Una sentencia letal - Jueces para la Democracia

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EL PERIODICO DE CATALUNYA 5/5/2008
NUEVOS ARGUMENTOS SO BRE LA PENA DE MUERT E EN EEUU // JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
Una sentencia letal
Los norteamericanos han de revisar los valores que permiten a un juez aplicar la pena
de muerte
JOSÉ ANTONIO Martín Pallín*
El Tribunal Supremo de Estados Unidos se ha pronunciado en repetidas
ocasiones sobre la constitucionalidad de la pena de muerte. Resulta
interesante el debate entre el juez Marshall, que mantenía que la Corte podía
anular leyes como la de la pena de muerte por inconstitucional y contraria al
sentir social, mientras que el ultraconservador Rehnquist, sostenía que el
Supremo americano no está para reescribir las leyes ni para imponer a los
ciudadanos sus propios valores. Según su criterio, la pena de mue rte no es
inconstitucional, pero su ejecución podría vulnerar las enmiendas octava y
cuarta, por lo caprichoso, arbitrario, cruel y discriminatorio de su imposición.
EN UN RASGO de humor negro, el juez White llegó a mantener que si la
pena de muerte pretendía realmente ser eficaz, debía ser aplicada con mucha
mayor frecuencia. En otra resolución sostuvo que, si el delito es grave, los
ejecutados tienen lo que se merecen. Por su parte, el juez Brenann repudió
las técnicas de ejecución que se asemejaban a las medievales, afirmando que
el más vil de los criminales es un ser humano que tiene derecho a un
tratamiento digno.
Es discutible la posición de la Corte Suprema de EEUU sobre la pena de
muerte, pero una última sentencia --del 16 de abril del 2008--, sobre la
inyección letal, se lanza a un asombroso ejercicio de funambulismo, sin barra
estabilizadora ni red. Admitieron a trámite una reclamación contra el Estado
de Wisconsin por considerar que la ejecución con la llamada --asépticamente- inyección letal causaba sufrimientos al ejecutado que resultaban
incompatibles con la octava enmienda de la Constitución de EEUU, que
prohíbe infligir castigos crueles o inusitados. Siendo constitucional la pena de
muerte, resulta casi sarcástico que los jueces supremos se planteen si su
ejecución supone castigo cruel o inusitado. Estoy seguro de que ninguno de
ellos ha visto la película de Berlanga El verdugo, ni escuchado los esfuerzos
dialécticos de Pepe Isbert para convencer a su yerno sobre las ventajas del
garrote vil como procedimiento rápido, eficaz y respetuoso con los ejecutados,
que también tienen su dignidad.
La sentencia más que un texto jurídico es una pieza de anatomía. El
muestrario de la tecnología de la muerte es variado: horca, silla eléctrica,
cámara de gas, fusilamiento y --una concesión a la modernidad-- la inyección
letal suministrada por los verdugos, sin que ninguno de los que pone en
marcha el mecanismo sepa si ha sido o no el causante de la muerte.
El Supremo de EEUU, ante la denuncia de que la ejecución por inyección letal
vulnera la octava enmienda porque causa dolor y sufrimiento, entra en terreno
pantanoso que le lleva a razonamientos que rozan el surrealismo y socavan
los valores del derecho y de la justicia, poniendo en riesgo la seriedad y el
prestigio de la institución.
Cuesta trabajo creer que esta sentencia sea el producto de un conclave de
juristas. El texto describe científicamente en qué consisten las tres
inyecciones letales que utiliza el Estado de Wisconsin. La primera, Pentathol,
es un barbitúrico de rápida acción sedante que deja al paciente en una
situación equiparable al coma y le prepara para las siguientes dosis. La
segunda es una droga conocida como Pavulom, es un agente paralizador de
los movimientos musculares y del diafragma, deteniendo la respiración. Por si
no fuera suficiente, una tercera inyección, cloruro de potasio, se administra
ante la posible resistencia del cuerpo humano, con la finalidad de interrumpir
los movimientos del corazón que se resiste eléctricamente a detener su ritmo
muscular. Si todo ello se aplica adecuadamente, dice la Corte Suprema, no se
puede observar ninguna angustia añadida ante la metódica asfixia y parada
cardiorrespiratoria subsiguiente.
EXISTEN DOS votos discrepantes, de la juez Ginsburg y del juez Souter,
sobre esta sentencia. Se basan en que las dos últimas inyecciones pueden
producir, según la opinión generalizada, una situación constitucionalmente
inaceptable por colisionar con la prohibición de los tratos crueles y los daños
inusuales. Consideran que las normas de aplicación de la muerte letal
contradicen los "estándares de decencia" en el marco de una sociedad que
sabe que debe madurar en el progreso. Estiman que la inyección letal
produce, si hay error, unos sufrimientos horrendos e indetectables después de
la segunda inyección. Y concluyen que es necesario tomar cuidadosas
medidas para que la primera inyección adormecedora produzca efectos tan
seguros que la segunda y tercera no causen sufrimientos inusuales.
Es demoledor para la conciencia de un jurista descender hasta el infierno de
estos razonamientos tan tétricamente asépticos y tecnológicos. Creo que la
sociedad americana, en la que se apoyan sus jueces supremos para justificar
la pena de muerte, debe hacer una profunda revisión de sus valores sociales
y aferrarse a los principios fundacionales de su república.
*Magistrado emérito del Tribunal Supremo
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