Prodavinci

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Habla Francis Fukuyama; por
#GrandesEntrevistasProdavinci
José
Gonzáles
José Gonzáles · Monday, June 29th, 2015
Fotografía de Andrea Suels Serizier
Conscientes del peso específico que tienen sobre el devenir de las ideas del
mundo moderno, Prodavinci aborda un ciclo de entrevistas con los grandes
pensadores de la actualidad. Iniciamos este proyecto con Francis Fukuyama,
politólogo, egresado de Cornell y de Harvard y actual profesor de Stanford,
célebre por su título El fin de la historia y el último hombre (1992), el cual
generara gran conmoción internacional, y quien acaba de presentar su último
estudio: Orden político y decadencia política. La transcripción de la grabación
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y la traducción al español estuvo a cargo de Flaviana Sandoval y Diego
Marcano Arciniegas.
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Recordamos The end of history, cuán prístina era su lógica, y cómo la
izquierda latinoamericana se molestó al respecto, al menos con las ideas
fundamentales. No sé si usted lo pretendió así, pero la forma en que lo
entendimos fue que era el fin de la ideología: que repentinamente las cosas
iban a estar bien, iban a ser perfectas por el camino de las democracias
liberales. Ahora, la promesa de Prometeo parece haberse convertido en un
Frankenstein en cierta manera. ¿Cuál es su perspectiva ahora en relación a
cómo veía su tesis en aquel entonces?
Creo que la tesis básica todavía es correcta. Como los marxistas, tengo una visión
progresiva de la historia. Así que pienso que hay un proceso de modernización. Las
instituciones evolucionan con el tiempo y, eventualmente, la vida mejora. Pero la
pregunta es: ¿hacia dónde va ese proceso? Y creo que la mayor parte de la izquierda
progresista, durante los últimos ciento cincuenta años, realmente creyó que sería
hacia alguna forma de socialismo. Mi tesis era simplemente que no me parecía que
eso en realidad fuera a suceder: que más bien íbamos a terminar con alguna forma de
democracia liberal, con una economía de mercado, y que no se podía imaginar una
forma de organizar una economía y un sistema político en torno a los principios del
socialismo, aunque había algunas alternativas, pero ninguna que tuviera el potencial
de ser muy exitosa. Escribí esto justo antes del colapso del comunismo, cuando las
contradicciones en las economías planificadas importantes se estaban haciendo
evidentes para todos. Y creo que ese sigue siendo el caso. Es decir, todavía creo que
no existe una alternativa socialista genuina que vaya a llevar a la prosperidad, a un
sistema político que realmente trate a la gente de forma igualitaria, con respeto y sin
dictadura. Pero varias cosas han cambiado para mí. Primero que nada, una conciencia
aguda de lo difícil que es llegar a ese punto en el que se tienen instituciones buenas y
fuertes; y segundo, la decadencia política, que es muy importante en mi último libro,
en el que considero que los países van hacia atrás así como hacia adelante, y esto es
algo a lo que realmente no le di cabida en el libro original.
Tony Judt, al final de su carrera y de su vida, fue un gran defensor de la
socialdemocracia, en lugar del socialismo como lo conocemos. ¿Es eso a lo
que usted apunta también?
Bueno, supongo que es un tema de definición. Todas las democracias liberales
modernas son socialdemocracias hasta cierto punto. Incluso en los Estados Unidos,
que tiene la reputación de ser un país bastante liberal y anti estatista, recolectamos
cerca del 40% del Producto Interno Bruto (PIB) en impuestos, si se cuentan los locales
y federales, y gran parte de ellos se distribuye a través del gobierno. De manera que
hay socialismo en ese sentido. Los republicanos constantemente atacan a Obama y su
política de salud, que tiene algo de socialista. Si se considera la seguridad social como
socialismo, cosa que no apoyo, entonces Estados Unidos se inscribe allí. Creo que ese
es un gran problema en este momento, con los avances de la tecnología y la
globalización, que han producido enormes niveles de desigualdad en las sociedades
industrializadas, y creo que la única forma de lidiar con eso es con algún grado de
democracia social. Tiene que haber algún tipo de redistribución, un modelo de
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seguridad social y demás. Pero eso es diferente al socialismo clásico en el que el
gobierno es propietario de los medios de producción, donde hay una dictadura del
proletariado y otros elementos destacados por Marx. Creo que eso no es una
alternativa viable y China es probablemente el mejor ejemplo de por qué no funciona.
Esa desigualdad de la que habla nos lleva a algo que podría parecer un poco
contradictorio con su tesis inicial: el retorno del Estado. En su último libro,
usted analiza el tema de política y Estado, elementos que parecían iban a ser
dejados de lado por el desarrollo, los mercados y las sociedades libres.
¿Significa eso que esta redistribución que necesita ser implementada, esta
presencia de un Estado con mayores recursos, constituye el retorno del
Estado?
Supongo que éste es el otro tema esencial en mis últimos dos libros. El Estado es
importante. No creo haberme olvidado nunca de éste, pero muchos de quienes ahora
me consideran un ideólogo liberal sí lo olvidaron. Hay un período en las décadas de los
ochenta y los noventa, que es también el período del consenso de Washington, en el
que prevalece una visión de que los mercados lo pueden todo y el Estado sólo se
interpone en el camino del crecimiento económico. Eso fue un gran error. Creo que el
Estado es muy importante, pero también lo es delimitar acertadamente qué es lo que
éste debe hacer y de qué cosas no es apropiado que el Estado se ocupe. Esa distinción
es realmente crucial.
¿Cuál es el rol de la política dentro de este contexto? ¿Cómo define la política?
En Latinoamérica tendemos a culpar a los políticos de los problemas, sin
embargo ellos son necesarios para dirigir el Estado.
La política es central para la vida humana. Se trata de generar poder y luego, como
comunidad, tomar la decisión de qué hacer con ese poder, esperando que sea para
alcanzar el bien común. En la actualidad, la gran línea divisoria no es necesariamente
entre democracia y no democracia, sino entre lo que yo llamo Estados modernos y
Estados patrimoniales, siendo éste último un Estado en el que la política es
básicamente un camino al enriquecimiento personal. La razón por la que alguien entra
en la política es para enriquecerse a sí mismo y a su familia, capturando poderes y
utilizando recursos del Estado. El Estado Moderno busca ser impersonal, en el sentido
de que trata a los ciudadanos con igualdad y respeto; no se necesita ser amigo o
pariente del presidente para seguir adelante. Y creo que esa es la forma apropiada de
la política. Pero es extremadamente difícil de lograr, porque la mayoría de la gente
quiere usar el poder político para propósitos personales: no tienen una noción del
interés público o del bien común en términos de servicio público. Esa es la razón por
la que mucha gente odia a los políticos, porque los ven básicamente como actores
privados con intereses individuales que han logrado hacerse con una posición pública.
Y eso es justamente de lo que la política se trató durante siglos. Sólo en la era
moderna hemos desarrollado instituciones que tratan de neutralizar este
personalismo.
Sin embargo, parece haber dos problemas allí. En esta modernidad, e
inclusive post modernidad, tenemos situaciones como Rusia o China, e incluso
algunas en Latinoamérica, en donde este Estado moderno no parece haber
alcanzado su forma perfecta. Y también hay situaciones como la de Estados
Unidos, donde el exceso de modernidad del Estado está empezando a crear
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algunos problemas. ¿Cómo se alcanza esta modernidad en su forma ideal?
Primero diría que hay una gran diferencia entre Rusia y China. China viene de una
larga tradición histórica de modernidad estatal. De hecho, los chinos inventaron el
examen de servicios civiles y la burocracia. Muchas de las instituciones que asociamos
con el Estado moderno realmente se originaron en China, mientras que Rusia es
mucho más patrimonial: nunca logró alcanzar lo que los chinos lograron. Creo que el
modelo chino es un competidor mucho más serio que cualquier sistema que los rusos
hayan podido utilizar con éxito. Pero de alguna forma, un Estado moderno puede
existir en democracia, y en el caso de China, también existir en un régimen
autoritario. De manera que hay dos elementos diferenciados: uno es si en realidad se
tiene un sistema de responsabilidad democrática que limite al Estado, pero
independientemente de eso, el Estado mismo puede ser patrimonial o moderno.
¿Cómo se alcanza ese “camino a Dinamarca”? ¿Cómo se logra la modernidad?
¿Cuáles son los medios?
Históricamente, uno de los grandes motores es de hecho la competencia militar,
porque si estás peleando una batalla existencial por sobrevivir y contratas a un primo
incompetente como general, vas a morir, y tu familia va a morir. Si miras los orígenes
históricos de la meritocracia, ellos se encuentran de hecho en algo parecido a la
competencia militar. Sin embargo, en el mundo moderno, creo que la respuesta
fundamental es a través de una lucha política. Si se tiene una sociedad patrimonial en
la que una élite domina el sistema político, lo que debe suceder es que el sector que
no pertenece a la élite debe crear una coalición política para cambiar el modelo. Eso
significa que deben movilizar a las personas que no buscan una renta. La clave es
explicarles que el Estado no se trata de una renta económica, sino de un trato
igualitario de los ciudadanos. Se debe tener liderazgo y se deben utilizar métodos
políticos para ganar poder.
Esta es la historia que cuento de Estados Unidos en el siglo XIX. El sistema político en
ese momento era absolutamente patrimonial. Cada funcionario público estaba ahí a
causa de favores políticos de otros políticos, que intercambiaban influencia por votos,
esencialmente. A finales del siglo XIX hay un movimiento progresivo que movilizó a
personas que estaban fuera de ese sistema para crear una comisión civil, una especie
de burocracia moderna, que estaba basada en el mérito, en lugar del soborno político.
Y con el liderazgo adecuado, con gente como Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson,
eventualmente ese sistema logró alcanzar el poder. Considero que estamos viendo el
comienzo de esto en los países más desarrollados de Latinoamérica como Brasil, en el
que hay una gran clase media que manifiesta contra la corrupción tradicional en el
sistema político brasileño. La gente se está movilizando, mostrando sus molestias y
presionando a los políticos para que cambien la forma en la que hacen negocios.
¿Cómo ve el ambiente internacional en este contexto? ¿Vamos en camino a la
decadencia política o estamos en un proceso de modernización?
Los elementos fundamentales de la modernización siempre han estado presentes en la
economía global. Desde finales de 1970 hasta el comienzo de los 2000, el tamaño de la
economía global se cuadruplicó. Así que nuevas riquezas han aparecido y este
fenómeno ha permitido la movilidad social. Ahora hay clase media en muchos países
en los que antes no existía. Además, mucha gente ha salido de la pobreza. Considero
que todo ese proceso de cambio económico conlleva al aumento de las expectativas
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políticas, porque la gente quiere más. Por el contrario, la gente que se encuentra en la
pobreza y tiene que sobrevivir día a día, tiende a apoyar a cualquier político que le
pague lo suficiente para que sus familiares puedan seguir adelante. Cuando alcanzas
un nivel más alto de ingresos y educación, quieres algo más que eso. Quieres
reconocimiento personal, dignidad, el derecho de participar y hablar. Creo que este
cambio se está produciendo en muchos países del mundo.
Desde esa perspectiva, ¿estamos listos para seguir adelante? En las noticias
internacionales encontramos los ataques de ISIS, Estados Unidos movilizando
material militar hacia Europa Oriental, Putin diciendo que va a movilizar sus
misiles; tenemos el retorno de un gobierno pretoriano en Egipto, Pakistán no
ha mejorado mucho…
No hay garantía de que esta modernización social vaya a producir estabilidad política.
De hecho, mi mentor, Samuel Huntington, escribió un libro clásico llamado El orden
político en las sociedades en cambio, en el que argumenta que la modernización socioeconómica es muy desestabilizadora, básicamente porque en muchas sociedades
aparece esta clase media con altas expectativas, pero el sistema político no puede
satisfacerlas. No puede garantizar empleos, no puede ofrecer oportunidades para la
gente. Y es por eso que tenemos este colapso en el Medio Oriente, por ejemplo. Túnez
y Egipto producían muchos graduados de universidades sin empleo, y sus gobiernos,
pertenecientes al antiguo régimen, no pudieron ofrecer oportunidades. Por eso se
produce la crisis.
Otro ejemplo interesante es Chile. En términos económicos es probablemente el país
más exitoso en Latinoamérica. Ha tenido un crecimiento económico estable desde los
años de Pinochet. Aún así, se han generado huelgas y protestas estudiantiles que
consideraban que el Gobierno no estaba trabajando para satisfacer sus necesidades en
términos de igualdad de oportunidades educativas. Estas acciones sometieron a un
alto nivel de presión a un Gobierno que considero muy bueno, democrático y legítimo,
que mejora su desempeño constantemente. Estos cambios son la base para la
democracia moderna, pero también son una fuente de inestabilidad, hasta llegar a ese
estado final de modernización.
Parecemos estar, especialmente en Latinoamérica, viendo nuevas formas de
corrupción. FIFA es un ejemplo impresionante de esto. También el retorno de
la violencia criminal se ha visto presente. ¿Estos elementos forman parte de
este cambio?
Pienso que si nos detenemos un segundo y pensamos en Latinoamérica, ha aumentado
la consciencia sobre la corrupción en muchos países. Es cierto que en todos lados hay
una gran cantidad de corrupción. Pero la gente ahora lo identifica como un problema
político que les molesta. Y ese es el comienzo de un cambio a largo plazo. Creo que el
principal problema de la violencia criminal tiene que ver con la economía global, con
las drogas. Tiene que ver con el dinero que se mueve constantemente a nivel
internacional y puede caer en manos de organizaciones criminales, lo que es muy
desestabilizador.
¿Es un retorno a un sistema depredador?
En cierta manera. En la economía criminal no hay realmente una forma legal de
producir cocaína u otras drogas ilegales. En consecuencia tiende a instaurarse un
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sistema depredador.
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Usted también habla sobre la importancia de la dignidad, que está relacionada
con las protestas sociales como las que sucedieron en la llamada “Primavera
Árabe”.
Pienso que las personas no son simplemente animales consumidores. Las personas
buscan reconocimiento y dignidad como seres humanos. Y una de las formas en las
que esta dignidad es otorgada, es a través de la política. Creo que ese es el significado
de tener derechos fundamentales políticos, como el derecho del libre discurso, el
derecho a votar, el derecho a participar. Lo que significa es que un ciudadano es un
adulto capaz de discernir. Por el contrario, en los regímenes autoritarios, se trata a los
ciudadanos como si fueran niños. Con sus acciones, los gobernantes le dicen al
pueblo: “sabemos mejor que tú lo que deberías querer. No tienes elección”. En la
democracia, el niño crece y toma las decisiones con autonomía. Idealmente, eso es lo
que hace la democracia: permite que todos sus ciudadanos tengan la dignidad de
participar y tomar elecciones políticas.
Usted ha dicho que le preocupan los peligros de los perdedores de la
globalización, lo cual tiene que ver con la cuota de dignidad que estos estados
otorgan sus ciudadanos, al tratarlos como niños. ¿Qué tan peligroso puede
llegar a ser eso?
La globalización tiene dos caras. En ciertos países como India y China tiene un efecto
beneficioso, porque les ha permitido tener una gran estabilidad y exportar a otros
mercados. Por otro lado, la globalización resta decisiones importantes a las personas
locales. Alguien puede perder su empleo porque una empresa hace competencia a
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larga distancia. No tenemos un sistema político global que permita pensar que las
personas tienen auténtico control de su destino.
¿Cómo ve Latinoamérica en este punto? Hay países que se encuentran en
modernización y desarrollo, pero con un alto grado de desigualdad, pese a sus
altos niveles de producción.
Hay dos elementos sobre la agenda de Latinoamérica. En el siglo pasado, el
continente luchó para lograr la democracia, y a grandes rasgos, la democracia ganó.
Aunque hay países en los que la democracia está amenazada o es mal practicada.
Ahora, la democracia básicamente tiene que lidiar con la inequidad. Pienso que el
populismo es el sistema de la desigualdad. Si no se tuviera esa desigualdad, no
existirían las políticas populistas. En consecuencia, hay que tener políticas sostenibles
que ataquen el problema de la desigualdad y la pobreza de forma directa: una forma
de redistribución y políticas sociales que puedan ser sostenibles en el tiempo. La
diferencia entre una buena política social y una política populista está en la
sostenibilidad del modelo. Las políticas populistas redistribuyen recursos en una
medida que no se puede costear a largo plazo, y por lo tanto resultan en una solución
sólo en el corto plazo. Estas políticas tienen que ser bien pensadas y ser compatibles
con la economía de largo plazo.
El otro elemento de la agenda para Latinoamérica es la ausencia de un Estado
impersonal capaz de proveer acceso a la salud, a la educación, a los servicios básicos,
a todos estos aspectos que demandan los ciudadanos. Latinoamérica debe garantizar
esto con una política de institucionalización impersonal, en la que todos los
ciudadanos deben beneficiarse de las políticas de Estado, en vez de hacerlo de forma
patrimonial, beneficiando principalmente a los que apoyan al Gobierno de turno.
¿Qué puede decir sobre los países del ALBA? Morales, Correa, Kirchner,
Chávez-Maduro. ¿Cree que ellos representan algo de estas políticas sociales?
Los países del ALBA guardan ciertas diferencias entre ellos. Ecuador y Bolivia lo han
hecho mucho mejor que Venezuela. Creo que el problema principal de Venezuela es
que su economía es demasiado dependiente del petróleo, lo que genera una trampa
política, problemática que no enfrentan los otros. Pero esencialmente los países del
ALBA carecen de sistemas sostenibles. No son compatibles con políticas económicas
de largo plazo. La redistribución que se ha realizado no es eficiente.
El problema parece ser que las élites en Latinoamérica rechazan la aplicación
de estas políticas…
Hay problemas tanto en la izquierda como en la derecha. Usted está en lo correcto. El
problema clásico en Latinoamérica era que el sector privado y los intereses
conservadores utilizaban el poder de forma patrimonial, para protegerse a sí mismos y
a sus ingresos. Este es un hábito que en realidad viene de España, si lo rastreamos
históricamente. El problema con la izquierda, en este caso los países del ALBA, es que
ellos hacen lo mismo. Ven al Estado como una fuente de recursos que pueden utilizar
para garantizar la sostenibilidad de su popularidad. En Argentina, los peronistas
implementan una serie de programas sociales, pero los que se ven beneficiados por
estos programas sociales son aquellos que acudieron al llamado del voto peronista. No
es un beneficio que se distribuya de forma impersonal, a cualquiera que califique en
un estatus de pobreza. En esencia, esa es la diferencia entre un Estado Impersonal y
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un Estado Patrimonial. Ese es el problema que Latinoamérica necesita resolver.
Venezuela parece encajar perfectamente en este problema. Es un Estado
Patrimonial, que implementa políticas populistas que parecen no llevar al país
a ningún lado. ¿Cómo ve a Venezuela?
El problema con Venezuela y el chavismo no es la idea de que es necesario actuar por
los pobres, sino la forma en la que se acomete la iniciativa. En primer lugar, los
recursos del Estado no son distribuidos de forma impersonal. Por el contrario, son
otorgados a los partidarios políticos. Adicionalmente, los recursos distribuidos
sobrepasan la capacidad efectiva de operación del Estado. Anteriormente, Venezuela
tenía una industria petrolera efectiva que contrataba a sus ingenieros según su
calificación profesional. Pero estas personas fueron despedidas y reemplazadas por
clientes políticos, suplantando la calificación profesional por lealtad política hacia el
partido del Gobierno. En consecuencia, toda la producción ha decaído de forma
sostenida, y el país ha sufrido como resultado de estas políticas. Este es un caso
clásico que utiliza el patrocinio en lugar de un mecanismo de Estado moderno.
Entonces, según su tesis, esto sería típico de la decadencia política. Es decir,
va en una dirección opuesta en la historia: en lugar de avanzar hacia adelante,
da un salto hacia atrás.
Bueno, el viejo Estado venezolano tenía ciertos aspectos del Estado moderno, pero
estaba construido sobre una sociedad altamente desigual. En el proceso de tratar de
solventar el problema de la desigualdad, el sistema político ha retrocedido y toda esa
estructura estatal ha sido casi completamente desmantelada. El poder es más
importante, y el poder político es visto en cierta forma como un fin en sí mismo. El
Estado es percibido como una fuente de recursos que puede ser usada para perpetuar
a las personas que ostentan el poder.
Y también esta actitud permanente que tienen de responsabilizar a alguien
más por los problemas que enfrentan, ¿cierto? Guerra económica,
imperialismo, Uribe. En cierta forma, al escuchar la retórica del chavismo,
parecer ser más del siglo XX que del siglo XXI.
Creo que el chavismo ha estado peleando con dragones que hace ya mucho tiempo
dejaron de existir. A los países que realmente han aceptado los términos de la
globalización, como China, les ha ido extremadamente bien. Se han impuesto a la
pobreza, han reducido el número de personas en la indigencia, han proporcionado
servicios sociales, porque aceptan el hecho de que el mundo globalizado ofrece
muchas oportunidades para hacer justamente eso.
Pero China quizá tenga problemas eventualmente, cuando se muestre que la
eficiencia económica no es el punto central.
Todos los países tienen problemas, y el modelo chino tal vez no sea sostenible. Pero
comparado con Venezuela, es un modelo mucho mejor, porque al menos la economía
está creciendo y la gente está caminando hacia adelante.
Usted es un estudioso de Hegel, y a los hegelianos no parece gustarles hablar
del futuro, pero, ¿qué prevé para un país como Venezuela? ¿La democracia
liberal es posible en un país como Venezuela? Una vez que se ha caído en la
decadencia política, ¿se puede salir de allí?
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El gran problema que ocurre en Venezuela es el alto grado de polarización que existe
en la sociedad. Para llegar a la democracia liberal, creo que tiene que haber una
forma de superar eso, porque esas personas en los extremos ideológicos no van a
desaparecer, y lo que se necesita es un sistema político que realmente les permita
trabajar juntos, hacer concesiones y crear una serie de políticas que no satisfarán a
todos, pero al menos permitirán a la mayoría expresar sus intereses y puntos de vista.
Creo que eso es posible en cualquier país si se tiene el liderazgo adecuado. Hay otros
lugares que han logrado superar altos niveles de polarización. Sudáfrica es un ejemplo
de eso; Chile, después de Pinochet es otro ejemplo de una sociedad altamente
polarizada. Costa Rica, para tomar un ejemplo más antiguo, atravesó una guerra civil
en los últimos años de la década de 1940, pero tuvo una élite visionaria que pudo
llevar al país por un camino diferente. De manera que hay algunos precedentes
importantes.
Usted no es un pesimista, es más como un médico que dice lo que está mal
pero no se da por vencido con el paciente. ¿Es usted un optimista?
Bueno, supongo que creo en el progreso a largo plazo. El problema es que el largo
plazo es muy largo, y muchas cosas terribles pueden pasar en el corto plazo. Es como
el mercado bursátil: con el tiempo va hacia arriba, pero en cualquier momento dado
puede colapsar. La primera mitad del siglo XX fue un enorme retroceso. Pero creo que
la segunda mitad fue de considerable progreso, tanto material como político, en todo
el mundo, y muchas veces la gente no reconoce cuánto progreso ha habido. No sólo en
lo económico. En 1970, sólo un tercio de los países del mundo vivían en regímenes
democráticos, mientras que hoy son cerca de dos tercios. Eso es una mejora
importante.
¿Cómo define usted progreso y desarrollo?
Económicamente, creo que tiene que ver con progreso material en términos de
ingreso per cápita, y si éste es distribuido equitativamente, mucho mejor que si sólo
va a un pequeño número de personas. En política, creo que es institucionalización. En
mi opinión, se necesitan tres grupos de instituciones: un Estado, un estado de
derecho, y responsabilidad política. Cada uno de ellos debe desarrollarse,
manteniendo cierto balance, para que el sistema sea justo y legítimo.
Usted trabajó con Huntington, lo que fue muy relevante en el desarrollo de su
trabajo. ¿Cómo fue trabajar con él?
No estuve de acuerdo con él en muchas cosas. Especialmente, considero que
sobreestimó la cultura y la identidad en sus últimos libros. Pero, comparado con
muchos estudiosos de las ciencias políticas, él fue un gran pensador: tomó grandes
ideas y no tuvo miedo de especular, de mostrar ideas que quizá no eran correctas,
pero que fueron un punto focal de debate. Creo que muchos científicos sociales están
tan interesados en el rigor científico que no quieren estudiar ningún problema
complejo. Creo que eso fue lo principal que tomé de él.
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