ESTLIDIoS. R€vists de lrv€.tiSacloDés Li@r¡¡i¡5 y Cultural€6. Aio 10. N' 19. Cúe6. ene jul. 2002. pp. l2l-134 ¿,AHORA SOY?: LA REPRESENTACIóN DE LA MUJER NEGRA EN 11 CASA DE LA I.AGUNA DE ROSARIO FERRÉ I mn**nn Lrnsnr¡.o SuÁREz vEI,ÁzeuEz Universidad Simón Bolívar I Tras siete años de su primera edición y s€is de su publicación en castellan o,\a novela la casa de la laeuno (1995) de la pue(orriqueña Rosario Feré ha sido objeto de una gran cantidad de estudios y aproximaciones c¡íticas. Aunque resultaría demasiado generaliz¿dor hablar de un postura úrrica frente a esta obra, no seía demasiado a¡¡iesgado afirmar que un gran gupo de estudiosos de la misma la ha presentado como un lexto ruptuÉsta frente a la tradición ca¡ibeña, pues muesFa denúo de su universo ñccional una disposición a vencer la dicotomía centro,/pe¡iferia p¡esente en las novelas canónicas latinoamericanas d€ mediados de este siglo, A pesa¡ de ello, tras una nueva lectura de Ia casa rle la laguna, fue posible encont¡ar üna reproducción d€l modelo que, según buena pare de los estudios, Rosario Fené cuestiona. sólo que desplaza a la mujer led'¿da, mestiza y burguesa al centro discu¡sivo, y cede el luga¡ de la otredad a la mujer negl¿ De a4uí que resulte indispensable revisar el cruce génerc-raza en la rep¡€sentación de la subjetividad que pmpone este texto y entonces volver sobre el discurso üítico que se ha producido en tomo a ésta. P¡l¡bras cl¡ve l"a c¿ra de Lz lagum, Rosaio Ferré, ce¡üo/pe¡iferia, mujer nega, género-raza. TIIE RIPRESENTATION OF BLACK WOMEN IN FERRÉ I,{ CASA DE IA I"4GUNÁ BY ROSARIO Seven years af¡e¡ its first edition, and six yea¡s after its publication in Spa¡ish, the novel Ia casa de Ia l¿g¡¡nd (1995) by üe Puefo Rican auüot Rosa¡io Fene, has been üe object of critical approach, as well as a seri€s of studies. Although it \rould be too general to talk about a single position towards this work, it isnl too risky to say that a g¡oup of wellkno\xn liter¡¡y critics have FEsented he¡ work as rupturc text of üe Ca¡ibbea¡ tradition, because it shows inside its fictional universe a disposition to break üe cedter/pe.iphery dichoromy prcsent in l,atin Ameúcan novels íiom lhe middle of the last ctnrury. Despite this fac!, añer ¡ereading l4 casa de b laSuna, it was possible ¡o encounter a reproduction of the model that, according to most exp€rts, Rosario Ferrc questioned, due to the fact she only shows lhe literate, mestizo and bourgeois *omen as the cente¡ of discussion, rEjecting ¿ spac€ for oüer Black women, From this il becomes necessary to revie* cross-gender and üc€ in the subjective repr€sentation that this text produces and to r€lum ñom üs point to the critical discourse üat has b€en produced a¡ound this novel. Key \|or¿Lt La casa de lo laguna,Rosa'io Ferré, cente¡/periphery Black women, gender race. 121 [...] Ahora soy: sólo hoy tenemos y cre¡rmos. Nada nos es ajeno, Nu€stra la tierra. ñ_uestros el mar y el cielo. Nuestras la magia y la quimera. Iguales míos, aquí los veo barla¡ alrededor del ¡árbol que pla¡tamos para el comunismo. Su pródiga madera ya resu€na. lffi"y"Tl:: Uno de los principales cambios que ha sufrido la literatura del Caribe hispano en los últimos treinta años es la inclusión frecuente de representaciones de la mujer negra dentro de sus espacios ficcionales. Hasta la década de los setenta, Ia narrativa hispanocaribeña proyectaba una imagen masificada y devaluada de la mujer negra. donde pocas veces era algo más que Parte de un colectivo de prostitutas, esclavas o sirvientas. Basta con recordar las obras literarias emblemáticas del Caribe de finales del siglo xrx y comienzos del xx. En ellas, Ia voz masculina --obviamente letrada y, en la mayoía de las ocasiones, blanca o mestiza- construía sujetos litera¡ios femeninos negros bajo una mirada prescriptora y déterminista. Como primer ejemplo se encuentra el clásico c\baÍo Cecilía Valdés (1882). Dando cuenta del contexto positivista en el que creó su novela, Villaverde estructu¡a al personaje que definirá el estereotipo üterario de la mulata durante medio siglo. Hija de una africana y de un español, cuando Cecilia intenta inglesar en el mundo de los blancos ocasiona una tragedia que le cL-tcsta la vida a Leonardo, el protagonista de la noYela. En esta obra de finales del siglo xx, la sangre negra de la protagonista determina todo lo que ocurrirá. Como mujer negn, a Ceciüa sólo le corresponden el espacio de la subordinación o el de la lascivia. La madre de este personaje se entrega a su padre sin mayores consecuencias porque en ningún momento se siente merecedora del amor ese del amo; no ob\tante, Cecilia pretende transgredir las normas sociales -para y provoca un naturalescomo pensamiento filosófico entonces asumidas por el Villaverde que tanto ser llamativo No deja de que la muerte. acaba con desequilibrio como ot¡os escritores cariblnos de ñnales del siglo xlx y comienzos del xx, hayan sido considerados por sus c()ntemporiáneos figuras reivindicado¡as de los individuos marginados, Ciefamente, el hecho de representar a la mujer negfa en la literatura del Caribe hispano representó en aquella época un atrevimiento cultural. No obstante, las connotaciones ; te se Ie da dentro del espacio ficcional a la misma, le niega toda posibilidad de . .rmir la voz y adquirir cualidad de sujeto. Otros ejemplos pueden ser la noveleta Libro de amor, escrita en 1924 por Alfonso Hem¡indez Calá --donde la mujel negra es sólo parte del servicio doméstico y no tiene posibilidad alguna de cambiar su destino- o la novela Mersé, de Félix 122 Soloni ---donde el espacio destinado a la mujer negra se reduce al solar. Algunos especialistas como Madeline C¡ímaft (2000) plantean que, dentro de la dramaturgia hispanocaribeña de mediados del siglo xx, hubo un intento por otorgar voz a la mujer negra y la posibilidad del desanollo de una subjetividad; sin embargo, la mayoría de los estudiosos coinciden en que no es sino a finales del siglo xx cuando las ¡eivindicaciones . logradas por la mujer como sujeto social y cultural, dentfo del contexto del Caribe hispano, se ven proyectadas en la construcción de los sujetos literariosA pesar de ello, al menos en el campo de la narrativa, cuentistas de los años setenta como Luis Rafael Siínchez o Carmelo Rodíguez Torres construyen personajes femeninos que, si bien han lo$ado un desprendimiento relativo del grupo de referencia, est¡in igualmente estereotipados y cercanos a la heterodesignación. La negra representada por Siínchez corresponde, en la mayoía de las ocasiones, a la visión arquetipal femenina de la prostituta; mientras que la que construye Rodríguez Tones es la guardiana de la memoria histórica, una entidad mítica, poco humana y lejana al mundo material. Según algunas estudiosas como Marie Ramos Rosado (1995) o María Arrillaga (1984), no ocurre lo ¡nismo con escritoras hispanoca¡ibeñas contemporiáneas a Sánchez y Roüíguez Torres. Según estas estudiosas, tanto algunas poetas negras ---€ntre quienes se incluyen Georgina Herera y Nancy Morejóncomo otras tantas narradoras mulatas o mesüzas ---que van desde Ana Lydia Vega hasta Rosario FerIé- se dedican a construir y a topicalizar continuamente dentro sus textos a la mujer negral. Añaden las crÍücas que la representación de un sujeto litera¡io negro y fernenino comienza, enhe otras razones, por la panicipación de las escritoras dentfo del universo literario caribeño. Estas nuevas creadoras, aparentes representantes de la otredad, asumirán como misión nombrar en sus ficciones a los individuos marginados. Intentafán hablar desde la periferia, descent¡a¡ el discurso dorninante. En el caso particular de la escritora puertorriqueña Rosario Ferré, la crítica destaca entre sus aspiraciones la de conferir la voz a la mujer, para así dialog¿r desde la ficción con el discurso histórico de su país y, de esta manera, desestabitizff las certezas del discurso falocéntrico. Otros especialistas que han abordado las creaciones de Ferré ----como Herminia Alemany (1995) o Julio Ortega (l99lF, pla¡tean que con las mismas la autora buscaba presentar soluciones para los conflictos identitarios puertorriqueños de género y de nación y que, por eso, la autora emplea como ma¡co narrativo la historia I Pa¡a un estudio Íliís detallado de la rep¡esentación fenrenina en la litera¡ua puenorriqueña ¡evisar ,,La mujer negm en la üteratura puenoniqueña" (1995), de Ma¡ie R¿mos Rosado, y ,.presencia d€ la mujer en Ia literatula puertorriqueña contemfrorá¡ea" (1984), de Ma¡ía Arillaga. 123 de ese país contada desde la cotidianidad. Tanto Alemany como Ortega coinciden en que al escribiq Ferré pretendía entablar un diálogo con la Historia oficial de la isla y, a través de la intefextualidad, buscaba redefinir sujetos históricos y sociales, por medio de la presentación de nuevos sujetos literarios. De hecho, existen reflexiones de la propia autora, topicalizadas dentro de algunos de sus escritos, como los que conforman El coloquio de las perras (1990), donde confiesa haber elegido como posición discursiva el espacio de la minoridad, el interior de la casa, la periferia y el mundo femenino en general. En L/1 casa de la laguna (1996), concretamente, la pretensión de la autora de dialogar con el discurso fundacional se pone de manifiesto épico por desde los mismos epígrafes del libro. Una cita de la Odisea -texto posirivista' prosa la representación de antonomasia- y otra de ln vonigine -máxima documental y cítica':- expresan claramente cierta voluntad cuestionadora de Feré. La referencia a la Odisea hace contacto en varios puntos con h cqsa de la Lnguna. Er principio, dentro del texto puertoriqueño se presenta una búsqueda identitaria pmpia del discurso épico y, ademiás, el viaje físico o psicológico de la heroína tiene como fin una isla. Al igual que Odiseo, Isabel Monfof cuenta buena pa.rte de su historia, pero el telos de su viaje no es la leconciliación sino Ia ruPtura que, apiuentemente, pone en tela de juicio la identidad conslruida por el discurso anterior. A esto se añade la referencia a la vordS¡ne, uno de los textos que mejor representa el afiín autodesignador de la prosa latinoamericana de la primera mitad del siglo xx. El inicio de ¿a vorógíne es, a la vez, el comienzo de un discu¡so novelesco fundacional que pretendía satisfacer las expectativas de un proyecto de modemización de América Latina, cuyo eje central era un sujeb masculino, mestizo y burgués. Ciertanente, la inclusión de estas citas a manera de epígrafes no implica forzosamente la actitud replicatoria antes señalada: no obstante, ésta puede ser deducida no sólo de los comentarios presentados por Rosa.tio Feré en ensayos como "De la ira a la ironía" ('1980) o "La cocina de la escritura" (1980), donde reflexiona en tomo a su propia producción, sino además, de una serie de textos críticos -tales como "Respuestas anti-patria¡cales en la narrativa pueforriqueña contempor¡ánea" (1989),'Puerto Rico: Las nuevas narradoras y la identidad cultural" (1984) o "El feminismo vívido de Rosario Ferré" (1981)- donde especialistas como Evodio 2 Aunque entender la publicación d€ la vorá,in¿ (1924, coÍto el inicio del RealisÍ¡o documental y cítlco en el continente es una idea asumida po¡ gran pa¡te de los latinoamericanistas, es Posible consultar algunos estudios pormenori?ados acerca de esla novela colorüiana, do¡de se reflexiona de ma¡era IIl,ás anplia ac€rca de la estructura de la obra y de su c¿rácter embleñático como ficción legitinadoÉ de la corriente positivista. Entre ellos están: "knage a¡d ExP€rience in Ia voróq¡ne" (1964) de Jean Franco y "La naturaleza y el hombre en I'a voró?iae" (1955) de José Á¡gel Valente. 124 Escalante, Ivette López Jiménez o Margarite Femi4ndez plantean el proceso de apropiación de los discursos fundacionales por parte de Fer¡é y su intencionalidad deconstructiva y desestabilizadora. De aquí que se pueda hablar de un desafío por pa(e de la novelista puertorriqueña frente a los discu¡sos aludidos en los epígrafes, de un empeño en retar y reevaluar las yerdades legitimadas por las ficciones epopéyicas, fundacionales y prescriptivas que se reforzará cuando, dentro del espacio ficcional de la obra, Isabel Monfort discuta con su marido acerca de la validez del discurso literario frente al discurso histórico3: Quintín prefería la historia de la literatura. La literatura no era lo suficientemente ética para su gusto. Los escritores interpretaban siempre la realidad a su maner¿! pero aunque los bordes de la realidad fuesen difusos, la interpretación tenía sus límites. El bien y el mal existían. La verdad estaba ahí, y era inmoral trata¡ de cambia¡la. .Por eso, la literatura no era un quehacer serio, como lo eran la ciencia o la historia (Fené, 199ó: 88). El diiálogo permanente entre realidad y ficción, construido en paralelo al diálogo entre las nociones de masculinidad y feminidad, da paso a la dimensión metaficcional de la novela. El recuno de la ficción dentro de la ficción ---+rnpleado con frecuencia por noveüstas hispaloamericanas contempor¡áneas a Ferré como Isabel Allende, Ana Teresa Torres o Carmen Boullosa- puede justificarse no sólo por las influencias del canon escritural latinoamericano del postboom sino, además, po¡ el hecho de que la crisis de la reprisentación de los fenómenos que ha hecho de la metaficción -uno una constante en la literatura de fin de siglo ¡¡¡- f¡s r¡¡ recurso históricamente empleado dentro de las creaciones vertrales del contexto hispanocaribeño. Los oígenes de la tendencia metaficcional de la literatura latinoamericana son sin duda muy complejos, pero en el caso particular de 1-4 Cesa de la laguna, novela puertordqueña de finales del siglo xx, una de las nociones a considerar es que la idea de multiplicidad atribuida históricamente al Caribe en consecuencia, a toda su -y,a un conflicto inevitable entre p¡oducción discursiva- ha dado lugar, por una parte, la apresurada occidentalización y las manifestaciones populares y, por la otra, a una situación histórico-social difícilmente definible y representable por los códigos 3 Muchos de los estudios cíticos acerca de la ob¡a de Rosario F€rré muestran est¿ tendencia .evisionista de la Histo¡ia como uno de los ¡asgos dislintivos de sus creáciones, entle los rDiís signifrcativos estiín Reapropiacion¿s, cultura y nueva escritura ¿í Puerlo Rico, de Jüli,o Of.eg (1991) y "De otra úa¡€ra de hablar de aquí y de ahora sin decirlo", de Efraín Barradas (1979). También es import¡¡te ¡€visa¡ a este rcspecto ¡¿5 consideraciones acerca del acto de escritura que hace Ia misña Ferré en su ensayo "D€ la ir¡ a la ironía" ( I 980). 125 lingüísticos y estéticos occidentales. De aquí que sea pertinente asumir a América y como propone Carmen Bustillo en latina en general, y al Caribe en particular Barroco y América latína, un it¡nerario -tal ínconcluso (199ó)- como una realidad acenÍada, metadiscusiva y contradictoria que, como tal, genera un discurso que al intentar definirla, comienza por definirse a sí mismo. OtIa particularidad de la tendencia metañccional de esta novela radica en que el discurso femenino se ha entendido durante mucho tiempo como paralelo al oficial y ha sido cuestionado incesantemente aún a finales de este siglo. Según la crítica tradicional, el discur.¡ femenino presenta como constantes la búsqueda de la identidad, el hallazgo de una palabra propia y la construcción de una irnagen que sirva de referente a la oficialidad. La metaficción será entonces el instrumento de Ferré para negar lo ya existente y cuestionar el discu¡so dominante, a la vez que servirá para fundar un nuevo lugar de autoridad, desde donde le esté permitido producir una nueva visión que legitime el discurso femenino hispanocaribeño bajo una mirada introspectiva y en apariencia narcisista. Tal vez por eso, la voz narativa principal de Ut casq de la laguna es un constucto femenino hologramáticoo que se encargará de reconstruir la saga familiar de su marido, al tiempo que recodificará, desde el espacio privado, la historia política de la isla, Isabel Monfort representación de la mujer burguesa, lehada y mestiza- desde su postura -una narrativa se encarga de da¡ cuerpo y voz al resto de los personajes que habitan la casa de la laguna. A pesar de su confeso afr4n de pluralidad, no se encuenüa en esta novela una estructum polifónica que muestre el universo ficcional desde más de una perspectiva. Al contra¡io, Isabel se erige como el ojo evaluador de todas las acciones qu€ na.rra; y selecciona, organiza y califica a cada uno de los personajes que consüuye. Se trata pu€s de un discurso novelesco unitario, ajeno a la heteroglosia, donde si bien circula toda una gama de personajes, éstos sólo dicen y son dichos a ravés del narrador hologramático, desde sus fecuefdos y por medio de los diálogos que intenta reproducir Dentro de esta construcción del discurso novelesco, el primer sujeto femenino negro representado será Peúa Avilés. Este pefsonaje se edifica como ama y señora de los sótanos de la casa de la laguna. Al hablar de ella por primera vez, Isabel Monfort dice: 4 Noción pr€sentada cn un trabajo inédito de Alicia Pe.domo, titulado ¿¡ narrador holográfco. Hacia uM mo¡fologla de la perv¿rsiár, y referida por C¡rmen Bustillo en ¿a aventuro metafccional (1997r, que consiste en una "fuerz¿ proteica que es a la vez centrípeta y centrífuga, y cuya esEuctum se inc¡usta y se despláz¿ disconlinuamentr haciendo que cada pa¡te contenga el todo" (Bustillo, 1997: 184). 126 Medía dos met¡os de alto y tenía la piel oscu¡a, pero no como el chocolate aguado, sino como el ónix profundo. Cuando Petra sonreía, era como si una herida blanca rasgara la oscuridad de la noche, se adomaba el cuello con mazos de collares de semillas, llevaba unas grandes pulseras de acero colgad¿s de las muñecas y siempre andaba descalza. Cuando entraba en una habitación lo hacía en absoluto silencio y sólo se adivinaba su presencia por el tintinear de sus brazaletes, que sonaban como puntas de lanza. Petra nació en 1889, en el pueblo de Guayama, famoso por sus brujos y curanderos, y sus padres fueron esclavos. Como en Puefo fuco la esclavitud se abolió en 1873, Petra nació libre (Fené, 1996:73). La descripción de Petra que hace la voz narrativa de Isabel Mbnfoft ma¡ca una frontera cla¡a entre la mujer negra y la mestiza. Aunque Petla haya nacido libre, llega a la familia de los Mendizábal a servir, mientras que Rebeca Arrigoitia -blanca criolla y dueña de casa- se dedica a dar órdenes y a decorar su lugar de residencia. Rebeca encama desde muchos puntos de vista la mirada del intelectual rebelde puertorriqueño de comienzos del siglo xx. Ella jura congeniar con los ideales de libertad y fratemidad de la revolución francesa, expresa cualdo se encuentra entre sus amigos poetas su afinidad con el pensamiento separatistai sin emb¿rgo, cuestiona a Isabel, su nuera, por querer estudiar y toma¡ parte en el espacio púbüco. DenÍo de La cqsa de la lagww, hay una referencia directa al texto de Palés Matos Tuntún de pqsa y grifería. La yoz nárrativa expresa que Rebeca se siente tan contenta de moverse en los círculos más altos de la intelectualidad de la isla que disimula sus prejuicios raciales y acepta el poernario. Esta mención permite situar la historia narrada en los inicios de la inclusión de¡ negro dentro de la literatura caribeña que Ferré hace coincidi¡, metafóricamente, con la llegada de Pet¡a Aviiés a la casa centro de los acontecimientos de la ob¡a. Rebeca, tan ocupada en nutrir su inspiración, no se percata de la llegada de esa mujer negr¿ que representará su contraparte. Pet¡a, por su lado, atraviesa desde los sótanos toda la historia familiar de los Mendizábal. Una serie de mujeres burguesas mestizas o blancas aparecerán como sus reflejos en la parte superior de la casa. Complaciendo su designación arquetipal los personajes femeninos de esta historia seún las guardianas de la memoria, pero la voz narrativa deja claro que Petra no contiene las mismas historias que ellas. A dife¡encia de Isabel, Peua aprendió de sus antepasados la historia de la rebelión conúa la esclavitud, mientras la esposa de Quintín aprendió de sus abuelas la historia de la participación de la mujer blanca dentro del espacio público; Petra conoce las recetas para sa¡ar con hierbas y atender partos, Isabel maneja las reglas de estilo y redacción y da consejos a su suegra acerca de cómo escribir mejor; frnalmente Petra, desde su sabiduría ancestral, recomienda al resto de los negros que se muestren t27 sumisos frente a los dueños de casa, mientras que Isabel, por la memoria de sus abuelas y de su suegra, llama a sus iguales a la emancipaciór¡. Aunque nacieron en la misma isla, Petra e Isabel habitan países diferentes. Puerto Rico no es una sola nación, está fragmentada por razas, por géneros y por clases. Al menos en los primeros capítulos de la novela, el discurso literario atenta contra la unidad que pretendió mostar la Historia oficial. Isabel Monfon construye a ese Puerto fuco de principios del siglo xx como una nación en proyecto. Por eso, no deja de sorprender en una novela que durante sus primeras páginas dé cuenta de esta pluralidad, que hacia el ñnal del texto tome los matices de un discurso conciliador, y se incline miás hacia la negación de las diferencias. A rnedida que avanza la novela, la voz narrativa homogeneiza la situación de los personajes que construye, su valoración y sus posibilidades de panicipación en el espacio público. El discu¡so comienza a tomarse ambiguo, y mientras más elementos tradicionalmente entendidos como definidores de la "esencialidad puertorriqueña' se incluyen en la trama, se dejan al descubierto más inestabilidades. Por ejemplo, la visión aparentemente subversiva de la historia de la isla que se presenta al principio de la novela permite que se abra paso a una nueva valo¡ación de los cultos afroca¡ibeños. Durante la narración del nacimiento de Quintín Mendizábal, Isabel Monfort atribuye el éxito del alumbramiento a los rezos que hace Petra Avilés a Elegguá. No por casualidad la deidad yoruba que rige los sótanos de la casa de los Mendizábal es una representación a la que el culto judeo-crisliano ha relacionado con la de las iínimas en pena. Pet¡a, hija de Elegguá, vaga por los sótanos de la casa entre el infiemo y el cielo, y tiene en sus manos las posibilidades de trastocar el orden que rige en el mundo exterior Pero, a pesa¡ de la nueva visión que existe sobre los cultos afroca¡ibeños, en la novela nunca son representados estos ritos. Los rezos de Petra son mencionados sólo tangencialmente y dentro del espacio cerado de los sótanos de la casa. Al igual que el resto de los personajes femeninos que paficipan en la novela hasta la penúltima generación la relación de Petra con el espacio es completamente metonímica, los referentes fijos espejean su identidad y demarcan sus dominios, sólo en el lugar para lo reprimido esu4 permitido el reinado negro, incluyendo sus prácticas religiosas. La idea de que el espacio público sólo está destinado a los hombres blancos y burgueses, se reafirma cuando la voz na¡rativa refiere los cambios que ocunen en él como sucesos lejanos a la cotidianidad propia y la de Peaa. A pesar de estar presente a lo la¡go de casi un siglo de historia, Petra Avilés nunca toma partido en las elecciones, aunque en las discusiones intramuros asuma siempre una posición independentista. A este respecto es importante recordar que según la Historia oficial de Puerto Rico, los negros de comienzos del siglo xx nacieron libres y muchos de ellos eran hijos de otros negros nacidos ya en la isla. En consecuencia, estos hombres 128 debieron haber sido considerados tan puertorriqueños como los mestizos. No obstante, al menos en la ficción presentada por Ferré, en las decisiones de Estado parecen no tener posibilidad alguna de tomar parte activa. Aún más, tal y como lo recuerda la voz nanadya, la abolición de Ia esclavitud fue decretada en Puefo Rico en el año 1873; sin embargo, dentro del discurso novelesco, no hay ninguna referencia a la panicipación de la muje¡ negra dentro del espacio público hasta la apadción del personaje de Ermelinda Miárquez, en 1926, participación que, por cierto, desembocará en activismo político: Las sufragistas, siguiendo el ejemplo de sus hermanas en el conünente, ma.rchaban por todos los pueblos, luchando por el derecho al voto y el derecho al babajo. En 1926, el año terrible del dem¡mbe del azúcar, que a tantos hacendados criollos mismos que deja¡on de -los encargarles sus mansiones a Milan Pavel-, miles de cortadores de caña se quedaron sin trabajo. Fue gracias a las obreras de la aguja que el pueblo no se murió de hambre, o que casi no se murió de hambre. Las bordadoras constituían m¡ís de la mitad de la fuerza laboral por aquel entonces, pero ganaban mucho menos que los hombres (Ferré, 1996: 234). arruinó Ermelinda Miárquez es el primer personaje femenino mulato que toma parte del espacio público. Pero a diferencia de Isabel Monfort y de las otras mujeres burguesas, no lo hará por medio de votos sino de la violencia. A propósito de ello, y del juramento que hace la costutera de acaba¡ con la dominación blanca masculina, surge una contradicción en la costrucción de este personaje. En principio, la voz narrativa deja al descubierto la huelga de las bordadoras, este pasaje que la Historia se ha empeñado en cubri¡ con su discurso; pero a medida que ttanscurren los acontecimientos, la voz de Isab€l Monfort se acerca a la Historia oficial y apuesta por el nacimiento de una nación uniforme sin desigualdades. Es decir, en un principio Ermelinda es presenlada como una heroína modema, constructora de futuro; sin. embargo, con la aparición del personaje de su hija, descalifica sus acciones. Cuando aparece Esmeralda Márquez, hija de Ermelinda y de un abogado blanco, los personajes externos a la casa de la laguna ya han comenzado a blanquearse progresivamente. De hecho, Esmeralda ya es una mujer rubia y, como tal, logfa seducir a Ignacio Mendizábal, uno de los hijos de Rebeca Arrigoitial sin embargo, la negritud de origen impedirá el matrimonio tan ansiado por ella misma y por su madre, doña Ermelinda. En la obra se manifiesta que el deseo de las mujeres mulatas por lleva¡ a cabo la boda se debía a que esta unión hubiera supuesto el blanqueamiento definitivo de su sangre y, en consecuencia, la admisión de Esmeralda dentro de los círculos burgueses y abienamente racistas de la isla, suerte que --dentro de la t29 realidad ficcional presentada por Ferré- muchos mulatos deseaban para sí. Paradójicamente, estos son los prensamientos de la costurera huelguista: Doña Ermelinda le preguntó a la chaperona más cercana que quién era aquel joven tan bien parecido vestido de frac y ésta le contestó que se trataba de Ignacio, el hijo másjoven de Buenaventura Mendizábal. El corazón de doña Ermelinda dio un vuelco. Si Esmeralda se casaba con Ignacio Mendizábal, ¿qué importaba si don Bolíva¡ no la reconocía como su hija, y ella no podía firmar con su apellido? Esme¡alda no tendría que preocuparse nunca po¡ tonterías como ésas (Fené, 1996: 241). Pero Ermelinda no es el único sujeto literario conhadictorio de esta novela. Es importante recordar que la voz nar¡ativa no sólo nombra el rechazo de los blancos burgueses hacia Esmeralda Miírquez, sino que además, lo condena: sin emba¡go, no es sino hasta muy entrada la historia, cuando el lector tiene la posibilidad de conocer la fisonomía de Isabel y su innegable ascendencia negra. Hasta el momento en que Isabel Monfon presenta ai personaje de Estefanra, y lo erige como su espejo, ha callado su propia mulatez. De hecho, la voz narrativa sólo deja entrever su mestizaje cuando refiere su participación en el ballet El lago de los cisnes: Yo era una bailarina de arquée, porque tenía un acercamiento fogoso al baile. Mi estilo era ítmico y brillante; cdn mi pelo de color azabache y mi piel olivácea, era más afín a las zarabandas y a los apasionados allegros del Mediterráneo que a los camelos rom¡ínticos. Bailaba con tanta enefgía que a veces gastaba un par de zapatillas en una sola tarde (Ferré, 1996: 186). Tal vez lo que resulte más llamativo es que hasta ese momento, Isabel Monfof ha ¡ecreado su árbol genealógico, ha construido una se¡ie de personajes femeninos anteriores a ella ¡ de su saga familia¡ ----c inexplicablernente- sólo ella parece mostra¡ algín rasgo de mestizaje. Esta actitud si bien se contradice con la condena que recibe Rebeca al negarle a su hijo Ignacio la posibilidad de casarse con Esmeralda Miá¡guez, se refuerza con la evaluación que hace Isabel de otro de los personajes femeninos negros de la historia: Carmelina. Se trata de una nieta de Petra Avilés, que vive en la casa de la laguna porque cuando era pequeñita las hermanas de Quinfn casi provocan su muefe accidentalmente. A manera de com¡rensación, Rebeca permite que la niña peÍnanezca en los sótanos. Carmelina tiene poca participación en la historia durante su niñez, pe¡o cuando crece se estructu¡a dentro de la novela como una de las pafes de un constructo dual. Carmelina es la contrapane de Margarita, una prima de Isabel Monfof. Estos dos personajes se proyectan, se oponen y se degan hasta desaparecer juntos. Margarita 130 tiene un rost¡o virginal, mien¡ras que Carmelina es absolutamente yoluptuosa; Marga¡ita es matemal, cuidaun hijo que no es suyo, mientras que Carrnelina se separa del propio; Margarita es recatada y sencilla, mientras que Carmelina se maquilla, se perfuma y pretende seducir a los hombres todo el tiempo. En su calidad de narradora hologramática, Isabel muestra una imagen narcisista de este constructo dual, ediñcado ---desde su autopercepción- por "dos aves de distinto plurnaje". En los diálogos recreados en el texto, Carmelina asegura que tanto ella como Margarita deben partir de la casa de la laguna, apenas renga¡ la posibilidad de hacerlo. Carmelina le p¡opone a Marga¡ita "volar juntas", mientras que Quintín, portador del discuno histórico de la razón, afirma que Carmelina tiene la posibilidad de defenderse, mientras que Margarita merece y necesita ser protegida. Por medio de la construcción de Carmelina y Marga¡ita, Isabel Monfort encuentra un lugar femenino donde proyectarse; entonces, desecha su propia subjetividad. Asume para sí dos de los atributos miás comunes de la heterodesignación femenina: la sensualidad pasiva, es decir, la imagen de mujer-objeto que se hace desear y seduce auto-objetiviindose; y la matemidad, que niega la sexualidad de la mujer en función de su condición reproductora. Isabel se presenta a sí misma como objeto de deseo, mienúas que al personaje negro le da calidad de objeto de tentación, lo muestra como una de las causas de infidelidad de Quintín Mendizábal, su ma¡ido. Desde las reflexiones de Isabel, cuando se produjo el adulterid, su esposo estaba libre de toda responsabilidad porque las caderas.de la negra y el afrodisíaco preparado pof la abuela lo habían obligado a cometer actos que ---€n otms condiciones- no hubiera llevado a cabo. Tal y como suele ocu¡rir con las aproximaciones extemas al mundo negro. La voz narrativa rclaciona la preparación del banquete afrodisíaco como un rito de brujería: Al poco rato, apa¡ecieron las negras, arrastrando los pies por entrc los y con la cabeza envuelta en turbantes de colores. Empezaron a matojos ayrrdar a Petra y a Eulodia a preparar la comida. Pero noté algo extraño: cada vez que cruzaban frente a Petra, hacían un pasito de baile, casi como una reverencia (Feré, 1996: 336). La carga de erotismo que se le concede a la mujer negra junto con su valoración como objeto sexual; en contraposición a la niña blanca, tecatada y cercana a la figura de la heroína melodramática, constituyen dos grandes estereotipos femeninos presentes de manera ¡ecurrente dentro del imaginario occidental. No deja de ser curioso que una escritora con una prosa abieÍamente reivindicativa maneje estos estereotipos dentro de sus novelas, tanto menos, los que se ponen de manifiesto cuando, hacia el final del texto, se equipara el encuentro sexual de Carmelina y Quintín con otros sucesos fatales que determina¡on la vida de lsabel Monfon: 131 [...] vi a Quintín azotar al infortunado bardo de dieciséis años con el cinturón del cordobán por cantarme una canción de amor; vi a Ignacio pegarse un tiro cuando Mendizábal se fue a la quiebra; vi a Margarita con la mente pálida y perfecta, tal y como la saca¡on del quirófano después de extraerle el luna¡ cubieno de pelos; vi a Carmelina y a Quintín haciendo el amor entre los mangles; vi a Quintín soltar a los perros pafa que ataca¡an a su propio hijo, y lo vi obligándome a firma¡ el documento que los desheredaba; vi a Perla en su ataúd, cubierta por una mortaja, y me dije que nada en el mundo podía justificar tanta violencia @ené, 199ó: 430). A esta paradoja debemos añadir que Ia intención de desescribir la Historia que puede deducirse del discurso de la escritora y que se expresa de manera clara y directa en el de la voz narrativa, luce aún más paradójica frente a una mirada estereotipada de la feminidad y de la negritud. Contradicción que se agudiza cuando, en los últimos ¡epresentación de la mujer negra o blanca es sustituida por la representación de la mulata, sujeto puertorriqueño por deñnición, y parte activa de la construcción de la Historia. En la ficción de Ferré, con el nacimiento de los grupos guerilleros separatistas, el sujeto femenino mestizo comienza a formar parte del espacio público y asume una identidad completamente individual. Por eso, la quinta y última generación de personajes femeninos de I4 cqsq de la laguna se corresponde con el país aparentemente unificado, en el que la raza ya no representa un problema social como la clase, o la discriminación de género. Esta generación de personajes está constituida por dos constructos duales: El primero, corresponde a Patria y Libertad, las hermanas de Quintín Mendizábal; el segundo, está compuesto por Coral y Perla, las hijas de Esmeralda. Las hermanas de Quintín Mendizábal, mu-ieres blancas y burguesas, representan toda la frivolidad y la banalidad femeninas y, según la voz nanativa, esto es consecuencia directa de su marginación del sistema educaüvo; mientras que Coral y Perla, mulatas soñsticadas, representan el paso deñnitivo de ta mujer al espacio público. Las hermanas Mendizábal se casan con dos hombres blancos y, como Puerto Rico ya no representa un buen lugar para su Permanencia, "regresan" a España. Por otra pane, Coral y Peda se ven en su propio espacio y arrastran a los hijos de Quintín Mendizábal a panicipar con ellas en la lucha armada. En una aparente conciliación de las pugnas interraciales, la generación inmediatamente posterio¡ a la de Rebeca Arigoitia, parece no presenta¡ conflictos con la mezcla de razas ni de clases. Esto resulta llamativo, sobre todo, si tomamos en cuenta el supuesto propósito de la autora ---€xpresado por ella misma en sus ensayos "De la ira a la ironía" (1980) y "La cocina de la escritura" (1980), y por alg¡¡nos estudiosos de sus obras, tal y como señalamos anteriormente- de contestar al discurso hegemónico de la Historia. En un final capítulos, la 132 esperanzador se deja ver al lector que Isabel, en su condición de sujeto marginado, publica finalmente su novela y se reivindica. Finalmente, para reahrma¡ la ambigüedad en torno a la valoración de los sucesos presentados en l¿ casa de lo laguw, bastaía con tener en cuenta que al presentar a Isabel Monfon femenino emergente que se integfa en el espacio público con -sujeto la escritura de una novela- se dejan de lado dos variables impo¡tantes: por una parte, no se destaca que sólo la condición letrada de este personaje le permite el acceso al univeno simbólico y la aleja de la periferia; por la otla, nunca se destaca que en su condición de mestiza y burguesa Isabel se encuentra muy cerca del individuo puertoriqueño p¡opuesto como eje en el proyecto de unidad nacional. De aquí que sea difícil pensar que la obra escrita por Isabel Monfort dentro de la realidad ficcional de Lt casa de la lagura, o que la novela misma escrita por Ferré, hayan logrado desestabiliza¡ el discurso hegemónico. Por el contrario, leyendo detenidamente el texto, éste pudiera llegar a pa¡ecer una paráfrasis del mismo. La mirada extema sobre los sujetos femeninos negros, tan generalizadora y estereotipada como la del discurso fundacional blanco, burgués y masculino, junto con el catácte¡ totalizante presente en kt casa de la lagww, lejos de convertir el proceso de designación que supone su estructura en un proceso acentrado. construye una ilusión de desplazaniento de un eje a otro del sistema. Bibliografra Alemany Valdez, Herminia (1997). "Las dos Rosarios frente al espejo: Castellanos y Fe¡ré" en Ia Otredad: lt¡s Discursos de la Cultura IIoy. México: Universidad Autónoma Metropolitana. A¡rillaga, María. "La narativa de la mujer puertoriqueña en la década del setenta", Hómines 8 (1984): 327 -34. "Presencia de la mujer en la literatura puertorriqueña contemporiánea", El So/ 25 (1982): l2-3. Bar¡adas, Efraín. "De oúa manera de hablar de aquí y de ahora sin decirlo", Rojo -. (suplemento a C/aridat¡ 4 (1979):Yl6-7. Bustillo, Ca¡men (1996). Barroco y América latíru. IJn itínerarío inconcluso. Ca¡acas: Monte Ávila Editores Latinoamericana./ Equinoccio. Ediciones USB. _ (1997). Lt aventura Metaficcional. Catacas'. Ediciones USB. Cámara, Madeline. "¿Dónde está ta hija de Cecili¿?", Revistq Hispano Cubqna 6 (2000). La Habana. Ve$ión electrónica. La novela femenína contemporónea. Barcelona: Editorial Anthropos. Escalante, Evodio. "El feminismo vívido de Rosario Fené", Proceso 23 (1981): 1l l, Ciptijauskaité, Biruté (1988). 56-7. 133 Fernández, Margarite (1989). "Respuestas anti-patriarcales en la narativa puertorriqueña contemporánea' en Sobre la literatura puertorriqueña de Aquí y de Alld: Aprcxímacíones feministas. Santo Domingo: Alfa y Ornega. Ferré, Rosario (1980). "De la ira a la ironía" ei Sítío a Eros. México: Joaquín Mortiz. ( 1980). "La cocina de la escritura ' en sirio a Eros. México'. Joaquín Mortiz. (1990). El coloquio de las perras. Río Piedras: Editorial cultural. (1996). La casa de la laguna. Barcelon¡: Emecé Editores. Franco, Jean. "Image and Experience in h \t:,igine", Bulletin of Hispaníc Studies - 41 (19ó4): l0l-10. Hill Collins, Patricia (1990). Black Femínist Thought, Knowledge, Consciousness and the Polítícs of Empoweftnent, Boston: Unwin & Hyman. Lopéz Jiménez, Ivette, "Puerto Rico: Las nuevas na¡radoras y la identidad cultural", Perspectíves on contemporary Literature 8 (199O):77- 84. Muñoz, Willy (1999). Polifonía de Ia margínalidad. It narratívq de escritorqs latínoamerícanas. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio. Ortega, Julio (1991\. Reapropiaciones: cultura y nueva escrítura en Puerlo Rico. Editorial de la Universidad de Puerto Rico: San Juan. Ramos Rosado, Ma¡ie. "La mujer negla en la literatura puertorriqueña. Cuentística dei '7O" , Revista EspeciaVFempress (1995\: 56-5'7 . Silvestrini, Blanca (1997). "Género e historiografía (los rélatos y las vidas)" en Historía y género: vidas y relqtos de m4teres en el Caribe. San Juan: Asociación puertorriqueña de historiadores, Posdata. Valente, José Ángel. "La naturaleza y el hombre en ln vorágine", Cuadernos híspanoamericanos 67 (1955): 102-08. 134