Catolicosenlinea2000 Lección 18: El bautismo y las tentaciones de Jesús “Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección»” (Lc. 3, 21-22) I.- El bautismo de Jesús en el Jordán: (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22) 1.- El Bautismo de Juan: Juan, ungido profeta por el-Espíritu Santo desde el seno de su madre, apareció en el desierto de Judá “proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Mc. 1, 4; Lc. 3, 3). El bautismo Impartido por Juan no constituye una novedad en el judaísmo; cabe perfectamente en el contexto de baños de purificación de su tiempo. Estos baños rituales fueron conocidos tanto en el mundo antiguo: Egipto, Babilonia y Grecia; como en el mundo judío, particularmente entre los fariseos y sobre todo entre los esenios de Qumrán. Flavio Josefo lo considera como uno de los predicadores penitenciales de mayor éxito de su tiempo. En efecto, dice Marcos, “acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén” (Mc. 1, 5). Sea lo que fuere, el bautismo de Juan presenta diferencias radicales en relación a las abluciones de sus contemporáneos. Por una parte, es conferido bajo el signo de la conversión (teshubáh, metánoia), tomando así lo esencial de la predicación profética (Is 1, 16-18; Jr 31, 18; J1 2, 12- 13). Juan bautizaba, sumergiendo a los creyentes en las aguas del Jordán, “y ellos confesaban sus pecados" (Mt 3, 6). La acción simbólica exterior era signo de una realidad espiritual: la purificación de los pecados. Por otra parte, es dado a fin de preparar los corazones para la venida próxima del Reino de los Cielos (Mt 3, 2; Is 40, 3-5; Ml 3, 1). Además, Juan anuncia ya la presencia de otro personaje de mayor dignidad, el Mesías: “Él os bautizará con Espíritu Santo y Juego” (Mt 3, 11; Lc 3, 16). La purificación que obrará el bautismo dado por el Mesías será más radical y más perfecta. La expresión «en Espíritu Santo y fuego» puede traducirse «en el fuego del Espíritu», indicando la purificación profunda que produce el Espíritu de Dios, el cual lava, limpia y purifica tan honda y radicalmente como el ~1~ Lección 18: el bautismo y las tentaciones de Jesús fuego que purifica los metales. En esta perspectiva, Juan Bautista, al hablar de la misión del Mesías, la describía según las imágenes impactantes de los Profetas (Mt 3,7-10.12; Lc3,7-9.17): “He aquí que el nombre de Yahveh viene de lejos, ardiente su ira y pesada su opresión. Sus labios están llenos de furor, su lengua es como fuego que devora, y su aliento como torrente desbordado que cubre hasta el cuello” (Is 30, 27-28a; cf Is 30, 28b-33; 41, 15-16; 66, 24; Jr 7, 30-8, 3; 19, 11-13). 2.- Jesús fue bautizado por Juan: (Mt. 3, 13-15; Mc. 1, 9) Jesús, siempre dócil a la voluntad de su Padre, debió descubrir a la luz de la fe que debía Ir a encontrarse con Juan y ser bautizado por él; y fue al Jordán. Juan se resistía y le decía: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?” Pero Jesús respondió: Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia” (Mt 3, 15). Y Jesús fue bautizado por Juan. Jesús fue exento de todo pecado; por tanto, no necesitaba sujetarse a un bautismo de conversión para perdón de los pecados (Jn. 8, 46; 2 Co. 5, 21; Hb. 4, 15; l Jn. 3, 5). Sin embargo, quiso someterse al bautismo de Juan, en unión con todo su pueblo, porque era solidario de sus hermanos con quienes compartía la misma naturaleza humana y a quienes venía a salvar (Hb. 2, 17). Además, reconocía en el ministerio de Juan un elemento del plan querido por Dios, como etapa última de preparación para los tiempos mesiánicos. Al recibir el bautismo de Juan, Jesús debió orar pidiendo el perdón de los pecados de su pueblo y de la humanidad en él representada. Y la oración de Jesús subió a Dios. En aquel momento terminaba la era antigua, época de las preparaciones, y se inauguraban de inmediato los tiempos nuevos, los tiempos mesiánicos. 3.- El Bautismo en el Espíritu: (Mt 3, 16-17; Mc 1, 10-11; Lc 3, 2 1-22; Jn 1, 32-34) Al evocar el bautismo en el Espíritu que Jesús recibió en el Jordán, los evangelistas coinciden en presentar una misma sucesión de tres cuadros: Jesús ha sido ya bautizado y sale del agua. Aun cuando el relato del Jordán guarda una unidad, sin embargo parece lícito subrayar que Marcos y Mateo distinguen claramente dos escenas o momentos: Primero, el bautismo en agua que recibe Jesús de manos de Juan en las aguas del Jordán; y segundo, el bautismo en el Espíritu que recibe de parte de Dios, habiendo ya salido del río. Lucas precisa que Jesús estaba en oración. Luego tuvo una doble visión: “Vio que los cielos se rasgaban”. Ante todo, hay que subrayar la expresión fuerte de Marcos. Fue Jesús quien vio. Se trata, por tanto, de una experiencia personal del mismo Jesús, y no solamente de un signo sensible en favor de los circunstantes, como podría parecer. «Rasgarse los cielos» o «abrirse el cielo» es una imagen que la Biblia emplea para afirmar una comunicación, inexpresable en términos humanos, entre el cielo y la tierra, y una revelación de parte de Dios. Aplicada a Jesús, esta imagen indica que en él y a través de él va a comenzar una etapa nueva de comunicación de Dios con los hombres; Dios se revelará al mundo de manera nueva e inédita (Cf Gn 28, 10-17; Is 63, 19; Ez 1, 1; Jn 1, 51; Hch 7, 56; 16; Ap 4, 1; ~2~ Catolicosenlinea2000 19, 11). “Vio que el Espíritu, como paloma, descendía en él”. En tiempos de Jesús, la expectación mesiánica se formulaba con referencia a tres pasajes del profeta Isaías, que anunciaban la venida del Espíritu de Dios sobre el libertador de Israel: Is. 11, 1-2; 42, 1; 61, 1. Esta liberación mesiánica era concebida como un nuevo éxodo y también un nuevo paso del mar Rojo: Is 11, 15-16; 43, 16-21; 51, 10; 13. La expresión de Marcos «descendía en él», indica en el texto griego que el Espíritu no solamente bajaba sobre Jesús, sino que entraba en su interior. Jesús es ungido por Dios con el Espíritu Santo para poder llevar a cabo su misión mesiánico-profética (Hch 10,38). Además, el Espíritu Santo es simbolizado «como una paloma». Esta imagen alude muy probablemente al Espíritu de Dios que aleteaba sobre las aguas en la primera creación (Gn 1,2), En este momento, gracias a la fuerza del Espíritu, está surgiendo una nueva creación. Finalmente, es posible que tras las descripciones de los evangelistas se escondan alusiones a otros pasajes bíblicos. En efecto, la escena de Marcos puede aludir al poema de Isaías que habla de Moisés, a quien Dios libró de las aguas y en quien puso su Espíritu Santo: “Entonces se acordaron de los días antiguos, de Moisés su siervo. ¿Dónde está el que sacó de la mar al pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en él su Espíritu Santo...?“ (Is 63, 11). Ese mismo pasaje expresa un deseo: “¡Ah, si rasgaras los cielos y descendieras...!” (Is 63,19 b). Siendo así, para Marcos, Jesús será como un nuevo Moisés, caudillo del nuevo Pueblo santo. En cuanto a Mateo y Lucas, los dos parecen evocar más bien escenas del profeta Ezequiel a orillas del río Kebar: “Se abrió el cielo y vi.." (Ez 1, 1): y “el Espíritu vino sobre mí..” (Ez 2,2). Para ellos, Jesús es el nuevo profeta lleno del Espíritu, que, como Ezequiel, será enviado con la fuerza divina a desempeñar una misión en el Pueblo de Israel. Escuchó una voz que venía de los cielos: “¡Tú eres mi Hijo...!” En Marcos y en Lucas la voz se dirige a Jesús; en Mateo, a los Circunstantes. La voz viene del cielo. «Los cielos» es una circunlocución para designar a Dios. Es, pues, Dios mismo quien habla a Jesús. En Marcos y en Mateo la voz divina dice a Jesús: “¡Tú eres (o éste es) mi Hijo amado...!” Esta frase es una referencia al pasaje de Abraham, el cual recibe de Dios la orden de inmolar a su hijo Isaac: “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac. Vete al país de Moriá y ofrécelo allí en holocausto en uno de los montes, el que Yo te indicaré” (Gn 22, 2, 12, 16). Jesús es el Hijo único y amado de Dios. Esta escena invita a pensar en una fuerte experiencia de Jesús acerca de su filiación divina. La segunda frase: «En ti me he complacido», unida a la venida del Espíritu, es una alusión suficientemente clara al oráculo del profeta Isaías sobre el Siervo de Yahveh: “¡He aquí a mi Siervo, a quien yo sostengo, mi Elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre él y dictará ley a las naciones!” (Is. 42, 1). Jesús tiene la experiencia de ser el Siervo de Dios, su elegido, objeto de las complacencias divinas y ungido con el Espíritu divino. Su misión mesiánica no será regia, sino a la manera del profeta-Siervo de Dios, anunciado en las ~3~ Lección 18: el bautismo y las tentaciones de Jesús Escrituras. En el evangelio de Lucas, la palabra divina es diferente: “¡Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy!” El Salmo mesiánico 2, 7 es aplicado a Jesús; y sirve para entronizarlo como el Hijo-rey-mesías que, ungido con el Espíritu, va a establecer en el mundo el reino de Dios (cf 2S 7, 14). 4.- Significación teológica de la escena El sentido fundamental de este importante pasaje evangélico es el siguiente. Cuando Jesús ve que los cielos se rasgan y que el Espíritu Santo desciende sobre él, y escucha la voz del Padre, Jesús tiene una «fuerte experiencia de su filiación divina y de su futura misión». Él es, al mismo tiempo: como Isaac, «el Hijo de las promesas» pero cuyo sacrificio Dios ha pedido a Abraham; como «un nuevo Moisés», que debe ser jefe de un nuevo pueblo de Dios; como «un nuevo Profeta» lleno de la fuerza del Espíritu para realizar una misión; como «el Siervo de Yahveh», objeto de las complacencias divinas; y como «el Rey Mesías» que debe establecer en el mundo el reinado de Dios. A nivel de los evangelistas, es claro que Jesús no es una simple réplica, ni rica síntesis de esos personajes importantes de la historia bíblica. Mediante esas alusiones, los evangelistas, y mediante ellos el mismo Espíritu Santo que los inspiraba, quieren enseñamos que Jesús sintetiza esas figuras y las supera inmensamente, porque él es verdaderamente «el Hijo Único, el Hijo amado, lleno del Espíritu Santo, en quien el Padre se complace». Él realizará en plenitud, en un nivel superior y en un plano más elevado, las misiones parcialmente encomendadas a esas grandes figuras de la historia de salvación. Pero, ¿cómo es posible —se preguntará alguno— que Jesús pueda recibir el Espíritu de Dios con ocasión de ese bautismo en el Espíritu Santo? ¿No poseía acaso en plenitud el Espíritu desde su encamación y nacimiento? Para responder a esta inquietud, es necesario comprender bien la función para la cual el Espíritu Santo desciende sobre Jesús. No se trata de una efusión de Espíritu divino que santifique a Jesús. Jesús es santo y fue lleno del Espíritu Santo desde el primer instante de su concepción en el seno purísimo de la Virgen María (Lc 1, 35). Él es «el Santo de Dios» (Jn 6, 69). La función que el Espíritu Santo va a desempeñar ahora en Jesús se sitúa en el orden de su actividad mesiánica y profética. Por voluntad de su Padre, Jesús debe proclamar que el reinado de Dios ha llegado (Me 1,15; Mt 4,17); y que las potencias del mal van a ser arrojadas fuera (Mc 1, 25-27; Lc 4, 35-36). Se trata, por tanto, de una efusión carismática del Espíritu Santo sobre Jesús para inaugurar la era nueva, los tiempos mesiánicos. Según los textos que sub- yacen en los relatos del bautismo de Jesús: se trata de un “Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fuerza. Espíritu de ciencia y de temor de Yahveh", dado al Mesías para poder dirigir al pueblo de Dios (Is 11, 1-2). Se trata de un Espíritu divino dado al Siervo de Yahveh para poder entregar, como un nuevo Moisés, la Ley nueva que será proclamada hasta los confines de la tierra (Is 42, 1-4; 49, 6; 63, 11). Se trata de un Espíritu de fortaleza, misericordia, compasión, solidaridad, que invadirá al Mesías-profeta para poder evangelizar a los pobres, sanar los corazones destrozados, liberar a ~4~ Catolicosenlinea2000 los cautivos, dar vista a los ciegos, pregonar un año de gracia de parte de Dios y consolar a los sumergidos en la aflicción (Is 61, 1-3; Lc 4, 18-19). 5.- Actualización y aplicación El bautismo de Jesús en el Jordán es anuncio y paradigma de nuestro bautismo cristiano. Podemos subrayar tres elementos. Por el bautismo: 1) Nuestros pecados quedan perdonados (Hch 2, 38). 2) Somos hechos “hijos de Dios” (Jn 3, 5). 3) Quedamos transformados en “santuarios del Espíritu Santo” (I Co. 3, 16; 6, 19). II.- Bajo la moción del Espíritu: del Jordán al desierto (Mc 1, 12; Mt 4, 1-2; Lc 4, 1-2) El bautismo en el Espíritu Santo fue en la vida de Jesús un momento trascendental. El Espíritu Santo entró en él, tomó posesión de él y lo ungió con sus dones y carismas; y en adelante lo irá guiando en el transcurso de su misión apostólica (Mt 4,1; 12,18.28; Le 4,1.14.18; 10,21; Hch 10,38). La descripción de Lucas es impresionante: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo" (Lc. 4, 1 -2a). Jesús está a merced del Espíritu que lo llena. A su impulso, deja el Jordán, y bajo su moción continua —y era conducido por el Espíritu’’— pasa cuarenta días en el desierto, en discernimiento y en oración íntima con Dios. Estos cuarenta días son un paralelo con los cuarenta días que Moisés pasó en el Sinaí, con los cuarenta años de peregrinación de Israel por el desierto, con los cuarenta días que Elías camina hasta llegar al Horeb, el monte de Dios. En el lenguaje bíblico, el número cuarenta significa un periodo largo, sin que sea necesario darle un sentido materialmente exacto (Ex 24, 18; Nm 14, 33-34; IR 19, 8). 1.- Las Tentaciones de Jesús: (Mc. 1, 13; Mt. 4, 3-11; Lc. 4, 3-13) Durante el lapso de días que Jesús pasó en el desierto, —un buen tiempo de retiro espiritual—, sufrió los embates del Tentador que quería disuadirlo del camino que Dios le había fijado para realizar su misión, y le proponía en cambio «un mesianismo de egoísmo y de comodidad, de gloria y de ostentación, de orgullo y de poder». Jesús rechazó esas tentaciones y salió victorioso, gracias a la asistencia del Espíritu Santo (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13). Las tentaciones sufridas por Jesús recapitulaban las tentaciones de Adán en el paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se alejó de él “hasta el tiempo determinado’’ (CEC. n. 538). ~5~ Lección 18: el bautismo y las tentaciones de Jesús A esta propósito la Biblia de Jerusalén comenta sintéticamente: “Jesús es conducido al desierto para ser allí tentado durante cuarenta días, como antaño Israel durante cuarenta años’’. Allí experimenta tres tentaciones análogas, subrayadas por citas bíblicas: buscar el alimento fuera de Dios, tentarle por propia satisfacción y renegar de él para seguir a los falsos dioses que procuran el poder de este mundo (Dt 8, 3; Sal 91, 11-12; Dt 6, 16; 34, 1-4; 6, 13). Como Moisés, Jesús lucha en un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches; como él, contempla toda la tierra desde la cima de una alta montaña. Dios le asiste por sus ángeles, como lo tiene prometido al justo, y le guarda de las bestias salvajes, como al justo, y antaño a Israel. La mención de los animales del campo evoca el ideal mesiánico, anunciado por los profetas, de una vuelta a la paz paradisíaca (Is. 11, 6-9); y el servicio de los ángeles expresa la protección divina (Sal. 91, 11-13). A la luz de estas reminiscencias bíblicas, Jesús aparece como el nuevo Moisés que conduce el nuevo Éxodo; es decir, como el Mesías, tal como lo sospecha el diablo a raíz del bautismo (“Si eres Hijo de Dios...”), que abre el verdadero camino de la salvación, un camino no de confianza en sí mismo y de facilidad, sino de obediencia a Dios y de abnegación. La presentación escriturística no es óbice para que el episodio pueda ser histórico. Aun cuando está exento de pecado, Jesús ha podido conocer seducciones exteriores; y era necesario que fuera tentado para llegar a ser nuestro jefe (Hb 2, 10.17-18; 4, 15). Ha tenido que contemplar un mesianismo político y glorioso, para preferir a él un mesianismo espiritual en la sumisión total a Dios (Hb 12, 2) (Mt 4, 1; Mc. 1. 12). “Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan». Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan». Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá». Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto». Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Él dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra». Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno” (Lc. 4, 1-13) ~6~