Factótum 8, 2011, pp. 20-35 ISSN 1989-9092 http://www.revistafactotum.com Zaratustra convaleciente (una lectura) Sergio González Bisbal Universitat de les Illes Balears (España) E-mail: [email protected] Resumen: El siguiente artículo es una lectura del capítulo titulado El convaleciente, de la obra de Friedrich Nietzsche Así habló Zaratustra. Enfocado al Eterno Retorno y su significado, intenta explicar algunas de las ideas básicas que Nietzsche desarrolló sobre él desde un punto de vista interno al texto. Además, otras ideas remarcables del pensamiento de Nietzsche son mostradas y comentadas, aunque de un modo menos profundo que las concernientes al eterno retorno. Palabras clave: eterno retorno, enfermedad, salud, nihilismo. Abstract: The following article is a reading of the chapter called The Convalescent, from Friedrich Nietzsche's writing Thus spoke Zaratustra. Mostly focused on the Eternal Return and its significance, it tries to explain some of the basic ideas that Nietzsche had about it from an internal point of view (based on the text). Also, another remarkable ideas from Nietzsche's thinking are shown and commented when it is necessary, but in a less deeper way than the ones concerning the Eternal Return. Keywords: eternal return, health, illness, nihilism. 1. Contextualización El capítulo de Así habló Zaratustra (Nietzsche, 1973; cf. Nietzsche, 2000, Piccione, 2006) que lleva por título “El convaleciente” pertenece a la tercera parte del libro, siendo su cuarto capítulo si empezamos por el final de esa tercera parte, que fue escrita en Niza del 8 al 20 de enero de 1884. No debe sorprender el breve espacio de tiempo en el que fue escrita, ya que las otras tres partes de la obra fueron escritas en períodos de tiempo similares,1 y el propio Nietzsche habla de que toda la obra fue escrita en un estado de inspiración. Las tres primeras partes fueron publicadas por separado, sin llegar a tener ninguna clase de repercusión entre sus contemporáneos. En 1886, Nietzsche las agrupó en un único volumen. Más tarde, en 1892, se añadió una cuarta parte, escrita en 1885, que en realidad era la primera parte de otro libro, que debía llevar por título Mediodía y eternidad y que tenía que tener dos partes más que nunca llegaron a ser escritas. 1 La primera parte se escibió del 1 al 10 de febrero de 1883 y se publicó en junio del mismo año. La segunda fue escrita entre los días 26 de junio y 6 de julio del mismo 1883 y se publicó en septiembre. No debe engañarnos el hecho de la rápida redacción del texto, ya que Zaratustra llevaba ya un tiempo gestándose en la mente y en las notas del filósofo. En concreto, Nietzsche habla de agosto de 1881 como el momento en el cual Zaratustra se le presentó y le sugirió la idea central de la obra, el eterno retorno, merced a la cual su vida se transformó profundamente: “Voy a contar ahora la historia del Zaratustra. La concepción fundamental de la obra, el pensamiento del eterno retorno, esa fórmula suprema de afirmación a que puede llegarse en absoluto, -es de agosto del año 1881: se encuentra anotado en una hoja a cuyo final está escrito: “a 6000 pies más allá del hombre y del tiempo”. Aquel día caminaba yo junto al lago de Silvaplana a través de los bosques; junto a una imponente roca que se eleva en forma de pirámide no lejos de Surlei, me detuve. Entonces me vino este pensamiento.” (Nietzsche, 2008: 103) Por esa época estaba viviendo en la localidad Suiza de Sils-Maria, que era el lugar que reunía las mejores condiciones climatológicas para la delicada y sensible salud del filósofo. Hacía dos años que había CC: Creative Commons License, 2011 21 renunciado a su cátedra en la universidad de Basilea, y se dedicaba a ir de ciudad en ciudad en busca de un ambiente agradable donde poder desarrollar su labor filosófica con unas mínimas condiciones de salud. En Sils-Maria encontró el lugar ideal donde pasar el verano (de hecho, pasó los que le quedaban de vida lúcida, con la excepción del de 1882). Nietzsche se encontraba en una fase de plenitud vital y creativa desde hacía unos meses; plenitud que ya había fructificado en La gaya ciencia, terminada de redactar en enero de 1882 y que culminaba con los famosos aforismos 341 y 342, en los que por primera vez nos habla del eterno retorno (con las conocidas fórmulas de “El más pesado de los pesos” e “Incipit tragoedia”). En estos aforismos se puede ver el embrión del Zaratustra (de hecho, el aforismo que lleva por título “Incipit tragoedia” es casi idéntico al inicio de Así habló Zaratustra). 2. El convaleciente Antes de empezar con el desarrollo del capítulo, es necesario analizar con algo más de profundidad el título que lo encabeza. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua2 define el adjetivo (también usado como sustantivo) “convaleciente” mediante la expresión “que convalece”. Por su parte, el verbo intransitivo “convalecer” tiene dos acepciones: “Recobrar las fuerzas perdidas por enfermedad” y “Dicho de una persona o de una colectividad: Salir del estado de postración o peligro en que se encuentran”. En alemán, el título es Der Genesende, cuya traducción literal es “convaleciente”. Ahora bien, si analizamos un poco la raíz y la familia de palabras a la que pertenece, surgen algunas curiosidades.3 Convalecer es genesen, y convalecencia Genesung. Estas palabras comparten la misma raíz que el término bíblico Genesis, lo cual nos lleva a pensar en un origen, en que nos encontramos ante el momento en el que surge algo nuevo, algo que no estaba antes. Con estos datos lingüísticos podemos hacernos una idea de lo que se nos va a relatar en el texto. Vamos a ser testigos de la superación de una enfermedad. Pero no va a ser un mero restablecerse, un volver al estado anterior a ella. Sino un proceso en el que el que sale de la enfermedad sale distinto, renovado, renacido. Vamos a asistir 2 Cf. Real Academia Española (2001). Existe versión online con algunos añadidos y mejoras: http://buscon.rae.es/draeI/ 3 Cf. Slabý y Grossmann (1983). Sergio González Bisbal al origen de algo, a su invocación, y no va a ser algo automático, sino que va a requerir un esfuerzo. ¿Cuál es la enfermedad de la que se nos va a hablar? ¿Y qué es lo que va a surgir de ella? Para responder a estas preguntas hay que ir más allá del título. 3. El inicio Al principio del texto nos encontramos a Zaratustra en su caverna,4 tras regresar de sus viajes en busca de discípulos que sepan entender su mensaje. Allí se nos cuenta que un día estaba en su lecho y de pronto saltó de él “como un loco, gritó con voz terrible e hizo gestos como si en el lecho yaciese todavía alguien que no quisiera levantarse de allí” (Nietzsche, 1973: 297). Algo le despierta y le hace levantarse de forma brusca. Además se nos habla de que hacía unos gestos como si en su cama aún hubiera alguien que no quisiera levantarse. Hay algo que se mantiene dormido, que sigue ahí a pesar de que Zaratustra ya está despierto, algo que prefiere permanecer en un estado de letargo, o que tal vez el propio Zaratustra no quiera que despierte. Pero él se ha dado cuenta de que existe este algo, y su existencia le ha hecho saltar de su cama. Y además, el hecho de que grite y haga aspavientos indica que no es una presencia cómoda y agradable para él, sino más bien algo que le inquieta y le asusta. Tanto es así que los animales que había escondidos en las proximidades huyen despavoridos. Todos menos dos, que son los animales de Zaratustra: el águila y la serpiente, que acuden a él asustados. 4. Los animales No es casual que sean precisamente estos dos animales los que eligen la compañía de Zaratustra. Como señaló Martin Heidegger, ambos pueden ser entendidos como símbolos del eterno retorno (Heidegger, 2005: 243ss). La imagen de su primer encuentro es muy gráfica, ya que en él Zaratustra divisa al águila en las alturas volando en círculos. Y enrollada en su cuello se encontraba la serpiente. Se puede apreciar con claridad la circularidad por todas partes de esta visión. El círculo es la representación gráfica del eterno retorno, que es la idea más pesada, la que más cuesta de cargar. A esta idea de pesadez, de carga, contribuye la verticalidad de la 4 Nótese la inversión del platonismo en este caso: Zaratustra alumbrará su idea fundamental en el interior de una caverna. CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 escena. Porque en ella, además de la circularidad, aparece con claridad la línea vertical en dos formas. La primera de ellas es que el encuentro se produce al mediodía, momento en el que los rayos del sol caen sobre la tierra con menor inclinación. En segundo lugar se encuentra la altura del vuelo del águila. Así pues, tenemos los círculos del eterno retorno allí arriba en lo más alto, sobre nosotros, prácticamente en nuestra vertical, cerniendo sobre nosotros su sombra, amenazante y a la vez espléndida. Tanto el águila como la serpiente son animales solitarios, igual que Zaratustra, que no se conforma con cualquier compañía. Por ello se le presentan y se dignan a ser sus animales, porque reconocen en él a un igual; alguien capaz de subir a sus alturas y de comprender el eterno retorno que son ellos mismos, y que también sea capaz de asumir la soledad, que es el lugar en el que se lo podrá reconocer y asumir. Zaratustra, el águila y la serpiente se copertenecen, cada uno de ellos representa el vértice de un triángulo cuyo centro es el eterno retorno. Heidegger también señaló que el águila representa el orgullo (que se mantiene a sí mismo volando en las alturas, en soledad) y la serpiente la inteligencia. Y están ahí para recordar a Zaratustra aquello de lo que nunca debe olvidarse, de su orgullo y de su inteligencia, las cuales le llevarán por la vía de la soledad en su camino, y que así le impedirán caer en las redes de otros que intenten dominarlo y llevarlo a su terreno. Finalmente, es preciso apuntar, en la línea de la crítica nietzscheana a la cultura dominante y al cristianismo, así como en su afán por invertir algunas de sus imágenes fundamentales, el hecho de que uno de los animales emblemáticos para Zaratustra sea la serpiente. Es el animal que más genuinamente representa el mal, el causante del pecado original. Pero aquí, Nietzsche lo utiliza como uno de los símbolos de su idea principal, y como uno de los medios a traves de los cuales se va a manifestar y a representar. 5. La invocación Una vez puesto en pie, Zaratustra habla: “¡Sube, pensamiento abismal, de mi profundidad! Yo soy tu gallo y tu crepúsculo matutino, gusano adormilado: ¡arriba! ¡arriba! ¡Mi voz debe desvelarte ya con su cantro del gallo! ¡Desátate las ataduras de tus oídos: escucha! ¡Pues yo quiero oírte! ¡Arriba! ¡Ariba! ¡Aquí hay truenos bastantes para 22 que también los sepulcros aprendan a escuchar! ¡Y borra de tus ojos el sueño y toda imbecilidad, toda ceguera! Óyeme también con tus ojos: mi voz es una medicina incluso para ciegos de nacimiento. Y una vez que te hayas despertado deberás permanecer eternamente despierto. No es mi hábito despertar del sueño a tatarabuelas para decirles - ¡que sigan durmiendo! ¿Te mueves, te desperezas, ronroneas? ¡Arriba! ¡Arriba! ¡No roncar -hablarme es lo que debes! ¡Te llama Zaratustra el ateo! ¡Yo, Zaratustra, el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el abogado del círculo -te llamo a ti el más abismal de mis pensamientos! ¡Dichoso de mi! Vienes -¡te oigo! ¡Mi abismo habla, he hecho girar a mi última profundidad para que mire hacia la luz! ¡Dichoso de mi! ¡Ven! Dame la mano -¡ay! ¡deja! ¡ay, ay! -náusea, naúsea, náusea- ¡ay de mí!” (Nietzsche, 1973: 297298) Le está hablando a eso que percibe que sigue en su lecho. Lo identifica como su más abismal pensamiento, como la idea que está en sus más oscuras profundidades. Y lo conmina a subir a la superficie. Porque es el más profundo, el que más hondo penetra en cada uno de nosotros, el más transformador e importante. También es, por lo tanto, el pensamiento más peligroso. Además, se percibe a sí mismo como el que debe proclamarlo y contarlo al mundo. Él es el gallo que con su canto va a anunciar la llegada de un nuevo día, de un nuevo amanecer. Es necesario también destacar el papel que juega el llamar “gusano adormilado” a este pensamiento tan decisivo. El gusano es un animal que suele vivir oculto, enterrado en la propia tierra o en montañas de desechos. La imagen clásica del gusano es la de la podredumbre. Y al llamar gusano a su pensamiento más abismal, Zaratustra nos está diciendo que sólo puede crecer allí donde se encuentre algún otro pensamiento que ya no sea útil, muerto, desechado. De esta forma, el gusano llegará y se aprovechará de la podredumbre de las ideas en su propio provecho. El pensamiento abismal no es un pensamiento cualquiera, que pueda convivir con los demás. Es el fundamental, el más transformador, y necesita de otros para poder desarrollarse. Para que el gusano del pensamiento más abismal pueda despertar, es necesario que otros se hayan convertido en nada, se hayan nihilizado. El nihilismo es CC: Creative Commons License, 2011 23 Sergio González Bisbal el medio para convertir en nada a las ideas. Nietzsche definió en sus fragmentos póstumos el nihilismo del siguiente modo: “Nihilismo: falta la meta; falta la respuesta al “¿por qué?” / ¿qué significa nihilismo? - que los valores supremos se desvalorizan.” (Nietzsche, 2006: vol. IV, frag. 9[35]) Los valores supremos, los que habían regido la vida hasta el momento, quedan desvalorizados, es decir, dejan de ser valores y pierden su fuerza directora. En esta situación todo parece igual y no hay nada que valga más. Se está en un mundo aplanado, sin nada que destaque y donde todo parece válido. Ello es consecuencia de la muerte de Dios, que al desaparecer deja al mundo huérfano de cualquier sustento último. Dios ha dejado de ser el fundamento del mundo, el garante de la Verdad y de los valores en los que se basaba la vida. Según Nietzsche, ese momento de la muerte de Dios había llegado ya: se entraba en una fase de nihilismo, de pérdida de cualquier valor absoluto, con la consiguiente desorientación que esto provocaba en la cultura, acostumbrada durante siglos a los fundamentos últimos. Así pues, tenemos a Nietzsche diagnosticando la situación del nihilismo, la desvalorización de los valores supremos y la muerte de Dios (que no son más que los tres lados de un mismo triángulo). Ya está identificado lo muerto, lo que se pudre. Pero allí donde hay podredumbre no está todo perdido. Hay posibilidades de sacar algún beneficio, de trocar lo muerto en vida (previa transformación, no se trataría de una mera resurrección). Esta labor de trueque, este hacer útil el desperdicio, es la tarea propia del gusano, que se alimenta de lo ya fallecido. Pero Zaratustra habla de gusano adormilado. El gusano aún no ha empezado con su trabajo, se encuentra en estado larvario. Está ahí, pero su actividad fundamental aún no ha comenzado. Y lo que está haciendo Zaratustra con sus palabras es activarlo, convocándolo al festín de la transformación del cadáver de Dios y sus valores en nueva vida. Heidegger interpreta la figura del gusano adormilado como la contraposición de la serpiente, que despierta y confiada se eleva en círculos enrollada al cuello del águila, en lugar de permanecer en el suelo retorciéndose y sin hacer nada útil. Se usa en todo este fragmento un lenguaje que nos sugiere pasividad. En primer lugar, el profeta se encuentra un buen día con algo en su lecho. Algo que resulta que es un pensamiento abismal. Se puede entender que es una idea que estaba en los niveles más profundos del subconsciente. Pero ante esto cabe preguntar por la proveniencia de esta idea. Tal y como se narra, parece como si se hubiera presentado ante él de pronto, y por lo tanto no lo reconoce aún como nada propio. ¿De dónde viene y cómo ha llegado hasta él?. Una posible respuesta sería que esa idea es algo que está en todas partes, que es una exigencia de la realidad. Pero sólo cuando se está delante de esta realidad, sin todas las capas de mitos, valores y errores que denigran la verdadera estructura de la vida, entonces es cuando se tropieza con ella. Para que surja esta idea es necesario que muera todo lo que está sobre ella, todo lo que la oculta. Y entonces es cuando cuenta con la materia necesaria para empezar su desarrollo. Se trataría, por tanto, de una idea que aparecería tras un proceso de depuración de las interpretraciones sobre la realidad, cuando cada uno se acerca a ella sin anteojos, con la mirada clara. Pero no se muestra a las claras, sino que exige una activación. Hasta el momento sólo hemos vista a Zaratustra apercibirse de que la idea está su lecho. Pero hace falta más, no basta con contemplarla. Hay que activarla, asumirla, ponerla en marcha, desarrollarla. Cuando viene a nosotros, el pensamiento más abismal es sólo un gusano adormilado. Nosotros hemos de convertirlo en mariposa. La pasividad que nos sugiere este texto en el fondo es una llamada a la acción. Y a una acción que debe realizarse en soledad, como señala el hecho de que tras el grito de Zaratustra, todos los animales de los alrededores huyan (todos menos los suyos, que también son seres solitarios). Tras hablar del canto del gallo y de haber llamado a ese penamiento abismal gusano adormilado, Zaratustra sigue intentando levantar el pensamiento. Y entonces enuncia una oscura frase: “¡Aquí hay truenos bastantes para que también los sepulcros aprendan a escuchar!” (Nietzsche, 1973: 297) Con los truenos puede estar refiriéndose al ruido, al estruendo que hay en él, a todo el movimiento de ideas y sensaciones que se produce en su interior. Está claro que un proyecto tan ambicioso como el CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 nietzscheano, del cual Zaratustra es el portavoz, ha de ser estruendoso, atronador. Estos truenos son capaces de enseñar a escuchar a los sepulcros. Los sepulcros son el símbolo de lo muerto, de lo que por tanto no puede oír. Volvemos a encontrarnos con referencias a lo ya fallecido. Pero no basta con enterrarlo y dejarlo reposar. Hay que enseñarlo a escuchar, hay que hacer que oiga lo que se propone, la vida que han dejado atrás. Se puede interpretar esta frase como la exposición de la necesidad que la nueva doctrina tiene de la vieja, que no debe quedar arrinconada sin más. En cierto modo, su participación es necesaria en la transformación, aunque sólo sea desde su condición de muerta. Le dice también al pensamiento que su voz “es una medicina incluso para los ciegos de nacimiento” (Nietzsche, 1973: 298). Al calificarla como una medicina, nos está dando a entrender que combate alguna enfermedad. Y con lo ya dicho podemos suponer que se trata de la enfermedad del nihilismo y de la muerte de Dios, que ha denunciado en los capítulos anteriores al que nos ocupa. Resulta llamativa esta consideración del nihilismo como enfermedad, puesto que estamos habituados a considerar la enfermedad como un fenómeno puramente biológico. Nietzsche, en cambio, se coloca en otro plano a la hora de hablar de enfermedad, ya que la entiende como todo lo que atenta contra la vida, a la cual tampoco hay que entenderla como el hecho biológico. Se puede definir vida en grandes trazos como la estructura íntima de la realidad, como su latido interno. Todo lo que responda a ella y la acreciente es sano, y lo que la niegue o denigre es enfermo y debilitante. Zaratustra es el que denuncia el nihilismo, la caída de los valores supremos y la muerte de Dios, que en último término son síntomas terminales de la enfermedad que ha afectado al mundo desde que se estableció la interpretación moral del mundo. Es también el que predica la voluntad de poder, que es la verdadera estructura de la realidad. Es por esto por lo que se refiere a sí mismo como un médico, porque su doctrina supone la cura de la enfermedad que domina todos los fenómenos humanos. Culmina su llamada diciendo que él es “el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el abogado del círculo” (Nietzsche, 1973: 298). Al hablar de la medicina que supone su voz ya se ha apuntado que Zaratustra es el defensor de la vida y todo lo que ello supone. Una de las cosas que conlleva la 24 vida es el sufrimiento. No se lo debe rechazar, ya que es un instrumento para el acrecentamiento de la vida, para la consecución de la voluntad de poder. Por eso el que ama la vida ama también el sufrimiento y lo acepta, incluso con alegría. El sufrimiento al que se está refiriendo aquí es más que físico, es anímico. La voluntad de poder, que quiere más y más poder, se encuentra con obstáculos en ese aumento de poder. Ahí es donde surge el sufrimiento. El sufrimiento es el signo de un reto puesto ante la voluntad de poder. El enfermo se asustaría ante él y se echaría atrás. El sano, en cambio, reconocería lo que de reto hay ante él, y se lanzaría de cabeza a intentar superarlo. Por eso es necesario defender el sufrimiento, porque en última intancia es un banco de pruebas para comprobar quién es más fuerte, quien está más acorde con la realidad, con la voluntad de poder. En el fondo, el que elige la vida elige el sufrimiento, porque la una implica a la otra. Pero Zaratustra también es abogado del círculo, que no es otra cosa que el eterno retorno. El círculo es el perfecto símbolo de todo lo que retorna y no tiene fin. El círculo es algo cerrado en sí mismo, que no necesita de nada ajeno a él para completarse. El círculo es también el símbolo del mundo de Zaratustra, un mundo que no precisa de ninguna entidad trascendente que lo justifique (unas líneas antes del punto en el que estamos, Zaratustra se califica de ateo) y que se encuentra impregnado de vida, que es vida en sí mismo. Llegados a este punto, es cuando empieza a sentir que el pensamiento abismal sube y se acerca a él. Asciende a la superficie, va a poder estar cara a cara con él. Y Zaratustra se alegra, se siente feliz por ello. Pero en el momento en que lo va a tomar en las manos, que va a verlo definitivamente, empieza a sentir náuseas y se lamenta con un ¡ay de mi!. La idea es desagradable. Ni siquiera el que se supone que es su portavoz ideal puede resistir lo nauseabunda que es. 6. La enfermedad Después del ascenso desde los abismos de la idea más profunda y de su acceso de náusea, Zaratustra cae al suelo desfallecido. Al volver en sí, se encuentra tan débil que no quiere ni levantarse ni comer ni beber. Sus animales permanecen a su lado expectantes, y sólo lo abandona el águila para ir a recoger algo de comida al exterior de la caverna. Lo que trae lo va dejando al lado de Zaratustra, para que lo tenga a CC: Creative Commons License, 2011 25 mano si le apetece comer algo. Pero él sigue ahí tendido, y poco a poco se ve rodeado de frutos y presas que el águila le va trayendo. Algo está ocurriendo para que Zaratustra, el abogado de la vida, se deje ir de este modo. Se encuentra ante algo pesado, tedioso, capaz de debilitar al más fuerte y al más preparado para ello. Tal vez se trate de una lucha interior entre él y el pensamiento abismal, lucha que lo tiene exhausto y que no culminará hasta que el profeta lo venza y lo haga suyo. Destaca la actitud que toman los animales ante la enfermedad de Zaratustra. Se quedan a la espera, lo contemplan, pero no actúan. No intentan curarlo, no lo animan, tan sólo se limitan a aportarle lo mínimo para que siga con vida si es que él quiere seguir viviendo. Como más adelante demostrarán, parece que saben qué es lo que le está ocurriendo, y se quedan esperando a que la dolencia se desarrolle según su curso natural. Esto no es más que otra muestra de la soledad intrínseca de la idea más profunda y del que se atreva a pensarla. Es algo que cada uno debe pasar por sí mismo y en sí mismo, sin ninguna clase de ayuda externa. Zaratustra se encuentra más solo que nunca. La enfermedad dura siete días. Tras este período Zaratustra da muestras de recuperación al volver a tomar alimento. No es difícil comprender el valor simbólico de estos siete días. Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Zaratustra está enfermo seis días y el séptimo empieza a cobrar fuerzas. No se trata sólo un recurso estilístico para darle más fuerza al relato, sino que está mostrando que el momento en el que nos encontramos, con la confrontación con este pensamiento abismal y la subsiguiente enfermedad, es un momento originario, un punto de inflexión, un instante tan importante y al mismo nivel que la creación del mundo. Siguiendo en la línea de la simbología bíblica se encuentra la aparición de la manzana. El águila le trae manzanas a su lecho (también le trae dos corderos), y es lo primero que Zaratustra toma en sus manos para comer. El fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal es comido por el que está más allá del Bien y del Mal al recuperarse de la enfermedad más grave, al salir a la superficie de un nuevo mundo. Y siguiendo con las inversiones nietzscheanas, resulta que las manzanas se las trae el águila, sin que la serpiente, que es el animal que en el Génesis da de comer a Eva la manzana, intervenga para nada. Sergio González Bisbal Heidegger identifica otros elementos simbólicos. Uno de ellos es el hecho de que sea él águila la que va en busca de comida. Como ya se ha dicho, el águila representa el orgullo. Y que sea ella la que va a por alimento representa que el orgullo no abandona a Zaratustra, que a pesar de su postración, su orgullo sigue activo. La serpiente símbolo de la inteligencia, permanece al margen. Al parecer, lo que ocurre no es un asunto de inteligencia. Otro simbolismo es el papel de los colores de los frutos que se amontonan alrededor de su lecho, el amarillo y el rojo, que simbolizan el eterno retorno y la voluntad de poder, respectivamente. Se puede ver cómo en la enfermedad, que en apariencia es algo desagradable y nada positivo, se está desarrollando una lucha importantísima entre el personaje y el pensamiento abismal. Y en esta lucha surge toda una nueva concepción sobre el mundo. Es un momento traumático, pero que se abre a un nuevo mundo. Se trata, como el paralelo señalado entre el texto y los pasajes bíblicos sugiere, de un nuevo génesis. Es el punto de mayor debilidad, pero inaugura el de mayor fortaleza. 7. El diálogo En el instante en que Zaratustra toma la manzana y se incorpora, sus animales creen llegado el momento de romper su silencio expectante y hablar. Le animan a levantarse y a dirigirse al mundo. Hablan como si supieran lo que le ha estado ocurriendo a su compañero, creyendo que ya está listo para dialogar sobre ello: “Oh Zaratustra, dijeron, hace ya siete días que estás así tendido, con pesadez en los ojos: ¿no quieres por fin ponerte otra vez de pie? Sal de tu caverna: el mundo te espera como un jardín. El viento juega con densos aromas que quieren venir hasta ti, y todos los arroyos quisieran seguirte en su carrera. Todas las cosas sienten anhelo de ti, porque has permanecido solo siete días, -¡sal fuera de tu caverna! ¡Todas las cosas quieren ser tus médicos! ¿Es que ha venido a ti un nuevo conocimiento, un conocimiento ácido, pesado? Como masa acedada yacías tú ahí, tu alma se hinchaba y rebosaba por todos sus bordes.” (Nietzsche, 1973: 299) Tal y como apunta Heidegger, parece que los animales de Zaratustra sólo pueden CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 hablar sobre el eterno retorno, que es lo que representan y lo que, en cierto modo, son ellos mismos. Pero el filósofo alemán también apunta que el pensamiento abismal que ha pensado Zaratustra, y que los animales intuyen y representan, es tan profundo y tan necesitado de soledad, que no puede ser expresado con claridad. Nos encontramos, pues, ante un diálogo muy especial, ya que ninguno de los interlocutores podrá expresar en ningún momento con claridad lo que quiere decir sobre lo que cree saber, puesto que, al ser una experiencia solitaria (tal vez más que del pensamiento, esta idea abismal deba ser objeto de la experiencia), cada uno es dueño de su modo de vivirla, y cree que la posee en su verdad, sin saber hasta qué punto otros la vivirían igual. Será pues, un diálogo velado y simbólico, en el que no todo será lo que parece y en el que la claridad se mezclara y confunduirá con la oscuridad. En efecto, un nuevo conocimiento ha llegado a la mente del profeta, y es un conocimiento que ha hinchado su alma y la ha hecho rebosar. Se trata de un conocimiento pesado e indigesto. Los animales invitan a Zaratustra a salir de su cueva y dirigirse al mundo. Le dicen que las cosas le están esperando, que todo quiere ir a él, que “todas las cosas quieren ser tus médicos”. El remedio que le prescriben para aliviar la pesadez es salir al mundo, dirigirse a las cosas. No se trata de una salida real, sino, por decirlo de un modo sencillo, de una disolución en el mundo, de un mero perderse en las cosas. Lo que los animales le sugieren es volcar el nuevo conocimiento en el mundo, sembrarlo, cuidarlo, hacer de él un nuevo jardín. Tomar las cosas tal como son y darles un nuevo aspecto. Perderse en ellas. Pero Zaratustra no aprueba del todo las palabras de sus animales. Las califica de parloteo, a pesar de lo cual insta a que sigan con él, porque le parece reconfortante y porque gracias al parloteo el mundo se puede presentar como un jardín. Aunque esto se puede tomar como una crítica a las palabras de sus animales, que lo es, debe también entenderse como una crítica al lenguaje en general, que en el fondo no es más que palabrería vacía mediante la cual el mundo viene a nosotros como si fuera un jardín, como si se tratara de un terreno real que hay que cuidar y con el que nos tenemos que manejar tal cual se aparece, pero que al mismo tiempo es agradable y apacible, como lo es un jardín. Las palabras nos traerían las realidades que expresan, y así podemos trabajar con ellas. Esta es la 26 ficción agradable que el uso habitual de las palabras nos trae, pero que en realidad no es más que puro vacío, pura imagen ficticia. Los animales le hablan a Zaratustra bajo la concepción tradicional del lenguaje. Pero él parece tener otra visión, y por eso les dice que parlotean. Ellos creen que están ante un igual, que ya sabe lo que ellos representan y que también creen saber. Pero Zaratustra percibe las diferencias que hay entre ellos, que es fruto del proceso que acaba de vivir y también de la soledad en que lo ha vivido. Zaratustra prosigue: “A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma es toda alma un trasmundo. Entre las cosas más semejantes es precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso; pues el abismo más pequeño es el más difícil de salvar. Para mí -¿cómo podría haber un fuerade-mí? ¡No existe ningún fuera! Mas esto lo olvidamos tan pronto como vibran los sonidos; ¡qué agradable es olvidar esto! ¿No se les han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas? Una hermosa necedad es el hablar: al hablar el hombre baila sobre todas las cosas. ¡Qué agradables son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos baila nuestro amor sobre multicolores arcoiris.” (Nietzsche, 1973: 299) En este fragmento se continúa con la crítica al lenguaje, pero desde una perspectiva distinta a la empleada hasta ahora. Ya no se habla desde el lenguaje mismo, sino a partir del hablante y de su posición en el mundo respecto a los otros entes. Cada uno de nosotros es un punto central en el mundo. Todo lo que llamamos mundo pasa por nosotros, por nuestra mente, sólo así podemos dar cuenta de ello, ya que si no pasa por nosotros, no hay forma de saber ni de decir nada. Ciertamente hay cosas externas, pero nosotros elaboramos los datos que de ellas percibimos según nuestros intereses y nuestro modo de estar en el mundo (en ello se pueden combinar múltiples influencias, ideológicas, históricas, e incluso biológicas, entre otras muchas). Todo lo vemos a través de nuestros filtros. Y, por lo que dice Zaratustra, cada uno tenemos nuestros propios filtros, no hay posibilidad de objetividad en estos temas, puesto que eso supondría considerar las almas como algo objetivo, lo cual iría contra la naturaleza CC: Creative Commons License, 2011 27 misma de las almas, que son pura subjetividad. Así pues, resulta que todo es desconocido para nosotros, y sólo lo contemplamos en nuestra subjetividad. Nietzsche lo expresa hablando de mundos. A cada alma le corresponde un mundo, derivado de su propia dinámica interna. Por eso ante una misma situación, dos personas adoptan posturas distintas. Pero esos mundos son incomunicables, hay un abismo entre ellos. Y sucede los abismos más pequeños son los más difíciles de salvar. Estos abismos pequeños se dan entre lo que es más semejante. Y al hablar así, Zaratustra se está refiriendo a él y sus animales. Están muy próximos entre sí, son muy semejantes y albergan en sí pensamientos parecidos. Por eso los animales le hablan con conocimiento de lo que le ocurre, le tratan como un igual. Pero Zaratustra se da cuenta de que hay algunas diferencias entre ellos, de que no son tan parecidos como parece. A pesar de las apariencias, sigue habiendo un abismo entre ellos, y es el más difícil de salvar porque, al no ser percibido, siempre se cae en él. Las implicaciones del discurso de Zaratustra van más allá de lo lingüístico. Son un llamamiento a vivir de otro modo las cosas, y se pueden considerar un ataque frontal al modo en el que nos movemos habitualmente en la existencia, y a como se ha hecho la filosofía. Al resaltar la incomunicabilidad de las almas, está reconociendo la soledad existencial en la que estamos, lo cual implica que vivimos por nosotros mismos y para nosotros mismos. Ninguna comunicación es posible. Las artes y las ciencias habían sido hasta el momento medios de comunicación de ideas y sentimientos. Pero ahora que no hay posibilidad de entendimiento esencial, sólo pueden aspirar a ser manifestaciones de las almas, expresiones que no llegarán a ser entendidas al cien por cien por los que quieran acercarse a ellas. El reconocimiento de la soledad existencial debería impulsarnos a acumular mundo, a hacer un mundo cada vez mayor y más complejo. Pero no de un modo intelectual y frío, sino desde la vivencia íntima, desde la experiencia vital más profunda. Lo que pensemos (lo que vivamos) debe calar en lo más hondo, no puede quedarse en nuestra superficie. Y mucho menos debe servir como mero afán de contacto con los demás, puesto que en sentido estricto, sólo nosotros podemos comprendernos (y ni siquiera eso, porque ya hemos visto como Zaratustra un día se Sergio González Bisbal encuentra ante algo que le asusta y que no reconoce como propio). A pesar de todo, Zaratustra se expresa lingüísticamente. Y por eso los animales, al responderle y seguir hablando igual que al principio, denotan no haber entendido gran cosa de lo que se les ha dicho, porque cada uno sigue en su lado del abismo sin poder traspasar al otro lado, y las palabras sólo pueden crear la ficción de una comunicación que es imposible. Los animales continúan hablando de la igualdad que existe entre ellos y Zaratustra, y cómo las cosas bailan para ellos, redundando en el parloteo que les ha reprochado el humano. Pero a pesar de ello aportan nueva información. Empiezan a hablar acerca de la idea que creen compartir y sobre la que sienten que está dispuesto a aceptar y poder conversar: “Oh Zaratustra, dijeron a esto los animales, todas las cosas mismas bailan para quienes piensan como nosotros: vienen y se tienden la mano, y ríen, y huyen, y vuelven. Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser. Todo se rompe, todo se recompone; eternamente la misma causa del ser se construye a sí misma. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel así mismo el anillo del ser. En cada instante comienza el ser; en torno a todo “aquí” gira la esfera del “allá”. El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad.” (Nietzsche, 1973: 299-300) En estas líneas se encuentra la formulación que los animales hacen del eterno retorno que ellos representan. Se utilizan varias imágenes que no hacen más que remarcar el aspecto circular de la realidad (rueda, año, anillo, esfera, curva), el hecho de que todo vuelve y ha de volver, porque el ciclo es eterno. Esta concepción del eterno retorno no es ninguna novedad, ya que ha habido otros autores y movimientos que la han expresado. Se la puede denominar perspectiva temporal del eterno retorno. Con ella se rompe la linealidad del tiempo judeocristiano, que parte de un punto inicial (creación) y está destinada a tener un final (el juicio), rompiendo con ella todo su sistema de valores. Si todo retorna, las teorías sobre el pecado, la culpa y su perdón, así como el fin del mundo y la observación estricta de las normas morales divinas no tienen ningún CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 sentido. Y esto es lo que buscaba Nietzsche al retomar la doctrina del eterno retorno. Pero la perpectiva temporal del eterno retorno la exponen los animales, no Zaratustra, que es, como hemos visto y él mismo ha dicho, el portavoz del círculo. Y también sabemos que él les ha acusado de parlotear, de pasar superficialmente sobre las cosas. Es, pues, de esperar que Zaratustra tenga cosas más profundas e interesantes que decir acerca de este pensamiento abismal. Porque este pensamiento es el más pesado y ha provocado la enfermedad del profeta, lo cual no es muy congruente con la aparente ligereza que causa el saber que no hay culpa en el mundo y que tampoco hay castigo. Es precisamente esta ligereza lo que les reprocha a sus animales. De sus palabras se desprende que han tomado el asunto a la ligera, que no han captado la idea en toda su profundidad. Por eso les acusa de haberla convertida en una canción de organillo, en una melodía alegre, sencilla y repetitiva. Zaratustra reconoce que sus animales saben lo que le ha ocurrido, que conocen lo que ha vivido. Pero no lo saben todo: “¡Oh truanes y organillos de manubrio!, respondió Zaratustra y de nuevo sonrió, qué bien sabéis lo que tuvo que cumplirse durante siete días. ¡Y cómo aquél monstruo se deslizó en mi garganta y me estranguló! Pero yo le mordí la cabeza y la escupí lejos de mí.5 Y vosotros, -¿vosotros habéis hecho ya de ello una canción de organillo? Mas ahora yo estoy aquí tendido, fatigado aún de ese morder y escupir lejos, enfermo todavía de la propia redención. ¿Y vosotros habéis sido espectadores de todo esto? Oh, animales míos, ¿también vosotros sois crueles? ¿Habéis querido contemplar mi gran dolor, como hacen los hombres? El hombre es, en efecto, el más cruel de todos los animales.” (Nietzsche, 1973: 300) El pensamiento abismal, el eterno retorno, es una idea que requiere esfuerzo para ser dominada. Hay en esta idea algo mortal, algo enfermizo. Pero sólo mediante el propio esfuerzo es posible hincarle el diente y neutralizarla. Y por lo que dice Zaratustra, su estado de postración se debe 5 Hace referencia al capítulo de esta misma tercera parte titulado “De la visión y el enigma”, en el que Zaratustra contempla cómo un pastor al cual, mientras duerme, se le mete una serpiente en la garganta, ahogándolo. Zaratustra ordena al pastor que muerda la cabeza de la serpiente, porque es el único modo de librarse de ella. El capítulo abunda en imágenes acerca del eterno retorno, y en cierto modo constituye un preludio para el que nos ocupa. 28 a ese esfuerzo, y no tanto a la enfermedad que lleva consigo el eterno retorno. De ello se trasluce que hay dos formas de integrar el eterno retorno. La primera de ellas es pasiva, dejarse llevar por ella y sucumbir a su fuerza (por lo dicho hasta el momento, se intuye que esto es lo que han hecho los animales). La segunda es apercibirse de la situación y asumirla, y responder en consecuencia arrancando de un mordisco la cabeza a la serpiente que asfixia. En el primer modo se sucumbe, y en el segundo se sale más fuerte, habiendo dominado a la serpiente del eterno retorno. Zaratustra acusa a sus animales de haberse quedado contemplando su penuria, sabiendo de antemano lo que estaba ocurriendo, pasando con ligereza por encima de su dolor. Les reprocha que hacen lo mismo que los hombres: pararse a mirar sin hacer nada. Ciertamente poco podían hacer, porque ya hemos dicho que el trabajo era exclusivo de Zaratustra. Pero aquí se trata de denunciar una actitud ante el mundo, la de la pura contemplación. Y es que de nada sirve estar ante las cosas sin sentirse afectado por ellas, creerse por encima de todo, como si nada fuera con nosotros. Pero si estamos en un único mundo, sin trasmundos posibles, no hay otro modo de existir que estando en él. Por eso no cabe la actitud contemplativa. Una idea de la magnitud del eterno retorno no puede ser simplemete mirada como quien ve una representación teatral. Debe ser experimentada de continuo, como una realidad siempre presente y que nos afecta en todo momentro. Ello nos empieza a poner tras la pista de la verdadera comprensión que tiene Zaratustra del asunto. A esta actitud de los animales, que él hace extensiva a los hombres, la llama crueldad, y en seguida afirma que el hombre es el más cruel de todos los animales porque lo que más le gusta es asistir a tragedias. De ello podemos deducir que lo que ha vivido Zaratustra es un suceso trágico. Parece que los seres humanos, a lo largo de la historia, han sentido una gran complacencia al contemplar el dolor ajeno. Y no sólo en el ajeno, porque también a lo que hay en cada uno de pecado y de carga, también a eso le ha regocijado denunciarlo y denigrarlo. Empezamos a ver con más claridad qué es lo que Zaratustra ha pensado y ha vivido. La crueldad del ser humano consiste en querer eliminar una parte de sí mismos, y además con agrado. Esa parte que se pretende anular es la que ha sido asociada al Mal, aunque al final el impulso vital se impone, y se encuentra en el desprecio a la CC: Creative Commons License, 2011 29 Sergio González Bisbal vida un placer y una voluptuosidad especiales, análogos a los que se sentirían aceptando lo que se desprecia. Pero Zaratustra conoce muy bien el juego en el que ha entrado, y no se deja atrapar por él. Porque con lo que dice, podría hacérsele pasar por acusador a él mismo, como si fuera un figura más que señala y acusa y desprecia a los hombres por despreciar la vida: “Yo mismo -¿quiero ser con esto el acusador del hombre? Ay, animales míos, esto es lo único que he aprendido hasta ahora, que el hombre necesita, para sus mejores cosas, de lo peor que hay en él -que todo lo peor es su mejor fuerza y la piedra más dura para el supremo creador; y que el hombre tiene que hacerse más bueno y más malvado: El leño de martirio a que yo estaba sujeto no era el que yo supiese: el hombre es malvado, -sino el que yo gritase como nadie ha gritado aún: “¡Ay, qué pequeñas son incluso sus peores cosas!¡Ay, qué pequeñas son incluso sus mejores cosas!” El gran hastío del hombre -él era el que me estrangulaba y el que se me había deslizado en la graganta: y lo que el adivino había profetizado: “Todo es igual, nada merece la pena, el saber estrangular” Un gran crepúsculo iba cojeando delante de mí, una tristeza mortalmente cansada, ebria de muerte, que hablaba con una boca bostezante. “Eternamente retorna él, el hombre del que estás cansado, el hombre pequeño” -así bostezaba mi tristeza y arrastraba el pie y no podía adormecerse. En una oquedad se transformó para mí la tierra de los hombres, su pecho se hundió, todo lo vivo convirtióse para mí en putrefacción humana y en huesos y en caduco pasado. Mi suspirar estaba sentado sobre todos los sepulcros de los hombres y no podía ponerse de pie; mi suspirar y mi preguntar lanzaban presagios siniestros y estrangulaban y roían y se lamentaban día y noche: -”¡Ay, el hombre retorna siempre! ¡El hombre pequeño retorna siempre!”Desnudos había visto yo en otro tiempo a ambos, al hombre más grande y al hombre más pequeño: demasiado semejantes entre sí, -¡demasiado humano incluso el más grande! ¡Demasiado pequeño el más grande! ¡Este era mi hastío del hombre! ¡Y el eterno retorno también el más pequeño! - ¡Este era mi hastío de toda existencia!. Ay, ¡náusea! ¡náusea! ¡náusea! -Así habló Zaratustra, y suspiró y tembló, pues se acordaba de su (Nietzsche, 1973: 301-302) enfermedad.” Zaratustra no es ningún acusador, puesto que ha comprendido que todo es necesario, tanto lo mejor como lo peor del ser humano. Que si se quiere alcanzar la grandeza, la bajeza es necesaria, y cuanta más bondad se quiera alcanzar, más maldad será necesaria. Una vez entendido esto, no hay reproche posible, tan sólo la descripción de que el ser humano ha sido cruel y ha querido eliminar de sí mismo lo que no le agradaba y lo que no podía eliminar de su seno. A la luz del eterno retorno, esto quiere decir que todo es necesario, que tanto vale lo mejor como lo peor, y que lo uno y lo otro no tienen ningún sentido final (puesto que no hay ninguna meta en un tiempo cíclico). Ello conduce a un camino de sinsentido y de empequeñecimiento de todo lo real frente a la realidad misma del eterno retorno, porque en el fondo lo que ocurre ya ha ocurrido miles de veces y ocurrirá otras tantas. Ante esto, una interpretación superficial como la que se trasluce de las palabras de los animales llevará a una consideración epidérmica de la realidad, puesto que todo da igual y no hay que responder a un fin último, de lo cual se puede derivar una cierta “alegría de vivir”. Así es posible que las cosas se presenten como un jardín y nos podamos alegrar de ello, porque en el fondo, el mundo no tiene nada que ver con nosotros y nuestra responsabilidad. Pero Zaratustra no se ha cansado de repetir que la idea del eterno retorno es la carga más pesada, y es la que le ha provocado su enfermedad, que por fin nos es revelada con claridad. Y precisamente tiene que ver con este sentimiento de ligereza que genera el eterno retorno tomado con poca profundidad. Lejos de presentarnos un mundo vacío de sentido y sin responsabilidad, el eterno retorno nos aporta el sentido y la responsabilidad. Por eso es una carga tan poco llevadera. La interpretación temporal, laxa, no es más que un mero bálsamo, demasiado parecida en su significado a las concepciones dualistas (es decir, que trasladan el centro a otro lado y no asumen la responsabilidad última, dejándola para el sinsentido o para la divinidad y el mundo ideal), se queda al margen, sólo contempla lo que ocurre. Pero Zaratustra, con su enfermedad vive la situación, experimenta en toda su crudeza esta interpretación laxa. Llegado es el momento de exponer la enfermedad. Hasta ahora la hemos intuido, CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 hablado sobre ella, pero aún no diagnosticado. Zaratustra lo dice con claridad. Su enfermedad era el hastío del hombre. Despreciaba lo que de pequeño había en él, y por ello quería eliminarlo. Aborrecía al hombre por lo que de pequeño y débil había en él. Hubiera preferido eliminarlo antes que aceptar esa dimensión negativa que él percibía en los humanos. No hace falta decir que lo negativo para Zaratustra no es lo mismo que el pecado y la cruz de la que ha hablado antes. Más bien lo contrario, lo malo que le ve es precisamente la denigración de lo pecaminoso. Este es el mal que Zaratustra condena. Y a partir de él condena a toda la humanidad. Pero en el fondo no hace más que comportarse igual que todos los despreciadores de la vida, negando una de las potencias de la vida, a saber, la de lo nocivo y negativo, sin la cual no es posible aspirar a la mejora. En el fondo, Zaratustra era tan nihilista como los nihilistas que él denunciaba. La enfermedad de Zaratustra es, pues, anterior al momento en que cae al suelo de su caverna después de hacer venir a él, de hacer subir al primer plano a su pensamiento más abismal. En ese instante es cuando empieza el proceso de convalecencia. Al convocar la idea del eterno retorno, ésta se le metió en la garganta, y le asfixiaba. Porque no podía soportar el pensar que los hombres pequeños, los débiles que tan poco le agradaban y sobre los que ponía el peso del nihilismo fueran necesarios. Tan necesarios como los fuertes hacia los que él aspiraba. Por eso el eterno retorno lo asfixia. Sólo ve ante sí la decadencia que representa y que trae con él lo débil. Por eso abundan las imágenes oscuras, en las que nos habla de vacío, de crepúsculo, tristeza, putrefacción, oquedades o de sepulcros. Poco a poco, Zaratustra se sumergía en la oscuridad, se dejaba llevar por ese sentimiento, arrastrado por el nihilismo, que le hacía imposible asimilar la idea de que lo más insignificante y decrépito del hombre debía retornar, que de nada servía intentar eliminarlo, puesto que iba a volver. Todo, pues es necesario, de nada nos podemos desprender. Todo retorna, todo debe retornar. De nada sirve lamentarse y retorcerse en el lecho del cómo deberían ser las cosas, sin atender al cómo son. Ante esta situación caben tres posibilidades, que son, a su vez, las tres respuestas que se puede dar al nihilismo. La primera de ellas es dejarse asfixiar, dejar que la serpiente del eterno retorno acabe con nosotros, abandonarnos a ella. De este 30 modo sólo conseguimos seguir en el mismo movimiento que tanto se critica, el de intentar negar algo que está ahí y que es necesario, puesto que nada de lo que hagamos podrá eliminarlo. Otra posibilidad es la de una aceptación débil, que se limite a reconocer la realidad del movimiento circular del tiempo, pero que no vaya más allá de ello, que se quede contemplando al margen el sinsentido, como si la cosa no fuera con nosotros. La tercera y última opción es la de una aceptación en sentido fuerte. Con ella aceptaríamos las implicaciones que el eterno retorno lleva consigo, cargaríamos con él y lo llevaríamos a todas partes, convirtiéndolo en parte de nuestra existencia, en nuestra existencia misma. Este sentido existencial es el que Zaratustra desarrolla. Él acepta el eterno retorno, acepta la necesidad de lo mejor y de lo peor, muerde la cabeza de la serpiente que lo está asfixiando, liberándose así de la enfermedad. Sólo a partir del momento en que da la dentellada es posible la recuperación. Si no se da el mordisco, se continúa enfermo hasta la aniquilación. La aceptación no es un simple sí, como el que afirma que está ocurriendo algo ahí fuera. Se trata más bien de un sí quiero, de la aceptación desde la propia voluntad, desde el deseo de que las cosas sean así. No se trata, pues, de una cuestión de reconocimiento de la realidad, sino de voluntad de que la realidad sea así. De este modo se consigue trasladar la aceptación de lo meramente externo a la interioridad del sujeto, que queda así convertido en un puro movimiento de voluntad. Porque en último término, incluso el sujeto forma parte de la realidad y está sujeto al eterno retorno, y por lo tanto hay que aceptarlo con el consabido “sí, quiero”. Así todo queda reducido a la voluntad. Y en esto radica la carga del eterno retorno, en que en un mundo circular, la única forma de vivir auténticamente es la de la pura afirmación de la voluntad. El quedarse mirando o el dejarse llevar son opciones negativas, que niegan la estructura íntima de la realidad, que es circular, que se mueve en un ciclo en el que todo vuelve otra vez. En el no aceptar hay un acto de dejación, de sometiminto a la realidad, y por lo tanto hay empequeñecimiento y debilitación. El modo de escapar a la sumisión es la voluntad, convertirlo todo en un querer, hacer que cada momento, cada acto o cada decisión sean el fruto de la voluntad, que quiere que lo hecho suceda. Así es como la voluntad se convierte en el fundamento del mundo y del tiempo, puesto que todo deriva de ella y de su acto de aceptación. CC: Creative Commons License, 2011 31 Estos planteamientos implican la idea de la responsabilidad. Porque la aceptación de Zaratustra es un hacerse responsable de todo. Al dar nuestro sí quiero nos colocamos al mundo a nuestras espaldas. Y no se trata de un sí que se dé de una vez y valga para siempre, sino que es un sí que debe renovarse ante cada situación y ante todo. Es un continuo sí, una afirmación eterna. Nos encontramos así ante un nuevo rostro del eterno retorno. Un nuevo rostro que es no tanto temporal como existencial. No se trata ya de que el tiempo sea circular y todo se repita en un ciclo interminable. Sino que ahora lo que se destaca es que cada momento es un punto en el que el pasado y el futuro se examinan. Todo viene a este punto-ahora.6 Y como cada ahora es distinto del anterior, porque el tiempo pasa, cada instante es fuente de afirmación de todo lo pasado y de todo lo que está por llegar, que por lo tanto se repite de continuo, bien en forma de pasado, de presente o de futuro. El tiempo queda comprimido así en cada instante, recogiendo en sí la totalidad de los acontecimientos (de modo directo la propia existencia, pero también todo lo demás), y el eterno retorno sería el movimiento de la voluntad, que debe, de forma contínua, querer y afirmar la totalidad que cada puntoahora recoge. De este modo el eterno retorno es independiente del tiempo y compatible con una concepción circular de él (que redundaría el aspecto cíclico) o con una visión lineal como la judeocristiana. Gracias al eterno retorno, Zaratustra se está reponiendo de la enfermedad del nihilismo, que le llevaba a negar una parte necesaria y constitutiva de la realidad. El nihilismo es aquí algo más que la situación en la que los valores últimos han perdido toda su fuerza conformadora del mundo, se hace extensivo también a toda doctrina que, igual que el platonismo y el cristianismo, tenga como consecuencia la negación de algo, el desprecio de algunos aspectos desagradables y la aspiración a un mundo en el que éstos no existan. A la larga, estas doctrinas acaban conduciendo a la situación de ausencia de valores, porque son enfermizas y acaban arrastrando a la humanidad a la muerte, a desear la nada antes que a no desear una vez la propia dinámica que en su interior se genera lleva a una situación aparentemente sin salida. Para llegar a este punto de convalecencia, 6 En el capítulo “De la visión y el enigma”, que como vemos está muy relacionado con “El convaleciente”, se presenta ante Zaratsutra la imagen del presente como el lugar en el que el pasado y el futuro se encuentran y al cual acuden. Sergio González Bisbal Zaratustra ha tenido que pasar por la más dura prueba, por la necesidad de tener que aceptar la necesidad, eliminando cualquier resto de enfermedad que quedara en él y pudiendo así empezar a caminar hacia la salud, que es un etrerno decir sí. En apariencia, la enfermedad ha sido el período de siete días que ha pasado postrado. Pero ahora comprendemos que la enfermedad ha estado allí siempre, y que la postración ha venido por la percepción del engaño en el que había vivido hasta el momento, creyendo que estaba predicando ideas contrarias a las mayoritarías, cuando en realidad estaba jugando al mismo juego. El eterno retorno ha funciopnado en él como un remedio a la enfermedad. Pero un remedio que puede llegar a ser peor que la enfermedad, porque puede llevarnos a cronificarla de forma profunda y hacerla incurable. La resolución depende de la voluntad de cada uno. No vale colocarse en posición pasiva, como se haría con cualquier medicina. Este remedio tiene un mecanismo terapéutico diferente a todos los demás. Sin la participación y colaboración del enfermo no hay salida posible. La propia naturaleza del eterno retorno así lo hace necesario. Y no todos los hombres pueden llevar a cabo la tarea de cargar voluntariamente sobre sus espaldas todo el peso del mundo. Hacen falta individuos especiales, capaces de morder la serpiente del eterno retorno, de despojarse de sí mismos y de darse a la voluntad, de llevar a cabo lo que el amor fati implica. Muchos sucumbirían ante tamaña empresa. Pero eso sería necesario y no debería ser motivo para eliminar a los débiles. Pensar eso ya sería una mala comprensión del asunto. Sólo sobre los muchos fracasos podrían algunos pocos superhombres elevarse hasta lo más alto. Del mismo modo que hacen falta toneladas de tierra para levantar una montaña y que sólo una roca esté en lo más alto, así ocurriría con la asunción del eterno retorno. Cuantos más fracasados, mejor, más alta será la montaña. Pero no debe esto llevarnos a pensar en algún individuo humano superior, sino que el superhombre se trata más bien de una categoría existencial, de un tipo que algunos individuos encarnarían. Porque como se ha intentado expresar, la asunción del eterno retorno no es cosa de un sujeto, sino que es un movimiento de voluntad. Además, el amor que implica este acto impide al superhombre desprenderse de los que no han llegado a sus alturas. Tan sólo cabe CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 hacia ellos agradecimiento y amor eternos por ser su sustento y camino. Cuando Zaratustra está recordando su enfermedad y estremeciéndose con el recuerdo de lo que ha aceptado, los animales le interrumpen: “¡No sigas hablando, convaleciente! -así le respondieron sus animales, sino sal afuera, a donde el mundo te espera como un jardín. ¡Sal fuera, a las rosas y a las abejas y a las bandadas de palomas! Y, sobre todo, a los pájaros cantores: ¡para que de ellos aprendas a cantar! Cantar es, en efecto, cosa propia de convalecientes; al sano le gusta hablar. Y aún cuando también el sano quiere canciones, quiere, sin embargo, distintas canciones que el convaleciente.” (Nietzsche, 1973: 302) Los animales persisten en hablar y en pedirle a Zaratustra que salga, que se vuelque en las cosas, que le están esperando. Redundan en la imagen del mundo como jardín. Pero añaden algo nuevo. Mencionan el canto, y la necesidad de que se aprenda a cantar de los pájaros. Heidegger ve en esto un signo de que los animales están cada vez más cerca de Zaratustra, de que empiezan a comprenderle. En cualquier caso, llama la atención la distinción que hacen entre los sanos y los convalecientes y sus distintas necesidades. ¿En qué radica esta diferencia?. El convaleciente es el que empieza a estar sano, el que está dejando atrás la enfermedad, pero que en cierto modo aún sigue bajo su influjo. El sano, en cambio, no tiene enfermedades a la vista, no se halla influido por ninguna patología. Se trata de dos pulsos vitales distintos. Y como tales tienen necesidades diferentes. El convaleciente necesita un impulso superior, se encuentra en una situación más desequilibrada, y precisa de un plus de vida para remontar. El sano, en cambio, se encuentra más estable, en un estado más inercial, y con un mínimo le basta para seguir igual. Está claro que las músicas que les son adecuadas no son las mismas. El convaleciente ha de menester melodías enérgicas, que le impulsen en su curación. Al sano, en cambio, le basta con hablar, que es algo más monocorde y con una melodía más suave (no hace falta entender aquí el hablar en sentido literal, como el uso del lenguaje, puesto que nos volveríamos a encontrar ante las cuestiones de la crítica al lenguaje). En cualquier caso, se plantea la necesidad de que Zaratustra aprenda a 32 cantar. Ya sabemos que como convaleciente que es, necesita algún canto. Pero los animales le sugieren que aún tiene que aprender a cantar. El canto es una corriente que sale de nosotros al exterior. Es el momento de la expresión. Se está con ello sugiriendo que ha llegado el momento de que Zaratustra se exprese. Al parecer, el proceso de asimilación y de aceptación del eterno retorno ya se ha producido. Ahora llega la hora de contarlo, de sacarlo fuera, aunque ya sabemos que eso es poco menos que una ilusión, puesto que nos separan abismos sobre los que tan sólo podemos tender puentes. En principio no hay necesidad de expresarlo, porque se trata de algo que cada uno debe hacer en su soledad. Tan sólo hace falta algún pequeño estímulo para poner en marcha el proceso. Y eso es lo que los animales sugieren a Zaratustra que haga, que invente nuevos cantos para la canción que debe cantar. Porque su tarea es la de predicar y enseñar la nueva doctrina del eterno retorno. Es por ello por lo que debe hacer nuevos cantos, que puedan servir para curar a los enfermos del nihilismo, y que hasta el momento nunca se hayan cantado. “-¡Oh, truanes y organillos de manubrio, callad! - respondió Zaratustra y se sonrió de sus animales. ¡Qué bien sabéis el consuelo que inventé para mí durante siete días! El tener que cantar de nuevo -ése fue el consuelo que me inventé, y ésa es mi curación: ¿queréis acaso vosotros hacer en seguida de ello una canción de organillo?” (Nietzsche, 1973: 302) Zaratustra reconoce que sus animales están más próximos a él, que saben bien de qué hablan. Les dice que el consuelo que encontró para su enfermedad fue el de tener que cantar de nuevo, y que gracias a ello ha podido sanar. Efectivamente, el eterno retorno y todo lo que él implica suponen una nueva canción, un nuevo canto que lanzar al mundo. Pero en seguida vuelve a reprocharles que hagan de ello una canción de organillo y reduzcan su canción a mera cantinela. Aunque parecen saber lo que dicen, los animales se limitan a repetir y a reproducir la melodía. Pero Zaratustra es el portavoz del círculo. Su tarea es la de cantar el nuevo canto que él ha compuesto en su convalecencia, la canción del eterno retorno. Aunque el fondo es incomunicable, no es algo tan exclusivo, porque si no no habría enseñanza posible, y sólo cabría esperar a que, espontáneamente, algunos hombres CC: Creative Commons License, 2011 33 Sergio González Bisbal llegaran a conclusiones parecidas. No parece que sea esta la situación, a pesar de la carga individual que lleva en sí el pensamiento del eterno retorno. Lo que ocurre es que cada persona tiene unas cualidades concretas de voz, y el canto debe adaptarse a ellas. Y es esta adaptación la tarea que compete a cada uno. No se pueden hacer versiones estandarizadas del canto del eterno retorno, como son las canciones de organillo. A lo que hay que tender es a adaptar el canto, a hacerlo nuestro, a sentir su necesidad en cada uno de nosotros. A pesar de ello, los animales parecen comprender lo que les dice Zaratustra, porque a continuación le instan a construirse un nuevo instrumento para su canto: “-No sigas, hablando, volvieron a responderle sus animales; es preferible que tú, convaleciente, te prepares primero una lira, ¡una lira nueva! Pues mira, ¡oh, Zaratustra! Para estas nuevas canciones se necesitan liras nuevas. Canta y cubre los ruidos con tus bramidos, oh Zaratustra, cura tu alma con nuevas canciones: ¡para que puedas llevar tu gran destino, que no ha sido aún el destino de ningún hombre! Pues tus animales saben bien, oh Zaratustra, quién eres tú y quién tienes que llegar a ser: tú eres el maestro del eterno retorno, -¡ese es tu destino! El que tengas que ser el primero en enseñar esta doctrina, -¡cómo no iba a ser ese gran destino también tu máximo peligro y tu máxima enfermedad!” (Nietzsche, 1973: 302-303) La canción de Zaratustra, el eterno retorno, es tan nueva y tan distinta a todo lo anterior, que es necesario un nuevo instrumento para interpretarla. La doctrina del eterno retorno, tan grave y pesada, no puede ser transmitida mediante los instrumentos habitualmente utilizados para exponer doctrinas. Esto vuelve a apuntar directamente a la palabra y el lenguaje, que como ya hemos visto es pura ficción y Zaratustra lo ha reconocido como tal. ¿Pero podemos escapar a lo lingüístico?. Tal vez se está apuntando a nuevos usos y juegos del lenguaje. Ya no se puede, a través suyo, exponer la verdad, puesto que por sí mismo no transporta ninguna verdad. Habrá, pues, que usarlo de otra manera distinta, nueva. Y la finalidad de este nuevo uso no debe ser la de transmitir conocimientos, puesto que el eterno retorno es mucho más que un conocimiento (debe calar más hondo y llegar a instancias mucho más profundas, debe transformar el pulso vital entero). El nuevo lenguaje debe inspirar, conmover, despertar los más recónditos mecanismos internos que permitan que los oyentes descubran por sí mismos el eterno retorno. Sea como fuere, es Zaratustra el encargado de crear el nuevo instrumento. En ello consiste su destino. Porque él es el primero que ha de cantar el canto del eterno retorno y el que lo ha de transmitir a los demás. Él es el maestro del eterno retorno. Por eso es esto su mayor peligro y su mayor enfermedad, porque siempre supone un riesgo y un cierto vértigo ser el primero en algo, pero mucho más ser el primero en enseñar el eterno retorno. Los animales animan a Zaratustra a dirigirse al mundo, pero ya no porque las cosas lo anhelen, como sucedía al principio, sino para que su canto cubra los ruidos. No es difícil adivinar en qué consisten estos ruidos. Se trataría de todas las doctrinas nihilistas y canciones enfermas, debilitantes y contrarias a la vida, que serían neutralizadas por el canto del eterno retorno. Ya no se trata de un perderse en el mundo, de un alivio que proporcionen las cosas liberadas de su valor y sentido últimos. De lo que se trata ahora es de cargar con ellas, de hacerse responsable de lo que se es y aceptarlo sin reservas. No es un mero cambiar el sentido de las cosas, que sería lo que al principio parecen sugerir los animales, transformando el mundo en un jardín. Si se hiciera esto poco se habría hecho, porque las cosas seguirían ahí sólo que con otro ser. La cuestión es mucho más profunda y trascendente para la vida. Se trata de acogerlas, de aceptarlas y cargar con su peso, porque, en último término, dar sentido supone responsabilizarse de las cosas y de su nuevo sentido, porque las hemos aceptado y las hemos hecho nuestras, las hemos sometido a la voluntad afirmadora y las hemos convertido (a nosotros mismos también) en un quantum de voluntad. A continuación los animales exponen un extenso pero bello resumen de la doctrina del eterno retorno: “Mira, nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros. Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año: una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo CC: Creative Commons License, 2011 Factótum 8, 2011, pp. 20-35 mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y a vaciarse:-de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño,de modo que nosotros mismos somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo más grande y también en lo más pequeño. Y si tú quisieras morir ahora, oh Zaratustra: mira, también sabemos cómo te hablarías entonces a ti mismo: -¡mas tus animales te piden que no mueras todavía! Hablarías sin temblar, antes bien dando un aliviador suspiro de bienaventuranza: ¡pues una gran pesadez y un gran sofoco se te quitarían de encima a ti el más paciente de todos los hombres!“Ahora muero y desaparezco, dirías, y dentro de un instante seré nada. Las almas son tan mortales como los cuerpos. Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, ¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno. Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente -no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante: -vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas, -para decir de nuevo la palabra del gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar el superhombre a los hombres. He dicho mi palabra, quedo hecho pedazos a causa de ella: así lo quiere mi suerte eterna, -¡perezco como anunciador! Ha llegado la hora de que el que se hunde en su ocaso se bendiga a sí mismo. Así -acaba el ocaso de Zaratustra.” (Nietzsche, 1973: 302-303) Los animales hablan esencialmente de la interpretación temporal del eterno retorno, del gran ciclo en el que todo vuelve tal y como ya ha sido y es. Según el relato de los animales, llegada la hora de la muerte de Zaratustra, éste aceptaría con agrado su desaparición, puesto que supondría un alivio del enorme peso con el que debe cargar, a sabiendas de que todo lo ocurrido volverá a suceder. Con esta aceptación nos ponen ante la interpretación existencial del eterno retorno, que nos pone en la tesitura de que cada instante es el decisivo para el fluir del tiempo, el sitio en el que pasado y futuro se encuentran, y desde el cual hemos de darles sentido y aceptarlos. Cada momento es el mirador desde el cual contemplamos lo acaecido y lo que está por acontecer. Sólo desde él es posible otorgarle un sentido a todo ello, que por sí mismo no lo tiene, 34 puesto que se halla en una dinámica circular y sin ninguna clase de referencias externas al círculo mismo. Y este sentido se le otorga dándole nuestro asentimiento, convirtiéndonos en voluntad afirmadora que quiere que todo ocurra. No se trata ya de ser sujetos que contemplan la realidad y dejan que las cosas sean sin más, sino que lo que nos propone es en cada momento aceptarlo todo, y querer que ocurra, porque así todo se convierte en algo que cada uno de nosotros ha querido que suceda así y no de ningún otro modo. Se trata, en este caso, de un retorno eterno, pero del movimiento de la voluntad afirmadora. Suponiendo que ahora los animales ya hayan entendido mejor el eterno retorno y que lo que ahora dicen es en esencia lo mismo que dice Zaratustra, se puede ver en la imagen del alivio un resto de la antigua visión de la muerte como una liberación, como el paso a un estadio distinto. Ciertamente es así, porque supondría la disolución más completa, puesto que ya nos han dicho que el alma es mortal, y con ella la desaparición de la carga de la responsabilidad de tener que dar el asentimiento a todo. Pero la idea de alivio parece más adecuada de una doctrina que pone en alguna clase de transmundo la deseabilidad que Zaratustra pone en este, y que hace que al liberarnos de él, se pueda acceder a ese lugar deseado y deseable. En cualquier caso, lo destacable del fragmento en torno a la muerte no es esta aparente dificultad, sino el hecho de que los animales dicen “si tú quisieras morir ahora”. Esto lleva a pensar en un cierto aspecto voluntario de la muerte, más allá del de la aceptación y del amor fati (que nos llevaría a, efectivamente, querer la muerte en el momento en que llegue). En efecto, y si atendemos a otros capítulos de Así habló Zaratustra, parece que Nietzsche nos plantea la posibilidad de llegar a un punto en el que queramos morir, en el que prefiramos la muerte a seguir viviendo. Ello supondría la suprema afirmación de la voluntad, el decir sí último, el querer incluso la propia aniquilación. Tal vez sea la prueba definitiva de que se ha asumido la idea del eterno retorno. Además, en este fragmento se nos dice que Zaratustra es el que pronuncia la palabra del mediodía. El mediodía es el momento más luminoso del día, el que mejor nos permite ver las cosas, pero también el que nos aporta la pesadez del sol y del calor. Así, la palabra de Zaratustra, que no sería otra que el eterno retorno, es la que aporta más luz para ver la estructura del CC: Creative Commons License, 2011 35 Sergio González Bisbal ser y poder situarnos ante ella, pero también la que nos aporta la pesadez y la dificultad de tener que cargar con el querer toda la realidad. Pero también es el punto más alto del sol, a partir del cual empieza su descenso, aportando así esta imagen una cierta idea de aumento y de disminución, de crecimiento y decrecimiento, que ilustra muy bien la idea de que con el eterno retorno llega el punto culminante, el momento álgido, pero que da a entender que eso sólo va a ser momentáneo. La circularidad y el retorno nos sugieren que las cosas no van a llegar a un punto de estabilidad a partir del cual siempre se vaya a estar igual, que para volver al mismo punto es necesario dar la vuelta. En la vertiente temporal, ello está claro (ha de haber tarde o temprano un movimiento de descenso o de destrucción para que todo vuelva a comenzar), pero la dificultad viene cuando nos enfrentamos a la versión existencial del eterno retorno. Allí no cabe la posibilidad del ocaso, pero sí la del olvido. Una comprensión adecuada del eterno retorno implica la necesidad de estar continuamente renovando el querer de la voluntad, lo cual implica que hay un peligro de olvido, de que en algún momento se nos pase esa necesidad, dejando algo por aceptar y querer. Esta posibilidad hace que cada vez se tenga que renovar los votos del eterno retorno, obligándonos de continuo a mantener bien alto el sol que representa. Tras las palabras de los animales, Zaratustra se queda callado y pensativo, “en conversación con su alma” (Nietzsche, 1973: 304). No sabemos si han estado acertados o no en su resumen, puesto que Zaratustra ya no les dice nada. Ni siquiera les ha oído callar. Ante el silencio y la actitud del hombre, los animales deciden dejarlo sólo con sus pensamientos, concluyendo así el capítulo. Referencias Heidegger, M. (2005) Nietzsche. Barcelona: Destino. Nietzsche, F. (2000) Also sprach Zatratustra. CD-Rom PC. Digitale Bibliothek Band 31 (Friedrich Nietzsche Werke). Berlin: Directmedia. Nietzsche, F. (1973) Así habló Zaratustra: un libro para todos y para nadie. Madrid: Alianza. Nietzsche, F. (2008) Ecce homo. Madrid: Alianza. Nietzsche, F. (2006) Fragmentos póstumos (1885-1889). Madrid: Tecnos. Nietzsche, F. (1996) La gaya ciencia. Madrid: Alba. Piccione, B. L. G. (2006) De “Así habló Zaratustra” (en su centenario). Una introducción. En línea. (Consulta: 22-7-2006) URL = <http://www.nietzscheana.com.ar/zaratustra-introduccion.htm> Real Academia Española (2001) Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. 22ª edición. Madrid: Espasa-Calpe. Slabý, R. J. y Grossmann, R. (1983) Diccionario de las lenguas española y alemana. Barcelona: Herder. CC: Creative Commons License, 2011