¿QUÉ ES LA CONFIRMACIÓN? Cuando naces recibes el BAUTISMO, pero eres tan pequeño que realmente no entiendes lo que está pasando. Con el sacramento de la CONFIRMACIÓN, LA PERSONA ACEPTA VOLUNTARIAMENTE LA FE DE CRISTO. Esto significa que, cuando eres mayor y recibes la Confirmación, aceptas ser católico. La CONFIRMACIÓN es el sacramento en el que DIOS TE DA SU ESPÍRITU SANTO. ¿CUÁNDO EMPEZÓ LA CONFIRMACIÓN? Te contaremos la historia: Cincuenta días después de que Cristo murió y resucitó, estaban reunidos los 11 apóstoles. Todos tenían mucho miedo. Entonces bajó sobre ellos el ESPÍRITU SANTO de Dios en forma de lenguas de fuego. En ese momento su debilidad y miedo se convirtieron en fuerzas sobrehumanas para ir a enseñar y a defender delante de todos, lo que Cristo les había enseñado. Este día se llamó ¨PENTECOSTÉS¨. Después la Biblia, en una parte que se llama los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta que ellos IMPONÍAN (les ponían en la cabeza) las manos a otros hombres para que recibieran el ESPÍRITU SANTO. Así fueron las primeras confirmaciones. ¿QUÉ PASA CUANDO NOS CONFIRMAN? Dijimos que en la CONFIRMACIÓN, DIOS NOS DA SU ESPÍRITU SANTO. ¿Y qué pasa cuando recibimos al Espíritu Santo? 1) CRECEN NUESTRAS FUERZAS ESPIRITUALES. Igual que les pasó a los apóstoles, se hace más fuerte nuestra fe. El sacramento de la confirmación es como un PENTECOSTÉS para cada uno de los bautizados. 2) NOS HACEMOS SOLDADOS DE CRISTO Esto no significa que luchemos o matemos por Cristo. Jesús no nos enseñó la violencia. Ser soldado de Cristo significa que: a) Somos leales a Cristo nuestro Rey, enseñamos sin miedo a todos, que somos católicos. b) Le defendemos cuando alguien habla mal de Él o de su religión. c) Le servimos, tratando de extender su reino de amor entre los hombres 3) NOS UNIMOS MÁS A CRISTO Y A LA IGLESIA: Porque por nuestra propia voluntad decidimos formar parte de ella. ¿CÓMO SE HACE LA CONFIRMACIÓN? La CONFIRMACIÓN debe hacerla el SEÑOR OBISPO o un delegado suyo (alguien a quien él le da permiso especial para hacerlo). Sólo en caso de que haya peligro de muerte puede confirmar cualquier sacerdote El Obispo unta el SANTO CRISMA en forma de cruz en la frente de la persona. El santo crisma es un aceite especial que el Obispo bendice cada año en la misa del Jueves Santo. Después el Obispo le IMPONE LAS MANOS, y le dice: ¨RECIBE POR ESTA SEÑAL EL DON DEL ESPÍRITU SANTO ¨ La CONFIRMACIÓN termina con un pequeño golpe en la mejilla. Esto posiblemente se debe a que antiguamente, cuando a un hombre lo hacían caballero o soldado, le hacían esto en la ceremonia. La CRUZ que se hace sobre la frente es un símbolo poderoso si se entiende de verdad. ¿Vivo todos los días como si llevara una cruz de mi Rey Cristo marcada en la frente? Entonces pensemos: ¿QUÉ NOS EXIGE EL ESTAR CONFIRMADOS? Al recibir la confirmación nos COMPROMETEMOS a: 1) Tratar de tener una BUENA CULTURA RELIGIOSA, para poder defender nuestra fe. Recuerda que un católico ignorante es un futuro protestante. 2) A que, cuando hables de tu religión católica, no te importe lo que opinan otros de ti. Recuerda, somos soldados valientes de Cristo. Hoy en día vivimos en un mundo en que hace falta gente comprometida. Muchos creemos en Dios y tenemos fe, pero vivimos como si no la tuviéramos. No damos testimonio de Cristo. Este testimonio debe ser no sólo de palabra sino de obras. Para convencer, hay que ser cristianos convencidos y aprovechar la ayuda del Espíritu Santo. Esa ayuda la recibimos en el Sacramento de la Confirmación, una acción especial del Espíritu Santo, por el cual una persona que ha sido bautizada, recibe el regalo de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Aunque en el Bautismo se recibe el Espíritu Santo y en todos los sacramentos actúa de una u otra manera, por el Sacramento de la Confirmación se reciben en plenitud sus dones. La Confirmación es el Sacramento del Espíritu Santo. El Bautismo se nos da para lograr la salvación personal, pero la Confirmación busca también un compromiso del cristiano que es enviado a una misión especial y con una gran responsabilidad de defender la fe, llevarla a los demás a través del apostolado y ser testigo de Jesucristo con la palabra y el ejemplo. La Confirmación fortalece en nosotros las virtudes de la fe, esperanza y caridad, así como los siete dones del Espíritu Santo. Estos dones fortalecidos nos ayudan para cumplir nuestra responsabilidad de apóstoles y defensores de la fe. ¿QUÉ PASA CUANDO RECIBIMOS EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN? Al recibir la Confirmación nos convertimos en verdaderos soldados de Cristo, siempre dispuestos a luchar de palabra y obra por nuestra fe. Nos unimos más íntimamente a Cristo y a la Iglesia. Se completa nuestra condición de hijos de Dios, ya que perfecciona la gracia que recibimos en el Bautismo. Recibimos un sello del Espíritu Santo que impone sobre nosotros un carácter. Esta es la razón de por qué se recibe una sola vez en la vida. ¿QUIÉN PUEDE RECIBIR LA CONFIRMACIÓN? Toda persona que haya sido bautizada puede y debe recibir la Confirmación. Para recibir la Confirmación, hay que estar en estado de gracia (confesado), tener la intención de recibir el sacramento y prepararse para cumplir con el compromiso que éste implica. También, se recomienda buscar la ayuda espiritual de un padrino(a) que nos guíe en el compromiso. ¿QUÉ SE UTILIZA? El obispo extiende sus manos sobre el confirmado como símbolo del don del Espíritu Santo a quien invoca para que descienda sobre el cristiano. Después, el obispo unge la frente con el santo crisma, que es aceite de oliva perfumado bendecido por el obispo el jueves santo. Este es un signo de consagración que simboliza el sello del Espíritu Santo que marca la pertenencia total a Cristo, a cuyo servicio quedamos desde ese momento y para siempre. La imposición de las manos y la unción con el crisma constituyen la materia del Sacramento de la Confirmación. ¿QUÉ PALABRAS SE REPITEN? En el Antiguo Testamento, a los reyes o guerreros que tenían una misión especial, se les ungía con aceite para darles la fuerza que necesitaban para cumplir su misión. En el Sacramento de la Confirmación, durante la unción, el obispo repite la forma del sacramento: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo". ¿POR QUÉ SE DICE QUE EL ESPÍRITU SANTO ES NUESTRO ALIADO? Porque es el que nos va a ayudar a llevar a cabo nuestra misión como hijos de Dios. Pero el Espíritu Santo no podrá actuar ni transformarnos como lo hizo con los apóstoles si nosotros no se lo permitimos. Al recibir este Sacramento recibimos la gracia y la fuerza necesaria para responder como auténticos hijos de Dios y testigos de Cristo. Depende de nosotros aprovechar esa gracia tomando conciencia de los dones que recibimos y los compromisos que adquirimos. Así como los discípulos recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés y salieron a proclamar la buena Noticia de Jesús, los confirmados reciben el Espíritu Santo para poder testimoniar, difundir y defender la fe por medio de la palabra y de las obras, como auténticos testigos de Cristo. La ceremonia del Sacramento de la Confirmación es muy sencilla, pero el valor que tiene es muy grande. Cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés, encontró un grupo de apóstoles débiles, que no sabían cómo cumplir con la misión que Jesús les había encomendado de llevar el Evangelio a todo el mundo y bautizar a todas las naciones, pero su acción logró una transformación total e inmediata. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que tan sólo ese día se bautizaron más de tres mil personas. ¿CUÁLES SON LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO? Los dones del Espíritu Santo son siete y son regalos especiales que nos ha hecho Dios para comprender las cosas divinas y cumplir mejor su voluntad. Estos son: 1. Temor de Dios: Este don es un santo temor de ofender a Dios porque es nuestro Padre que nos ama y nosotros también lo amamos. Este don brinda a nuestra alma la docilidad para apartarnos del pecado por temor de ofender a Dios que es el supremo bien. 2. Piedad: Este don es un gran regalo que Dios brinda a nuestra alma. Gracias a él, podemos amar a Dios como Padre y a todos los hombres como verdaderos hermanos. 3. Ciencia: Por medio de este don, nuestra inteligencia puede juzgar recta y sobrenaturalmente las cosas creadas de acuerdo a un fin sobrenatural. Podemos ver la mano de Dios en la Creación. 4. Sabiduría: Es el más excelente de todos los dones, ya que nos permite entender, saborear y vivir las cosas divinas. 5. Fortaleza: Este don fortalece el alma para vivir heroicamente las virtudes, brindándonos una invencible confianza para superar los peligros o dificultades con los que nos encontremos en la lucha contra el pecado, en nuestro camino al Cielo y en la búsqueda de la santidad. 6. Consejo: Este don nos permite intuir rectamente lo que debemos hacer o dejar de hacer en una circunstancia determinada de nuestra vida. 7. Entendimiento: Este don permite entender las verdades reveladas por Dios y las verdades naturales comprendiéndolas a la luz de la salvación. Algunas personas podrán decirte que eso del Espíritu Santo es "puro cuento". Recuerda que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y si nosotros se lo permitimos actúa en nosotros y puede hacer maravillas. Lo único que tenemos que hacer es abrir nuestro corazón para dejarlo actuar. Y si queremos ser verdaderos testigos de Cristo, no dejemos de recibir el Sacramento de la Confirmación, que nos transforma en soldados defensores de la fe católica. ¿POR QUÉ CONFESARSE? Motivos humanos y sobrenaturales de la confesión, para ayudar a comprender mejor el sentido y finalidad del sacramento. Un hecho innegable: la necesidad del perdón de mis pecados Todos tenemos muchas cosas buenas…, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos; y como consecuencia de esto nos equivocamos, cometemos errores y pecados. Esto es evidente y Dios lo sabe. De nuestra parte, tonto sería negarlo. En realidad… sería peor que tonto… San Juan dice que "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 Jon 1, 9-10). De aquí que una de las cuestiones más importantes de nuestra vida sea ¿cómo conseguir "deshacernos" de lo malo que hay en nosotros? ¿De las cosas malas que hemos dicho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos: purificar nuestra vida de lo que no es bueno, sacar lo que está podrido, limpiar lo que está sucio, etc.: librarnos de todo lo que no queremos de nuestro pasado. ¿Pero cómo hacerlo? No se puede volver al pasado, para vivirlo de manera diferente… Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y El quiere hacerlo… hasta el punto que el perdón de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con Dios. Como respetó nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un gran regalo que Dios nos ha hecho. En su misericordia infinita nos dio un instrumento que no falla en reparar todo lo malo que podamos haber hecho. Se trata del sacramento de la penitencia. Sacramento al que un gran santo llamaba el sacramento de la alegría, porque en él se revive la parábola del hijo prodigo, y termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben. Así nuestra vida se va renovando, siempre para mejor, ya que Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin enojos, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida toda tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo) porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso. La confesión no es algo meramente humano: es un misterio sobrenatural. Consiste en un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote. Dejando de lado otros aspectos, aquí vamos sencillamente a mostrar que confesarse es razonable, que no es un invento absurdo y que incluso humanamente tiene muchísimos beneficios. Te recomiendo pensar los argumentos… pero más allá de lo que la razón nos pueda decir, vale la pena acudir a Dios pidiéndole su gracia: eso es lo más importante, ya que en la confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la misericordia de Dios. Algunas razones por las que tenemos que confesarnos - En primer lugar porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar " (Jon 20, 22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando quieres que Dios te borre los pecados, sabes a quien acudir, sabes quienes han recibido de Dios ese poder. - Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Santa 5, 16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo. - Porque en la confesión te encuentras con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confiesas con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quién es ese «yo»? No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confiesas, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos. Ññññññññññññññññññññmmmmmmmm - Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa». - Necesitamos vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido, básicamente por tres motivos: a) porque nos podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y acabar en el infierno. b) porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en "off-sido": no valen, carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que lo bueno que hacemos sea inútil. c) porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Chor 11, 2728). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo. - Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. El reconocimiento de nuestros errores es el primer paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede cambiar. - La confesión es vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal tiende a pecar más fácilmente. - Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan. Todos pasamos por momentos de pesimismo, desánimo… y necesitamos que se nos escuche y anime. Encerrarse en sí mismo solo empeora las cosas… - Necesitamos recibir consejo. Mediante la confesión recibimos dirección espiritual. Para luchar por mejorar en las cosas de las que nos confesamos, necesitamos que nos ayuden. - Necesitamos que nos aclaren dudas, conocer la gravedad de ciertos pecados, en fin… mediante la confesión recibimos formación. Algunos "motivos" para no confesarse - ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos Hemos visto que el Señor dio ese poder a los Apóstoles. Además, permíteme decirte que ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio… Es lo que decían los fariseos indignados cuando Jesús perdonaba los pecados… (Puedes mirar Mt 9, 1-8). Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios Genial. Me parece bárbaro… pero hay algunos "peros"… Pero… ¿cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma? Pero… ¿cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta que no es tan fácil… Una persona que robara un banco y no quisiera devolver el dinero… por más que se confesara directamente con Dios… o con un cura… si no quisiera reparar el daño hecho en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere "deshacerse" del pecado. Este argumento no es nuevo… Hace casi mil seiscientos años, San Agustín replicaba a quien argumentaba como vos: "Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: «lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo»? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los cielos sin necesidad? Frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo." - ¿Porque le voy a decir los pecados a un hombre como yo? Porque ese hombre no un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el sacramento del orden). Esa es la razón por la que vas a él. - ¿Porque le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo? El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que vos…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar a la absolución, poder que tiene por el sacramento del orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar… Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor. Me da vergüenza... Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Además te cuesta, precisamente porque te confiesas poco…, en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza. Además, no creas que seas tan original…. Lo que vas a decir, el cura ya lo escuchó trescientas mil veces… A esta altura de la historia… no creo que puedas inventar pecados nuevos…Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el diablo quita la vergüenza para pecar… y la devuelve aumentada para pedir perdón… No caigas en su trampa. Siempre me confieso de lo mismo... Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido… y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos… Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos… Además cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan machas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo… Para querer estar limpio basta querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea. Siempre mismos pecados... confieso los No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son pecados diferentes, aunque sean de la misma especie… Si yo insulto a mi madre diez veces… no es el mismo insulto… cada vez es uno distinto… No es lo mismo matar una persona que diez… si maté diez no es el mismo pecado… son diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los "nuevos", es decir los cometidos desde la última confesión. - Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso... El desánimo, puede hacer que pienses: "es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual". No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Uno que se baña todos los días… se ensucia igual… Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre… y está bastante limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados… hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores. - Sé que voy a volver a pecar... lo que muestra que no estoy arrepentido Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento quiera luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos… ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé… Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro déjalo en las manos de Dios… Y si el cura piensa mal de mi... El sacerdote está para perdonar… Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho siempre piensa bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él… sino porque vos crees que representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etc. Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratis -sin ganar un peso-, durante horas,… si no se hace por amor a las almas… no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención… es porque quiere ayudarte y le importas… aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al cielo. Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados... No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la ex-comunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión. EXAMEN SOBRE ACTITUDES CRISTIANAS - En la vida somos tentados continuamente a dejar el camino de Jesús y seguir los criterios del mundo. Nos creemos suficientemente fuertes. Nos dejamos llevar por la tentación confiando en que no llegaremos al pecado. Pero somos débiles y caemos en la tentación. ¿Qué actitudes tengo yo ante mis tentaciones: sé cortar o me dejo llevar por ellas? - El mundo nos bombardea constantemente con propuestas deslumbrantes. Las costumbres, el estilo de vida, los ideales y los valores del mundo van penetrando en nosotros sin darnos cuenta. La vida cristiana se va apagando en nosotros. ¿Procuro vivir austeramente, controlando mis gastos de vestido, comida, bebida, diversiones, viajes, aparatos domésticos, etc. ? - Jesús fue tentado como nosotros. El mundo de su tiempo le ofreció otros caminos a seguir. Con la fuerza del Espíritu venció las tentaciones y fue fiel a su Padre. ¿Pido alguna vez a Jesús que me dé fuerzas para vencer las tentaciones y serle fiel? - Encontrarse con Dios, orar, no nos resulta fácil, significa un esfuerzo: dejar las cosas que estamos haciendo, concentrarnos, dedicarle tiempo... Seguramente que nos da pereza, no buscamos los momentos más oportunos, siempre encontramos excusas, no ponemos condiciones favorables. ¿Qué tiempo dedico a orar? ¿Qué tiempo debería dedicar? - Pensamos que rezar es sólo pedir a Dios cuando tenemos algún problema. Tratamos a Dios como si fuera un mago. Olvidamos que Dios se nos ha manifestado en la persona de Jesús, y que orar a Dios es contemplarlo en Jesús, en su vida, meditar sus palabras, sus obras tal como nos lo cuenta el evangelio. ¿Cuando rezo, doy gracias a Dios, le alabo, le pido perdón, le pido fuerzas para amar, para solucionar yo mismo mis problemas? - Jesús nos enseñó que a Dios hemos de encontrarlo en el hermano, en el pobre y en el enfermo, en el marginado, en los hechos que nos pasan, en los acontecimientos del mundo. ¿En la oración tengo presentes las personas que trato y los hechos y problemas que viven? - El mal que hay en el mundo, las desgracias que sufrimos nosotros o aquellos que tenemos cerca, son cosas que nos paralizan. Quizá nos dejan impotentes y no sabemos qué hacer; quizá nos sirven de excusa para no hacer nada, No es éste el estilo de Jesús: Él es activo contra el mal y da frutos de bondad, de justicia, de amor... ¿Cuál es mi actitud ante el mal? ¿Oigo: " i No hay nada qué hacer! "? ¿Lo tomo como una excusa para no hacer nada? ¿O sigo a Jesús que cargó con esperanza su cruz? - A veces pensamos que el cristianismo consiste en ser sumisos, resignados, aceptar con paciencia los males y las injusticias. Y, en cambio, Jesús luchó contra el dolor y el mal, criticó la injusticia, no se resignó ante las cosas que necesitan cambiar. ¿Soy capaz de luchar por una vida más digna y feliz, para mí y para todos? - Dios es paciente. Siempre espera con los brazos abiertos. Acoge y ayuda. Nosotros, a veces, somos impacientes, intolerantes con los demás si nos parece que no hacen las cosas bien hechas, no damos segundas oportunidades, queremos a los demás más perfectos de lo que somos nosotros mismos. ¿Soy comprensivo, paciente? ¿Ayudo a los demás a cambiar? - Muchas veces nos creemos mejores que los demás, porque a lo mejor no hemos cometido grandes pecados ni hemos abandonado nunca la fe. Pensamos tener el derecho de ser reconocidos y valorados por estos méritos. Y no nos damos cuenta de la mediocridad de nuestra fe y de nuestro amor. ¿Reconozco mi pecado de orgullo, de autosuficiencia, de creerme superior a los demás? ¿Pido perdón por la mediocridad de mi fe y de mi amor? - Ante Dios todos somos hijos, y Él nos ama con todo su corazón de Padre. Y, porque nos ama, perdona nuestros pecados, sean grandes o pequeños. ¿Cómo acojo a aquellos hermanos míos que me han injuriado, que me han criticado, que me han hecho algún daño? - Nos resulta más fácil criticar que alabar a las personas; ver sus defectos antes que sus cualidades; condenar antes que salvar. ¿Qué mirada tengo hacia las personas que me rodean: en casa, en el trabajo, en la escuela, en la parroquia, en el vecindario? - El hecho de criticar y acusar a los demás esconde muchas veces los propios defectos y pecados, y nos justificamos ante Dios como si nosotros no cayésemos en estos pecados. ¿Me pregunto a menudo cómo se manifiestan en mí los defectos que veo en los demás? - Muchas veces confundimos el pecado con el pecador. Y condenamos el pecado y el pecador a la vez. El proceder de Dios con nosotros no es éste: Él siempre nos perdona y nos salva. ¿Condeno a los demás? ¿Soy vengativo? ¿Guardo rencor? ¿Me cuesta perdonar? - Siempre nos quejamos, pero tenemos que reconocer que hemos avanzado en bienestar y comodidades. Este progreso material quizá nos lleva a poner el corazón en los bienes de consumo, y a disfrutar egoístamente de ellos. Se reseca entonces nuestra capacidad de amar, de convivir, de ser solidarios. ¿Colaboro en tareas comunes en beneficio de de los demás o sólo pienso en mi comodidad? ¿Me intereso y hago algo a servicio de la justicia y del bienestar para todos? LEE, ANALIZA Y REFLEXIONA ESTE DOCUMENTO CON MUCHA CONCIENCIA, PARA QUE DESCUBRAS EL SIGNFICADO DEL SACRAMENTO QUE VAS A RECIBIR. Y PIENSA POR QUÉ Y PARA QUÉ REALMENTE DESEAS CONFIRMARTE.