Los gigantes siguen ahí Sentado en el tren, miro a través de la ventanilla y contemplo la llanura de La Mancha. Es un paisaje extraño, inquietante, decenas de aerogeneradores se elevan al cielo desafiando las leyes de la gravedad. Sus figuras blancas resaltan sobre el fondo celeste. Algunos permanecen inmóviles, otros siguen girando y girando, ad infinitum. Asemejan modernas esculturas que otorgan un aire futurista a ese campo manchego donde parecen ancladas. Me pregunto qué pensaría el ingenioso hidalgo si pudiera contemplarlos ¿Sería capaz de arremeter en su contra, espoleando a Rocinante, lanza en ristre? ¿O tal vez, su fiel escudero le previniese, móvil en mano, y tras consultar Wikipedia, de que se trata de simples molinos de viento, pero que ya no muelen nada, sino que son fuente de una energía limpia y renovable? Probablemente, don Quijote no entendería ni una palabra y en su loco delirio, sin calibrar las consecuencias, se lanzaría sobre ellos, en desigual batalla. Y, como siempre, perdería. Perdería hoy más que nunca porque nada puede hacerse contra la modernidad, contra los avances de la ciencia, contra las nuevas tecnologías, contra todo eso que nos facilita la vida pero que afea nuestros campos y que llamamos progreso. El caballero de la triste figura, más triste que nunca, montaría otra vez su viejo rocín y seguiría cabalgando en busca de nuevas aventuras. Ahora, de nuevo miro por la ventanilla y no puedo dejar de pensar que, después de 400 años, los gigantes de don Quijote siguen ahí.