Claudia y Grunch

Anuncio
Claudia y Grunch
29/10/07
14:55
Página 3
Claudia y Grunch
Rafael Gómez Pérez
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 8
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 9
1
Suena el móvil
l móvil sonó y vibró con la música de los Simpsons.
Un mensaje: 5 trae G C. Me gusta C., Claudia. Me
gusta Claudia porque sus mensajes son explícitos,
escuetos y escasos. Me gusta porque con ella no hay que
andar con explicaciones: 5 es que quedamos a las cinco. El
sitio no se pone, se supone: donde siempre, al final del
lago del Retiro, en la fuente. Trae G: que me lleve a
Grunch, mi perro, un Basset Hound, también llamado
salchicha, a quien Claudia quiere más que a mí.
E
Claudia es de mi curso. No es la más guapa, pero
tiene algo sin lo que la belleza se queda corta: una
inteligencia fina, no presumida, cotidiana. Con ella se
puede hablar de cualquier cosa. Yo no sé lo que pensáis vosotros y vosotras, si leéis esto, pero me parece
que la mayor parte de la gente de quince años que
conozco, en el instituto o fuera de él, no se puede
poner como ejemplo de variedad de conversación.
Ellos, más o menos, así:
–¡Jo, qué pedazo de piernas!
9
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 10
–¿Te mola?
–¡Está buenísima!
–¿Sabes su móvil? Le pongo un mensaje que la crujo.
–¡Jo!
Ellas, algo de esto:
–¿Es tu móvil o el mío?
–El mío, oh, es de Patxi, ¡qué bueno está!
–Un poco macarra, ¿no?
–¡Pero tiene un culito!
–¡Es mi móvil! La plasta de Laura, no me deja en paz.
Claudia no es así. Tiene dos o tres amigas, pero, salvo
Paula (ya hablaré de Paula), no van por ahí de gansas ni
de lobas. Para empezar, Claudia odia las discotecas.
Dice que le gusta hablar y en las discotecas sólo se
puede gritar. Le gusta leer, y lee, cosa que se va
haciendo rara entre tanto móvil, consola y canciones
por mp3.
Claudia lee casi de todo, pero desquicia cuando se trata
de Colmillo blanco, de Jack London, o de los libros de
Gerald Durrell, que sabía mucho de animales y los describe que parece que están saltando a tu lado. Claudia
sabe ya qué va a estudiar cuando termine el bachillerato. Veterinaria. Le gustan los animales más que nada
y por eso su broma de que le gusto un poco yo.
En casa de Claudia no quieren perros ni gatos. Lo más
que le permitieron tener eran hámsters, hasta que
10
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 11
criaron. Se juntaron un total de diez insaciables roedores. La madre de Claudia solo sabía quejarse. Que si
su cuarto olía mal, que si parecían ratas, que si no
podía sacarlos por ahí porque iban a roer los cables…
Así que cuando esos simpáticos animales murieron,
Claudia ya no tuvo más. Casi cada mes me venía
Claudia con la noticia de una muerte, impresionada,
porque le había cogido cariño a esos bichitos. Con los
dos últimos lo pasó muy mal, uno se llamaba Lampón y otro Harry. Yo los vi en su casa. Lampón era de
un blanco radiante, muy domesticado, capaz de
subirse haciendo chimenea por la pared, como los
escaladores, a lo más alto de las estanterías. Luego se
quedaba mirando a Claudia desde arriba, como
diciéndole bájame. Ella se lo colocaba en el hombro y
Lampón le daba unos mordisquitos en la oreja, que
para mí quisiera yo, pero sin hacer daño. Harry era
negro y, por alguna razón genética, había salido con
un pelo largo y sedoso, como el de los gatos de
Angora. Había que verlo rebañando con sus dientecillos
lo que quedaba en los bordes del yogur que Claudia
se acababa de tomar.
Presenté mi Grunch a Claudia cuando murió el último de
sus hámsters. Me dio tanta pena verla tan triste que le
hablé de mi perro y le dije que podíamos quedar para
que lo conociera. Así fue el primer paseo por la zona del
lago del Retiro, que ya es imaginación llamar a aquello
lago. Desde entonces nos vimos mucho allí, yo siempre
con Grunch. Si no estaba el perro, a Claudia parece que
yo no le interesaba mucho.
11
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 12
Ella no se imaginaba que para mí, aquellas tardes, sobre
todo las tardes claras y aún frescas de la primavera, eran lo
mejor que me había ocurrido hasta entonces.
12
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 13
2
Me presento
hora voy a hablar un poco de mí, si no os
importa. Me llamo Diego. Tenía entonces casi
dieciséis años. Mi padre es funcionario en un
ministerio y mi madre trabaja fija, aunque no cobra, en
una ONG que se dedica a organizar casas para los niños
que no la tienen o algo así. Mis padres son ya algo tarras,
cerca de los sesenta años. Somos cuatro hermanos. Los
dos mayores están casados. Tengo tres sobrinos. En casa
quedábamos mi hermana Marta, que me lleva ocho
años, y estaba terminando Derecho, y yo. En casa soy
un perfecto benjamín, el pequeño por antonomasia.
Todo eran ventajas para mí, pero señalo sólo una: como
la casa se había quedado grande desde que se casaron
los mayores, tenía, y tengo, un cuarto enorme sólo para
mí. ¡Un cuarto con terraza!
Mi hermana Marta es bastante callada. Estudiaba
mucho, tenía novio, me prestaba dinero de vez en
cuando, y muchas veces se le olvidaba que no se lo
había devuelto. O se hacía la tonta, de buena que es. Es
mi hermana preferida, entre otras cosas porque solo la
A
13
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 14
tengo a ella. Los mayores, Ricardo y Miguel, se habían
ido de casa cuando yo aún era un niño y la verdad es
que no los he tratado mucho. Son buena gente, pero
van a lo suyo. Además, uno vive en Santander, y sólo
viene por Navidad o cuando viaja a Madrid por motivos
de trabajo.
Me parece que lo he resumido bien, pero quiero volver a
lo de mi cuarto con terraza. La he medido para poner
aquí el dato. Tiene cinco metros de largo por casi tres de
ancho. Está cerrada con cristales, pero cuando se abren
todos es como estar al aire libre.
Pero se me ocurre que voy a dejar de hablar en pasado,
aunque lo que cuento ya pasó. Voy a hacerlo en presente
o, lo que me parece mucho más real, en una mezcla de
presente, pasado y futuro, porque como decía mi profesor de filosofía: la vida es sólo eso: tiempo que se fue,
tiempo que está aquí y tiempo que vendrá.
Volvamos a mi terraza. Allí está la caseta de Grunch y, a
una cierta altura para que Grunch no meta la narizota, el
terrario con la iguana, que se llama Guana. Mi madre
siempre se refiere a ella como esa fea de Juana. Y además mi
canario, Yuy, que canta hasta que parece que va a explotar.
¿Hace falta decir que me gustan los animales casi tanto
como a Claudia?
Si no os torra demasiado, explico por qué. Pero en un
capítulo aparte. Quienes no estén interesados en esto del
amor a los bichos se lo pueden saltar entero, sin que se
pierdan nada de lo que tengo aún que contar. Voy a utilizar este procedimiento: avisar de lo que se puede saltar.
Yo lo hago con algunas novelas, cuando me parece que
el autor se pone pesado. Que no es mi caso.
14
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 15
3
El perro, la iguana y el canario
os días que voy al instituto, Grunch tiene la costumbre de despertarme por la mañana. Mi madre
no se fía del perro e insiste en que deje siempre a
punto el despertador. Pero es una preocupación inútil,
porque Grunch nunca falla. Tiene que empujar la
puerta, que está entornada. Lo que yo veo después es a
Grunch que debe de haber saltado a mi cama, porque
está dándome lametones en una oreja. Me meto
debajo del edredón, pero él se cuela también, emite
unos ladridos cortos en un tono bajo, como de cabreo, y
no para hasta que no me ve en pie. Después se va y no
aparece de nuevo hasta que desayuno, porque espera
que le dé alguna galleta. Si tengo tiempo, le pongo su
cuenco con cereales, como los que yo tomo a veces.
Me acompaña a la puerta y se asoma a la terraza. Lo
tengo que saludar desde la calle; entonces da tres ladridos
y se queda mirándome hasta que me pierde de vista.
L
El canario lo heredé de mi abuelo, que murió hace
dos años, con casi noventa. Él me enseñó que se
15
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 16
puede hablar con los animales porque, decía, tienen
alma, saben, sienten y sufren. Guana, la iguana,
también es una herencia, de mi hermano Miguel.
Está ya muy vieja y cualquier día me quedo sin ella.
Me gusta ver su tranquilidad, su mirada fija, como
si pasara de todo. Pero basta que me acerque para
que se gire, me mire con sus ojos, dos piedras quietas,
y espere a que le dé algo.
Grunch fue un regalo de mi otro abuelo, cuando yo
tenía cinco años. Aunque le dicen salchicha, el
nombre de su raza es Basset Hound, y los rasgos
más característicos son el cuerpo alargado, las patitas recias y cortas, las deliciosas largas orejas y,
sobre todo, la mirada, tersa, tranquila y triste. Es de los
mejores perros cazadores, pero se ha puesto también muy de moda como animal de compañía por
su buen carácter y una fidelidad a prueba de todo.
16
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 17
Mi Grunch es de color marrón claro, de una piel
suave y sedosa, la barriguita blanca. Desde que
tengo memoria me acuerdo de haber visto a Grunch a
mi lado. Demostró ser el perro independiente que
yo prefiero. Nada de ir por ahí mendigando caricias.
Tiene su propia vida, pero la comparte conmigo.
Mi madre dice que me paso con el perro. Cuando
vuelvo de unos días de campamento, lo primero
que hago es preguntar por Grunch. Me gusta darle
de comer de lo que yo como, aunque mi madre dice
que eso no está bien, que él tiene su propia comida,
y que bien cara que cuesta, con no sé cuántas vitaminas. Me gusta ver a Grunch disfrutando al probar
un poco de lo que yo como. Recuerdo el día en que le
di una gamba cocida; al principio se espantó, como si
hubiera visto un monstruo, pero luego se la metió
en la boca y escupió el duro pellejo, pero no debió
desagradarle, porque me pidió más.
Me gusta ver su cara de impaciencia cuando me
hago el loco, mastico algo con señales de que me
gusta mucho y él se aguanta, sin ladrar, pero
inquieto. Me gusta ver cómo salta para atrapar lo
que le tiro al aire.
Yo pienso que los animales son perfectos. Son lo
que parecen, y no como muchas personas que parecen lo que no son. Un animal no te engaña y, si te
quiere, como a mí Grunch, es sin condiciones, para
siempre y en todo momento. Podéis pensar que
estoy mal del tarro, pero yo lo siento así. Nunca
17
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 18
podré aburrirme si tengo a mi lado a Grunch. Me
gusta verlo dormir, bostezar, rascarse... Y me gusta,
sobre todo, cuando se enfada o se pone celoso, porque los salchichas son unos perros muy sensibles.
Mi padre, que es muy serio, me dijo un día que mi
afición a Grunch era más propia de un niño que de
una persona de mi edad. Pero cuando ocurrieron las
cosas que os cuento aquí yo tenía, como dije ya,
dieciséis y diecisiete años, y a esa edad el niño está
más cerca de lo que parece.
Me imagino que el niño no se va nunca de dentro de
uno; yo por lo menos no lo voy a echar nunca, aunque
alguien haya escrito que el verdadero paraíso perdido es
la infancia.
18
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 19
4
Con Claudia en el Retiro
legué al lago del Retiro, al sitio de la cita con Claudia, diez minutos antes. Solté a Grunch para que
corriera un poco, por lo menos hasta que llegara
Claudia. A las cinco y pico, porque no suele ser puntual, la vi aparecer a lo lejos.
¿Que cómo es? ¿O no os importa? Mi amigo Antonio
dice que no le gustan las descripciones en las novelas.
Que se las salta. A mí tampoco me convencen esas que se
enrollan, como: era un día de sol. La ciudad yacía en la
tranquilidad de un domingo de invierno, cuando el frío…
A mí me gusta que las novelas y las películas vayan al
grano. Pero decir en pocas líneas cómo es Claudia no va
a hacer mal a nadie, imagino. Eso sí, no contaré cómo
soy yo. A mí me tenéis que imaginar, pero ya os gustaría, sobre todo a vosotras, saber algunas cosas, que me
callo, como mi fibroso cuerpo atlético, mi sedoso cabello moreno, mis ojos verdes, mi mandíbula varonil y
bien afirmada… Es broma, soy una pifia, o quizá no
tanto. Como dice mi hermana: «Cuando acabes de
hacerte no quedarás mal».
L
19
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 20
Basta ya de mí. La cosa es con Claudia. Ya dije que no es
la que está mejor de la clase (Cati, por ejemplo, es un
cañón), pero no penséis que es fea. De pelo castaño
claro, con una melena corta como hoy llevan casi
todas, ojos entre azules y grises, la cara un poco alargada, unos dientes tan regulares que parecen todos
iguales (milagros de la ortodoncia), muy blancos, bastante alta, nada culona ni pechugona y, sobre todo,
con un sinuoso modo de andar sobre la parte delantera
de los pies, como si fuera a saltar. Lo mejor: que no le
preocupa mucho cómo es; o por lo menos no habla
nunca de eso. Nunca la he visto vestir de forma chillona o estrafalaria, que es lo que menos me gusta en
las mujeres.
Carácter. No es una niñata, con esto está todo dicho.
No es de esas de oh, no, no me digas, es superbueno,
dámelo, porfa. No es nada pija. Más aún: pija es lo
último que sería. Pero no tiene nada contra los pijos y
las pijas y a veces me dice que por qué yo la tengo
tomada con esa clase de gente. No la tengo tomada,
sólo que si me dicen megaguay y cosas así, me salen
ronchas. Es una alergia y nadie tiene la culpa de sus
alergias.
Y voy a terminar de decir cómo es: con ella se está más
como con un amigo que con una tía. Después de estar
con los amigos, no tengo que cambiar el chip para estar
con ella.
Llegando, desde lejos, me dice:
–¡No te has traído a Grunch, eres un malqueda!
–Que sí, que está dando un paseo.
20
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 21
–¡¿No se habrá perdido?!
–Que no, ¡Grunch, Grunch! –llamo.
Y Grunch sale de un seto, corriendo, con su barriguita
un poco gorda, casi al ras del suelo, con las patas cortas y
un poco zambas. Estamos los dos esperándole y el muy
golfo se va con Claudia, que lo coge, lo acaricia, le besa la
cabeza y le da un hueso de plástico que se saca del bolsillo de atrás de los vaqueros.
Fuimos andando hasta la Chopera, hasta que Grunch
se cansó y Claudia lo cogió en brazos. Nos sentamos en
la hierba y Grunch, todo estirado en el suelo, se durmió
plácidamente.
–¿Cuántos años tiene ya Grunch? –dijo Claudia mirándolo.
–Casi once.
–Como una persona de más de setenta años. Por eso se
empieza a cansar. Sabes que los perros no viven más de
catorce o quince años…
–No me lo recuerdes. No me imagino sin Grunch… El
día en que se muera..., no sé.
Claudia me contó entonces, aunque yo lo sabía, que no
podía soportar la muerte de los animales. Ni siquiera
podía ver tranquila los documentales de la tele sobre animales, porque siempre hay uno que se come a otro.
–El otro día vi uno sobre rapaces que cazan de noche.
Muy bien mientras no hacían daño, pero de pronto
sacan a un ratoncillo que está a punto de salir de su
madriguera, y de nuevo el búho, mira que son bonitos
los búhos, pero se veía venir que lo siguiente sería la
muerte del ratón y cambié de canal.
21
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 22
–Es la ley de la naturaleza, como dicen siempre.
–Pero, verlo, no quiero verlo. El ratoncillo, con esos
ojos negros, la naricilla, husmeando, sin hacer daño a
nadie, sin saber que hay alguien esperando que acabe
de salir, alguien que ya lo ha visto, que lo tiene enfilado
y que se va a lanzar sobre él…
–Si vas a estudiar veterinaria tendrás que ver muchas
muertes, como los médicos.
–Yo pienso dedicarme a curarlos. En otro documental
vi a los de una organización que se dedicaba a curar a
animales heridos. Había un hurón que había sido atropellado por un coche, una pata rota. Lo cogen y él sabe
que lo van a curar, porque se está quieto, quieto, y mira
a la doctora con cara de agradecimiento.
–No exageres…
–No exagero, los animales tienen todos esos sentimientos, y quizá muchos más que desconocemos.
En ese momento Grunch se despertó, se levantó de un
salto y fue hacia Claudia, que estaba casi tirada en la
hierba, y le lamió la cara, cosa que, dicho sea de paso,
me hubiera gustado hacer a mí.
–¿Lo ves? –dijo Claudia–. Grunch me ha oído.
Lo cogió por el cuello, lo arrojó hacia arriba y lo recogió, como se hace con los niños pequeños. Y Grunch
encantado.
Ya en el suelo, Grunch hizo algo que yo nunca le había
visto hacer. Se puso delante de Claudia, que ya estaba
sentada, la miró, hizo un intento de salto, todo estirado,
22
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 23
con una especie de tirabuzón. Grunch sabía seducir.
Claudia lo cogió y se lo comió a besos y, lo que aún no
me explico, estaba llorando.
–¡Estás llorando! Te pasas…
Aquí entre nosotros: a mí ya me gustaba Claudia. Pero
en aquel momento me parece que me enamoré, si es
amor algo que salta en el pecho, una cosa así como un
vuelco del corazón y darse cuenta de que todo lo que
ella era estaba hecho de la mejor forma posible.
–Soy tonta –dijo Claudia secándose las lágrimas con la
mano–. Voy a acabar peor que mi padre, que ya llora
hasta con los anuncios de la tele…
–Como el mío, con el de vuelve a casa por Navidad…
–Con ése y con muchos más, hasta con los de detergentes. Y ése de unos tíos en una playa, unos amigos
que esperan hacer surf y no pueden, porque no hay
olas. Pues mi padre llorando. «Pero, papá, ¿por qué?»,
le digo. Y dice: «Porque se llevan muy bien».
Yo había quedado con Antonio en mi casa para tocar la
guitarra, y ya llegaba tarde. Vivo en O’Donnell y me
quedaba una buena caminata. Claudia vive en el paseo de
las Delicias.
–Hasta mañana, Diego. Grunch, un beso.
Y le dio tres o cuatro.
–¿Para mí no hay nada? –digo.
–Cuando te los ganes.
–¿Queda mucho para eso?
–Recuérdamelo otro día.
23
Claudia y Grunch
29/10/07
14:56
Página 24
Y se fue. No estoy equivocado: a cualquiera que le dijesen
eso pensaría que a uno se le quiere y que la cosa puede ir
a más. Muchas cosas me gustaban de Claudia, pero su
ternura con Grunch ya me dejaba para el arrastre.
Siempre he pensado que amar a los animales es una
señal de que se puede amar mucho más a estos otros
animales que somos los hombres.
24
Descargar