El conde Pedro Ansúrez. Poder y dominio aristocrático

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BARÓN FARALDO, Andrés
El conde Pedro Ansúrez. Poder y dominio aristocrático en León y Castilla durante los siglos
xi y xii.
Glyphos Publicaciones.
Valladolid, 2013, 470 pp.
Durante las últimas décadas, la historiografía ha contribuido con numerosos
avances al conocimiento de la aristocracia
medieval y ello gracias, sobre todo, a la puesta en práctica de una metodología eficaz,
que se ha apoyado en la prosopografía y en
la elaboración de cuadros genealógicos, pero
también gracias a la abundante publicación
de documentos que, desde hace treinta años,
se ha venido produciendo y que ha favorecido el trabajo del investigador. Todo ello, por
tanto, ha permitido la realización de una investigación más rigurosa sobre la aristocracia
medieval. En esta línea se insertan los trabajos de Andrés Barón, centrados en el estudio
de diversos aspectos de la aristocracia laica de
los siglos plenomedievales.
De un modo concreto, esta obra pretende ser una relectura de la figura del conde Pedro Ansúrez. Relectura que, sin duda,
se ha visto motivada por los nuevos conocimientos y los avances de la investigación
histórica en esta materia. Así lo indica el propio autor en la introducción del libro, donde
trata de justificar la necesidad de un estudio
completo sobre la figura del conde Pedro
Ansúrez, indicando las limitaciones de los
trabajos anteriores y expresando la necesidad
de abordar otros temas que hoy resultan imprescindibles para el estudio de los poderes
laicos. Según Andrés Barón, tales temas se
refieren al estudio de la implantación territorial y de la estructura interna de los dominios
territoriales; al estudio de la proyección de
los miembros de la aristocracia en la sociedad, gracias al desarrollo de la política matrimonial; y al estudio de las relaciones de
poder y de dependencia vasallática entre señores y milites, así como también de las relaciones que los poderes laicos establecieron
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con dominios monásticos y catedralicios (p.
15). Aspectos estos que, según el autor, no
han sido desarrollados en obras generales
sobre el conde Pedro Ansúrez, pero que sí
han sido tratados en algunas obras donde la
figura del conde ha sido estudiada de forma
secundaria.
A la introducción de la obra le siguen
cuatro partes perfectamente delimitadas por
el autor, cuyo denominador común es que
todas ellas se desarrollan atendiendo al estudio del poder, elemento fundamental para
entender los aspectos que giraban en torno a
la vida de la aristocracia laica medieval.
A continuación, Andrés Barón, consciente de la importancia del contexto familiar del individuo para comprender el
desarrollo de su cursus honorum y de su trayectoria política y social, dedica la primera
parte de la obra al estudio de la parentela del
conde Pedro Ansúrez. Aquí se repasan las
diferentes teorías a propósito del origen de
la familia de los Banu-Gómez, que el autor
discute, aportando para ello nuevas hipótesis
que contribuyen al debate historiográfico.
Además, Andrés Barón, a lo largo de las páginas de esta primera parte del libro realiza
un exhaustivo análisis genealógico y proposográfico de los miembros más importantes
de la parentela, atendiendo al origen de la
familia, a los congéneres y descendientes del
conde, así como también a los orígenes de
su primera esposa, la condesa Eylo Alfonso.
Todos ellos son individualizados considerando los aspectos más fundamentales que les
llevaron a ejercer el poder: sus propiedades,
su participación en la corte, el servicio a la
monarquía o la rebelión, su actividad política y guerrera, su política matrimonial, el
gobierno de determinadas demarcaciones
administrativas, etcétera. Como resultado de
este completo análisis se constata la preeminencia de la rama familiar del conde Pedro
Ansúrez por encima de otras ramas que
también integraron la familia de los BanuGómez, uno de los grupos aristocráticos más
poderosos de la Alta Edad Media. El propio
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Pedro Ansúrez se hizo con el liderazgo de la
familia, no solo gracias a la posición de privilegio heredada en el poder, sino también
gracias al servicio y fidelidad a Alfonso VI
y, sobre todo, gracias a la particular política
matrimonial que le permitió incrementar su
presencia y participación en las estructuras
de poder al emparentar con el poderoso grupo de los Alfonso. De manera que, aunque
a lo largo de estas páginas se confirma como
primordial el estudio de la parentela, observando la evolución en las estructuras de poder de los miembros que la integraron, no
hay que olvidar que, para esta época de los
siglos centrales del medievo, no existe aún
un desarrollo del linaje y que, por lo tanto,
priman en el éxito o en el fracaso del individuo en las esferas de poder los méritos propios de este y su particular destreza en las
relaciones que se desarrollan en esas esferas.
De ahí la necesidad de orientar este estudio
del conde dentro de una parentela y como
individuo.
La segunda parte de la obra está dedicada al estudio del poder territorial del conde
de forma particular. Sin embargo, el autor
ofrece, primero, un panorama general de
las conclusiones a las que otros autores han
llegado en trabajos de características similares para, después, adaptar la figura concreta
del conde Pedro Ansúrez a esa realidad establecida por la historiografía. Sin que ello
sea una novedad, Andrés Barón justifica las
dificultades del estudio de la propiedad de
la aristocracia laica en los siglos xi y xii por la
particularidad de la documentación, que en
su mayor parte procede de fondos eclesiásticos, lo que, sin duda, ha condicionado que
su conservación respondiera al hecho de
que el contenido de esos documentos estuviera relacionado con las instituciones eclesiásticas. Además, se trata de una documentación
muy dispersa al no poder contar para estos
siglos con archivos aristocráticos. Sin embargo, como apunta el autor, el caso concreto del
conde Pedro Ansúrez es excepcional porque
sobre su persona ha llegado hasta nosotros
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un importante grueso de documentación,
reflejo del importante rol político y social jugado por el magnate. A partir del análisis de
todo este bagaje documental, afirma Andrés
Barón de forma acertada que ha obtenido
una perspectiva general del dominio territorial del conde, escapando de lo que, durante
mucho tiempo, había constituido la práctica
generalizada de este tipo de estudios que se
centraban en el análisis de un ámbito local o
regional (p. 244). No obstante, he de precisar que a pesar de que este libro constituye
un buen estudio sobre el poder ejercido por
el conde Pedro Ansúrez a caballo de los siglos
xi y xii, no se trata en modo alguno de
un trabajo que, en líneas generales, aporte un
conocimiento diverso a los trabajos que con
anterioridad se han realizado a propósito del
estudio de la aristocracia laica medieval. Esto
quiere decir que esta obra se mantiene en un
ámbito muy específico y que, en su gran mayoría, intenta ver, en ese ámbito específico de
la realidad del magnate Pedro Ansúrez, los
aspectos generales que caracterizaron la influencia y actividad de la aristocracia laica en
las diversas estructuras de poder y que han
sido puestos de manifiesto por otros autores.
Así, los capítulos de esta segunda parte
se elaboran atendiendo a la reconstrucción
del patrimonio del conde, así como también
de su dominio territorial, teniendo en cuenta los distintos procesos de formación y sus
características. La conclusión más importante que nos ofrece esta parte de la obra es que
el feudalismo que se consolida durante estos
siglos se plasma, también, en los procesos de
adquisición de propiedades y en el ejercicio
del dominio territorial que desempeña la
aristocracia laica y, por tanto, en las relaciones sociales que intervienen en estos procesos y que rodean la base de su poder.
Mientras los primeros apartados de
esta segunda parte del libro manifiestan un
importante esfuerzo prosopográfico y de conocimiento de la documentación del conde
a través de la cual conocer sus propiedades
y las manifestaciones de su poder territorial,
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en mi opinión, los últimos apartados pecan en
demasía de ahondar en el terreno de la hipótesis, no llegándose, por tanto, a conclusiones definitivas. Ello se debe, sin duda, a
la parquedad de la información contenida
en las fuentes, lo que impide el análisis pormenorizado al que alude el autor. Así pues,
los primeros capítulos profundizan en el conocimiento del poder territorial del conde
Pedro Ansúrez, analizando una vasta área
que va desde la cordillera Cantábrica hasta
la zona meridional del Duero. Aquí se observa la actividad del conde respondiendo a
las acciones de implantación territorial que
se concretan, entre otras, en la compraventa,
la repoblación de territorios, el ejercicio
de la tenencia, los resultados de una brillante política matrimonial y el buen servicio al
monarca. El análisis de toda esta actividad
ha permitido al autor observar la repercusión
que tuvo, no solo en las propiedades del conde, sino también en el ejercicio de su dominio territorial y, por tanto, en el incremento
de su poder. De manera que estos primeros
capítulos sí aportan conclusiones interesantes. No puedo decir lo mismo, sin embargo,
de los capítulos siguientes de esta parte de la
obra que intentan indagar en las formas de
acceso a la tierra –como el renovo o la profiliación–, en las características del patrimonio mueble e inmueble, así como también
en el detalle de los ingresos por gravámenes
a los dependientes campesinos –como las
infurciones, nuncios, mañerías, huesas, posada y yantar–, los ingresos por la posesión
de bienes eclesiásticos –como los diezmos,
primicias y oblaciones– y los ingresos provenientes de la administración de justicia, que
responden más a la hipótesis de lo que debió
ser, de acuerdo a lo que la historiografía ha
establecido como general, que a un análisis
propio de este conde, ya que la documentación de estas centurias no nos facilita datos
con los que poder abordar y concretar estas
cuestiones.
En la tercera parte del libro Andrés Barón
observa los aspectos políticos y las relaciones
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de vasallaje del conde. Se constata aquí la potencialidad de la corte para el desarrollo de
un cursus honorum que llevase a la aristocracia laica a un éxito en su trayectoria política.
La realidad es que el conde Pedro Ansúrez
logra posicionarse a la cabeza de su parentela
gracias a una posición privilegiada en la corte que, además, le permite consolidarse entre
los magnates y desarrollar un poder encomiable en el resto de las esferas de poder. La
cercanía al monarca se constata claramente,
por ejemplo, a través de los más de ochenta
diplomas regios que Pedro Ansúrez confirma
en primer lugar entre los demás confirmantes de la curia, antes de la llegada a la corte de
Raimundo de Borgoña (p. 261), a través
de su labor política como embajador de Alfonso VI en al-Andalus (pp. 267-270) o a
través de su actividad en los diversos procesos
repobladores del momento (pp. 303-316).
Pero, en mi opinión, lo más interesante de
esta parte es el gobierno de las tenencias a las
que accede el conde Pedro Ansúrez, gracias
a ese poder que estaba atesorando y que, a
su vez, le mantiene en él. Todo ello en una
época en que el gobierno de los condados y
la propia dignidad condal, que se asocia a
ellos, empezaron a entrar en crisis y a ser sustituidos por la nueva realidad administrativa
de las tenencias que estaba más en consonancia con la realidad feudal del momento.
Sin embargo, el autor no dedica un espacio
suficiente al estudio de este importante aspecto, algo que, sin duda, habría aportado
conclusiones fundamentales acerca de los
mecanismos concretos que utiliza Alfonso VI
para pasar de una realidad administrativa a
otra, en esta especie de reforma que pretende llevar a cabo y que finalmente consolida
Alfonso VII. Además, considero necesario el
estudio y comparación de la participación de
este conde con otros magnates del momento
en las estructuras de poder, porque ello ayudaría a entender por qué se le conceden ciertas prerrogativas a él y no a otros poderosos
y, en definitiva, a valorar la posición real del
magnate en la corte y en el poder.
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Otra cuestión que se recoge en esta parte
del libro y que merece ser reseñada es el estudio de la estructura y de la organización interna de las mesnadas señoriales al que Andrés
Barón dedica no pocas páginas. De nuevo, nos
movemos en el terreno de la hipótesis, porque
es imposible conocer con exactitud la configuración de los séquitos vasalláticos, máxime
si tenemos en cuenta las características de la
documentación de estas centurias. El autor
habla del interés por conocer quiénes integraban las comitivas aristocráticas, así como de
precisar la condición social de sus miembros
(p. 338). Algo que, ya de entrada, se describe
como muy complejo, sobre todo por lo que
respecta al conocimiento de aquellos que no
formaban parte de la parentela del aristócrata.
Es cierto que en ocasiones la documentación
puede reflejar –la mayoría de esas veces de
forma indirecta– la relación que un magnate mantenía con un individuo procedente de
los sectores inferiores de la aristocracia al que,
por ejemplo, puede llegar a recompensar por
un determinado servicio prestado. Pero tanto
la condición social de este individuo como
su relación con el magnate es algo que, casi
siempre, únicamente podemos intuir con
amplias reservas. Lo mismo se puede decir de
la reproducción, a menor escala, de la curia
regia en la parcela de poder del aristócrata que
presumiblemente debía estar integrada por
caballeros y servidores. De manera que, a pesar de que la figura del conde Pedro Ansúrez
está bastante bien documentada en comparación con otros magnates de su época, observo en estas páginas un intento de adecuar la
realidad del conde al conocimiento general
que ya se tiene sobre las mesnadas señoriales.
Y ello porque, como reconoce Andrés Barón
a lo largo de esta tercera parte de la obra, el
estudio de esta temática tiene numerosos inconvenientes que se atribuyen, sobre todo, a
la documentación que ha llegado hasta nosotros. En mi opinión, pues, los resultados que
se pueden obtener al respecto, y por lo que se
refiere a estas cuestiones determinadas, distan
de ser satisfactorios.
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La cuarta parte del libro hace referencia
a las cuestiones que derivan de la religiosidad
del conde. Aquí se observan las donaciones
de bienes del conde a la Iglesia para redimir
su alma y la de sus parientes, describiendo la
tipología de este tipo de donaciones y examinando la relación de Pedro Ansúrez con
los centros monásticos de Sahagún, San Román de Entrepeñas, San Zoilo de Carrión y,
de forma más breve, San Isidro de Dueñas,
Santo Domingo de Silos y Sant Sadurní de
Tavèrnoles, en tierras de Urgell; y también
con sedes catedralicias como Palencia, León,
Pamplona y Huesca. Esta parte constituye
un buen análisis de las relaciones que el conde Pedro Ansúrez mantuvo con estas sedes,
gracias a la revisión detallada de la documentación que, tanto a él como a su esposa
y familiares, con ellas les relacionan. Sin embargo, el estudio de estas cuestiones quedaría
incompleto sin el análisis de la repercusión
del patrimonio del conde basado en iglesias
y monasterios. A la adquisición de este patrimonio se llegaba a través de la apropiación de
derechos en las iglesias locales, pero también
gracias a la fundación de iglesias y monasterios propios que la aristocracia laica realizaba
en sus dominios. Este particular patrimonio
se configura como uno de los principales
símbolos de poder de la parentela, algo que se
manifiesta como muy importante porque estos bienes no solo se confirman como un elemento que ayuda a evitar la disgregación del
patrimonio familiar, sino porque repercuten
de forma eficaz en el beneficio económico de
la parentela, gracias a la percepción de rentas
campesinas y, concretamente, del diezmo.
De manera que el poder que la aristocracia
laica ostentaba en este tipo de propiedades
se refleja no solo en ser la beneficiaria de la
propiedad privada de estos dominios, sino
también en la recaudación de rentas y en
las formas de vasallaje que se desarrollaban
en el interior de estas propiedades entre los
clérigos y los propietarios. Todas estas ventajas llevaron a magnates como el conde Pedro
Ansúrez a hacer caso omiso de las presiones
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que imponía la Iglesia para evitar que en los
dominios eclesiásticos dominara la aristocracia laica y, por tanto, a continuar fundando
nuevas iglesias y monasterios que colocaron
bajo su dependencia directa. La fundación de
Santa María la Real de Valladolid por parte
del conde Pedro Ansúrez es un claro ejemplo
de ello.
Andrés Barón cierra esta obra con una
conclusión general donde expone de nuevo
que los avances en la historiografía de los últimos veinte años por lo que respecta al estudio de la aristocracia laica y la aparición de
nuevos documentos hacían imprescindible
la necesidad de someter a revisión la figura
del conde Pedro Ansúrez. Ese es el objetivo
principal de la obra, que analiza aspectos
que hasta el momento no habían sido tratados por parte de los autores que dedicaron
algunas páginas al estudio de este magnate.
Andrés Barón concluye la obra confirmando
que el estudio de la aristocracia ha emprendido un camino que está aportando grandes
resultados a la historiografía que trata estos
temas, gracias a que se está realizando a través de la perspectiva del poder. Sin embargo, discrepo con el autor a propósito de la
afirmación de que deben abordarse estos
estudios, también, desde la óptica de la biografía. Sobre todo porque creo que esa perspectiva ha sido ya superada en los estudios
históricos, valorando más otros aspectos que
inciden en el conocimiento de los grandes
procesos históricos.
Por último, es necesario apuntar algunas notas a propósito de la bibliografía utilizada por el autor. Mientras que tanto las
fuentes cronísticas y documentales parecen
suficientes y adecuadas para abordar este estudio, creo que la bibliografía utilizada por el
autor, a pesar de que es amplia, no está puesta al día, sobre todo a la luz de los avances
historiográficos sobre la temática tratada, a
los que el propio Andrés Barón hace referencia en varias ocasiones a lo largo de la obra.
Sin embargo, y a pesar de este inconveniente,
en líneas generales la obra se constata como
© Ediciones Universidad de Salamanca
un buen estudio de la figura del conde Pedro
Ansúrez que aborda aspectos que la historiografía más reciente ha hecho necesarios para
el conocimiento de la aristocracia medieval.
Sonia Vital Fernández
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