Capítulo VII LA PRIMERA ASPIRACION DE LA EDUCACIÓN: CENTRAR LA VIDA CUESTIONARIO.¿Qué quiere decir centrar la vida? ¿Cómo centrar la vida? ¿Cómo orienta la vida el pagano? ¿Cómo el cristiano? Exposición. En esta vida hay actitudes bien definidas. La del materialista para quien no hay más valores que el dinero, el placer, el honor: todo lo que acarree un bienestar sensible. La del comunista convencido, para quien su ideal es la comunidad humana, y laborar su grandeza, su programa: tales Lenín, Stalin y miles de obreros y soldados que han inmolado su vida por la causa... La del racista que se presenta a luchar por su causa aspirando sólo a la grandeza de su Patria por la que no trepida en sumergirse en un submarino o dejarse caer de un paracaídas... La del joven que gozando de la vida en su Patria o en el extranjero, sin que nadie lo obligue, por convicción y por amor deja sus comodidades, su familia, la esperanza de volver a verlos para inmolarse por la causa que estima santa... A veces cruza los mares con peligro de ser torpedeado antes de llegar a su destino; a veces llega hasta parecer buscar la muerte con tal de servir mejor a su Patria: tales esos aviadores suicidas, los paracaidistas, los jinetes de torpedos vidas... En nuestra época hay muchos que tienen una concepción bien definida de la vida y que viven en conformidad a esa concepción, por más errónea que ella sea, pero ante sus conciencias es la única que vale; y estos hombres, por más grave que sea su error merecen todo el respeto de la humanidad. Son caballeros de la verdad subjetiva, son consecuentes consigo mismo, tienen una hermosa virtud: la sinceridad, la lealtad. Hay también otro grupo de hombres plenamente convencidos de su causa, que han centrado su vida. Los santos; los santos con mayúscula que están en los altares y los innumerables santos anónimos, que podríamos llamar santos con minúscula, que se debaten en la vida cotidiana contra el mal que los cerca y realizan su vida en la pureza y en la caridad. Santos, o si queremos para no espantar con la palabra, cristianos simplemente, católicos integrales los hay en todas las condiciones, edades, situaciones, regiones: entre nuestros mapuches y entre los congoleses, no menos que entre los yankees con virtudes tan auténticamente cristianas como las de San Sebastián, Santa Inés, San Pablo. Los de nuestro siglo se llaman Miguel Agustín Pro, Manuel Bonilla de San Martín, Irurita Obispo de Barcelona, Salvador Palma Vicuña, Vicente Phillippi, Arturo Tocornal Fernández, Juana Fernández Solar, Monseñor Carlos Labbé... y la lista se haría interminable, pudiendo cada uno de nosotros agregar nombres y más nombres a ella. Otros hay que no tienen centrada su vida, que no han definido propiamente su posición. Son hombres que hablan del cielo y piensan en el suelo; hombres que profesan una fe con la palabra y una vida diferente con los actos o que reducen su fe a las raras actuaciones religiosas del año, o del día si se quiere, pero que el resto de su vida actúan en disconformidad con esa fe. Son los burgueses del espíritu... los que quieren gozar aquí y allá; no renuncian al cielo, pero con tal que les dejen poseer la tierra. Son los hombres que no tienen el valor de mirar la verdad y sacar sus consecuencias... Y de éstos todos participamos más o menos, a ratos por desgracia somos plenamente burgueses, a ratos nos escapamos a la vida de la fe. ¿Qué les falta a estos hombres para tener centrada su vida? Fe y carácter. Más luz en la inteligencia; más fuerza en la voluntad... No les falta gracia, porque ésta se derrama con abundancia excesiva sobre todos nosotros pero es necesario que le abramos las puertas del alma ya que "con gran respeto nos trata el Señor" y solicita nuestro concurso hasta para que admitamos sus dones. Magna reverentiadisponis nos Domine... El primer elemento para centrar una vida es: ver, y casi anterior a éste, querer ver, ya que se trata de una certeza libre. Muchas veces no vemos porque no queremos ver y no hay peor ciego que el que no quiere ver. La luz de la verdad requiere que le abramos bien amplias las puertas del alma, que quitemos los obstáculos conscientes e inconscientes, las complicidades de nuestro amor propio, que hagamos a un lado los temores de lo que tendríamos que dejar, de lo que deberíamos abrazar... y ¡hay tan pocos hombres que tengan el valor de mirar de frente estas verdades y sacar todas sus consecuencias! Como el avestruz prefieren esconder la cabeza en tierra y persuadirse que no hay más realidad que esa tierra que les da aparente seguridad. Sin un ideal claramente visto es imposible construir una vida humana de verdadero valer, ya que toda acción no es más que la proyección de un ideal. De la naturaleza de mi ideal dependerá el carácter de mi obrar. Y en nuestro siglo de agitación y de ruido los grandes ideales no brillan: se confunden con las miles lucecitas que se encienden artificialmente todos los días. No se niega el gran ideal, pero no se lo toma más en serio que otra aspiración cualquiera que es necesario satisfacer. En otras palabras el ideal central a dejado de ser central; no hay el valor de negarlo, pero no hay tampoco el valor de sacrificarle los ideales que se le oponen, y viene a resultar el servicio de dos, o de múltiples señores a la vez. El Señor, el único Señor no puede aceptar que se le tenga en el mismo grado o a veces en inferior grado a esos idealillos que no son sino sombras en comparación de la única luz verdadera, muñecos ante la realidad del Ser que es "El que es". Una verdad hay, la más conocida de las verdades, pero la menos meditada que tiene el valor de centrar una vida cuando se la penetra a fondo; centró la vida de Francisco Javier hace cuatrocientos años y continúa centrando vidas a millares cada año: es la realidad de mi origen y destino. ¿Qué es el hombre? Antes de él una eternidad en que no era... un instante en que cruza por este mundo para extinguirse muy pronto los rastros sensibles de su paso por esta tierra y detrás de él una eternidad en que no podrá dejar de ser aunque quiera... ¡en que no podrá dejar de ser aunque quiera! meditémoslo bien. Y antes del hombre existe un ser que es por esencia la plenitud del ser en quien hay toda la belleza que puede ser concebida: la grandiosidad de las cordilleras, la inmensidad de los mares, la serenidad del firmamento, la armonía de la música, la gracia del rostro humano, la fuerza de la tempestad, la placidez de los campos... todo eso quitado cuanto tiene de limitación está en Él, está desde toda eternidad, está para toda eternidad. Es Él la fuente de todo ser, la causa de todo cuando ha existido, que ha comenzado a ser por Él, continúa siendo lo que es por Él y cesará de existir cuando Él lo determine. El espíritu creado, si no cesa de existir, no es por una realidad íntima al espíritu mismo, sino porque el Creador nos ha revelado que no quiere destruirlo, sino que lo ha creado para un destino eterno. Allí en Dios, está el centro de la vida. De Él viene y a Él va y el que reconoce esta verdad tiene ya la luz orientadora: su esfuerzo debe consistir en encaminar la vida toda a dejarse poseer por esa luz: mientras más se oriente hacia esa zona luminosa que es Él, más se acercará al centro de su vida, más segura estará su existencia. El ideal debe ser tender una línea recta que una mi vida con la vida de ese Ser, fuente de mi ser... Una recta; no un zig-zag, como lo pretenden mis engañosas pasiones. Dios y yo. ¡Conózcate a ti y conózcame a mí! La plenitud del ser; y la indigencia esencial. Su esencia es ser. La mía; no ser por mí, sino por Él. Entiéndalo bien: ésta es la esencia de ambos seres. Hasta en el más íntimo de mis actos hallo la huella de la dependencia: sin el concurso divino ese acto no podría haber jamás existido. Aquí los filósofos se han perdido en disquisiciones al querer poner en lenguaje humano esta total y absoluta dependencia del hombre respecto a Dios. Pero una consecuencia fluye clara. Mi vida no puede tener otro destino que Dios. "Nos criaste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", como expresaba S. Agustín después de haber hallado el descanso en Dios tras largo y azaroso viaje de su vida. Todo cuanto tengo, todo cuanto soy, hasta lo más íntimo de mi ser, por ser de Dios es para Dios... Y como no hay nada, nada, absolutamente nada que escape al dominio de Dios, no hay tampoco nada que pueda dejar de tender a Él. No hay un segundo de mi vida que no sea de Dios. Consecuentemente para centrar mi vida la he de colocar en Dios, las veinticuatro horas del día. ¿Qué significa esto de colocar mi vida en Dios? Hacer su voluntad. Toda su voluntad. Hay voluntades de Dios que son obligatorias y cuya violación implica pecado mortal, otras implican pecado venial, otras que acarrean simplemente una imperfección. El estado de ánimo de quien aspira a centrar verdaderamente su vida debe ser buscar la voluntad de Dios íntegra y total, no contentándose con huir del pecado sino procurando conocer -casi diría con el lenguaje del verdadero amor, adivinar- la voluntad de Dios para realizarla. Basta que descubra que algo es querer divino para que tienda a realizarlo. Es aplicar al amor de Dios las reglas del verdadero amor que procura agradar en todo, sin preocuparse del grado de obligatoriedad de lo que se pide. El que ha centrado su vida ¡qué lejos está de aquel criterio estrecho que convierte su religión en una casuística! ¿a qué me obliga Dios? Su visión en cambio es esta otra: ¿qué puedo darle yo a Dios?, ¿qué agradaría a mi Creador, a mi Señor? Este criterio se afirma tanto más todavía cuando uno piensa que ese Señor y Criador es nuestro Amigo: ya no os llamaré siervos, sino amigos... Amigos nos dice en los momentos más solemnes de su vida, Amigo que ha dado su vida por este pobrecillo que soy yo. "Me amó a mí, también a mí y se entregó a sí mismo por mí... Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito. Nadie da mayores muestras de amistad que el amigo que da la vida por el amigo... Y Jesús la dio por mí. ¿Será posible que me contente con preguntarle? ¿Estoy obligado? ¿No deberé más bien entregarme sin reserva? Y este Amigo, es todavía más que amigo... es mi Hermano, con su sangre me adquirió el ser hijo de su Padre, templo de su Espíritu: "Vendremos a él y haremos en él nuestra morada". Vino a este mundo a hacerse hombre para que yo fuese elevado a la categoría de hijo de Dios. ¿Podrá decirse que ha centrado su vida quien conociendo estas verdades no se entrega totalmente al Autor de su vida, Amigo, Redentor y Esperanza suprema? Pero aún hay más. Hay más de parte de Dios y de parte mía. Esta breve vida de hoy tiene trascendencia eterna. Todo lo material terminará; yo dejaré de poseerlo y la realidad que hoy aparece dejará de ser. Mi breve vida se extinguirá dentro de muy poco. Las realidades de aquí bajo desaparecerán como nubes que se deshacen y frente a mí no quedará sino la única Realidad, el que es mi Señor, mi Amigo, mi Hermano, mi Padre, mi Santificador. Él se descubrirá como la fuente de la felicidad: ante mis ojos ansiosos de luz sólo habrá una luz, pero ésta infinita en su esplendor; ante mi voluntad hambrienta de amor, no habrá más que un objeto de amor, pero éste inconmensurable que me tiende sus brazos o me rechaza para saciarme de dicha o para llenarme de dolor. Y esta existencia mía, a la que no puedo renunciar ni aun suicidándome, está destinada a esa eternidad, está atraída por ella más que la piedra por la ley de la gravedad. ¿Cómo podré centrar mi vida sino en función de ese destino eterno? Centrar mi vida, viene pues a ser equivalente a orientarla hacia la eternidad, según el querer divino. En toda vida que aspira a centrarse ha de estar presente como en Luis Gonzaga el pensamiento: "Quid hoc ad aeternitatem", ¿de qué me sirve esto para la eternidad? Este pensamiento ha de ser el que reduzca los juicios y apreciaciones a su verdadero valor, el que aliente en la humillación, el que impulse a todos los grandes heroísmos, incluso a perder la vida, y lo que es más a perderla gota a gota por poseer a Dios y ser poseído de El por una eternidad. Las palabras de Ignacio a Javier: "Javier ¿qué te importa ganar todo el mundo si al fin pierdes tu alma? guardan todo su valer en nuestros días y nos están estimulando continuamente no sólo a buscar estrictamente lo que me conduce a salvar el alma, sino todo aquello que puede ser agradable a quien es el Dueño eterno de los siglos. No hay sacrificio que parezca penoso a quien recuerde aquella estrofa tan conocida: Yo ¿para qué nací? Para salvarme; Que tengo de morir es infalible; Dejar de ver a Dios y condenarme, Triste cosa será, pero posible... ¡Posible! ¿y río y duermo y quiero holgarme? ¡Posible! ¿y tengo amor a lo visible? ¿Qué hago? ¿En qué me ocupo? ¿En qué me encanto? ¡Loco debo de ser, pues no soy santo! La santidad es lisa y llanamente la conclusión de quien quiera centrar verdaderamente su vida. La santidad que no consiste en arrobamiento, en gustos sensibles extraordinarios, ni tampoco -de ley ordinaria- en sacrificios espantosos, sino en "conocer y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida y en todas otras cosas" y después de hallada en seguirla por el cumplimiento fiel del deber de estado. Una fórmula de la santidad, y resumen de una vida centrada sería ésta: "¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar?" y lo que el Amigo y Hermano haría, hacerlo yo, seguro así de agradar al Padre y de realizar mi destino de eternidad. Una vida centrada ¡qué raro resulta encontrarla! Pero una vez que se halla, descubre uno que esa vida se ha convertido en una columna de fortaleza para los débiles en que pueden apoyarse todos los dolientes; semeja también a un añoso pino que ha hundido sus raíces muy hondas en la tierra del conocimiento de Dios y levanta erguida y recta su flecha hacia el cielo como un suspiro en busca de su Creador; pueden sacudirlo los vientos, pero no lo arrancarán, sino que afianzarán más y más sus raíces, ni siquiera lo desgajarán sino que su mole compacta al ser sacudida se vuelve más fuerte, más limpia, más hermosa. Así es en el alma de aquellos que han centrado su vida. Una inmensa paz los inunda incluso en medio de la tribulación: "superabundo gaudio", rebalso de alegría en medio de mis tribulaciones. Saben que sus dolores no son perdidos, que sus sufrimientos tienen un sentido porque está donde Dios quiere que estén, obrando como El quiere que obren y por tanto que recogerán en alegría lo que sembraron en el dolor. La misión de la Acción Católica es contribuir a centrar muchas vidas mostrándoles el horizonte amplio de su destino, para lo cual se afana empeñosamente en quitar el tupido bosque de prejuicios, de concepciones erradas que impiden ver el origen y el destino eterno del ser, y en dar fuerzas sobrenaturales para abrazar la visión de eternidad. Los ejercicios, los retiros, contribuyen especialmente a la primera misión, no menos que la lectura del Evangelio y los círculos de formación. La Eucaristía y la oración son el alimento de una vida centrada y las van estabilizando cada vez más en Dios. El día en que hayamos centrado nuestras vidas, comenzaremos a vivir y habremos descubierto cuán bello es vivir en el Señor. CONCLUSIONES. Hacer ejercicios y meditar en prolongado silencio el sentido de mi vida. Preguntarme con frecuencia: Yo ¿para qué nací?, ¿de qué me sirve esto para la eternidad? RECAPITULACION. ¿Cuál es el fin de mi vida? ¿Cuál es el fin de todo lo que me rodea? ¿Qué proporción hay entre tiempo y eternidad? En la práctica ¿qué vale más, tiempo o eternidad? OBJECIONES. La ciencia moderna es agnóstica: desconoce a Dios, ¿para qué empeñarme en mantener un concepto medieval de mi vida? La sociedad necesita hombres que se preocupen de lo positivo: eso es lo que hace progresar los pueblos. Basta echar una mirada al progreso de los pueblos protestantes menos espirituales que los católicos, y el atraso de éstos. “Puntos de Educación” Libro publicado por el Padre Hurtado el año 1942.