Su libro es una historia muy bien contada, es una rigurosa

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Perfil - Domingo 12 de junio de 2011
La inmigración por dentro
Grandes cronistas del siglo XX: 5. Mirta Ojito
Ensayo
A
los 16 años desembarcó en las
costas de Florida,
muerta de susto y
de sueño. Había
vivido hasta entonces en la cerrada y orgullosa Cuba castrista. Cuando
Fidel Castro abrió las fronteras, durante unos días alucinados de 1980, y el gobierno de Jimmy Carter los dejó
entrar a los Estados Unidos,
Mirta Ojito se acurrucó entre
las tablas de un viejo bote de
pesca. Así, antes de convertirse en periodista, Mirta Ojito
vivió en carne propia uno de
los episodios más importantes de la historia de su país en
el último medio siglo: el éxodo de miles de cubanos en el
único “permiso” del régimen
castrista en cincuenta años.
Ese verano de 1980, más de
125 mil cubanos salieron del
puerto del Mariel en lanchas,
botes, catamaranes y veleros.
Cientos de capitanes de barcos de Florida colaboraron
con esta salida, entre ellos el
capitán Mike Howell y su barco, el Mañana.
Mirta tenía 16 años y apenas
sabía unas pocas palabras en
inglés, pero se embarcó en el
Mañana con su familia rumbo a la vida con la que siempre había soñado: la libertad
que les faltaba en Cuba como
a quien le falta el aire. En los
años siguientes aprendió inglés, se hizo periodista, trabajó en el Miami Herald, fue
fichada por el Times y ganó el
premio Pulitzer junto con varios compañeros por una serie de reportajes que trazan el
mapa de la inmigración de una
forma tan profunda y compleja que cambiaron la forma en
que se cubría este fenómeno,
cada vez más universal, más
dramático, más incomprendido y más usado por políticos y
periodistas demagogos.
El trabajo de Mirta Ojito en
ese proyecto es un ejemplo de
llegar al fondo de la construcción de la personalidad en este
siglo de identidades astilladas.
Best of Friends, Worlds Apart
(algo así como Los mejores
amigos en mundos separados)
es la historia de dos cubanos,
uno “blanco” (aunque los estadounidenses dirían que es
de etnia “latina”) y el otro “negro”, que eran grandes amigos
en la isla. Ambos emigraron a
Miami, y al llegar, poco a poco,
de forma sutil pero determi-
El periodista y catedrático continúa con los artículos en que repasa vida y obra de los cronistas
más importantes del siglo pasado. Esta vez se ocupa de la cubana Mirta Ojito, que trabajó en el
“Miami Herald” y en el “Times”, y que ganó el premio Pulitzer por una serie de reportajes que
trazan el mapa de la inmigración y que cambiaron la forma en que se cubría este fenómeno.
nante, se fueron apartando, se
fueron colocando en mundos
culturales e identitarios separados. En Cuba eran cubanos,
y punto. En los Estados Unidos
uno es latino y el otro es negro.
Les tocan barrios distintos, se
van sintiendo cómodos con
amistades diversas, vistiendo
ropa diferente, divirtiéndose
por separado, cada uno en su
universo. En ambos países lo
que significa ser blanco o ser
negro es muy distinto.
La crónica de Mirta Ojito,
a la que dedicó cerca de un
año, es tan profunda como un
tratado de antropología. Pero
es periodismo. Es el tipo de
periodismo que nos permite
ver cuán lejos, cuán profundo
se puede llegar mirando, preguntado, contando.
En 1998, Mirta regresó a
Cuba. No había vuelto desde
que zarpó el Mañana. No fue a
ver a su familia: toda la familia
se había marchado. Fue como
enviada del New York Times a
cubrir la visita del Papa. Contó el fascinante viaje de Juan
Pablo II, la extraña alianza
hostil entre las autoridades
comunistas y la Iglesia, las misas y los encuentros. Y visitó
su vieja casa en La Habana,
donde una familia aterrada le
abrió la puerta, pensando que
venía a reclamar algo. Al final
de la tarde se habían contado,
entre risas y llantos, las vidas
mutuas.
Fue ahí donde empezó a tomar forma la idea de su libro:
Finding Mañana, que juega,
por supuesto, con su búsqueda del barco, su capitán y toda la historia del
exiliada.
Ojito escapó de
la isla junto
a 125 mil
cubanos
en el
verano
de 1980.
Roberto Herrscher
Mariel, y por otro lado con el
viaje en busca de un “mañana” que ella había emprendido hacía casi dos décadas. El
libro fue un gran éxito en los
Estados Unidos, y la misma
editorial, Vintage, lo tradujo al
español, reduciendo su título
a El Mañana. “En mis recuerdos, Mariel era algo que sencillamente me había sucedido a
mí, a todos nosotros –en Cuba,
en Miami y en Washington”,
escribe en su prólogo. “Des-
pués de quince años de reportera en Miami y Nueva York,
cubriendo mayormente temas
de inmigración, estaba al tanto de las consecuencias y los
rasgos generales del puente
marítimo: las fechas, las estadísticas, el impacto –bueno y
malo– y las imágenes televisadas de desesperación y esperanza, pero mi propia historia
era una página en blanco.”
Mirta Ojito necesitaba recuperar, investigar y contar la
historia “oficial” del Mariel,
porque faltaba la crónica indagada con profundidad escrita
como una novela de ese episodio histórico. Y eso hace en
sus capítulos pares. Pero en
los impares, empezando por
el primero, cuenta su propia
historia y la de su familia. Su
entusiasmo por la revolución
como niña, su desencanto, la
desesperación por huir de sus
padres, el viaje peligroso, la
llegada al país desconocido.
La autora leyó miles de documentos y entrevistó a cientos de fuentes para poder contar, en sus capítulos de Historia, por qué y cómo un extraño
personaje se acercó al gobierno de Jimmy Carter con la
insólita petición de que las
autoridades cubanas dejaran ir a los “marielitos”. Y
la aún más sorprendente
historia de cómo y por
qué la administración
norteamericana accedió, y luego el
gobierno de la isla
dio el sí. En esos
capítulos no aparece la primera
persona.
Pero en los otros, los impares, la historia con minúscula es la de la propia autora, y
tiene toda la razón para ser
así. Para transformar los números y las negociaciones
internacionales en dramas,
sufrimientos y alegrías de
personas concretas, usa un
caso que conoce bien: el suyo
propio. Sus recuerdos son nítidos y además, como ya soñaba
con ser escritora, había anotado todo en un diario íntimo.
Cuando se lanzó a investigar
para El Mañana, entrevistó a
su familia con la precisión y el
profesionalismo con los que
había ganado el Pulitzer entrevistando a desconocidos.
Y con esos mimbres armó su
emocionante y reveladora historia.
El libro de Mirta Ojito es una
historia muy bien contada, es
una rigurosa investigación
histórica, es un testimonio
de un hecho que marcó una
época en los dos países, y es
también, para ella, un acto de
exorcismo personal. “Cuba
ya no es una obsesión en mi
vida”, dice en el penúltimo párrafo de El Mañana. “Más bien
es la experiencia definitoria de
mi identidad, un dolor sordo
que late a la más leve provocación: una palabra que creía
olvidada; un himno que sólo
antiguos pioneros comunistas, como yo, todavía se saben;
una fotografía en blanco y negro de mi familia alrededor de
1970 que mi madre conserva
en un álbum; y aquel lápiz labial color chocolate que traje
conmigo y que está guardado
en mi botiquín.”
Recuerdos tan personales
no suelen formar parte del
periodismo narrativo. Pero
cuando sabemos que el desnudar el alma y el pasado es
una herramienta que el autor
usa no sólo para hacer las paces consigo mismo y su historia sino porque es necesario
y útil para contarnos algo del
mundo, el “yo” se convierte en
una herramienta de gran valor. El camino de un tema desconocido o poco comprendido
hacia nuestra propia sensibilidad pasa, entonces, por los
detalles concretos albergados
en la memoria del periodista. Pero para eso, claro, hay
que aprender a tratarse a uno
mismo con la misma mezcla
de confianza y escepticismo
con la que tratamos a nuestras
mejores fuentes. n
Su libro es una historia muy bien contada, es una rigurosa investigación histórica, es un testimonio de un
hecho que marcó una época en los dos países, y es también, para ella, un acto de exorcismo personal.
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