LA INVASIÓN DE NORMANDÍA

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LA INVASIÓN DE NORMANDÍA
Roosevelt y Churchill se reunieron con Stalin, en Teherán, del 28 de noviembre al 1 de
diciembre de 1943. Los Tres Grandes tenían que ponerse de acuerdo sobre la estrategia que se
debía seguir en Europa. Churchill opinaba que las tropas aliadas tenían que saltar de Italia a los
Balcanes para ver de establecer contacto con las soviéticas a fin de derrotar juntos a los
alemanes. Roosevelt presidió la reunión y pidió a Stalin que diera a conocer su plan para
derrotar a Hitler. La respuesta del ruso fue terminante: Operación Overlord, nombre dado al plan
de invasión de Europa por la zona francesa del Canal. Añadió Stalin que si se producía otra
operación secundaria, sólo debería consistir en un desembarco al sur de Francia, no más al este.
Churchill defendió su plan balcánico, pero fue batido por el voto en contra de Roosevelt y Stalin.
De esta manera se dio el caso, importantísimo para el desarrollo de la contienda europea, que
los Estados Unidos y la Unión Soviética impusieron a la Gran Bretaña una estrategia que no
convenía a sus intereses.
Después de celebrarse la conferencia de Teherán, de los avances aliados en territorio
italiano y de las trescientas divisiones que contaba el Ejército rojo, se puso bien de manifiesto
que de nada servirían los intentos que se realizaran para llegar a una paz mediante
negociaciones. Ser el gran mediador entre los dos bandos había sido la ilusión de Franco
cuando se operó, en la contienda, un viraje favorable a los aliados con su triunfo en el norte de
África. La acción mediadora estuvo a cargo del ministro Jordana, quien en abril de 1943 y en
Barcelona reunió a los embajadores hispanoamericanos para festejar el 450 aniversario del
retorno de Colón de su primer viaje; después de afirmar «somos y seremos siempre enemigos
del bolchevismo», declaró Jordana que «a la España de hoy le incumbe una misión altísima...
facilitar el restablecimiento de la paz sobre la Tierra». Esta primera tentativa de Jordana no tuvo
éxito, porque la propaganda anglosajona la manejó, luego de señalar que emanaba de un
gobierno considerado amigo incondicional de Berlín y Roma, en el sentido de que Hitler y
Mussolini se sentían vencidos y solicitaban los buenos servicios del Caudillo.
Antes de poner en práctica los acuerdos bélicos acordados en Teherán, comenzó una
campaña económica que tenía por objeto privar de ciertas materias primas vitales para la
industria de guerra del Reich. La acción la llevó personalmente Cordell Hull, secretario
norteamericano de Estado. Su doble objetivo era cortar los envíos de cromo turco y de
volframio español al Reich. Las gestiones diplomáticas que se efectuaron en Madrid no dieron
resultado y el 27 de enero de 1944 Washington anunció que los envíos de petróleo desde el
mar Caribe a España quedaban suspendidos para el mes de febrero, así como los suministros de
trigo y caucho. No había posibilidad de recibir de otras zonas lo que dejaba de llegar de
ultramar. A comienzos de febrero empezaron las negociaciones entre el ministro Jordana y los
embajadores Hayes y Hoare; estos pedían la prohibición absoluta de enviar volframio a
Alemania, la entrega de las naves italianas retenidas en puestos españoles, la expulsión de los
agentes nazis y la clausura del consulado alemán en Tánger. Tres meses duró la batalla
diplomática, con grave daño para la economía española que se había quedado sin petróleo y la
alimentación de la población, que a la falta de pan se añadió una menor pesca, ya que faltaba
carburante para las embarcaciones. El 2 de mayo se anunció en Madrid que se habían
normalizado las relaciones comerciales entre España y los anglonorteamericanos; no se
especificó sobre qué puntos se habían puesto de acuerdo, pero los que escuchaban la BBC de
Londres se enteraron que Franco había accedido a las demandas de Washington. ¿Se trataba de
una derrota del Caudillo?, se preguntaban aquellos que opinaban que Franco no tenía salvación
si se producía, como se esperaba, la derrota de Hitler después de la que sufrió Mussolini. Sin
embargo, pronto salieron de dudas aquellos que seguían los acontecimientos sin demasiado
apasionamiento. El 24 de mayo Churchill pasó revista, en la Cámara de los comunes, a las
relaciones entre España y Gran Bretaña. Se trata de un texto fundamental para entender mejor la
línea de la política que practicó Franco en la última etapa de la guerra. El Premier británico dijo:
Cuando el embajador británico sir Samuel Hoare se marchó a España, hacía cuatro años
«convinimos que el avión le aguardara en el aeródromo, porque parecía casi seguro que España,
cuyo partido dominante estaba bajo la influencia de Alemania, porque ésta les había ayudado en
su reciente guerra civil, se uniría a los alemanes victoriosos en la guerra contra los británicos»...
Señaló que de haber cedido España a la presión alemana, «nuestra carga hubiera sido mucho más
pesada. EI estrecho de Gibraltar hubiera quedado cerrado y todos los accesos a Malta cortados
desde el Oeste. Todas las costas españolas servirían de refugio a los submarinos alemanes».
Ninguna de esas cosas ha sucedido... Nuestro embajador merece un gran crédito por la
influencia que rápidamente adquirió y que sigue aumentando... Pero el crédito principal se debe,
indudablemente, a la resolución española de permanecer al margen de la guerra. Tenían
bastante guerra y algo del sentimiento puede haberse debido a su memoria -y los españoles son
un pueblo que mira atrás- de la parte que la Gran Bretaña jugó en la liberación de España de
Napoleón hace 130 años.
Churchill se refirió igualmente al desembarco aliado en el norte de África y al papel que
Gibraltar jugó en la operación:
Si en algunas ocasiones ayudaron con indulgencia a submarinos alemanes en peligro,
hicieron enmienda en esta ocasión... al ignorar por completo la situación de Gibraltar, donde
enorme cantidad de barcos estaban anclados bastante lejos de las aguas neutrales de la bahía de
Algeciras, siempre al alcance de las baterías españolas. Hubiéramos experimentado grandes
perjuicios de haber recibido orden de retirar estos barcos. Debo decir que siempre consideraré
que se prestó un servicio por España, no sólo al Reino Unido y al Imperio británico y a la
Commonwealth, sino a la causa de las Naciones Unidas. No tengo, por lo tanto, simpatía hacia
aquellos que se creen inteligentes, y hasta graciosos, al insultar e injuriar al Gobierno de España»...
Expresó la esperanza de ver incrementar el comercio angloespañol para después de la guerra.
En el debate que siguió a la declaración de Churchill, el diputado Haden Guest preguntó
si un gobierno fascista cualquiera no era algo concreto para atacar. La respuesta del Premier fue:
«Existe una gran diferencia en este mundo entre el hombre que os asalta y otro que os deja
tranquilo.»
Ribbentrop protestó por el acuerdo que Jordana había concluido con los Estados
Unidos y Gran Bretaña; sin embargo, Hitler decidió que no se tomasen sanciones contra España
hasta que el Reich estuviera en condiciones de actuar con todas las consecuencias. Entonces
faltaba menos de un mes para que sonara la hora H y comenzara el 6 de junio el desembarco de
Normandía, comienzo de la invasión del continente europeo.
El discurso de Churchill molestó enormemente a los monárquicos partidarios de la
ruptura de don Juan con el Caudillo, porque confiaban contar con el apoyo del político británico
para la operación de colocar al hijo de Alfonso XIII en el trono. El sector monárquico partidario
de un entendimiento de don Juan con Franco recibió bien las benévolas palabras de Churchill,
por entender que una restauración sin violencias cerraría la puerta a un retorno a los tiempos
agitados de la Segunda república; además, una solución moderada les permitiría continuar sus
funciones públicas y seguir acumulando beneficios, producto de sus actividades económicas.
Naturalmente, la balanza entre estos dos sectores monárquicos enfrentados se inclinaría por el
bando que contara con un decidido apoyo militar.
La invasión anglonorteamericana que el 6 de junio de 1944 comenzó en Normandía fue
la mayor operación de desembarco que registra la historia. Basta citar cifras: bajo la protección
de 14 621 aviones y 2 571 naves de guerra saltaron a las costas francesas 619 000 hombres que
utilizaron 4 126 embarcaciones de desembarco y 2 316 aviones de transporte; con ellos
siguieron 95 000 vehículos y 218 000 toneladas de material bélico. La primera fase de la invasión
costó la baja de 116 000 soldados aliados. El cielo azul jugó a favor de Eisenhower, pues pudo
aprovechar la gran superioridad aérea para hacer sumamente difícil la marcha de las unidades
de la Wehrmacht hacia el norte de Francia. Sin embargo, no fue fácil para los aliados romper el
cerco que los alemanes formaron en torno a Normandía; hasta el 27 de julio no lograron las
divisiones blindadas norteamericanas del general Patton abrirse paso en Bretaña, aprovechando
la brecha de Avranches. Una semana antes, el 20 de julio, se registró el atentado perpetrado
contra Hitler por el conde Stauffenberg, un teniente coronel invalido de la guerra del norte de
África; a consecuencia de este acto puso en marcha Himmler una ola de terror y se calculó que
en relación con el atentado fueron ejecutadas 4 800 personas, entre oficiales, funcionarios,
civiles, financieros, etc. Los oficiales germanos continuaron combatiendo, pero pronto se
observó que su moral había sufrido un descenso. El 25 de agosto Paris era liberado y el general
De Gaulle estableció su autoridad antes de que pudieran hacerlo los norteamericanos o, como
se temía, los comunistas. Antes, el 15 de agosto, tropas aliadas, sobre todo estadounidenses,
habían desembarcado en el sur de Francia y el país, con dos millones de soldados aliados, de
ellos tres quintas partes norteamericanos, quedó prácticamente libre de fuerzas alemanas.
El conde de Jordana no pudo asistir a la liberación de Francia y aprovechar la nueva
coyuntura que en el aspecto militar ofrecía el éxito anglosajón obtenido con la invasión de
Normandía. El 2 de agosto falleció el ministro en su residencia veraniega de San Sebastián;
fundamentalmente monárquico y antiguo servidor de Alfonso XIII, Jordana se daba cuenta de
que jugando bien la carta del triunfo de las Naciones Unidas se podía obtener la transformación
del régimen franquista en una restauración de la Monarquía. El destino, que lo había situado en
un lugar clave, pues como ministro de Asuntos Exteriores mantenía excelentes relaciones con
los embajadores Hoare y Hayes, con su crueldad lo retiraba de la escena política cuando le
llegaba el momento de máximo lucimiento.
José Félix de Lequerica, embajador en Vichy, se encargó de la cartera que dejó vacante
Jordana. Su nombramiento constituyó una gran sorpresa, pues la gente se preguntaba: ¿Cómo
es posible que la política exterior franquista se confié al hombre destacado como amigo del
mariscal Pétain, íntimo del presidente Laval y confidente del embajador nazi Abets, en el
momento en que se hunde materialmente el Eje? Nadie ha podido dar una clara explicación de
las razones que tuvo Franco para nombrar a Lequerica jefe de su diplomacia. Alguien ha escrito
que fue una de las tretas del Caudillo para retirar de Vichy al hombre que encarnaba su amistad
con los colaboracionistas franceses en el momento en que triunfaban los anglosajones y se
instalaba el general De Gaulle en Paris. El hombre que reemplazó a Jordana tenía que demostrar
a los aliados vencedores de la contienda que la política practicada por Madrid en relación con
las potencias del Eje fue de neutralidad, si se emitía el juicio a base de hechos y se dejaba al
margen toda clase de explosión verbal. En manos de Lequerica estaba hacer este juego malabar
para conquistar la simpatía y los aplausos de espectadores que tenían voz y voto; sin embargo,
los resultados que logró no pudieron ser más catastróficos: la condena de Potsdam fue seguida
por otra condena de las Naciones Unidas, donde no fue admitida. Nos ocuparemos
oportunamente de estos hechos, pero antes veremos lo que hizo Churchill, en su viaje a Moscú
en octubre. En la capital rusa, el Premier británico junto con Stalin procedieron al reparto, como
los déspotas antiguos, de Europa. No fueron menester grandes discusiones para decidir la parte
de control que le correspondería a la Unión Soviética en la futura Europa oriental; pronto se
pusieron de acuerdo con precisión estadística: Rumania, el noventa por ciento para Rusia; Grecia,
el noventa por ciento para Gran Bretaña; Yugoslavia y Hungría, cincuenta-cincuenta por ciento.
El caso de Polonia resultó más complicado; los ingleses entraron en la guerra contra Alemania a
causa de su alianza con Polonia y muchos millares de polacos, mandados por el general Anders,
luchaban espléndidamente en Italia. El mismo Churchill se había pronunciado, en 1939, contra la
Unión Soviética, que había mejorado su frontera polaca gracias al pacto que había concluido
con el Reich hitleriano. Sin embargo, Stalin quería que en la Europa de mañana figurara Polonia
como un Estado amigo de Rusia; el Premier inglés aceptó el argumento de Stalin y cedió con la
condición de que se celebrarían pronto elecciones libres en Polonia. Pero Stalin sólo confiaba en
los comunistas polacos y bien se sabe lo que sucedió. Churchill regresó contento a Londres y el
27 de octubre hizo, ante los Comunes, la siguiente declaración: «Nuestras relaciones con la
Rusia Soviética nunca han sido tan estrechas, intimas y cordiales como lo son hoy día.»Y pronto
se vio que Stalin cumplía con la palabra dada si le convenía: cuando las fuerzas alemanas
abandonaron Grecia, los guerrilleros, en buena parte comunistas, ocuparon el país; el gobierno
inglés apoyaba el régimen monárquico y Churchill envió a sesenta mil soldados que acabaron
con la resistencia después de una dura lucha. Stalin no envió ayuda a las comunistas y tampoco
protestó. Churchill estaba satisfecho al ver que su «amigo» Stalin cumplía los compromisos que
había contraído con él, aunque no tardaría mucho tiempo en reconocer que se había
equivocado, si bien diría que sólo había sido engañado. Se trata de un episodio de la larga
carrera política del famoso inglés que jamás olvidarán los polacos y todos aquellos que son
amantes de la paz, la justicia y la libertad.
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