“les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de

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1. Lucas 6, 38.
2. Escritos espirituales, Ciudad Nueva.
www.focolare.org.ar/conosur · www.ciudadnueva.org.ar
Abril 2016
Palabra de Vida
¿P
or qué este mensaje de Jesús nos gusta tanto y a
menudo vuelve en las palabras de vida que elegimos para cada mes? Quizá porque es el corazón del
Evangelio. Es lo que el Señor nos dirá cuando al
final nos encontremos frente a él. Sobre eso versará el examen más
importante de la vida, al que podemos prepararnos día tras día.
Preguntará si hemos dado de comer y de beber a quien estaba
hambriento y sediento, si hemos recibido al forastero, si hemos
vestido al desnudo, visitado al enfermo y al encarcelado… Se trata
de pequeños gestos que, sin embargo, tienen el valor de la eternidad. Nada es pequeño si está hecho por amor, hacia él.
En efecto, Jesús no sólo se hizo cercano a los pobres y a los marginados, no sólo curó enfermos y confortó sufrientes, sino que los
amó con un amor de predilección hasta llamarlos hermanos e identificarse con ellos en una misteriosa solidaridad.
Hoy también Jesús sigue estando presente en quien sufre injusticias y violencia, en quien busca trabajo o vive situaciones de precariedad, en quien se ve obligado a dejar la propia patria. Muchas personas sufren a nuestro alrededor por diferentes causas e
imploran, incluso en silencio, nuestra ayuda. Ellas son Jesús que
nos demanda un amor concreto, capaz de crear nuevas “obras de
misericordia” que respondan a las nuevas necesidades.
Nadie está excluido. Si una persona anciana y enferma es Jesús,
“Les aseguro que cada vez que lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo”. (Mateo 25, 40)
“Les aseguro que cada vez que lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo”. (Mateo 25, 40)
¿P
Abril 2016
¿cómo no llevarle el alivio necesario? Si ayudo a un niño a estudiar, lo estoy haciendo a Jesús. Si ayudo a la madre en las tareas
de la casa, lo ayudo a Jesús. Si le transmito esperanza a un preso
o consuelo a quien está en la aflicción, o perdono a quien me ha
herido… entro en relación con Jesús. Cada vez el fruto será no sólo
la alegría que le damos al otro sino también esa alegría más grande
que experimentaremos nosotros mismos. Al dar se recibe, se advierte una plenitud interior, nos sentimos felices porque, aunque
no lo sepamos, nos hemos encontrado con Jesús. El otro, como escribió Chiara Lubich, es el umbral tras el cual alcanzamos a Dios.
Ella evocaba así el impacto de esta palabra desde el comienzo de
su experiencia: “Toda nuestra vieja manera de concebir al prójimo
y de amarlo ha caído. Si Cristo estaba de alguna manera en todos,
no podíamos discriminar ni tener preferencias. Saltaron por los
aires los conceptos humanos que clasificaban a los hombres: compatriota o extranjero, anciano o joven, hermoso o feo, antipático o
simpático, rico o pobre, Cristo estaba detrás de cada uno, Cristo
estaba en cada uno. Cada hermano era otro Cristo. Al vivir así
nos dimos cuenta de que el prójimo era para nosotros el camino
para alcanzar a Dios. Lo experimentamos desde los primeros días.
¡Qué unión con Dios a la noche, en la oración o en el recogimiento, después de haberlo amado durante todo el día en los hermanos! ¿Quién nos daba ese consuelo y esa unión interior tan nueva,
tan celestial, si no era Cristo que vivía el “den y se les dará”1 de su
Evangelio? Lo habíamos amado durante todo el día en los hermanos y ahora él nos amaba a nosotros”2.
Fabio Ciardi
or qué este mensaje de Jesús nos gusta tanto y a
menudo vuelve en las palabras de vida que elegimos para cada mes? Quizá porque es el corazón del
Evangelio. Es lo que el Señor nos dirá cuando al
final nos encontremos frente a él. Sobre eso versará el examen más
importante de la vida, al que podemos prepararnos día tras día.
Preguntará si hemos dado de comer y de beber a quien estaba
hambriento y sediento, si hemos recibido al forastero, si hemos
vestido al desnudo, visitado al enfermo y al encarcelado… Se trata
de pequeños gestos que, sin embargo, tienen el valor de la eternidad. Nada es pequeño si está hecho por amor, hacia él.
En efecto, Jesús no sólo se hizo cercano a los pobres y a los marginados, no sólo curó enfermos y confortó sufrientes, sino que los
amó con un amor de predilección hasta llamarlos hermanos e identificarse con ellos en una misteriosa solidaridad.
Hoy también Jesús sigue estando presente en quien sufre injusticias y violencia, en quien busca trabajo o vive situaciones de precariedad, en quien se ve obligado a dejar la propia patria. Muchas personas sufren a nuestro alrededor por diferentes causas e
imploran, incluso en silencio, nuestra ayuda. Ellas son Jesús que
nos demanda un amor concreto, capaz de crear nuevas “obras de
misericordia” que respondan a las nuevas necesidades.
Nadie está excluido. Si una persona anciana y enferma es Jesús,
Palabra de Vida
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1. Lucas 6, 38.
2. Escritos espirituales, Ciudad Nueva.
¿cómo no llevarle el alivio necesario? Si ayudo a un niño a estudiar, lo estoy haciendo a Jesús. Si ayudo a la madre en las tareas
de la casa, lo ayudo a Jesús. Si le transmito esperanza a un preso
o consuelo a quien está en la aflicción, o perdono a quien me ha
herido… entro en relación con Jesús. Cada vez el fruto será no sólo
la alegría que le damos al otro sino también esa alegría más grande
que experimentaremos nosotros mismos. Al dar se recibe, se advierte una plenitud interior, nos sentimos felices porque, aunque
no lo sepamos, nos hemos encontrado con Jesús. El otro, como escribió Chiara Lubich, es el umbral tras el cual alcanzamos a Dios.
Ella evocaba así el impacto de esta palabra desde el comienzo de
su experiencia: “Toda nuestra vieja manera de concebir al prójimo
y de amarlo ha caído. Si Cristo estaba de alguna manera en todos,
no podíamos discriminar ni tener preferencias. Saltaron por los
aires los conceptos humanos que clasificaban a los hombres: compatriota o extranjero, anciano o joven, hermoso o feo, antipático o
simpático, rico o pobre, Cristo estaba detrás de cada uno, Cristo
estaba en cada uno. Cada hermano era otro Cristo. Al vivir así
nos dimos cuenta de que el prójimo era para nosotros el camino
para alcanzar a Dios. Lo experimentamos desde los primeros días.
¡Qué unión con Dios a la noche, en la oración o en el recogimiento, después de haberlo amado durante todo el día en los hermanos! ¿Quién nos daba ese consuelo y esa unión interior tan nueva,
tan celestial, si no era Cristo que vivía el “den y se les dará”1 de su
Evangelio? Lo habíamos amado durante todo el día en los hermanos y ahora él nos amaba a nosotros”2.
Fabio Ciardi
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