La voz y las voces: los enigmas de Luca Bray

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La voz y las voces: los enigmas de Luca Bray Text: Lelia Driben – Art Expert, Critic and Curator. Text written for catalogue ‘Inhalando Tokyo’ – Published by Casa Lamm in Mexico City Para hablar de la obra de Luca Bray, una de las primeras reflexiones que es necesario hacer se aproxima a esa gran pregunta propuesta por el arte abstracto del siglo XX y, sobre todo, por el informalismo catalán y el expresionismo abstracto en general, afuera y adentro de Estados Unidos. Dicha interrogación se enlaza, inevitablemente (por qué no agregar gozosamente), a la reelaboración de la forma, así como a las relaciones entre línea y figura que la pintura moderna ha redefinido, expulsando a la representación ilusionista sin anularla como punto de referencia. En ese sentido, la obra de Luca Bray se inserta en una tradición bien determinada. A partir de ese enclave, el artista va encontrando aquellos rasgos que puedan perfilar su propio estilo. Aunque parezca lo contrario, este caminar por un sendero angosto plagado de articulaciones pictóricas muy consolidadas, no resulta fácil, pese a lo que digan muchos autores y teóricos en la actualidad. Vuelvo a párrafos atrás: en la pintura realista, todas las líneas están supeditadas a la imagen narrativo-­‐visual. En cambio, en la abstracción las líneas adquieren un carácter autónomo, incluso cuando confluyen con una figura arreferencial o escasamente referencial. Si hay algo indiscutible en la pintura de Bray -­‐además de su indudable oficio y talento-­‐ ese algo es la mezcla de síntesis y tempestad que alternan en una y otra y otra obra. Pero esa combinatoria nunca abandona precisamente eso: las marcas que se expanden redimensionando con múltiples elementos la función poética, que despliega grandes áreas, con distintos ritmos y recursos. De todas maneras, lo que permanece como una constante indeclinable, es una inflexión cuyo subsuelo oculta cierta inquietud, una zona sombría, que aflora a modo de sospecha, de mínima pauta. Es como una marea, como la calma que llega al amanecer y se acentúa a pleno sol, después de una noche tormentosa; ambos contrastes dibujan una especie de zigzag. Véanse, por ejemplo, los cuadros realizados en el año 2002 titulados "Ilusión 1", "Ilusión 2" y "Encontré la salida" (página 106 del libro "Luca Bray"); son pinturas cálidas, con tonalidades que alternan el blanco y el siena y algunas pequeñas notas de acordes más oscuros. Y representan, asimismo, la metáfora de un lugar (el de la tela) al que confluyen señales de una serena sinfonía visual. Pero además, encontrar la salida es atribuirle al espacio una actitud virtual que, en un péndulo igualmente virtual, se inclina (simbólicamente, está claro) hacia una región soleada. Las pinturas actuales de Luca establecen una continuidad con su obra anterior, sobre todo con las que exhiben un intenso lirismo (véase "La segunda ola blu" de 2000), un voltaje poético dotado de mayor mesura comparado con otros períodos del artista. En ese contexto, el ímpetu y la deliberada aspereza de cuadros anteriores ("Il mio cielo" de 2002, "Ritratto mama", de 1989 y "Senza titolo" de 1994) se repliegan para dejar que aparezca una mayor presencia y un protagonismo distinto del espacio. Y a propósito, el espacio siempre tuvo cualidades sígnicas en la producción de este artista italiano que habita y trabaja en diferentes geografías. Y en las obras que ahora exhibe Casa Lamm, así como en otras anteriores ("Una resbalada en Quebec", 2002, pag.96 del libro antes citado) dicho espacio se labra mediante una altitud próxima a la percepción del vacío. Lejos de asemejarse a un desierto o abismo, ese vacío adquiere una consistencia semántica que completa su significación en consonancia con las figuras abstractas situadas en el centro de la tela, como sucede en "Un fuego rojo" y "El río cerca de mi casa", ambas de 2005. Tal ubicación del núcleo pictórico nos recuerda al mismo método estructurante de cierta pintura conceptual realizada en los años noventa del siglo pasado. No hace falta agregar que esa recuperación del punto de oro en las superficies de Bray tiene formas y connotaciones diferentes a las que acabo de mencionar. Hay en la exposición un cuadro extraordinario, se denomina "Paz y silencio" (2005): posee una gran zona roja en la mitad inferior del lienzo que tal vez recuerde, a través de ese filtro colmado de sortilegios que está (con la densidad de la palabra estar) entre las capas de la conciencia visual, a un territorio apartado del mundo, lejano, lejano... Otro aspecto importante en el abanico artístico de Luca es la opacidad del color, una opacidad que, junto a los otros elementos de los cuadros, remarca el carácter ficticio y matérico de lo pintado. Y también, la deliberada no seducción ante la mirada del espectador. Y para concluir, es necesario señalar la interacción entre las frases incluidas en el interior de la imagen global y los signos pictóricos. La conjunción de esos dos elementos remarca la convivencia de ambos códigos propia de las vanguardias. Pero hay algo más: una conversación, un intercambio de escritura y voz, entre el pintor y lo otro que puede ser una multiplicidad de otros. Lo otro como él otro o la otra, cuya respuesta se mantiene en secreto. Nosotros, los observadores, sólo leemos una parte de ese diálogo, pero esa conversación virtual e intermitente, se eleva como uno de los enigmas medulares en la excelente obra de Luca Bray. Sería muy aventurado pensar en estos trabajos como una historia personal permeada de enigmas. 
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