El futuro ya no es lo que era Las proyecciones de la Seguridad Social

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El futuro ya no es lo que era
Las proyecciones de la Seguridad
Social
LUIS MARTÍNEZ NOVAL*
PILAR SÁENZ DE JUBERA ÁLVAREZ**
INTRODUCCIÓN
L
os sistemas de pensiones han despertado siempre mucho interés académico en razón de la creciente preocupación que se viene manifestando en torno a
su viabilidad financiera. De los sistemas de
pensiones penden las vidas de millones de
personas, justamente en las edades menos
apropiadas para afrontar dificultades. Por
tanto, todo sistema que se precie debe proporcionar antes que nada confianza a los afiliados y beneficiarios del mismo en la solidez de
sus bases financieras. Esa exigencia elemental se ha venido complicando con la proliferación de estudios y proyecciones que, en su
mayoría, no han contribuido a transmitir el
sosiego indispensable en una actividad asimilada al aseguramiento.
Casi todas esas proyecciones han resultado fallidas, lo que ha ido desplazando hacia el
futuro el momento de la temida inviabilidad
financiera. Pese a todo, la importancia de la
materia justifica sobradamente el interés por
** Consejero del Tribunal de Cuentas.
** Profesora titular Universidad de Oviedo.
su futuro. Lo que este artículo se propone no
es una nueva proyección, seguramente destinada al fracaso, sino una recopilación de las
que en mayor medida han contribuido a
extender un clima de pesimismo respecto a la
salud de nuestro sistema de pensiones. Todas
ellas estaban en principio asentadas en
supuestos enmarcados en tres apartados: el
demográfico, el económico y el institucional.
Por lo general, esos supuestos, en ninguno de
los casos analizados se han hecho realidad ni
por asomo, pasado el tiempo.
Precisamente ahora que la confianza del
público en las instituciones económicas fundamentales adquiere un valor por el que se
desembolsan miles de millones de euros a la
búsqueda de su rescate, tiene sentido preguntarse si todos esas investigaciones que han
puesto en cuestión el futuro de un sistema de
seguro social han proporcionado alguna rentabilidad social. En este trabajo, fundado en
el análisis de algunas de las investigaciones
más publicitadas, se ha querido indagar hasta qué punto todos esos vaticinios no han sido
otra cosa que inútiles ejercicios académicos
sobre un sistema que hace más de cuarenta
años que proporciona prestaciones fundamentales a millones de españoles.
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ESTUDIOS
LA IMPORTANCIA DE LAS
PROYECCIONES
Las proyecciones que se llevan a cabo en
torno a la viabilidad futura del Sistema de
Seguridad Social son una cosa muy seria, y
como tal no conviene banalizarlas. Por más
que algunos resultados de las mismas, pasado el tiempo sobre el que se hacían previsiones, y constatada la divergencia entre previsión y realidad, inviten a lo contrario. Son
una cosa muy seria porque esas proyecciones,
quiérase o no, inciden para bien o para mal
–habitualmente para esto último– en la confianza que los ciudadanos tienen en el Sistema y en la credibilidad que el mismo transmite respecto de la posibilidad de que en el
futuro, cuando ya no generen rentas con su
trabajo, ese Sistema las pueda sustituir adecuadamente. En pocas palabras afecta a la
confianza que el Estado puede y debe transmitir a los ciudadanos en cuanto a la seguridad de que en el futuro, incluso en el futuro
lejano, hará honor a sus compromisos.
En realidad, lo que se transmite de modo
subliminal en todos esos trabajos de adivinación de lo que puede ocurrir en un lapso de 50
años no es otra cosa que el hundimiento del
sistema de protección, la quiebra del mismo.
La institución que garantiza las rentas no será
capaz de hacer frente a sus compromisos puesto que estos adquirirán tal magnitud en términos relativos que la sociedad no podrá encajarlos en los gastos corrientes del Estado. Hay
autores a los que desagrada que se haga hincapié en lo temerario de este tipo de prognosis
a 50 años y, en particular, que se recuerde que
detrás de este tipo de investigaciones están
siempre las entidades financieras. A fin de
cuentas, se dice, las entidades financieras
financian buena parte de los trabajos de economía que se publican en nuestro país, lo que
no deja de ser cierto. Aunque también lo es que
en pocos casos como en éste existe una relación
tan estrecha entre las conclusiones y derivaciones de las investigaciones, y los intereses de
las entidades financieras.
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No se piense sin embargo que los hechos
son nuevos, ni que en nuestro propio país no
se hayan escrito textos que ya en el año 1982,
avisaban de un colapso financiero en nuestra
Seguridad Social.
Y, más aún, que las opiniones sombrías
sobre un Sistema fundado en el reparto son
asunto que se origina en los momentos críticos de 1973. Con mucha anterioridad insignes economistas vaticinaron la inviabilidad
de un Sistema de reparto y predijeron las peores consecuencias para la sociedad que hubiera adoptado tal Sistema de seguro frente a la
vejez. A fin de cuentas, desgraciadamente,
también a este respecto se hace realidad ese
latiguillo popular debido a Kenneth Boulding
que asegura que un economista es un profesional que explicará mañana por qué no se
han cumplido hoy las predicciones que hizo
ayer.
Las afirmaciones precedentes en cuanto a
la seriedad de esta cuestión se justifican sin
problema alguno en la conciencia de que
hablamos de un asunto que en términos de
expectativas de derechos constituye el patrimonio básico y fundamental de millones de
ciudadanos que tienen en el compromiso que
el Estado tiene con ellos en materia de pensiones, la garantía de una vejez sin sobresaltos. Es oportuno notar que a este respecto
España se compara excelentemente con otros
países. No sólo está por encima de la media de
la OCDE, y bien por encima, sino que nuestras cifras tan sólo las superan Grecia y Hungría. Claro está que lo que unos lo presentamos como un hecho positivo, otros lo entienden negativo. ¿Por qué razón? Es muy sencillo: la generosidad de hoy no es sino el anuncio de los inabordables problemas de mañana. ¿No son fundadas entonces las razones
que consideran a la economía como la ciencia
lúgubre?
En realidad, cuando se habla de proyecciones de gastos de la Seguridad Social en materia de pensiones, se plantea una condición
previa que determina el conjunto de la pro-
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CAPITAL PENSIÓN: VALOR ACTUAL DE LOS DERECHOS DE FUTUROS PAGOS EN
PENSIONES EN MÚLTIPLO DE LAS GANANCIAS MEDIAS
Fuente: Pensions at glance. 2007. OCDE.
yección. Se supone que todos los cálculos se
hacen en condiciones de legislación constante. Eso significa, ni más ni menos, que no
variarán en casi 50 años ni las bases de cotización (por supuesto, en términos reales), ni
los tipos de cotización. No se alterarán tampoco los déficits de los regímenes especiales y
la financiación de los mismos se instrumentará al modo del presente. Esto es: con los superávits del Régimen General y Especial de
Autónomos. De manera que lo que debería
suceder es que no se van a alterar en modo
alguno ninguno de los regímenes especiales;
ni sus bases de cotización, en aquellos casos
en los que difieren por inferiores con las del
Régimen General; ni sus tipos de cotización
cuando son inferiores al 28,4%. Es natural
que esos ejercicios deban plantearse de ese
modo porque de no ser así, la cuestión resultaría sencillamente inabordable. Para quebrar tal argumento en el que se fundan todas
las predicciones no sería necesario más que
relatar sucintamente todos los cambios que
en pasado lejano y reciente han tenido lugar
en materias paramétricas del sistema: bases
y tipos de cotización, fórmula de cálculo de la
base reguladora de la pensión de alta, condiciones de la jubilación anticipada, etc. Todos
esos cambios habidos en el pasado y los que se
vislumbran en el futuro inmediato son una
buena contrastación de lo sensato del supuesto de legislación constante.
Tales supuestos tienen mucho de heroicos
en la medida que resulta impensable que a lo
largo de cuatro décadas no se vaya a mover ni
una paja en la normativa de la Seguridad
Social. No digo ya que se fueran a suponer
reformas sistémicas; se trata de que ni reformas paramétricas se vayan a introducir ni
atrevidas, ni tímidas. Sencillamente, ninguna reforma.
Ese tipo de método para abordar una cuestión que algunos llaman prognosis conduce a
resultados que suponen un cierto despilfarro
de medios. Tales investigaciones nos alertan
frente a determinados acontecimientos que
podrían ocurrir, por ejemplo, en 2059. Se avisa que si seguimos por la misma senda por la
que hoy discurrimos, en ese año alcanzaremos un gasto en pensiones que se elevará el
18% del PIB frente al 8,2% que supone en
2007. En definitiva, de seguir así las cosas
duplicaremos el gasto cuando el porcentaje de
población mayor de 65 años llegue ya a constituir una porción de la sociedad extraordinariamente importante.
Tal cantidad de votantes en esas edades, o
en edades aledañas, supondrán una fuerza
electoral muy considerable. Que puede inclinar, sin duda, la balanza hacia gobiernos que
estén dispuestos a alterar el gasto público o la
estructura del mismo para alcanzar ese 18%.
Así es el sistema democrático. Pero, ¿sería
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ello un disparate económico de imposible sostenimiento? En modo alguno. Básicamente
por dos razones: la primera porque la prognosis estima que a partir de esas fechas desaparece el efecto baby-boom y se comienza una
senda demográfica de regreso a la normalidad, pero vaya usted a saber...; la segunda
porque ese porcentaje de gasto es el que hoy
soportan países como Italia y habría que preguntarse si mañana sería un drama en España lo que hoy no lo es en Italia.
Es evidente que la atalaya desde la que
hoy observamos el panorama del futuro proporciona una visión más despejada que la de
años atrás. La causa no es otra que el refuerzo de mano de obra que ha supuesto la inmigración y la positiva evolución del mercado de
trabajo. En suma, la base fiscal del Sistema
ha experimentado en los años precedentes un
aumento considerable. Por cierto que cabe
ahora preguntarse quiénes de los que ahora
predicen el hundimiento del Sistema en 2059
acertó en sus previsiones de 1998 respecto de
lo que ocurriría en 2007 o 2006. La respuesta
es fácil: ninguno.
Pero no todo lo que por fortuna ha ocurrido es beneficioso para el Sistema, según algunos. El inconveniente que plantea el papel de
complemento demográfico que supone la
inmigración tiene una contrapartida. Pasados los años, el día de mañana, cuando los afiliados inmigrantes se conviertan en jubilados, habrá que pagarles las correspondientes
pensiones, residan aquí o en sus países de origen en virtud de los innumerables convenios
que España tiene con numerosos países.
Frente a esta dificultad cabe preguntarse:
¿qué hubiera pasado si el alivio demográfico,
en suma el aumento de la base fiscal o el
incremento de la ratio afiliados/pensionistas,
se hubiera producido merced a un fuerte crecimiento de la población activa española?
¿Transcurridos los años no habría que pagarles idéntica pensión que a los inmigrantes?
Es justamente lo que ocurrió, y aún ocurre,
con los españoles que emigraron a países
europeos en los años 60.
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Pese a todo, en estas nuevas condiciones
en las que hemos resuelto el problema demográfico vienen a manifestarse nuevas alarmas. La continua mejora de la salud de la
población y el consecuente aumento de la
esperanza de vida alarga el período en el que
los ciudadanos tienen derecho a la percepción
de una prestación contributiva. El problema,
ciertamente, viene de lejos y amenaza con
seguir socavando las bases financieras del
Sistema. Para hacer frente a tal problema
hay quien propone escindir las prestaciones
que hoy proporciona el Sistema público en
dos figuras distintas y diferenciadas: una la
sustitución de rentas; otra el aseguramiento
de la longevidad. La responsabilidad de la
sustitución de rentas sería encomendada a
un mercado de anualidades que está por crear en nuestro país; la segunda figura sería
responsabilidad del Gobierno. Por esta vía,
un tanto tortuosa se abriría paso a un sistema mixto que es lo que hace más de una década vienen pretendiendo algunos autores.
Sin embargo, toda una pléyade de autores
españoles, que se ocupa de esta cuestión de la
Seguridad Social del futuro, ignora habitualmente las dificultades que plantean a los
poderes públicos las reformas del Sistema,
cualquiera que sea la ambición reformadora.
Esta realidad suele ser calificada por esos
mismos autores como «política del avestruz» o
como «mirar a otro lado», «intereses electorales inconfesables» y cosas similares. Olvida
esa gente que estamos tratando una cuestión
muy sensible. Un asunto político que determina el futuro de millones de trabajadores
que han depositado su confianza en un Sistema que se ha comprometido a resolver su problema de rentas cuando hayan agotado su
capacidad para obtenerlas con su trabajo. Y
ese compromiso, ciertamente, es una cosa
muy seria. El mejor ejemplo de cuanto se dice
se encuentra en Estados Unidos. Bush tuvo
desde el inicio de su mandato en su agenda
reformadora la privatización de la Seguridad
Social. Con el paso del tiempo, los ímpetus se
han ido desvaneciendo hasta el punto de que
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si bien en 2006 en el Discurso sobre el Estado
de la Unión la reforma de la Seguridad Social
ocupó más de la mitad del mismo, la intensidad de la reforma redujo su alcance. En el
momento presente, cuando la autoridad presidencial parece tan menguada, en el ocaso de
su presidencia no parece probable que Bush
acometa esa reforma. Alan Greenspan en su
reciente libro se lamenta de que Bush no
haya tenido el coraje político para llevar a
cabo esa reforma. Por tanto, es curioso constatar que quien tuvo coraje y capacidad política para llevar a cabo una reforma fiscal profunda o para llevar a su país a la guerra en
Irak no haya encontrado el momento ni las
circunstancias idóneas para materializar la
reforma de la Seguridad Social. Refiriéndose
a nuestro entorno más cercano, no es necesario insistir en los plazos en los que se han acometido reformas. La reforma italiana fue
calificada por algunos autores como la reforma sin fin; la tan celebrada reforma sueca se
aprobó en el parlamento tras varios años de
discusiones; y la alemana no fue en absoluto
corta en términos temporales.
De modo y manera que una decisión política de esta naturaleza exige cautelas absolutas. ¿Cuál es la razón? Sin duda, la pasada
experiencia en proyecciones sobre el mismo
tema, que han sido arrumbadas por la realidad de los hechos. En las proyecciones a corto
plazo- 2000, 2005 o 2010- los resultados han
sido desoladores por su alejamiento de las
cifras ya constatadas o que se pueden esperar
en el futuro, como son las cifras de 2010. De
esos trabajos, en realidad, se ha colegido
como conclusión de todos ellos una cuestión
de fácil expresión: su inutilidad. Veamos
someramente la experiencia pasada: en 2000,
cuando ya era evidente el fiasco de las proyecciones hechas en 1996 se vuelven a hacer
ejercicios de adivinación aunque afirmando
que las nuevas proyecciones volverán a fallar
como lo hicieron las anteriores: efectivamente, volvieron a fallar. Poco más tarde ese error
se explica sencillamente aludiendo a la pasmosa evolución de nuestro mercado de traba-
jo. Pero, ¿qué hubiera sucedido, entonces, si
dando por buenas aquellas predicciones de
los expertos se hubiesen dado los pasos para
hacer una reforma sistémica de la Seguridad
Social? Pues que siguiendo sus recomendaciones de tono científico se hubiera abierto la
puerta a una Seguridad Social de estructura
mixta en la que una buena parte del Sistema
se hubiera traspasado a la responsabilidad de
las entidades financieras privadas que, lógicamente, habrían recibido aquella entrega
con los brazos abiertos. Mención especial
merece aquí el arquitecto de la reforma chilena, que fue contratado por un círculo de
empresarios para hacer proyecciones conducentes a la exportación a España del nuevo
sistema chileno. ¿Qué hubiera ocurrido de
haber seguido las recomendaciones de Piñera
ahora que el sistema chileno está de regreso
de la experiencia capitalizadora? En realidad
ni las estimaciones hechas aquí, ni la realidad de allá se han acercado siquiera a lo previsto.
Pero disponemos también de proyecciones
oficiales, entendiendo por tales las que ha llevado a cabo el propio Sistema de la Seguridad
Social. En fechas lejanas, en 1996, la Seguridad Social suponía que a legislación constante, en el año 2030 –límite superior de su proyección– el gasto en pensiones se elevaría al
11,18 del PIB. Años después, en 2002, el Sistema vuelve a auscultarse a requerimiento
del Comité de Protección Social de la UE si
bien en un horizonte más amplio que llega a
2050; en tales condiciones el gasto alcanza el
13,04% del PIB. En fin, la última proyección
oficial conocida, hecha igualmente a instancia de la UE, eleva la cifra de gasto al 14,51%
del PIB. En todo caso se trata de cifras sobradamente inferiores a las que obtienen los
expertos privados.
Los que apuntaban como plausible aquella
reforma proponen hoy algo distinto, y lo
hacen apoyados en una nueva base que en
este caso se ajusta a la realidad: el aumento
de la esperanza de vida que obviamente
aumenta el gasto en prestaciones. Unos auto-
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res se apoyan en esa irrefutable situación
para proponer la escisión en dos del Sistema,
tal como se relataba líneas atrás. Otros se
inclinan por extender la formula de cálculo de
la pensión de alta a toda la vida laboral; por el
incremento de la edad legal de jubilación hasta los 70 años; y por el procedimiento de revisión anual de las prestaciones conocido como
IPC-X. A ello, una vez alcanzado el equilibrio
del Sistema, habría de añadirse la apertura
del mismo a la capitalización individual. Este
hecho singular, la apertura a la capitalización, forma parte, de uno u otro modo, de las
condiciones previas para que el Sistema pueda ser salvado.
Vamos por partes. Proponer una edad
legal de jubilación de 70 años va mucho más
allá de todas las modificaciones que en ese
parámetro se han hecho a lo largo y ancho del
mundo; la mayor parte de ellas se queda en
los 67 años y eso tras un largo período que llega hasta el año 2035. Proponer esa cuestión
en estudio patrocinado por una entidad bancaria es, por lo demás, como mentar la soga
en casa del ahorcado toda vez que son las
entidades financieras las que se aprestan a
jubilar prematuramente a sus empleados con
mayor diligencia. Extender en la fórmula de
cálculo la totalidad de los años cotizados forma parte de la acentuación de la contributividad de la que habla el Pacto de Toledo; por lo
tanto, pronto o tarde, es probable que una fórmula de esa o similar factura sea llevada a la
normativa. En fin, proponer una rebaja de las
prestaciones sobre la base del IPC-X supondría un tratamiento indiscriminado de la
población pensionista. Existe una propuesta
más imaginativa que supone crear un IPC
específico para los jubilados, tratando de asegurar que tal grupo de población no pierda
capacidad adquisitiva.
Nótese, a todo esto, que se excluye, sin
motivo alguno que lo justifique, la posibilidad
de aumentar los ingresos como medio para
hacer frente a futuros problemas. Todos estos
trabajos ni tan siquiera se plantean esa posibilidad, que ya está descartada de antemano.
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Ello no deja de ser una manifestación más del
tinte ideológico que envuelve todos estos trabajos. En todos ellos es un hecho dado que los
trabajadores españoles rechazarán cualquier
solución de los problemas de la Seguridad
Social que suponga un aumento de las cotizaciones. Y nada de eso se corresponde con la
realidad si los trabajadores españoles mostraran el mismo tipo de inclinación que los
norteamericanos a propósito de esta cuestión:
preguntados si para afrontar el problema
financiero de la Seguridad Social optaban por
la reducción de pensiones o el aumento de las
cotizaciones se inclinaban claramente por
esta última posibilidad. En ese contexto, no
cabe duda que los trabajadores se inclinan
por el ahorro forzoso que supone el incremento de cotizaciones antes que por la reducción
de prestaciones.
EL PAPEL DE LOS SUPUESTOS EN
LAS PROYECCIONES DEL FUTURO:
LA EXPERIENCIA NORTEAMERICANA
Y EL CONTRASTE CON LA
ESPAÑOLA
En Estados Unidos la Oficina de la Seguridad Social lleva a cabo de modo oficial y periódico predicciones a largo plazo de la viabilidad financiera de su sistema de protección; de
ellas informa al Congreso. A su vez, las reformas propuestas en las Cámaras son evaluadas convenientemente y siempre se acude al
método, en uno y otro caso, de los supuestos
alternativos (optimista, intermedio y pesimista). Adicionalmente, numerosas instituciones privadas llevan a cabo también análisis independientes de las reformas que se
proponen. Obviamente, para que las predicciones tengan un mínimo grado de credibilidad los supuestos en los que se fundan son
fundamentales. Son sin duda los criterios
más controvertidos por lo que son sometidos a
unos cuantos filtros de opinión y evaluación
de los mismos. Todos los años, naturalmente,
se contrastan los supuestos y la realidad para
ajustar las predicciones respecto del futuro.
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Una vez que los supuestos son aceptados, los
actuarios llevan a cabo su trabajo de proyección.
Cuando un cambio tiene lugar en alguna
de las variables, la duda es inmediata: ¿se
trata de una fluctuación de corto plazo o de
un cambio de tendencia? Sólo el paso del
tiempo tiene respuesta a esa pregunta. Una
vez que el trabajo está hecho, en la experiencia norteamericana se someten los resultados
a un panel técnico que, como ocurrió, en 2003,
recomendó cambios en cinco supuestos: 1) un
incremento de la tasa esperada de inmigración 2) una acentuación del declive de la tasa
de mortalidad 3) la eliminación del crecimiento de la tasa de empleo de los trabajadores mayores relacionada con el previsto
aumento de la esperanza de vida 4) el previsto incremento de los salarios reales y 5) la
prevista reducción del nivel de inflación.
Los supuestos necesarios, como es fácil de
entender, tienen una doble característica:
demográficos y económicos. Unos trabajan
con la población que va a recibir la prestación
y otros con los trabajadores que van a aportar
la cotización.
De los supuestos demográficos se puede
esperar que se caractericen por una cierta
estabilidad por cuanto son de cambio muy
lento y en los que resulta más sencillo discernir entre una fluctuación de corto plazo y un
cambio de tendencia. Entre ellos se encuentran: fertilidad, mortalidad, discapacidad e
inmigración. A ellos dedicaremos una atención más detallada.
La fertilidad viene cayendo en España desde 1976. A partir de ese año las cifras de nacimientos han venido reduciéndose con escasos
y débiles apuntes de una inflexión en la tendencia que no acabó de llegar. En correspondencia, la tasa de fertilidad fue decayendo al
compás de los nacimientos. Sin embargo, en
1999 tuvo lugar ese cambio que modificó a su
vez al alza la tasa de fertilidad, que muy lentamente, de modo casi imperceptible aunque
real, comenzó una prometedora remontada.
De una tasa de 1,15 en 2000, paso a paso, se
ha llegado a otra de 1,29 en 2007. ¿Constituye ese dato el alumbramiento de una tendencia futura? Esta todavía por consolidarse
aunque si miramos a nuestro alrededor,
encontraremos razones para el optimismo.
Somos uno de los países del mundo con menor
tasa de fertilidad y de nuestro entorno geográfico nos comparamos con Italia, aunque
divergimos de Francia, Alemania y Reino
Unido. ¿Es nuestro aparente cambio de tendencia una consecuencia de la explosión
inmigratoria en España? Países que han vivido ese fenómeno inmigratorio, como los anteriormente citados vivieron idéntica experiencia y hoy superan nuestra tasa de fertilidad.
Un dato puede ayudar a comprender el fenómeno: todos los países de procedencia de
nuestra inmigración tienen tasas de fertilidad muy superiores a la nuestra. El supuesto
relativo a la fertilidad, en consecuencia, debe
ser revisado al alza. Así lo ha hecho el INE,
que en su última proyección de población hasta el 2070 en el que considera que la tasa a
partir de 2030 y hasta el límite del horizonte
de proyección alcanzará un valor de 1,53
hijos/mujer. ¿Será que la inmigración adquiere las pautas reproductoras de los españoles y
abandona las de sus países de origen?
Por otro lado, la natalidad puede ser propiciada, incentivada o fomentada sin correr
riesgo político alguno. Se trata de una política que goza de muy buena prensa por lo que
se encuentra sobradamente legitimada
socialmente. Pese a todo, respecto a esa circunstancia, no existe unanimidad, ya que
algunos autores recuerdan que la contención
demográfica se encuentra entre las principales razones que explican el progreso de las
sociedades occidentales más avanzadas; progreso medido, por cierto, en términos de renta per cápita.
La mortalidad es otro de los factores demográficos que va a jugar un papel determinante en el futuro de los sistemas de pensiones, y
en particular en el nuestro. Lo juega en senti-
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do inverso: nuestra baja tasa de mortalidad
se corresponde con una elevada esperanza de
vida que alarga el período de percepción de la
pensión. Se puede afirmar sin ambages que el
salto experimentado en España en materia
de esperanza de vida ha sido espectacular. En
1900 la esperanza media era de 35 años
mientras que en 2000 la de los hombres era
de 74,14 y la de las mujeres 81,90. En realidad los países europeos que superan esas
cifras son tan solo Islandia, Noruega y Suecia. Pero a nuestros efectos tiene mucho
mayor interés la esperanza media de vida a
los 65 años, que es nuestra edad legal de jubilación: para los hombres, en 2000, era de
16,12 años y en la mujeres de 20,11. Pero a
diferencia de la natalidad, no hay en este
terreno una política explícita que sea adoptada y publicitada. En las proyecciones del INE
hasta 2070 la esperanza de un niño español
que nace en 2035 llega a los 84 años y se mantiene en ese tope hasta 2070. Tal política es
enormemente sutil y se compone de políticas
diversas, entre ellas por supuesto la sanitaria, con sus avances científicos y técnicos ¿Se
puede esperar, entonces, un incremento de la
esperanza media que alargue más la vida de
los españoles? En todo caso la evolución al
alza será lenta, como lo fue la que nuestro
país experimentó desde los años 60 del pasado siglo. El alargamiento de la vida cuenta
además a su favor con un desarrollo científico
(diagnóstico y terapéutico) que no conoce
límites y que ha encontrado en la biotecnología una vía rápida de avance y progresión.
La incapacidad juega un papel muy importante en todos los sistemas de protección
europeos. La causa no es otra que la cobertura que proporciona ajustada a los fines para
los que se puso en pie, y por los problemas que
resuelve en virtud de las posibilidades que
ofrece a los trabajadores para abandonar
anticipadamente el mercado de trabajo cuando no se tienen las condiciones –edad o años
cotizados– para hacerlo por jubilación. Son
precisamente las crisis en el mercado de trabajo las que impulsan la búsqueda de presta-
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ciones por incapacidad. Es razonable suponer, por tanto, que este concreto apartado de
las prestaciones asociará su evolución al mercado de trabajo y más en particular a las decisiones que en el ámbito empresarial se adopten sobre la eventual productividad de los
mayores de 55 años. En nuestro país el incremento del número de pensiones de incapacidad ha venido retrocediendo en los ejercicios
precedentes en lo que resulta una férrea política del Sistema. Otros países, caso Reino
Unido, tienen en esta fórmula masiva de
abandono del mercado de trabajo un problema evidente que tratan de atajar.
Pero, con todo, la inmigración y sus flujos
han sido el seísmo que ha removido las basesy de qué modo- de la demografía española.
Comenzando por las cifras de la población
total, los flujos de inmigrantes han pulverizado todas las proyecciones que el INE había
llevado a cabo desde los datos del Censo de
1991. Incluso el Censo de 2001 ha sido puesto
al día en cuanto a proyecciones en 2004, para
reflejar en la medida de lo posible las nuevas
circunstancias que habían sido alteradas por
la realidad migratoria. Esta realidad debe ser
analizada con detalle- y así ha sido- en razón
de las consecuencias que puede inducir en
nuestro sistema de pensiones. Lógicamente,
la inmigración aporta la mano de obra de la
que carece la sociedad española debido a su
baja tasa de fertilidad. Esto es: aumenta la
oferta de trabajo y en consecuencia las afiliaciones a la Seguridad Social resolviendo,
transitoriamente dicen algunos, sus problemas financieros. De ese modo, incrementa
uno de los indicadores que califica como ningún otro el estado del Sistema: el cociente afiliados/pensionistas. O lo que es lo mismo,
cuantos trabajadores mantienen a un pensionista. Pues bien, esa relación, crucial en todo
sistema de reparto, ha sufrido diversos avatares. En 1988 era 2,33, en 1996 alcanzaba su
valor más bajo en 2,06, y en julio de 2006
había escalado hasta un 2,65. La afiliación de
extranjeros es, obviamente, la responsable de
ese alivio.
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Pero, nuestro gozo en un pozo, la inmigración no resolverá los problemas a largo plazo
de nuestro Sistema. No lo hará porque no ataca el problema de la estructura por edades de
la población o, en otros términos, la cuestión
que se refleja gráficamente en la pirámide de
edades de la población total, en la tasa de
dependencia y, en definitiva, en el cociente
afiliados/ pensionistas. La razón es de fácil
comprensión. Debido a la franja de edad en la
que se concentran la mayor parte de inmigrantes que es la de 20 a 40 años, esa población adicional resuelve los problemas de hoy,
aunque no los de mañana porque en ese futuro dejarán de ser cotizantes para ser receptores de las pensiones del Sistema. Dicho de
otro modo, si esa es la franja de edad de las
nuevas afiliaciones (20-40 años) de inmigrantes, lo que ocurre es que la tasa de dependencia dentro de 20-40 años alcanzará valores
insoportables financieramente. Así lo refleja
la proyección del INE que alcanza valores de
esa tasa moderados en el entorno del 28,0,
que posteriormente se disparan a la altura de
2040 hasta 48,6 y llegan a 56,1 en 2050. Hay
autores que este mismo problema lo expresan
de otro modo. Recuerdan que los inmigrantes
que cotizan acabarán por cobrar sus pensiones, y tienen razón. La tendrían también en
el caso de que ese incremento de la afiliación
hubiese sido de procedencia estrictamente
nacional: si cotizan hay que pagarles la pensión. Del mismo modo se hará cualquiera que
sea el país en el que decidan residir los inmigrantes al término de su vida activa, siempre
que tal país tenga Convenio con la Seguridad
Social española.
La cuestión fundamental de esta conclusión de inviabilidad financiera del Sistema,
incluso con el concurso de la inmigración, se
encuentra, cómo no, en los supuestos en los
que se fundan las proyecciones. El INE estima que de una fase de fuerte incremento de
los flujos exteriores habrá una transición a
una tendencia mucho más moderada en la
que tales flujos, hasta el año 2070 se mantienen en el entorno de los 250.000 efectivos.
Pero, una vez más, en los supuestos que se
pueden contrastar con los datos, los hechos
difieren de la realidad.
FLUJOS DE INMIGRANTES
La diferencia, por otro lado, no es una
cuestión menor. Ambas columnas revelan
tendencias antagónicas, una creciente, otra
de signo contrario. De ello se puede derivar
una doble conclusión: es seguro que la realidad atemperará la cuantía de los flujos, pero
es también probable que no termine haciéndolo en los 250.000 anuales que supone el
INE. Y, ¿en qué cambia esto la situación pro-
yectada? Sin duda en que un mayor aporte de
trabajadores procedentes de la inmigración
mantendrá la tasa de dependencia y la relación afiliados/pensionistas en niveles de viabilidad financiera del Sistema.
En ese caso el problema no sería demográfico, sino económico. Si la economía española
es capaz de seguir creando empleo y si la
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ESTUDIOS
demanda de trabajo no encuentra satisfacción en la población residente española, la
oferta de trabajo extranjera acudirá a restablecer el equilibrio en el mercado de trabajo.
Ciertamente que la cuestión no es baladí a
efectos sociales. Pongamos el caso del Banco
de España que, con todo rigor científico, se
ocupa de estas cuestiones relativas al futuro
de las pensiones en nuestro país en sus publicaciones. La primera consecuencia económica
de la inmigración que se apunta en uno de sus
últimos trabajos no es otra que el abandono
de toda esperanza porque no cabe esperar
que la inmigración contribuya significativamente a resolver los problemas de financiación de las pensiones que se vislumbran en el
futuro. Son cuestiones estas que por su incidencia social merecen y exigen todos los matices respecto a supuestos y requisitos que se
han de cumplir para que las conclusiones tengan alguna credibilidad. Bastaría alguna
muestra de cómo los medios de comunicación
vulgarizan tales noticias para tomar conciencia de lo que en tantas ocasiones se califica de
alarma social.
Ahora se puede recordar que en la literatura que se ocupa de estos asuntos era normal encontrar no hace tanto tiempo rotundas
afirmaciones sobre la absoluta fiabilidad de
las proyecciones demográficas. Por ejemplo,
se decía en 1998 que los trabajadores del año
2020 ya han nacido y tal aserto era entonces
completamente irrefutable. Lo que nadie
imaginaba, al menos en la literatura no hay
muestra de ello, era que nuestro país experimentase una avalancha inmigratoria como la
que hemos vivido y que, por sobradamente
conocida, sería redundante documentar a
estas alturas.
Sin embargo, las personas interesadas en
esta materia deberían saber que las proyecciones demográficas son meramente cálculos
formales que desarrollan las implicaciones de
los supuestos adoptados. En palabras de una
definición de Naciones Unidas de 1958 «una
población estimada es una proyección en la
22
que los supuestos se considera que proporcionan un cuadro realista del futuro desarrollo
de una población».
La calidad de tales estimaciones está crucialmente determinada por la validez interna
de los supuestos, esto es, la coherencia y consistencia de las relaciones entre las variables.
Por otro lado, lo importante de un pronóstico
es su validez externa, esto es, el modo en el
que el pronóstico responde a los acontecimientos subsiguientes. Los demógrafos consideran un artículo de fe que una proyección
con un alto grado de validez interna tenga, a
su vez, el mismo grado de validez externa.
Es evidente que las proyecciones que se
hicieron en la década de los 90 sobre la realidad española se han separado espectacularmente de la realidad subsiguiente, por lo que
su validez externa resultó seriamente cuestionada. Lo mismo podría decirse de la validez interna de los supuestos en los que las
proyecciones se basaban, por lo que se puede
concluir que la afirmación dogmática de los
demógrafos, que se reproducía líneas atrás,
funciona en ambas direcciones.
Para rizar el rizo, la Seguridad Social norteamericana ha empezado a hacer, a partir de
2003, proyecciones en un horizonte infinito.
El problema que plantea la novedad no es
otro que, en esas condiciones, el período de
percepción de una pensión sea superior al de
cotización del trabajador. Por otro lado, se
plantea si la tasa de mortalidad tiene un tope
a partir del cual comenzaría a descender.
Todos estos interrogantes dan pie a una
consideración un tanto escéptica de las proyecciones demográficas. En realidad los problemas se plantean cuando a las mismas se le
otorga una relevancia cercana a una predicción, siendo así que los actuarios de los departamentos oficiales no les otorgan esa validez.
Benjamin y Pollard distinguieron con precisión la diferencia entre una proyección y una
predicción.
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LUIS MARTÍNEZ NOVAL y PILAR SÁENZ DE JUBERA ÁLVAREZ
LOS SUPUESTOS ECONÓMICOS DE
LAS PROYECCIONES
sión por instituciones independientes. Abordemos una a una tales hipótesis.
Si aventuradas y temerarias son las hipótesis sobre el futuro comportamiento de los
factores demográficos, más lo son aún los
supuestos sobre las variables macroeconómicas que subyacen en todo ejercicio de proyección. Cíclicas por naturaleza, son difíciles de
prever a corto plazo, cuanto más a largo plazo. En realidad se trata de aventurar el comportamiento hasta el año 2070 –por seguir
con el horizonte del INE para los factores
demográficos– de una serie de variables entre
las que se encuentran los salarios nominales,
el IPC, los salarios reales, los tipos de interés,
la tasa de empleo, la tasa de desempleo y,
obviamente, la tasa de crecimiento del PIB.
El salario nominal determina la base fiscal
del Sistema que forman el propio salario y el
tipo de cotización. De modo indirecto los salarios nominales que se fijan en la negociación
colectiva son también referencia ineludible
para la evolución de las bases de cotización.
En particular el salario medio de la economía
y las bases medias de cotización debieran de
estar relacionados de algún modo ya que en
otro caso la cuantía de la pensión de alta en el
Sistema se iría alejando del salario de jubilación lo que afectaría a la tasa de sustitución.
Vivimos en los finales de 2008, inmersos
en una profunda crisis financiera que nadie
fue capaz de adelantar, y cuando se reflexiona sobre las previsiones macroeconómicas
que diversas instituciones hicieron en la
segunda mitad de los años 90 sobre lo que
sería la economía española del momento presente, se extiende la sensación de pérdida de
tiempo cuando se pretende adivinar lo que
puede ser el año 2070 de nuestra economía. Y
por supuesto, cuando uno se ocupa de estas
cuestiones se tiene la sensación de estar
experimentando un proceso de verdadera
alquimia. Algunas publicaciones se ocupan
de dar a conocer de forma periódica todas las
previsiones macroeconómicas a corto plazo
que se llevan a cabo sobre la economía española. Salta a la vista que incluso a tan corto
plazo las discrepancias son en ocasiones
importantes. Bien es verdad que en muchas
ocasiones las diferencias no van más allá de
una o unas décimas. Tales diferencias, a corto plazo, tienen una escasa significación, si
bien a lo largo de más de 50 años conducen a
resultados radicalmente alejados. Es por ello
que quienes ejercitan estos ejercicios de proyección a larguísimo plazo con periodicidad,
corrigen de modo sistemático sus hipótesis y
las someten a su vez a la consideración y revi-
El índice de precios al consumo afecta a las
negociaciones de los salarios nominales. En
un entorno inflacionista, los sindicatos aceptarán con resistencia la negociación sobre
inflación prevista y, en todo caso, generalizarán la aplicación de las cláusulas de revisión
de los salarios lo que significaría volver, de
hecho, a la negociación sobre inflación pasada
que estuvo vigente en tiempos pretéritos. Por
otro lado, la tasa de inflación condiciona la
evolución del gasto en pensiones ya que por
ley las pensiones se revisan anualmente con
ese criterio.
Los salarios reales son, como se sabe, el
resultado de restar a los salarios nominales
la tasa de inflación. En realidad, los salarios
reales constituyen la cuadratura del círculo
de la realidad macroeconómica que permite
relacionar los mismos con la productividad de
la economía. Los salarios reales deben de
acompasar su evolución a la productividad
porque en otro caso el resultado no será otro
que la tendencia inflacionista. Hay quien cree
que los sindicatos negocian salarios con la
referencia de la productividad. Lo que sí
reflejan los salarios reales, ceteris paribus, es
la evolución del nivel de participación de los
salarios en la riqueza de la nación aunque de
modo muy vago.
Los tipos de interés han pasado a ser
variable a considerar en las proyecciones de
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ESTUDIOS
ingresos, por cuanto empiezan a ser rúbrica
importante en los sistemas que poseen Fondo
de Reserva, lo que es nuestro caso. Cuando
ese Fondo llega a un 4% del PIB y se barrunta un crecimiento del mismo en el futuro
inmediato, los tipos de interés cuentan. Es la
nueva realidad en la que tiene sentido, ahora,
el debate sobre la conveniencia de la inversión de recursos del Fondo en renta variable.
La tasa de empleo refleja la población que,
teniendo edad legal para trabajar (16-64),
está ocupada. La tasa española es aún baja e
irá creciendo a medida que se materialicen
las políticas que creen el entorno social para
que la mujer acceda al mercado de trabajo en
condiciones similares a las de los hombres. La
tasa tiene una importancia crucial porque es
el antecedente de uno de los cocientes fundamentales del Sistema: la relación afiliados/pensionistas. Algunas entidades e instituciones que generan datos en el ámbito
social, empiezan a presentarlos elevando la
edad legal de 16 años a 20 años, como consecuencia del incremento de los años de escolarización de los jóvenes. La población en edad
de trabajar en ese caso sería de 20-64 lo que
aumentaría obviamente la tasa de ocupación
por motivos estadísticos.
La tasa de desempleo es complementaria
de la tasa de empleo, excepto el desempleo
friccional. La baja fertilidad del pasado
reciente llevó a los expertos a vislumbrar un
futuro en el que la economía nacional se
habría de enfrentar a una situación de restricción de brazos, una situación que, en la
economía española, sería inédita. Tal hipótesis ha sido arrumbada por la realidad inmigratoria que estamos viviendo. Téngase presente, además, que a legislación constante la
protección por desempleo es responsabilidad
del Sistema de la Seguridad Social.
Por último, la proyección de la tasa de crecimiento del PIB tiene un valor capital por
varios motivos. Por un lado, es el denominador
de un cociente que expresa en todos los trabajos el indicador de alarmas cual es el porcentaje del PIB que en futuro lejano absorberá el
gasto en pensiones contributivas, eso sí, a
legislación constante. Por otro es el resumen
aritmético de las fuentes de crecimiento entre
las que se encuentran el trabajo, el capital y la
tecnología. Es, por lo tanto, una variable resumen en la que se contiene la evolución y el
comportamiento de todos los factores de producción que operan y operarán en la economía
española a lo largo de un inmenso lapso de
tiempo. Pues bien, se trata de adivinar su comportamiento, que es el resultado de tantos factores concatenados en un horizonte tan profundo como el del año 2070. Para ello, la primera posibilidad es acudir al pasado, olvidándose de la aseveración de Benjamin y Pollard.
Para ello se cuenta con una serie de tasas de
crecimiento del PIB que retrocede más de 40
años (1961-2003) y que nos puede proporcionar alguna idea. El perfil de la serie denota
tasas de crecimiento asiáticas en los años 60,
que se corresponden con la etapa desarrollista
de nuestro país, etapa que se extiende hasta
las primeras manifestaciones de la crisis de los
70, que se manifiesta de forma brutal, cuando
el PIB descendió hasta el 0,5%. Tras un ligero
repunte, vuelve la recaída en los primeros
años de la democracia. El inicio de la recuperación se produce en el inicio de los 80 en los
que la variable llegó a alcanzar tasas del 5,5%.
Sin embargo, el comienzo de los 90 reprodujo
las consecuencias de las crisis financieras y
descendió por primera vez en todo el período a
tasas negativas.
ESPAÑA. PRODUCTIVIDAD APARENTE DEL TRABAJO
(% anual en medias del período)
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REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO E INMIGRACIÓN
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LUIS MARTÍNEZ NOVAL y PILAR SÁENZ DE JUBERA ÁLVAREZ
¿Qué decir de esta sumaria historia de
nuestro PIB? ¿Acaso proporciona mimbres
para construir una tendencia futura? La
cuestión es harto dudosa. En la evolución de
las cifras de avance del PIB español han incidido elementos que van mucho más allá de
las estrictas condiciones económicas que conforman ciclos y tendencias. En nuestro caso,
esa corta historia del PIB se compone, por
ejemplo, de circunstancias históricas difícilmente repetibles. Un proceso de apertura de
nuestra economía al exterior como conclusión
de una etapa autárquica, un cambio sustancial en la economía mundial como consecuencia de la crisis del petróleo de 1973, un cambio
radical del marco político que tuvo en sus inicios una incidencia relevante en el terreno
económico a partir de 1976, una crisis financiera internacional en los inicios de los 90 y la
repetición acrecentada de un fenómeno similar en estos momentos.
Ninguno de tales hechos de decisiva relevancia en la esfera económica fue predicho ni
adivinado. Y menos aún las dificultades del
año 2008.
Pues bien, en la mayor parte de las proyecciones financieras que se han realizado sobre
nuestro sistema de reparto, se introduce un
supuesto que por su imbricación económica
precisaría de una explicación más detallada
de la que se suele proporcionar. Se trata de la
evolución de la productividad que juega un
papel determinante como principal fuente de
crecimiento a largo plazo del PIB.
Sin embargo, tales explicaciones están
ausentes de todos estos trabajos que auguran
en tono alarmante la inviabilidad financiera
del sistema. Tales explicaciones no se publican porque, sencillamente, no existen.
UN ANÁLISIS CRÍTICO DE LOS
ÚLTIMOS TRABAJOS CONOCIDOS
De los últimos trabajos que se han publicado en torno a la proyección del Sistema de
pensiones de jubilación, destacan, por su
trascendencia pública, uno de procedencia
oficial y otro que provino una instancia pseudooficial en razón de uno de sus autores pero
que funda sus cifras de futuro en otro anterior de la misma persona. Este último, por
otra parte, fue objeto de un editorial del diario líder de la prensa nacional, lo que tuvo que
reforzar indudablemente la incidencia de sus
tesis que, por cierto, el diario hizo suyas.
Son dos buenos ejemplos de cómo visiones
marcadamente pesimistas sobre el futuro de
las pensiones y de los pensionistas futuros
llegan al conocimiento del gran público y
socavan la confianza que los ciudadanos
depositan en un sistema que viene funcionando en nuestro país desde el año 1963, y que
depende, crucialmente, de la confianza que
los ciudadanos le otorgan. Más aún, si un
Informe oficial elaborado por el propio sistema llega a unas conclusiones nada optimistas, la ciudadanía puede pensar que se trata
ir justificando recortes en las prestaciones
respecto de su nivel actual. ¿Qué pensar, por
otra parte, de un artículo que procede de un
autor instalado en el Palacio de la Moncloa en
el que se recomienda para la salvación del
Sistema el aumento de la edad legal de jubilación a los 70 años? Se dirá probablemente
que eso es lo que posteriormente el Gobierno
aceptó en la negociación con los sindicatos,
aunque eso sí con importantes incentivos y de
modo completamente voluntario.
A la luz de los argumentos expuestos a lo
largo de estas líneas, es conveniente, por tanto, someter trabajos de esta naturaleza y
objetivos, a pruebas de coherencia elementales para ver si es posible derivar de ellos algunas conclusiones que verdaderamente sean
útiles para diseñar las reformas necesarias
en el sistema. Al margen quedan otros que
tienen fecha de publicación bastante reciente
pero que han pasado inadvertidos para la
mayoría de los medios españoles que, pendientes como perros de caza de trabajos de
esta naturaleza, rentabilizan la vulgarización de las conclusiones de los mismos que,
inevitablemente, son alarmantes en su visión
de futuro.
REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO E INMIGRACIÓN
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ESTUDIOS
Comencemos por el Informe que en el año
2005 elaboró el MTAS (ahora MTIN) para su
análisis por la Unión Europea. Lo primero
que llama la atención es su anonimato. Un
trabajo del que lo único que se sabe es que ha
sido realizado por el MTAS. Ningún organismo, ningún servicio del propio Ministerio se
responsabiliza de una tarea hecha en respuesta a una demanda de la UE. Pocas palabras también para dar a conocer la metodología empleada, para llegar a unas conclusiones que debemos aceptar como se aceptan los
dogmas: porque sí.
Pero la opción por un escenario económico
muy concreto (tanto que en 2010 el crecimiento del PIB en términos nominales se precisa hasta la centésima: 4,96) resta al conjunto del trabajo una cierta credibilidad, tan
necesaria en este tipo de aproximaciones al
futuro lejano. En este terreno las precisiones
de esa finura en el calibrado convierten el trabajo en meros ejercicios de prácticas, aunque
desde luego alejados de la pretensión de ser
utilizados como guía para la política relacionada con la Seguridad Social.
Sobre la base de un método de proyección
que no se explicita se extraen las siguientes
conclusiones que se transcriben:
– Hasta el año 2014 se seguirá produciendo superávit en el Sistema.
– En el año 2015 aparece el primer déficit
del Sistema por un importe equivalente
al 0,04 del PIB.
– En este mismo año se comienza a utilizar el Fondo de Reserva para equilibrar
los resultados.
– A partir de 2021 se empezarían por tanto a producir déficits efectivos.(Informe
MTAS 2005, pág 39).
Por su parte Balmaseda, Melguizo y
Taguas elaboran un indicador «con horizonte
en el medio plazo que debería ser capaz de
responder a dos cuestiones básicas. En pri-
26
mer lugar si el sistema incurrirá en déficit
durante, por ejemplo, la siguiente década, y
en segundo lugar, si el Fondo de Reserva será
capaz de financiar dicho déficit (en el caso de
que lo hubiera) y durante cuantos años. Como
se puede observar, en el escenario base el sistema incurre en déficit en el año 2011, si bien
el Fondo de Reserva permite financiar las
prestaciones del período sin recurrir a recursos externos» (Balmaseda, Melguizo y
Taguas, 2005. Pág. 10).
Si aumentamos la amplitud del foco podemos irnos a fechas más recientes, por ejemplo
a 2006. En esa fecha encontramos que con el
modelo MODPENS, el déficit del sistema se
inicia en el año 2020 (revisadas las prestaciones con el IPC) y a partir de esa fecha inicia
una escalada (más bien desescalada) del
balance del sistema que llega a cifras negativas importantes (-6,3% del PIB) en 2050. No
obstante, para valorar tales cifras en sus justos términos podemos tener presentes las
cifras que presenta el Cuadro adjunto
Y sin ánimo de ser exhaustivo, mucho más
recientemente podemos constatarque utilizando el modelo MOPEDU03, «los resultados
muestran que la tendencia actual de generación de superávits en el balance del sistema
va a seguir manteniéndose en la próxima
década, entrando en déficit en el año 2029.
Dichos superávits acumulados alcanzarían
un fondo de reserva máximo del 28% del PIB
en 2027.»
¿Que nos ofrece entonces este brochazo
que dibuja el panorama futuro de nuestro
Sistema a través de las proyecciones de las
dos décadas precedentes? La respuesta al
interrogante es sencilla: que el futuro ya no
es lo que era. En efecto, nuestro sistema,
según algunos autores, hubiera estado ya en
déficit en 1995, la mayor parte de ellos ese
momento lo fijó en 2000, y el último citado
que lo situaba en 2000 lo sitúa ahora en 2029.
De manera que ya hay quien retrasa los
problemas de nuestra Seguridad Social, sub-
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LUIS MARTÍNEZ NOVAL y PILAR SÁENZ DE JUBERA ÁLVAREZ
BALANCE DEL SISTEMA (en porcentaje del PIB)
sector contributivo, a la tercera década de
este siglo. Ello permite a las autoridades responsables del sistema, a las actuales y a las
futuras, sopesar las reformas necesarias para
afrontar los retos que plantea la demografía
con una cierta tranquilidad.
Una opinión similar la expresa un informe
muy reciente del propio Ministerio de Trabajo en el que corrigiendo su opinión del año
2005 (que fechaba los problemas financieros
del sistema en 2015), los dilata hasta el año
2029. Entre tanto, han ido apareciendo otras
aportaciones fundadas en el balance actuarial del sistema que llegan a resultados preocupantesque sugieren una situación de insolvencia que, además, se acrecienta a medida
que aumenta la cifra de afiliados. El motivo
no es otro que la rentabilidad (excesivamente
alta) que el Sistema proporciona a sus beneficiarios. En la misma línea de aplicación de
métodos actuariales Devesa y Devesa (2008),
refiriéndose tan sólo al Régimen General, calculan que el desequilibrio del sistema se eleva a fecha actual a 885.000 millones de euros
y se muestran partidarios de que una norma
legal obligue a la Seguridad Social a publicar
anualmente las cifras del balance actuarial.
El problema estriba en que el Sistema de
Seguridad Social español nunca fue guiado
por la lógica actuarial, ni pretendió serlo.
¿Por qué habría de serlo en el futuro?
Desde otra perspectiva, utilizando el viejo
método de la descomposición del gasto en cinco cocientes, que alcanzan a tres factores
(demográfico, laboral e institucional), Peláez
(2008) concluye que el sistema seguirá
teniendo un volumen de gasto interior a los
actuales ingresos, pero que a largo plazo (20
años) la ratio de dependencia se deteriorará
inevitablemente, de modo que «ni la inmigración, ni la recuperación de la natalidad… ni
la mayor o menor mortalidad conseguirán
modificar la estructura por edades vigentes».
A pesar de todo, es oportuno reparar en
que todos estos trabajos recientes, incluido el
ministerial, abogan, como es natural, por
reformas más o menos drásticas a largo plazo. Sin embargo, ninguno de ellos se inclina
por la sustitución parcial o total del sistema
de reparto por otro de capitalización, lo que
supone una importante diferencia en relación
con trabajos divulgados en etapas precedentes. Más aún, en alguno de ellos (Peláez
REVISTA DEL MINISTERIO DE TRABAJO E INMIGRACIÓN
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27
ESTUDIOS
(2008) se encuentran reflexiones como la que
sigue: «Antes de los ochenta las cotizaciones
sociales se utilizaron para pagar las pensiones contributivas, las no contributivas y las
prestaciones sanitarias de la población, de
modo que fue la sociedad en su conjunto la
que se benefició del ahorro detraído de los
trabajadores. Alonso (2007 nota 28) calcula
que si se hubieran acumulado todos los excedentes pasados, desde 1967, y se hubieran
capitalizado al tipo de interés legal del dinero, el Fondo de Reserva que tendría que existir en el presente representaría el 34,33% del
PIB de 2004. Pero la práctica de acumular los
excedentes del sistema no comenzó hasta el
año 2000, por lo que existe una deuda del conjunto de la población con la Seguridad Social.
Si en el pasado se desviaron fondos propios
del sistema contributivo, ¿por qué en el futuro no puede hacerse lo mismo pero en sentido
contrario?».
LOS RETOS DEMOGRÁFICOS Y LAS
PROYECCIONES
No hay sistema de pensiones en este mundo, sea de reparto o de capitalización, que no
afronte los problemas que se derivan de los
cambios que se vienen produciendo en la esfera demográfica. En cada país el significado y
consecuencias de esos fenómenos tienen orígenes y causas distintas. Básicamente, en
nuestro país, las proyecciones a largo plazo
han de resolver dos problemas: de un lado la
tasa de natalidad que alimente la oferta de
trabajo, y, de otro, la tasa de inmigración que
complemente la oferta de mano de obra nacional.
Ambas variables han sido en el pasado las
causas de los problemas y, a su vez, de las
soluciones de los mismos. Por una parte la
baja tasa de natalidad (entre las más bajas
del mundo) que tuvo su mínimo en 1996 llevó
a muchos estudiosos del problema en la década de los 90, a llamar la atención sobre los
malos augurios que se cernían a medio plazo
28
sobre nuestro sistema. Líneas atrás quedaba
constancia de lo yerros cometidos por no
haber previsto la irrupción a gran escala del
fenómeno inmigratorio en nuestro país. Lo
que los expertos desconocían, claro está, era
la capacidad de la economía española para
crear empleo y, por ende, para actuar como
importante magneto de atracción de trabajadores extranjeros a la búsqueda de una vida
digna.
En el momento presente quien se aventura
a proyectar el Sistema hasta el año 2050 o
2060 se encuentra con los mismos problemas.
¿Qué tasa de natalidad y qué flujo de inmigrantes se pueden esperar en el futuro cercano y lejano? Dar respuesta a esa cuestión es
decisiva para atisbar por donde puede discurrir nuestro mecanismo de protección. Ciertamente que la respuesta a ambas cuestiones
no es en absoluto fácil por cuanto dependen
de innumerables factores que no son susceptibles de control por parte de las autoridades
españolas, ni de conocimiento por parte de los
expertos.
En relación con los nacimientos, contamos
con las previsiones hechas por la Comisión
Europea que estima que de la tasa de fertilidad del 1,3 pasaremos en el futuro al 1,4
(según la Comisión Europea); un crecimiento
tan débil que puede no estar recogiendo el
cambio de tendencia que se observa con claridad en la serie de nacimientos en la población
española. Esa serie recoge el comportamiento
de la variable demográfica desde 1930 y en el
gráfico refleja el retroceso experimentado en
los años de la guerra civil (a la que se atribuyeron los buenos resultados de los años precedentes del inicio del siglo XXI) y su posterior
recuperación. Con todo, el gráfico que refleja
la serie de nacimientos denota un cambio de
tendencia que debe ser tenido en cuenta, si
uno se aventura a predecir lo que va a ocurrir
en el futuro, con esa variable demográfica tan
decisiva, por lo demás, en el horizonte de un
sistema de pensiones de reparto. Lo realmente cierto no es otra cosa que la natalidad en
nuestro país se recupera.
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LUIS MARTÍNEZ NOVAL y PILAR SÁENZ DE JUBERA ÁLVAREZ
En tal recuperación, del año 1960 a 1974,
tuvo lugar el fenómeno del baby boom español, que llegó a su cénit en 1974. Eso implica
que si se perpetúa la edad media de alta de
jubilación de los momentos presentes (63
años) los peores momentos desde el punto de
vista financiero del Sistema se vivirán entre
2023 y 2037. A menos, claro está, que en esos
momentos haya un flujo importante de inmigrantes, que permita incrementar la relación
cotizantes/pensionistas.
Sin embargo quedó ya recogido líneas
atrás que la última proyección del Sistema
(Alonso, 2007) remitía a 2029 para encontrar
el primer déficit en el balance del sistema.
Entonces, puesto que aunque la tendencia de
la natalidad apunta una tendencia favorable
(debido fundamentalmente al comportamiento de las madres inmigrantes), como esa
variable es de comportamiento lento a lo largo del tiempo no cabe esperar que la aportación de brazos que mantenga o incremente la
relación cotizantes/pensionistas provenga de
la natalidad de los residentes en nuestro país.
Por consiguiente, el sistema de pensiones
contributivas pasa a depender crucialmente
de la variable inmigración que, en consecuencia, juega un papel determinante en las proyecciones del sistema. A partir de ahí, los
supuestos sobre el comportamiento de esa
variable deben ser explicados convenientemente para que las proyecciones tengan una
mínima solidez y credibilidad.
Sin embargo, es posible otro enfoque de la
cuestión. Lo que falló en las proyecciones del
sistema de la década de los 90 no fue el inesperado shock de inmigrantes sino la incapacidad de atisbar la fortaleza de la economía
española para la creación de empleo. El shock
de inmigrantes se produjo porque el empleo
de nuestra economía tuvo un comportamiento como ninguna economía tuvo en el período,
y ello a pesar de cuantas advertencias hicieron los expertos relativas a la necesidad de
cambios estructurales en la regulación de las
condiciones contractuales en el mercado de
trabajo. Las cosas como son. El inmigrante
viene porque sabe que hay perspectivas favorables para encontrar un puesto de trabajo;
se lo dicen desde aquí quienes ya han puesto
pié en nuestro país y si ese elemento de atracción coincide con otro elemento de expulsión
por razón de la situación en su país, se dan las
condiciones para que esas personas entiendan que merece la pena arriesgar incluso la
vida para encontrar un puesto de trabajo. La
cuestión no está tanto en la inmigración como
en el empleo. Si la economía española es
capaz en el futuro de mantener el proceso de
creación de empleo, sea con trabajadores
nacionales o con foráneos, será posible sostener una relación cotizantes/pensionistas que
equilibre financieramente el sistema de
reparto.
Todo dependerá crucialmente del empleo
en materia de inmigración. Se olvida con frecuencia que el flujo hacia nuestro país comenzó cuando nuestra economía comenzó a dar
muestras de una enorme capacidad para crear empleo. Y, a su vez, cuando las condiciones
sociales en otros países se deterioraron de
modo importante. América Latina y la zona
subsahariana se convirtieron en zonas expulsoras de población laboral, al tiempo que se
amplió la UE. Pero, ¿qué puede deparar el
futuro?, ¿qué comportamiento cabe esperar
del lado de la oferta de mano de obra? Ello
dependerá de cuestiones institucionales y de
condiciones sociales. En cuanto a las institucionales acaban de adherirse a Schengen los
nuevos socios europeos, de modo que serán
libres los movimientos de población de Tallin
hasta nuestro país. Y en el plano social, será
importante la evolución que se pueda producir en el África subsahariana, donde las perspectivas sociales y las demográficas no son
nada halagüeñas. Es razonable, entonces,
esperar que por el lado de la oferta no vendrán los problemas. Otra cosa será que el perfil de los oferentes sea el que precisen los
demandantes de mano de obra, pero esa será,
estrictamente, una cuestión de ordenación de
los flujos. De todos modos ese será un asunto
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ESTUDIOS
radicalmente distinto a aquel que llevaba a
suponer que la economía española, en el futuro, llegaría a experimentar en la esfera laboral una situación de restricción de brazos.
En todo caso, si los factores de empuje y
atracción de la inmigración (en terminología
de Sandell) actúan en el futuro de modo coincidente en el tiempo y en el mismo sentido es
muy probable que la proyección de Alonso
(2007), que sitúa la inmigración a largo plazo
en una cuantía que no supera las 100.000
personas, vuelva una vez más a resultar muy
alejada de la realidad. Pero en verdad, lo que
sí resulta es alejada de la proyección del INE
que refleja el Cuadro siguiente en el que se
constata que la proyección del INE tiene dos
particularidades.
FLUJOS DE FERTILIDAD ESPERANZA VIDA
Tanto en lo relativo a flujos del exterior como
a tasa de fertilidad. Respecto a la primera, el
INE entiende que la inmigración no descenderá
de los 259.000 efectivos en todo el horizonte que
va hasta 2070; respecto a la segunda, la tasa de
fertilidad llega a alcanzar el valor de 1,53, cifra
que está por encima del 1,40 de la Comisión
Europea y que incorpora Alonso (2007).
En parte sobre la base de estas proyecciones, el Banco de España se ha apresurado a
sostener que ni el intenso flujo de inmigraciones que prevé el INE a lo largo del siglo, al
menos hasta 2070, aportará argumentos
demográficos suficientes para pensar en una
consolidación de nuestro sistema de reparto.
30
La razón no es otra que la incidencia que la
inmigración tendrá en la tasa de dependencia
que se supone será muy escasa. Las razones
tienen que ver con la estructura de edades de
nuestra inmigración que se concentra entre
los 24 y los 40 años. Detengámonos un
momento en estos argumentos. Según el Banco de España la estructura por edades de la
población española está abocada a un crecimiento en espiral en los próximos años, aunque a este respecto es preciso un mayor espíritu crítico a la hora de valorar tales proyecciones. Una primera consideración tiene que
ver con las diferencias abismales que se
encuentran en esa proyección y que se reflejan en el Cuadro siguiente.
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TASA DE DEPENDENCIA EN PORCENTAJE*
Comisión
En efecto, en el mismo año la diferencia
entre una y otra fuente es nada menos que de
10 puntos lo que sin duda se debe a las distintas proyecciones de los flujos migratorios. Ya
quedó anotado con anterioridad que en lo que
tienen que ver con esa variable, el INE supera a otras fuentes y que en los años transcurridos de la década presente el INE ha errado
en sus proyecciones sobre la misma variable
por excesivamente bajas. ¿Quiere decirse con
ello que las proyecciones del INE son erróneas? En modo alguno. Lo único que se quiere
decir es que el INE es extraordinariamente
prudente en sus proyecciones y que las que en
estas fechas podemos contrastar con la realidad apuntan a un criterio muy cauteloso.
Por otro lado, no se puede dejar de recordar que algunos autores han llamado la atención sobre el hecho de que los inmigrantes,
cuando se jubilen, percibirán su pensión, lo
cual no deja de sorprender si se es consciente
de que nuestro sistema es contributivo. Y,
más aún, alguno llega a considerar que el flujo migratorio puede llegar a ser el caballo de
troya del Estado de Bienestar en nuestro
país.
En todo caso, la variable determinante
desde el punto de vista de la viabilidad financiera del sistema no es la tasa de dependencia
sino la relación cotizantes/pensionistas. Y
siendo esto así, de nuevo la variable crucial
vuelve a ser el empleo.
TODA VANGUARDIA
TIENE SU RETAGUARDIA
Que no se engañe nadie, eso es lo que se
desprende de todo manual de estrategia militar porque esta controvertida cuestión de las
pensiones no es otra cosa que una batalla,
incruenta, eso sí, intelectual, eso también,
pero al fin y al cabo batalla. Pues bien, en ese
conflicto que se desenvuelve en publicaciones
científicas que posteriormente se vulgarizan
en algunos medios de comunicación hay autores que asumen el papel de toda vanguardia y
otros el de retaguardia. Los dos tienen idéntica importancia, los dos son necesarios.
Ciertamente que en torno al futuro de la
Seguridad Social española se han publicado
trabajos que se ajustan a esos papeles estratégicos. Unos han ido siempre por delante
desvelando problemas futuros, avisando del
negro panorama que se cierne sobre la sociedad española de no producirse un viraje en
materia de Seguridad Social, viraje que por lo
general se identifica como una mayor apertura a un sistema de capitalización que pueda
convivir con el sistema de reparto en un verdadero sistema mixto. Esa vanguardia, que
ha publicado con profusión proyecciones del
sistema actual en las que ha errado estrepitosamente (estas líneas lo han reproducido) ha
lamentado en diversas ocasiones el papel
timorato que las autoridades responsables
del sistema han jugado en torno a las necesarias reformas.
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ESTUDIOS
Otro conjunto de trabajos se ha dedicado
no a desvelar calamidades futuras, sino a
jugar el papel de la retaguardia en todo conflicto: rentabilizar el trabajo de la vanguardia. ¿Por qué no se toman medidas más drásticas si el Sistema generará una carga insoportable para la sociedad española? ¿Por qué
los responsables del Sistema se comportan
como avestruces? ¿Por qué se pliegan a inconfesables intereses electorales para minimizar
las reformas acometidas o retrasar las necesarias? Estas son algunas de las preguntas
que se encuentran en trabajos de esta naturaleza. La mejor respuesta obviamente es
una panorámica, por ejemplo, del preciso
momento en el que los expertos en la materia
calcularon que nuestro sistema entraría en
déficit. ¿Qué hubiera ocurrido si los responsables del Sistema se hubieran rendido a la
indiscutible autoridad en esta materia de
Piñera y Weinstein (1996) que situaban el
primer déficit en 2000?
Por otro lado, los expertos en materia de
pensiones se refieren a menudo a la politización de la materia, lo que impide debates fundados en cuestiones objetivas. La tacha de
politización no deja de ser cierta aunque respecto de la misma son necesarios algunos
matices. En nuestro país gobernaron de 1982
hasta el momento presente dos partidos de
signos ideológicos distintos y en ese período
hubo una línea de continuidad respecto a la
política en torno al sistema de reparto. No ha
ocurrido así en al ámbito de los expertos,
terreno en el que prendieron la ideas y se
publicitaron profusamente las recomendaciones políticas del Averting the Old Age Crisis
del Banco Mundial de 1994, en tanto que se
silencian las autocríticas del propio Banco de
años más tarde que otorgan a la Seguridad
Social pública un papel creciente respecto a
las recomendaciones de 1994.Eso sin duda
alguna es pura politización de la materia.
Por eso deben de ser bienvenidas todas las
llamadas al incremento de la información de
la ciudadanía sobre esta cuestión. Es muy
conveniente debatir sobre estos asuntos que
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vienen a informar a los ciudadanos sobre las
garantías que ofrecen cada una de las alternativas. Un español debe saber que si pervive
el sistema de reparto y se presentan dificultades financieras en el futuro, es posible que, si
se modifican algunas condiciones paramétricas del mismo, la pensión que percibirá no
sea exactamente la que hoy se le está garantizando. Pero debe de ser informado también
de que su prestación complementaria, que
tiene garantizada por una entidad financiera, dependerá de la situación y cotizaciones
en los mercados bursátiles en el momento de
su jubilación. Y deberá ser informado, a su
vez, de que su plan de pensiones tiene un coste de un 25% del total de recursos que acumula a lo largo de su vida laboral en materia
de comisiones.
Mas una consideración en profundidad de
las implicaciones a las que conduce la demanda de información, merece la pena abordarlas
con detalles añadidos. Se demanda cabalmente que la sociedad española pueda llegar
a conocer cuáles son los riesgos que afronta,
colectiva e individualmente, en el futuro.
Entre esos riesgos se encuentra, sin lugar a
dudas, el envejecimiento de la población. A
ello se añaden las consecuencias financieras
de tal envejecimiento en la estructura de edades, que desembocará ineluctablemente en lo
que la literatura económica popularizó como
pesada carga que pende sobre el futuro de
nuestra sociedad.
Nos encontramos en este caso con problemas de información tal cual han sido formulados atinadamente por algunos autores
(Alonso, 2007 y Chuliá, 2005). Tales problemas de información alcanzan en este terreno
dos significados con distintas implicaciones.
Por un lado se encuentran los que se refieren
en términos teóricos a las cuestiones ligadas
a la teoría económica del seguro entre las que
se encuentran el riesgo, la incertidumbre, el
riesgo moral y la selección adversa. Por otro,
la mera información respecto al presente y
futuro de los sistemas que hoy día conviven
en nuestro país, algo que ciertamente podría
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denominarse Educación para la Ciudadanía
(EpC).
La primera resultaría un tanto ardua y
requeriría el conocimiento de todos los mitos
que se han ido extendiendo en la literatura
académica y que posteriormente resultaron
vulgarizados en los medios de comunicación
para consumo de los ciudadanos. Resulta
oportuno enumerar tales mitos que en unos
casos afectan al sistema de capitalización.
La capitalización resuelve los problemas
demográficos
– El único modo de capitalizar es a través
de la acumulación de la pensión.
– Existe una relación directa entre capitalización y crecimiento.
– La capitalización reduce el gasto público
en pensiones.
– El pago (la reducción) de deuda pública
es siempre una buena política.
– Los sistemas de capitalización inducen
mejores incentivos en el mercado de trabajo.
– Los sistemas de capitalización diversifican los riesgos.
– La ampliación de opciones mejora el sistema de bienestar.
La capitalización es más beneficiosa si el
rendimiento real de las inversiones excede el
crecimiento de los salarios reales.
Las pensiones privadas mantienen al
gobierno al margen del asunto de las pensiones.
Y en otros al sistema de reparto en los que
el gobierno se involucra a fondo y, en ocasiones, en exclusiva.
La pobreza es intensa entre las personas
mayores, lo que obliga a los gobiernos a considerar prioritarias las políticas para aliviar
esa realidad adversa.
Los programas públicos de Seguridad
Social son progresivos y redistribuyen rentas
a favor de los pobres de edad avanzada
La Seguridad Social cubre el riesgo de
incertidumbre respecto a las prestaciones
que recibirá el pensionista en el futuro.
Sólo los gobiernos pueden asegurar a los
pensionistas frente el riesgo de inflación.
Los individuos son miopes pero los gobiernos adoptan la visión de largo plazo.
La intervención del gobierno es necesaria
para proteger los intereses de las generaciones que aún no han nacido.
Desde una posición ecléctica, el proceso
más conveniente aquí y ahora debería parecerse a un debate, lo más amplio posible claro
está, que sirviera para una toma de conciencia de la población española acerca de una
parte importante de su vida cual es la edad
provecta en la que se dejan de percibir rentas
del trabajo. Entonces, más que de información debería hablarse de educación, de toma
de conciencia. La cuestión, ciertamente, se
antoja un tanto compleja por la cantidad de
elementos que forman parte de una valoración objetiva del presente y futuro de un sistema de protección que hasta el momento ha
cumplido su papel con una razonable eficacia
y eficiencia.
Hay circunstancias en las que debiera de
ser posible despejar a los ciudadanos la bruma que impide la visión de su futuro, tanto
del personal como del colectivo. Algunos autores lo han hecho, en este caso que nos ocupa,
vaticinando con la seguridad que proporciona
el conocimiento científico que el panorama
que tienen y tenemos por delante es sumamente sombrío. Pero cuando se hacen vaticinios a períodos tan largos, la credibilidad de
quien los hace cobra una importancia decisiva. Algunos autores se han lamentado de que
ese papel de acreditador del sistema de pensiones no lo pueda fungir una Oficina Presupuestaria del Congreso de los Diputados. Su
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ESTUDIOS
carácter oficial, aunque dependiente del
Legislativo, le otorgaría un crédito que es
fundamental en esas proyecciones en un horizonte tan lejano. Hoy tal Oficina, sin embargo, es, sencillamente, una quimera.
Entretanto las páginas que anteceden tratan de reflejar de algún modo la profusa literatura académica española en materia de
proyecciones de nuestro Sistema de Seguridad Social.
CONCLUSIONES
Las proyecciones de la situación financiera
de la Seguridad Social y los supuestos demográficos y económicos que les sirven de base
no son una cuestión baladí. Inciden de modo
importante en la confianza que los ciudadanos depositan en un sistema que les garantiza la percepción de una renta cuando ya no
están presentes en el mercado de trabajo.
Salvo patrimonio personal, esa renta es su
único ingreso del que dependen sus vidas. En
ocasiones, por no decir siempre, todas las proyecciones que se han hecho de la Seguridad
Social española han arrojado unos resultados
tremendamente negativos en términos financieros. Ello ha dado pie a calificar como una
carga para la sociedad española el mantenimiento en el futuro de una parte creciente de
nuestra sociedad.
En la década de los 90 proliferaron en
nuestro país toda suerte de trabajos de investigación que dibujaron un panorama futuro
muy poco halagüeño. El sistema de protección, fundado en el reparto entraría en déficit
a comienzos de siglo y se despeñaría después
a un alarmante balance financiero en el año
2050. Por fortuna, esos augurios quedaron
arrumbados por la realidad de la economía
española de esta primera década del siglo
XXI. Erraron todas las proyecciones y lo
hicieron por no ser capaces de adivinar el
comportamiento del mercado de trabajo, tanto del lado de la demanda como del de la oferta. La economía española se mostró como la
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más vigorosa de Europa en la creación de
puestos de trabajo y, en correspondencia, la
oferta de trabajo se incrementó hasta niveles
históricos a consecuencia de los flujos financieros. Nunca existió en todo ese proceso restricción de brazos ni, mucho menos incrementos desmesurados de los salarios consecuencia de una escasez de mano de obra.
Lógicamente, en la primera década de este
siglo fueron apareciendo trabajos que analizaban los errores cometidos y valoraban la
situación superavitaria de la Seguridad
Social que, contrariamente a lo predicho, acumulaba y acumula fondos de reserva para
hacer frente a las dificultades que el futuro
pueda deparar. En lógica consecuencia tales
trabajos se han ido acomodando a la nueva
situación, de modo que el último trabajo
publicado que contiene una proyección ha
dilatado la aparición de déficit en nuestro
Sistema hasta el año 2029. Si bien continúan
siendo alarmantes las proyecciones hacia el
año 2050 en el que la Comisión Europea cifra
la tasa de dependencia de nuestra economía
en un 66%. Pese a ello, si la crisis financiera
se retrasa hasta 2029, se puede tomar prestada una frase de Paul Valèry para concluir que
el futuro ya no es lo que era.
En verdad que el paso de los años y la refutación, o validación, de algunas proyecciones
permite pensar que el futuro de la Seguridad
Social es más una cuestión ideológica que
aritmética, por más que esta última se esmere en sus supuestos y cálculos. Un indicio de
esta aseveración se encuentra en la contraposición de opiniones que sobre la materia mantuvieron dos Premios Nóbel de Economía
como Samuelson y Friedman
Todos estos episodios que han protagonizado una parte importante de la literatura
económica de las décadas precedentes sugieren la necesidad de una mayor información a
la ciudadanía del significado de estas proyecciones así como de la apertura de un debate
en la sociedad española en torno al futuro de
la Seguridad Social y del sistema complemen-
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tario de la misma cuales son los planes de
pensiones. Los recientes acontecimientos que
desencadenan la crisis financiera llevan a
pensar que un sistema de seguro social no
debería depender de si los mercados son volá-
tiles o estables. A fin de cuentas, de los
recientes episodios se extrae una lección elemental para el futuro: en último término, la
única garantía aseguradora es la que proporciona el Estado.
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RESUMEN
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Las alarmantes proyecciones que se vienen haciendo de la situación financiera de la Seguridad Social en nuestro país socavan la confianza que los españoles deben de tener en un
Sistema que antes que nada asegura a sus afiliados frente a muchas contingencias. Si
hubiera que datar el comienzo de los avisos en torno a esa situación financiera, habríamos
de irnos al año 1981, aunque es en la década de 1990 en la que proliferaron los estudios
científicos en torno a la viabilidad financiera de la Seguridad Social y es en esa década en
la que se plantean alternativas al Sistema vigente desde 1963. Todas ellas pasaban, de uno
u otro modo, por la privatización de la gestión y el cambio desde el reparto a la capitalización. Toda esa miríada de trabajos tuvieron origen en un envite del Banco Mundial de 1994
que llevó a la implantación de muchos sistemas de capitalización privados en numerosos
países latinoamericanos y asiáticos.
Las proyecciones se fundaron en supuestos económicos y demográficos que no han sido corroborados por la realidad de la población española del presente, y mucho menos por la situación de la economía de nuestro país. Felizmente esas alarmas, una vez desactivadas
por la realidad se han atemperado. El futuro inmediato ya no es tan oscuro, y con un abultado Fondo de Reserva, las dificultades financieras se han ido trasladando en el tiempo,
incluso hasta 2025. Todo ello ha conducido a muchos de quienes vaticinaron el final del
sistema de reparto a posiciones mucho menos radicales y a considerar otros sistemas públicos que aunque de reparto, no son de prestación definida, como el sueco. Tras ese repaso de nuestra literatura reciente, el trabajo concluye que este asunto es, con toda seguridad, una cuestión ideológica.
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