Ordenación presbiteral de Anselm Parés y Sergi d` Asís Gelpí, y

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ORDENACIÓN PRESBITERAL DE ANSELM PARÉS Y SERGI D’ASÍS GELPI,
Y ORDENACIÓN DIACONAL DE EFREM DE MONTELLÀ Y BERNAT JULIOL
Homilía de Mons. Sebastià Taltavull , obispo auxiliar de Barcelona
5 de octubre de 2013
Is 61,1 -3a El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado para dar la Buena Noticia
Salmo 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor
Rm 12,4-8 Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado
Jn 15,9-17. Vosotros sois mis amigos. Que os améis uso a otros como yo os he amado
«Hemos sido amados para amar»
S. Agustín de Hipona
Queridos hermanos y amigos Anselm y Sergi d’Asís , Efrem y Bernart. Y a todos
vosotros, amigos y amigas, con quienes por el bautismo compartimos la misma
amistad con Jesús.
1. He querido empezar con estas palabras llenas de afecto fraternal porque nos
sentimos amigos y amigas de Jesús. Su palabra nos ha llegado al corazón y nos lo
ha hecho cercano, íntimo, totalmente familiar: lo hemos escuchado de él: "vosotros
sois mis amigos”. Es lo que hemos proclamado y escuchado en el Evangelio. Es tan
grande que Jesús nos haya tratado con esta familiaridad, ¡tan llena de ternura y
cercanía! Siempre me ha impresionado, hasta el punto de que fue la frase de Jesús
que escogí como lema episcopal porque quería que siempre fuera así mi forma de
hacerme presente y cercano, tratándonos con la misma amistad con la que él trató a
sus discípulos y ahora nos trata a nosotros. Todo un reto constante que funda nuestra
relación con él y entre nosotros. “Entrar en la Iglesia es entrar en una historia de amor"
-ha dicho el Papa Francisco en una de las celebraciones matutinas en santa Marta "Esta historia de amor es la de la maternidad de la Iglesia, una maternidad que crece y
se difunde en el tiempo, impulsada no por fuerzas humanas, sino por la fuerza del
Espíritu Santo“.
2. Dice san Benito que «si un abad desea que le ordenen un sacerdote o un diácono,
elija de entre los suyos a alguno que sea digno de ejercer el sacerdocio. Pero el
ordenado evitará la vanagloria y el orgullo... sino que avance más y más hacia Dios»
(cap. 62). Recibir el sacramento del Orden en el presbiterado y en el diaconado es,
ante todo, un don de Dios y forma parte de la santidad de la Iglesia, un don y una
santidad que es en bien de una comunidad formada por personas necesitadas de
aquella misericordia que nos orienta hacia la santidad y, por ello, nos ayuda a avanzar
más y más hacia Dios.
3. Hoy, estos hermanos nuestros, por el don del sacramento del orden sacerdotal y
diaconal, entran en esta corriente de gracia y de vida de una forma muy peculiar.
Por ello, pediremos "que Dios haga renacer en su corazón el Espíritu Santo”. Con el
Espíritu todo, sin él, ¡nada! A partir de aquí, quiero entender que Jesús quiere que este
sea nuestro ambiente de hoy y de siempre, que nuestro encuentro con él y entre
nosotros nos haga felices y nos abra el corazón para comunicarnos con afecto,
seamos gente de buen trato y ayudemos a reparar esta Iglesia que ha de ser sal, luz y
fermento en medio de nuestro mundo... Este encuentro sacramental de hoy con
Jesús, no lo dudéis, abre un nuevo horizonte en la vida de quienes son ordenados y
también en la nuestra, que hoy los acompañamos en este momento tan importante.
Me alegré mucho cuando, hablando con ellos, comentamos la coincidencia en la
elección de este Evangelio en el que Jesús nos invita al vivir el mandamiento del amor,
hecho de su iniciativa y respuesta nuestra.
4. Estamos inmersos, pues, en un misterio de amor y de servicio que se hace realidad
en aquellos que son elegidos, ungidos y enviados a que participe en él todo el
Pueblo de Dios, presentes en primer lugar en esta comunidad monástica de
Montserrat y abiertos a todos los que desde cualquier lugar y situación acudirán a
vosotros buscando acogida y quien los escuche, acompañamiento espiritual, más
conocimiento del Evangelio, incluso pidiendo ayuda material y apoyo psicológico,
especialmente en este tiempo que sufrimos tantas consecuencias a raíz de la crisis
económica y de la falta de valores espirituales. Hay mucha sed de espiritualidad que
necesita respuesta. "Hemos pensado más en los demás que en nosotros”, me
comentaban refiriéndose a la Palabra de Dios que hemos escuchado. "Queremos que
nuestra vida sea acercar más a las personas a Cristo, más que poner una barrera.
Queremos hacer llegar a todos el rostro amable de la Iglesia”.
5. Es para eso que habéis sido escogidos. Lo tenemos que decir con la Palabra de
Dios en la mano: escogidos para «dar la Buena Noticia a los que sufren, para
vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a
los prisioneros la libertad; para proclamar el año de gracia del Señor» (Is, 1 ª
lectura). Esta misión que hoy se os confía deberá traducirse en caridad pastoral, que
es aquella forma de amar y de servir propia de Jesús, el Buen Pastor, que lo identifica
y nos identifica, y que cada día deberá contar con su entrega incondicional y total
disponibilidad por causa del Reino. Este deberá ser un estilo inconfundible que será
realidad cuando recibáis el don del Espíritu Santo en vosotros por el sacramento del
presbiterado y del diaconado. Podréis consolar a los que lloran, podréis vestir de
alegría a los que están tristes, puede esparcir perfumes de fiesta y entonar cantos de
triunfo (como nos ha dicho Isaías) si estáis convencidos -con convicción de fe- de que
el Espíritu está sobre vosotros y que la unción con que sois consagrados os da esa
identidad que os marca para siempre y, como dice la Regla de san Benito, «os hace
avanzar más y más hacia Dios» (cap.62), ayudados siempre con la ayuda maternal
de María, la Madre de Jesús, a quien sentimos tan cercana y familiar en este
santuario de Montserrat.
6. Este es el momento de abrir el corazón a Dios, que es Amor, un momento de
oración intensa, es decir, de sentirnos acogidos y amados por él y adentrarnos en ese
amor para permanecer en él, tal como nos lo pide Jesús. Todo esto no se hace en
solitario. Somos un cuerpo social, pero sobre todo espiritual. Mucho más cuando
por el bautismo vivimos esta cohesión y por la profesión religiosa os habéis
comprometido a vivir en fraternidad monástica y en dependencia unos de otros,
aportando cada uno generosamente lo más bueno y mejor que ha recibido del
Señor. El don que recibimos de Dios no anula nada de nuestra identidad personal, al
contrario, hace que con alegría y espíritu generoso hagamos partícipes a los demás
para que se beneficien. La carta a los Romanos nos ha dicho hoy que «los dones que
poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado» (2 ª lectura). Y,
añade: «y se han de ejercer así: si es la predicación, teniendo en cuenta a los
creyentes; si es el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a
enseñar; el que exhorta, a exhortar».
7. El papa Francisco lo ha dejado muy claro en la homilía de la misa crismal: "El óleo
precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que
se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para
los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La
unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho
menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y
amargo el corazón”. También nos ha dicho a los pastores que tenemos que «oler a
oveja», para expresar nuestra encarnación en medio del pueblo -y vosotros de una
manera peculiar desde el carisma de la vida monástica-, pero yo pensaba que bien si
la gente nota que «huele a pastor», es decir, que «olemos a Jesús», que estamos
impregnando todos los ambientes con su manera de ser, de decir y de hacer. San
Pablo da «gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y difunde
por medio nosotros en todas partes la fragancia de Cristo» (2 Cor 2,14) y dice
también: «vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios
como oblación y victima de suave olor» (Ef 5, 2).
8. Este es el sentido de nuestra vocación personal integrada en la vocación de toda la
Iglesia: "Veo con claridad -dice- que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy
es la capacidad de curar heridas y dar calor al corazón de los fieles, hacernos
cercanos, próximos, identificados y compartiendo alegrías y esperanzas, tristezas y
angustias de los hombres y mujeres con las que convivimos. Cuando se es amigo de
Jesús, contagiamos su amistad casi sin darnos cuenta porque nos vamos
pareciendo más y más a él. Lo de San Pablo: «vivo, pero no soy yo el que vive; es
Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Una afirmación de amistad que cuenta con un
fundamento inquebrantable: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor». Un fundamento que nos muestra cuál debe ser el estilo de
nuestra manera de amar: tal «como...». ¿Cómo llegar a ello? Sencillamente estando
muchas horas con él en el silencio de la oración y creando puentes, sintonía y armonía
con los demás, en quien Él se revela: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos,
mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25).
No vivimos de la caricatura de nuestro amor, ¡pobres de nosotros! Sino del estilo y la
firmeza del amor de Jesús. Por eso nos dirá: «Mi mandamiento es que os améis los
unos a los otros, como yo os he amado». En ello va el sentido, la fuerza, el
entusiasmo y la fecundidad espiritual de nuestro amor. Somos fruto de su elección,
somos amigos y no siervos, somos confidentes porque nos lo explica todo, somos
pastores llamados a amar así, sirviendo y dando la vida, como Él.
Este es el sentido del ministerio presbiteral que se hace entrega sacramental en la
Eucaristía. Este es el sentido del ministerio diaconal, que se hace palabra y servicio
en bien de los hermanos. El secreto está en el estilo, en la forma de amar. Lo digo
con las palabras que, bajo la imagen de Jesús, el Buen Pastor, habéis escrito en
vuestro recordatorio «Hemos sido amados para amar». Demos gracias al Señor
porque ha hecho que en un momento clave de vuestra vida os encontrareis con Él y,
como hemos leído en el Evangelio, la orientaseis desde una historia de amor
proyectada a perpetuarse, haciéndose donación total a Dios y a los hermanos y
contando siempre, eso sí, con su gracia. Este es el gozo y la felicidad que da haberse
encontrado con Jesús y decirle un "sí" generoso e incondicional a su elección e
invitación a seguirlo. Que así sea.
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