existe en la biblioteca Laurenciana, ó en alguna otra, el men­ cionado ejemplar de la Historia general de Nueva España, en doce libros, texto, traducción, glosarios y fignras iluminadas, del padre Er. Bernardino de Sahagun; y en caso afirmativo, que se pida por nuestro Gobierno al Gobierno italiano el envio de dicha obra para ser aquí copiada con las convenientes formalidades y garantías. 2. a Que igual diligencia se practique, pues el códice de la biblioteca Real se nos franqueará sin dificultad, en la Colom­ bina de Sevilla, en el archivo de Indias ó en cualquier otro es­ tablecimiento donde se presuma que pueda existir en todo ó en parte la misma obra. 3. a Que una vez obtenida, se proceda á su más escrupulosa y esmerada copia. Y 4.a Que el Gobierno de S. M. costee la impresión y publi­ cación del tomo ó tomos de que conste la obra completa, compi­ tiendo, en cuanto fuere posible, con los de la Antigüedades de Méjico, de lord Kingsborough, para que su sin igual importancia no desmerezca en España de la que se le ha concedido, y cierta­ mente se le concedería, en el extranjero. Estas consideraciones someto al superior criterio de la Aca­ demia, que juzgará y resolverá lo que estime más acertado y conveniente. Madrid 23 de noviembre de 1882.—Cayetano Jtosell. III. (HIERRAS DE CERDEÑA, SICILIA Y LOMRARDÍA, POR EL MARQUÉS DE LA MIXA. En cumplimiento de la órden que nuestro Director acciden­ tal se ha servido dirigirme, voy á emitir dictámen sobre la ins­ tancia de D. Emilio Valverde y Álvarez pidiendo al Excelentí­ simo Sr. Ministro de Fomento la mayor protección posible para dar á la estampa una obra manuscrita del ilustre Capitán geneT omo II. J8 ral de Ejército, Marqués déla Mina, laque, entre otras materias compréndelas guerras de Cerdeña y Sicilia en los años de 1717 á 1720 y la de Lombardía en los años de 1734á 1736, todo en tres grandes volúmenes, con 33 planos, iluminados á varias tintas, de plazas fuertes y batallas, y varios estados de fuerza y documeatos del mayor interés para la historia española de su tiempo, Y deseando el Sr. Valverde hacer una publicación digna de tal obra y de su conspicuo autor, solicita el auxilio de que trata el artículo 5.° del Rçal decreto de 12 de Marzo de 1875, con las condiciones de la Real órden aclaratoria de 23 de Junio de 1876. disposiciones, las dos, encaminadas, como saben los Sres. Aca­ démicos, á proteger las letras y las artes en nuestro país. El Sr. Valverde se propone con ese auxilio publicar las Memorias del Marqués de la Mina en dos ó tres tomos, de unas 400 á 600 páginas cada uno, en 4.° mayor, tamaño parecido al de la Jlelación del viaje hecho por Felipe II en 1585 á Zarago­ za, Barcelona y Valencia, escrita por Enriqtie Colc y publicada en 1876 por nuestro Ministerio de Fomento, pero ilustrados, ade­ más, con los planos en copia del origiual y retratos de aquel in­ signe general y diplomático, y, aun quizás, con el de otros per­ sonajes de entre los que más figuran en su notable escrito. La publicación, así, vendría á costar unas quince mil pesetas; siendo la tirada de 600 ejemplares mínimum y hasta mil máxi­ mum, y dos años, lo ménos, el tiempo que se tardaría en ejecu­ tarla. El empeño, como se ve, del editor y de los que le animan ¡i acometerlo, entre los que aparece el propietario del manuscrito. Teniente general Marqués de San Roman, va dirigido, y así lo dice aquel: «á prestar un servicio verdaderamente patriótico, dig­ no por todos conceptos de la protección del Gobierno de S. M., que no á lucro ni á utilidad de ningún género;? razón también, sin duda, para que el Excmo. Sr. Ministro de Fomento haya mandado la instancia del Sr. Valverde á informe de este institu­ to, á quien por su índole corresponde. Y paso á ejecutar el mandato de nuestro digno Director. El sábado 9 del actual fueron sometidos á la aprobación de esta Real Academia dos luminosos informes, cuya memoria creo ]ul de convenir al fin que me propongo en el que esta noche ten«•o la lionra de presentar al exárnen, también, de tan docta cor­ poración. Era objeto del primero de esos informes, la reseña lustóricobiográfica de dos españoles ilustres, los ministros Patiño y Cam­ pillo, recientemente publicada por el erudito Sr. Rodríguez Villa; y el Sr. Rabié se lamentaba en él de la falta de obras, así nacionales como extranjeras, donde estudiar con resultado los sncesos políticos y militares que constituyen la historia de la primera mitad del siglo XVIII. Nos citaba, como las únicas quizás, para apreciarlos en lo posible, la que, con el título de Comentarios de la guerra de España, escribió nuestro compa­ triota el egregio Marqués de San Felipe; la ya en parte muy rara que el P. Pr. Nicolás Belando llamó Historia civil de España, y la inglesa de Guillermo Coxe sobre el reinado de la casa de Bor­ tón; extrañándose que hubiera tenido tan pocos cronistas una época próxima y que de tal modo ha influido hasta hace poco en la manera de ser política y social de Europa. «La paz de Utrecht, dice, con efecto, César Cantú en su His­ toria de Cien años, no introdujo principios en el derecho públi­ co, pero completó el sistema europeo, tal como dura hasta ahora •en sus oscilaciones.» Hay otras obras, tratados generales ó particulares, de la his­ toria de tiempos tan fecundos en acontecimientos importantes, y lo sabe muy bien el Sr. Rabié, pues que las ha visto citadas y sujetas al más escrupuloso análisis en la magistral del historió­ grafo inglés á que aludo; pero también es verdad que, siendo en su mayor número de extranjeros, no es tratada en ellas España con la justicia que merece, ni sus hombres de Estado y militares lo son con la imparcialidad necesaria para aquilatar sus talen­ tos ó poner á descubierto, pero sin odio, sus errores. El Sr. Barrantes, autor del segundo de los informes á que me voy refiriendo, al presentar su juicio sobre las obras del in ­ signe Mesonero Romanos, echaba de ménos en la España actual d cúmulo de Memorias, con que en Francia, por ejemplo, «las vanidades personales han abrumado materialmente á la historia 'le anécdotas y rasgos biográficos.» Y, como para anatematizar nuestra pereza de ahora, nos recordaba aquellas Relaciones y Cartas con que nuestros antepasados, los conquistadores de I r. dias llegaron á formar, decía: «el más acabado y hermoso cuerpo de historia que posee nación alguna del mundo, tal que los extranjeros más enemigos de España nos lo copian y envidian.» También esto es cierto, como lo es que por aquel tiempo mig. mo de nuestros heróicos descubridores y colonizadores del Nuevo Mundo, tenía España en sus vastos dominios de Europa quienes, para descanso de sus bélicos trabajos, empleaban por la noche la pluma en escribir lo que durante el día había su espada hecho en honra de su nombre y gloria de la patria. Y Bernardino de Mendoza, Lechuga, Verdugo, Villalobos y Benavides y cien más que no cito por ser conocidos de todos, dejaron, como fruto de sus ocios, mejor dicho, de sus campamentos, los más robustos ja­ lones con que formar, como los conquistadores de Indias la de aquellas vírgenes comarcas, la historia de nuestras ambiciosas, pero justas y legítimas, aspiraciones de dominación en las viejas y cultas regiones de nuestro continente. Me ha de dispensar la Academia ésta que hasta ahora podría parecer jactanciosa pretensión, la de sólo hacer memoria de los escritos de nuestros militares como los fundamentales de la his­ toria española en los primeros siglos de la Edad presente, que no lo hago por vestir el uniforme del Ejército que ellos y sus in­ signes capitanes fueron los primeros á ilustrar en el renaci­ miento del arte de la guerra, sino por serme absolutamente ne­ cesario para fijar mis opiniones en el punto concreto á que se refiere este informe. El Sr. Eabié hacía notar la falta de datos para una historia completa de la primera mitad del siglo último; el Sr. Barrantes echaba de ménos en España ese ramo de litera­ tura reflejado en las Memorias; y hoy me cabe la suerte de ofre­ cer á la Academia, con las de otro militar, la satisfacción, en gran parte, de esa que nuestros dos ilustrados colegas tienen, y con razón, por necesidad imperiosa y urgente. Las Memorias del Marqués de la Mina son, con efecto, el dato más auténtico que puede presentarse para la historia y el conocimiento de una lucha inesperada, cual ninguna otra, en la Europa de los tiempos que recuerdan. Buena ó mala política, que no es un informe como éste, donde deba aquilatarse, es lo cierto que España, al emprender la conquista de Cerdeña y Sicilia enl717yl718, ofreció al mundo un espectáculo tan imprevisto como extraordinario, el de una nación que, saliendo de las ruinas en que yacía envuelta durante los últimos años del infeliz reinado de Cárlos II. y cuando se la consideraba sin aliento y ocupada en reparar los estragos de una guerra de catorce años, cual pocas de sangrienta y aniquila­ dora, se alza como rejuvenecida de vigorosa y arrogante, aco­ metiendo empresas, tampoco voy á decir si descabelladas ó pol­ lo ménos temerarias, pero alardes verdaderos y serios de una vi­ talidad de que ninguna otra hubiera logrado dar pruebas tan elor cuentes. Es indudable también qne esa vitalidad es propia, es carac­ terística de nuestro pueblo, único capaz de resistir la serie de luchas eternas y de toda índole que ha sufrido en la presente centuria. Porque en otras partes la guerra suele reducirse al trance de una ó dos grandes batallas que deciden de la suerte del país; y, luégo, la paz cura las heridas causadas, repara las fuerzas consumidas, y la nación, por desgraciada que haya sido, puede presentarse á nuevas luchas. En España, no; el pelear es incesante, de años y años; no sólo los ejércitos, sino que los pue­ blos toman parte en la contienda; y el incendio, el saqueo y el asesinato, que son irremediable y lógica consecuencia de tales arranques, yerman el suelo y sumen á la población en la miseria. Y eso cuando la discordia no ejerce sus furores en el seno mismo de la nación, cuando la lucha no toma el carácter de fratricida; porque entonces, además de interminable se hace desoladora y cruel hasta la ferocidad más repugnante. Pues bien: á los tres años de una guerra de cerca de catorce y que reunia los dos caracteres de internacional y civil, como los ofreció la de Sucesión, España acometía la conquista de las islas de Cerdeña y Sicilia, garantidas á sus poseedores, el Austria y Saboya, por cuantas naciones, todas poderosas, tomaron parte en el tratado de Utrecht, tan desventajoso para la nuestra. Mucho se ha criticado al gobierno del primero de nuestros soberanos de la casa de Borbon; ha habido quien no encuentre en él sino el agente de la fosilización, la petrificación de unpuebloy, sin embargo, pocos ejemplos podrán citarse de actividad y de energía como el de las expediciones con cuyo relato comienza el Marqués de la Mina sus importantísimas Memorias. Para la pri­ mera de esas expediciones, la de Cerdeña, se formaron dos es­ cuadras de 13 navios de guerra, 90 de trasporte y 3 galeras que condujeron á aquella isla 14 batallones, 300 caballos y un tren de sitio; pero en la segunda, tan misteriosamente reunida como la anterior de un año ántes, eran 12 los navios de línea, 17 las fragatas y 9 las galeras, brulotes y balandras, en todo 38 buques de guerra y 276 navios y 123 tartanas de trasporte; esto es, 433 lasos (formidable número troyano que pobló el Mediterráneo de sustos), como dice en su estilo, peculiar de la época, el general cronista de la expedición, con 35 batallones á bordo, 24 escua­ drones de caballería, 24 de dragones, y un tren de artillería con más de 1 0 0 cañones y morteros, municiones y víveres, útiles de ingenieros y, lo que es más raro en España, dinero para muchos meses. ¡Cómo no admirar alarde tan grandioso en las condiciones en que se hallaba España por el desgobierno anterior, la lucha re­ cientemente acabada y la humillación de un convenio hecho en beneficio de aliados perseguidos por la fortuna hacía años en los campos de batalla y que para reparar los reveses de Hochstett, Bamillies y Malplaquet, creían deberlo conseguir á costa de los vencedores de Almansa y Villaviciosa! Ahora bien: con esos detalles, y aun más minuciosos en los preparativos de cada función de guerra, con la descripción dete­ nida y gráfica del terreno de las operaciones, con la de todos los combates, influyentes ó no en el éxito decisivo, y las observacio­ nes más atinadas, técnica ó históricamente hablando, sobre las causas y resultados de cada uno de ellos, con cuantos datos, en fin, puede apetecer el historiador más exigente, trata el Marqués de la Mina los sucesos en que tomó parte tan interesante y prin­ cipal. Y no es de extrañar que así lo hiciera. Hijo de un prócer tan distinguido, como por su nacimiento, por los servicios que prestó en ambos mundos, filé educado con las lecciones cristianas y políticas que le dedicó su padre en un libro que aun existe en manuscrito, único documento á que se jebe la fecha en que nació quien había de ser honor de España en los campos de batalla por su valor y pericia, en las Córtes ex­ tranjeras por su ingenio y habilidad diplomática, yen la Adminis­ tración pública por su iniciativa tan desinteresada como enér­ gica. Por papeles que el infatigable Sr. Rodríguez Villa ha en­ contrado donde ménos era de esperar, pero principalmente por ese libro, se sabe que su autor debió sufrir grandes contrarieda­ des y desengaños en la vida; pues en uno de los primeros párra­ fos, y por eso lo trascribo, exhala quejas que dolorosamente lo demuestran. «En este intento, dice, pues no he tenido acción á •practicarlo, conturbándome los accidentes de mi vida que han ssido incesante urgencia de sucesos lamentables, y que te han «comprendido acompañándome en ellos desde la primera luz de «la razón, pudiéndote ser útiles, si los tienes presentes como es­ pejo, que te advierta, antes que los escarmientos, las inconstan­ cias del caduco siglo en que la tragedia de tu padre concilia la «admiración, pero puedes estar cierto, y yo asegurarte ante el «Tribunal del Señor de las alturas, no he cometido jamás con la «voluntad acción que empañe mi honor, ni que manche la intejgridad en los empleos que he obtenido y procurado servir, te3riendo por único objeto la legal fiel Administración de Justicia, «cuya verdad hallarás contextada en la resolución de los Conse­ jos, en la notoriedad de las Indias, y creo que en el general «sentir.» He copiado este párrafo del libro que al Marqués de la Mina, entonces Conde de Pezuela de las Torres, diidgió su padre, aca­ bado en el Escorial el 13 de Junio de 1713, según consta en el colophon, porque, retratando al autor, explica quizás el carácter del educando, su conducta noble, pero cautelosa, y hasta el estilo de los escritos, sujetos hoy, tras tantos años, á la censura de esta Real Academia. Capitán de Dragones al poco tiempo de comenzar en 1705 su carrera militar; coronel, en Diciembre de 1709, clel regimiento de su nombre, según costumbre de la época, el cual nueve años después tomó el de Lusitauia, creado por solicitud suya y á sus expensas, el Conde de Pezuela asistió á casi todas las campañas en que por entónces tomaron parte las armas españolas. Cuando la expedición de Oerdeña, continuaba á la cabeza de aquel cuerpo pero de Brigadier ya, con categoría, pues, edad y experiencia militar para, al describir las operaciones de la fácil conquista de aquella isla, poderlas juzgar debidamente y comentarlas con la autoridad de un maestro. Si la participación que tuvo en ellas no fué tan activa como él deseara, á la naturaleza del terreno se debió y á la marcha que las imprimiera la sorpresa que causó el desembarco, lo débil de la defensa y lo tardío de los socorros del Emperador. Pero en las de Sicilia no hay sitio, batalla, ni diversión en que no se vea al Conde de Pezuela á vanguardia, flancos ó re­ zaga del ejército, vigilar con los dragones por su seguridad, de­ fendiéndolo de las emboscadas ó sorpresas del enemigo, y adelan­ tándose á escarmentar á éste y privarle del descanso necesario en sus cantones y campamentos. Así, y siendo, ya solo, ya unido á Bracamonte ó Vallejo, maestros, con Cereceda, en la guerra que el Marqués de la Mina llama de Campaña, y tan acreditados ya en la de Sucesión; siendo, bien puede decirse que ojos del General en jefe en Messina, Melazo y Francavilla, el distinguido cronista reunía cuantas condiciones cabe exigir á un historiador en la acepción más lata y más sublime que hoy se da á esa cualidad. De carácter indulgente y genio conciliador, efecto, sin duda, de las lecciones de su padre, impregnadas de la más dulce triste­ za; espíritu eminentemente ecléctico, sin doctrina alguna radical de exclusión de otra cualquiera, se le ve, en su trabajo sobre la expedición de Sicilia, buscando, con razones políticas lo mismo que con argumentos militares técnicos de condición geográfica ó de oportunidad histórica, el zurcir las voluntades harto rozadas de los caudillos de empresa tan ocasionada á discordias como aquélla. Con el Marqués de Lede, de la primera nobleza de Plandes y á quien retrata de mano maestra, amante de lo justo, desinte­ resado y folie, pero acusado de una flema que peligraba en desidia, iban caractéres fogosos, no exentos de celos y de energía un tanto excepcional, no sabemos si por genio ó por patriotismo, como el Marqués de Werbom, sin segundo, decía el de la Mina, en su par- liealar profesión de Ingeniero, el Eudides de su Era, y como el Conde de Montemar que rayaba ya en los talentos, la conducta i/ las señas, que le llevaron después á ser d Héroe sevillano, y Jefe glorioso de las armas españolas; ambos, sin embargo, duros, empe­ ñaban lafirmeza hasta los peligros de la pertinacia, y con esto no conseguían que prevaleciesen sus didámenes, aunque los auxiliase la razón. Conciliar á aquellos señores y hacer armónicas sus opiniones era trabajo, verdaderamente hercúleo, de inteligencia; pero, defen­ diendo á Lede con la responsabilidad de un mando tan compro­ metido, ya por el aislamiento en que la desgracia de la escuadra dejó al ejército y por la presencia en Sicilia de Campillo, un alter ego del omnipotente Alberoni, especie de Comisario de los de la Convención francesa entre las tropas de la Revolución, y defen­ diendo á Werbom, á Montemar y á los que como ellos opinaban en los consejos de guerra con sus talentos y el fuego sagrado, como ahora se dice, de su profesión y sus ambiciones militares, logra el Marqués de la Mina ponerse en un justo medio que, apoyado en la verdad de los sucesos, da luz más que suficiente para uno juzgar de las opiniones de todos y fijar las suyas propias. No, por eso, vaya á atribuirse ese espíritu de eclecticismo álas cuestiones tan solo de personas, que quizá pudiera perjudicar á nuestro autor en la opinión de hombre independiente; porque aparece con el mismo en las de la ciencia. Y si no, oigámosle en los comienzos del brillante prólogo de su obra. «No me valdré tampoco, dice, de citas antiguas y guerras ¿ponderadas en libros de Godos, Griegos, Romanos y Parthos, ¿que persuaden raénos que las inmediatas á nuestro tiempo, ya ¿sea porque hay muchas que su verdad es problemática, ó porque «aquel móthodo, aquellas anuas y aquel número no conforma en «nada con nosotros; y sobre todo desde que se inventó la pólvora «y el cañón son otras las defensas y los ataques, que cuando se «usaban las falanges, arietes, lanzas, arcos y flechas.» Esto lo dicen ahora algunos que ni aun quieren en sus estu­ dios volver los ojos á Federico II ni á Napoleón; pero que se re­ sistirían además á aceptar el párrafo que sigue al anterior del Marqués de la Mina. «Ho por esto se entienda que dexo de mirar con aprecio los monumentos de la antigüedad en Héroes, doctrina »conducta, virtudes y Gobierno militar y político, que nos dexa»ron embidiable imitación en sus acciones y amor á la Patria»pues aunque efectivamente son otros los Exércitos y las armas »y aun es otro el Mundo, siempre ayudan y enseñan los aciertos. »las máximas generales de los antiguos, para tomar de ellos lo »que pueda adaptarse á nuestros tiempos.» Bepito que yo atribuyo estos rasgos, que bailo característi­ cos del Marqués de la Mina, á la educación que recibió, á las lec­ ciones, sobre todo, que le dejó escritas su padre, las cuales, en mi concepto, influyeron poderosamente para cuanto hizo. La histo­ ria de Lusitania dice que por el brillante comportamiento de aquel cuerpo en la batalla de Melazzo y la captura de dos ban­ deras del regimiento aleman de Told le concedió el'Marqués de Lede el privilegio de usar en la grupa de las sillas la escarapela amarilla, y el Bey, después, el uso en los guiones de la imágen del Arcángel San Miguel. Pues bien: en una especie de invoca­ ción con que el padre del Marqués de la Mina encabeza el libro á que tantas veces me he referido, pide el auxilio de la Virgen: «por la interposición, dice, del Archangel Miguel nuestro Patrono »(como lo fuó de tu abuelo), y á quien siempre he entregado y »entrego quanto me toca, y depende de la voluntad que le sa»orifico.» Es coincidencia. En la campaña de Lombardía, á que hace referencia el tomo tercero del manuscrito en cuyo exámen me ocupo, el Marqués de la Mina era ya Teniente general y, por lo que de su obra se in­ fiere, disfrutaba de la confianza del Conde de Montemar, cuya conducta defiende con todas sus fuerzas. Su posición, pues, para tratar de aquellos sucesos tan controvertidos en las historias de la época, no podía ser más ventajosa; y sus opiniones, por consi­ guiente, entrañan una muy grande autoridad. Así empieza su libro: «Escribí el diario de la guerra de los años de 1734 hasta el de 1736, en el concepto de ser papeles, no sólo instructivos para los Oficiales, sino fidedignos monumentos para la historia, respecto de que regularmente los dicta un militar que desconoce 5 respetables jrtS contemplaciones y los arcanos políticos, y yo lo lie practicado así, exponiendo los hechos (de que fui testigo), con verdad des­ nuda, sin riesgo de lisonja.» Sin embargo de que esta introducción parezca reducir el pa­ pel del Marqués de la Mina al de un diario escueto de las opera­ ciones del ejército español en aquella guerra, con empezar tan íólo su lectura se comprende ser otro el alcance que, al fin, se propuso darle su autor. Para lo primero, ni se comienza con la descripción del estado de Europa al hacerse la elección de rey de Polonia por muerte de Augusto II, en 1733, ni se traducen los tratados de alianza ofensiva entre los reyes de Francia y Cerdeña para la ocupación del Milanesado, y la adhesión de España á ellos, ni, por fin, se discurre tanto sobre las conferen­ cias políticas habidas entre los generales de las tropas aliadas, sus despachos á los gobiernos respectivos, la defección de fran­ ceses y sardos en los momentos más críticos de la campaña, sobre las vacilaciones, por último, de nuestro gobierno y la buena ó mala fe, habilidad ó impericia de sus ministros. El escrito, pues, del Marqués de la Mina, referente á la guerra de Lombardía, que, por supuesto, contiene la memoria del esta­ blecimiento del infante D. Oárlos, rey después de España, en el trono de Nápoles, es, como los anteriores de las campañas de Cerdeña y Sicilia, un libro completo de historia, así como hoy se entiende, y sin el cual es inútil pensar en el estudio de la Europa de aquel tiempo sin temor á graves y trascendentales errores. Y por más que su autor, según acabo de manifestar, lo pre­ sente en calidad de una colección de datos y como obra de un militar atento sólo á trasmitir los sucesos de que fué testigo, es fácil comprender la modesta inexactitud que comete. El Marqués, y así lo dice en su obra, dió forma á los apuntes que tenía y á los datos que guardaba en la memoria hácia los últimos años de su vida. Su libro es, de consiguiente, el resultado de la experien­ cia, de la madurez de juicio, de la costumbre de los negocios po­ líticos y militares de un hombre que, á una educación escogida, reunía ya el desempeño de cargos, aun fuera de la milicia, difí­ ciles y elevadísimos, como el de embajador en el que firmó la paz de Viena y ajustó las bodas del infante D. Felipe y la infanta Doña María Teresa con los hijos del rey Cristianísimo, el del gobierno del principado catalan y cien otros de la Corte y l0s ejércitos que, con las ilusiones y los desengaños que alternativa­ mente producen, dan condiciones más que sobradas para escribir una historia, por intrincada que sea. Por tal historia, y concien­ zuda é instructiva, debe, por lo tanto, tomarse el trabajo del Marqués de la Mina, que con el de la campaña del Piamonte en 1743 y subsiguientes hasta la paz de Aquisgran, apuntadas en el Epítome de su vida, se hace puede decirse que completo y acabado. El General Almirante dice en su Bibliografía Militar de Es­ paña: «El Marqués de la Mina es el hombre de su tiempo.» Pero añade á renglón seguido: «Trasplantado al siglo XVI, proba»blemente hubiera dado más fuerza y actividad á sus resortes; »hubiera respirado otra atmósfera, y positivamente hubiera mau»tenido su primacia entre los primeros.» ¿Qué mayor autoridad puede darse á los trabajos de persona por tantos otros conceptos respetable y respetada? Y para que se vea que las mías no son ideas de hoy, que me hayan sido inspiradas por la ocasión actual y las circunstancias que la provocan, voy, aun abusando de la benevolencia de la Academia, á probarlo con un ejemplo, en mi humilde sentir, muy convincente. Un distinguido oficial del ejército aleman, agregado á la le­ gación del Imperio en Madrid, acudió á mí hace cuatro años pi­ diéndome datos con que confirmar ó rectificar fechas que le había remitido un compatriota suyo, historiador de las campañas de los austríacos en Sicilia. Aquellas fechas estaban equivocadas; y, al demostrárselo al oficial aleman con datos irrecusables, me pare­ ció deberle manifestar que escribiese á su recomendado no diera por concluidos sus trabajos históricos sin ántes hacerse con las Memorias del Marqués de la Mina, fuente la más copiosa y lím­ pida donde ver reflejada la acción de los españoles en aquellos sucesos, que nunca podrían estudiarse, como aconsejan los maes­ tros de la ciencia, sin el conocimiento de la parte en ellos tomada por todos los beligerantes. Me he permitido esta digresión, así para que se me haga jus- ticia respecto á la fijeza de mis opiniones sobre el libro del Mar­ qués de la Mina, como porque no se creyeran apasionadas al tomar parte en la publicación de ese libro persona cuyos lazos de amistad conmigo son de muchos conocidos. El Teniente general Marqués de San Roman, que á pocos tiene que envidiar como escritor elegante y castizo, y abí está para demostrarlo el prólogo de la Historia de la guerra de la In­ dependencia que estoy'publicando; autor á su vez, de la del ejérci­ to del Centro en la civil de Siete años que su modestia mantiene inédita en su notable biblioteca, y orador tan perspicuo como espontáneo, es conocido en esta Academia y en todos los círculos por la diligente y eficaz protección que ha dispensado á cuantas obras la merecían en su atinado y justo concepto. Este cuerpo conoce las del General Almirante, á cuya estampa contribuyó no poco, y una de las mejores del General Sandoval, que envió aquí para su exámen contra la voluntad, sin noticia, al mónos, de su inolvidable autor; y el Ejército que había antes apreciado sus ta­ lentos en La Revista Militar y otros periódicos profesionales, sabe cómo protege ahora la edición de los mejores libros de ciencia é historia militar que hace ese mismo Sr. Valverde que ha acudi­ do al Gobierno de S. M. con el manuscrito del Marqués de la Mina. Cuando escasean tanto los Mecenas, se ensancha el pecho riendo á personas con mérito propio como el General San Roman, alentar á los demás en sus tareas y aficiones, ó buscar para otros la gloria que sin estos arranques generosos quedaría para siem­ pre quizás oscurecida. Y esto mismo es una garantía importante para la Academia y para el Gobierno del buen uso que se hará de la protección que pueda concederse al Sr. Valverde, si ya éste no la ofreciera sufi­ ciente, conocido, como es también en este cuerpo, por el Atlas geográfico descriptivo de la Península ibérica, de que es autor, y le filé remitido para su censura. No es esta la sola obra del Marqués de la Mina; pues que por manuscritos que el Teniente general Marqués de la Cénia con­ servaba en Mallorca y ha tenido la bondad de remitir al que suscribe este informe, se viene en conocimiento de que el libro impreso que lleva el título de Máximas para la guerra, sacadas de las obras del Excmo. Sr. Margues de la Mina..... etc., no está conforme con el que ofrece todos los caractéres de haber sido escrito por el egregio General, historiador de las guerras de Sicilia y Lombardía. El órden de los capítulos es muy distin­ to, y, dentro de ellos, está subvertido el de sus principales ó más importantes párrafos, cuando no han sido llevados á partes dife­ rentes de la obra. El manuscrito hallado en la biblioteca del Sr. General Coto­ ner tiene por otra parte, y esto lo hace más interesante, la par­ ticularidad de citas sumamente curiosas que no se ven en la grande obra del Marqués; como, por ejemplo, la del autor del Diccionario que sigue á la descripción del sitio de Messina, quien aparece ser un Sr. Cram, Ingeniero ordinario, como entónces se decía, natural de Tudela en Navarra y persona de mucho mérito. Creo de todos modos, y voy á terminar este ya enojoso infor­ me, que pudiera recomendarse al Ministerio de Fomento que, al tenor de las reales disposiciones citadas por el Sr. Valverde, se sirviera acordarle el auxilio que pretende para la impresión del manuscrito del Marqués de Mina. Con eso podría desmentirse, una vez al ménos, al ilustre autor de trabajo tan prolijo y concienzudo, cuando, al empezarlo, dice: <En el concepto, pues, del limitado valor de mis tareas, no me >costó mucho la elección de un Mecenas" á quien dedicarlas, por»que á San Miguel Archangel, mi devoto protector, pareciera hi»pocresía, al Rey, no lo merecen; á mi Nación, que es mi ídolo, »no lo estimaría, porque hablando con todos se obliga á ninguno; »al Cuerpo de Dragones en que me crió, y de que soy Director, »fuera copiar á otro que executó lo mismo cou el suyo, en su ras»go épico, aunque celebraría saberle imitar. Siendo todo esto así, »dedico los rasgos de mi pluma, á la diversión de mis horas para >desviar el ocio, y embelesar en las memorias de mi oficio al >leerlas el breve tiempo que me queda de vida. > Así, y cuando puede decirse que es por sentencia de la pos­ teridad, el Marqués de la Mina habrá encontrado su Mecenas en la iniciativa de admiradores suyos, tanto más imparciales ruanco que no tienen obligación alguna para con él, y en la ilus­ tración del Gobierno de su patria. La Academia, en vista de todo, resolverá lo más conve­ niente. Madrid 22 de diciembre de 1882.— José. Gómez de Arteehe. PALEOGRAFÍA HEBREA. La Tabula Scripturae hebraicae (1), que su autor, elDr. Julio Kuting, profesor en la universidad de Estrasburgo, acaba de ofre­ cernos, y sobre la cual me pide informe nuestro dignísimo señor Director, no se puede bien apreciar sin tener á la vista la obra del Dr. Chwolson de San Petersburgo (2), á la que sirve de ilus­ tración y apéndice. Es la Tabula pieza maestra de arte primoroso y de ingenio científico, «die soivohl in icissenschaftlicher, icie auch in techniseher Beziehung ein wahres Meisterstiick ists como justamente la llama el Dr. Chwolson. Mide 32 centímetros de ancho por 169 de largo; y bien se deja comprender que no redunda tamaña ex­ tensión, si han de marcarse debidamente las evoluciones gráficas del alfabeto hebreo cuadrado, hijo del fenicio, durante el espacio de veinticuatro siglos, ó desde el año 890 antes de Cristo hasta el 1515 de la era vulgar. Así el Oriente como el Occidente, con sus monumentos los más seguros y escogidos, y en especial la región de Crimea, ó la Iberia del Cáucaso, nos dan aquí la pers­ pectiva y el cuadro sinóptico de las formas que gradualmente han ido tomando las consonantes del idioma, por excelencia sa-1 (1) Tabula Scriptnrae hebraicae ad illustrandnm Prof. Chwolsonii. „ Carpía inKriptionum hebrmcarwn, digesta ac delineata a Dr. J(ulio) Euting, Prof. universita­ ris Argentinensis; Argentorati, 1882. (2) Corpus insoriptionum hebraicarum, ontlialdend Grabschi'iften aus der Krim and andere Grab und Inschriften in alter hebrSischor Quadratchrift, sowio anoli Schriftproben aus Handschriften vom IX—XV Jahrhundert, gesammelt und erliíutert von D. Chwolson.—St. Petorsburg, 1862.—Enriquecen este libro in-folio seis grandes láminas fotográficas.