Prólogo La homofobia crea respuestas, la música es otro frente de afinidad de la comunidad LGTB E n una entrevista radiofónica comenté que “Mujer contra mujer” de Mecano había sido un éxito mundial, con una letra claramente lésbica que era coreada por miles de asistentes a los recitales de este grupo. La joven locutora, de repente reflexionó, y dijo, “ahora entiendo por qué las monjitas no nos la dejaban cantar cuando salíamos de excursión”. Durante la Transición descubrimos los poemas de Kavafis, las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar y varias biografías de Alejandro Magno. ¿Es literatura gay? Simplemente es buena literatura que habla de hechos homosexuales con toda normalidad. Sin embargo, el contexto marcó esas obras. Los cómics de Nazario con su personaje ‘Anarcoma’, serían la punta de lanza de una producción que deliberadamente cuestionaba el sistema establecido, así como las crónicas de Almodóvar en la revista madrileña La Luna y su personaje ‘Pattydifusa’ (posteriormente reunidas y editadas por Anagrama, un regalo recomendable, pues se desconoce la faceta de escritor de Almodóvar, toda vez que describe el “desmadre” de la Movida). La Luna no era una revista gay y, sin embargo, fue el talismán de aquella generación de los 80. Incluso incorporó unos cómics de Rodrigo “Manuel no está solo”, fantasías y experiencias de un varón gay, barbudo, viril y sensible, también recopilados en una hermosa edición. Con la música sucede exactamente lo mismo. Cuando el movimiento homosexual decide adoptar la palabra “gay” para identificarse contra los conceptos de anormalidad, pecado, delito y enfermedad, abre un proceso de creación de una cultura de afinidad comunitaria. Así, el tema de la película infantil El Mago de Oz, “Over The Rainbow”, cantada por Judy Garland, deviene en himno porque habla de otro país donde todo es maravilloso. Es adoptado por aquella generación que 15 Prólogo cambió la concepción de ser ciudadanos ejemplares y discretos, a exigir cambiar la sociedad para que todas las diferencias tuvieran cabida e igualdad de derechos. Así pues, el tema de Judy Garland, para nada pensado para los homosexuales (que no son mencionados), es asimilado por éstos. Esta canción no es música gay, es un tema universal, pero deviene en himno donde reconocerse la comunidad LGTB. Eso contribuyó a unirnos. El libro de Andrés López es un excelente trabajo de recopilación de todos los avatares musicales relativos a la homosexualidad, que contribuye tanto a la recuperación de la memoria histórica como a la relación de los más recientes fenómenos mercantiles relativos a la llamada música gay. López nos descubre la letra de algunas de las canciones que sí hablan de homosexualidad y que, por tanto, lógicamente se convirtieron en preferidas del público LGBT. También es tratado el tema de las divas, las cantantes que por su versatilidad y libertad de movimientos, según mi parecer, se convierten en preferidas del público gay masculino. Sería muy complejo analizar este fenómeno, pero creo que tiene una explicación de género. En la medida en que a los hombres se nos ha prohibido ser expresivos y emotivos, al transgredir las normas de la heterosexualidad, sería lógico que gusten las artistas que expresan, incluso a veces de forma sobreactuada, esa libre gestualidad. En España las grandes divas son Sara Montiel, Alaska, Mónica Naranjo... De todas maneras, hubo otras anteriores y casi olvidadas. Ya en los 40 sonaban las norteamericanas Andrews Sisters y la brasileña inmortal Carmen Miranda, con su “Tico-Tico” e inmensos sombreros de frutas tropicales, todas imitadas durante décadas. Luego, al clasicismo de Gloria Lasso se interpondría el twist de la efímera Gelu (1960-68), seguramente la más olvidada de todas. Propongo al lector/a localizar algunos de sus éxitos en internet como “Siempre es domingo”, muy divertido tema. Sin embargo, yo diría que la actual juventud LGTB se aleja de estos cultos, en la medida que viven una homosexualidad mucho más libre que las anteriores generaciones y simplemente bailan o gustan de unas u otras canciones según sus gustos personales. De todas formas, conviven en nuestro país un abanico de generaciones gays que van del franquismo hasta el presente, y seguro que cada grupo generacional mantiene sus preferencias. A destacar las divertidas sesiones de travestís en el bar Topxi de Barcelona, donde actuaba una pléyade de imitadoras de Lola Flores y otras folclóricas, al igual que en varios locales de Sitges en los 70-80. En Italia la gran diva gay es Mina, con multitud de seguidores en España, y en Francia es y fue Dalida, por desgracia ya fallecida. Como en todo colectivo humano, nada se puede generalizar ni aplicar a todos sus miembros, se trata de ver las tendencias mayoritarias. Recuérdese que, en el siglo xix, hubo muchas mujeres opuestas a las sufragistas y que hoy el derecho a la diferencia de Boris Izaguirre sigue siendo fuente de controversia. 16 Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay Andrés López recoge diversas opiniones favorables o críticas con el fenómeno de la música gay, y refleja la actual deriva de las discográficas a etiquetar como tal diversos productos, seguramente para captar este segmento del marcado. En mi opinión sigue siendo necesario ser explícito en cantar temas donde las relaciones entre personas del mismo sexo, como el CD Pulpo Negro de Pedro Marín. Estamos lejos de la normalización social de la homosexualidad y la transexualidad. Por ejemplo el éxito de Dana International en Eurovisión 1998, (cuestionado por las malas lenguas que dijeron que recibió el tele-voto masivo del “lobby” gay europeo; aunque así hubiera sido, me pregunto ¿y qué?) transexual amenazada por los integristas islámicos, fue un avance. Si es así, bienvenidas sean las promociones de temas que hablan con naturalidad de relaciones homosexuales o transexuales, no por eso tienen que ser mejores que las otras, y siempre acaba mandando la calidad musical por encima del contenido, esa es otra premisa lógica. Ojalá esos temas lleguen a ser del consumo de todo el público, como fue el caso de “Mujer contra mujer”, pura pedagogía y melodía excelente. “Imperfecta mujer”, con Carla Antonelli como protagonista del vídeo de la canción del mismo título, hubiera podido ser un gran éxito, pegadiza y divertida, pero ninguna multinacional apostó por su promoción. Una lástima. En 2009 el grupo Barba Azul creó la canción “Pride” para los actos del Orgullo en Barcelona. Las primeras grandes manifestaciones de finales de los 90 a favor de la ley de parejas en Madrid fueron acompañadas por un tema que resucitó gracias a la película Prisicilla, Reina del Desierto, me refiero al pegadizo “Finally”. Luego nunca ha faltado “Están lloviendo hombres”. El tema “A quién le importa” de Alaska ha devenido en el clásico de las manifestaciones LGTB en nuestro país, aunque no menciona explícitamente la homosexualidad, es todo un himno a todas las libertades personales. Todo el mundo la canta en las fiestas de Chueca en Madrid, una ejemplar mezcla de cualquier tipo de personas, una verdadera celebración popular. El autor dedica una interesante referencia a la música homófoba, trasponiendo la letra de varios temas de algunos grupos salidos de la pura intolerancia. Un capítulo excelente y riguroso. Vale la pena leerlo con calma. Música adoptada y música reivindicativa Hay una serie de temas en inglés que no hablan de gays ni de lesbianas que han sido identificados como música gay, simplemente se trata de las canciones que han marcado distintos períodos de la conquista de las libertades en sus respectivas generaciones y que eran bailados en las discos gays, pero no lo olvidemos, también por el resto de la población. La diferencia estriba en que para las personas heterosexuales, que siempre disfrutaron de poder ir a bailar, la música iba cambiando con las modas y el tiempo, y no marcó tanto su vida como para gays y lesbianas, que pudieron hacerlo por vez primera a partir de finales de los 70. La experiencia de 17 prólogo sentirse libres se asoció a la música del momento, Village People, Gloria Gaynor, Grace Jones y su versión de la “Vie en rose”, que ya triunfaban en el mundo gay extranjero. En el caso de Village People y luego Communards, no se escondía su estética o su mensaje gay. Asistí al recital de Communards en Barcelona en el Palau d’Esports y había público mezclado de todo tipo, tanto homos como heteros, perfecto. Más bien en el mundo anglosajón se han dado la mayoría de casos de temas y cantantes que tocan la reivindicación en sus composiciones, o al menos, no esconden su orientación sexual o su transexualidad, como Divine y otras. El autor relaciona a todos y todas, muy buen trabajo. En España la mayoría se ha quedado en el armario, aunque en varios casos sea un secreto a voces. Personalmente cuando oigo “La vie rose” de Grace Jones, no puedo evitar pensar cuando por vez primera en Barcelona (1977-78) empezamos a bailar. Cuando el gerente veía que nos lanzábamos a la pista, cortaban y ponían otro tema para que estuviéramos quietos. Todavía había miedo a la policía, pues éramos ilegales. Al salir el tema del “Noa, noa” cantado por Massiel “este es un lugar de ambiente, donde todo es diferente”, ya lo bailábamos y nos divertíamos en la pista del bar musical Gris, de la Riera de Sant Miquel en Barcelona, entrados los 80. Pocos años después el VIH/Sida se llevó a todos aquellos amigos. ¿Cómo no se me van a nublar los ojos cada vez que escucho esta canción? El VIH/Sida tuvo su música cuando por fin Hollywood decidió abordar el tema homo de forma positiva y Philadelphia fue oscarizada, el tema de este film queda para siempre ligado a aquellos dolorosos momentos. En numerosos funerales de gays en Estados Unidos y Canadá se escuchó “I Will Always Love You” (Siempre te amaré) de Whitney Houston. Aquí tuvimos que soportar ceremonias religiosas y música sacra, hasta el punto de que el oficiante del entierro de mi amigo Xavi se atrevió a decir “claro, con la vida que llevó”. Algunos le habríamos lanzado un zapato a la cabeza. Justo en estos últimos años ya tenemos funerales civiles en Barcelona donde suenan la música y poemas favoritos de la persona difunta. Hablando de etiquetas, tenemos un ejemplo de cómo un tipo de cantos, los gregorianos, concebidos para honrar a Cristo, al cabo de los siglos devienen populares y escalan puestos en los hit-parades, como fue el caso de los monjes de Silos. Luego aparecieron las versiones más sofisticadas y sensuales del grupo Enigma, de gran éxito. Obviamente no fue un triunfo de la música sacra como tal, simplemente de buena música. En síntesis, la música responde al momento de quienes la viven y de lo que aporta emocional e históricamente cada melodía, después puede cambiar el contexto y cambiar de acepción. Otro caso excepcional fue la canción “Lili Marlene” cantada por soldados de ambos bandos de la Segunda Guerra Mundial, la canción evoca el amor de la mujer que ha quedado en casa. ¿Cómo calificarla? Sencillamente una canción de nostálgico amor, como tras la Primera Guerra Mundial fue en Francia “J’attendrai” (Esperaré, esperaré tu regreso), mil veces versionada, entre otras por 18 Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay Dalida. También fue una canción que marcó a la generación que sufrió la primera Gran Guerra. Luego Dalida hizo hasta una versión disco de la misma que se baila en las manifestaciones del Pride de París. Seguramente el caso más alejado de la llamada música gay son las sesiones de baile del Casal Lambda de Barcelona y sobre todo del ya desaparecido Tatú. En este local barcelonés, frecuentado por gays maduros y hasta de la tercera edad, por lo tanto testimonios de la guerra civil, se bailaban pasodobles, valses, sevillanas y todo tipo de música en pareja del más tradicional repertorio de la música española. Por otra parte, las corales de gays y lesbianas, fenómeno muy anglosajón, reflejan la afirmación homosexual y con sus actuaciones hacen un ejercicio laico de visibilidad muy interesante y normalizador de la diferencia, en una cultura donde abundan las corales religiosas. Reivindicar la diferencia y la igualdad hasta llegar a ser indiferentes En síntesis, el libro de Andrés López refleja la evolución de la música que, o bien preferida por los gays en determinadas etapas de su vida o explícitamente reivindicativa, ha marcado la historia reciente de la comunidad LGTB. Un libro recomendable que no tiene parangón ni ningún otro parecido por la temática concreta que trata. Felicidades al autor y a los editores. Este libro debería leerse con un ordenador al lado conectado a Google y a Youtube, para ir escuchando las canciones mencionadas. Toda minoría, toda comunidad, para avanzar en sus libertades, se dota, adopta o crea símbolos culturales que cohesionan, identifican y a la vez socializan su existencia. Así nació la bandera del arco iris y el uso de los triángulos rosas en memoria del holocausto nazi y la deportación de los y las homosexuales. Cuando lleguemos a ser indiferentes dentro de la sociedad, quedará aún una lógica afinidad entre iguales, pero probablemente las canciones y libros que hablan de relaciones homosexuales, serán tan normales como el resto, simple literatura, simple música. Será un proceso donde reflejarnos en las conquistas de las mujeres. Primero no podían votar, pero lo consiguieron. Luego estaba mal visto que hicieran determinados oficios y hoy trabajan en todas partes. Son cuestiones ya superadas y asimiladas por todo el mundo. En el siglo xix e inicios del siglo xx la jornada laboral era de 11 o 12 horas, existía el trabajo infantil y no había vacaciones. El movimiento obrero en todo el mundo cantaba y canta “La Internacional”. Hoy esas condiciones han mejorado meteóricamente, las vacaciones forman parte de lo habitual, pero históricamente son relativamente nuevas. Nunca las hubo antes del siglo xx. Para la comunidad LGTB queda un largo camino y bienvenidas sean las canciones que identifican nuestra diferencia, que hablan de nuestros amores, que nos reúnen para divertirnos o hacernos llorar. La llamada música gay un día será simplemente música, pero para entonces habrán pasado muchos años. Jordi Petit 19 Tribulaciones a lo largo de la historia “La homosexualidad es un desorden objetivo. La Iglesia Católica debe acoger con respeto, compasión y delicadeza a todas las personas homosexuales, pero exigiéndoles también que vivan en castidad”. Papa Benedicto XVI E sta locución del actual Sumo Pontífice de la Iglesia Católica perpetúa uno de los puntales elementales custodiados a ultranza por el catolicismo a lo largo de su historia: el principio de que la sexualidad es un acto destinado exclusivamente a la procreación y que, por tanto, debe ser practicado exclusivamente entre un hombre y una mujer. Este antiquismo doctrinario implica que cualquier otra práctica sexual resulte contraria a la ley de Dios, algo que en la actualidad se traduce en un rechazo proveniente de sectores de convicciones muy determinadas. El lesbianismo se ha mantenido prácticamente ‘invisible’ ante la ley penal y divina, tal y como rebatió Beatriz Gimeno, expresidenta de la FELGTB, en la presentación de su libro La Construcción de la Lesbiana Perversa, cuando aseguró que “hay más lesbianas que gays”, pero durante siglos la sodomía, las relaciones mantenidas entre hombres, ha sido causa de sangrienta persecución por parte de la Iglesia, en su momento en comandita con los Estados europeos, cuyas legislaciones llegaron a considerar la homosexualidad como un crimen de traición a la patria. Así, en el siglo VII, mientras que las lesbianas tan sólo eran acusadas de sodomitas en las escasas ocasiones en las que se demostraba que para su goce se habían valido de instrumentos fálicos, el Liber Iudiciorum (o Lex Visigothorum) penaba a los homosexuales varones con el destierro y la castración, castigos que se radicalizaron cinco siglos después por resolución de San Raimundo de Peñafort, quién recurrió por primera vez al término ‘contra natura’ para referirse a todo hábito sexual que 21 tRIBULACIONES A LO LARGO DE LA HISTORIA no estuviese realizado por un hombre y una mujer. Tal concepción homófoba desembocaría a que en el siglo XIV se produjesen las primeras persecuciones y ejecuciones en masa de homosexuales en Europa. En España, para dignificar ‘la caza al sodomita’, los Reyes Católicos promulgaron el 22 de julio de 1497 una pragmática en la que se ratificaba la sodomía como un delito tan sombrío como la herejía o la traición. La tremebunda Inquisición fue la encomendada de mortificar a los homosexuales con la hoguera en los casos más graves o a galeras, castigos físicos y el destierro en los más leves. En Europa, los juicios sumarios contra los homosexuales se mantendrían hasta mediados del siglo XVII y la homosexualidad continuaría siendo considerada delito por la ley civil y un mal intrínseco por la Iglesia. A principios del siglo XX, los profesionales de la medicina ‘rescataron’ a los homosexuales otorgándoles la condición eufemística de ‘enfermos’, dado que, según ellos, ‘sufrían’ un trastorno patológico. Una tesis claramente despectiva que por entonces fue defendida por pensadores como Gregorio Marañón, que aún optando por eximir a la homosexualidad de su histórica criminalización se decantaba por ocultar cualquier manifestación de su índole. Una disparatada e inservible defensa, puesto que mantenía en pie la exclusión y la marginación, pero que a pesar de todo hubiera sonado quimérica en la Alemania nazi, en la que se produjo una abierta aniquilación de homosexuales, entre, como bien es sabido, otros colectivos, como parte de un elaborado y monstruoso plan preconcebido y públicamente difundido por el propio Hitler: “Admito que hay de uno a dos millones de homosexuales, lo que significa que un 7 u 8% de los hombres (alemanes) son homosexuales. Y si la situación no cambia, significa que nuestro pueblo será infectado por esta enfermedad contagiosa… La homosexualidad hace encallar todo rendimiento, destruye todo sistema basado en el rendimiento. Y a esto se añade el hecho de que un homosexual es un hombre radicalmente enfermo en el plano psíquico. Es débil y se muestra flojo en todos los casos decisivos... Nosotros debemos comprender que si este vicio continúa expandiéndose en Alemania sin que lo combatamos, será el final de Alemania, el fin del mundo germánico… Hay que abatir esta peste mediante la muerte” (fragmento del discurso pronunciado por Adolf Hitler el 18 de febrero de 1937). Casualmente Hitler y su círculo de matarifes nazis procuraron acallar la relación entre su admirado Richard Wagner, que si bien no fue homosexual sí que consintió los sentimientos desde el platonismo, y Luis II de Baviera, del que de sobras se conoce su tendencia sexual; una relación que le posibilitó al compositor alemán saldar sus deudas, poder escribir su famosa tetralogía (El Oro del Rhin, La Valquiria, Sigfrido y El Ocaso de los Dioses) y ver como se erigía el teatro de Bayreuth. Afortunadamente, desde la Segunda Guerra Mundial las cosas han cambiado y siguen cambiando lenta pero esperanzadoramente, de manera que en la actualidad la propuesta de Marañón ha sufrido unas cuantas vueltas de tuerca que han permitido aceptar los diferentes roles sexuales que se apartan de la estricta concepción 22 Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay tradicionalista, habiéndose conseguido algunos avances significativos, como la aprobación en algunos pocos países, entre ellos España (de facto a partir del 3 de julio de 2005 a través de la Ley 13/2005), de las leyes que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo. No obstante, y como ya veremos más adelante, este hito ha suscitado un profundo malestar en los estamentos más reaccionarios, desde los que se han vertido proclamas apocalípticas y arbitrarias. ¿Y durante las tribulaciones homófobo-históricas que acontecía en el mundo de la música? Pues algunas de las situaciones que se exponen a continuación… 23 1 Clásicamente “Si no te gustaba una persona, su homosexualidad la considerabas un pecado repugnante e imperdonable. En cambio, si te gustaba esa misma persona, podías considerar su homosexualidad como una desafortunada fase, con la esperanza de que la pasara... Afortunadamente, pronto abandoné mis prejuicios. La sexualidad de un hombre o de una mujer debería ser inmaterial, de manera que no afectase personalmente. El amor entre dos hombres o dos mujeres ha existido siempre y existirá siempre en cualquier rincón del mundo”. Maria Callas, soprano. D ebemos de partir de la base de que la creencia popular por la que la comunidad gay está supuestamente dotada de una mayor sensibilidad que el resto de la población para percibir y ejercer lo artístico no es cierta, por mucho que psicólogos y pensadores en general hayan defendido esta hipótesis de tintes mucho más sensibleros que freudianos. De esa suposición surgen ideas como que la fascinación de los gays por la ópera responde al simple exceso melodramático de las tramas de éste género y al hecho de estar dotados de una sensibilidad ‘congénita’ que, de ser cierta, implicaría que el porcentaje de gays aficionados a la ópera debería superar con creces al de los heteros. En lo cotidiano podemos conocer a numerosos gays interesados por la ópera (conocidos como ‘opera queens’) y admiradores a ultranza de María Callas, aunque buena parte de ellos se puedan interesar por ella por el mismo motivo que muchos heterosexuales presumen de ser aficionados al jazz: por simple esnobismo. Tampoco es cierto que los ‘opera queens’ sean especialmente mitómanos; su idolatría puede ser tan pedante, irreflexiva y pródiga como la que podemos encontrar entre los seguidores, por ejemplo, del heavy metal y su devoción por los iconos del género. 25 clÁsicamente Los Castrati Una de las falsas suposiciones relacionadas con la música clásica es la condición homosexual de los castrati, los cantores que descollaron en los escenarios europeos entre mediados de los siglos xvi y xix. Entre los siete y los doce años, los castrati eran sometidos a una operación por la cual se les despojaba de sus testículos o bien mediante su extirpación o bien por su disolución a través de un enérgico masaje escrotal. La castración era una práctica muy común en Italia y si bien su secuela era la de la esterilidad, entre sus consecuencias no se incluían la imposibilidad de que los castrati consiguiesen la erección. De ahí que muchos de ellos tuviesen un gran éxito entre las mujeres. Algunos de los más afamados amantes castrati fueron Giovanni Battista Vellutti y Gian Francesco Grossi, éste último popularmente conocido como Siface, mientras que otros, salvando la prohibición de la Iglesia católica (curiosamente la que, junto al interés del público, propiciaba su existencia) se esposaron bajo la fe luterana. No obstante, y a pesar de que eran admirados por sus voces, la mayoría de los castrati, una vez concluida su carrera artística, tuvieron que hacer frente al repudio social, ya que, exceptuando las primeras figuras, pocos lograron fortuna. No fue el caso de Carlo Broschi, conocido como Farinelli (apodo quizá debido al hecho de que sus protectores respondiesen al apellido de Farina o quizá porque su padre era un comerciante de harina), quien tras su debut a los quince años en la ópera Angélica y Medoro, original de su maestro Nicola Porpora, se convirtió en la máxima figura de los castrati, poseyendo una extensión vocal superior a las tres octavas. En el caso de Farinelli sí que puede afirmarse su condición homosexual, pues se le conoce una relación con Pietro Trapassi, autor del libreto de la citada Angélica y Medoro, a pesar de que en la época corrió el rumor de que había llegado a intimar con la reina Isabel de Farnesio, esposa del monarca español Felipe V. Sin embargo, su relación durante años con la reina se debió al bienintencionado propósito de aliviarle de sus dolencias con su voz. Aquella estancia en nuestro país le valdría a que tras la muerte del monarca a Farinelli se le confiase la gestión de los teatros reales españoles, así como otros asuntos de gobierno; atribución de la que Carlos III acabaría desposeyéndole algunos años después. La absurda prohibición de la presencia sobre los escenarios de las mujeres fue la que impelió a que fuesen los castrati quienes se caracterizasen para los papeles femeninos, una característica que se mantuvo aún después de la abolición de la ley sexista, produciéndose a partir de entonces una curiosa regresión que llevó a, por citar tan sólo dos ejemplos, Beethoven o Rossini crear personajes masculinos para ser interpretados por cantantes femeninas, lo que inducía a que sobre el escenario se diese pie a escenas de velado amor lésbico. Posteriormente, y ante el rechazo social y ético de la figura de los castrati, surgirían los denominados contratenores, cantantes masculinos dotados de voces 26 Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay agudas, similares a las de las sopranos, aunque sin llegar a tener las cualidades de los castrati, por lo que ante los oídos profanos pecaban de un tono casi caricaturesco. Una noche (loca) en la ópera A pesar del baile de roles que conlleva que cantantes masculinos y femeninas interpreten a personajes del sexo contrario, del vasto repertorio de óperas apenas una docena de títulos incluyen papeles homosexuales o lésbicos. Existen numerosas obras que recogen, de forma más o menos explícita, personajes en los que se podrían señalar actitudes gays o lésbicas, como Ifigenia en Áulide o Ifigenia en Táuride, ambas de Christoph Willibald Glück; Cástor y Pólux, de Jean-Phillippe Rameau; Los Cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach; Norma, de Vincenzo Bellini; Las Mujeres Vengadas, de Niccolò Piccinni; Medea, de Luigi Cherubini; Billy Budd, de Benjamín Britten; Lakmé, de Leo Delibes; La Vida con un Idiota, de Alfred Garrievich Schnittke; Apolo y Jacinto y La Clemencia de Tito, de Wolfgang Amadeus Mozart; Eugenio Oneguin, de Tchaikovski o Los Pescadores de Perlas, de Georges Bizet. Probablemente la ópera que finalmente rompería con los arraigados convencionalismos de la sociedad occidental sería Harvey Milk de Stewart Wallace, presentada en los años noventa y que llevaba a los escenarios las aspiraciones del colectivo LGBT a través del recuerdo del concejal de San Francisco Harvey Milk, icono por haber tenido el valor de haber hecho pública su tendencia sexual y mito tras ser asesinado por un miembro ultraconservador del ayuntamiento de su ciudad. Más difícil es encontrar ejemplos de óperas en las que el lesbianismo sea captado en mayor o menor medida. Se puede citar el personaje de la condesa Geschwitz de la ópera Lulú, de Alban Berg y Friedrich Certha, o la obra Los Pechos de Tiresias, en la que su autor, Francis Poulenc, puntea a un par de lesbianas que deciden casarse. Pero estas dos obras no se produjeron hasta los años 1937 y 1947, respectivamente, lo que nos viene a señalar el tabú que el lesbianismo significaba en el mundo de la música clásica. El único caso de compositora lesbiana, al menos de gran prestigio, fue el de la británica Ethel Mary Smyth, que supo defender su condición, que no disimulaba con su vestuario de corte masculino, al mismo tiempo que fue capaz de mantener un estrecho vínculo con la familia real británica, que la nombraría Dama del Imperio en 1922. En cuanto a los compositores clásicos se pueden citar a varios de reconocida condición homosexual: Jean-Baptiste Lully, que fue acusado por su esposa de sodomita ante Luis XIV (de cuyo padre se conocen sus correrías con hombres); Georg Friedrich Händel, a pesar de que durante años sus biógrafos eludieron categóricamente su homosexualidad, que el compositor escondió tras una más que sospechosa misoginia; Franz Schubert, al que se le relacionó con el barítono Johann Michael Vogl, con el poeta Johann Mayrhofet y con su joven pupilo Moritz von 27 clÁsicamente Schwind; Vincenzo Bellini, conocido por su puntilloso gusto por vestir a la moda, unas facciones gráciles y unos ademanes livianos; Herman Bemberg, descubierto in fraganti con el cantante Pol Plaçons en el camerino de éste último; Reynaldo Hahn, que mantuvo una relación con Marcel Proust; Marc Blitzstein, casado para cubrir las apariencias con la escritora Eva Goldbeck y asesinado a manos de tres marineros portugueses con los que había flirteado; el ya citado Francis Poulenc, que con valentía jamás ocultó su homosexualidad y que se le relacionó con el pianista catalán Ricardo Vines; Piotr Illich Tchaikovski, quién contrajo matrimonio con Antonina Miliukova, aunque satisfacería su verdadero apetito sexual en París y Roma, cuando no en su Rusia represora; Karol Maciej Szymanowski, que solía viajar al sur de Italia en busca de jóvenes; Virgil Thomson, que compuso la ópera La Madre de Todos Nosotros, cuyo libreto escribiría la lesbiana Gertrude Stein; Gian Carlo Menotti, italiano asentado en Estados Unidos unido sentimentalmente al también compositor moderno, Samuel Barber; Michael Tippet, relacionado con el autor británico Benjamin Britten, considerado uno de los padres de la ópera contemporánea y artífice del oratorio Un Niño de Nuestro Tiempo, una alegoría a la represión homosexual; y, como último de una larga lista, Leonard Bernstein, compositor y director de orquesta, famoso por la banda sonora de la película musical West Side Store, que en 1951 se casó con la actriz chilena Felicia Montealegre, con la que tuvo tres hijos para prosperar profesionalmente y de la que se separó para flirtear con decenas de hombres. Callas, la Divina El maniqueísmo esgrimido por los medios ha hecho de Maria Callas uno de los principales emblemas de la iconografía gay; una cantante, por otro lado, dotada de muchas cualidades artísticas y humanas como para ser merecedora del término ‘diva’. De orígen extremadamente humilde, la Callas disfrutó de un breve aunque extraordinario apogeo en su carrera entre 1949 y 1953, al que luego siguieron años en los que su tormentosa relación con el multimillonario griego Aristóteles Onassis la abocaron al descalabro profesional. Vivencias dramáticas que sirvieron de excelente caldo de cultivo a su séquito de seguidores homosexuales, conocidos como ‘vedovi’. En su momento, la carrera de la Callas se benefició del talento del realizador cinematográfico gay italiano Luchino Visconti (relacionado sentimentalmente, entre otros, con el actor Helmut Berger y el también realizador Franco Zeffirelli), estableciendo entre ambos uno de los principales revulsivos de la escenografía operística durante la década de los años cincuenta del pasado siglo xx, al apostar por la supresión de la recargante simbología y manierismos de los que hasta entonces había hecho gala la ópera y que respondían a los gustos decimonónicos de un público y unas producciones, por lo general, vetustas. Fue el propio Visconti quién se ofreció a la Callas a través de una nota en la que le decía: “Contrátame como jardinero, para así poder oírte cantar cada mañana”. A 28 Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay partir de 1954, realizador y soprano coincidieron en las producciones presentadas sobre el fastuoso escenario de la Scala de Milán La Vestale, de Gaspare Spontini (1954); La Sonnambula, de Vicenzo Bellini (1955, bajo la dirección de la orquesta de Leonard Bernstein); La Traviata, de Giuseppe Verdi (1955); Ana Bolena de Gaetano Donizetti (1957) e Ifigenia en Táuride de Christoph W. Glück (también de 1957). Aunque la Callas aborrecía las maneras rudas y maleducadas con las que el director solía dirigirse al elenco y a los trabajadores de la Scala, supo valorar en su justa medida a Visconti como ser humano, lo que posibilitó una prolífica y estrecha colaboración que le otorgó a la ‘Divina’ una opinión ecuánime de la homosexualidad: “Al principio la homosexualidad de Luchino me chocó, pero puedo decir que al final mis sentimientos por la persona hubieran sido los mismos si él hubiera sido cien por cien heterosexual”. 29