Zaratustra convaleciente (una lectura)

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Factótum 8, 2011, pp. 20-35
ISSN 1989-9092
http://www.revistafactotum.com
Zaratustra convaleciente (una lectura)
Sergio González Bisbal
Universitat de les Illes Balears (España)
E-mail: [email protected]
Resumen: El siguiente artículo es una lectura del capítulo titulado El convaleciente, de la obra de Friedrich
Nietzsche Así habló Zaratustra. Enfocado al Eterno Retorno y su significado, intenta explicar algunas de las ideas
básicas que Nietzsche desarrolló sobre él desde un punto de vista interno al texto. Además, otras ideas
remarcables del pensamiento de Nietzsche son mostradas y comentadas, aunque de un modo menos profundo
que las concernientes al eterno retorno.
Palabras clave: eterno retorno, enfermedad, salud, nihilismo.
Abstract: The following article is a reading of the chapter called The Convalescent, from Friedrich Nietzsche's
writing Thus spoke Zaratustra. Mostly focused on the Eternal Return and its significance, it tries to explain some of
the basic ideas that Nietzsche had about it from an internal point of view (based on the text). Also, another
remarkable ideas from Nietzsche's thinking are shown and commented when it is necessary, but in a less deeper
way than the ones concerning the Eternal Return.
Keywords: eternal return, health, illness, nihilism.
1. Contextualización
El capítulo de Así habló Zaratustra
(Nietzsche, 1973; cf. Nietzsche, 2000, Piccione,
2006) que lleva por título “El convaleciente”
pertenece a la tercera parte del libro, siendo su
cuarto capítulo si empezamos por el final de
esa tercera parte, que fue escrita en Niza del 8
al 20 de enero de 1884. No debe sorprender el
breve espacio de tiempo en el que fue escrita,
ya que las otras tres partes de la obra fueron
escritas en períodos de tiempo similares,1 y el
propio Nietzsche habla de que toda la obra fue
escrita en un estado de inspiración.
Las tres primeras partes fueron publicadas
por separado, sin llegar a tener ninguna clase
de repercusión entre sus contemporáneos. En
1886, Nietzsche las agrupó en un único
volumen. Más tarde, en 1892, se añadió una
cuarta parte, escrita en 1885, que en realidad
era la primera parte de otro libro, que debía
llevar por título Mediodía y eternidad y que
tenía que tener dos partes más que nunca
llegaron a ser escritas.
1
La primera parte se escibió del 1 al 10 de febrero de 1883 y se
publicó en junio del mismo año. La segunda fue escrita entre los días
26 de junio y 6 de julio del mismo 1883 y se publicó en septiembre.
No debe engañarnos el hecho de la rápida
redacción del texto, ya que Zaratustra llevaba
ya un tiempo gestándose en la mente y en las
notas del filósofo. En concreto, Nietzsche habla
de agosto de 1881 como el momento en el cual
Zaratustra se le presentó y le sugirió la idea
central de la obra, el eterno retorno, merced a
la cual su vida se transformó profundamente:
“Voy a contar ahora la historia del
Zaratustra. La concepción fundamental de la
obra, el pensamiento del eterno retorno, esa
fórmula suprema de afirmación a que puede
llegarse en absoluto, -es de agosto del año
1881: se encuentra anotado en una hoja a
cuyo final está escrito: “a 6000 pies más allá
del hombre y del tiempo”. Aquel día caminaba
yo junto al lago de Silvaplana a través de los
bosques; junto a una imponente roca que se
eleva en forma de pirámide no lejos de Surlei,
me
detuve.
Entonces
me
vino
este
pensamiento.” (Nietzsche, 2008: 103)
Por esa época estaba viviendo en la
localidad Suiza de Sils-Maria, que era el lugar
que
reunía
las
mejores
condiciones
climatológicas para la delicada y sensible salud
del filósofo. Hacía dos años que había
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renunciado a su cátedra en la universidad de
Basilea, y se dedicaba a ir de ciudad en
ciudad en busca de un ambiente agradable
donde poder desarrollar su labor filosófica
con unas mínimas condiciones de salud. En
Sils-Maria encontró el lugar ideal donde
pasar el verano (de hecho, pasó los que le
quedaban de vida lúcida, con la excepción
del de 1882).
Nietzsche se encontraba en una fase de
plenitud vital y creativa desde hacía unos
meses; plenitud que ya había fructificado en
La gaya ciencia, terminada de redactar en
enero de 1882 y que culminaba con los
famosos aforismos 341 y 342, en los que por
primera vez nos habla del eterno retorno
(con las conocidas fórmulas de “El más
pesado de los pesos” e “Incipit tragoedia”).
En estos aforismos se puede ver el embrión
del Zaratustra (de hecho, el aforismo que
lleva por título “Incipit tragoedia” es casi
idéntico al inicio de Así habló Zaratustra).
2. El convaleciente
Antes de empezar con el desarrollo del
capítulo, es necesario analizar con algo más
de profundidad el título que lo encabeza. El
Diccionario de la Real Academia de la
Lengua2 define el adjetivo (también usado
como sustantivo) “convaleciente” mediante
la expresión “que convalece”. Por su parte,
el verbo intransitivo “convalecer” tiene dos
acepciones: “Recobrar las fuerzas perdidas
por enfermedad” y “Dicho de una persona o
de una colectividad: Salir del estado de
postración o peligro en que se encuentran”.
En alemán, el título es Der Genesende,
cuya traducción literal es “convaleciente”.
Ahora bien, si analizamos un poco la raíz y la
familia de palabras a la que pertenece,
surgen algunas curiosidades.3 Convalecer es
genesen, y convalecencia Genesung. Estas
palabras comparten la misma raíz que el
término bíblico Genesis, lo cual nos lleva a
pensar en un origen, en que nos
encontramos ante el momento en el que
surge algo nuevo, algo que no estaba antes.
Con estos datos lingüísticos podemos
hacernos una idea de lo que se nos va a
relatar en el texto. Vamos a ser testigos de
la superación de una enfermedad. Pero no
va a ser un mero restablecerse, un volver al
estado anterior a ella. Sino un proceso en el
que el que sale de la enfermedad sale
distinto, renovado, renacido. Vamos a asistir
2
Cf. Real Academia Española (2001). Existe versión online
con algunos añadidos y mejoras: http://buscon.rae.es/draeI/
3
Cf. Slabý y Grossmann (1983).
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al origen de algo, a su invocación, y no va a
ser algo automático, sino que va a requerir
un esfuerzo. ¿Cuál es la enfermedad de la
que se nos va a hablar? ¿Y qué es lo que va
a surgir de ella? Para responder a estas
preguntas hay que ir más allá del título.
3. El inicio
Al principio del texto nos encontramos a
Zaratustra en su caverna,4 tras regresar de
sus viajes en busca de discípulos que sepan
entender su mensaje. Allí se nos cuenta que
un día estaba en su lecho y de pronto saltó
de él “como un loco, gritó con voz terrible e
hizo gestos como si en el lecho yaciese
todavía alguien que no quisiera levantarse
de allí” (Nietzsche, 1973: 297). Algo le
despierta y le hace levantarse de forma
brusca. Además se nos habla de que hacía
unos gestos como si en su cama aún hubiera
alguien que no quisiera levantarse. Hay algo
que se mantiene dormido, que sigue ahí a
pesar de que Zaratustra ya está despierto,
algo que prefiere permanecer en un estado
de letargo, o que tal vez el propio Zaratustra
no quiera que despierte. Pero él se ha dado
cuenta de que existe este algo, y su
existencia le ha hecho saltar de su cama. Y
además, el hecho de que grite y haga
aspavientos indica que no es una presencia
cómoda y agradable para él, sino más bien
algo que le inquieta y le asusta. Tanto es así
que los animales que había escondidos en
las proximidades huyen despavoridos. Todos
menos dos, que son los animales de
Zaratustra: el águila y la serpiente, que
acuden a él asustados.
4. Los animales
No es casual que sean precisamente
estos dos animales los que eligen la
compañía de Zaratustra. Como señaló Martin
Heidegger, ambos pueden ser entendidos
como
símbolos
del
eterno
retorno
(Heidegger, 2005: 243ss). La imagen de su
primer encuentro es muy gráfica, ya que en
él Zaratustra divisa al águila en las alturas
volando en círculos. Y enrollada en su cuello
se encontraba la serpiente. Se puede
apreciar con claridad la circularidad por
todas partes de esta visión. El círculo es la
representación gráfica del eterno retorno,
que es la idea más pesada, la que más
cuesta de cargar. A esta idea de pesadez, de
carga, contribuye la verticalidad de la
4
Nótese la inversión del platonismo en este caso: Zaratustra
alumbrará su idea fundamental en el interior de una caverna.
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escena. Porque en ella, además de la
circularidad, aparece con claridad la línea
vertical en dos formas. La primera de ellas
es que el encuentro se produce al mediodía,
momento en el que los rayos del sol caen
sobre la tierra con menor inclinación. En
segundo lugar se encuentra la altura del
vuelo del águila. Así pues, tenemos los
círculos del eterno retorno allí arriba en lo
más alto, sobre nosotros, prácticamente en
nuestra vertical, cerniendo sobre nosotros su
sombra, amenazante y a la vez espléndida.
Tanto el águila como la serpiente son
animales solitarios, igual que Zaratustra,
que no se conforma con cualquier compañía.
Por ello se le presentan y se dignan a ser sus
animales, porque reconocen en él a un igual;
alguien capaz de subir a sus alturas y de
comprender el eterno retorno que son ellos
mismos, y que también sea capaz de asumir
la soledad, que es el lugar en el que se lo
podrá reconocer y asumir. Zaratustra, el
águila y la serpiente se copertenecen, cada
uno de ellos representa el vértice de un
triángulo cuyo centro es el eterno retorno.
Heidegger también señaló que el águila
representa el orgullo (que se mantiene a sí
mismo volando en las alturas, en soledad) y
la serpiente la inteligencia. Y están ahí para
recordar a Zaratustra aquello de lo que
nunca debe olvidarse, de su orgullo y de su
inteligencia, las cuales le llevarán por la vía
de la soledad en su camino, y que así le
impedirán caer en las redes de otros que
intenten dominarlo y llevarlo a su terreno.
Finalmente, es preciso apuntar, en la
línea de la crítica nietzscheana a la cultura
dominante y al cristianismo, así como en su
afán por invertir algunas de sus imágenes
fundamentales, el hecho de que uno de los
animales emblemáticos para Zaratustra sea
la serpiente. Es el animal que más
genuinamente representa el mal, el causante
del pecado original. Pero aquí, Nietzsche lo
utiliza como uno de los símbolos de su idea
principal, y como uno de los medios a traves
de los cuales se va a manifestar y a
representar.
5. La invocación
Una vez puesto en pie, Zaratustra habla:
“¡Sube, pensamiento abismal, de mi
profundidad! Yo soy tu gallo y tu
crepúsculo matutino, gusano adormilado:
¡arriba! ¡arriba! ¡Mi voz debe desvelarte ya
con su cantro del gallo!
¡Desátate las ataduras de tus oídos:
escucha! ¡Pues yo quiero oírte! ¡Arriba!
¡Ariba! ¡Aquí hay truenos bastantes para
22
que también los sepulcros aprendan a
escuchar!
¡Y borra de tus ojos el sueño y toda
imbecilidad, toda ceguera! Óyeme también
con tus ojos: mi voz es una medicina
incluso para ciegos de nacimiento.
Y una vez que te hayas despertado
deberás
permanecer
eternamente
despierto. No es mi hábito despertar del
sueño a tatarabuelas para decirles - ¡que
sigan durmiendo!
¿Te
mueves,
te
desperezas,
ronroneas? ¡Arriba! ¡Arriba! ¡No roncar
-hablarme es lo que debes! ¡Te llama
Zaratustra el ateo!
¡Yo, Zaratustra, el abogado de la vida,
el abogado del sufrimiento, el abogado del
círculo -te llamo a ti el más abismal de mis
pensamientos!
¡Dichoso de mi! Vienes -¡te oigo! ¡Mi
abismo habla, he hecho girar a mi última
profundidad para que mire hacia la luz!
¡Dichoso de mi! ¡Ven! Dame la mano
-¡ay! ¡deja! ¡ay, ay! -náusea, naúsea,
náusea- ¡ay de mí!” (Nietzsche, 1973: 297298)
Le está hablando a eso que percibe que
sigue en su lecho. Lo identifica como su más
abismal pensamiento, como la idea que está
en sus más oscuras profundidades. Y lo
conmina a subir a la superficie. Porque es el
más profundo, el que más hondo penetra en
cada uno de nosotros, el más transformador
e importante. También es, por lo tanto, el
pensamiento más peligroso. Además, se
percibe a sí mismo como el que debe
proclamarlo y contarlo al mundo. Él es el
gallo que con su canto va a anunciar la
llegada de un nuevo día, de un nuevo
amanecer.
Es necesario también destacar el papel
que juega el llamar “gusano adormilado” a
este pensamiento tan decisivo. El gusano es
un animal que suele vivir oculto, enterrado
en la propia tierra o en montañas de
desechos. La imagen clásica del gusano es la
de la podredumbre. Y al llamar gusano a su
pensamiento más abismal, Zaratustra nos
está diciendo que sólo puede crecer allí
donde se encuentre algún otro pensamiento
que ya no sea útil, muerto, desechado. De
esta forma, el gusano llegará y se
aprovechará de la podredumbre de las ideas
en su propio provecho.
El pensamiento abismal no es un
pensamiento cualquiera, que pueda convivir
con los demás. Es el fundamental, el más
transformador, y necesita de otros para
poder desarrollarse. Para que el gusano del
pensamiento más abismal pueda despertar,
es necesario que otros se hayan convertido
en nada, se hayan nihilizado. El nihilismo es
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Sergio González Bisbal
el medio para convertir en nada a las ideas.
Nietzsche
definió
en
sus
fragmentos
póstumos el nihilismo del siguiente modo:
“Nihilismo: falta la meta; falta la
respuesta al “¿por qué?” / ¿qué significa
nihilismo? - que los valores supremos se
desvalorizan.” (Nietzsche, 2006: vol. IV,
frag. 9[35])
Los valores supremos, los que habían
regido la vida hasta el momento, quedan
desvalorizados, es decir, dejan de ser
valores y pierden su fuerza directora. En
esta situación todo parece igual y no hay
nada que valga más. Se está en un mundo
aplanado, sin nada que destaque y donde
todo parece válido. Ello es consecuencia de
la muerte de Dios, que al desaparecer deja
al mundo huérfano de cualquier sustento
último. Dios ha dejado de ser el fundamento
del mundo, el garante de la Verdad y de los
valores en los que se basaba la vida.
Según Nietzsche, ese momento de la
muerte de Dios había llegado ya: se entraba
en una fase de nihilismo, de pérdida de
cualquier valor absoluto, con la consiguiente
desorientación que esto provocaba en la
cultura, acostumbrada durante siglos a los
fundamentos últimos.
Así
pues,
tenemos
a
Nietzsche
diagnosticando la situación del nihilismo, la
desvalorización de los valores supremos y la
muerte de Dios (que no son más que los tres
lados de un mismo triángulo). Ya está
identificado lo muerto, lo que se pudre. Pero
allí donde hay podredumbre no está todo
perdido. Hay posibilidades de sacar algún
beneficio, de trocar lo muerto en vida
(previa transformación, no se trataría de una
mera resurrección). Esta labor de trueque,
este hacer útil el desperdicio, es la tarea
propia del gusano, que se alimenta de lo ya
fallecido. Pero Zaratustra habla de gusano
adormilado. El gusano aún no ha empezado
con su trabajo, se encuentra en estado
larvario. Está ahí, pero su actividad
fundamental aún no ha comenzado. Y lo que
está haciendo Zaratustra con sus palabras es
activarlo, convocándolo al festín de la
transformación del cadáver de Dios y sus
valores en nueva vida. Heidegger interpreta
la figura del gusano adormilado como la
contraposición de la serpiente, que despierta
y confiada se eleva en círculos enrollada al
cuello del águila, en lugar de permanecer en
el suelo retorciéndose y sin hacer nada útil.
Se usa en todo este fragmento un
lenguaje que nos sugiere pasividad. En
primer lugar, el profeta se encuentra un
buen día con algo en su lecho. Algo que
resulta que es un pensamiento abismal. Se
puede entender que es una idea que estaba
en
los
niveles
más
profundos
del
subconsciente.
Pero
ante
esto
cabe
preguntar por la proveniencia de esta idea.
Tal y como se narra, parece como si se
hubiera presentado ante él de pronto, y por
lo tanto no lo reconoce aún como nada
propio. ¿De dónde viene y cómo ha llegado
hasta él?. Una posible respuesta sería que
esa idea es algo que está en todas partes,
que es una exigencia de la realidad. Pero
sólo cuando se está delante de esta realidad,
sin todas las capas de mitos, valores y
errores que denigran la verdadera estructura
de la vida, entonces es cuando se tropieza
con ella. Para que surja esta idea es
necesario que muera todo lo que está sobre
ella, todo lo que la oculta. Y entonces es
cuando cuenta con la materia necesaria para
empezar su desarrollo. Se trataría, por
tanto, de una idea que aparecería tras un
proceso
de
depuración
de
las
interpretraciones sobre la realidad, cuando
cada uno se acerca a ella sin anteojos, con
la mirada clara. Pero no se muestra a las
claras, sino que exige una activación. Hasta
el momento sólo hemos vista a Zaratustra
apercibirse de que la idea está su lecho. Pero
hace falta más, no basta con contemplarla.
Hay que activarla, asumirla, ponerla en
marcha, desarrollarla. Cuando viene a
nosotros, el pensamiento más abismal es
sólo un gusano adormilado. Nosotros hemos
de convertirlo en mariposa. La pasividad que
nos sugiere este texto en el fondo es una
llamada a la acción. Y a una acción que debe
realizarse en soledad, como señala el hecho
de que tras el grito de Zaratustra, todos los
animales de los alrededores huyan (todos
menos los suyos, que también son seres
solitarios).
Tras hablar del canto del gallo y de
haber llamado a ese penamiento abismal
gusano
adormilado,
Zaratustra
sigue
intentando levantar el pensamiento. Y
entonces enuncia una oscura frase:
“¡Aquí hay truenos bastantes para que
también
los
sepulcros
aprendan
a
escuchar!” (Nietzsche, 1973: 297)
Con los truenos puede estar refiriéndose
al ruido, al estruendo que hay en él, a todo
el movimiento de ideas y sensaciones que se
produce en su interior. Está claro que un
proyecto
tan
ambicioso
como
el
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nietzscheano, del cual Zaratustra es el
portavoz, ha de ser estruendoso, atronador.
Estos truenos son capaces de enseñar a
escuchar a los sepulcros. Los sepulcros son
el símbolo de lo muerto, de lo que por tanto
no puede oír. Volvemos a encontrarnos con
referencias a lo ya fallecido. Pero no basta
con enterrarlo y dejarlo reposar. Hay que
enseñarlo a escuchar, hay que hacer que
oiga lo que se propone, la vida que han
dejado atrás. Se puede interpretar esta frase
como la exposición de la necesidad que la
nueva doctrina tiene de la vieja, que no debe
quedar arrinconada sin más. En cierto modo,
su participación es necesaria en la
transformación, aunque sólo sea desde su
condición de muerta.
Le dice también al pensamiento que su
voz “es una medicina incluso para los ciegos
de nacimiento” (Nietzsche, 1973: 298). Al
calificarla como una medicina, nos está
dando a entrender que combate alguna
enfermedad. Y con lo ya dicho podemos
suponer que se trata de la enfermedad del
nihilismo y de la muerte de Dios, que ha
denunciado en los capítulos anteriores al que
nos
ocupa.
Resulta
llamativa
esta
consideración
del
nihilismo
como
enfermedad, puesto que estamos habituados
a considerar la enfermedad como un
fenómeno puramente biológico. Nietzsche,
en cambio, se coloca en otro plano a la hora
de hablar de enfermedad, ya que la entiende
como todo lo que atenta contra la vida, a la
cual tampoco hay que entenderla como el
hecho biológico. Se puede definir vida en
grandes trazos como la estructura íntima de
la realidad, como su latido interno. Todo lo
que responda a ella y la acreciente es sano,
y lo que la niegue o denigre es enfermo y
debilitante. Zaratustra es el que denuncia el
nihilismo, la caída de los valores supremos y
la muerte de Dios, que en último término
son síntomas terminales de la enfermedad
que ha afectado al mundo desde que se
estableció la interpretación moral del
mundo. Es también el que predica la
voluntad de poder, que es la verdadera
estructura de la realidad. Es por esto por lo
que se refiere a sí mismo como un médico,
porque su doctrina supone la cura de la
enfermedad
que
domina
todos
los
fenómenos humanos.
Culmina su llamada diciendo que él es
“el abogado de la vida, el abogado del
sufrimiento,
el
abogado
del
círculo”
(Nietzsche, 1973: 298).
Al hablar de la medicina que supone su
voz ya se ha apuntado que Zaratustra es el
defensor de la vida y todo lo que ello
supone. Una de las cosas que conlleva la
24
vida es el sufrimiento. No se lo debe
rechazar, ya que es un instrumento para el
acrecentamiento de la vida, para la
consecución de la voluntad de poder. Por eso
el que ama la vida ama también el
sufrimiento y lo acepta, incluso con alegría.
El sufrimiento al que se está refiriendo aquí
es más que físico, es anímico. La voluntad
de poder, que quiere más y más poder, se
encuentra con obstáculos en ese aumento de
poder. Ahí es donde surge el sufrimiento. El
sufrimiento es el signo de un reto puesto
ante la voluntad de poder. El enfermo se
asustaría ante él y se echaría atrás. El sano,
en cambio, reconocería lo que de reto hay
ante él, y se lanzaría de cabeza a intentar
superarlo. Por eso es necesario defender el
sufrimiento, porque en última intancia es un
banco de pruebas para comprobar quién es
más fuerte, quien está más acorde con la
realidad, con la voluntad de poder. En el
fondo, el que elige la vida elige el
sufrimiento, porque la una implica a la otra.
Pero Zaratustra también es abogado del
círculo, que no es otra cosa que el eterno
retorno. El círculo es el perfecto símbolo de
todo lo que retorna y no tiene fin. El círculo
es algo cerrado en sí mismo, que no necesita
de nada ajeno a él para completarse. El
círculo es también el símbolo del mundo de
Zaratustra, un mundo que no precisa de
ninguna entidad trascendente que lo
justifique (unas líneas antes del punto en el
que estamos, Zaratustra se califica de ateo)
y que se encuentra impregnado de vida, que
es vida en sí mismo.
Llegados a este punto, es cuando
empieza a sentir que el pensamiento abismal
sube y se acerca a él. Asciende a la
superficie, va a poder estar cara a cara con
él. Y Zaratustra se alegra, se siente feliz por
ello. Pero en el momento en que lo va a
tomar en las manos, que va a verlo
definitivamente, empieza a sentir náuseas y
se lamenta con un ¡ay de mi!. La idea es
desagradable. Ni siquiera el que se supone
que es su portavoz ideal puede resistir lo
nauseabunda que es.
6. La enfermedad
Después del ascenso desde los abismos
de la idea más profunda y de su acceso de
náusea, Zaratustra cae al suelo desfallecido.
Al volver en sí, se encuentra tan débil que
no quiere ni levantarse ni comer ni beber.
Sus animales permanecen a su lado
expectantes, y sólo lo abandona el águila
para ir a recoger algo de comida al exterior
de la caverna. Lo que trae lo va dejando al
lado de Zaratustra, para que lo tenga a
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mano si le apetece comer algo. Pero él sigue
ahí tendido, y poco a poco se ve rodeado de
frutos y presas que el águila le va trayendo.
Algo está ocurriendo para que Zaratustra, el
abogado de la vida, se deje ir de este modo.
Se encuentra ante algo pesado, tedioso,
capaz de debilitar al más fuerte y al más
preparado para ello. Tal vez se trate de una
lucha interior entre él y el pensamiento
abismal, lucha que lo tiene exhausto y que
no culminará hasta que el profeta lo venza y
lo haga suyo.
Destaca la actitud que toman los
animales ante la enfermedad de Zaratustra.
Se quedan a la espera, lo contemplan, pero
no actúan. No intentan curarlo, no lo
animan, tan sólo se limitan a aportarle lo
mínimo para que siga con vida si es que él
quiere seguir viviendo. Como más adelante
demostrarán, parece que saben qué es lo
que le está ocurriendo, y se quedan
esperando a que la dolencia se desarrolle
según su curso natural. Esto no es más que
otra muestra de la soledad intrínseca de la
idea más profunda y del que se atreva a
pensarla. Es algo que cada uno debe pasar
por sí mismo y en sí mismo, sin ninguna
clase de ayuda externa. Zaratustra se
encuentra más solo que nunca.
La enfermedad dura siete días. Tras este
período
Zaratustra
da
muestras
de
recuperación al volver a tomar alimento. No
es difícil comprender el valor simbólico de
estos siete días. Dios creó el mundo en seis
días y el séptimo descansó. Zaratustra está
enfermo seis días y el séptimo empieza a
cobrar fuerzas. No se trata sólo un recurso
estilístico para darle más fuerza al relato,
sino que está mostrando que el momento en
el
que
nos
encontramos,
con
la
confrontación con este pensamiento abismal
y la subsiguiente enfermedad, es un
momento originario, un punto de inflexión,
un instante tan importante y al mismo nivel
que la creación del mundo. Siguiendo en la
línea de la simbología bíblica se encuentra la
aparición de la manzana. El águila le trae
manzanas a su lecho (también le trae dos
corderos), y es lo primero que Zaratustra
toma en sus manos para comer. El fruto del
árbol de la ciencia del Bien y del Mal es
comido por el que está más allá del Bien y
del Mal al recuperarse de la enfermedad más
grave, al salir a la superficie de un nuevo
mundo. Y siguiendo con las inversiones
nietzscheanas, resulta que las manzanas se
las trae el águila, sin que la serpiente, que
es el animal que en el Génesis da de comer
a Eva la manzana, intervenga para nada.
Sergio González Bisbal
Heidegger identifica otros elementos
simbólicos. Uno de ellos es el hecho de que
sea él águila la que va en busca de comida.
Como ya se ha dicho, el águila representa el
orgullo. Y que sea ella la que va a por
alimento representa que el orgullo no
abandona a Zaratustra, que a pesar de su
postración, su orgullo sigue activo. La
serpiente
símbolo
de
la
inteligencia,
permanece al margen. Al parecer, lo que
ocurre no es un asunto de inteligencia. Otro
simbolismo es el papel de los colores de los
frutos que se amontonan alrededor de su
lecho, el amarillo y el rojo, que simbolizan el
eterno retorno y la voluntad de poder,
respectivamente.
Se puede ver cómo en la enfermedad,
que en apariencia es algo desagradable y
nada positivo, se está desarrollando una
lucha importantísima entre el personaje y el
pensamiento abismal. Y en esta lucha surge
toda una nueva concepción sobre el mundo.
Es un momento traumático, pero que se
abre a un nuevo mundo. Se trata, como el
paralelo señalado entre el texto y los pasajes
bíblicos sugiere, de un nuevo génesis. Es el
punto de mayor debilidad, pero inaugura el
de mayor fortaleza.
7. El diálogo
En el instante en que Zaratustra toma la
manzana y se incorpora, sus animales creen
llegado el momento de romper su silencio
expectante y hablar. Le animan a levantarse
y a dirigirse al mundo. Hablan como si
supieran lo que le ha estado ocurriendo a su
compañero, creyendo que ya está listo para
dialogar sobre ello:
“Oh Zaratustra, dijeron, hace ya siete
días que estás así tendido, con pesadez en
los ojos: ¿no quieres por fin ponerte otra
vez de pie?
Sal de tu caverna: el mundo te espera
como un jardín. El viento juega con densos
aromas que quieren venir hasta ti, y todos
los arroyos quisieran seguirte en su
carrera.
Todas las cosas sienten anhelo de ti,
porque has permanecido solo siete días,
-¡sal fuera de tu caverna! ¡Todas las cosas
quieren ser tus médicos!
¿Es que ha venido a ti un nuevo
conocimiento, un conocimiento ácido,
pesado? Como masa acedada yacías tú ahí,
tu alma se hinchaba y rebosaba por todos
sus bordes.” (Nietzsche, 1973: 299)
Tal y como apunta Heidegger, parece
que los animales de Zaratustra sólo pueden
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hablar sobre el eterno retorno, que es lo que
representan y lo que, en cierto modo, son
ellos mismos. Pero el filósofo alemán
también apunta que el pensamiento abismal
que ha pensado Zaratustra, y que los
animales intuyen y representan, es tan
profundo y tan necesitado de soledad, que
no puede ser expresado con claridad. Nos
encontramos, pues, ante un diálogo muy
especial,
ya
que
ninguno
de
los
interlocutores podrá expresar en ningún
momento con claridad lo que quiere decir
sobre lo que cree saber, puesto que, al ser
una experiencia solitaria (tal vez más que
del pensamiento, esta idea abismal deba ser
objeto de la experiencia), cada uno es dueño
de su modo de vivirla, y cree que la posee
en su verdad, sin saber hasta qué punto
otros la vivirían igual. Será pues, un diálogo
velado y simbólico, en el que no todo será lo
que parece y en el que la claridad se
mezclara y confunduirá con la oscuridad.
En efecto, un nuevo conocimiento ha
llegado a la mente del profeta, y es un
conocimiento que ha hinchado su alma y la
ha hecho rebosar. Se trata de un
conocimiento pesado e indigesto. Los
animales invitan a Zaratustra a salir de su
cueva y dirigirse al mundo. Le dicen que las
cosas le están esperando, que todo quiere ir
a él, que “todas las cosas quieren ser tus
médicos”. El remedio que le prescriben para
aliviar la pesadez es salir al mundo, dirigirse
a las cosas. No se trata de una salida real,
sino, por decirlo de un modo sencillo, de una
disolución en el mundo, de un mero
perderse en las cosas. Lo que los animales le
sugieren es volcar el nuevo conocimiento en
el mundo, sembrarlo, cuidarlo, hacer de él
un nuevo jardín. Tomar las cosas tal como
son y darles un nuevo aspecto. Perderse en
ellas.
Pero Zaratustra no aprueba del todo las
palabras de sus animales. Las califica de
parloteo, a pesar de lo cual insta a que sigan
con él, porque le parece reconfortante y
porque gracias al parloteo el mundo se
puede presentar como un jardín. Aunque
esto se puede tomar como una crítica a las
palabras de sus animales, que lo es, debe
también entenderse como una crítica al
lenguaje en general, que en el fondo no es
más que palabrería vacía mediante la cual el
mundo viene a nosotros como si fuera un
jardín, como si se tratara de un terreno real
que hay que cuidar y con el que nos
tenemos que manejar tal cual se aparece,
pero que al mismo tiempo es agradable y
apacible, como lo es un jardín. Las palabras
nos traerían las realidades que expresan, y
así podemos trabajar con ellas. Esta es la
26
ficción agradable que el uso habitual de las
palabras nos trae, pero que en realidad no
es más que puro vacío, pura imagen ficticia.
Los animales le hablan a Zaratustra bajo
la concepción tradicional del lenguaje. Pero
él parece tener otra visión, y por eso les dice
que parlotean. Ellos creen que están ante un
igual, que ya sabe lo que ellos representan y
que también creen saber. Pero Zaratustra
percibe las diferencias que hay entre ellos,
que es fruto del proceso que acaba de vivir y
también de la soledad en que lo ha vivido.
Zaratustra prosigue:
“A cada alma le pertenece un mundo
distinto; para cada alma es toda alma un
trasmundo.
Entre las cosas más semejantes es
precisamente donde la ilusión miente del
modo más hermoso; pues el abismo más
pequeño es el más difícil de salvar.
Para mí -¿cómo podría haber un fuerade-mí? ¡No existe ningún fuera! Mas esto lo
olvidamos tan pronto como vibran los
sonidos; ¡qué agradable es olvidar esto!
¿No se les han regalado acaso a las
cosas nombres y sonidos para que el
hombre se reconforte en las cosas?
Una hermosa necedad es el hablar: al
hablar el hombre baila sobre todas las
cosas.
¡Qué agradables son todo hablar y
todas las mentiras de los sonidos! Con
sonidos
baila
nuestro
amor
sobre
multicolores arcoiris.” (Nietzsche, 1973:
299)
En este fragmento se continúa con la
crítica al lenguaje, pero desde una
perspectiva distinta a la empleada hasta
ahora. Ya no se habla desde el lenguaje
mismo, sino a partir del hablante y de su
posición en el mundo respecto a los otros
entes. Cada uno de nosotros es un punto
central en el mundo. Todo lo que llamamos
mundo pasa por nosotros, por nuestra
mente, sólo así podemos dar cuenta de ello,
ya que si no pasa por nosotros, no hay
forma de saber ni de decir nada.
Ciertamente hay cosas externas, pero
nosotros elaboramos los datos que de ellas
percibimos según nuestros intereses y
nuestro modo de estar en el mundo (en ello
se pueden combinar múltiples influencias,
ideológicas, históricas, e incluso biológicas,
entre otras muchas). Todo lo vemos a través
de nuestros filtros. Y, por lo que dice
Zaratustra, cada uno tenemos nuestros
propios filtros, no hay posibilidad de
objetividad en estos temas, puesto que eso
supondría considerar las almas como algo
objetivo, lo cual iría contra la naturaleza
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27
misma de las almas, que son pura
subjetividad. Así pues, resulta que todo es
desconocido para nosotros, y sólo lo
contemplamos en nuestra subjetividad.
Nietzsche lo expresa hablando de mundos. A
cada alma le corresponde un mundo,
derivado de su propia dinámica interna. Por
eso ante una misma situación, dos personas
adoptan posturas distintas. Pero esos
mundos son incomunicables, hay un abismo
entre ellos. Y sucede los abismos más
pequeños son los más difíciles de salvar.
Estos abismos pequeños se dan entre lo que
es más semejante. Y al hablar así,
Zaratustra se está refiriendo a él y sus
animales. Están muy próximos entre sí, son
muy
semejantes
y
albergan
en
sí
pensamientos parecidos. Por eso los
animales le hablan con conocimiento de lo
que le ocurre, le tratan como un igual. Pero
Zaratustra se da cuenta de que hay algunas
diferencias entre ellos, de que no son tan
parecidos como parece. A pesar de las
apariencias, sigue habiendo un abismo entre
ellos, y es el más difícil de salvar porque, al
no ser percibido, siempre se cae en él.
Las implicaciones del discurso de
Zaratustra van más allá de lo lingüístico. Son
un llamamiento a vivir de otro modo las
cosas, y se pueden considerar un ataque
frontal al modo en el que nos movemos
habitualmente en la existencia, y a como se
ha hecho la filosofía. Al resaltar la
incomunicabilidad de las almas, está
reconociendo la soledad existencial en la que
estamos, lo cual implica que vivimos por
nosotros mismos y para nosotros mismos.
Ninguna comunicación es posible. Las artes
y las ciencias habían sido hasta el momento
medios de comunicación de ideas y
sentimientos. Pero ahora que no hay
posibilidad de entendimiento esencial, sólo
pueden aspirar a ser manifestaciones de las
almas, expresiones que no llegarán a ser
entendidas al cien por cien por los que
quieran acercarse a ellas. El reconocimiento
de la soledad existencial debería impulsarnos
a acumular mundo, a hacer un mundo cada
vez mayor y más complejo. Pero no de un
modo intelectual y frío, sino desde la
vivencia íntima, desde la experiencia vital
más profunda. Lo que pensemos (lo que
vivamos) debe calar en lo más hondo, no
puede quedarse en nuestra superficie. Y
mucho menos debe servir como mero afán
de contacto con los demás, puesto que en
sentido estricto, sólo nosotros podemos
comprendernos (y ni siquiera eso, porque ya
hemos visto como Zaratustra un día se
Sergio González Bisbal
encuentra ante algo que le asusta y que no
reconoce como propio).
A pesar de todo, Zaratustra se expresa
lingüísticamente. Y por eso los animales, al
responderle y seguir hablando igual que al
principio, denotan no haber entendido gran
cosa de lo que se les ha dicho, porque cada
uno sigue en su lado del abismo sin poder
traspasar al otro lado, y las palabras sólo
pueden crear la ficción de una comunicación
que es imposible. Los animales continúan
hablando de la igualdad que existe entre
ellos y Zaratustra, y cómo las cosas bailan
para ellos, redundando en el parloteo que les
ha reprochado el humano. Pero a pesar de
ello aportan nueva información. Empiezan a
hablar acerca de la idea que creen compartir
y sobre la que sienten que está dispuesto a
aceptar y poder conversar:
“Oh Zaratustra, dijeron a esto los
animales, todas las cosas mismas bailan
para quienes piensan como nosotros:
vienen y se tienden la mano, y ríen, y
huyen, y vuelven.
Todo va, todo vuelve; eternamente
rueda la rueda del ser. Todo muere, todo
vuelve a florecer, eternamente corre el año
del ser.
Todo se rompe, todo se recompone;
eternamente la misma causa del ser se
construye a sí misma. Todo se despide,
todo vuelve a saludarse; eternamente
permanece fiel así mismo el anillo del ser.
En cada instante comienza el ser; en
torno a todo “aquí” gira la esfera del “allá”.
El centro está en todas partes. Curvo es el
sendero de la eternidad.” (Nietzsche, 1973:
299-300)
En estas líneas se encuentra la
formulación que los animales hacen del
eterno retorno que ellos representan. Se
utilizan varias imágenes que no hacen más
que remarcar el aspecto circular de la
realidad (rueda, año, anillo, esfera, curva),
el hecho de que todo vuelve y ha de volver,
porque el ciclo es eterno. Esta concepción
del eterno retorno no es ninguna novedad,
ya que ha habido otros autores y
movimientos que la han expresado. Se la
puede denominar perspectiva temporal del
eterno retorno. Con ella se rompe la
linealidad del tiempo judeocristiano, que
parte de un punto inicial (creación) y está
destinada a tener un final (el juicio),
rompiendo con ella todo su sistema de
valores. Si todo retorna, las teorías sobre el
pecado, la culpa y su perdón, así como el fin
del mundo y la observación estricta de las
normas morales divinas no tienen ningún
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Factótum 8, 2011, pp. 20-35
sentido. Y esto es lo que buscaba Nietzsche
al retomar la doctrina del eterno retorno.
Pero la perpectiva temporal del eterno
retorno la exponen los animales, no
Zaratustra, que es, como hemos visto y él
mismo ha dicho, el portavoz del círculo. Y
también sabemos que él les ha acusado de
parlotear, de pasar superficialmente sobre
las cosas. Es, pues, de esperar que
Zaratustra tenga cosas más profundas e
interesantes que decir acerca de este
pensamiento
abismal.
Porque
este
pensamiento es el más pesado y ha
provocado la enfermedad del profeta, lo cual
no es muy congruente con la aparente
ligereza que causa el saber que no hay culpa
en el mundo y que tampoco hay castigo. Es
precisamente esta ligereza lo que les
reprocha a sus animales. De sus palabras se
desprende que han tomado el asunto a la
ligera, que no han captado la idea en toda su
profundidad. Por eso les acusa de haberla
convertida en una canción de organillo, en
una melodía alegre, sencilla y repetitiva.
Zaratustra reconoce que sus animales
saben lo que le ha ocurrido, que conocen lo
que ha vivido. Pero no lo saben todo:
“¡Oh
truanes
y
organillos
de
manubrio!, respondió Zaratustra y de
nuevo sonrió, qué bien sabéis lo que tuvo
que cumplirse durante siete días.
¡Y cómo aquél monstruo se deslizó en
mi garganta y me estranguló! Pero yo le
mordí la cabeza y la escupí lejos de mí.5
Y vosotros, -¿vosotros habéis hecho ya
de ello una canción de organillo? Mas ahora
yo estoy aquí tendido, fatigado aún de ese
morder y escupir lejos, enfermo todavía de
la propia redención.
¿Y vosotros habéis sido espectadores
de todo esto? Oh, animales míos, ¿también
vosotros sois crueles? ¿Habéis querido
contemplar mi gran dolor, como hacen los
hombres? El hombre es, en efecto, el más
cruel de todos los animales.” (Nietzsche,
1973: 300)
El pensamiento abismal, el eterno
retorno, es una idea que requiere esfuerzo
para ser dominada. Hay en esta idea algo
mortal, algo enfermizo. Pero sólo mediante
el propio esfuerzo es posible hincarle el
diente y neutralizarla. Y por lo que dice
Zaratustra, su estado de postración se debe
5
Hace referencia al capítulo de esta misma tercera parte
titulado “De la visión y el enigma”, en el que Zaratustra contempla
cómo un pastor al cual, mientras duerme, se le mete una
serpiente en la garganta, ahogándolo. Zaratustra ordena al pastor
que muerda la cabeza de la serpiente, porque es el único modo
de librarse de ella. El capítulo abunda en imágenes acerca del
eterno retorno, y en cierto modo constituye un preludio para el
que nos ocupa.
28
a ese esfuerzo, y no tanto a la enfermedad
que lleva consigo el eterno retorno. De ello
se trasluce que hay dos formas de integrar
el eterno retorno. La primera de ellas es
pasiva, dejarse llevar por ella y sucumbir a
su fuerza (por lo dicho hasta el momento, se
intuye que esto es lo que han hecho los
animales). La segunda es apercibirse de la
situación y asumirla, y responder en
consecuencia arrancando de un mordisco la
cabeza a la serpiente que asfixia. En el
primer modo se sucumbe, y en el segundo
se sale más fuerte, habiendo dominado a la
serpiente del eterno retorno.
Zaratustra acusa a sus animales de
haberse quedado contemplando su penuria,
sabiendo de antemano lo que estaba
ocurriendo, pasando con ligereza por encima
de su dolor. Les reprocha que hacen lo
mismo que los hombres: pararse a mirar sin
hacer nada. Ciertamente poco podían hacer,
porque ya hemos dicho que el trabajo era
exclusivo de Zaratustra. Pero aquí se trata
de denunciar una actitud ante el mundo, la
de la pura contemplación. Y es que de nada
sirve estar ante las cosas sin sentirse
afectado por ellas, creerse por encima de
todo, como si nada fuera con nosotros. Pero
si estamos en un único mundo, sin
trasmundos posibles, no hay otro modo de
existir que estando en él. Por eso no cabe la
actitud contemplativa. Una idea de la
magnitud del eterno retorno no puede ser
simplemete mirada como quien ve una
representación
teatral.
Debe
ser
experimentada de continuo, como una
realidad siempre presente y que nos afecta
en todo momentro. Ello nos empieza a poner
tras la pista de la verdadera comprensión
que tiene Zaratustra del asunto. A esta
actitud de los animales, que él hace
extensiva a los hombres, la llama crueldad,
y en seguida afirma que el hombre es el más
cruel de todos los animales porque lo que
más le gusta es asistir a tragedias. De ello
podemos deducir que lo que ha vivido
Zaratustra es un suceso trágico. Parece que
los seres humanos, a lo largo de la historia,
han sentido una gran complacencia al
contemplar el dolor ajeno. Y no sólo en el
ajeno, porque también a lo que hay en cada
uno de pecado y de carga, también a eso le
ha regocijado denunciarlo y denigrarlo.
Empezamos a ver con más claridad qué
es lo que Zaratustra ha pensado y ha vivido.
La crueldad del ser humano consiste en
querer eliminar una parte de sí mismos, y
además con agrado. Esa parte que se
pretende anular es la que ha sido asociada al
Mal, aunque al final el impulso vital se
impone, y se encuentra en el desprecio a la
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29
Sergio González Bisbal
vida un placer y una voluptuosidad
especiales, análogos a los que se sentirían
aceptando lo que se desprecia. Pero
Zaratustra conoce muy bien el juego en el
que ha entrado, y no se deja atrapar por él.
Porque con lo que dice, podría hacérsele
pasar por acusador a él mismo, como si
fuera un figura más que señala y acusa y
desprecia a los hombres por despreciar la
vida:
“Yo mismo -¿quiero ser con esto el
acusador del hombre? Ay, animales míos,
esto es lo único que he aprendido hasta
ahora, que el hombre necesita, para sus
mejores cosas, de lo peor que hay en él
-que todo lo peor es su mejor fuerza y la
piedra más dura para el supremo creador;
y que el hombre tiene que hacerse más
bueno y más malvado:
El leño de martirio a que yo estaba
sujeto no era el que yo supiese: el hombre
es malvado, -sino el que yo gritase como
nadie ha gritado aún:
“¡Ay, qué pequeñas son incluso sus
peores cosas!¡Ay, qué pequeñas son
incluso sus mejores cosas!”
El gran hastío del hombre -él era el
que me estrangulaba y el que se me había
deslizado en la graganta: y lo que el
adivino había profetizado: “Todo es igual,
nada merece la pena, el saber estrangular”
Un gran crepúsculo iba cojeando
delante de mí, una tristeza mortalmente
cansada, ebria de muerte, que hablaba con
una boca bostezante.
“Eternamente retorna él, el hombre del
que estás cansado, el hombre pequeño”
-así bostezaba mi tristeza y arrastraba el
pie y no podía adormecerse.
En una oquedad se transformó para mí
la tierra de los hombres, su pecho se
hundió, todo lo vivo convirtióse para mí en
putrefacción humana y en huesos y en
caduco pasado.
Mi suspirar estaba sentado sobre todos
los sepulcros de los hombres y no podía
ponerse de pie; mi suspirar y mi preguntar
lanzaban
presagios
siniestros
y
estrangulaban y roían y se lamentaban día
y noche:
-”¡Ay, el hombre retorna siempre! ¡El
hombre pequeño retorna siempre!”Desnudos había visto yo en otro
tiempo a ambos, al hombre más grande y
al hombre más pequeño: demasiado
semejantes entre sí, -¡demasiado humano
incluso el más grande!
¡Demasiado pequeño el más grande! ¡Este era mi hastío del hombre! ¡Y el eterno
retorno también el más pequeño! - ¡Este
era mi hastío de toda existencia!.
Ay, ¡náusea! ¡náusea! ¡náusea! -Así
habló Zaratustra, y suspiró y tembló, pues
se
acordaba
de
su
(Nietzsche, 1973: 301-302)
enfermedad.”
Zaratustra no es
ningún acusador,
puesto que ha comprendido que todo es
necesario, tanto lo mejor como lo peor del
ser humano. Que si se quiere alcanzar la
grandeza, la bajeza es necesaria, y cuanta
más bondad se quiera alcanzar, más maldad
será necesaria. Una vez entendido esto, no
hay reproche posible, tan sólo la descripción
de que el ser humano ha sido cruel y ha
querido eliminar de sí mismo lo que no le
agradaba y lo que no podía eliminar de su
seno. A la luz del eterno retorno, esto quiere
decir que todo es necesario, que tanto vale
lo mejor como lo peor, y que lo uno y lo otro
no tienen ningún sentido final (puesto que
no hay ninguna meta en un tiempo cíclico).
Ello conduce a un camino de sinsentido y de
empequeñecimiento de todo lo real frente a
la realidad misma del eterno retorno, porque
en el fondo lo que ocurre ya ha ocurrido
miles de veces y ocurrirá otras tantas. Ante
esto, una interpretación superficial como la
que se trasluce de las palabras de los
animales llevará a una consideración
epidérmica de la realidad, puesto que todo
da igual y no hay que responder a un fin
último, de lo cual se puede derivar una
cierta “alegría de vivir”. Así es posible que
las cosas se presenten como un jardín y nos
podamos alegrar de ello, porque en el fondo,
el mundo no tiene nada que ver con
nosotros y nuestra responsabilidad. Pero
Zaratustra no se ha cansado de repetir que
la idea del eterno retorno es la carga más
pesada, y es la que le ha provocado su
enfermedad, que por fin nos es revelada con
claridad. Y precisamente tiene que ver con
este sentimiento de ligereza que genera el
eterno
retorno
tomado
con
poca
profundidad. Lejos de presentarnos un
mundo
vacío
de
sentido
y
sin
responsabilidad, el eterno retorno nos aporta
el sentido y la responsabilidad. Por eso es
una
carga
tan
poco
llevadera.
La
interpretación temporal, laxa, no es más que
un mero bálsamo, demasiado parecida en su
significado a las concepciones dualistas (es
decir, que trasladan el centro a otro lado y
no asumen la responsabilidad última,
dejándola para el sinsentido o para la
divinidad y el mundo ideal), se queda al
margen, sólo contempla lo que ocurre. Pero
Zaratustra, con su enfermedad vive la
situación, experimenta en toda su crudeza
esta interpretación laxa.
Llegado es el momento de exponer la
enfermedad. Hasta ahora la hemos intuido,
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Factótum 8, 2011, pp. 20-35
hablado
sobre
ella,
pero
aún
no
diagnosticado. Zaratustra lo dice con
claridad. Su enfermedad era el hastío del
hombre. Despreciaba lo que de pequeño
había en él, y por ello quería eliminarlo.
Aborrecía al hombre por lo que de pequeño y
débil había en él. Hubiera preferido
eliminarlo antes que aceptar esa dimensión
negativa que él percibía en los humanos. No
hace falta decir que lo negativo para
Zaratustra no es lo mismo que el pecado y la
cruz de la que ha hablado antes. Más bien lo
contrario, lo malo que le ve es precisamente
la denigración de lo pecaminoso. Este es el
mal que Zaratustra condena. Y a partir de él
condena a toda la humanidad. Pero en el
fondo no hace más que comportarse igual
que todos los despreciadores de la vida,
negando una de las potencias de la vida, a
saber, la de lo nocivo y negativo, sin la cual
no es posible aspirar a la mejora. En el
fondo, Zaratustra era tan nihilista como los
nihilistas que él denunciaba.
La enfermedad de Zaratustra es, pues,
anterior al momento en que cae al suelo de
su caverna después de hacer venir a él, de
hacer subir al primer plano a su
pensamiento más abismal. En ese instante
es
cuando
empieza
el
proceso
de
convalecencia. Al convocar la idea del eterno
retorno, ésta se le metió en la garganta, y le
asfixiaba. Porque no podía soportar el
pensar que los hombres pequeños, los
débiles que tan poco le agradaban y sobre
los que ponía el peso del nihilismo fueran
necesarios. Tan necesarios como los fuertes
hacia los que él aspiraba. Por eso el eterno
retorno lo asfixia. Sólo ve ante sí la
decadencia que representa y que trae con él
lo débil. Por eso abundan las imágenes
oscuras, en las que nos habla de vacío, de
crepúsculo,
tristeza,
putrefacción,
oquedades o de sepulcros.
Poco a poco, Zaratustra se sumergía en
la oscuridad, se dejaba llevar por ese
sentimiento, arrastrado por el nihilismo, que
le hacía imposible asimilar la idea de que lo
más insignificante y decrépito del hombre
debía retornar, que de nada servía intentar
eliminarlo, puesto que iba a volver. Todo,
pues es necesario, de nada nos podemos
desprender. Todo retorna, todo debe
retornar. De nada sirve lamentarse y
retorcerse en el lecho del cómo deberían ser
las cosas, sin atender al cómo son.
Ante
esta
situación
caben
tres
posibilidades, que son, a su vez, las tres
respuestas que se puede dar al nihilismo. La
primera de ellas es dejarse asfixiar, dejar
que la serpiente del eterno retorno acabe
con nosotros, abandonarnos a ella. De este
30
modo sólo conseguimos seguir en el mismo
movimiento que tanto se critica, el de
intentar negar algo que está ahí y que es
necesario, puesto que nada de lo que
hagamos podrá eliminarlo. Otra posibilidad
es la de una aceptación débil, que se limite a
reconocer la realidad del movimiento circular
del tiempo, pero que no vaya más allá de
ello, que se quede contemplando al margen
el sinsentido, como si la cosa no fuera con
nosotros. La tercera y última opción es la de
una aceptación en sentido fuerte. Con ella
aceptaríamos las implicaciones que el eterno
retorno lleva consigo, cargaríamos con él y
lo llevaríamos a todas partes, convirtiéndolo
en parte de nuestra existencia, en nuestra
existencia misma. Este sentido existencial es
el que Zaratustra desarrolla. Él acepta el
eterno retorno, acepta la necesidad de lo
mejor y de lo peor, muerde la cabeza de la
serpiente que lo está asfixiando, liberándose
así de la enfermedad. Sólo a partir del
momento en que da la dentellada es posible
la recuperación. Si no se da el mordisco, se
continúa enfermo hasta la aniquilación. La
aceptación no es un simple sí, como el que
afirma que está ocurriendo algo ahí fuera.
Se trata más bien de un sí quiero, de la
aceptación desde la propia voluntad, desde
el deseo de que las cosas sean así. No se
trata,
pues,
de
una
cuestión
de
reconocimiento de la realidad, sino de
voluntad de que la realidad sea así. De este
modo se consigue trasladar la aceptación de
lo meramente externo a la interioridad del
sujeto, que queda así convertido en un puro
movimiento de voluntad. Porque en último
término, incluso el sujeto forma parte de la
realidad y está sujeto al eterno retorno, y
por lo tanto hay que aceptarlo con el
consabido “sí, quiero”. Así todo queda
reducido a la voluntad. Y en esto radica la
carga del eterno retorno, en que en un
mundo circular, la única forma de vivir
auténticamente es la de la pura afirmación
de la voluntad. El quedarse mirando o el
dejarse llevar son opciones negativas, que
niegan la estructura íntima de la realidad,
que es circular, que se mueve en un ciclo en
el que todo vuelve otra vez. En el no aceptar
hay un acto de dejación, de sometiminto a la
realidad,
y
por
lo
tanto
hay
empequeñecimiento y debilitación. El modo
de escapar a la sumisión es la voluntad,
convertirlo todo en un querer, hacer que
cada momento, cada acto o cada decisión
sean el fruto de la voluntad, que quiere que
lo hecho suceda. Así es como la voluntad se
convierte en el fundamento del mundo y del
tiempo, puesto que todo deriva de ella y de
su acto de aceptación.
CC: Creative Commons License, 2011
31
Estos planteamientos implican la idea de
la responsabilidad. Porque la aceptación de
Zaratustra es un hacerse responsable de
todo. Al dar nuestro sí quiero nos colocamos
al mundo a nuestras espaldas. Y no se trata
de un sí que se dé de una vez y valga para
siempre, sino que es un sí que debe
renovarse ante cada situación y ante todo.
Es un continuo sí, una afirmación eterna.
Nos encontramos así ante un nuevo rostro
del eterno retorno. Un nuevo rostro que es
no tanto temporal como existencial. No se
trata ya de que el tiempo sea circular y todo
se repita en un ciclo interminable. Sino que
ahora lo que se destaca es que cada
momento es un punto en el que el pasado y
el futuro se examinan. Todo viene a este
punto-ahora.6 Y como cada ahora es distinto
del anterior, porque el tiempo pasa, cada
instante es fuente de afirmación de todo lo
pasado y de todo lo que está por llegar, que
por lo tanto se repite de continuo, bien en
forma de pasado, de presente o de futuro. El
tiempo queda comprimido así en cada
instante, recogiendo en sí la totalidad de los
acontecimientos (de modo directo la propia
existencia, pero también todo lo demás), y
el eterno retorno sería el movimiento de la
voluntad, que debe, de forma contínua,
querer y afirmar la totalidad que cada puntoahora recoge. De este modo el eterno
retorno es independiente del tiempo y
compatible con una concepción circular de él
(que redundaría el aspecto cíclico) o con una
visión lineal como la judeocristiana.
Gracias al eterno retorno, Zaratustra se
está reponiendo de la enfermedad del
nihilismo, que le llevaba a negar una parte
necesaria y constitutiva de la realidad. El
nihilismo es aquí algo más que la situación
en la que los valores últimos han perdido
toda su fuerza conformadora del mundo, se
hace extensivo también a toda doctrina que,
igual que el platonismo y el cristianismo,
tenga como consecuencia la negación de
algo, el desprecio de algunos aspectos
desagradables y la aspiración a un mundo en
el que éstos no existan. A la larga, estas
doctrinas acaban conduciendo a la situación
de ausencia de valores, porque son
enfermizas y acaban arrastrando a la
humanidad a la muerte, a desear la nada
antes que a no desear una vez la propia
dinámica que en su interior se genera lleva a
una situación aparentemente sin salida. Para
llegar a este punto de convalecencia,
6
En el capítulo “De la visión y el enigma”, que como vemos
está muy relacionado con “El convaleciente”, se presenta ante
Zaratsutra la imagen del presente como el lugar en el que el
pasado y el futuro se encuentran y al cual acuden.
Sergio González Bisbal
Zaratustra ha tenido que pasar por la más
dura prueba, por la necesidad de tener que
aceptar la necesidad, eliminando cualquier
resto de enfermedad que quedara en él y
pudiendo así empezar a caminar hacia la
salud, que es un etrerno decir sí. En
apariencia, la enfermedad ha sido el período
de siete días que ha pasado postrado. Pero
ahora comprendemos que la enfermedad ha
estado allí siempre, y que la postración ha
venido por la percepción del engaño en el
que había vivido hasta el momento,
creyendo que estaba predicando ideas
contrarias a las mayoritarías, cuando en
realidad estaba jugando al mismo juego. El
eterno retorno ha funciopnado en él como un
remedio a la enfermedad. Pero un remedio
que puede llegar a ser peor que la
enfermedad, porque puede llevarnos a
cronificarla de forma profunda y hacerla
incurable. La resolución depende de la
voluntad de cada uno. No vale colocarse en
posición pasiva, como se haría con cualquier
medicina. Este remedio tiene un mecanismo
terapéutico diferente a todos los demás. Sin
la participación y colaboración del enfermo
no hay salida posible. La propia naturaleza
del eterno retorno así lo hace necesario. Y
no todos los hombres pueden llevar a cabo
la tarea de cargar voluntariamente sobre sus
espaldas todo el peso del mundo. Hacen
falta individuos especiales, capaces de
morder la serpiente del eterno retorno, de
despojarse de sí mismos y de darse a la
voluntad, de llevar a cabo lo que el amor fati
implica. Muchos sucumbirían ante tamaña
empresa. Pero eso sería necesario y no
debería ser motivo para eliminar a los
débiles. Pensar eso ya sería una mala
comprensión del asunto. Sólo sobre los
muchos fracasos podrían algunos pocos
superhombres elevarse hasta lo más alto.
Del mismo modo que hacen falta toneladas
de tierra para levantar una montaña y que
sólo una roca esté en lo más alto, así
ocurriría con la asunción del eterno retorno.
Cuantos más fracasados, mejor, más alta
será la montaña. Pero no debe esto
llevarnos a pensar en algún individuo
humano superior, sino que el superhombre
se trata más bien de una categoría
existencial, de un tipo que algunos
individuos encarnarían. Porque como se ha
intentado expresar, la asunción del eterno
retorno no es cosa de un sujeto, sino que es
un movimiento de voluntad. Además, el
amor que implica este acto impide al
superhombre desprenderse de los que no
han llegado a sus alturas. Tan sólo cabe
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hacia ellos agradecimiento y amor eternos
por ser su sustento y camino.
Cuando Zaratustra está recordando su
enfermedad y estremeciéndose con el
recuerdo de lo que ha aceptado, los
animales le interrumpen:
“¡No sigas hablando, convaleciente!
-así le respondieron sus animales, sino sal
afuera, a donde el mundo te espera como
un jardín.
¡Sal fuera, a las rosas y a las abejas y
a las bandadas de palomas! Y, sobre todo,
a los pájaros cantores: ¡para que de ellos
aprendas a cantar!
Cantar es, en efecto, cosa propia de
convalecientes; al sano le gusta hablar. Y
aún cuando también el sano quiere
canciones, quiere, sin embargo, distintas
canciones
que
el
convaleciente.”
(Nietzsche, 1973: 302)
Los animales persisten en hablar y en
pedirle a Zaratustra que salga, que se
vuelque en las cosas, que le están
esperando. Redundan en la imagen del
mundo como jardín. Pero añaden algo
nuevo. Mencionan el canto, y la necesidad
de que se aprenda a cantar de los pájaros.
Heidegger ve en esto un signo de que los
animales están cada vez más cerca de
Zaratustra,
de
que
empiezan
a
comprenderle. En cualquier caso, llama la
atención la distinción que hacen entre los
sanos y los convalecientes y sus distintas
necesidades.
¿En
qué
radica
esta
diferencia?. El convaleciente es el que
empieza a estar sano, el que está dejando
atrás la enfermedad, pero que en cierto
modo aún sigue bajo su influjo. El sano, en
cambio, no tiene enfermedades a la vista, no
se halla influido por ninguna patología. Se
trata de dos pulsos vitales distintos. Y como
tales tienen necesidades diferentes. El
convaleciente necesita un impulso superior,
se encuentra en una situación más
desequilibrada, y precisa de un plus de vida
para remontar. El sano, en cambio, se
encuentra más estable, en un estado más
inercial, y con un mínimo le basta para
seguir igual. Está claro que las músicas que
les son adecuadas no son las mismas. El
convaleciente ha de menester melodías
enérgicas, que le impulsen en su curación. Al
sano, en cambio, le basta con hablar, que es
algo más monocorde y con una melodía más
suave (no hace falta entender aquí el hablar
en sentido literal, como el uso del lenguaje,
puesto que nos volveríamos a encontrar ante
las cuestiones de la crítica al lenguaje).
En cualquier caso, se plantea la
necesidad de que Zaratustra aprenda a
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cantar. Ya sabemos que como convaleciente
que es, necesita algún canto. Pero los
animales le sugieren que aún tiene que
aprender a cantar. El canto es una corriente
que sale de nosotros al exterior. Es el
momento de la expresión. Se está con ello
sugiriendo que ha llegado el momento de
que Zaratustra se exprese. Al parecer, el
proceso de asimilación y de aceptación del
eterno retorno ya se ha producido. Ahora
llega la hora de contarlo, de sacarlo fuera,
aunque ya sabemos que eso es poco menos
que una ilusión, puesto que nos separan
abismos sobre los que tan sólo podemos
tender puentes. En principio no hay
necesidad de expresarlo, porque se trata de
algo que cada uno debe hacer en su soledad.
Tan sólo hace falta algún pequeño estímulo
para poner en marcha el proceso. Y eso es lo
que los animales sugieren a Zaratustra que
haga, que invente nuevos cantos para la
canción que debe cantar. Porque su tarea es
la de predicar y enseñar la nueva doctrina
del eterno retorno. Es por ello por lo que
debe hacer nuevos cantos, que puedan
servir para curar a los enfermos del
nihilismo, y que hasta el momento nunca se
hayan cantado.
“-¡Oh,
truanes
y
organillos
de
manubrio, callad! - respondió Zaratustra y
se sonrió de sus animales. ¡Qué bien sabéis
el consuelo que inventé para mí durante
siete días!
El tener que cantar de nuevo -ése fue
el consuelo que me inventé, y ésa es mi
curación: ¿queréis acaso vosotros hacer en
seguida de ello una canción de organillo?”
(Nietzsche, 1973: 302)
Zaratustra reconoce que sus animales
están más próximos a él, que saben bien de
qué hablan. Les dice que el consuelo que
encontró para su enfermedad fue el de tener
que cantar de nuevo, y que gracias a ello ha
podido sanar. Efectivamente, el eterno
retorno y todo lo que él implica suponen una
nueva canción, un nuevo canto que lanzar al
mundo.
Pero
en
seguida
vuelve
a
reprocharles que hagan de ello una canción
de organillo y reduzcan su canción a mera
cantinela. Aunque parecen saber lo que
dicen, los animales se limitan a repetir y a
reproducir la melodía. Pero Zaratustra es el
portavoz del círculo. Su tarea es la de cantar
el nuevo canto que él ha compuesto en su
convalecencia, la canción del eterno retorno.
Aunque el fondo es incomunicable, no es
algo tan exclusivo, porque si no no habría
enseñanza posible, y sólo cabría esperar a
que, espontáneamente, algunos hombres
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llegaran a conclusiones parecidas. No parece
que sea esta la situación, a pesar de la carga
individual que lleva en sí el pensamiento del
eterno retorno. Lo que ocurre es que cada
persona tiene unas cualidades concretas de
voz, y el canto debe adaptarse a ellas. Y es
esta adaptación la tarea que compete a cada
uno. No se pueden hacer versiones
estandarizadas del canto del eterno retorno,
como son las canciones de organillo. A lo
que hay que tender es a adaptar el canto, a
hacerlo nuestro, a sentir su necesidad en
cada uno de nosotros.
A pesar de ello, los animales parecen
comprender lo que les dice Zaratustra,
porque a continuación le instan a construirse
un nuevo instrumento para su canto:
“-No sigas, hablando, volvieron a
responderle sus animales; es preferible que
tú, convaleciente, te prepares primero una
lira, ¡una lira nueva!
Pues mira, ¡oh, Zaratustra! Para estas
nuevas canciones se necesitan liras
nuevas.
Canta y cubre los ruidos con tus
bramidos, oh Zaratustra, cura tu alma con
nuevas canciones: ¡para que puedas llevar
tu gran destino, que no ha sido aún el
destino de ningún hombre!
Pues tus animales saben bien, oh
Zaratustra, quién eres tú y quién tienes
que llegar a ser: tú eres el maestro del
eterno retorno, -¡ese es tu destino!
El que tengas que ser el primero en
enseñar esta doctrina, -¡cómo no iba a ser
ese gran destino también tu máximo
peligro
y
tu
máxima
enfermedad!”
(Nietzsche, 1973: 302-303)
La canción de Zaratustra, el eterno
retorno, es tan nueva y tan distinta a todo lo
anterior, que es necesario un nuevo
instrumento para interpretarla. La doctrina
del eterno retorno, tan grave y pesada, no
puede
ser
transmitida
mediante
los
instrumentos habitualmente utilizados para
exponer doctrinas. Esto vuelve a apuntar
directamente a la palabra y el lenguaje, que
como ya hemos visto es pura ficción y
Zaratustra lo ha reconocido como tal. ¿Pero
podemos escapar a lo lingüístico?. Tal vez se
está apuntando a nuevos usos y juegos del
lenguaje. Ya no se puede, a través suyo,
exponer la verdad, puesto que por sí mismo
no transporta ninguna verdad. Habrá, pues,
que usarlo de otra manera distinta, nueva. Y
la finalidad de este nuevo uso no debe ser la
de transmitir conocimientos, puesto que el
eterno retorno es mucho más que un
conocimiento (debe calar más hondo y llegar
a instancias mucho más profundas, debe
transformar el pulso vital entero). El nuevo
lenguaje debe inspirar, conmover, despertar
los más recónditos mecanismos internos que
permitan que los oyentes descubran por sí
mismos el eterno retorno.
Sea como fuere, es Zaratustra el
encargado de crear el nuevo instrumento. En
ello consiste su destino. Porque él es el
primero que ha de cantar el canto del eterno
retorno y el que lo ha de transmitir a los
demás. Él es el maestro del eterno retorno.
Por eso es esto su mayor peligro y su mayor
enfermedad, porque siempre supone un
riesgo y un cierto vértigo ser el primero en
algo, pero mucho más ser el primero en
enseñar el eterno retorno.
Los animales animan a Zaratustra a
dirigirse al mundo, pero ya no porque las
cosas lo anhelen, como sucedía al principio,
sino para que su canto cubra los ruidos. No
es difícil adivinar en qué consisten estos
ruidos. Se trataría de todas las doctrinas
nihilistas y canciones enfermas, debilitantes
y contrarias a la vida, que serían
neutralizadas por el canto del eterno
retorno. Ya no se trata de un perderse en el
mundo, de un alivio que proporcionen las
cosas liberadas de su valor y sentido
últimos. De lo que se trata ahora es de
cargar con ellas, de hacerse responsable de
lo que se es y aceptarlo sin reservas. No es
un mero cambiar el sentido de las cosas, que
sería lo que al principio parecen sugerir los
animales, transformando el mundo en un
jardín. Si se hiciera esto poco se habría
hecho, porque las cosas seguirían ahí sólo
que con otro ser. La cuestión es mucho más
profunda y trascendente para la vida. Se
trata de acogerlas, de aceptarlas y cargar
con su peso, porque, en último término, dar
sentido supone responsabilizarse de las
cosas y de su nuevo sentido, porque las
hemos aceptado y las hemos hecho
nuestras, las hemos sometido a la voluntad
afirmadora y las hemos convertido (a
nosotros mismos también) en un quantum
de voluntad.
A continuación los animales exponen un
extenso pero bello resumen de la doctrina
del eterno retorno:
“Mira, nosotros sabemos lo que tú
enseñas: que todas las cosas retornan
eternamente, y nosotros mismos con ellas,
y que nosotros hemos existido ya infinitas
veces, y todas las cosas con nosotros.
Tú enseñas que hay un gran año del
devenir, un monstruo de gran año: una y
otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo
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mismo que un reloj de arena, para volver a
transcurrir y a vaciarse:-de modo que
todos estos años son idénticos a sí mismos,
en lo más grande y también en lo más
pequeño,de modo que nosotros mismos
somos idénticos a nosotros mismos en cada
gran año, en lo más grande y también en
lo más pequeño.
Y si tú quisieras morir ahora, oh
Zaratustra: mira, también sabemos cómo
te hablarías entonces a ti mismo: -¡mas tus
animales te piden que no mueras todavía!
Hablarías sin temblar, antes bien
dando
un
aliviador
suspiro
de
bienaventuranza: ¡pues una gran pesadez
y un gran sofoco se te quitarían de encima
a ti el más paciente de todos los hombres!“Ahora muero y desaparezco, dirías, y
dentro de un instante seré nada. Las almas
son tan mortales como los cuerpos.
Pero el nudo de las causas, en el cual
yo estoy entrelazado, retorna, ¡él me
creará de nuevo! Yo mismo formo parte de
las causas del eterno retorno.
Vendré otra vez, con este sol, con esta
tierra, con este águila, con esta serpiente
-no a una vida nueva o a una vida mejor o
a una vida semejante:
-vendré eternamente de nuevo a esta
misma e idéntica vida, en lo más grande y
también en lo más pequeño, para enseñar
de nuevo el eterno retorno de todas las
cosas, -para decir de nuevo la palabra del
gran mediodía de la tierra y de los
hombres, para volver a anunciar el
superhombre a los hombres.
He dicho mi palabra, quedo hecho
pedazos a causa de ella: así lo quiere mi
suerte eterna, -¡perezco como anunciador!
Ha llegado la hora de que el que se
hunde en su ocaso se bendiga a sí mismo.
Así -acaba el ocaso de Zaratustra.”
(Nietzsche, 1973: 302-303)
Los animales hablan esencialmente de la
interpretación temporal del eterno retorno,
del gran ciclo en el que todo vuelve tal y
como ya ha sido y es. Según el relato de los
animales, llegada la hora de la muerte de
Zaratustra, éste aceptaría con agrado su
desaparición, puesto que supondría un alivio
del enorme peso con el que debe cargar, a
sabiendas de que todo lo ocurrido volverá a
suceder. Con esta aceptación nos ponen
ante la interpretación existencial del eterno
retorno, que nos pone en la tesitura de que
cada instante es el decisivo para el fluir del
tiempo, el sitio en el que pasado y futuro se
encuentran, y desde el cual hemos de darles
sentido y aceptarlos. Cada momento es el
mirador desde el cual contemplamos lo
acaecido y lo que está por acontecer. Sólo
desde él es posible otorgarle un sentido a
todo ello, que por sí mismo no lo tiene,
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puesto que se halla en una dinámica circular
y sin ninguna clase de referencias externas
al círculo mismo. Y este sentido se le otorga
dándole
nuestro
asentimiento,
convirtiéndonos en voluntad afirmadora que
quiere que todo ocurra. No se trata ya de ser
sujetos que contemplan la realidad y dejan
que las cosas sean sin más, sino que lo que
nos propone es en cada momento aceptarlo
todo, y querer que ocurra, porque así todo
se convierte en algo que cada uno de
nosotros ha querido que suceda así y no de
ningún otro modo. Se trata, en este caso, de
un retorno eterno, pero del movimiento de la
voluntad afirmadora.
Suponiendo que ahora los animales ya
hayan entendido mejor el eterno retorno y
que lo que ahora dicen es en esencia lo
mismo que dice Zaratustra, se puede ver en
la imagen del alivio un resto de la antigua
visión de la muerte como una liberación,
como el paso a un estadio distinto.
Ciertamente es así, porque supondría la
disolución más completa, puesto que ya nos
han dicho que el alma es mortal, y con ella
la desaparición de la carga de la
responsabilidad de tener que dar el
asentimiento a todo. Pero la idea de alivio
parece más adecuada de una doctrina que
pone en alguna clase de transmundo la
deseabilidad que Zaratustra pone en este, y
que hace que al liberarnos de él, se pueda
acceder a ese lugar deseado y deseable. En
cualquier caso, lo destacable del fragmento
en torno a la muerte no es esta aparente
dificultad, sino el hecho de que los animales
dicen “si tú quisieras morir ahora”. Esto lleva
a pensar en un cierto aspecto voluntario de
la muerte, más allá del de la aceptación y
del amor fati (que nos llevaría a,
efectivamente, querer la muerte en el
momento en que llegue). En efecto, y si
atendemos a otros capítulos de Así habló
Zaratustra, parece que Nietzsche nos
plantea la posibilidad de llegar a un punto en
el que queramos morir, en el que prefiramos
la muerte a seguir viviendo. Ello supondría la
suprema afirmación de la voluntad, el decir
sí último, el querer incluso la propia
aniquilación. Tal vez sea la prueba definitiva
de que se ha asumido la idea del eterno
retorno.
Además, en este fragmento se nos dice
que Zaratustra es el que pronuncia la
palabra del mediodía. El mediodía es el
momento más luminoso del día, el que
mejor nos permite ver las cosas, pero
también el que nos aporta la pesadez del sol
y del calor. Así, la palabra de Zaratustra,
que no sería otra que el eterno retorno, es la
que aporta más luz para ver la estructura del
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ser y poder situarnos ante ella, pero también
la que nos aporta la pesadez y la dificultad
de tener que cargar con el querer toda la
realidad. Pero también es el punto más alto
del sol, a partir del cual empieza su
descenso, aportando así esta imagen una
cierta idea de aumento y de disminución, de
crecimiento y decrecimiento, que ilustra muy
bien la idea de que con el eterno retorno
llega el punto culminante, el momento
álgido, pero que da a entender que eso sólo
va a ser momentáneo. La circularidad y el
retorno nos sugieren que las cosas no van a
llegar a un punto de estabilidad a partir del
cual siempre se vaya a estar igual, que para
volver al mismo punto es necesario dar la
vuelta. En la vertiente temporal, ello está
claro (ha de haber tarde o temprano un
movimiento de descenso o de destrucción
para que todo vuelva a comenzar), pero la
dificultad viene cuando nos enfrentamos a la
versión existencial del eterno retorno. Allí no
cabe la posibilidad del ocaso, pero sí la del
olvido. Una comprensión adecuada del
eterno retorno implica la necesidad de estar
continuamente renovando el querer de la
voluntad, lo cual implica que hay un peligro
de olvido, de que en algún momento se nos
pase esa necesidad, dejando algo por
aceptar y querer. Esta posibilidad hace que
cada vez se tenga que renovar los votos del
eterno retorno, obligándonos de continuo a
mantener bien alto el sol que representa.
Tras las palabras de los animales,
Zaratustra se queda callado y pensativo, “en
conversación con su alma” (Nietzsche, 1973:
304). No sabemos si han estado acertados o
no en su resumen, puesto que Zaratustra ya
no les dice nada. Ni siquiera les ha oído
callar. Ante el silencio y la actitud del
hombre, los animales deciden dejarlo sólo
con sus pensamientos, concluyendo así el
capítulo.
Referencias
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Nietzsche, F. (2000) Also sprach Zatratustra. CD-Rom PC. Digitale Bibliothek Band 31 (Friedrich
Nietzsche Werke). Berlin: Directmedia.
Nietzsche, F. (1973) Así habló Zaratustra: un libro para todos y para nadie. Madrid: Alianza.
Nietzsche, F. (2008) Ecce homo. Madrid: Alianza.
Nietzsche, F. (2006) Fragmentos póstumos (1885-1889). Madrid: Tecnos.
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Real Academia Española (2001) Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. 22ª
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Slabý, R. J. y Grossmann, R. (1983) Diccionario de las lenguas española y alemana. Barcelona:
Herder.
CC: Creative Commons License, 2011
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