breve historia del incienso

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BREVE HISTORIA DEL INCIENSO
El incienso es desde siempre un ambientador natural y un perfume para el hogar pero sus
efectos van mucho más allá.
Incienso es cualquier mezcla de sustancias que al arder despiden buen olor. La palabra viene
del latín “incensum” que significa encender o iluminar. Usado por todas las culturas del
mundo, tiene el poder invisible de tocar el corazón del hombre y reconectarlo con la
naturaleza.
Las fragancias generan estados de ánimo. Pueden serenar y clarificar la mente, relajar o dar
energía. La costumbre de quemar maderas aromáticas se pierde en la noche de los tiempos.
Por eso los aromas de maderas, que nos conectan profundamente con la madre tierra, son tan
apreciados.
En Egipto, hace 3500 años, en la tumba de la reina Hatsepsut se menciona una expedición
enviada al reino de Punt en busca de árboles de incienso y otras resinas aromáticas. El
jeroglífico egipcio para designar al incienso, “ba”, también significa alma y simboliza el humo
que se alza al cielo como el alma que vuela del cuerpo.
Los sacerdotes egipcios quemaban incienso tres veces al día: olíbano al amanecer, mirra a
mediodía y kiphi al anochecer. El kiphi era una mezcla de 16 sustancias. Entre ellas canela,
menta, mirra, ciprés, olíbano, romero, azafrán, musgo… Su uso pasó a griegos y romanos y,
según el historiador griego Plutarco, “calmaba las angustias, alegraba los sueños y daba ganas
de dormir”.
Entre los griegos era imprescindible quemar incienso en las fiestas y celebraciones. Era parte
fundamental de los espectáculos del teatro, el anfiteatro, las Olimpiadas y en fiestas y
banquetes privados. En Roma, para crear un ambiente de comunión, durante los espectáculos
del Coliseo se quemaban grandes cantidades de incienso. De los romanos proviene la palabra
perfume, “per fumun”, que significa aroma que se difunde a través del humo. En Europa, la
influencia del estoicismo en la cultura cristiana propugnaba el olvido del cuerpo y se perdió la
cultura de las sustancias aromáticas. Perduró, eso sí, el uso del olíbano (incienso de iglesia)
para aliviar el hedor en las multitudinarias celebraciones religiosas. Cuando los caballeros
Cruzados regresaron de Oriente Medio trajeron especias y perfumes que se pusieron de moda
rápidamente. En el Renacimiento, las clases pudientes empezaron a buscar sustancias para
ocultar su olor. Poco a poco se fueron desarrollando bálsamos y aguas perfumadas de las que
proviene la tradición perfumífera occidental.
La cultura del incienso viajó hasta los confines de Asia y, con el budismo, entró en Japón en el
siglo VI. Se usaba en los templos para generar una atmósfera de profundidad, concentración
en la meditación y durante los rituales. De los templos pasó a la corte imperial y su uso se fue
sofisticando. Siempre había ocasión para quemarlo.
Los cortesanos competían por hacer las mezclas de aromas más sugerentes, y siempre había
ocasión para quemarlas: para recibir las estaciones del año, para agasajar a las visitas, para
perfumar la habitación en la que se iba a firmar un acuerdo… Los aristócratas y el emperador
tenían en la corte su maestro perfumista oficial, como en Europa existía el pintor o el músico
oficial.
Cuando a finales del siglo XIX Japón abrió sus fronteras a Occidente, llegaron esencias y
perfumes europeos. Los maestros de incienso investigaron para incorporar estos aceites y
perfumes en las barritas. En 1905 apareció el primer incienso a base de aceites florales:
Hana no Hana, a base de rosa, lirio y violeta.
Hoy en día los japoneses usan incienso cada día como tributo a los antepasados, para
revitalizarse en el trabajo o para perfumar sus casas y los aromas que eligen se convierten en
parte integrante de la personalidad de su hogar.
El olfato es un sentido misterioso. Nuestros ancestros paleolíticos pasearon por la Tierra con la
nariz alerta siguiendo las estaciones y los frutos maduros. Podemos distinguir más de diez mil
olores diferentes. El sentido del olfato nos conecta con lo más ancestral de nuestra naturaleza
y con el instinto de supervivencia.
Las conexiones de los centros receptores del olfato y el lenguaje son extremadamente débiles.
Por eso cuesta tanto describir un olor con palabras, pues está más allá del lenguaje.
Los aromas van directamente a lo más profundo de nuestro cerebro sin pasar por el córtex. La
capacidad olfativa reside en la zona límbica de nuestro cerebro, junto a la memoria, las
emociones, la creatividad y la sexualidad.
En muchos lugares del mundo como Borneo, Gambia, Myanmar, Siberia… la palabra “beso” es
la misma que “olfato”.
En muchos lugares del mundo los inciensos se usan como medicina. Algunos ingredientes se
emplean por sus propiedades refrescantes, relajantes o vitalizadoras. Estudios de la Hebrew
University of Jerusalem sugieren el poder ansiolítico y antidepresivo de algunas resinas, viendo
ahí las bases biológicas de la tradición del incienso, profundamente arraigada en la cultura y la
religión.
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