Un amor incondicional Tuve la oportunidad de conocer el amor incondicional a partir de la experiencia más fuerte que puede vivir un ser humano: la enfermedad. Es tan fuerte porque es ver frente a tus ojos cómo pasa la vida, el tiempo; es constatar cómo se va deteriorando la salud de uno mismo o del ser amado. Sólo puedes sentarte y ser un espectador más, porque simplemente no eres un ser supremo con poderes de sanación. Todo comenzó el 3 de marzo del 2012, cuando mi hermano Jorge, de 23 años, sin tener idea de qué estaba pasando, entró al consultorio del doctor Mario Báez con la cabeza llena de incertidumbre y entregó los resultados de algunos estudios. El doctor los revisó y volteó con mi hermano y mi papá y preguntó: “¿ya te dieron un diagnóstico antes?”, a lo que ellos contestaron: “no, no sabemos qué tiene”; el doctor dijo entonces: “bueno, pues lo que tú tienes es insuficiencia renal crónica en fase terminal”. Puedo sentir e imaginar cómo, desde la punta del dedo hasta el último cabello de mi papá y de mi hermano se erizaron y les fue recorriendo una angustia inmensa por todo su cuerpo. Jorge dijo, “ok, está bien, hagamos todo lo que tengamos que hacer”. Fue así como inició un camino lleno de incertidumbre, de miedo e inestabilidad para toda la familia. De inmediato lo internaron en el hospital Pedro Loza, para tratar de estabilizarlo y comenzar a ver cuáles eran los tratamientos y las alternativas que tenía para poder vivir con este padecimiento. Allí estuvo internado sólo dos días, porque dentro de lo sorpresivo e inesperado que estaba siendo esto, teníamos una limitante enorme: el dinero. Mi papá había dejado de recibir un ingreso fijo y se habían perdido las pólizas de seguros de toda la familia, así que teníamos otro detalle que solucionar: ¿cómo sobrellevaríamos los gastos del tratamiento? Gracias a Dios y a mi mamá, quien es Licenciada en educación y estuvo al servicio de la SEP, se abrió la puerta para poder trasladar a mi hermano al hospital Valentín Gómez Farías del ISSSTE; se hicieron todos los trámites para que mi hermano pudiera estar inscrito a esa institución, y tener acceso al hospital, tratamientos, medicinas y consultas. Ahí permaneció 7 días más. Uno de los caminos era la diálisis peritoneal, que es una terapia para sustituir las funciones principales de los riñones mediante una membrana natural como filtro. El fluido de diálisis se introduce en la cavidad peritoneal a través de un pequeño tubo flexible que previamente se implanta en el abdomen de forma permanente. Parte de este tubo, o catéter, permanece fuera del abdomen, de esta forma puede conectarse a las bolsas de solución; así se lleva a cabo la diálisis: el exceso de líquidos y los productos de desecho pasan desde la sangre, a través de la membrana peritoneal, al fluido de diálisis. Otro camino era la hemodiálisis, que consiste en extraer la sangre del organismo y traspasarla a un dializador de doble compartimiento: un conducto traspasa la sangre y otro el líquido de diálisis, separados por una membrana semipermeable. Este método sirve para eliminar de la sangre residuos de potasio y urea, así como el agua, cuando los riñones son incapaces de hacerlo; para este método es necesario colocar una fístula que permite tener un acceso permanente a las venas. El último camino era el trasplante de riñón. Primero había que revisar si era candidato, y después, lo más importante, encontrar a la persona que le quisiera regalar uno de sus riñones, a una persona que tuviera los mismos deseos de que regresara a él la salud, la completa sanación. Me imagino que cuando le dijeron eso, mi hermano se preguntó, ¿existe en este mundo alguien que me ame tanto como para darme una parte de su cuerpo? La respuesta le llegó poco tiempo después. Para esta opción también se necesitaba tiempo… y los enfermos es lo que menos tienen. Los doctores decidieron irse por la diálisis e iniciar el tratamiento. Le colocaron el catéter y le realizaron el primer procedimiento, pero su pared abdominal no lo aguantó, se le hicieron dos hernias que había que arreglar, así es que lo intervinieron con el propósito de restablecer sus tejidos y, obviamente, quedó cerrado para él ese camino. Estando ahí, y a lo largo de todo este proceso, te das cuenta de que toda enfermedad es terrible, pero que definitivamente se vive diferente en un hospital del gobierno que en uno privado. Es entonces cuando te percatas de las carencias de las personas que viajan horas y horas en camión para poder atenderse o para visitar a un familiar, es entonces cuando interiorizas y te das cuenta de que tu desgracia y tu dolor no son los únicos ni son los más grandes. Para toda la familia fue muy fuerte aceptar que eso era lo que teníamos y eso era lo que íbamos a usar, después de estar acostumbrados a atendernos en el sector privado. Hoy puedo entender cuántas lecciones teníamos por aprender en ese hospital. Conocimos gente con mucho dolor, pero solidarios y empáticos con nuestra pena. En lo personal, puedo afirmar que a mi hermano siempre lo atendieron muy bien, pero el que te atiendan bien no evita que veas y seas partícipe, indirectamente, de situaciones dolorosísimas como la muerte del paciente de la cama contigua. En estos hospitales las camas están separadas sólo por un yeso… insuficiente para contener lágrimas, gritos y tristeza. Ante el fracaso de la primera opción, los médicos deciden que le realizarán la hemodiálisis, pero para proceder con ella, se tenía que esperar a que Jorge estuviera más estable y poder evaluar su situación. Cualquiera de las opciones, diálisis o hemodiálisis, representan la sustitución de las funciones principales de los riñones, pero por otro lado, son procesos que junto con la enfermedad van deteriorando toda la condición física, el corazón, la presión, en fin, todo el cuerpo va cayendo en crisis porque todo está conectado entre sí; el funcionamiento de nuestro cuerpo es perfecto, y si algo deja de funcionar provoca un efecto dominó. Todo este terremoto pasaba por encima de mi familia mientras yo estaba disfrutando de mi año sabático en San Francisco. Estando mi hermano internado en el ISSSTE, una mañana le hablo a mi hermana para saludarla y al paso de los minutos me dice, “¿no han hablado contigo mis papás?”, a lo que contesté: “no, porqué, ¿qué pasa? Y ella me dijo, “si yo estuviera en tu lugar, me gustaría que me dijeran la verdad y poder tomar una decisión; Jorge está en el hospital porque le detectaron insuficiencia renal”. En ese momento sentí cómo toda la sangre de mi cuerpo se bajó a mis pies…, es una debilidad que se apodera de tu cuerpo, el corazón se acelera… no me entraba el aire y sentí como un cuchillo que se enterró en mi estómago y en ese momento me dobló de dolor. No sabía qué era esa enfermedad, sabía que era algo de los riñones, pero no sabía más, sólo sentí que me dolía el alma y, muy en el fono de mi corazón, tuve el presentimiento que algo había cambiado para siempre. No me equivoqué, ese miedo inmenso tenía razón: mi vida estaba dando un giro de 360° y yo no me sentía con la fuerza para enfrentar todo lo que se me iba a dejar venir. Hoy, con orgullo puedo decir que sí lo enfrenté y que puse todo mi corazón; cuando pones todo el corazón estás poniendo tu 1000%, sin condiciones, sin límites; puse toda mi fe, toda mi esperanza, mis ilusiones. De mi hermano, ni se diga, él fue un campeón, un guerrero de la vida, un ejemplo de cómo sobrellevar una enfermedad de ese tamaño con la cara en alto, con dignidad, con fuerza y, lo más importante, con amor; amor a la vida, a su familia y a sus amigos… llegué hasta donde llegué porque él siempre me llevó de la mano, con su ejemplo de un espíritu inquebrantable, resistente a una y mil batallas. Ante todo este panorama lleno de dudas y desconcierto, de inmediato intenté contactar a mi papá buscando una explicación y mil respuestas a los gritos que tenía en mi cabeza, y en esa llamada fue cuando por primera vez escuché: “en un futuro puede darse un trasplante”, y en ese instante mi corazón brincó y dijo ¡YO! En ese momento, Jorge y yo comenzamos a compartir y a pelear por un mismo sueño, el sueño de la vida. Cuando sentí ese brinco en mi corazón que dijo YO, y se los compartí a mis padres y hermanos, me atrevo a decir que ni siquiera lo pensé, sólo fue un YO lo quiero hacer desde lo mas profundo de mi corazón. Aterrada, imaginé lo que podía pasar si no se realizaba el trasplante y, definitivamente, mi deseo de verlo bien, de verlo realizarse y tener una familia fue mucho más fuerte que mis miedos… yo sólo quería que pudiera vivir una vida plena, llena de amor, de salud, y que todo esto fuera una experiencia de la cual algún día saldríamos victoriosos. Creo que era normal que me sintiera así, mi hermano tenía apenas 24 años, las puertas del éxito apenas se estaban abriendo para él. Para que se pudiera darse el trasplante, había que detectar cuál fue la enfermedad de origen que desarrolló la insuficiencia renal. El tiempo pasaba y no se encontraban respuestas a esa incógnita, sus riñones ya estaban muy pequeños y no se les podía realizar una biopsia; esto complicaba todo porque era casi imposible saber qué iba a pasar si se hacia el trasplante, si lo rechazaría o si la enfermedad de origen regresaría. Lógicamente, al escuchar esas cosas, me daba miedo pensar que no funcionara o que no fueran los resultados que nosotros esperábamos, pero ese miedo se iba inmediatamente cuando llegaba a mi cabeza la imagen de mi hermano bailando conmigo el día de mi boda, o cuando tuviera su primer hijo; durante muchos meses ese fue mi consuelo, saber que en algún momento se podría trasplantar y esto quedaría en la historia. Durante 1 año mi hermano estuvo en tratamiento con hemodiálisis y el programa de Trasplantes no se abrió en el ISSSTE. Fue entonces cuando mi papá y mi hermano decidieron ir a tocar otras puertas, entre ellas, el Hospital Civil. Allí fue un mucho de lo mismo; realmente es difícil ver tanta gente con tantas carencias pues en ese lugar si ves de todo, hasta presos. En mi cabeza llena de ignorancia no sabía que los llevaban ahí, aunque realmente no tenía por qué saberlo, era la primera vez que pisaba ese hospital. El primer día que fui al Hospital civil, a la consulta con el cirujano que luego realizó el trasplante, iba con un poco de nervio, pero al entrar y ver al mundo de gente de un lado al otro y a policías armados caminando por el hospital, creo que mi nervio aumentó… fueron un cúmulo de sentimientos y emociones, pero también un gran temor de lo que me iban a decir. Mientras esperaba y reflexionaba, un joven se paró frente a mí y me dijo: “tienes dinero que me puedas dar, mi mamá se acaba de morir y no tengo para enterrarla”. Traía mi bolsa con un poco de maquillaje y mi cartera, pero vacía; me quedé helada, era lo que menos me esperaba. Le contesté que lo sentía mucho, pero que de verdad no traía nada. El joven siguió su camino haciendo la recolecta para el entierro de su madre. Hasta entonces me percaté de que aunque aparentemente yo me veía con más posibilidades económicas que él, y tal vez sí, la realidad era que en ese momento estábamos en las mismas condiciones. Yo no tenía ni un peso para ayudarle y él estaba sufriendo la muerte de su madre y no podía sentarse a llorarle porque debía conseguir dinero para el entierro. Fue demasiado impresiónate para mí, estoy segura que como ese joven existen muchas otras familias; es duro ver de tan de cerca otras realidades. Ese día nunca se me va a olvidar. Llegó mi turno para entrar a ver al doctor, lo vi y de inmediato me inspiró confianza, el doctor Marco Covarrubias es un doctor joven, pero lo ves y te das cuenta de la experiencia y los conocimientos que tiene. Fue muy claro conmigo y desde el primer momento me preguntó si estaba segura de lo que iba a hacer, textualmente me dijo: “Esta es una parte difícil de la medicina, ya que expones a cirugía a una persona que no lo necesita. Estoy obligado a decirte que en el momento que tú decidas echarte para atrás y no donar, no pasa nada, en ese momento yo me convierto en el villano de la película y te incapacito como donadora; nadie te está obligando a estar aquí, ¿verdad?” A lo que yo contesté, “gracias, pero sí estoy segura, lo quiero hacer porque amo a mi hermano”. Recuerdo que hizo mucho hincapié en que estábamos lanzando una moneda al aire y todo podía pasar, pero mi corazón sólo tenía la esperanza de que todo fuera un éxito. Escuchar esas palabras me dio un poco de tranquilidad, porque aunque estaba ahí por mi voluntad, supe que sería válido decir hasta aquí, ya no quiero, y que habría alguien como él que me apoyaría. Continuamos haciendo todo el protocolo en el Civil: eran exámenes y exámenes y más exámenes, te buscan por todos lados, hasta por los dientes; fue agotador, pero en ese transcurso, gracias al amor de excelentes amigos, se abrió la puerta para ser operados, Jorge y yo, en un hospital privado. Es entonces cuando todo comienza a tomar más forma. Como nefróloga de Jorge quedó la doctora Renata Sampaio Sanoda, de los mejores en lo que hace, pero su corazón es aún lo mejor que tiene. A mí me extirparía el riñón el doctor Marco Covarrubias, y a mi hermano le conectaría el órgano el doctor Luis Carlos Rodríguez Sancho, con quien también fuimos toda la familia a consulta para conocerlo, un excelente doctor con un largo camino recorrido en lo que hace. Después de tantos meses, el gran día llegó. El 19 de marzo del 2013, a las 3:00 de la tarde, nos operaron. Minutos antes de que me bajaran a quirófano recibí la visita de un doctor que se había encargado de cuidarme y de darme toda la seguridad que yo necesitaba en este proceso, platicamos y me preguntó que si estaba lista, que cómo me sentía, que si estaba segura, pues aún estaba a tiempo de decir ya no quiero. Le contesté que sí estaba segura, que sí quería y para arriba con toda la actitud. Este doctor y su familia fueron enviados por Dios a mi vida para inundarla de calma, confianza y amor. Llegó el camillero por mí a mi cuarto, los nervios estaban al tope, era adrenalina, emoción, no me la creía… esperamos mucho tiempo para ese momento. Toda mi familia y mis amadas amigas me dieron besos y abrazos y entre lagrimas me despedí de todos, me cambié de la cama a la camilla, salí del cuarto cubierta hasta el cuello y, al ver a toda mi familia y amigos llorando, se me movió todo: sentí que el corazón se me salía, involuntariamente mi respiración se aceleró, todos mis sentimientos a tope… pero lo quería hacer, nunca dejé de pensar en mi hermano, eso era lo que me mantenía firme y de pie. En el camino al quirófano el camillero que me llevaba me hizo algunas preguntas que no recuerdo muy bien, sólo recuerdo que me dijo que era muy valiente, me pidió que me relajara y que me iba a estar esperando cuando saliera; me sonrió y me dijo ¡suerte!. Las enfermeras que me recibieron en el quirófano me dijeron lo mismo, que me calmara, que ellas me cuidarían. Momentos antes de entrar a quirófano tuve la oportunidad de despedirme de mi hermano; lo único que le pude decir fue “te amo, sólo tú sabes todo lo que significa esto para ti, te lo regalo con todo mi amor”, a lo que mi hermano contestó, “gracias, es el mejor regalo que me han dado en toda mi vida”. Sonreímos y nos abrazamos con mucha fuerza y la mejor actitud. Entré al quirófano… era azul, vi una plancha de metal, muchas luces y a todo el equipo del doctor Marco, al fondo lo vi a él y me dijo: “¿qué pasa, ya lista?, todavía te puedes arrepentir”; entre risas y llantos le dije “nooo, ya estamos aquí”. Me subieron a la plancha, sentí la adrenalina más fuerte de toda mi vida, vi hacia arriba y recordé lo que me dijo una querida amiga: “cuando estés ahí, sólo piensa que ya va a pasar lo más difícil, cierra tus ojos y cuando despiertes todo habrá terminado”… me persigné y dije “confió en ustedes, muchas gracias”. Cerré mis ojos y no supe más. Desperté desorientada en el tiempo, con molestia en la garganta debido al tubo que me habían puesto para respirar, sentía aire dentro de mi abdomen, era una sensación muy extraña. Estaba en la sala de recuperación aún bajo el efecto de la sedación cuando vi pasar a mi hermano; acercaron nuestras camillas y nos miramos; no recuerdo muy bien lo que nos dijimos, sólo recuerdo que los dos estábamos emocionados hasta las lágrimas… se había consumado el acto tan esperado por los dos y por todos los que nos rodeaban. A mí me subieron a mi cuarto y toda mi familia me recibió con aplausos y mucho entusiasmo. Esa noche fue pesada, no podía dormir y sentía mucha incomodidad. Estuve internada 4 días en el hospital. A la semana ya podía caminar mucho mejor, y a las dos semanas ya bajaba escaleras; en tres semanas mi vida era prácticamente normal. A Jorge, saliendo del quirófano lo llevaron a terapia intermedia para monitorearlo y ver cómo recibía el riñón. Dos días después, el 21 de marzo, se dieron cuenta que el riñón estaba sufriendo… Había que intervenir de nuevo para volver a conectar implante. La operación fue exitosa, estuvo unos días más en terapia intermedia, de hecho, ahí cumplió 25 años, el 23 de marzo, y tuve la oportunidad de entrar con moños en la cabeza para cantarle Las mañanitas. Pasó unos días más en un cuarto aislado y posteriormente lo dieron de alta. De ahí en adelante todo se veía venir muy bien, era muy cuidadoso con su recuperación y con sus exámenes de rutina; la reincidencia de alguna enfermedad se da en los primeros 6 meses, y a finales del mes de julio, tras una serie de estudios de laboratorio, se solicita la realización de una biopsia cuyo resultado arroja el nombre y apellido de la enfermedad que dañó a sus riñones nativos: glomérulo nefritis, esclerosis, focal segmentaria… y comenzaba a atacar al riñón trasplantado. Puedo decir que durante esos cuatro meses mi hermano disfrutó todos y cada uno de sus días; volvió a jugar futbol con nuestro sobrino, fue a la playa, vio a sus amigos, comenzó un proyecto laboral, en fin, no perdió el tiempo. Esto representaba una nueva lucha para él, que como siempre, tomó con todas las ganas, nunca bajo los brazos. El 24 de septiembre lo internamos en el hospital, en urgencias, una neumonía fulminante lo estaba atacando. Fueron 17 días de pelear cada minuto por su vida, los doctores haciendo hasta lo imposible por ayudarlo. Tenía el pulmón totalmente colapsado y necrosado, hubo momentos muy críticos, pero también otros en los que se veía una luz en el horizonte. Y otra vez, ahí estuvieron las innumerables muestras de afecto de todos los amigos y familiares que nos rodeaban y que compartían la tristeza de saber que Jorge una vez más se estaba jugando el todo por el todo. Algunos días o momentos, los doctores estuvieron hasta cierto punto, contentos: dentro de su gravedad, Jorge iba mejorando poquito a poquito. En los días más críticos, el doctor Guerrero, el intensivista que estuvo a cargo de su caso, me dijo una mañana: “no te quiero mentir, para nosotros, cuando un paciente tiene 4 de 5 órganos vitales comprometidos, las probabilidades de salir son casi nulas”; sentí el peso del mundo entero encima de mí, pero algo en mi corazón me decía que él iba a estar bien. Dentro de todo lo enojada que me podía sentir, tenía una profunda fe en que mi hermano también saldría de ésta. El 11 de octubre, 9:00 de la mañana, El gran Señor, en su infinita sabiduría y misericordia, lo llama a su lado. Definitivamente, sé que está bien, pero no en el plano que yo lo deseaba y lo pedía con tanta desesperación. Él ahora está en una vida en la que no existe el dolor ni la enfermedad, sólo existen el amor y la calma. Sólo quiero expresar que cuando se vive una situación así, las palabras no son suficientes para describir por lo que estás pasando, los sentimientos que experimentas, como enojo, frustración, miedo, alegría, tristeza, son sólo palabras que no alcanzan ni a dar una pincelada de lo que es realmente vivir este proceso. Únicamente quienes hemos pasado por ello entendemos la verdadera dimensión y el verdadero significado de estas palabras. El camino recorrido no hubiera sido igual sin los Ángeles de la guarda terrenales que nos amaron, cuidaron y nos protegieron en todo momento. Todos nuestros amigos, familiares y doctores fueron soldados de un ejercito de amor y de porras para todo mi núcleo familiar; nos impulsaron y nos levantaron cuantas veces fue necesario, todos ellos hicieron diferente ese camino difícil y sinuoso, lo llenaron de luz para nosotros y nos ayudaron a transitar sobre él, facilitaron y alivianaron en muchos momentos nuestra carga. Mi familia y yo somos bendecidos por Dios por estar rodeados de tanto amor tan sincero. Para concluir, les compartiré una pequeña anécdota: una semana antes de que diagnosticaran a mi hermano con insuficiencia renal, yo vine a Guadalajara a sacar mi licencia y él me acompañó, ya que se acercaba la fecha de expiración de la suya, al preguntarnos a los dos si queríamos ser donadores, los dos respondimos que no… Por ignorantes y por los mitos urbanos que siembran la desconfianza en estos programas, la vida, en una semana, se encargó de voltearnos la perspectiva. Después de todo lo que ha pasado, yo les puedo decir que no me arrepiento ni un solo momento de mi vida de haber abrazado esta causa, es lo mejor que he hecho en toda mi vida: regalar vida no tiene palabras, sólo conocen su significado aquellas personas que día con día esperan tener la oportunidad de recibir un órgano para mejorar la calidad de la suya. Este programa podría ser mucho más exitoso y ayudar a más personas si hubiera más personas dispuestas a apoyar la causa. No tengan miedo a decir SÍ a la vida contribuyendo con lo mucho o poco que puedan hacer desde cada casa y cada corazón.