la guerra de la independencia en la provincia de alicante

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LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
EN LA PROVINCIA DE ALICANTE
(1808-1814)
Gerardo Muñoz Lorente
Título: La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
Autor: © Gerardo Muñoz Lorente
Ilustración portada: Batalla de Castalla 1812. Óleo de Langlois; original en el museo
de Versalles; copia en el Ayuntamiento de Castalla. Ilustracion contraportada: Dibujo
de Biar correspondiente a 1813. Reeves.
ISBN: 978–84–8454–746–4
Depósito legal: A–1286–2008
Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33
C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante)
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Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87
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puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico
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permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
Para mi nieto César
ÍNDICE
1.- Noticias del 2 de mayo y juntas rebeldes .............................. 7
2.- Falsas alarmas...................................................................... 13
3.- A la caza del francés............................................................ 17
4.- Extranjeros y prisioneros ..................................................... 27
5.- Revueltas y motines ............................................................ 29
6.- Sospechosos......................................................................... 31
7.- Espías .................................................................................. 39
8.- Afrancesados ....................................................................... 41
9.- Alistamientos ....................................................................... 47
10.- Luchando lejos de casa ...................................................... 49
11.- Milicias .............................................................................. 53
12.- Guerrilleros y bandoleros .................................................. 57
13.- Desertores .......................................................................... 69
14.- Primeras medidas defensivas ............................................ 71
15.- El conflictivo gobernador Iriarte ...................................... 79
16.- El comienzo de las fortificaciones en Alicante ................ 81
17.- Avance francés .................................................................. 83
18.- Continúan las fortificaciones ............................................. 85
19.- Epidemia............................................................................ 87
20.- Acaban las fortificaciones ................................................ 89
21.- Cementerios ..................................................................... 93
22.- Alicante, capital del reino valenciano ............................... 97
23.- Invasión francesa del territorio alicantino ...................... 111
24.- Cortes de Cádiz y Constitución de 1812 ......................... 121
25.- Liberales y absolutistas.................................................... 125
26.- Iglesia............................................................................... 129
27.- Prensa............................................................................... 135
28.- Primera batalla de Castalla ............................................. 139
29.- Desembarco aliado en Alicante ...................................... 149
30.- Impuestos y donaciones................................................... 151
31.- Escasez de víveres ........................................................... 157
32.- Requisa de caballos ......................................................... 161
33.- Saqueos............................................................................ 163
34.- Rehenes............................................................................ 171
35.- Intentos de liberación. Avances y retiradas ..................... 175
36.- Segunda batalla de Castalla ............................................ 183
37.- Suchet .............................................................................. 193
38.- Liberación española......................................................... 195
39.- Liberación de Denia......................................................... 197
40.- Fin de la guerra ................................................................ 203
Breves pero sentidos agradecimientos .................................... 205
1.- NOTICIAS DEL 2 DE MAYO Y JUNTAS
REBELDES
La noticia de lo sucedido en Madrid los días 2 y 3 de mayo
de 1808 llegó hasta el último rincón de España en pocos días,
provocando la inquietud general. Pero las autoridades, temerosas
de que la rebelión se extendiera, mantuvieron el orden publicando
bandos y decretos en cascada que combinaban las peticiones de
calma con las amenazas. Así, el Consejo Supremo se apresuró
a publicar un bando en el que condenaba a “pena de muerte al
que usara armas blancas, o de fuego” y recomendando “la mejor
armonía con la tropa francesa”. El Consejo de la Inquisición llamó
“sublevación escandalosa” a la rebelión popular madrileña. Desde
Bayona, Carlos IV envió una proclama el 4 de mayo instando
a los “Españoles, amados súbditos: Hombres pérfidos quieren
extraviaros. Desean que peleéis con los franceses, y recíprocamente
animan a éstos contra vosotros”. También el príncipe Fernando y
los infantes Carlos y Antonio advertían a la nación en otro decreto
de que “todo esfuerzo de sus habitantes sería, no sólo inútil, sino
funesto”. Incluso un mes más tarde, dieciséis días después de que
Napoleón proclamara en Bayona la cesión de la corona española
a favor de su hermano José (6 de junio), mientras España entera
se levantaba contra el ejército invasor entre vivas al rey Fernando
VII, éste escribía a Napoleón (22 de junio) una carta dándole su
parabién por haber sido ya instalado en el trono español José I.
Pero, como decíamos, para entonces la rebelión de los
españoles hacía ya semanas que se había producido en todos los
pueblos y ciudades de España.
Los efectos del 2 de mayo en tierras alicantinas
En 1808 no existía aún la provincia alicantina, tal como la
conocemos ahora. A excepción de algunos municipios (como
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Gerardo Muñoz Lorente
Villena y Sax, que pertenecían al reino de Murcia), el conjunto de
los pueblos y ciudades que unos años después (1833) configurarían
la provincia de Alicante, formaban parte de una provincia mucho
más extensa y que coincidía con el antiguo reino de Valencia. Esta
provincia estaba dividida en once gobernaciones, corregimientos
o partidos, dependientes de la capital (Valencia), al frente de los
cuales había un gobernador o corregidor, que representaba el poder
político y militar. Jerárquicamente, detrás de los gobernadores en
cada municipio estaban los cabildos (alcaldes y regidores) y los
justicias, representantes del poder judicial.
En Valencia, cuatro días después de la rebelión madrileña del
2 de mayo, el capitán general del Reino, Vicente Esteve, firmó
un bando instando a la tranquilidad pública y calificando a los
rebeldes de Madrid de “corto número de personas inobedientes
a las leyes con las tropas francesas”, enviándolo a todos los
gobernadores de la provincia con la orden de que lo distribuyeran
por todas las ciudades, villas y pueblos. Esta versión oficial de
los sucesos del 2 de mayo fue recibida, por correo extraordinario,
en las cinco gobernaciones meridionales del reino (que ahora
componen la provincia alicantina): Alcoy, Alicante, Denia, Jijona
y Orihuela; si bien hubo poblaciones a las que tardó bastante en
llegar, como la villa de Elche (perteneciente a la sazón al partido
de Jijona), donde no se recibió dicho bando hasta el día 20.
Como decíamos, estas medidas mantuvieron al pueblo en
orden, pero intranquilo, hasta que ese mismo día 20 de mayo
publicó la Gaceta de Madrid la noticia de las abdicaciones de
Carlos IV y sus hijos, incluido Fernando, a instancia de Napoleón,
en Bayona. Esta noticia se extendió a gran velocidad por todo el
país. En Valencia se conoció al cabo de tres días. Uno después,
el 24 de mayo, estalló un motín popular. El 25 se creó la Junta
Suprema de Valencia, que asumió el mando del reino, reconoció
a Fernando VII como único y legítimo rey, y declaró la guerra
a Napoleón, mandando ese mismo día una orden a todos los
gobernadores para que secundaran el levantamiento y prepararan
la movilización general. Esta orden llegó a las gobernaciones de
Alcoy, Denia, Jijona y Alicante el 28 de mayo (al gobernador de
esta última, le anticipó la noticia el alcalde eldense, José Verdú y
Mirambell, a quien le llegó desde Orihuela, cabeza de partido al
que pertenecía Elda). Curiosamente, la más alejada de la capital,
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La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
Orihuela, se rebeló contra Napoleón cuatro días antes (al mismo
tiempo que Valencia), al saber que ya lo habían hecho Cartagena
y Murcia.
La rebelión en Orihuela
Aquel martes 24 de mayo de 1808 se celebraba en Orihuela el
mercado semanal, al que afluía mucha gente de la huerta y de los
pueblos cercanos, y en el que se escuchaban romances cantados
por ciegos en los que se relataban los fusilamientos del 3 de mayo
en Madrid y la prisión en Bayona de Fernando VII. La llegada,
entre las dos y las tres de la tarde, de un correo de Cartagena
levantó enseguida gran expectación, pues se murmuraba que traía
noticias de una sublevación en tierras murcianas. Y, en efecto, el
capitán de artillería Manuel de Velasco anunció que las ciudades
de Murcia y Cartagena se habían levantado contra el ejército
de Napoleón. Espontáneamente todos los oriolanos presentes
en el mercado comenzaron a dar vítores de alegría y vivas a
Fernando VII. Entre ellos destacó Pedro Armengual de Colomo,
un agrimensor que gozaba de gran popularidad, que se puso a la
cabeza de los ya amotinados, para acudir a casa del gobernador,
Juan de la Carte. Éste recibió a la exaltada muchedumbre con
ánimo de apaciguarla, recordando las severas instrucciones que
había recibido para mantener el orden público, lo que sirvió para
indignar aún más a Amengual y a sus seguidores. Para enmendar
su error, el gobernador salió entonces al balcón para dirigirse
a la multitud, anunciando que ya había convocado un cabildo
extraordinario para aquella misma tarde. Los ánimos se aplacaron,
aunque la muchedumbre siguió mostrando su júbilo con vítores y
aplausos. Pero el vehemente Amengual volvió a exaltar al gentío
poco después, dirigiéndolo hasta las puertas del Ayuntamiento
(que se hallaba al final de la calle Mayor, en un edificio que se
destruiría en la inundación del 15 de octubre de 1834), mientras
estaba reunido el cabildo, presidido por el gobernador y el
alcalde mayor, Juan Francisco Gascón. Interrumpió Amengual la
reunión, irrumpiendo en la sala al frente de un numeroso grupo
de amotinados, para exigir que se cumplieran todos los puntos
reseñados por las juntas rebeldes murcianas. Exigencia que
acataron todos los presentes.
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Gerardo Muñoz Lorente
Al día siguiente, constituida ya la Junta de Gobierno de
Orihuela, se enviaron circulares a los pueblos de la gobernación,
animando a la sublevación. El primero en contestar fue el alcalde
de Rojales, Luis López, pero le siguieron muy pronto todos los
demás, adhiriéndose al levantamiento.
Lo mismo ocurrió en el resto del territorio alicantino. A finales
de mayo, todos los pueblos de la actual provincia de Alicante se
habían manifestado a favor del levantamiento contra las tropas
napoleónicas.
Juntas rebeldes
Como ya hemos visto, Orihuela fue la primera cabeza de
gobernación “alicantina” que declaró la guerra a Napoleón. Su
Junta Local de Gobierno se constituyó formalmente el 26 de
mayo, presidida por el gobernador Juan de la Carte, un brigadier
de avanzada edad que ocupaba este cargo desde 1789, y que
paradójicamente era de origen francés, tal como indicaba su
apellido. La junta se compuso de los miembros del ayuntamiento,
a los que se unieron el conde de Pinohermoso, el vicario general
del episcopado y un ciudadano.
Las demás cabezas de gobernación también constituyeron sus
juntas en los días siguientes, dependientes de la Junta Suprema del
Reino de Valencia, y todas ellas lo hicieron de forma similar: a las
autoridades existentes se unieron representantes de la nobleza, el
clero, los comerciantes y algunos militares.
El 28 de mayo hicieron lo propio en Jijona (con la presidencia
del gobernador Francisco del Castillo Valero) y en Denia
(gobernador Pedro Ferrer de Costa). En Alcoy se constituyó
el 31 de mayo, con el gobernador Bernardo Cebasco y Rosete
al frente de tres representantes eclesiásticos, cinco nobles, dos
representantes ciudadanos y labradores, seis de la Real Fábrica
de Paños, uno de la Fábrica de Papel, otro de los comerciantes y
otros varios de los gremios. El 4 de junio Cebasco fue sustituido
como gobernador por Juan Bermejo, procedente de Valladolid.
Lo mismo sucedió en cada una de las villas y pueblos. En
Elche, por ejemplo, el gobierno municipal se reunió en cabildo
extraordinario el 29 de mayo, bajo la presidencia del alcalde
mayor, José Catalán y Calderón, para nombrar a los vocales
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La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
que integrarían la Junta Local. Si bien estas juntas locales se
disolvieron poco después, siguiendo las instrucciones que la
Junta Suprema del Reino envió con fecha 6 de julio. La de Elche
lo hizo diez días después, rehabilitándose el ayuntamiento. A
partir de entonces, las juntas quedaron reducidas a las cinco
cabezas de partido.
Las razones por las que se procedió a la extinción de las
juntas locales fueron las mismas por las que, apenas tres meses
más tarde, se disolvieron también las juntas de gobierno de
las cabezas de gobernación: la necesidad de recuperar a los
ayuntamientos y resolver el conflicto de competencias que
había en dichas cabezas de partido. En Orihuela, por ejemplo,
se prodigaron las desavenencias y las intrigas entre la Junta
de Gobierno y el Ayuntamiento, tal como dice el historiador
García Soriano: “Estas rencillas, malevolencias y resquemores
existentes de continuo entre ambas ilustres entidades, puestas en
pugna y que se habían declarado en silencio condena a muerte
y sin cuartel, tenían forzosamente que ocasionar la desaparición
de una de ellas, único medio de terminar tales escándalos, y
ésta no podía ser otra que la Junta de Gobierno, por su carácter
provisional y transitorio”. Escándalos por los que condenaron a
varios miembros de la Junta en causas criminales. Las primeras
en disolverse, sin embargo, fueron las juntas provinciales, como
la Suprema del Reino de Valencia, que lo hizo en setiembre,
después de que sus competencias fueran asumidas por la Junta
Central, constituida en Aranjuez y de la que formó parte como
vocal (hasta su muerte el 14 de noviembre de ese mismo año)
el presidente de la junta de Alicante, conde de Lumiares. El 20
de octubre fue cuando se disolvió esta Junta de Gobierno de la
ciudad de Alicante, pasando la dirección política a la corporación
municipal, aunque tutelada por el gobernador.
Difíciles relaciones institucionales
Pese a la desaparición de las juntas, las relaciones
institucionales entre los gobernadores y los cabildos municipales
en las ciudades cabezas de partido (Alcoy, Alicante, Denia,
Jijona y Orihuela) no siempre fueron tan buenas como las que
mantuvieron en Jijona el corregidor Francisco del Castillo y
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Gerardo Muñoz Lorente
los regidores. Aquí, el día 21 de octubre de 1808, se reunió
el ayuntamiento para premiar al gobernador “por su lealtad a
nuestro legítimo y amado Fernando VII, por el penoso trabajo y
fatigas, y las sabias disposiciones que ha acordado su prudencia,
evitando desordenes y conmociones”. Pero, “como no hay fondos
para premiar económicamente al Corregidor”, se decide dirigir
una carta a la Junta Central recomendando su ascenso.
En Alicante, por el contrario, los conflictos entre los sucesivos
gobernadores y el Ayuntamiento fueron numerosos y graves, tal
como veremos más adelante. Durante los seis años que duró la
guerra de la Independencia, Alicante tuvo seis gobernadores,
por solo dos alcaldes. El primero de éstos fue Antonio Lorenzo
Martínez del Pozo, a quien sustituyó en abril de 1811 José Olivas
y Denia.
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2.- FALSAS ALARMAS
A pesar de que en el verano de 1808 las tropas francesas
estaban aún algo alejadas del territorio alicantino, el miedo a
la invasión era patente por estos pagos, hasta el extremo de que
las noticias que venían de La Mancha, Murcia o Valencia sobre
el avance del ejército napoleónico hacían saltar de inmediato
las alarmas, produciendo el pánico entre la población y las
autoridades.
El 30 de junio, por ejemplo, al conocerse el ataque francés a
la ciudad de Valencia llevado a cabo dos días antes, provocó que
mucha gente buscara refugio en Denia, procedente de pueblos
próximos.
Algo parecido ocurrió dos años después en Elche, cuando
las tropas francesas avanzaron por el sur desde Murcia. El temor
a una inminente invasión sumió en el pánico a los ilicitanos,
incluidos los alcaldes primero y segundo, quienes huyeron el día
24 de abril de 1810. Uno se refugió en la torre del Pinet y el otro
marchó hacia Valencia, aunque debió de volverse enseguida, ya
que el día 26 (el mismo en que los franceses entraban en Orihuela
y eran inmediatamente expulsados) ambos regidores asistían a
una reunión del ayuntamiento de Elche.
Sin embargo, muchas otras noticias no fueron tan ciertas como
ésta. Como escribió el historiador oriolano García Soriano en el
centenario de la guerra de la Independencia (1908) “más de una
vez rasgó el silencio solemne de las noches estivales, en la vega,
el ronco sonido de las caracolas tocando alarma. Se repetía unas
veces que los franceses habían desembarcado en Guardamar,
otras que se acercaban por Murcia, pasando a cuchillo a cuantas
personas encontraban, devastando las iglesias, rompiendo los
Santos y profanando y robando los sagrados objetos de culto”.
Pero nada de esto era cierto…, al menos en aquel verano de
1808.
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Gerardo Muñoz Lorente
El caso del vicario de Campo de Matanza
Para reflejar el enorme pánico colectivo que reinaba en estas
tierras por aquellas fechas, pongamos como ejemplo lo sucedido
en los primeros días de junio de 1808:
Vicente Alcaraz y Calatayud, vicario de la Ayuda Parroquia
del Campo de la Matanza, partió de allí el 1 de junio a las cinco
y media de la tarde, acompañado por varios vecinos, camino de
la cercana ciudad de Orihuela. Según cuenta en su curioso relato,
“cuando llegamos al ladrillar, o cruz cubierta, oímos una gran
confusión de alaridos y una gritería tal en la huerta de Orihuela,
que nos llenó de admiración; no obstante, seguimos el rumbo que
llevábamos, pero a pocos pasos de haber pasado el camino nuevo
de Callosa (actual carretera de Alicante) ya vimos venir multitud
de gentes corriendo que con altas voces decían: ‘Los franceses,
los franceses, que en número de catorce mil han desembarcado
en Guardamar, Santa Pola y Torrevieja’. Al oír esta novedad
nos volvimos para el Campo llenos de susto y pavor, como
lo pedían las circunstancias del caso, comunicando tan triste
noticia a cuantos encontrábamos en el camino”, como el médico
de Fortuna, quien iba acompañado por otros hombres, y que se
volvieron a su villa alarmados.
En cuanto llegó a Campo de la Matanza, el vicario y quienes
le acompañaban comunicaron la noticia a sus vecinos, “tocando
a rebato la campana mayor de la Ayuda Parroquia, a cuya voz
acudieron la mayor parte de los vecinos del Campo”, a quienes
conminó a tomar las armas para salir en defensa de los vecinos de
los pueblos atacados, pues “según nos decían gentes que venían
huyendo del partido de San Bartolomé (entre ellos Francisco
Martínez), ya estarían degollados o a punto de serlo; en particular
dijo: ‘que los franceses habían pasado a degüello a todo el pueblo
de Almoradí’, y que así lo había oído a las gentes que huían de
aquellos contornos”.
Estas noticias le llegaron al gobernador de Alicante, José de
Betegón, a la una de la madrugada del 2 de junio, por medio de un
oficio del alcalde de Elche en el que le contaba cómo se le habían
presentado dos hombres (uno de Játiva y otro de Dolores), para
avisarle de que habían desembarcado franceses entre Guardamar
y Torrevieja.
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La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
Inmediatamente Betegón dio la alarma y ordenó que saliesen
varias partidas del Provincial de Ávila, batallón que guarnecía
el castillo de Santa Bárbara, para cubrir puestos estratégicos de
la ciudad y vigilar los caminos del sur. Y antes del alba mandó
tocar a generala, soliviantando a todos los alicantinos, quienes se
apresuraron a armarse con los fusiles y municiones que bajaron
de la fortaleza.
A las cinco de la mañana regresó la partida que marchó hacia
el sur, la cual solo llegó a Santa Pola, ya que allí le aseguraron
unos arrieros de pescado procedentes de Torrevieja, que no había
habido tal desembarco enemigo. Desmentido que también le
llegó una hora después a Betegón desde Elche, cuyo alcalde le
mandó otro oficio en el que le informaba de que los vecinos de
Játiva y Dolores que le habían comunicado el falso desembarco,
habían sido arrestados.
El vicario de Campo de la Matanza no fue arrestado por
propagar aquella misma falsa alarma. Quizá porque aquel mismo
día, 2 de junio de 1808, fue testigo, según aseguró, de la aparición
de la Virgen del Remedio, igualita a la imagen que se veneraba en
su iglesia, sobre un ciprés cercano a su casa.
El caso del presbítero de Aspe
Al cabo de un mes, el 4 de julio de 1808, Miguel Cantó,
presbítero y miembro de la Junta de Gobierno de Aspe, se
presentó en Alicante advirtiendo a todo con el que se tropezaba
que, según había sabido, la Junta de Novelda había armado al
pueblo para enfrentarse a una partida de franceses que bajaban
por La Romana. Tal noticia había provocado la huida de muchos
vecinos de Aspe y, comoquiera que no había encontrado al
alcalde de este pueblo, había decidido marchar a Alicante para
informar personalmente al gobernador Betegón. El pánico
cundió por la ciudad antes incluso de que Betegón adoptara las
primeras medidas, alertando a las milicias y las guarniciones de
los baluartes y del castillo, y enviando a varias partidas a caballo
para que confirmaran tan alarmante noticia.
Aquella noche muchos de los residentes en extramuros (barrios
de San Francisco, San Antón, Arrabal Roig) se refugiaron en el
interior de la ciudad, así como vecinos de los pueblos aledaños.
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Gerardo Muñoz Lorente
Al amanecer del día 5, las partidas de reconocimiento regresaron
de Novelda, Aspe y Monforte, desmintiendo la noticia difundida
por el presbítero Cantó, el cual fue recluido en el convento de
Santo Domingo y multado con 1.500 reales de vellón.
El caso del ondareño Juan Montaner
Con el paso del tiempo y la proximidad real de las tropas
francesas, las alertas ciertas y falsas se fueron prodigando.
Un último ejemplo de falsa alarma causada por la mendacidad
(enfermiza o simplemente estúpida) que se desata en situaciones
dramáticas, la encontramos en Ondara, durante la liberación por
los guerrilleros y soldados españoles de la ciudad de Denia, en
octubre de 1813. El primer día de aquel mes, un tal Juan Montaner
dijo en Ondara que los franceses habían encerrado en el castillo a
los españoles que allí quedaban, degollándolos a todos: hombres,
mujeres y niños, causando el terror entre sus vecinos. Noticia que
fue desmentida por José Balandó, quien había logrado escapar de
Denia ese mismo día.
Lejos de amilanarse, cuando los españoles entraron por fin en
Denia, Juan Montaner volvió a propalar la noticia en Ondara de
que habían degollado a todos los que encontraron en su camino,
fueran o no franceses. Lo que tampoco era cierto. Y es que, como
escribió en su diario mosén Palau, clérigo dianense que vivió
aquellos acontecimientos, Montaner era “un hombre que dice lo
que no sabe o no sabe lo que se dice”. Defecto este de algunas
personas que sumió injustificadamente a muchas otras en el
pánico y en el terror durante aquellos años, ya de por sí difíciles y
dramáticos, de la guerra de la Independencia.
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3.- A LA CAZA DEL FRANCÉS
Eran muchos los ciudadanos franceses o de origen francés
que residían o transitaban por las ciudades y pueblos alicantinos
a principio del siglo XIX, dedicados a diferentes oficios,
principalmente comerciantes. En la ciudad de Alicante, en 1807,
residían 98 franceses, 43 de ellos comerciantes. Como en el resto
del país, también aquí dirigieron hacia ellos su odio muchos
españoles en aquellos primeros días tras el estallido de la guerra de
la Independencia.
Fue en Orihuela (primera ciudad alicantina que declaró la
guerra al francés) donde se hicieron las primeras advertencias
serias a los vecinos galos o de origen galo. Y fue precisamente
Pedro Amengual (el agrimensor que, al frente de los amotinados,
presionó al ayuntamiento para que apoyara la rebelión) quien
pronunció aquellas advertencias. Tal como refleja el acta capitular
del 24 de mayo de 1808, exigió al gobernador y regidores: “Que
se exhorte a todos los naturales de Francia, y demás alistados bajo
el pabellón francés, a que guarden la mejor moderación, y que
eviten todo motivo de disgusto, quitándose la escarapela de que
acostumbran y llaman tricolor como odiosa a todo buen español”.
Como ya sabemos, el entonces gobernador oriolano era de origen
francés, Juan de la Carte, caballero y señor de la Chaloniere-DesRoches. Sin embargo, nadie cuestionó su patriotismo, pues hacía
muchos años que este anciano brigadier gobernaba el distrito de
Orihuela.
Un día más tarde, el 25 de mayo, las autoridades jijonencas
se adelantaron a las del resto de la provincia en tomar represalias
efectivas contra los residentes de origen francés. Para ello, se
acogieron a las competencias de la Junta de Represalias, una
organización policial creada durante las guerras habidas entre Carlos
II de España y Luis XIV de Francia, y que no fue suprimida hasta
el 4 de junio de 1811, siendo sustituida entonces en sus funciones
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Gerardo Muñoz Lorente
por las Audiencias Territoriales de cada distrito. Concretamente,
las medidas aprobadas por el pleno del ayuntamiento jijonenco
de aquel día fueron contra Esteban Filiol, justificadas en que
había “dicho expresiones de amenaza”, manifestándose afecto a
Napoleón, “por lo que es presumible que ejecute lo que pueda en
perjuicio de nuestra nación y la patria”, por lo que se ordenaba que
se le encarcelara. Como no había hasta el momento precedente de
encierro de franceses, se decidió elevar consulta a la Junta Suprema
de Valencia, aunque también se resolvió, sin esperar a la respuesta
de dicha consulta, que “se le embarguen todos los bienes y efectos
que se le encuentren en su casa, y se averigüe ser propios al mismo,
custodiándolos y poniéndolos en seguro depósito”.
La milagrosa donación de Filiol
Los antepasados franceses de Esteban Filiol habían emigrado
a Jijona alentados por la demanda que había en el siglo XVIII
de aserradores de madera, imprescindibles para la fabricación de
cajitas para el turrón. Debieron de hacer fortuna, ya que Esteban
poseía mucho dinero. Tanto que, entre otros bienes, las autoridades
jijonencas le confiscaron dos mil pesos (unos treinta mil reales),
una suma muy elevada que fue guardada en un arca custodiada
por el depositario de propios Marcos Verdú, y que debió de
multiplicarse milagrosamente a lo largo de los tres años siguientes,
tal como se deduce de los pagos hechos gracias a ella y reseñados
en varias actas del cabildo.
Así, el mismo día en que le fue requisado ese dinero a Filiol, el
Ayuntamiento se sirvió de él para pagar los gastos de los soldados
que debían marchar a Almansa. El 12 de noviembre de aquel mismo
año, el gobernador propuso “hacer un retrato de nuestro legítimo
Soberano, D. Fernando VII, cuyo coste se podría suplir, atendiendo
a que no hay caudales para hacerlo, del donativo voluntario que
tiene hecho Estevan Filiol”. Lo de “donativo voluntario” es un
eufemismo que se repite en varias actas, al igual que “de lo que dio
gratuitamente” Filiol. El 13 de enero de 1809, Verdú aún guardaba
1.700 pesos de los “donados” por el francés Filiol. De ellos se
pagaron 400 al “reverendo clero, el cual los prestó a este ilustre
cuerpo (Milicias)”. Doce días después, se recurrió a esta misma
“donación” para pagar los gastos de fortificación que se realizaron
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La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
en la ciudad. El 30 de mayo de aquel mismo año, se recompusieron
“algunos cañones y llaves de fusil en mal estado; que se recojan y
recompongan y que este gasto sea a cargo de los fondos que tiene
D. Marcos Verdú, procedentes de D. Estevan Filiol (…)”. Y el 1
de diciembre se aprobó construir una nueva acequia, cuyos gastos
fueron sufragados con lo que “dio gratuitamente Estevan Filiol, de
nación francés”, y de los que aún había 1.300 pesos. ¡La misma
cantidad que había el 13 de enero, tras pagar lo que el clero había
prestado para gastos de la milicia!
Durante 1810 se hicieron otros tres pagos a cuenta del
“donativo” de Filiol: tres mil reales al comandante de las Milicias,
para su traslado a la comarca de Játiva (10 de enero); los gastos
ocasionados otra vez por la milicia al marchar esta vez a Aragón (6
de marzo); y la manutención de los guerrilleros de la gobernación
de Jijona (6 de agosto), pagados con lo “que le queda a Marcos
Verdú”.
No obstante, a Verdú aún debía quedarle más dinero en el
arca, puesto que el 9 de enero de 1811 se pagaron los víveres que
precisaban los 160 soldados de caballería que pasaron por Jijona
con el “resto del donativo de Estevan Filiol”. Por cierto que este
mismo día, Filiol presentó ante el Ayuntamiento un memorial
en el que pedía que la cuota que le correspondía pagar de los 40
millones de impuestos que se requería al vecindario, se lo cobraran
del “donativo voluntario” que les dio un año y medio antes. ¡Y así
se hizo, pese a que los restos de dicho “donativo” se usaron en el
pago de víveres! Aun así, el 26 de noviembre de aquel año de 1811,
el depositario de propios, por acuerdo del cabildo, pagó tres mil
reales a los milicianos y guerrilleros con los “fondos procedentes
del donativo de Estevan Filiol”.
El cronista jijonenco Fernando Galiana, comenta al respecto:
“Parece milagroso que esta cantidad de dinero que se le incautó,
hacía casi tres años, hubiese podido remediar tantos apuros”. Y
tiene razón, pues milagroso al estilo de la multiplicación de los
panes y los peces parece éste, en que el dinero requisado a Filiol
da la impresión de reproducirse en el interior del arca vigilada por
Verdú.
No se sabe cuánto tiempo estuvo Esteban Filiol en la cárcel.
Probablemente no fue mucho. Lo que sí sabemos es que el
depositario del dinero que le fue confiscado, Marcos Verdú, murió
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Gerardo Muñoz Lorente
a primeros de marzo de 1813. Su cadáver fue el último en ser
enterrado en la Iglesia Vieja; aunque no sería aquel un entierro
tranquilo, tal como veremos más adelante.
El cónsul francés y la familia Lattur
En Alicante, el primer francés en ser detenido fue el cónsul de
aquel país, Augusto Legay de Barriera, el 29 de mayo de 1808,
siendo encerrado en los calabozos del castillo de Santa Bárbara.
Los demás galos avecinados en la ciudad fueron llevados a la
Casa de Misericordia, se supone que para librarles del odio de
los alicantinos más exaltados, pero sus bienes fueron además
confiscados.
Junto con los franceses, fueron arrestados los naturales de las
naciones conquistadas por Napoleón, sobretodo genoveses, hasta
que un decreto del 3 de junio ordenaba que se les investigara y
se pusieran en libertad si no había pruebas de que confabularan
contra la patria. No obstante, un mes después (6 de julio), la Junta
Suprema de Valencia aclaraba que los transeúntes, genoveses,
individuos de otras nacionalidades sometidas por Francia, así
como descendientes de franceses eran “reputados como verdaderos
franceses para los efectos civiles de la orden sobre represalias”.
En algunas poblaciones, como Alcoy, no constan detenciones
o abusos contra los franceses, a pesar de que residían algunos
de ellos. Pero son muy pocas. En la mayoría, los naturales de
Francia o de origen francés sufrieron graves represalias, aunque
sin atentar contra sus vidas, tal como hemos visto. En Elche, el
6 de junio, fueron al menos cuatro los ciudadanos franceses a los
que les embargaron los bienes y fueron detenidos. Y en Denia, si
bien no fueron apresados, ilustres ciudadanos con apellidos galos
(pero a los que se les reconocía espíritu patriótico) como los Lattur,
Morand, Merle, Lostalot, Bordehore, Vignau, Polart, Chabás,
fueron desposeídos de sus derechos cívicos, al mismo tiempo que
se les exigían contribuciones de guerra. Por cierto que algunos
de ellos eran en efecto afrancesados que fueron bien tratados por
las tropas imperiales cuando ocuparon Denia, como los Chabás;
mientras que otros, tal como veremos en otro momento, fueron
arrestados por el comandante francés y encarcelados en el castillo,
por ser ciertamente patriotas españoles, como los hermanos Juan
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La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
Antonio y Manuel Lattur. Familia esta la de los Lattur que, como
se ve, sufrió la represión de ambos bandos.
Matanza de franceses
Pero no en todas partes supieron las autoridades salvaguardar la
vida de los franceses.
En Valencia, nada más estallar la guerra, se produjeron
violentos tumultos a diario contra los extranjeros, especialmente
contra la numerosa colonia francesa, realizándose terribles sucesos.
Tan violenta turba fue acaudillada al principio por un franciscano
monovero llamado Juan Rico Vidal. Pero Rico fue sustituido muy
pronto por otro religioso, Baltasar Calvo, canónigo de San Isidro
de Madrid, tan cruel y sanguinario que incluso el fraile monovero
hubo de esconderse por temor a perder su cabeza. El feroz canónigo
madrileño exasperó todavía más los encrespados ánimos de los
amotinados españoles, alimentando con calumnias las ansias de
venganza de muchos contra indefensas familias, algunas ni siquiera
de nacionalidad francesa, hasta que acabaron cometiéndose los
más execrables crímenes. El punto culminante de esta espiral de
violencia se alcanzó en la noche del 5 de junio, cuando fueron
asesinados doscientos franceses. Pero antes y después de esta
fecha fueron masacradas otras doscientas personas de origen galo
y muchas otras valencianas, acusadas de afrancesadas, como el
barón de Albalat.
Aunque demasiado tarde, las autoridades valencianas
reaccionaron al fin, arrestando a los criminales y recuperando la
calma. Baltasar Calvo fue detenido y, después de ser trasladado
a Mallorca mientras se apaciguaban los ánimos, fue devuelto a
Valencia para ser ejecutado al garrote en la noche del 3 de julio,
siendo su cadáver expuesto al público en la mañana siguiente.
Además, la Junta Suprema ordenó el ahorcamiento de otros
doscientos reos, acusados de la matanza de más de cuatrocientos
franceses y muchos otros habitantes de la ciudad de Valencia.
Afortunadamente, en tierras alicantinas no se produjeron
hechos tan terribles como los acaecidos en Valencia. Aunque
hay un historiador, el oriolano García Soriano, que asegura que,
por aquellas fechas, en Villena también se cometieron desmanes
parecidos a los valencianos, pero a menor escala. En concreto,
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Gerardo Muñoz Lorente
escribe: “En Villena pereció su corregidor y algún dependiente
suyo, hombres antes odiados”. Pero en los archivos históricos
de Villena no hay nada que confirme este hecho. Ciertamente en
muchas poblaciones han desaparecido abundantes documentos de
aquella época, en muchos casos por culpa de los incendios o los
saqueos sufridos durante y después de la guerra de la Independencia
(v. gr.: Castalla, cuyos archivos se perdieron durante la guerra civil,
al incendiarse la iglesia), en otros porque al parecer fueron vendidos
a particulares (v.gr.: Benidorm), y en otros porque desaparecieron
al tratar en ellos asuntos que quizás avergonzaban a influyentes
personalidades o familias locales, sobre todo tras la ocupación
francesa. En este caso en concreto, verdaderamente hay un hecho
significativo que apunta a que lo escrito por García Soriano puede
ser verídico: mientras que en las actas del ayuntamiento villenense
anteriores a mayo de 1808, la firma del corregidor corresponde a un
tal José Puig, en la del 6 de junio, quien firma con este cargo es José
Mezgelina, siendo la mayoría de los demás regidores los mismos.
Confiscación de bienes
Mientras las calles valencianas amanecían aquel 6 de junio de
1808 manchadas de sangre, la Junta Suprema del Reino de Valencia
publicaba un bando en el que ordenaba la confiscación de bienes de
los franceses. Un bando que se hizo llegar a todas las poblaciones
de la provincia, aunque lo que ordenaba ya estaba ejecutándose en
la mayoría de ellas. Así, con esta misma fecha, se abrió en Orihuela
un expediente para la confiscación y venta de todos los bienes de
franceses y súbditos de países ocupados por éstos, residentes en
Callosa de Segura. Dicho expediente se cerró el 24 de enero de
1811 y consta de ciento diez hojas de distintos tamaños. Entre los
expedientados había un Pedro Maisonnave, con terrenos en Callosa
pero residente en Alicante, y que sería el abuelo del primer alcalde
democrático de la capital alicantina.
Cuatro días más tarde (10 de junio de 1808), el pregonero
ilicitano publicaba en los lugares acostumbrados el bando en el
que se ponía en conocimiento del público que toda persona que
retuviera en su poder o supiera la situación de bienes, libros y
efectos pertenecientes a los franceses, habría de informar a la
Junta, bajo la pena de confiscación de sus propios bienes. Por esas
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La Guerra de la Independencia en la provincia de Alicante (1808-1814)
mismas fechas, se abrió expediente para embargar las pertenencias
de todos los franceses de Elche. Un expediente formado por más
de doscientas páginas.
En Aspe, se subastaron el 3 de octubre los bienes embargados a
la empresa Juan Antonio Bonafont y Cía., cuyo propietario era de
origen francés. El expediente contra esta empresa duró hasta el 19
de mayo de 1810.
Y es que la confiscación de bienes franceses se alargó durante
unos años. En 1809, por ejemplo, se abrieron tres expedientes de
este tipo en Elche contra la misma persona: José Saciart.
Secuestro del correo
En junio de 1808 se ordenó al administrador de correos de
Elche que requisara las cartas que, procedentes de Madrid, fueran
dirigidas a los franceses que vivían en la villa ilicitana.
Lo mismo sucedió en Alicante, donde se registraron los papeles
privados de los franceses detenidos, incluido el cónsul galo,
preso en el castillo, “a quien un vecino llamado Manuel Calpena
sorprendió una carta que se elevó a la Superioridad por exigirlo así
su contenido”, según el cronista Viravens.
Saturación en las cárceles
El 10 de junio de 1808 ingresaron en la alicantina Casa de
Misericordia tres franceses que fueron enviados hasta allí desde
Altea, y pocos días después otro procedente de Torrevieja, que se
unieron a los 57 que ya estaban recluidos en dicho edificio.
En días posteriores el número de presos galos en Alicante fue en
aumento, hasta alcanzar un total de 73 en la Casa de Misericordia,
más otros, considerados peligrosos, que se hallaban encerrados en
la cárcel, y el cónsul francés, aislado de sus compatriotas en los
calabozos del castillo.
Ante la saturación que había en la Casa de Misericordia, el 3
de julio la Junta de Gobierno alicantina acordó el traslado de los
prisioneros franceses a la Casa de la Asegurada, donde gozaron
de mayores comodidades, pudiendo salir a pasear libremente,
visitando a sus familias o recibiendo a sus esposas e hijas, que
les llevaban alimentos. Tanta tolerancia provocó la protesta de los
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