudad para
algunas mujeres es realmente difícil. Véase lo ocurrido a Juana ante la
exigencia del pago del alquiler del cuarto en la casa de vecindad:
Al final del segundo mes Georgina le exigió el dinero del tercero.
¡No lo tenía! Me he imaginado la escena. La dueña de casa le
declaró que esa noche no podría dormir en la habitación. Juan se
echó a la calle. Lloraba al cruzar las vías indiferentes. Marchó a su
trabajo y le dijo al dueño de la empresa lo que le pasaba. “Son
ocho pesos, señor. ¿Por qué no me los presta y yo se los pagaré
con mi trabajo?”. El respondió que no podría, pero que haría un
esfuerzo si ella iba por la noche a su oficina. Se indignó, salió a la
calle. ¿Quién iba a tenderle la mano? ¿Quién iba a darle ocho
pesos desinteresadamente, siendo, por añadidura, joven y bonita?
Anduvo por todas partes, sin saber propiamente lo que buscaba. A
las ocho estaba rendida de cansancio y de hambre. No podría
presentarse donde Georgina. ¿Cómo iba a pasar la noche? ¿Y
Pedrito? Recuerdo que Juana concluyó así el relato: -¡Tuve que
vender mi cuerpo! (p. 119).
No es ella una prostituta de oficio, sin embargo, ha tenido que serlo, es la
realidad de una mujer que llevada por la pobreza se ve obligada. No existe
otra posibilidad, quizás es el camino a seguir en la ciudad que se encargó de
absorber sus mínimos anhelos. Juana
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3.3.2. Inés: resignación
Inés, a diferencia de Juana, sí se ocupa como prostituta, ella no se pone con
miramientos al respecto de si es o no un trabajo digno, ya que gracias a él
tiene lo mínimo para vivir. Al menos cubre en parte lo relacionado con el
alquiler del cuarto y algo de comida para ella y su madre. Esta mujer es
práctica, ha comprendido que la cuestión es de supervivencia, de nada sirve
comportarse como debería hacerlo una mujer decente, si ha de pasar
hambre. Esta situación es también clara para su madre, quien incluso la
obliga a continuar con el oficio, pues no debe rogar por un empleo a nadie,
tampoco debe cumplir las obligaciones que acarrea un trabajo. Sin embargo,
esta profesión para Inés no es fácil, debe lidiar con toda clase de hombres,
que no le brindan un trato adecuado. Ella al igual que Juana es presa de las
inclemencias de la ciudad, porque aunque quisiera un empleo diferente no lo
encuentra, por tanto, se hunde con los demás habitantes de la casa en los
intríngulis que la ciudad les quiera imponer. Todos estos personajes viven
desde diferentes perspectivas el mismo problema: la pobreza.
Inés se sabe presa, no puede escaparse, si no trabaja, dónde va a vivir, no
puede contemplar la posibilidad de irse a vivir bajo un puente o en la calle,
porque su madre está vieja, entonces, está obligada a responder por ella,
estas son ideas que no pueden pasar por su cabeza. Esta mujer ya se
acostumbró a vivir así, a diferencia de Juana ella no discute con su realidad,
simplemente la acepta. No hay trabajo, ella no fue a la escuela, no se siente
capaz de desempeñarse en oficios domésticos, además para obtener un
empleo como ese se necesitan recomendaciones, y quién se las va a dar.
Por tanto, ella asume su vida con estoicismo, simplemente se resigna, sabe
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de antemano que la vida no le va a cambiar, porque ésta es la vida que le
tocó en la ciudad, así que para que preocuparse, cuando el sustento, muy a
pesar de lo que puedan pensar los demás, se lo ofrece su cuerpo.
Sin embargo, esta mujer no esconde a pesar de su tragedia, sus sueños,
aunque sólo sean eso. En un diálogo breve ella le contó al protagonista de la
novela, cómo le gustaría que fuera su vida:
Después, ella me expresó sus deseos de ser honrada junto a un
hombre bueno, ojalá de alguna edad, para mayor respeto, “aunque
fuera pobre”. Se lamentó de la vida que se veía precisada a hacer,
de la miseria en que vivía, de la crueldad de su madre que la
obligaba a salir de noche a buscar dinero, de todo. En realidad
debía sufrir. (…) Se marchó. Vi con tristeza que en vez de volver a
su cuarto se dirigía a la calle, cuando empezaba a oscurecer. (…)
¡Pobre chica! La vida es muy cruel… (p. 23).
Esta mujer llamada Inés, configura la aceptación total de la vida apabullante
de la ciudad, es una de esas figuras que se mueve al ritmo de las situaciones
citadinas, con boleto directo al abismo que encierra una vida de miserias, en
los inexorables caminos que impone la ciudad. J. G. Cobo Borda citado por
Santiago Mutis (1978) refiere que en su lucha por mostrar cómo vivían las
clases menos favorecidas, Osorio Lizarazo narró en sus novelas la
transformación de la ciudad de Bogotá, haciendo hincapié en mostrar la cara
de la pobreza, siendo una de sus principales virtudes, porque se ocupó de
aquellos que vivieron en carne propia la crisis de los años treinta.
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3.3.3. Georgina: pasado y negocios
Georgina es una mujer de aproximadamente cincuenta y cuatro años, revela
en su aspecto que es una campesina que vino a vivir a la ciudad tiempo
atrás. Es la administradora de la casa de vecindad y como tal, negocia el
precio de las piezas, decide a quien arrienda, además de las condiciones
para los inquilinos. Vive con sus tres hijos y su hermana. Podría afirmarse
que es la típica casera de una ciudad como Bogotá.
Es una mujer que le gusta el chisme, por tanto, procura estar al día de lo que
ocurre con los habitantes de la casa, a la vez que opina sobre todo lo que
ocurre. Sin embargo, se descubre en la narración que tiempo atrás, ella se
dedicaba a la prostitución en las puertas de los hoteles baratos. Es una mujer
que a su edad ya no puede ocuparse en este oficio, pero que gracias a un
buen negocio se ha hecho con el manejo de la casa y por ende se ha
asegurado una entrada de dinero. En esta casa son constantes las peleas
entre sus habitantes, no siendo la excepción Georgina y su hermana, cada
vez que pueden se echan en cara su pasado, revelando ante el público que
se reúne para verlas discutir, los secretos de los años en que ellas eran
jóvenes.
Esta mujer es tosca, quizás arrogante desde su posición, pero revela que en
la ciudad, y ante las condiciones de pobreza y miseria de la mayoría de los
que viven en la casa, ella es la señora, ante esto no siente remordimiento en
acusar a sus inquilinos de lo que quiera, porque sabe que nadie se atreverá a
controvertirla, so pena de ser echado de la casa.
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En la casa la prostitución se ve en el día a día. Inés en cierta ocasión
comenta un hecho en el cual Georgina es la principal implicada, muy a pesar
de profesar que su casa es decente y que no se permiten asuntos que
atenten contra la moral y las buenas costumbres. Inés cuenta que Georgina
es una persona altanera y complicada, además la han citado en la comisaría
a responder por estupro. Ya que la dueña alquila piezas por horas a los que
ella considera sus amigos. El asunto central radica en que los padres de la
niña de apenas once años denunciaron la casa y por ende a Georgina, pero
ante estos problemas, según lo refiere Inés, ella sale siempre bien librada
porque entre sus amigos figuran los policías.
Ante esta perspectiva expuesta en la novela, pobreza, miseria, prostitución
son los temas que remarca Osorio Lizarazo, ofrece una imagen de ciudad
corrupta, subterránea, oscura, en la que una vida apacible es negada a sus
habitantes. Estas personas anónimas, encarnan los padecimientos de un
monstruo incólume, que no se detiene en su crecimiento, que como un imán
atrae a más incautos a sus calles y casonas viejas, con la seguridad de que
inevitablemente muchos de ellos se convertirán en desarrapados que
pulularán por ahí, mientras otros serán arrastrados por los azares de la vida
citadina.
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4. LA AUTOCONCIENCIA NARRATIVA
El escritor desde su perspectiva construye con las palabras un mundo que a
su vez está lleno de personajes. Son ellos quienes dan un motivo para la
existencia del mismo, ya que se convierten en el pretexto para que la obra
sea leída, estudiada, etc. Él los crea atendiendo a diferentes formas, con el
fin de poner en ellos los asuntos que considera más afines a lo que quiere
transmitir.
Se podría decir que los personajes se amoldan a lo que el novelista busca
contar, pues él es el dueño de sus vidas, es quien les da un derrotero a
seguir, ellos están marcados por un sino que deben cumplir en la obra. Es
claro que en algunas novelas, el escritor puede poner una voz que todo lo
sabe y que maneja el hilo de la narración, no permitiendo la intervención de
los personajes, sin embargo, en otras obras ellos son los que expresan los
distintos hechos que son narrados en la historia.
En el caso de La Casa de vecindad el tipógrafo es quien narra su historia y la
de los demás personajes. Como se refirió en líneas anteriores cuenta las
penurias que se deben sobrellevar en la ciudad. Sin embargo, este hombre
tiene una particularidad, le gusta escribir. Lo hace en sus ratos a solas,
cuando reflexiona al respecto de su vida.
El personaje escribe sobre su pasado, su presente y demás cosas que
ocurren en la casa, casi nada se escapa de su pluma. Es consciente de que
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quizás nadie va a leer las páginas en las que plasma su historia o la de
cualquiera de los personajes, no siendo esto impedimento para que en las
noches sentado a la mesa de su cuarto procure que los hechos no pasen
inadvertidos. Véase su reflexión después de escribir los hechos que rodearon
el abandono que sufrió por parte de Carmen:
¡Qué historia tan vulgar esta de Carmen! De veras que si alguien
leyera esto diría que soy un viejo sentimental e imbécil. Llegaría a
creer que hago versos. Y tendría razón. ¿Quién me obliga a
escribir? (p, 13).
En la novela se pueden encontrar en repetidas ocasiones referencias al
ejercicio escritural. A continuación se citarán algunos de estos pasajes:
Todo esto que llevo escrito son puras tonterías. Frases sin
hilación, conceptos absurdos tonterías. ¿Pero quién ha dicho que
yo soy un escritor? El único motivo lógico de mi empeño de
escribirlo todo es el de que haciéndolo puedo desarrollar mejor mis
planes de trabajo, mis proyectos para conseguir dinero, y además
mis propias impresiones. ¿Por qué no he de tener yo impresiones
de las cosas que ocurren a mi alrededor? (p, 58).
En este párrafo el personaje se pregunta si es o no un escritor, sin embargo,
él mismo se responde al afirmar que acaso no puede tener sus propias
impresiones, lo cual le da el derecho de escribirlas. Más adelante dirá:
Yo escribo a veces cosas que después considero absurdas. Por
ejemplo, eso de que la semana ha transcurrido tranquilamente. Es
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decir, sí. Ha transcurrido tranquilamente para todo el mundo.
Todos los días ha salido el sol, todos los días han entrado y salido
las mismas personas. (p, 60).
La vida transcurre con su monotonía citadina, y en ese transcurrir el
personaje parece doblegarse ante la simpleza de los asuntos cotidianos,
porque recuérdese que no tiene empleo y que quizás escribiendo dilucida un
mejor porvenir como él mismo lo plantea. Este tipógrafo es un hombre
cansado, sus sueños se han reducido y sólo queda esperar y hacer frente a
las adversidades, las cuales a pesar de su peso no impiden que en
ocasiones sienta mejor cuando escribe:
(...) No, y voy a trabajar también. Voy a dejar este estúpido
marasmo que se ha apoderado de mí, porque una de las cosas
que debe contribuir a mi enfermedad, a mí estado depresivo, es la
inacción, acostumbrado como estoy a trabajar. Hoy, escribiendo
esto, he sentido un poco de alivio. No acierto ni acertaré nunca a
explicar la razón para que después de fatigarme durante una hora
sobre el papel, termine por respirar mejor. Son de esas cosas
inexplicables que todo el mundo debe sentir… (p, 63).
El personaje se sabe derrotado y lo único que era realmente suyo, es decir,
las hojas que escribió, le servirán para calentarse en las calles bogotanas,
pues al final de la novela debe abandonar la casa de vecindad:
Voy a doblar las dos camisas que constituyen mi único
equipaje. Lo demás quedará aquí tirado. Con esta pluma escribí
cien veces el nombre de Juana. La llevaré conmigo. La tinta la
dejaré. El frasco está a punto de terminarse. ¿Qué más me
llevo? Nada. (…) Ahora el pasado ha muerto dentro de mí.
63
Llevaré los papeles que he escrito, porque en ellos encontraré
algún nombre querido: cuando los encienda para calentarme las
manos en una de esas noches frías bogotanas. (p, 131).
Este tipógrafo, es personaje y testigo de los hechos. Esto le permite tener
una mirada amplia de los asuntos que le rodean, de ahí surge su necesidad
de escribir, no importa si es en simples hojas sueltas, pues mientras la
historia se desarrolla hay otra historia dentro de ella, como si existiera un
paralelismo entre las voces Osorio Lizarazo y la del protagonista. Son dos
caminos, pues se entiende que el escritor pone en boca de sus personajes
unos diálogos y los pone en distintas situaciones atendiendo a las
perspectivas a las que él apunta, sin embargo, eso no impide que este
personaje reflexione al respecto de lo que ve, convirtiéndose en otra voz que
se hace sentir dentro de los espacios de la novela.
El narrador en toda obra goza de cierta libertad para contar a su modo la
historia, sin olvidar que puede estar limitado por el autor, quien en ocasiones
puede sobreponer su voz a la de éste. En el caso de La Casa de vecindad se
puede percibir la voz del escritor, es decir, de Osorio Lizarazo, ya que el
personaje abandona su posición y pasa de ser un tipógrafo desempleado a
un político que expone una ideología que procura la emancipación de las
clases excluidas de la sociedad. Esta situación se puede sentir en el
siguiente apartado en el que el personaje se pregunta el por qué de las
desigualdades sociales:
Solamente sobre los pobres pesa la obligación funesta… No: no
es que me pese trabajar. A mí me gusta. ¡Pero es tan difícil
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encontrar el medio para ganarse la vida! Yo tengo una profesión.
Otros no tienen ninguna. Pero en cambio, tienen dinero, viven
bien, andan en automóvil, y podrían proteger a Juana, sin que ello
implicase una serie de esfuerzos inauditos. Cuando pienso en todo
esto me dan ganas de volverme socialista. Los socialistas, según
me decía un amigo, pretenden el reparto de todas las cosas, de
manera que todos nos encontremos en idénticas circunstancias
para vivir. Es decir, que los ricos tienen que darles a los pobres
parte de lo que tengan. Yo no creo en esto (…) Por eso dice que
hay que hacer una revolución. Todo esto es muy difícil y casi
imposible (p, 81, 82).
En este párrafo se menciona al socialismo como una alternativa para hacer
un mundo más equitativo, también el asunto de las revoluciones y lo que a
grandes rasgos implican. Ahora bien, el amigo mencionado por el personaje,
podría ser el mismo escritor, quien se camufla para dejar ver lo que piensa al
respecto. Esta fórmula se repite en la novela El día del odio (1952) cuando
un personaje llamado Forge Olmos incita a los demás personajes de la
novela a la revolución, pues según él lo expresa, sería la única forma como
los venidos a menos podrían lograr reivindicarse, revolución que se daría con
la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, en lo que se conocería
como El Bogotazo cuando el centro de la ciudad fue arrasado por la turba
enardecida.
Entonces, más allá de las ideologías o de las palabras que Osorio Lizarazo
haya querido poner en el personaje, este tipógrafo se convierte en vocero de
sus propias impresiones y de lo que pasa en la casa de vecindad, es
consciente de que su vida es en sí una narración y que por lo mismo debe
plasmarla en el papel para así poder rememorar los hechos que algún día
ocurrieron, porque sabe que su destino está en las calles y que allí los
65
recuerdos se borran, el pasado muere, por tanto esas hojas son lo único que
tiene, es como si al final se arropara con el calor de recuerdos que se
convertirán en cenizas.
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5. CONCLUSIONES
La ciudad ha sido una de las construcciones humanas más representativas,
pues ha sido el lugar para el desarrollo de las capacidades del hombre desde
los ámbitos sociales, culturales, políticos, etc., pues constituye el ideal por
lograr un lugar en el espacio. Ésta es la materialización de su esfuerzo por
convivir en sociedad, por compartir con sus semejantes sus visiones. La
ciudad es el sitio donde todos los sueños se cruzan, donde cada uno de los
seres que la habitan o sueñan habitarla ponen sus esperanzas.
Es inminente que la ciudad ha alimentado a la literatura y viceversa, pues la
ciudad ha sido el tema de muchas de las novelas de la literatura, ésta última
se ha encargado de mostrarnos toda clase de ciudades, algunas soñadas,
truculentas, del pasado, del futuro, es decir, no sería fácil decir cómo la
literatura ha servido para recrearla. Pues es a partir de los ideales del
hombre por compartir en sociedad como se han desarrollado las mismas, por
tanto, la literatura viene a complementar esa idea que se tiene frente a la
ciudad, pues ayuda a crear esa imagen que desde los distintos ángulos de
las mentalidades se puedan tener sobre ella.
Los escritores, desde sus múltiples ópticas, han procurado recrear la ciudad,
atendiendo a su sensibilidad, por eso es fácil encontrar en la literatura
modelos tan disímiles o en esencia parecidos. Porque lo que de verdad
importa al escritor es revelar la condición o la vida de los personajes que la
habitan, sin dejar de lado las transformaciones que sucedan dentro de la
misma.
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Hacia las primeras décadas del Siglo XX, las ciudades y en especial las
latinoamericanas sufrieron un proceso de masificación que modificó su
fisonomía, transformándolas de lugares apacibles a lugares caóticos. Las
ciudades cambiaron debido a los fenómenos de movilidad social, día a día se
fueron llenando de más y más personas que anhelando una vida mejor se
lanzaban a ellas, no importando que quizás no alcanzaran a cumplir sus
expectativas. Esta situación produjo serios resquebrajamientos en la
estructura social, lo que produjo que aquellos recién llegados tuvieran que
amoldarse a una vida precaria. Así surgió una problemática social, cuyos
distintivos más prominentes eran la pobreza y la miseria en la que tenían que
vivir las personas.
La narrativa colombiana se ha encargado de narrar la ciudad, que no ha
pasado inadvertida dentro de las consideraciones estéticas de los escritores.
La ciudad tomó mayor relevancia a partir de los años veinte, cuando ésta
empieza a convertirse en caldo de cultivo de la problemática humana en
contornos y ambientes citadinos, debido a la cantidad de historias que de ella
emanaban. Por tanto, se dejan de lado los temas costumbristas y rurales y
por eso como algunos escritores, como el caso de José Antonio Osorio
Lizarazo, empiezan a hacerla parte de su trabajo de escritura, procurando
mostrar los conflictos que en ella se viven.
Osorio Lizarazo se encargó de desmitificar la idea de la ciudad como el lugar
en el que todos los sueños se cumplen y por el contrario mostrarla como una
gran mole que atrapa, aliena y que puede llevar a la desesperación absoluta,
porque los personajes de la novela no tienen la posibilidad de realización
individual. Aquí la utopía murió y con ella todas las expectativas de una vida
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mejor. La ciudad de este escritor –Bogotá- es un espacio en crisis, la pobreza
pulula en todos sus recodos, está presente en las miradas perdidas de esas
personas que habitan aquella humilde “casa de vecindad”. Todos y cada uno
llevan consigo una tragedia que podría entenderse como el arquetipo de vida
de los miles de desarraigados que habitan en ella, con una esperanza inútil
de redención.
José Antonio Osorio Lizarazo es un escritor comprometido con lo social, su
idea del arte radica en el despertar de conciencia por parte del público de sus
novelas frente a las diferentes problemáticas sociales que se vive en la urbe.
Para este escritor no se puede pasar por alto la crisis de pobreza y miseria
que se da en la ciudad. Por este motivo en su prosa deja entrever su
compromiso político, en el que se destacan sus ideales de izquierda y la
consecución de un mundo más acorde con las necesidades de las mayorías
desposeídas. Su novela La casa de vecindad (1930) nos revela esa imagen
de una sociedad inequitativa dentro de una ciudad que como Bogotá se
muestra hostil frente a los que nada tienen. Osorio Lizarazo fue uno de los
primeros escritores colombianos en fijarse en la ciudad como tema de
escritura. Se encargó de describirla, haciendo palpable su crecimiento, los
problemas que ella padecía y lo difícil que podía llegar a ser la vida para las
personas que no lograban adaptarse a los embates de la vida citadina.
Los personajes de la novela La casa de vecindad están caracterizados por
una pobreza que los obliga a doblegarse ante las adversidades de la vida.
Alguno de ellos sólo espera conseguir un empleo y en ese mare mágnum de
incertidumbres se deja caer en el abismo de la desesperanza, convirtiéndose
en uno más de los mendigos que deambulan en las calles de la ciudad. Otras
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sólo tienen como alternativa la prostitución porque eso de la dignidad es para
las mujeres de las clases altas y es más importante no morir de hambre. Es
así como la ciudad -Bogotá- de Osorio Lizarazo es mísera, subterránea,
sórdida y cruel, en la que la atmósfera gris parece nunca desaparecer.
Finalmente, se destacan los diferentes artificios y recursos formales que
utiliza el escritor para narrar la novela, dentro de los cuales sobresale la
posibilidad que tiene el personaje principal para dar a conocer la historia de
la “casa de vecindad”, ya que es testigo directo de los hechos, sin olvidar que
él mismo escribe en hojas sueltas acerca de lo que observa, a la vez que
reflexiona sobre su vida y lo que significa vivir en la ciudad. Sin embargo, a
veces, se puede sentir que estas reflexiones están más acorde con la
ideología política del escritor que con las que podría tener un tipógrafo
desempleado, por lo cual da la impresión de que el escritor pone en boca de
su personaje lo que piensa al respecto, reafirmando su idea de que el arte no
puede estar separado de los temas que atañen a la sociedad.
70
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71
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1992.
VOLKENING, Ernesto. Literatura y gran ciudad, En: Revista Eco Nos. 143144. Marzo/Abril. 1972.
72
ANEXO
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Imágenes de Bogotá de las primeras décadas del siglo XX. Tomadas del libro
Bogotá ayer, hoy y siempre
Barrio Las Cruces. Década de los ochenta, aunque conserva la imagen de la
Bogotá de 1930.
74
Vista del Paseo Bolívar años 30 y 40. Actualmente es la avenida de los
cerros o circunvalación.
75
La ciudad a comienzos de siglo. Calle Real a la altura de la Plaza de Bolívar.
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