El astro que controla nuestras vidas - AMORC

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El astro que controla nuestras vidas
Por John M. Scott
Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.
¿Sabe usted cómo se llama el astro que le mantiene con vida? Sin ese cuerpo celeste
usted no podría ni siguiera mover un dedo, ni dar un paso, ni leer este artículo.
Usted puede sentir la forma en que ese astro afecta su vida en este preciso momento.
Sencillamente ponga su mano sobre una de sus mejillas. El calor de su cuerpo, el calor
de su sangre, es un regalo que le ofrece nuestra estrella más cercana; esa estrella que
brilla durante el día, y a la que llamamos "sol".
Según dicen, el aire es "el aliento de la vida", pero el sol es lo que nos proporciona la
energía para inhalar profundamente y lo que permite que entre el aire a nuestros
pulmones como una melodía.
La mayoría de los pueblos antiguos veneraban al sol, pues estaban conscientes de algo
a lo que en esta época le prestamos poca atención. Toda nuestra vida material depende
del sol. Por lo tanto, aquellos pueblos arcaicos creían que el sol debía ser algo
maravilloso, grandioso, tal vez, divino.
Hay un hecho que es tan reluciente como el sol, y es que usted y yo tenemos una
maquinaria que funciona con energía solar. Tres veces al día (o más) le ponemos a
nuestra maquinaria interna el combustible que proporciona la energía solar.
Ingerimos la luz del sol.
La salsa de tomate muy condimentada, las malteadas de fresa con exceso de azúcar y el
aguacate que acompaña a un filete de salmón, son regalos que el sol nos ha prodigado.
Sin ese "Viejo Sol", ni siquiera un rábano podría surgir de la tierra firme y mirar al
cielo. Todos los limones y todos los melones que comemos son un nuevo regalo que nos
ha dado el sol. El pollo que se cuece en la cacerola o el estofado en el horno, están ahí
gracias al sol. Si mañana el sol cerrara el negocio nos tendríamos que lanzar al espacio
en busca de otro planeta donde cosechar el maíz y la calabaza.
Sin el sol, el planeta Tierra seria tan árido como una pelota de billar; ni una sola brizna
de pasto cubriría la Tierra; así mismo nosotros iríamos desnudos ya que la ropa que
llevamos se la robamos a los campos de algodón o al lomo de las ovejas, que a su vez se
alimentan del pasto verde para producir lana blanca.
Alguien dijo que un granjero es "un hombre que no tiene sentido del humus". Pero el
humus seria tan sólo eso si el sol no le proporcionara algo de su magia, para que ocurra
un milagro cuando las hojas se tornan verdes y los capullos florecen.
Lo único que existe en el planeta Tierra capaz de retener la energía del sol, para
dárnosla en la forma que la necesitamos para mantenernos con vida, son las plantas.
Las plantas de color verde se dedican al proceso de fabricación más importante del
mundo, el de producir alimentos.
La materia vegetal que encierra la clave de ese misterioso procedimiento para producir
alimentos es la clorofila, una materia de color verde que utiliza los rayos solares para
producir nuestros alimentos.
El proceso de fabricación de alimentos con la energía solar se denomina fotosíntesis. La
palabra "foto" se deriva de un vocablo griego que significa luz. "Síntesis" significa unir o
construir. Fotosíntesis significa construir con la luz solar.
Cuando los dorados rayos del sol se unen al pigmento verde de una hoja que contiene
clorofila, sucede una especie de magia. ¡La planta está almacenando luz solar!
El ser humano gobierna los siete mares. Ha fabricado aviones Boeing 747 que van de
San Francisco a Nueva Zelanda en sólo unas cuantas horas. Ha diseñado el cohete
Saturno 5 para llevar a los astronautas del Apolo a la Luna. Ha enviado la nave espacial
Pioneer 11 más allá del planeta Júpiter. Sin embargo, ¡el hombre no puede crear un
rábano!
Pero una hojita verde puede hacerlo. El frágil diseño de una hoja verde encierra más
secretos místicos que todos los duendes irlandeses que rondan los Lagos de Kíllarney,
o los gnomos islandeses que moran en las montañas al este de Reykjavik.
¡Magia! Tenemos ante nosotros un atrayente misterio que ni Sherlock Holmes podría
resolver. Los científicos no han podido descubrir el secreto que encierra una hoja verde
ni con el penetrante ojo de un microscopio, ni analizándola químicamente para
descifrar su fórmula, ni para averiguar como almacena energía solar en el azúcar que
se forma en su interior.
La energía solar que se fija año con año de esta manera equivale a 300 millones de
toneladas de carbón. No se conoce ningún otro procedimiento práctico que pueda fijar
la energía solar en los compuestos químicos.
A final de cuentas, la razón por la que usted puede caminar, hablar y cantar es porque
el sol atraviesa 93 millones de millas espaciales para darle un cálido abrazo y para
infundirle su poder vivificante con un beso, aunque no lo hace directamente sino por
medio de la magia de una mascarada verde.
La energía solar
La mayoría de nosotros estamos tan acostumbrados a que el sol deposite un nuevo día
a nuestros pies, que lo damos por hecho. ¡Nunca se nos ocurre detenemos a pensar que
el astro más cercano a nuestro mundo nos está proporcionando el pan de cada día,
enriquecido con la energía que emana desde las alturas! ¡Está envuelto en la luz solar
que ha capturado; en la energía que proviene de una estrella!
Los indígenas del suroeste de los Estados Unidos están totalmente conscientes de que
dependen del sol. Cualquier indígena de la tribu Navajo se siente como en su casa al
hacer sus compras en ciudades como Flagstaff o Winslow, y apenas si voltea a mirar
hacía arriba cuando pasa un Boeing 747, pero cuando va a construir su hogar, siempre
coloca la puerta mirando hacia el sol naciente, pues según las creencias de su pueblo,
esa es la forma en que debe hacerlo. Es el sol quien llena las vainas que crecen en los
árboles de mezquite, de sabrosos y nutritivos frijoles.
¿Sabia que en este preciso momento usted tal vez traiga en el bolsillo "un pedacito de
sol?". Si por casualidad trae en su bolsillo un fósforo de madera como los que se usan en
la cocina, ¡entonces usted porta la "energía de una estrella"! Para comprobarlo,
encienda el fósforo y observe la magia cósmica. ¡Usted sentirá el calor del sol!
Cuando la madera del fósforo era parte de un árbol, las hojas verdes que crecían en sus
ramas atraparon la energía del sol y la almacenaron en ésta. Al quemarse, el fósforo
emite el calor del sol que atraparon las hojas verdes hace muchísimos años y que
almacenaron como energía en potencia, en espera del mágico momento en que usted
había de liberar esa "energía solar".
El carbón, el petróleo y el gas son como el fósforo. Contienen energía que obtuvieron
del sol. Cuando los pantanos y los bosques arcaicos estaban cubiertos de profundas
capas de tierra, los árboles y las plantas que yacían bajo la tierra se convirtieron en
carbón. El petróleo y el gas son los restos de los animales que alguna vez moraron en
los viejos océanos, y que obtuvieron su energía de las plantas y de las algas marinas,
que a su vez, tomaron la energía del sol. Cuando las profundas capas de tierra
cubrieron a esos animales arcaicos, la presión de la tierra convirtió sus restos en
petróleo y en gas. Así, el carbón, el petróleo y el gas son regalos del sol.
Cuando quemamos carbón, le prendemos fuego a los restos de bosques antiguos y
liberamos la energía del sol que estuvo encerrada en su interior durante miles de años.
Por esta razón no es sorprendente que al carbón se le denomine "luz solar negra" y al
petróleo "luz solar líquida".
Mire hacia arriba, hacía abajo, hacia todos lados. Por todas partes hay indicios del sol.
La música que emite una cascada, las golondrinas que revolotean sobre una chimenea,
los diez kilos de café que se toma usted durante un año. En alguna forma todo esto se
debe a la energía del sol.
Thelma lreland escribió un poema para describirlo:
La amapola es un minero
resistente, valiente y audaz
Que escarba las áridas colinas,
y emite pétalos dorados.
Esos "pétalos dorados" son luz solar recién creada que se sirve a la mesa en platos
hechos de tallos verdes.
No sólo nuestras vidas sino también nuestra forma de vida dependen del sol. El carbón,
el petróleo y el gas que han abastecido a nuestra civilización no son lo único que está
hecho de plantas que adquirieron energía al transformar la luz solar, también el aire
que mueve los molinos de viento se originó con el calentamiento desigual de nuestra
atmósfera procedente del sol.
La energía hidráulica depende de la lluvia que cae gracias al calor del sol que evapora
el agua de los océanos.
El sol perdurará otros cinco mil millones de años en su estado actual como una estrella
normal o de secuencia principal. Así que se puede pensar que la energía solar es
interminable en lo que a nosotros respecta y nadie puede interrumpir nuestras
importaciones de luz solar.
El sol es muy generoso al generar energía. Cada segundo emite al espacio más energía
de la que el ser humano haya empleado desde los albores de la civilización. Entre una o
dos millonésimas de la energía que irradia el sol llega al planeta Tierra. En tres días,
esa pequeña fracción de energía solar proporciona la misma cantidad de calor y luz que
hay disponibles en todas nuestras reservas conocidas de carbón, petróleo y gas.
La luz solar
El hermoso colorido que prevalece en el estado de Arizona se debe a esa estrella que
brilla de día a la que llamamos sol. Ni el Gran Cañón, ni el Monumento Nacional Organ
Pipe Cactus, ni la Montaña de las Supersticiones emiten color alguno. Al pararse en una
noche oscura a dos metros de distancia de un árbol de mezquite, cuando las nubes se
deslizan ocultando hasta la luz más tenue de las estrellas, es imposible ver las
pequeñas florecitas amarillas que cubren al árbol. Las acacias, las caléndulas y otras
florecillas del desierto también están cubiertas por la misma oscuridad. No se puede
percibir la alfombra amarilla como el azafrán que tejen los diminutos plumeros
dorados. El jacinto delicado no se jacta de su hermoso tocado lavanda, ni el búho agita
su cabeza marrón.
En el momento en que aparece el sol de la mañana como una cascada de luz por el
oriente del horizonte, se ve como si las montañas saltaran cubiertas de diferentes
colores, y a muchos kilómetros de distancia se puede apreciar su belleza en el desierto.
La luz del sol se vislumbra en la punta de la escrofularia, con lo que el cielo de Arizona
se convierte en una inmensidad de azules sorprendentes; en un domo de cristal celeste,
luminoso como una joya. La luz del sol explota al igual que miles de galaxias de
diamante reflejándose en las ondulantes aguas del Lago Mohave, como prístinos zafiros
o aguamarinas.
Gracias a los rayos del sol, el Gran Cañón se ve inmerso en una variedad de tonos de un
hermoso morado profundo, con adornos rojos escarlata y oro quemado, y las cumbres
montañosas parecen bañadas en una magia de azul y añil. Bajo la luz del sol, la flor de
cacto, con sus tonalidades parecidas a las de un vino clarete, se abre en un colorido
musical.
Algunas veces cuando nos referimos a la luz del sol, sólo decimos que es una luz
"blanca", pero la luz solar "blanca" encierra todos los colores, desde el rojo profundo
hasta el azul prusiano y el violeta místico. Si desea comprobarlo por si mismo,
sencillamente imite a Sir Isaac Newton. Coloque un prisma de vidrio frente a un rayo de
luz solar y contemple la magia que resulta. El rayo "blanco" se convierte en un arcoiris
y se extiende gloriosamente como sí fuera un pavo real luciendo su traje de gala.
El reflejo de la luz
Cuando un rayo de luz plateada se agita trémulo en el centro de una escrofularia
sucede algo extraño. Los pétalos de la flor absorben todos los colores excepto el rojo. La
flor es incapaz de impregnarse de rojo escarlata, así que refleja o emite la
impetuosidad de ese color a los ojos de quien la mira.
El pasto es verde porque absorbe todos los colores del sol excepto el verde. Los rayos
relajantes que emite el pasto se reflejan en el ojo humano. La nieve refleja todos los
colores, por eso decimos que es blanca. Como el carbón absorbe todos los colores y no
refleja ninguno, decimos que es negro.
Aunque parezca extraño, los objetos opacos en sí no tienen ningún color, el color que
tengan depende del tipo de luz que los ilumine y del color que reflejen. La hoja de papel
que tiene ante usted parece blanca porque refleja la mayoría de las ondas de luz que la
iluminan. Las letras impresas son negras porque absorben la mayor parte de las ondas.
Una manzana bajo una luz verde se ve en grandes aprietos, pues absorbe toda la luz
verde y no tiene ninguna luz roja que reflejar. Resultado: parece que fuera negra.
Nadie puede mirar directamente al sol. Su resplandor deslumbrante es demasiado
poderoso para nuestros pobres ojos. No obstante podemos captar su belleza reflejada
en el color violeta que se oculta tras los valles cubiertos de rocío, en los lirios color
naranja y rojo, en la grandiosa majestuosidad del saguaro gigante y en el esplendor de
los pinos que adornan las puntas de los abetos, y que se reflejan en el cielo montañoso
como si fueran candelabros celestiales plenos de luz. Todo ese desfile de colorido,
luminosidad y gloria nos lo ha prestado el sol. Es indudable que toda la creación
material refleja la majestuosidad del sol.
La luz solar blanca nos proporciona el azul del cielo al medio día y el rojo escarlata al
atardecer. En la atmósfera hay partículas que actúan como agentes diseminadores o
dispersadores. Las partículas pequeñas separan y dispersan sólo la luz de las ondas
más cortas (azules y violetas). Las partículas más grandes, principalmente el polvo que
flota en la parte más baja de la atmósfera, dispersan las ondas rojas más largas.
Cuando el sol se encuentra en su cenit al medio día, la luz que despide atraviesa la
atmósfera perpendicularmente; al igual que una flecha que va cayendo y que pasa a
través del aire lleno de polvo. Sólo se dispersan los rayos azules dándole al cielo una
apariencia tranquila con un azul de ensueño... evocadora y misteriosa. El aire que nos
cubre intercepta las ondas cortas azules de la luz solar, para proporcionamos el azul
del firmamento, que vierte en nuestros ojos su vino dorado y espumoso.
Cuando el sol se esconde en el horizonte cercano, sus rayos sesgados tienen que
atravesar algo más denso que la atmósfera baja y polvorienta. Las partículas gruesas
esparcen los rayos más extensos para darle un brillo rojizo al cielo que yace al oeste.
Como sí fueran gitanos celestiales, las nubes se roban el rescoldo candente del sol
agonizante y lo esparcen en medio de un clímax abrasador que ilumina las fogatas
celestiales.
Según nos han dicho. "Aquél que se detiene a mirar un atardecer se acerca a Dios,
caminando por la antigua y rauda avenida que ofrece la belleza".
Si desea sentirse como sí estuviera "fuera de este mundo" deténgase ante el borde del
Gran Cañón y vea como surge un nuevo día de la negra envoltura de la noche. Cuando
vemos surgir el amanecer sobre el Gran Cañón es como si tuviéramos un asiento en
primera fila el día de la creación.
Los precipicios que parecen autografiados por el viento y las tormentas, montan
guardia en la marcha de los siglos. Su imaginación se libera en medio de espacios
multicolores que sus ojos apenas pueden creer. Se aprecian patrones arremolinados en
arcilla roja y amarilla que crean figuras extrañas parecidas a los sorprendentes
panoramas que ofrecen planetas distantes.
Todo el escenario que yace a sus pies es de un dramatismo parecido al de un trueno.
Usted mira hacia ese vació obsesionante que ofrece el espacio agitado. Cuando la gloria
fundida y radiante del amanecer se vierte sobre los precipicios inmensos, casi se puede
escuchar el eco de aquellas palabras del Todopoderoso, “¡Que se haga la Luz!”.
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