Descargar libro Vol I - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

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Edición: Emilio Hernández Valdés
Diseño de cubierta: Héctor Villaverde
Emplane: Carlos F. Melián López
Corrección: Armando Núñez Chiong
Composición: Aníbal Cersa García
© Sobre la presente edición:
Editorial Oriente
Ediciones La Memoria
ISBN 959-11-0388-3 Obra completa
ISBN 959-11-0394-8 Volumen 1
ISBN 959-7135-23-X Volumen 1
Instituto Cubano del Libro
Editorial Oriente
J. Castillo Duany No. 356
Santiago de Cuba
E-mail: [email protected]
www.cubaliteraria.com
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Ediciones La Memoria
Calle de la Muralla No. 63,
entre Oficios e Inquisidor,
La Habana Vieja, C. de La Habana
E-mail: [email protected]
www.centropablo.cult.cu
www.centropablo.org
Contenido
Nota del editor / XV
Los autores / XVII
Colaboradores / XXVII
Agradecimientos / XXIX
Prefacio
Ana Cairo
La leyenda de un Apolo revolucionario / XXXV
Primera parte
Documentos y recuerdos
Julio Antonio Mella
Diario del primer viaje a México / 5
Asociaciones de Estudiantes de las Facultades
de la Universidad de la Habana
Manifiesto de los Estudiantes Universitarios / 24
Directorio de la Federación Estudiantil Universitaria
Actas sobre la constitución del Directorio
Estudiantil Universitario:
• Acta no. 4 / 26
• Acta no. 6 / 29
• Declaraciones / 31
• Manifiesto de la Federación Estudiantil Universitaria / 32
Directorio de la Federación Estudiantil Universitaria
Documentos:
• Carta a Carlos Alzugaray / 34
• Acta / 36
• Carta al Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes / 37
Julio Antonio Mella
Al Proletariado / 38
Julio Antonio Mella
Palabras en la asamblea magna de la Asociación
Nacional de Veteranos / 40
Alfonso L. Fors
Informe sobre el incidente de Julio A. Mella
con González Manet / 41
Julio Antonio Mella
Declaración de derechos y deberes del estudiante / 45
Universidad Popular José Martí
Estatutos de la Universidad Popular José Martí / 49
Universidad Popular José Martí
Plan de estudios y profesores de la Universidad Popular José Martí / 51
Julio Antonio Mella
Mensaje: ¡La Federación de Estudiantes
pide cooperación! / 53
Julio Antonio Mella
Carta a Araoz Alfaro / 55
Julio Antonio Mella
Declaraciones a El Heraldo sobre la manifestación
gubernamental de gracias a los Estados Unidos
y la protesta estudiantil / 57
Julio Antonio Mella
Los prejuicios del siglo bárbaro. La pena de muerte
y los crímenes oficiales / 58
Rubén Martínez Villena
Carta abierta contra el encarcelamiento de Mella / 63
Gustavo Aldereguía
Pueblo de Cuba: ¡ponte de pie…! / 66
Julio Antonio Mella
Cartas a Oliva Zaldívar / 68
Julio Antonio Mella
Los emigrados revolucionarios al pueblo de Cuba / 72
Julio Antonio Mella
Grandioso mitin del Frente Único Manos Fuera
de Nicaragua / 74
Julio Antonio Mella
Carta a Tina Modotti / 82
Julio Antonio Mella
Carta a José Antonio Fernández de Castro / 84
Julio Antonio Mella
Cómo llevar a cabo la Unión Sindical / 87
Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios
Cubanos
Nuestra Declaración / 93
Rubén Martínez Villena
Manifiesto del Partido Comunista de Cuba
ante el asesinato de Mella / 95
Alejandro Barreiro
Una carta / 100
Antonio Puerta
Frases de un obrero. Al camarada caído / 103
Antonio Penichet
Mi recuerdo a Mella / 105
Teodosio Montalván Mugica
Otro más… / 108
Jacobo Hurwitz
Julio Mella y el Socorro Rojo Internacional / 111
Gastón Lafarga
La significación de Julio A. Mella / 114
Diego Rivera
Nuestra protesta / 119
Luis Carranza
Uno de los verdaderos revolucionarios / 120
Tina Modotti
No llorar sino luchar / 122
Tristán Maroff
Una llama siempre encendida y relampagueante / 124
Rubén Martínez Villena
Palabras en el primer aniversario de su muerte / 126
Pablo de la Torriente Brau
El aniversario de Julio Antonio Mella / 129
Liga Antimperialista de los Estados Unidos
Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC)
Declaración / 138
Emilio Roig de Leuchsenring
El primer mártir antimperialista / 141
Graciella Garbalosa
Joven talentoso y valiente / 143
Raúl Roa
Un temperamento dinámico / 151
Rubén Martínez Villena
Inolvidable para nosotros / 156
Juan Marinello
Cenizas sin muerte / 157
Pablo de la Torriente Brau
Mella, Rubén y Machado: un minuto en la vida
de tres protagonistas / 171
Aníbal Ponce
Una fuerza de la naturaleza / 182
Mirta Aguirre
La vida tan clara como la risa / 183
Ángel Augier
Cómo era Julio Antonio Mella
• Rosario Guillaume: El niño Mella / 186
• Eduardo Súarez Rivas: Mella en la Universidad
de la Habana / 190
• Sarah Pascual: El líder estudiantil / 192
• Oliva Zaldívar: Una personalidad magnética / 197
• Aureliano Sánchez Arango: Una magnífica y potente voz / 200
• Gustavo Aldereguía: Dos vidas paralelas / 203
• José López Rodríguez y José Rego: Mella
y la clase obrera / 206
• Juan Marinello: Un símbolo de la juventud cubana / 210
Eduardo Avilés Ramírez
Julio Antonio Mella y la Plaza de la Concordia / 213
Mariblanca Sabas Alomá
La acción antimperialista de Banes / 215
Juan Marinello
Genio y figura / 217
Alfonso Bernal del Riesgo
Tres recuerdos de Mella / 218
Loló de la Torriente
Viejo retablo / 267
Instituto Mella. Universidad de la Habana
Mesa redonda sobre Mella / 271
Erasmo Dumpierre
Julio Antonio Mella en México. Diálogo con Rosendo Gómez Lorenzo / 293
David Alfaro Siqueiros
Querido por todos / 303
Leonardo Fernández Sánchez
Julio Antonio Mella / 304
Pedro Luis Padrón
Recuerdos de un compañero de prisión / 317
Caridad Proenza
En Banes / 322
Adelina Zendejas
Un recuerdo inolvidable / 324
Carlos Zapata Varela
Un gran dirigente / 326
Alejandro Gómez Arias
Introvertido y silencioso / 328
Rafael Carrillo Azpertía
Un hombre encantador, muy carismático / 330
José Zacarías Tallet
Reminiscencias de Mella / 333
Baltasar Dromundo
Dignidad y decencia en las relaciones entre los dos / 335
Textos poéticos y narrativos. Canciones
Sindo Garay
Oración por todos / 339
Las madrecitas / 340
José Z. Tallet
Exhortación al iconoclasta / 341
Varios
Corridos:
• I / 345
• II / 346
Emiliano Moreno
Julio Antonio Mella / 347
Pablo de la Torriente Brau
A Julio Antonio Mella / 348
Manuel Navarro Luna
Presencia de la sangre sin sueño / 349
Graciella Garbalosa
Pedro Pablo / 351
Nicolás Guillén
Mella / 356
Jesús Orta Ruiz
Mella / 357
Ángel Augier
Mella / 359
José Lezama Lima
Apolo en la Universidad:
I. Apolo y Upsalón / 360
II. Lanzar la flecha bien lejos / 370
Alejo Carpentier
El Estudiante y París / 378
Mirta Aguirre
La pelea de la huelga de hambre / 386
Elena Poniatowska
Tinísima y Julio / 388
Lamy, como le llamaban cariñosamente, en brazos de su mamá Cecilia Mac Partland.
La Habana, 1903.
Nota del Editor
Una feliz iniciativa de Ana Cairo, surgida hace sólo unos meses, me involucró en este proyecto
de homenaje y difusión de la vida, acción y obra de una de las personalidades más plenas,
fulgurantes y talentosas de nuestro pasado siglo XX, al que me incorporé sin reservas ni
escatimar esfuerzos junto con un valioso equipo de entusiastas colaboradores.
El breve tiempo con que contábamos para llevar a cabo esta tarea lo convirtió en un reto;
pero en su Centenario Mella no sólo debía recibir homenajes formales de recordación sino que
era necesario dar a conocer tanto la originalidad, creatividad y visión anticipadora de su
pensamiento —vigente en gran medida y concretado en numerosos de sus aspectos en la obra
revolucionaria de nuestro presente—, así como proceder a la aclaración o debate de algunas
facetas de su breve ejecutoria aún poco perfiladas. Gracias a los documentos reunidos aquí
podrán mostrarse con distintos enfoques y dar una visión plural de su personalidad.
La intención fue acogida de inmediato por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en
la persona de su director, Víctor Casaus, y poco después se sumó a ella Aida Bahr, directora de
la Editorial Oriente. Sin su apoyo este libro no hubiera sido posible.
La premura con que ha debido acometerse esta labor podrá explicar las deficiencias que en
ella se puedan apreciar por los muchos lectores que sabemos tendrá, dada la significación que
encierra y la simpatía que en nuestro tiempo aún despierta este eterno joven de mentalidad
abierta que es Julio Antonio Mella. A ellos nuestras disculpas por anticipado.
EL EDITOR
Los autores
Acosta, Agustín (1885-1979). Poeta y político. Autor de La zafra. Un poema de combate
(1926). Combatió a la satrapía de Gerardo Machado desde Unión Nacionalista.
Aguirre, Mirta (1912-1980). Ensayista, poeta, periodista, profesora universitaria y político
comunista.
Alarcón de Quesada, Ricardo. Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de la
República de Cuba.
Aldereguía Lima, Gustavo (1895-1970). Médico y político marxista. Colaboró con el
movimiento de reforma universitaria. Amigo íntimo y médico personal de Mella y Rubén
Martínez Villena. Participó en el alzamiento de Gibara contra la dictadura de Machado
(1931). Fundador y uno de los secretarios generales de la Organización Revolucionaria
Cubana Antimperialista (ORCA), considerada heredera de la ANERC, desde la que
combatió a Batista (entre 1935 y 1937). Presidente del Instituto Mella.
Alfaro Siqueiros, David (1896-1974). Pintor mexicano y político marxista.
Alonso, Alejandro G. Crítico de artes plásticas y de cine.
Augier, Ángel. Ensayista, poeta y periodista comunista.
Avilés Ramírez, Eduardo. Escritor y periodista nicaragüense. Vivió en Cuba durante parte de
la década del veinte. Se solidarizó con la huelga de hambre de Mella. Después se estableció
en París, desde donde colaboraba con la prensa cubana. Fue anfitrión de Mella en París
(1927).
Barckhansen-Canale, Christiane. Historiadora alemana y biógrafa de Tina Modotti.
(Entrevistó a Baltazar Dromundo para el libro Verdad y leyenda de Tina Modotti, 1989).
Barreiro, Alejandro (1884-1937). Dirigente obrero. Fue uno de los fundadores de la
Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y del primer Partido Comunista de Cuba
(PCC). Amigo de Mella. Perteneció a la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios
Cubanos (ANERC).
Bergman, Gregorio. Médico psiquiatra argentino. Participante en el movimiento de reforma
universitaria que estalla en Córdoba (1918).
Bernal del Riesgo, Alfonso (1902-1975). Psicólogo y profesor de la Universidad de la Habana.
Dirigente del grupo estudiantil Renovación, que impulsó la Reforma Universitaria entre
1922 y 1924, y uno de los fundadores del primer PCC. Íntimo amigo de Mella. Participó en
la fundación del Partido Agrario Nacional (1934-1940).
Boudet, Rosa Ileana. Crítico teatral, narradora y periodista. (Entrevistó a José Lezama Lima
para la revista Alma Mater).
Cabrera, Olga. Historiadora. Biógrafa de Mella. Trabaja en la Universidad de Goyás en Brasil.
Cairo, Ana. Ensayista y profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la
Habana.
Carpentier, Alejo (1904-1980). Narrador, músico y periodista. Rindió homenaje a Mella en la
novela El recurso del método (1974).
Carranza, Luis. Escritor peruano de la revista Amauta, que dirigía José Carlos Mariátegui.
Carrillo Azpeitía, Rafael. Fue Secretario General del Partido Comunista de México (19231928). Conoció a Mella en La Habana en 1925.
Castillo, Lourdes. Especialista del Departamento de Bibliografía Cubana de la Biblioteca
Nacional José Martí.
Castro Ruz, Fidel. Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba y Primer
Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Castro Ruz, Raúl. Vicepresidente Primero del Consejo de Estado de la República de Cuba.
Segundo Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Cupull, Adys. Periodista, diplomática e historiadora. Biógrafa de Mella.
Chaguaceda Noriega, Armando. Profesor de Historia y Filosofía en el Instituto Superior
Pedagógico Enrique José Varona.
Dromundo, Baltazar. Escritor mexicano. Amigo de Mella y Tina Modotti. Conoció a Mella en
la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ella le regaló
autografiada una de las copias del dibujo que le hizo Diego Rivera.
Dumpierre, Erasmo (1922-1986). Historiador y biógrafo de Mella.
Entralgo, Elías (1903-1966). Historiador, sociólogo y profesor universitario. Colaboró con
Alma Mater cuando la dirigía Mella.
Fernández, José Luis. Obrero y amigo de Alfredo López (fundador y dirigente de la CNOC).
Estuvo preso con Mella en noviembre y diciembre de 1925.
Fernández Sánchez, Leonardo (1907-1965). Político marxista. Dirigente estudiantil del
Instituto de la Habana. Uno de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba. Íntimo
amigo de Mella. Lo ayudó en la creación de un movimiento estudiantil nacional en los
institutos provinciales y escuelas normales. Presidió el comité Pro Libertad de Mella.
Miembro fundador de la ANERC. Presidente del Club Mella en Nueva York. En 1938
abandonó el Partido Comunista. Perteneció al Partido Agrario Nacional. Fundador y uno de
los ideólogos del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
Fors Reyes, Alfonso L. (1890-1953). Jefe de la Policía Judicial durante los gobiernos de Zayas
y Machado. Uno de los cómplices del asesinato de Mella.
Gálvez Cancino, Alejandro. Historiador y profesor universitario mexicano.
Garay, Sindo (1867-1968). Músico y uno de los grandes trovadores del siglo xx. Conoció a
José Martí y fue correo del Ejército Libertador.
Garbalosa, Graciella (1895-19??). Periodista y narradora. Corresponsal y colaboradora de la
revista peruana Amauta, dirigida por José Carlos Mariátegui. Estuvo exiliada con Mella en
México. Perteneció al Instituto Mella.
García Ronda, Denia. Ensayista y profesora universitaria. Subdirectora de la revista Temas.
Gómez Arias, Alejandro. Fue Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Conoció a Mella en la Escuela de Derecho.
Habló en los actos del sepelio.
González, Froilán. Periodista, diplomático e historiador. Biógrafo de Mella.
Gómez Lorenzo, Rosendo. Uno de los editores del periódico El Machete, órgano del Partido
Comunista de México.
Guanche, Julio César. Periodista e historiador. Dirige la editorial electrónica Cuba Literaria
del Instituto Cubano del Libro.
Guillaume Pérez, Rosario (1889-1975). Miembro del Club Femenino de la Habana. Ayudó a
preparar el Primer Congreso de Mujeres. Amiga de la familia de Mella.
Guillén, Nicolás (1902-1989). Poeta, periodista y político comunista. Colaboró con la revista
Alma Mater cuando Mella la dirigía.
Hurwitz, Jacobo. Político peruano. Vivió exiliado en La Habana y México. Fue profesor de la
Universidad Popular José Martí. Pertenecía al Buró del Caribe del Socorro Rojo
Internacional.
Lafarga, Gastón (pseudónimo de José Romero Zurita). Político peruano. Vivió exiliado en La
Habana y en México. Pertenecía a la Liga Antimperialista de las Américas.
Lezama Lima, José (1910-1976). Poeta, narrador y ensayista. En la novela Paradiso (1966)
rindió homenaje a Mella con el personaje del estudiante Apolo.
Lozano Ros, Jorge Juan. Historiador de la FEU. Profesor de la Universidad de la Habana y
asesor de la Oficina del Programa Martiano.
Kohan, Néstor. Escritor argentino. Autor del libro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el
marxismo argentino y latinoamericano (2000).
Marinello Vidaurreta, Juan (1898-1977). Poeta, ensayista, profesor y político comunista. Fue
presidente de los partidos Unión Revolucionaria Comunista y Partido Socialista Popular.
Perteneció al Comité Pro Libertad de Mella. Presidió la delegación que trajo a Cuba sus
cenizas y fue responsable de su custodia hasta 1962. Como Rector de la Universidad de la
Habana creó el Instituto Mella (1963).
Maroff, Tristán (1898-1979). Escritor boliviano. Su verdadero nombre era Gustavo Adolfo
Navarro.
Massón Sena, Caridad. Historiadora. Trabaja en el Instituto de Historia de Cuba.
Martín Fadragas, Alfredo. Historiador. Trabaja como subdirector de la Dirección de Cultura
en el municipio Cerro.
Martínez Heredia, Fernando. Historiador e investigador del Centro de Investigación y
Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.
Martínez Villena, Rubén (1899-1934). Poeta, ensayista y dirigente político comunista. Íntimo
amigo de Mella. Fue Secretario de la Universidad Popular José Martí y uno de los
fundadores de la Liga Antimperialista. Desde 1925 se vinculó al movimiento obrero. En
1927 ingresó en el primer Partido Comunista de Cuba. Desde entonces hasta su muerte fue
una de las figuras centrales del movimiento comunista en Cuba.
Milián Pérez, Luz. Historiadora cultural. Trabaja en el teatro Hubert D’Blanck.
Modotti, Tina (1896-1942). Fotógrafa italiana y político revolucionario. Es la compañera de
Mella entre julio de 1928 y su muerte.
Montalván, Teodosio. Miembro del Directorio Estudiantil Universitario de 1927. Compañero
de Mella en México.
Moreno, Emiliano. Poeta obrero.
Navarro Luna, Manuel (1894-1966). Poeta, periodista y político comunista.
Orta Ruiz, Jesús (El Indio Naborí). Poeta y periodista. Es el más famoso de los decimistas
cubanos.
Padrón, Pedro Luis (1913-1982). Periodista e historiador.
Pascual, Sarah (1904-1987). Miembro del primer Partido Comunista de Cuba. Participó en el
Primer Congreso Nacional de Estudiantes y fue profesora de la Universidad Popular José
Martí.
Penichet, Antonio (1886-194?). Escritor y dirigente obrero, compañero de Mella en México.
Pérez Cruz, Felipe. Investigador del Centro de Estudios de América y profesor universitario.
Pineda Barnet, Enrique. Cineasta y narrador. Realizó el filme Mella (1975).
Ponce, Aníbal (1898-1938). Ensayista marxista, político y profesor universitario argentino.
Discípulo y biógrafo de José Ingenieros (1877-1925). Uno de los pensadores marxistas
latinoamericanos más importantes en la primera mitad del siglo XX.
Poniatowska, Elena. Narradora y periodista mexicana. Autora de la novela Tinísima (1992).
Portuondo, José Antonio (1911-1996). Ensayista marxista, crítico literario, diplomático y
profesor universitario. Director fundador del Instituto de Literatura y Lingüística.
Proenza, Caridad. Combatiente antimachadista. Conoció a Mella en Banes (1925). Exiliada en
México (1933) se le encomendó la custodia de las cenizas de Mella hasta su traslado a Cuba.
Puerta, Antonio. Dirigente obrero. Perteneció al primer Partido Comunista de Cuba. Estuvo
exiliado con Mella en México.
Reig Romero, Carlos. Historiador. Trabaja en el museo Rubén Martínez Villena de Alquízar.
Rego López, José (1884-1976). Nació en Galicia. Dirigente obrero y uno de los fundadores del
Primer Partido Comunista de Cuba.
Risquet Valdés, Jorge. Miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Rivera, Diego (1886-1957). Pintor y político marxista mexicano. Tina Modotti fue una de sus
modelos y fotografiaba sus pinturas. Pintó a Mella en el mural En el Arsenal (1920) en la
Secretaría de Educación Pública.
Roa García, Raúl (1907-1982). Político marxista y ensayista. Fue profesor de la Universidad
Popular José Martí, miembro del Directorio Estudiantil de 1930 y uno de los fundadores del
Ala Izquierda Estudiantil y de ORCA.
Rodríguez García, Rolando. Historiador y narrador. Fundador del Instituto Cubano del Libro.
Trabaja en el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros.
Rodríguez Rodríguez, Carlos Rafael (1913-1999). Ensayista, periodista y dirigente político
comunista. Era líder estudiantil en Cienfuegos durante el combate antimachadista.
Roig de Leuchsenring, Emilio (1889-1964). Historiador antimperialista y periodista. En 1937
fundó la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana. Fue amigo de Mella, que lo
admiraba por ser un difusor del antimperialismo de José Martí y uno de los fundadores de la
Liga Antimperialista de Cuba.
Sabas Alomá, Mariblanca (1901-1983). Político y periodista cubana. Participó en el Primer
Congreso de Mujeres. Fue una de las fundadoras de la Liga Anticlerical de Cuba y del
Partido Revolucionario Cubano (Auténtico). Se convirtió en la primera mujer que se
desempeñó como ministra en el gobierno de Carlos Prío (1948-1952).
Sánchez Arango, Aureliano (1907-1976). Político y profesor universitario. Perteneció al grupo
redactor de Juventud. fue miembro del claustro de la Universidad Popular José Martí y del
Directorio Estudiantil Universitario de 1927. Perteneció a la ANERC. Estuvo afiliado al
primer Partido Comunista de Cuba, que ya había abandonado en 1931. Se convirtió en uno
de los fundadores del Ala Izquierda Estudiantil (1931-1935). Se afilió a Joven Cuba (19351936). Ministro de Educación y de Estado del gobierno de Carlos Prío (1948-1952).
Santana Fernández de Castro, Astrid. Crítico de cine y profesora de la Facultad de Artes y
Letras de la Universidad de la Habana.
Suárez Rivas, Eduardo (1904-19??). Político dirigente del Partido Liberal. Fue presidente del
Senado. Participó en el movimiento estudiantil entre 1923 y 1925. Fue secretario del
Directorio de la FEU (1923) y perteneció a los Manicatos.
Tallet, José Zacarías (1893-1989). Poeta, traductor, profesor y periodista. Fue el presidente de
la Universidad Popular José Martí y cuñado de Rubén Martínez Villena.
Tamayo, Jaime. Escritor y profesor mexicano.
Torriente, Loló de la (1902-1983). Ensayista marxista, narradora, crítico de arte y periodista.
Participó en el Primer Congreso de Mujeres y en el Primer Congreso Nacional de
Estudiantes. Perteneció al primer Partido Comunista de Cuba. Residió en México y fue
biógrafa del pintor Diego Rivera.
Torriente Brau, Pablo de la (1901-1936). Narrador, ensayista, periodista y político marxista.
Perteneció al Directorio Estudiantil de 1930 y fue uno de los fundadores del Ala Izquierda
Estudiantil y de ORCA.
Zaldívar Freyre, Oliva Margarita (1904-1982). Abogada y diplomática. Se casó con Mella el
19 de julio de 1924. Lo acompañó en México entre marzo de 1926 y agosto de 1927.
Tuvieron dos hijas: la primera murió al nacer (1926) y la segunda, Natacha, nació en agosto
de 1927. En octubre de ese año regresó a Cuba con la niña. Se dice que Mella le había
solicitado el divorcio.
Zapata Varela, Carlos. Perteneció a la Asociación de Estudiantes Proletarios de México, que
editaba la revista Tren Blindado.
Zendejas, Adelina. Combatiente política mexicana. Perteneció al secretariado de la Sociedad
de Alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria. En 1940, Tina Modotti residió en su casa.
Julio Antonio de niño. La Habana, hacia 1904.
Colaboradores*
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Jorge Lozano Ros.
Caridad Massón.
Ricardo Hernández Otero.
Fernando Martínez Heredia.
Rolando Rodríguez.
Denia García Ronda
Cira Romero. Crítico literario e investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística.
Astrid Santana.
Adys Cupull y Froilán González.
Lourdes Castillo.
Enrique López Mesa. Historiador.
Carlos Reig.
Max Lesnick. Periodista y político. En 1948 fue uno de los fundadores de la Juventud
Ortodoxa y en 1953 perteneció al Comité Pro Homenaje a Mella.
Víctor Fowler. Poeta, crítico literario y ensayista.
Enrique Pineda Barnet.
Graciela Morales. Directora Editorial del Centro de Estudios Martianos.
Dora Behar. Especialista de la Dirección Editorial del Centro de Estudios Martianos.
*
Los créditos profesionales de los colaboradores que a su vez contribuyeron con trabajos para esta obra
aparecen en la sección Los autores.
El pequeño Nicanor, vestido a la moda infantil de la época. La Habana, hacia 1906.
Agradecimientos
Editorial Oriente:
• Aida Bahr. Directora.
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau:
• Víctor Casaus. Director.
• Emilio Hernández Valdés. Editor Jefe.
Instituto Cubano del Libro:
• Iroel Sánchez. Presidente.
• Javier Lara. Vicepresidente.
Biblioteca Nacional José Martí:
• Eliades Acosta. Director.
• Teresita Morales. Subdirectora.
• Araceli García-Carranza. Jefa del Departamento de Bibliografía Cubana.
• Zoila Oro. Jefa del Departamento de Fondos Bibliográficos.
• Lisia Prieto. Especialista de la sala de Etnografía.
• Milagros Turcás. Jefa de la Sala General.
• Carmen Carballosa Ávila. Trabajadora de la colección de manuscritos en la Sala Cubana.
• Servicio de Referencias.
• Sala para Ciegos.
• Sala Juvenil.
Biblioteca Memorial Juan Marinello:
• Manuel Corrales.
Biblioteca de la Casa de las Américas:
• Zulema Aguirre.
Instituto de Literatura y Lingüística:
• Nuria Gregory. Directora.
• Marcia Castillo. Especialista del Archivo Literario.
• Dania Vázquez. Especialista del Archivo Literario.
Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello:
• Pablo Pacheco. Director.
Centro de Estudios Martianos:
• Rolando González Patricio. Director.
• Pedro Pablo Rodríguez. Historiador.
Universidad de la Habana:
• Juan Vela Valdés. Rector.
Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana:
• Rogelio Rodríguez Coronel. Decano.
• José Antonio Baujín. Profesor.
• Haydée Gutiérrez. Trabajadora administrativa.
Centro Félix Varela:
• Maritza Moleón. Directora General.
• Carlos Melián. Coordinador de Publicaciones.
Revista Temas:
•
Aníbal Cersa.
A los jóvenes.
A la solidaridad intergeneracional.
Composición tradicional de cinco fotografías. La Habana, hacia 1907.
Prefacio
Acompañado de su hermano Cecilio. La Habana, entre 1909-1910
Un estrechón de manos: Julio Antonio con su papá, Don Nicanor.
La Habana, cerca de 1920.
La leyenda de un Apolo revolucionario
I
Todo hombre célebre debe cuidar de no deshacer su leyenda —la que a todo hombre célebre
acompaña en vida desde que empieza su celebridad—, aunque ella sea hija de la frecuente y natural
incomprensión de su prójimo. La vida de un hombre no es nunca lo bastante dilatada para deshacer
una leyenda y crear otra. Y sin leyenda no se pasa a la Historia.1
ANTONIO MACHADO (1875-1939)
II
La imagen es la causa secreta de la historia El hombre es siempre un prodigio, de ahí que la imagen lo
penetre y lo impulse. […]
La imagen como un absoluto, la imagen que se sabe imagen, la imagen como la última de las
historias posibles. […] La semejanza de una imagen, une a la semejanza con la imagen, con el fuego
y la franja de sus colores. En realidad, cuando más elaborada y exacta es una semejanza a una forma
la imagen es el diseño de su progresión.
[…] Ninguna aventura, ningún deseo donde el hombre ha intentado vencer una resistencia, ha dejado
de partir de una semejanza y de una imagen: él siempre se ha sentido, como un cuerpo que se sabe
imagen, pues el cuerpo, al tomarse a sí mismo como cuerpo, verifica tomar posesión de una imagen.
Creo que la imagen es la forma de diálogo, una forma de comunicación.2
JOSÉ LEZAMA LIMA (1910-1976)
1
Antonio Machado. «Habla Juan de Mairena a sus alumnos», «XIX». En Prosas. La Habana, Arte y Literatura, 1975, p. 113. (El
subrayado es mío, AC.)
2
Carmen Berenguer y Víctor Fowler. José Lezama Lima. Diccionario de citas. La Habana, Casa Editora Abril, 2002, pp. 73-74. (El
subrayado es mío, AC.)
III
Entre 1973 y 1986 laboré en cuatro libros: El Movimiento de Veteranos y Patriotas. (Apuntes
para un estudio ideológico del año 1923) (1976), El Grupo Minorista y su tiempo (1978),
Historia de la Universidad de la Habana (1983) —en coautoría con Ramón de Armas (19391997) y Eduardo Torres-Cuevas— y La Revolución del 30 en la narrativa y el testimonio
cubanos (1993). Mientras investigaba reaparecía la figura de Julio Antonio Mella (1903-1929).
Conversé con decenas de participantes en el ciclo de la Revolución del 30, que —para mí—
abarcaba los combates contra el gobierno corrupto (1921-1925) del doctor Alfredo Zayas, la
satrapía (1925-1933) del general Gerardo Machado y la primera tiranía (1934-1940) del
coronel Fulgencio Batista.
No recuerdo que persona alguna denostara a Mella y a su íntimo amigo Rubén Martínez
Villena (1899-1934). Desde diferentes ideologías y militancias políticas, los combatientes, y
hasta los defensores gubernamentales, admiraban la valentía y reconocían el carisma de ambos
líderes y las cualidades y virtudes como seres humanos. Se apreciaba que para los dos regía
una dimensión mítica del heroísmo. De aquellos años data el proyecto de compilar la memoria
múltiple de Mella y Rubén y de promocionar, con motivo de los sucesivos centenarios, una
colección en la que también se recuperen las de Antonio Guiteras (1906-1935) y Eduardo
Chibás (1906-1951), entre otras personalidades con leyenda en la dimensión sugerida por
Antonio Machado.
En 1999, me fue imposible asumir la empresa de rendirle tributo a Rubén con el libro
deseado. Sólo pude ayudar con una modesta participación en el documental La pupila insomne
(1999).
En el 2001, al concluir la edición vindicativa de la relevancia del ensayo «Álgebra y
política» dentro de la colección de las Obras de Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), decidí
proponer el desafío de ejecutar el proyecto Mella: 100 años en un tiempo muy apretado con
respecto al centenario del natalicio.
Para alejar el riesgo de un fracaso, elegí una variante de trabajo colectivo, que ha sido el
factor esencial para cumplir. En el esfuerzo de meses se estructuró una modalidad libérrima de
grupo solidario, conformado por intelectuales admiradores de Mella y trabajadores
entusiastas, quienes han laborado con total desinterés, gran modestia y ejemplar humildad.
El éxito, si nos acompaña, será de todos. Los errores son de mi responsabilidad, porque fui
quien decidí.
IV
Mella: 100 años se estructura en tres partes. La tercera se conforma por una «Cronología»
(1903-2002), una «Bibliografía selecta» y dos «Índices» (por autores y temático) que cumplen
una función auxiliar para facilitar las múltiples formas de consulta que permite este libro.
En la Cronología (1903-2002) se incorporan datos muy diversos no sólo en cuanto a Mella y
su leyenda, sino para contextualizar los materiales y para interrelacionar con las notas. La
misma, además, puede operarse como un sistema referencial autónomo. Lourdes Castillo ha
preparado la Bibliografía Selecta, como parte de las acciones de la Biblioteca Nacional José
Martí para celebrar el centenario de Mella.
El objetivo cardinal del libro se encuentra en la primera y la segunda parte, integradas por
tres secciones interconectadas. En «Documentos y recuerdos» se privilegia la memoria
testimonial de los que le conocieron. Existe un ordenamiento cronológico y cada texto ha sido
fechado. Esto permite una comprensión más detallada sobre las infinitas mediaciones
temporales, espaciales, cognoscitivas y axiológicas entre el cronotopo3 de los hechos vividos y
el del momento escritural. Se aspira a promocionar una reflexión más compleja y matizada en
torno a la pluralidad de las versiones, y a las contradicciones.
3
Miguel Bajtin creía que:
A la intervinculación esencial de las relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura llamaremos
cronotopo (lo que traducido literalmente significa «tiempoespacio»). […] nosotros lo trasladamos aquí, a la teoría literaria, casi
como una metáfora (casi, no totalmente); nos importa la expresión en él de la indivisibilidad del espacio y el tiempo (el tiempo
como la cuarta dimensión del espacio). Entendemos el cronotopo como una categoría formal y de contenido de la literatura
[…]. En el cronotopo literario-artístico tiene lugar una fusión de los indicios espaciales y temporales en un todo consciente y
concreto. El tiempo aquí se condensa, se concentra y se hace artísticamente visible; el espacio, en cambio, se intensifica, se
asocia al movimiento del tiempo, del argumento de la historia. Los indicios del tiempo se revelan en el espacio, y este es
asimilado y medido por el tiempo. Por este cruzamiento de las series y por esta fusión de los indicios se caracteriza el cronotopo
artístico.
«Formas del tiempo y del cronotopo en la novela. (Ensayos sobre poética histórica)» (1937-1938). En Problemas
literarios y estéticos. La Habana, Arte y Literatura, 1986, pp. 269-468. La cita, pp. 269-270.
Se desea que la multiplicidad de facetas constituya una cualidad relevante en este
imaginario. Por lo mismo, se ha contrapunteado con la propia voz de Mella. Su Diario del
primer viaje a México (1920), las cartas a sus mujeres (Oliva Zaldívar y Tina Modotti), algunas
actas de la FEU, un informe de la policía, artículos y manifiestos, favorecen el
entrecruzamiento de perspectivas.
Por otra parte, los textos de Mella adelantan un conjunto orgánico, ya que se había ido
difundiendo de modo disperso. Mientras se labora para producir unas futuras Obras, este
corpus ya presta servicios.
V
En «Textos poéticos y narrativos. Canciones» se antologa una producción desconocida en tanto
que un corpus. Se aprecia el impacto carismático de la personalidad sobre otros creadores. La
leyenda afirmada por Antonio Machado, y el diálogo de las imágenes como historias posibles
en que creía José Lezama Lima, se valida en el contrapunteo de las dos secciones.
En marzo de 1925, Lezama era un adolescente curioso. Vio una manifestación estudiantil en
el Parque Zayas y quedó fascinado con las acciones de Mella. Él no había conocido al general
Antonio Maceo (1845-1896); pero se lo imaginaba peleando. Mella se le asemejaba y por lo
mismo lo idealizaba en tanto que formidable adalid. Lezama participó en la gran manifestación
estudiantil del 30 de septiembre de 1930.
En la novela Paradiso (1966), recreó su manifestación y le incorporó el personaje del
estudiante Apolo, quien —como en la épica homérica— funde la belleza moral con la física, la
inteligencia y la valentía intrépida con la solidaridad hacia sus compañeros. El personaje de
Apolo es un homenaje a Mella y simboliza al nuevo héroe revolucionario mítico, sin necesidad
de moralejas didácticas.
Mella visitó París en febrero y en mayo de 1927. No hay muchas informaciones sobre cómo
lo impactó la ciudad que entonces era capital mundial de la cultura. Alejo Carpentier (19041980) no fue amigo de Mella; sin embargo, los dos compartieron amistades comunes como
Rubén Martínez Villena (1899-1934), José Antonio Fernández de Castro (1897-1951) y Emilio
Roig de Leuchsenring (1898-1964).
El periodista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez fue uno de los anfitriones de Mella en
París. Quizás Avilés le proporcionó a Carpentier algunas anécdotas que se convirtieron en
fuentes primarias para un ejercicio ficcional en un episodio de la novela El recurso del método
(1974).
En la narración se utilizó el recurso de un sistema o casa de espejos (como los que existían
en las ferias o parques de diversiones). Se yuxtaponen numerosos personajes. Hay una serie de
personajes dictadores (históricos o inventados) y otra de personajes revolucionarios.
El personaje El Estudiante tiene los rasgos físicos que recuerdan a Rubén Martínez Villena;
pero su trayectoria biográfica evoca a Mella. En el formato de la casa de espejos, coinciden en
París, El Estudiante, Mella y Jawaharlal Nehru (entre otros) que viajan hacia el Congreso
Mundial Antimperialista de Bruselas.
El personaje Primer Magistrado —ya ex dictador— se asombró cuando encontró a su
antagonista El Estudiante extasiado ante la belleza del arte religioso en la catedral de Notre
Dame. Los revolucionarios también amaban las maravillas artísticas.
Rubén escribió el soneto «Insuficiencia de la escala y el iris»; pero Mella no dejó un texto
parecido. Carpentier eligió privilegiar la pasión por la belleza como rasgo esencial de El
Estudiante.
La intuición literaria de Carpentier adelantó un rasgo de la personalidad de Mella, que se
ha visto confirmado en algunas anotaciones del Diario de 1920, el cual se mantuvo desconocido
para una mayoría de los lectores hasta 1999, en que lo difundieron anotado los historiadores
Cupull y González.
Tina Modotti, la última mujer de Mella, se ha convertido en tema de múltiples reflexiones en
el último cuarto del siglo XX. Como fotógrafa artística y político comunista, ha devenido una de
las personalidades más asediadas. En ese contexto, ha emergido una imagen novedosa de
Mella, la de marido de Tina, la cual transgrede las tipologías de un imaginario machista sobre
la heroicidad.
La narradora mexicana Elena Poniatowska (1932) sorprendió con una ficcionalización de
Julio Antonio Mella en su novela Tinísima (1992). El personaje fue un revolucionario cabal que
inspiraba y disfrutaba con el placer sexual de Tina. Se logró una acertada humanización del
héroe.
VI
En «Valoraciones» se compilan los temas de interpretación. Mella y los problemas de la
historiografía en Cuba y en México tienen un estatuto preferencial. Se ha avanzado poco en la
reflexión plural sobre el héroe y la historia del marxismo cubano y latinoamericano.
Alfredo Martín, Adys Cupull y Froilán González (quienes citan a la historiadora Angelina
Rojas) y Rolando Rodríguez incluyen datos nuevos en torno a la sanción que el Primer Partido
Comunista de Cuba le impuso ante la decisión de la huelga de hambre en 1925.
Alfonso Bernal del Riesgo (1903-1975) me contó privadamente una versión muy detallada.
(Él no entendía por qué se ocultaba el hecho, muy lógico en aquella situación.) Las versiones
de Alfredo Martín, Rolando Rodríguez y Adelina Rojas (citada por Cupull y González)
confirmaron lo esencial de lo que me relató Bernal. No obstante, creo que hay que reiterar la
idea de que debe publicarse íntegramente la documentación que existe en el fondo Primer
Partido Comunista de Cuba del Archivo del Instituto de Historia de Cuba.
Caridad Massón profundiza en la amistad entrañable entre Mella y Rubén y cómo este
último asumió el deber ineludible de defender la memoria del primero de los prejuicios de una
burocracia comunista internacional.
Rolando Rodríguez también aportó en torno a los planes de la ANERC, a partir del acceso a
nuevas fuentes documentales, como una importantísima entrevista al político venezolano
Eduardo Machado. Dichos análisis podrían contrastarse con el testimonio de Antonio Puerta
(1966), sobre cómo Mella devino un político con intereses nacionalistas y latinoamericanistas
muy bien integrados. La carta de Mella a su mujer Oliva (1 de noviembre de 1927) amplía los
matices sobre el alcance cualitativo de su afiliación consciente a la más legítima tradición del
pensamiento y la praxis de José Martí (1853-1895).
El testimonio de Puerta también confirmó las razones por las que los escritores mexicanos
Jaime Tamayo y Alejandro Gálvez Cancino se interesaron por la ejecutoria de Mella como un
revolucionario mexicano.
La convicción de Puerta de que Machado pudo asesinarlo, porque Mella también se
convirtió en un peligro para algunos grupos de poder burgués y gubernamental mexicanos,
también se reiteró en los puntos de vista de Tamayo y Gálvez Cancino. Adys Cupull y Froilán
González han elaborado la versión más completa del asesinato.
El escritor argentino Néstor Kohan continúa las sugerencias hechas por Gregorio Bergman
(1963) al incitar a las meditaciones sobre Mella como un político y un pensador con estatura
continental y digno de ser estudiado en la serie del pensamiento latinoamericano.
Mella, hijo espiritual de Martí, admirador de José Enrique Rodó y José Ingenieros,
encabezó un ataque frontal a las tesis del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre. Con
José Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce él ilustró la actitud marxista más original de la primera
mitad del siglo XX: la de pensar sus respectivas realidades con una mentalidad y una audacia
transgresoras.
El joven Raúl Roa (1907-1982) lo dijo con libérrima franqueza en el ensayo «Reacción
versus revolución» (1931): cada marxista tenía que pensar atendiendo en primer término a sus
realidades nacionales y a sus convicciones propias.
Mella inauguró una fase de esplendor en el pensamiento marxista y socialista cubanos, a la
cual también contribuyeron Rubén Martínez Villena, Raúl Roa, Antonio Guiteras y Pablo de la
Torriente Brau, entre otros, y que merecería ser más conocida para regodearse y aprender de
la creatividad de aquellos revolucionarios.
Kohan se adentró en las problemáticas del líder estudiantil y de la reforma. Por ser una
faceta menos comentada, opté por el acercamiento a la formación del escritor y del político, en
el que la aventura imaginativa señorea en un diálogo con el Diario de 1920.
Denia García Ronda se aproxima a las confluencias de la recepción política y de la
admiración de un lector habitual de poesía.
VII
En Mella: 100 años hubo que tomarse algunas licencias imprescindibles, tales como: poner
nuevos títulos a materiales (en función de precisar los contenidos específicos y evitar
reiteraciones); estructurar fragmentos (para no repetir); y realzar algunos puntos de vista
desde la selección y el ordenamiento. En cuanto a los títulos, utilicé el principio de buscarlos
en las palabras de cada texto, para respetar dentro de lo posible el criterio autoral.
Bernal del Riesgo pensaba que Mella había sido un «líder rápido y multiforme». En el
símbolo de Apolo, Lezama hacía refulgir su belleza espiritual y física. José Zacarías Tallet
(1893-1989) lo imaginó como un extraordinario iconoclasta. Sindo Garay (1867-1968) lo vio
solidario como para ser el mejor destinatario de una «oración por todos», los que luchan y
sufren en el pueblo cubano.
En abril de 1920, Mella tenía diecisiete años y quería escribir el drama Julio Antonio o la
voluntad. Él soñaba con un destino épico. Acaso se sentía como Prometeo al desafiar el orden y
el poder. Sabía que tenía una gran voluntad para enfrentar todos los riesgos hasta la muerte.
La encontró a los veinticinco años y la transformó en un estandarte, porque moría mientras
preparaba acciones en una revolución.
Mella: 100 años aspira a ser un libro útil y placentero que —ojalá— estimule la invención
de otros imaginarios y análisis sobre este Apolo revolucionario, que ayudó a los cambios en la
historia republicana del siglo XX, y que devino uno de los mitos del heroísmo.
En 1923, en los días del primer Congreso Nacional de Estudiantes, él se apropió de la
famosa frase de José Ingenieros: «Todo tiempo futuro tiene que ser mejor.» En estos meses
previos al centenario de su natalicio, ante las incertidumbres sobre un mundo con imaginarios
apocalípticos y mentalidades pesimistas, las visiones de Mella como un Apolo revolucionario, o
un Prometeo iconoclasta, que actuaba con una voluntad inquebrantable, podrían ser muy
bellas, además de muy útiles.
El Apolo revolucionario, y el Prometeo iconoclasta, podrían funcionar como metáforas
eficientes en los combates por una vida mejor, por un redimensionamiento de las opciones
sociales para el futuro, en el que nuevas fuerzas morales deberían ser fuerzas motrices para las
realizaciones de proyectos utópicos antihegemónicos y vindicativos de la autorrealización
placentera individual y colectiva.
Ana Cairo
La Habana, 25 de marzo de 2003
Centenario del natalicio de Julio Antonio Mella
Con el equipo de remos de la Universidad de la Habana en la casa de botes del Torreón de La
Chorrera (de pie segundo de izquierda a derecha). La Habana, 1921-1922.
Primera parte
Con un grupo de atletas de la Universidad de La Habana en el Hipódromo de Marianao (de pie tercero a
la izquierda). Al centro el masajista Chiqui Jay. La Habana ,1923.
Documentos y recuerdos
Directorio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana (FEUH) constituido el
20.12.1922. Al frente Felio Marinello. De izquierda a derecha Manuel Carlos Gutiérrez, Luis Álvarez,
Jaime Suárez Murias, José García López, José A. Estévez, Camilo Fidalgo, Bernabé García Madrigal,
Julio A. Mella, Mario A. del Pino, Pedro de Entenza, Rafael Casado Romay, y Rafael Sánchez
Hernández.
Julio Antonio Mella
Diario del primer viaje a México*
(1 de abril-21 de junio de 1920)
[5 de abril de 1920]
En la noche de ayer, como ya llegamos a Progreso, me dieron camarote de primera, cual
corresponde a mi pasaje. Ya no sufriré el frío de noches pasadas, cuando dormía en incómodo
sillón, sobre cubierta.
Sopla el mismo agrio viento norte; el vapor partió en la madrugada, a pequeña velocidad,
pues casi es huracán el viento que ruge, el viento con quien yo celebré esa inolvidable
conferencia en el castillo de proa. A la mar también arengué.
¡Oh, noche sublime!
[6 y 7 de abril]
Ya se ve el faro de Veracruz. ¡Qué baile infernal trae el vapor! Y yo no me mareo, porque no
quiero. ¡Oh, poder grandioso de la voluntad! Llevando el espíritu hacia mis locuras, ni siquiera
me puedo dar cuenta de que existe esta enfermedad.
Le he escrito cuatro cartas a Silvia. Se pondrá muy contenta cuando las reciba.
Gané 36 dólares en el vapor. Me vienen bien.
Hoy desembarcamos, pero me hallo más solo y desamparado que el vapor la noche anterior a
merced de las olas.
¡Miento! No estoy solo ni desamparado. Soy fuerte de alma y cuerpo, sé lo que valgo y esto
vale mucho. Yo triunfaré sin ayuda de nadie. ¡Qué delicioso es esto!
* Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Hasta que llegue el tiempo. La Habana, Editora Política, 2002, passim. Para su mejor
comprensión, véase el año 1920 en la Cronología a partir, del 1 de abril, fecha en que embarcó para México.
[8 y 9 de abril]
Hoy, a las seis y cuarto de la mañana, tomé el tren para México. Llegué a la ciudad a las nueve y
media de la noche.
Un buen viaje por un país montañoso, de panoramas grandiosamente bellos y que me
probaron que jamás un invasor podrá dominar este bravo pueblo, al cual pertenezco desde hoy,
al pueblo hermano del cubano, con quien lo espero ver estrechamente unido muy pronto.
Primer día en la capital. Es grandiosa, lástima que la envuelva tanta miseria. El ejército no
tiene disciplina. Es lástima, mas ya le llegará su hora, y junto con los otros latinos, será el
primero del mundo.
Recorrí la ciudad. Vi Chapultepec. Es hermosísimo, grandioso y poético. Vi las principales
avenidas y palacios. Es una gran ciudad y puede llegar a ser una inigualable ciudad.
[10 de abril]
Nunca me gustó hacer lo que hoy hice, pero fue por complacer a unos amigos y por correr
aventuras.
Mucho dinero botado, cosa esta que no me importa. Mas no me divertí nada. El amor
comprado no sé como puede agradar a muchos. A mí me asquea, me da náuseas.
Es verdad que el hombre necesita de la carne para vivir, pues no solamente hay que darle
placeres al espíritu, pero ¡Oh hasta en esto interviene algo inmaterial, sublime, cuando es el
AMOR el único móvil!
Para quedar contento de mí mismo, hube de leer a Rubén Darío, el poeta de «Carne, ¡Oh,
celeste carne de la mujer!»
[11 de abril]
Hoy, domingo, me pasé las horas en mi cuarto escribiendo diez cartas y leyendo los papeles de
Silvia.
¡Qué carta más sublime le escribí hoy!
Cayó Estrada Cabrera, se formó el Partido Unionista de Centroamérica. Me felicito. Es un
paso más hacia la realización de mi ideal. ¡Viva la Confederación de Colón!
Tarde me levanté. No hice casi nada. Le puse un cable a Silvia. ¡Oh, qué duro es no saber de
ella!
Por la tarde estuve remando en Chapultepec.
Triste estuve, pues solo pensaba en lo feliz que sería con ella a mi lado, en esta puesta de sol,
cuyos tintes morados me recuerdan sus ojeras grandes y misteriosas.
[12 y 13 de abril]
Hoy visité el Colegio Militar de San Jacinto. Mucho me gustó, pero no es posible que yo
entre. Ya veremos esto.
También estuve en la Secretaría de Relaciones Exteriores, y a la noche veré a López Malo.
Mañana entrevistaré al Ministro de la Guerra. ¡Mañana se decide si entro al Colegio Militar! El
triunfo o la retirada. Nunca la derrota. Tengo fe.
Visité al Ministro de la Guerra. ¡Maldito sea mi destino adverso! El capitán López Malo, que
debería presentarme, se encontraba arrestado. Y el Ministro me despachó enseguida, con una
negativa muy cortés, pero muy negativa.
No me importa. Yo llegaré a la Gloria, así como el barco que me trajo, rompiendo
incesantemente la mar; sin escuchar las protestas de las olas ni los peligros que corría llegó a
puerto. Así llegaré yo.
[14 de abril]
Tengo ya el plan para escribir un drama, cuyo título será «Julio Antonio o La Voluntad». «Los
Parias», será el segundo drama que escribiré inspirado en los versos de mi maestro, intitulado
así.
Sólo la falta de Fe y Voluntad han impedido que lleve a la acción esas ideas, guardadas en el
cofre de mi cerebro. Porque facilidad para escribir no me falta. Conozco claramente que tengo
vocación, o mejor dicho, facilidad para la Literatura. Pero muy en breve llevaré la vida que me
corresponde. Vida plena de Acción intensísima y sosteniendo el imperio de la Voluntad.
[15 de abril]
¿Cómo puede el Amazonas, cuando está desbordado, preocuparse de la conveniencia que
para aumentar su caudal pueda tener, una nube que pasa cargada de agua, si esta se rompe en
llovizna?
Así mi corazón.
Mi mayor alegría ha sido una carta de Silvia, una sola.
¡Qué ternura! ¡Qué poesía contiene esa carta! Siento que un paroxismo de alegría me brinda
fuerzas para conquistar el Mundo.
[16 de abril]
Además de llorar o sublimizarme, con las grandes obras de belleza, gusto de improvisar arengas
vehementes. Más de una vez en mi locura, me he creído frente a un ejército y lo he arengado
vibrantemente. Otras veces he pronunciado solo largos discursos cual si estuviera en el
Parlamento, defendiendo alguna ley grata a mi espíritu.
En este coloquio de mi «yo» y yo, donde no puede existir vanidad, pues nadie es testigo,
trato de explorar sin pasión mis recursos y defectos.
Creo firmemente ser apto para conquistar los laureles de Apolo junto con los de Marte.
Muchos, pero muchos hombres, han brillado igualmente con las armas y con la pluma.
Dos son las cartas que tengo de mi Silvia. He resuelto que mañana, cuando escoja mi rumbo,
haga todo menos [no] estar a su lado. Si así no lo hiciera sería un criminal.
¿Cómo pagar tanta abnegación, tanto amor? No, muy pronto y para siempre, a tu lado. He
visto que he penetrado en mi «yo» y allí se ha retratado, diáfana, como el agua en un recipiente
de cristal, y hemos venido a formar un todo, que será eterno e indisoluble.
¡Lo he querido y así será!
Voy a descansar de las fatigas del día, después de postrarme ante su efigie como un católico
ante Cristo.
[17 de abril]
Nada notable hice en el día, pero sí pensé algo muy trascendental, que aún no conviene escribir.
Hoy ya sé cuando se realizará lo que pensé.
Muy pronto será. ¡Ojalá me salga bien!
[18 de abril]
Otra carta de Silvia. Una carta toda ternura y dolor, y un cable retardado.
¡Cuánta alegría experimenté! La mayor desde que piso tierra mexicana.
Estuve por la tarde en la pelea de gallos y por la noche en el Frontón. En los gallos perdí y en
el Frontón también. No sé cuánto, ni me importa. ¡Al diablo el dinero! Dormí en casa de López
Malo.
Tengo un resfriado que me molesta mucho. Ya sanará…
[19 de abril]
Hoy hubo un temblor de tierra. Me hallaba a varios pisos del suelo, haciendo una visita a una
familia.
El miedo siempre es ridículo. ¡Oh dónde estará su fuente para mandarla a secar. A través del
prisma con que yo veo la vida no se mira esa fuente. Mucho me felicito.
[20 de abril]
Se frustró. Necesito salir de México D.F. y realizar lo que me propongo. Trataré de ver cuándo
será. Yo sé que será como todo lo que deseo.
[21 de abril]
Son las dos de la mañana. Acabo de cenar con unos amigos. Es la despedida. Buena suerte me
desean. Así será. Mañana me embarco.
Nada sé de mi Edith. ¡Qué cruel es esto! ¿Se habrá amenguado su amor?
Por fin, hoy a las 6:45 de la mañana huí de México D.F. Me gusta esta vida de peligros y de
aventuras, con tal que no me salgan mal algún día.
YA NO HAY PELIGRO NINGUNO.
¡Ah!…
[23 de abril]
En Torreón, el ex feudo de Francisco Villa.
Qué viaje más incómodo, tan pronto calor de Sahara como frío de Canadá.
Hemos caminado casi todo el día por un verdadero desierto. Escribí a Silvia una postal. ¿La
Fontana? La Fontana del amor. Otro día le escribiré a Edith. El paraíso.
¿Do voy?
[24 de abril]
En Escalón nos detendremos siete horas, a causa de los rebeldes. Allí combatí en el carro
blindado, cuando este fue a explorar. Me alegro de saber que ni en el momento crítico tengo
miedo. Todo el terreno es un desierto. ¿Cómo vivirán las gentes?
Durante el día soñé contigo. Silvia mía.
Por fin hoy a las cinco llegamos a Ciudad Juárez.
Hace frío. No nos permiten pasar a El Paso, Texas.
Hay muchos gustos. Y así no tengo dinero. No me importa. De propósito hago esto. Ya
saldré bien.
[25 de abril]
En el Nancy Hotel, vivimos mi compañero de viaje —que disfrazado de mecánico por temor a
los rebeldes, viajó en segunda clase— y yo. Sacamos ciertas fotografías de los Estados Unidos
por el río. Creo poder pasar mañana.
Veremos.
Hay unas casitas muy monas que serían el encanto de Silvia para vivir conmigo. Son
«chalets» estilo americano, con jardines y terminados en picos los techos.
[26 de abril]
Puse un cablegrama a papá pidiéndole dinero.
Fue una humillación, que me duele intensamente en el alma.
Ahora, después de puesto, desearía que no me mandara el dinero. Así trabajaría en cualquier
cosa y así seguiría hasta Douglas.
[27 de abril]
Conforme, no llegó el dinero. El crimen que las leyes no castigan, pero que la sociedad menos
soporta, es la Miseria. Es verdad que es un crimen, puesto que se mata por no ser pobre.
Es un crimen el asesinato, pero parece que es mayor la miseria, ya que los hombres matan
por no ser pobres.
De mi situación, me alegro —yo lo quise. Ya triunfaré—.
Murió el MAESTRO, se me dice. ¡Oh, si algún día llego a «ser», tendrá un monumento cuya
base será de cristal de roca, ya que él era así: «firmeza y luz como el cristal de roca»!
[28 de abril]
Aún duermo en tierra mexicana. Me siento algo enfermo.
En el momento que más necesito de salud, esta me falta.
[29 de abril]
Hoy, por fin, logré pasar a El Paso, de «trampa». Estoy muy enfermo. No sé que va a ser de mí.
¡Oh, tan lejos de mi Silvia! Al lado de ella todo me parecería bien. Ninguna noticia de ella ni
de papá. Yo creo que no me enviará dinero. Y yo me muero de fiebre…
Las rosas tienen espinas.
[30 de abril]
Son las nueve de la mañana, estoy sin poder tragar saliva, hirviendo por la fiebre.
La revolución como yo la había previsto, triunfa a pasos agigantados y quizás no pueda regresar
a México, por esta tan inoportuna enfermedad.
Ya ayer ingresé en esta cárcel. Separado de los demás me hallo [sic] para evitar el contagio.
Ni un libro para calmar la sed de mi cerebro, ni un ser humano con quien disipar el tedio.
En tierra bárbara, oyendo lengua bárbara y viviendo costumbres bárbaras.
Muy triste todo esto. La nostalgia de la patria me invade con sus amores, sus amigos, sus
fiestas, su suelo, en fin todo lo que es patria. Pero ¡No! Seamos fuertes. El sentimentalismo
mata.
Pensemos en un nuevo combate para rendir a la fortuna. ¿Qué hacer? ¿Desmayar? NO.
¿Creerme vencido? ¡Nunca! Es el imposible.
¡Oh, pensamiento, que solo estás como mi cuerpo en este cuarto en su estrecha cárcel, tú que
eres fuego alúmbrame y guíame!
Sí, el pensamiento me ayuda. Ya elaboré un nuevo plan de lucha.
Ahora tú, voluntad, haz que jamás desmaye y lo lleve hasta el fin que es el éxito.
Siempre fue en la soledad donde nacieron las grandes ideas que llevadas a la acción,
condujeron al éxito. Ya Barelina lo dijo: «Los grandes meditativos, han sido grandes activos», y
cita a Cristo, a Mahoma, a Buda, a Pascal, a Napoleón, etc.
[6 de mayo]
Veinte días de soledad con mis pensamientos, hicieron que este ardiera como un nuevo anillo
que se desprendiera del sol y con esa luz me enseñara el «camino del triunfo», camino que,
venciendo y matando, yo seguiré.
Primero analicé mi ambición. Como el anatómico conoce el cuerpo humano, así sondeando
en los abismos de mi Yo, he logrado saber cuál es mi ambición: La gloria y el poder.
¿Sólo por vanidad? No, he visto que en las cavernas de mi Yo, habita un ser noble. He visto
que mi corazón palpita al impulso de un ideal, y para la realización de este ideal sagrado, es que
deseo la gloria y el poder.
Los pueblos hermanos, que un loco tenaz descubriera, cachorros de un caduco león, son
presas de un águila estrellada. ¿Por qué razón? ¿Por qué justicia? Por ninguna.
Por esa sinrazón, por esa injusticia, es que un odio furioso como un vendaval guarda el
pecho mío contra la Nueva Cartago, que aún no ha tenido un Aníbal, y que jamás lo tendrá. Ese
amor a los cachorros de mi sangre, y ese odio santo al águila enemiga, son los que engendraron
mi ideal de unir a los cachorros, cuyas tierras descubiertas por un loco tenaz y libertadas
después por otros locos tenaces, deben ser poderosas ahora por el impulso de otro loco tenaz,
que soy yo.
[ 7 de mayo]
Ver unidas a las Repúblicas hispanoamericanas para verlas fuertes, para verlas respetadas,
dominadoras y servidoras de la libertad, diosa.
He allí mi ideal.
Y, además, porque comenzamos en que si las hermanas han de tener como todo lo existente,
principio y fin, ¿Por qué no ser yo el principio, si siempre ha de haber uno que mande y muchos
que obedezcan?
¿Por qué no ser el uno que manda, si cuento con fuerzas para hacerlo? O por lo menos,
luchar para serlo.
Creerlo ¡esto es divino!
He aquí mi ambición bien esterilizada: la gloria y el poder para servir y hacer triunfar un
ideal. Sagrado, que aumente más mi gloria, pudiéndose decir: «De todos los hombres grabados
en la Historia, he ahí el más esplendoroso. Y si bien es verdad, que el gran espíritu es Dios, no
es tangible, pero de todos los grandes espíritus que han probado su existencia, este es el mayor.»
Conociendo mi ambición, veamos ahora lo más importante: el medio de saciarla.
Aquello era la ilusión.
Veamos ahora la realidad.
Aquello es el fin. Vamos ahora a los medios, es decir, la manera segura de triunfar, hallando
y persistiendo en mi VOCACIÓN.
Largos análisis de mí «YO» para descubrir esta vocación, cerciorarme de ella con
rememoraciones de mi niñez, conocimiento de mis antepasados, etc., me han demostrado que
mi vocación es «La ciencia de la Guerra».
Al analizar mi «YO» he observado cómo latía mi corazón al leer u oír relatar las hazañas de
mi ídolo el genio de la guerra; he gozado con sus triunfos y he llorado y sentido sus derrotas,
como [ni] él mismo lloró ni sintió, porque era como yo seré, un espíritu sin sentimentalismo, un
espíritu de bronce.
Las largas horas en que soñando despierto veía batallas, muertos, héroes, banderas, y
recompensas a los bravos.
El amor al peligro, a la vida azarosa, que se halla más que nada en la milicia.
Siempre fueron mis juguetes predilectos los soldados. Los formaba en batallas, hacía planes
estratégicos más o menos infantiles, y vencía a las tropas de mi hermano, imponía condiciones
de paz, cogía prisionero a su ejército y un orgullo incomunicable y divino se apoderaba de mí
ante la victoria.
Estas son las rememoraciones de mi niñez, de mi niñez dolorosa y mártir. Este era mi único
amor y mi única alegría.
Y así he heredado de mi padre ciertas buenas cualidades, tales como el recto sentido del
honor, la compasión por los demás, sentimiento este que siento como muere; defectos, o quizás,
solamente sea una virtud de la naturaleza y un vicio de la moral humana, el defecto (o lo que
sea) que voy a nombrar: la sensualidad sexual, deseo este que hace años trato de ahogar sin
haber podido triunfar jamás, y eso que no abuso de él, no, sólo que en mi locura de servir a la
mentalidad y a la fuerza corpórea pretendo ser casi un Casto, pero como esto es un crimen
contra la naturaleza, creo que jamás triunfaré.
Pues bien, así como he heredado estas cualidades o pasiones ¿no podría haber heredado de
mi abuelo, el militar, su amor a la guerra?
Si la herencia es una ley, creo que siempre o casi siempre se cumplirá. Por todo esto queda
resuelto que he nacido para ser militar.
[8 de mayo]
Sigamos considerando y explotando el mundo de mi alma, único mundo que asombró a
Bécquer, resultándole pequeños los mundos que veía brillar de noche. Así como un buen auriga
romano lo mismo podría guiar dos o tres, que cuatro parejas de corceles uncidos en su carro
para la carrera del circo; así también hay espíritus que lo mismo pueden especializarse en
distintas ciencias sin por eso dejar de tener una vocación marcada y conocida. No hay que ser un
genio, ni siquiera un mediocre. ¿Acaso el más estúpido de mis compañeros, no ha estudiado en
el bachillerato siete y ocho materias completamente distintas unas de otras? Pues yo también
siento amor por otras artes y ciencias. La literatura me encanta y me subyuga. ¿Que si tengo
facilidad para ella?
¿Acaso no yace en algún lugar una libreta de versos, toda rota, que contenía hermosas
poesías de mis primeros años de adolescente?
En mil pedazos fue hecha aquella libreta de ver que no correspondía el valor literario de esos
versos a mi ambición y juré no pensar en versos nunca jamás, cuando en verdad aquellos versos
eran joyas literarias, pero el candor, calor y sentimiento de ellos, jamás los igualará mi alma
nuevamente.
[9 de mayo]
(Hay una raya horizontal larga, atravesada por una C por dos pequeñas rayas verticales.)
Yo sé lo que significa esta raya.
¿Acaso no hay en mi cerebro dos dramas y una novela, toda planeada? Novela inspirada por
el pesimismo de Silvia, el espíritu aventurero y la hipocresía y maldad que noto en la mayoría
de los hombres.
[10 de mayo]
¡Viva Cuba libre y eterna!
Este fue mi primer pensamiento hoy por la mañana.
No lo grité ni lo dije, porque estaba tan solo como un preso en su celda.
A las nueve de la mañana me «BOTARON» para la calle.
[11 de mayo]
Me ha sido imposible escribirle a Silvia. Pobrecita. Mañana será sin falta.
Pienso que lo mejor será volver a México, y si hay oportunidad de que se lleve a la práctica
mi primitivo pensamiento, lo hago. Si no, hasta Cuba. Y siempre en la lucha, hasta que llegue el
tiempo, que llegará. No importa cuándo. ¡Es mío!
[12 de mayo]
Escribí a mi Silvia. Mucho sabe ella de mí. Yo de ella, nada, nada absolutamente. ¿No es cruel
esto?
Bendito sea mi padre. Su corazón sólo es comparado al mío en magnanimidad.
Qué caso más raro me sucedió hoy con el licenciado Magnón y Valle.
¡Oh!, es deliciosa esta vida. Se trata a tantos tipos distintos que instruye más que cuatro años
de Universidad.
[13 de mayo]
Estoy malo, ¿qué pasará? ¿Por qué he de sufrir tanto por ella? Y de ella… sin escribir.
[14 de mayo]
¡Un telegrama! Es algo. Sigo malo.
[15 de mayo]
Una carta. ¡Bendito sea el amor! ¡Oh, la Vida! Seremos felices. Las nubes pasan.
[16 de mayo]
Yo haré muchos sacrificios, pero nos casaremos pronto, para ser felices y poder yo vivir mi vida
con alegría y deseos.
Ya veremos si sirvo para hacer dinero.
[17 de mayo]
¡Oh, Mundo! Eres un infierno donde reina la Maldad y la Hipocresía. ¿Quién creería esas dos
estafas de que fui víctima?
Ya sé: quiero a los hombres, mas como quiere el pastor a sus ovejas. Alimentarlas, cuidarlas
y defenderlas, pero para qué te sirven. Al fin el rebaño humano adora la esclavitud. Es rebaño y
no hay rebaño sin pastor.
[18 de mayo]
Después de mucho dinero y trabajo he logrado pasar a Juárez nuevamente. Como una bomba en
un pueblo de pacíficos santos, caí yo aquí para mis enemigos.
Reconquisté mi maleta. ¡Cómo no! Allí estaba mi tesoro: las cartas de Silvia, que son el
consuelo de mi soledad actual.
[22 de mayo]
Por irme con un hombre que me ofreció «VIAJE GRATIS», no me he ido aún, pero pasado
mañana me voy de cualquier manera, pues al llegar a Chihuahua también tengo «pase gratis»
hasta el mismo Veracruz, con el comandante de la plaza.
[24 de mayo]
Una selva salvaje es este Mundo. Hay en él la serpiente astuta, hipócrita y traidora. Hay los
lobos cobardes y sanguinarios, que atacan cuando se hallan en manada solamente.
Hay el tigre feroz, que hace el daño porque sí, y hay también un tipo muy especial muy
parecido a estos y que se cree superior a todos ellos: es la Salvaje Bestia Humana, el hombre
común, o sea los indios de la selva.
Ya sé que el Mundo es Selva Salvaje y no Paraíso Terrenal y que jamás podrá cambiar, ¿por
qué intentar, en mi loca vanidad, ser uno del rebaño de la Salvaje Bestia Humana? Ellos no son
los que mandan en esta Selva, son solamente los indios y son vencidos por el Rey de las Selvas,
por el León. Pues seamos eso, y venceremos. Tengamos su astucia para liberarnos de la
serpiente, su valor para ahuyentar a los lobos y a los indios de la Selva, iguales en cobardía
individual, en fuerza y en ferocidad al tigre. Pero para dominar, sobre todo tengamos su nobleza
y su inteligencia y su genio de Rey.
Seamos como el León. Así venceremos.
[26 de mayo]
A las seis y tres cuartos de la mañana partimos de Ciudad Juárez. Vamos sobre el tren. Son las
cuatro de la tarde. ¿Llegaremos a Chihuahua? Suponemos que sí.
Si llegamos, a las 6, duermo en el Hotel Vidal, cuarto 23…
[27 de mayo]
Hoy dejamos Chihuahua a las ocho de la mañana. A las cuatro de la tarde llegamos a Santa
Rosalía. Allí nos detuvimos para saber por los señores «rebeldes» habían cortado el telégrafo y
andaban cerca. Sin más noticias quedamos en esa aldea, en el tren. Es decir, allí durmieron los
demás pasajeros: Yo no pude. Mi imaginación era un corcel de Apolo, suelto en los espacios, y
pensando a ratos y hablando en otros, vi la salida del Sol. Permanecimos aún en el tren, sin
movernos.
Por el jefe de estación de «Díaz», que huyó y a pie llegó hasta nuestra estación, supimos que
los rebeldes están en la población y que además de destruir dos puentes han levantado la línea.
¿Y los miles de hombres que los persiguen? ¡Vaya usted a saber!
Después de un incidente volvimos a la 8½ de la tarde. Está esta ciudad triste y seria.
[29 de mayo]
A las cuatro de la mañana, mientras sumido en un sueño profundo, descansaba de tantas fatigas
y sinsabores —si que es que estas cosas realmente existen—, me llamó el dueño del hotel,
diciéndome que ya hoy habría tren. ¡Un milagro! Nadie lo creyó, pero sucedió. A las 6.49 salió
el tren. En el camino vimos los destrozos causados: puentes quemados, kilómetros de vía férrea
destruidos, y lo mismo la vía telegráfica. Durante este trayecto, doce o veinte caballos muertos
envenenaban el aire con su carne corrompida, negra de zopilotes. Me recordaban a un tribunal
de inquisición, formado por jesuitas. No sé por qué esta asociación de ideas.
[1 de junio]
Ayer, a las cinco llegamos a Torreón. Dormí en el Hotel Francia. Hoy, a las seis, salimos hacia
la ciudad de México. Hay en el tren una muchacha que sólo me mira y se ríe y hasta me ha
brindado dulces y fresas. Yo, educadamente, he rehusado. Ella es bonita, hermosa y hasta
aristócrata. ¿Pero qué podrá ser más bello, más hermoso y más aristocrático, que los
pensamientos que queman mi cerebro?…
El combate de mis instintos y pasiones, el constante soñar para hacer triunfar mis ideales, los
celos —prueba de amor— por la ausencia de noticias de mi amada, las ilusiones que me he
forjado acerca del venturoso porvenir que nos espera…
1920
Asociaciones de Estudiantes de las Facultades
de la Universidad de la Habana
Manifiesto
de los Estudiantes Universitarios*
Compañeros: Ha tiempo que en el ánimo de todos los estudiantes cubanos universitarios se va
concretando como ideal colectivo, el noble empeño de precipitar la evolución de nuestra
Universidad en el sentido de su organización y funcionamiento hasta alcanzar el alto grado de
perfección y desarrollo en que hoy se desenvuelven organismos de igual origen étnico y fueron
modelados al calor de la misma ideología.
Esta intención, robustecida por las palabras viriles, de inconformidad y renovación que
informan siempre la actuación universitaria de nuestros profesores más preclaros, como Varona,
la Torre, Aguayo y Rodríguez Lendián; esta intención, repetimos, se hizo propósito
inquebrantable, decisión enérgica, la tarde memorable en que magnetizados nuestros corazones
juveniles por la palabra gallarda y erudita del Honorable Rector de la Universidad de Buenos
Aires, doctor José Arce, supimos cuánto debían las universidades argentinas en su culminación
magnífica, a la acción organizada de la colectividad estudiantil y de qué manera una juventud
consciente de sus altos deberes, contribuía con la palabra y la acción, ora reposada y tranquila,
ora revolucionaria y tormentosa allí donde fuere preciso, a marcar los seguros derroteros por
donde marchan a la cabeza de la América Latina, estas encendidas antorchas de cultura que son
las universidades argentinas.
* Tomado de La Discusión [La Habana], 10 de diciembre de 1922.
Estudiantes: Hasta ahora el fraccionismo egoísta y la dispersión sistemática fueron nuestros
guías, y ya lo veis: las Asociaciones Estudiantiles asisten inermes al espectáculo de claudicante
quietismo, de lenta agonía, que ofrece la Universidad cubana, pese a la savia juvenil que la
nutre, afanosa de progreso y perfección. Es necesario renovarla, sacarla del colapso en que
languidece y se borra su elevada misión, y debemos ser nosotros, tenemos que ser, apretados
hombro con hombro, unidos sin vacilaciones ni temores pueriles, quienes cumplan tan sagrada
misión.
Compañeros: concurramos cuanto antes a fundar la Federación de Estudiantes de la
Universidad de La Habana, que será la columna granítica de nuestro derecho y el ariete
incontrastable de nuestros anhelos de renovación.
En nombre de la patria futura, grande y libre, acompañadnos.
Por la Asociación de Estudiantes de Derecho, Bernabé García Madrigal, Julio A. Mella,
Eduardo Suárez Rivas, Pedro Entenza Jova.
Por la Asociación de Estudiantes de Letras y Ciencias, Felio Marinello, Antonio Pella,
Rafael Jorge Sánchez, Raúl Larrauri.
Por la Asociación de Estudiantes de Medicina, Ramón Calvo, Guarino Radillo, Osvaldo
Cabrera, Félix Guardiola.
Por la Asociación de Estudiantes de Farmacia, José A. Díaz Betancourt, José García López,
Francisco Álvarez de la Campa, José A. Estévez.
Por la Asociación de Estudiantes de Odontología, José Carlos Pozo, Mario A. del Pino,
Rafael Casado, Camilo Fidalgo.
Nota: Ya está actuando un Comité provisional constituido por delegados de todas las
Asociaciones, convocadas por la Junta Directiva de la de Derecho.
1922
DIRECTORIO DE LA FEDERACIÓN ESTUDIANTIL
UNIVERSITARIA
ACTAS SOBRE LA CONSTITUCIÓN
DEL DIRECTORIO ESTUDIANTIL UNIVERSITARIO*
ACTA NO. 4
En la ciudad de la Habana, a 20 de diciembre de 1922, en el Local de la Asociación de
Estudiantes de Derecho, a las 4 p.m. y con la asistencia de los señores Delegados siguientes:
Estévez, Garmendía, Álvarez de la Campa, García López, Calvo, Padilla, Sotolongo,
Hernández, Guardiola, Palmieri, Marinello, Suárez Murias, Tella, Entenza, Madrigal, Mella,
Amigo, del Pino, Fidalgo y Casado.
El Señor Presidente declara abierta la sesión. De comienzo la elección del Presidente dura el
tiempo que señala el reglamento y por el método de sorteo, el señor Osvaldo Cabrera aceptado
por todos como el que ha de decidir la suerte, extrae el primer papel del depósito, que resulta ser
de la Asociación de Estudiantes de Letras y Ciencias designando esta como Presidente al señor
Felio Marinello, el segundo papel pertenece a la Asociación de Estudiantes de Farmacia,
designando esta al señor José A. Estévez para el segundo período de Presidencia, el tercer lugar
lo ocupa la Asociación de Estudiantes de Medicina, designando esta al señor Ramón Calvo, el
cuarto lugar lo ocupa la Asociación de Estudiantes de Derecho, designando esta al señor
Bernabé García Madrigal y el quinto lugar tócale en suerte a Odontología, designando esta al
señor Camilo Fidalgo.
* Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 195-199. Original mecanografiado con firmas manuscritas de Felio Marinello y Julio
A. Mella. Archivo Alfonso Bernal del Riesgo.
Entre 1973 y su muerte, tuve una cordial amistad con el profesor universitario doctor Alfonso Bernal del Riesgo (1903-1975),
íntimo amigo de Mella y uno de los fundadores del movimiento de reforma universitaria. Bernal me dejaba copiar documentos de su
archivo, tarea interrumpida por su fallecimiento. Ignoro el destino posterior de ese importante archivo. Estos documentos se
publicaron por primera vez en mi libro El Movimiento de Veteranos y Patriotas. (Apuntes para un estudio ideológico del año 1923).
La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1976, pp. 195-199. Y no se habían vuelto a publicar. (AC)
Se contará el tiempo del gobierno de cada Presidente de la manera siguiente:
Desde el 20 de diciembre hasta el 20 de febrero. —Señor Felio Marinello.—
Desde el 20 de febrero hasta el 20 de abril. —Señor José A. Estévez.—
Desde el 20 de abril hasta el 20 de junio. —Señor Ramón Calvo.—
Desde el 20 de junio hasta el 20 de agosto. —Señor Bernabé García Madrigal.—
Desde el 20 de agosto hasta el 20 de octubre. —Señor Camilo Fidalgo.—
Terminado el período de gobierno del señor Camilo Fidalgo, la Presidencia pasará a la
Asociación de Estudiantes de Letras y Ciencias (Delegación) para seguir la ordenación de rueda
como lo estatuye el reglamento.
Se pasa a verificar la elección de Secretario por aptitud cuyo gobierno cesará el 20 de
diciembre de 1923, siendo electo con el general beneplácito el Señor Julio A. Mella, el ViceSecretario, señor Rafael Casado, Tesorero, señor Félix Guardiola y Vice-Tesorero, señor Pedro
de Entenza.— Todos estos cargos cesan el mismo día que el Secretario.
Se acuerda cambiar la fecha de la toma de posesión de la Directiva, en vez de el [sic] 15 y 20
de enero que sea el 15 y 20 de diciembre.— Acuerdo unánime.
Quedó formada la Directiva de la FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES DE LA
UNIVERSIDAD DE LA HABANA de la manera siguiente:
Presidente: Señor Felio Marinello
er.
1 Vice-Presidente: Señor José A. Estévez.
2º Vice-Presidente : Señor Ramón Calvo.
er.
3 Vice-Presidente : Señor Bernabé García Madrigal.
4º Vice-Presidente : Señor Camilo Fidalgo
Secretario: Señor Julio A. Mella.
Vice-Secretario: Señor Rafael Casado.
Tesorero: Señor Félix Guardiola.
Vice-Tesorero: Señor Pedro de Entenza.
Vocales: Todos los demás miembros del Directorio permanentes y los suplementos en
funciones.
El señor Palmieri propone que por su labor meritoria y eficaz durante la Presidencia Provisional
se le tribute como merecido premio un aplauso al señor Calvo.— Recibe el señor Calvo una
calurosa ovación.
El señor Guardiola propone un homenaje análogo al Secretario Provisional señor Casado siendo
igualmente ovacionado.
Pasan a ocupar sus respectivos puestos los directivos electos, el Señor Presidente Felio
Marinello ordena se prosiga la sesión.
El señor Palmieri propone que se nombre una Comisión de Prensa, esta queda integrada de la
manera siguiente: señores Madrigal, Gándara y Varona.
El señor Mella propone que para celebrar la nueva Directiva y la buena armonía que reina entre
todos los delegados de la Federación se haga una comida íntima que habrá de ser en el
restaurant El Nacional el jueves 21 a las 7 y ½ p.m. cuya cuota personal es de 1.00 m.o.
formándose una comisión para tal objeto siendo designados los señores: Sánchez Toledo, del
Pino y Casado.
Por tener que ausentarse el señor Marinello pasa a ocupar la Presidencia el 1er. Vice-Presidente
Sr. José A. Estévez.
Puesta a votación la entidad bancaria donde serán depositados los fondos de esa Federación
hubo de ser elegido el Banco de Gelats.
Los libros y demás enseres de Secretaría y Tesorería serán editados en la imprenta «El Score» a
crédito del señor Mella.
Se suspende la sesión a las 6 y 5 minutos de la tarde. Sesión extraordinaria jueves 21 a las 2
p.m. en el local de la Asociación de Estudiantes de Derecho.
El Presidente
Felio Marinello
El Secretario
Julio A. Mella
Acta no. 62
Sesión Extraordinaria.
El día 22 de diciembre de 1922 se reunió la Federación de Estudiantes de la Universidad de la
Habana, a las 3 y 30 p.m. en el local de la Asociación de Letras y Ciencias.
Existiendo quórum legal por la asistencia de los señores siguientes señores Representantes.
Estévez, Calvo, Fidalgo, Entenza, Palmieri, Suárez Murias, Tella, del Pino, Amigo, Lavín,
Hernández, García López, Garmendía.
Se aprueba después de modificada el acta de la sesión anterior,—
Se acuerda contestar al periódico La Discusión un artículo que vio la luz en ese rotativo
haciendo aparecer que el origen de la protesta de los estudiantes de Medicina era el regalo de
una pluma al doctor Menocal.
2 Tomado
de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 199-200. Borrador mecanografiado del acta, no tiene fecha ni firma. Archivo Alfonso
Bernal del Riesgo.
Cumpliendo con los estatutos de la Federación se acuerda nombrar en esa inmediatamente a
los señores que han de componer la Comision de Reformas Universitarias siendo electos los
siguientes: Padilla, Suárez Murias, del Pino, García López y Entenza.
Queda acordado la celebración de una Asamblea de Estudiantes en la Sala de Conferencias
en los primeros días del mes de enero, para dar a conocer a todos que la Federación se ha
constituido y los fines que persigue.
Se nombra una Comisión de Propaganda que se encargue de la organización de la Asamblea
anterior y de todos aquellos actos que sean necesarios para dar a conocer a todos los estudiantes
y público de la República la constitución de la Federación y de sus fines.
Después de oídas las razones aducidas a favor de su renuncia del Comité de Prensa por el
señor Suárez Murias se acuerda aceptarla y es nombrado en su lugar el señor Camilo Fidalgo.
No habiendo otro asunto que tratar el Presidente dio por terminada la sesión, siendo las 5
p.m.
Presidente
Secretario
1922
Declaraciones*
La Universidad de la Habana tiene el derecho de regir sus destinos con amplia autonomía sin la
intervención del Gobierno ya que esta intervención en los muchos años que han transcurrido no
ha sabido hacer del Primer Centro Cultural de la República, un centro digno de nuestra
capacidad y fama de pueblo culto e intelectual.
El Gobierno Nacional está en el deber de pagar a la Universidad el valor del antiguo local
donde está radicada contribuyendo a esos fondos, y con todos los otros que sean necesarios, a la
terminación de los edificios de la Universidad y a facilitar los medios de enseñanza para que el
lamentable abandono en que hoy se encuentra la Universidad de La Habana, no sea, como es,
una vergüenza y un descrédito para la República.
Las asociaciones de estudiantes, como organismos que son de la Universidad, por el gran
apoyo que prestan al engrandecimiento de la misma, y por estar formadas por todos los
estudiantes que dan con su magnífica organización con gran ejemplo de disciplina y progreso,
tienen el derecho de tomar parte activa en la administración de la Universidad, mediante la
presentación legal en el Claustro Universitario para poder así pedir el reconocimiento de todos
los derechos estudiantiles, hoy usurpados, y contribuir con sus energías al desenvolvimiento de
la vida universitaria, bajo sus aspectos culturales, administrativos y morales.
Felio Marinello, Presidente
Julio Antonio Mella, Secretario
1923
*
Tomado de El Mundo [La Habana], 1 de enero de 1923, p. 20.
Manifiesto de la Federación Estudiantil
Universitaria*
Los estudiantes de la Universidad de La Habana, por medio de su órgano oficial, el Directorio
de la Federación de Estudiantes de la Universidad de la Habana a las autoridades y al pueblo de
Cuba exponen: Que profundamente convencidos de que las Universidades son siempre uno de
los más firmes exponentes de la civilización, cultura y patriotismo de los pueblos, están
dispuestos a obtener: 1. Una reforma radical de nuestra Universidad, de acuerdo con las normas
que regulan estas instituciones en los principales países del mundo civilizado, puesto que
nuestra patria no puede sufrir, sin menoscabo de su dignidad y su decoro, el mantenimiento de
sistemas y doctrinas antiquísimas, que impiden su desenvolvimiento progresivo. 2. La
regulación efectiva de los ingresos de la Universidad, que son muy exiguos en relación con las
funciones que ella debe realizar, como centro de preparación intelectual y cívica. Y esta petición
está justificada, cuando se contempla el deplorable estado de nuestros locales de enseñanza, la
carencia del material necesario y el hecho de ser la cantidad consignada para cubrir las
necesidades, la mitad de la señalada para instituciones iguales, en países de capacidad y riqueza
equivalentes a la nuestra. 3. El establecimiento de un adecuado sistema administrativo para
obtener la mayor eficacia en todos los servicios universitarios. 4. La personalidad jurídica de la
Universidad y su autonomía en asuntos económicos y docentes. 5. La reglamentación efectiva
de las responsabilidades en que incurran los profesores que falten al deber sagrado, por su
naturaleza, que les está encomendado por la nación. 6. La resolución rápida y justa del incidente
ocurrido en la Escuela de Medicina. 7. Y, por último, hace constar que están dispuestos a actuar,
firme y prudentemente, y como medio para obtener la solución de los actuales problemas y de
los que en el futuro pudieran ocurrir, solicitar la consagración definitiva de nuestra
representación ante el claustro y del principio de que la Universidad es el conjunto de profesores
y alumnos.
10 DE ENERO DE 1923
* Tomado de Raúl Roa. «La revolución universitaria de 1923.» En: Retorno a la alborada. La Habana, Editorial de Ciencias
Sociales, 1977, pp. 303-328. El «Manifiesto…» en pp. 311-312.
Directorio de la Federación Estudiantil
Universitaria
Documentos*
Universidad de la Habana a 22 de enero de 1923
1
Sr. Carlos Alzugaray
Presidente de la Asociación de Comerciantes
de la Habana
Ciudad
Muy señor mío:
La Federación de Estudiantes de la Universidad de La Habana, ha acordado organizar una
manifestación el miércoles día veinticuatro, a las dos de la tarde, con el fin de recabar de los
Poderes Públicos, la Autonomía y Personalidad Jurídica de la Universidad.
En nombre de esa Federación que tengo el honor de presidir, invito a usted y todos sus
organismos, para que nos acompañen en ese acto, dando con su presencia mayor importancia y
lucidez.
«La causa de los estudiantes» ha encontrado eco en todas las esferas de nuestra sociedad,
que, compenetradas del alcance e importancia de las medidas que pretendemos, nos ha
demostrado su adhesión. Nosotros agradecidos a esta actitud que tan alto habla en favor de la
cultura de nuestra sociedad, y, teniendo en cuenta el apoyo incondicional y desinteresado que
hemos tenido siempre en las distintas entidades que constituyen el Comercio de La Habana, una
vez más les dirigimos una súplica que, como señal de adhesión y simpatía hacia el móvil de
nuestra manifestación, paralicen durante dos horas, todos los trabajos y operaciones, a partir de
la citada hora de la tarde del miércoles.
Esperamos que, dada la trascendencia del acto y el indiscutible apoyo que siempre han
prestado a todo cuanto significa progreso y adelanto, seremos complacidos en esta petición.
En nombre de la Federación, y de toda la juventud cubana, doy a ustedes las gracias por la
benévola acogida que estoy seguro dará a esta carta.
De usted con toda consideración
Presidente de la Federación de Estudiantes
1923
*
1
Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 211-212.
Archivo de Alfonso Bernal del Riesgo.
1
Acta
Faltaron: Madrigal, Fidalgo, Padilla, Radillo.
11 de marzo de 1923
Sesión del Domingo
11 p.m.
Asistentes: Viego, Ramírez, Entenza, Marinello, Palmieri, Hernández, Fonseca, Suárez Murías,
Pino, Guardiola y el que suscribe.
Rigoberto Ramírez después de amplias declaraciones que se guardan en esta Secretaría,
propone se le pida renuncia al doctor Cueto siendo aceptada por unanimidad a las doce y veinte
de la noche.
Se acuerda por unanimidad, nombrar miembro de honor al señor Casado.
Se acuerda dar gracias al señor Steinhart por la luz, al señor Alcalde por la música — al
señor Mendoza por el Frontón.
Publicar un decreto comunicando a los catedráticos acusados que no pueden volver al recinto
universitario.
Terminada la sesión a la 1 de la mañana.
1923
*
Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 209-212.
manuscrito de Julio A. Mella. Escrito en tinta negra hasta la palabra frontón y después continuado a lápiz. Archivo de
Alfonso Bernal del Riesgo.
1 Original
Habana, 16 de marzo de 1923
1
Sr. Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes
Señor:
Tengo el honor de comunicar a usted que en la tarde de hoy quedó constituida, con asistencia de
todos sus componentes, la Comisión Mixta de Catedráticos y Estudiantes conforme lo dispuesto
en el artículo 5º del decreto Presidencial de 13 del corriente, habiendo elegido Presidente de la
misma al que suscribe y Secretario al estudiante señor Julio Antonio Mella.
Al mismo tiempo, comunico a usted que se tomó el acuerdo de rogarle que se sirva hacer
recaer cuanto antes su aprobación, sin esperar a que decurse el término legal, del acuerdo
adoptado por el Claustro General y Consejo Universitario, aprobado previamente por esta
Comisión de dejar creada la Asamblea Universitaria para su organización ulterior, ya que esa
aprobación sería considerada como una medida conveniente para la eliminación de dificultades
en la solución de los problemas pendientes.
De usted muy atentamente
2 Copia
Riesgo.
al carbón mecanografiada. El papel tiene el escudo de la Universidad. No tiene firma. Archivo Alfonso Bernal del
Julio Antonio Mella
Al Proletariado*
Hermano:
Hoy ya no estás solo en el valle de miserias y dolores en que vives.
Junto a ti laten corazones jóvenes llenos de toda la santa indignación que pueden provocar en
unas almas nobles y elevadas la pirámide de injusticias que sobre ti levanta la sociedad.
Eres rebelde, compañero; la esclavitud no es un estado normal.
Eres rencoroso, hombre; no se puede besar el látigo.
¡Ah!, pero tuya no es la culpa, es, de los miserables que te embrutecen, de los tiranos que te
esclavizan, de los verdugos que te castigan.
Ya no estás solo, te repito, hermano Obrero, junto a ti está el hermano Estudiante que será el
que mañana desde lo alto te acompañe en la revolución que tú inicias desde lo bajo.
Muchas veces, muchas, de la clase dominadora ha salido el vengador, así los Gracos, así
Mario, así Mirabeau…
Proletario haz la unión de tus fuerzas dispersas para que tengas la fuerza de tu unión, para
obtener así la liberación o la muerte; aspira, por lo menos a tratar de que tus hijos no nazcan
ilotas. Sí, porque ilota, esclavo, siervo, paria y obrero (en este régimen) son distintas cosas que
significan lo mismo, con la diferencia del tiempo y del lugar.
Hazte fuerte, y con el derecho de tu fuerza, el único desconocido, aprende, como nosotros
aprendimos, a conquistar tu libertad.
Compañero, mientras el día de la Nueva Aurora llega, recibe el abrazo fraternal del
Estudiante y así unidos marcharemos a la conquista del «Ideal».
¡Adelante, hermano!
1923
* Manifiesto atribuido a Julio Antonio Mella. Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 213-214. Publicado originalmente en
Nueva Luz, 10 de mayo de 1923, p. 3.
Julio Antonio Mella
Palabras en la asamblea magna
de la Asociación Nacional de Veteranos*
[…]
Ahí va la adhesión de todos los estudiantes de Cuba. Estoy autorizado por mis compañeros
para deciros que os traigo tres mil corazones y seis mil brazos para defender esta idea de hacer
una patria feliz y digna de todos los buenos cubanos, sin lotería, sin leyes que nos avergüencen.
12 DE AGOSTO DE 1923
* Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit. p. 119. Publicado originalmete en Heraldo de Cuba [La Habana], 13 de agosto de 1924.
Alfonso L. Fors
Informe sobre el incidente
de Julio A. Mella con González Manet*
HABANA, OCTUBRE 1º/923
CONFIDENCIAL
Señor Secretario de Justicia,
Señor:
El subinspector de esta Policía Judicial, Pablo Crespo, con esta fecha, me da cuenta con el
informe que copiado dice así:
Señor Jefe: Como resultado de las investigaciones que he llevado a cabo, auxiliado del agente
Eladio García, para cumplir su orden verbal de este día, referente a la investigación, de lo ocurrido
en la mañana de hoy en el aula Magna de la Universidad Nacional, con motivo de la apertura del
Curso Escolar; tengo el honor de informar a usted: que el presidente del Directorio de la
Federación de Estudiantes, señor Julio Antonio Mella, en ocasión de encontrarse en el bancillo del
Aula Magna de la Universidad Nacional entabló conversación con varios compañeros y les hizo
presente su criterio de que dada la autonomía de que gozaban los estudiantes, no le parecía legal
que abrieran el Curso Escolar, un Delegado del Gobierno; y después de un corto cambio de
impresiones, entre Mella y sus oyentes, dicho individuo, ahuecando la voz, y con el propósito de
provocar la retirada del doctor Eduardo González Manet, secretario de Instrucción Pública y Bellas
Artes, gritó por dos ocasiones: «Guerrillero, Guerrillero.» Que ante la actitud asumida por el
Mella, su compañero nombrado Fifi Bock, lo reprendió, y como el Mella le contestara en forma
descompuesta, el Bock le dio dos golpes a puño cerrado sobre el pabellón de la oreja izquierda,
terminándose momentáneamente el incidente por la intervención de otros estudiantes que allí se
encontraban. Que seguidamente el Mella, visiblemente alterado, se entrevistó rápidamente con los
miembros que componen el Directorio de la Federación de Estudiantes, presentes en aquellos
momentos, y les conminó a que lo acompañaran hasta la azotea del edificio, para deliberar y tomar
resoluciones, siguiéndoles los estudiantes de apellido Guardiola, Sotolongo, Ramón Calvo y otro
cuyo apellido no he logrado averiguar, todos ellos integrantes de ese Directorio; así como Fifi
Bock y otros más, que fueron en calidad de curiosos. Que ya en dicha azotea, el Mella, haciendo
valer su condición de Presidente del Directorio quiso imponer a sus demás compañeros el criterio
que ya sustentaba, de que dada la autonomía de que disfrutaban los estudiantes, debía presidir la
apertura del Curso Escolar, el rector de la Universidad Nacional, doctor Adolfo Aragón, y no el
doctor González Manet, que representaba al señor Presidente de la República, pronunciándose en
contra de esa teoría casi todos ellos, y muy espacialmente, el nombrado Ramón Calvo, quien le
hizo presente al Mella su más formal protesta sobre cualquier resolución provocativa que se
acordase sobre el asunto, puesto a discusión. Que dada la actitud exaltada del Mella, este al fin
logró imponer su voto de protesta en el Aula Magna, ante el doctor González Manet; pero a
condición, según le exigieron sus demás compañeros de Directorio, de que fuera una protesta
mesurada y caballerosa asegurándoles el Mella, que así se produciría: que todo esto ocurría
mientras el doctor González Manet, en el Aula Magna de la Universidad Nacional, verificaba la
repartición de premios y coincidiendo con la terminación de este acto y cuando el referido doctor
González Manet se disponía a hacer uso de la palabra, para declarar abierto el Curso Escolar,
hicieron irrupción en la expresada Aula Magna, el Mella y sus acompañantes. Que ya de pie el
doctor González Manet, en disposición de hacer uso de la palabra, el Mella lo interrumpió
diciéndole: «Doctor, un momento, y seguidamente comenzó a… diciendo en síntesis, que se
oponía en nombre de sus compañeros los estudiantes a que el doctor González Manet declarara
abierto el curso, pues entendía que no era el llamado a hacerlo, dado que, se les había concedido la
autonomía a los estudiantes y en su consecuencia quien debía abrir el curso lo era el rector de la
Universidad, doctor Adolfo Aragón; pues él, Mella, no podía aceptar de ningún modo que El
Representante de un gobierno tirano y canalla, que se había burlado miserablemente de los
estudiantes de medicina al no sancionar una Ley que a ellos favorecía y que se encontraba en el
Congreso abriera dicho curso. Que el doctor González Manet, al escuchar tales exabruptos,
interrumpió al orador y le interpeló diciéndole, que si su actitud era producto de una animosidad
personal contra él lo manifestara sin rodeos, contentándole el Mella, en sentido negativo y
agregando, que todo su encono era contra la personalidad oficial del Secretario de Instrucción
Pública, como representante oficial del Gobierno de la República: que en este estado de cosas, el
doctor Adolfo Aragón con ánimo conciliador y para evitar torcidas interpretaciones, hizo uso de la
palabra y criticó la actitud del señor Mella y sus compañeros, calificándola de intempestiva y fuera
de lugar lo que dio motivo a que cesara en el uso de la palabra el Mella, hablando entonces el
doctor González Manet, quien también manifestó su extrañeza del acto realizado por el Mella,
significándole a este y sus compañeros de actitud que él, González Manet, había sido uno de los
más entusiastas defensores de los estudiantes durante el desempeño de su cargo, al extremo de
haber logrado grandes mejoramientos para la clase estudiantil, y que tenía en cartera proyectos a
realizar favorables en un todo a dicha clase estudiantil, declarando al fin abierto el curso escolar, el
doctor Adolfo Aragón: que después de terminada la fiesta, y como había quedado pendiente el
incidente, entre el Bock y Mella, se fueron a un placer próximo, a la Universidad Nacional
seguidos de gran número de estudiantes y allí ambos individuos sostuvieron una riña por espacio
de unos diez minutos durante la cual, ambos [se] maltrataron duramente de obra, llevando la peor
parte el Mella y, por último: que según mis noticias, el estudiante Ramón Calvo, ha interesado de
la Directiva de la Federación de Estudiantes se cite a junta para el día de mañana, a fin de proponer
él, en ella se le dé una cumplida satisfacción al doctor González Manet, por la Federación de
Estudiantes, como señal de protesta por el acto realizado por el Julio Antonio Mella.
Lo que tengo el honor de trasladar a su autoridad, para su debido conocimiento y efectos que
estime procedentes.
De usted respetuosamente
Alfonso L. Fors
Jefe de la Policía Judicial
p/s
1923
* Tomado de Ana Cairo Ballester. Op. cit., pp. 215-219. El original en: Archivo Nacional, Fondo Donativo, «Movimiento y
perturbación…», III Pieza, caja 61, nº 26, octubre 1º de 1923, pp. 77-80. Archivo Nacional.
Julio Antonio Mella
Declaración de derechos
y deberes del estudiante*
[…]
A continuación la Presidencia concedió la palabra al señor Julio Antonio Mella, que antes de
dar lectura a su moción, hizo consideraciones sobre los ideales comunes a todos los estudiantes,
sin distinguir entre la izquierda o la derecha y pidió en nombre de estos sagrados ideales la
aprobación de la moción que sometía a la consideración del Congreso, y que él tituló
«Declaración de los Derechos y Deberes del Estudiante». Acto seguido procedió a darle lectura,
y al terminar se escuchó una prolongada ovación. No obstante las aclamaciones, la Presidencia
abrió a discusión la moción del señor Mella, concediendo la palabra al señor Antonio Iglesias,
quien dijo que por hallarse en el ánimo de todos los presentes los extremos todos de la
«Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante», propuesta por Mella, él solicitaba fuera
aprobada íntegramente, sin ulterior discusión, tanto en su conjunto, como en sus detalles.
Estruendosos aplausos acogen las palabras del señor Iglesias, y puestos todos en pie, el
Congreso aprobó unánimemente [sic] e íntegramente, la moción del señor Mella, y que a la letra
dice así:
DECLARACIÓN DE DERECHOS Y DEBERES DEL ESTUDIANTE, aprobada por
aclamación unánime en la sesión de mociones del Primer Congreso Nacional de Estudiantes
celebrada el día 17 de octubre de 1923.
* Tomado de Mella. Documentos y artículos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, pp. 530-533.
DERECHOS:
1. El Estudiante tiene el derecho de elegir los directores de su vida educacional, y de intervenir
en la vida administrativa y docente de las Instituciones de Enseñanza, ya que él es soberano
en estas instituciones, que sólo existen para su provecho.
2. El Estudiante tiene el derecho de asistir libremente a sus clases, sin la coacción vergonzosa
de la asistencia obligatoria a un profesor determinado.
3. El Estudiante tiene el derecho de exigir la más preferente atención del Gobierno, para los
asuntos educacionales, por ser la Educación la primera función de un Gobierno civilizado,
debiendo todas las otras funciones, la económica, la administrativa, la política, etcétera,
contribuir al engrandecimiento de aquélla.
4. El Estudiante tiene el derecho de la libertad de la Enseñanza, impidiendo la intromisión
gubernamental en los asuntos educacionales, como no sea única y simplemente para aportar
recursos, medios e insinuaciones, debidos a la protección que en la declaración anterior a
esta, dice ser un primordial deber, protección que por ningún motivo le da derecho a dirigir o
intervenir en la constitución interior de la enseñanza, que debe ser regida por individuos,
profesores y alumnos, salidos de su seno, con conocimientos científicos prácticos sobre la
materia, y no por políticos que desconocen el asunto y que no son representantes legítimos
de los ciudadanos que desarrollan la función de la Educación en la sociedad.
Por libertad de enseñanza sólo puede entenderse la independencia de esta del actual sistema
de Gobierno democrático, representativo o parlamentario, existente en casi todos los pueblos
del mundo; pero debiendo regular esa libertad y dirigir esa enseñanza libre los mismos
educandos y educadores, mediante el organismo que ellos designen por elección, en virtud
del Derecho de Soberanía reconocido al estudiante en la Declaración primera, que lo iguala
al profesor, que usurpaba este derecho desde tiempo inmemorial.
5. El Estudiante tiene el derecho de exigir a los más sabios educadores y a las más profundas
mentalidades del país, el sacrificio de su valer en aras de la enseñanza de la juventud
intelectual.
DEBERES:
1. El Estudiante tiene el deber de divulgar sus conocimientos entre la Sociedad, principalmente
entre el proletariado manual, por ser este el elemento más afín del proletariado intelectual,
debiendo así hermanarse los hombres de Trabajo, para fomentar una nueva sociedad, libre de
parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud del propio esfuerzo.
2. El Estudiante tiene el deber de respetar y atraer a los grandes Maestros que hacen el
sacrificio de su cultura en aras del bienestar y progreso de la Humanidad, y de despreciar y
de expulsar de junto a sí, a los malos profesores que comercian con la ciencia, o que
pretenden ejercer el más sagrado de los sacerdocios, la Enseñanza, sin estar capacitados.
3. El Estudiante tiene el deber de ser un investigador perenne de la Verdad, sin permitir que el
criterio del Maestro, ni del Libro, sea superior a su Razón.
4. El Estudiante tiene el deber de permanecer siempre puro, por la dignidad de su misión social,
sacrificándolo todo en aras de la Verdad moral e intelectual.
5. El Estudiante tiene el deber de trabajar intensamente por el progreso propio, como base del
engrandecimiento de la familia, de la Región, de la Nación, de nuestro Continente y de la
Humanidad; por ser este progreso la suprema aspiración de los hombres libres, ya que
reconocemos una completa superioridad de los valores humanos, sobre los continentales, de
estos sobre los nacionales, de los nacionales sobre los regionales, de estos sobre los
familiares y de los familiares sobre los individuales, ya que el individuo es base y servidor de
la familia, de la región, de la Nación, de nuestro Continente y de la Humanidad
Copia autorizada. El Secretario General del Primer Congreso Nacional de Estudiantes.
P. de Entenza
El señor Mella pronunció entonces frases de agradecimiento hacia la buena acogida que el
Congreso había dispensado a su moción, y aseguró que ello se debía al intenso sentimiento de
justicia que la había inspirado. Y pidió que como voto de recomendación se solicitase de las
instituciones presentes y de todas las educacionales y estudiantiles de la República, insertasen
en sus respectivos Estatutos, la Declaración de Derechos y de Deberes del Estudiante. El
Congreso aprobó unánimemente esta proposición.
17 DE OCTUBRE DE 1923
Universidad Popular José Martí
Estatutos de la Universidad Popular
José Martí*
1. La clase proletaria cubana funda, profesa y dirige la Universidad Popular JOSÉ MARTÍ.
2. La Universidad Popular sólo reconoce dos principios: el antidogmatismo científico,
pedagógico y político y la justicia social; declarándose, por tanto, no afiliada a doctrina,
sistema o credo determinado.
3. La Universidad Popular, de acuerdo con los principios enunciados, procurará formar en la
clase obrera de Cuba y en cuantos acudan a sus aulas, una mentalidad culta, completamente
nueva y revolucionaria.
4. La Universidad Popular no se organizará definitivamente. Sus clases y métodos variarán
según nuevas necesidades y recursos nuevos lo exijan y permitan hacer su labor más fecunda
y amplia.
5. La Universidad Popular para la mejor realización de los fines que persigue, se subdividirá
por ahora en cuatro secciones:
— Sección de analfabetos y de escuelas nacionales.
— Sección de segunda enseñanza.
— Sección de estudios generales, y
— Sección de conferencias.
6. Una Comisión integrada por estudiantes, elegidos por la Federación de Estudiantes de la
Universidad de la Habana, y por igual número de los que acudan a aprender, designados en
Asamblea, regirá la Universidad Popular José Martí.
7. La Universidad Popular separará de su seno, por medio igualmente de esa Comisión, al
profesor que viole la base segunda de estos Estatutos; esta separación será definitiva, cuando
así lo acuerde una tercera parte de los que acudan a clases del profesor de que se trate.
8. Los estudiantes de la Universidad Popular, precisamente por ser estudiantes, tienen los
mismos derechos e iguales deberes que la clase estudiantil, declarados por el Primer
Congreso Nacional de Estudiantes Revolucionarios de Cuba.
1923
* Tomado de un recorte de El Universal [La Habana], 5 de noviembre de 1923.
Universidad Popular José Martí
Plan de estudios y profesores
*
de la Universidad Popular José Martí
Primera enseñanza: Escuelas de analfabetos: Jaime Suárez Murias y Esteban A. de Varona.
Escuela Nacional: Eusebio A. Hernández.
Segunda Enseñanza: Geografía Universal y de Cuba: J. M. Pérez Cabrera.
Historia de la Humanidad y de Cuba: J. A. Mella.
Gramática y Literatura: J. M. Pérez Cabrera; Sarah Pascual Canosa.
Psicología y Lógica: A. Bernal del Riesgo.
Cívica: Manuel Borbolla.
Historia Natural: A. Arce.
Matemáticas: (No hay aún profesor).
Física: (No hay aún profesor).
Química: (No hay aún profesor).
Estudios Generales: Medicina de Urgencia e Higiene: Pérez de los Reyes.
Homicultura, Maternidad y Profilaxis Sexual: Eusebio Hernández.
Psicología y Biología: G. Aldereguía.
Ciencias Naturales: Eusebio A. Hernández.
Economía Política y Social: Pedro de Entenza.
Derecho Usual: Bernardo Valdés Hernández.
Legislación del Trabajo: F. Pérez Escudero.
Moral Antidogmática y Rudimentos de Ciencias de las Religiones: Alfonso Bernal del Riesgo.
Conferencias: Sobre asuntos mundiales y de divulgación científica, artística y literaria en los
principales núcleos obreros, en los Institutos, Escuelas Normales, Escuelas de Artes y
Oficios, aulas de la Universidad, Liceos, Centros Regionales, Sociedades Deportivas,
etcétera.
Han ofrecido su cooperación los más prominentes intelectuales, avanzados en ideas: Emilio
Roig de Leuchsenring, Fernández de Castro, Luis A. Baralt, Arturo Montori, Alfredo Aguayo,
Eusebio Hernández, etcétera.
NOTA. La Universidad Popular se abrirá el día 20 de los corrientes, a las 9 de la noche. Las
inscripciones pueden hacerse en la Federación de Estudiantes de 2 a 4 p.m. y en la Secretaría de
la Federación Obrera, de 7 a 10, en Zulueta 37, altos.
Para la elección de Delegados al Consejo Directivo de la Universidad Popular, se cita a los
obreros para el sábado 17 de noviembre, a las 8 p.m. en Zulueta 37, altos.
Julio A. Mella, Presidente de la Federación de Estudiantes.
Alfonso Bernal del Riesgo, Director del Departamento de Cultura.
Además del lugar arriba indicado podrán acudir los obreros a inscribirse también al local de
la Sociedad de Torcedores de La Habana, Figuras 35 y 37, donde serán atendidos.
En estos días elegirán también los delegados al Consejo Directivo de la Universidad Popular.
1923
* Tomado de un recorte de El Universal [La Habana], 14 de noviembre de 1923.
Julio Antonio Mella
Mensaje: ¡La Federación de Estudiantes pide cooperación!*
Compañero estudiante:
El Directorio de la Federación (que representa a todos los estudiantes) te ha hecho libre, te ha
dado participación en el gobierno de la Universidad, te ha librado de profesores indignos, te
defiende ante los poderes públicos; da enseñanza gratuita a los obreros en tu nombre, etcétera.,
etcétera.; pero tiene otras muchas obras que realizar, quiere construir la Ciudad Universitaria,
para que vivas casi gratis dentro de la misma, quiere obtener la Autonomía, quiere elevar la
clase estudiantil cubana en el país y fuera, por eso necesita las tres palancas omnímodas que
ansiaba Bonaparte para sus conquistas: DINERO, DINERO y DINERO, para mover la opinión
pública y realizar las magnas obras, que seguro realiza.
El Directorio acordó en su última sesión pedir a cada estudiante la contribución de UN PESO
AL AÑO, mediante la entrega de un carnet de identificación firmado por el Presidente de la
Asociación, el Tesorero de la Federación y el Presidente de este organismo.
Empero por la grandeza de la obra, por el nombre de estudiante y por los ideales que
alientas, que contribuyas con la insignificante suma, individualmente, ya que colectivamente
representa TRES MIL PESOS ANUALES, lo que te demuestra una vez más la fuerza de nuestra
unión.
Salud y Fraternidad
Julio Antonio Mella
Presidente de la Federación de Estudiantes
1923
* Tomado de Juventud, año 1, t. 1, no. 2-3, noviembre-diciembre, 1923.
Julio Antonio Mella
Carta a Araoz Alfaro*
Camagüey, 3 de enero de 1924
Mi recordado amigo:
El día que ofrecí despedirte no fui al muelle, como hubiera sido mi deseo. Tampoco te escribí
para decirte muchas cosas que deseaba tú supieras. De lo primero el culpable has sido tú mismo,
o mejor los libros que me diste.
¿Cómo podrías suponer que pudiese conciliar el sueño sin leerme todo el libro de Gay Vivir?
Aquella noche tuve uno de los placeres espirituales más gratos que recuerdo. Si yo pudiese
ser poeta de la palabra escrita con ritmo, naturalidad y belleza, como la de «nuestro» amigo,
hubiera escrito lo que él tiene en su libro delicioso. Por esta causa yo te ruego que me envíes,
también, los otros libros que tienes publicados. Para no ser egoísta publicaré en el próximo
número de nuestra revista varias de las composiciones para placer de todos los jóvenes
universitarios. No te escribí antes, porque ya sabes lo esclavo de los acontecimientos que vivo.
Ahora estoy descansando por un mes en un pueblo de campo, y dispongo de tiempo para todos
los placeres de la vida contemplativa y libre, uno de ellos, lo que estoy haciendo: escribirte.
Respecto a nuestro movimiento universitario hay una tregua. Estamos esperando la
reanudación de las clases el próximo día 8 para ver en qué forma podemos dar nuestra batalla
por las conquistas de la verdadera Reforma. Si no se puede hacer nada en este Curso, que sea la
nueva muchachada que ingrese en la Universidad la que luche. No es que claudique, sino que
ardo en deseos de luchar en la vida nacional. Creo que la Reforma Universitaria no podrá ser
definitiva con este régimen social, ni que los estudiantes podrán, ellos solos, obtener todos los
fines. Creo, con Julio V. González, desde luego, que la Reforma Universitaria es parte de una
gran cuestión social, por esta causa, hasta que la gran cuestión social no quede completamente
resuelta no podrá haber Nueva Universidad.
Tú no sabes los enemigos que tiene, por lo menos en este país, el movimiento regenerador
universitario, los mayores enemigos son los mismos estudiantes faltos de ideología, o
envenenados con la ideología reaccionaria de los colegios religiosos. Estos forman gran mayoría
en nuestra Universidad de La Habana.
Así y todo se hará lo que se pueda. Yo tengo la firme convicción que siempre es bueno agitar
e intentar, a cada momento, una renovación. Con obtener la creación o el descubrimiento de
muchachos con inquietudes y rebeldías creo que se hace un gran beneficio social, por el
momento.
No dejes de enviarme revistas y periódicos que me hablen de la vida simpática de la
juventud de aquella lejana provincia de nuestra Magna Patria. Te adjunto el último número de
Juventud, y tan pronto vuelva a La Habana te enviaré libros y otras revistas.
Un brazo sincero de quien es tu amigo de veras.
1924
* Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Hasta que llegue el tiempo. La Habana, Editora Política, 2002, pp. 196-197.
Julio Antonio Mella
Declaraciones a El Heraldo
sobre la manifestación gubernamental
de gracias a los Estados Unidos
y la protesta estudiantil*
El pueblo de Cuba habrá comprendido en la mañana de ayer la estructura de este sistema social
que pretende tratar a los ciudadanos como esclavos o bestias de reata. Los gobiernos de esta
índole todo lo permiten, menos la protesta que pone de manifiesto el civismo del pueblo. Por
esto, ayer nos condenaron a una fuerte multa, y luego impidieron la libre manifestación de
nuestro pensamiento.
El gobierno de Zayas se ha jactado de permitirlo todo, pero cuando la protesta de la nueva
generación se pronunció contra los «guerrilleros» de ayer y los polichinelas disfrazados de
tiranos de hoy, atropelló e hirió a la juventud en el mismo parque donde anhela perpetuar cuatro
años de mal gobierno.
Pero el lugar está regado con sangre de la juventud rebelde y revolucionaria. Esa sangre ha
caído sobre él, y esa estatua, asentada sobre la sangre inocente y limpia de los universitarios es
la definitiva consagración de esta falsa democracia y libertad, que ha sido el gobierno de la
canallocracia, vendida al imperialismo capitalista yanqui.
1925
*El Heraldo [La Habana], 19 de marzo de 1925. Citado en Erasmo Dumpierre. J. A. Mella. Biografía. La Habana, Editorial de
Ciencias Sociales, 1977, p. 48.
Julio Antonio Mella
Los prejuicios del siglo bárbaro.
La pena de muerte y los crímenes oficiales*
El crimen oficial ya se consumó. En nombre de la Justicia, más vendada que nunca para no ver
la iniquidad, unos hombres mataron, a sangre fría, cumpliendo una orden, a otro compañero,
que no había cometido más delito que defender su vida y su honor según un criterio
rudimentario, que la misma sociedad les enseña.
Cayó… cayó el cuerpo robusto del infeliz que no tuvo talento para matar dentro de la coraza
de artículos del Código. Cayó el cuerpo de un hombre que no supo ser juez o gobernante para
ordenar irreparables sentencias de muerte, y dormir y comer tranquilo, como si fuese el infalible
Dios. Cayó asesinado legalmente por sus propios camaradas, que, con toda seguridad no le
odiaban, y eran sus fraternales amigos de ayer. Cayó frente a un piquete de soldados
uniformados, ante una pared expresamente levantada para el acto, entre músicas y banderas,
ceremonias, presentaciones de armas, soldados rígidos en atención, toques de tétricos clarines
profanados, multitudes de circo romano, que despertaban golosamente todos sus apetitos
atávicos de nuestro antecesor el salvaje. Cayó, pero de veras, y sin gloria, y sin arte, como en
una tragedia sangrienta del antiguo teatro helénico, un infeliz que no tenía más delito que ser
soldado. Como si el uniforme pudiese matar la personalidad de hombre…!
¿Cuya será la culpa? ¿De la ignorancia de las clases dominantes, o de la monstruosidad
criminal del pueblo corrompido que permitió el hecho terrible?
No importa; la responsabilidad cae toda sobre los que permitieron el crimen oficial.
¡Qué sonrisa, triste y despreciativa, provocará a nuestros nietos las tontas ideas de severidad
de los hombres de la época presente! La misma que nos provoca el suplicio de Hatuey, o la
prisión de Galileo. Cuba es libre a pesar de la hoguera encendida a su primer libertador, y la
tierra gira, a pesar del fallo de la inquisición.
¡La Pena de Muerte! Se aplica desde que existe el hombre sobre la tierra, y la aplicaban,
antes de esto, los animales para subsistir. Hoy el civilizado del siglo XX sigue el mismo
procedimiento: «la Pena del Talión», «ojo por ojo y diente por diente», «quien con hierro mata,
a hierro muere»… Desde Caín, «aplicando según sus medios legales», la Pena de Muerte a su
hermano, y rival en el cariño de Jehová, hasta el tribunal sentenciador del soldado Cabrera, las
sociedades han aplicado el castigo máximo sin poder terminar con la violencia sangrienta de los
criminales.
En toda Universidad se enseña hasta el cansancio la inutilidad de la represión con la vida.
Todos los textos nuevos, y profesores inteligentes, y alumnos estudiosos, están conformes en
que a la sociedad no le interesa castigar, ni vengarse, sino defenderse y reformar. A pesar de
esto, hombres de estudio ordenan la muerte de seres humanos, en nombre de un puesto de juez y
de un título de doctor, otorgados para defender la sociedad; pero nunca para horrorizarla y
degradarla con espectáculos canibalescos.
Los textos enseñan el efecto nocivo de las penas de muerte. En una ciudad europea unos
niños «jugaban al ahorcado» como habían visto en la plaza pública el día antes, tomando tan
buenas lecciones, que el compañerito que les servía de reo, murió por el frenesí diabólico con
que los muchachos imitaron las ceremonias y gestos de esa gran propaganda del crimen que son
las ejecuciones públicas y escandalosas. Cuando el último encuentro mundial de pugilato entre
un bárbaro americano y otro francés, uno de los espectadores salió de la fiesta prehistórica tan
sugestionado, que, al explicar el golpe decisivo de su ídolo, mató al oyente. Cuando se despierte
la fiera anestesiada por la civilización no hay duda que igualaremos a los cavernarios.
La mitad de la sociedad cubana se habrá horrorizado, y la otra mitad habrá gozado como
antropófagos ante el olor a sangre fresca.
¿Qué iban a buscar esas oleadas de público, antes de salir el sol, el día de la ejecución del reo
Cabrera, otra cosa que el sádico placer de mirar cómo una vida termina sangrientamente?
La pena de muerte estaba de hecho abolida en Cuba. Todo el pueblo la repelía, y nunca se
creyó que fuese bajo el régimen del Partido Liberal la época de su resurgimiento.
Es peligroso iniciar este festín sangriento. Una vez sentados a la mesa no nos importará de
quién sea la sangre. El pueblo romano de la decadencia inició su era de circo con gladiadores
esclavos, y con leones africanos. Pasado el primer momento, fueron los revolucionarios de
aquella centuria, los que suplantaron a los esclavos y a los animales. Cuando el pueblo se
acostumbre a ver periódicamente el asesinato legal de unos cuantos locos o enfermos, no sabrá
distinguir la causa del delito. Entonces no serán los «criminales vulgares» los que subirán al
patíbulo, sino los revolucionarios de hoy, los nuevos cristianos, los que la opinión pública
tildará de «criminales sociales más peligrosos que los anteriores». En el mismo instrumento en
que murió Narciso López van a ser ajusticiados criminales infelices. Para el régimen colonial no
había diferencia entre los estudiantes de la Punta, Jaoquín de Agüero, el citado Narciso López, y
cualquier asesino vulgar. Así podrá suceder aquí. Sucedió ya en Europa. Sería muy lamentable
traer a Cuba los sistemas de las sociedades decadentes del Viejo Mundo. ¿Puede el cursi
Mussolini, o el ridículo Primo de Rivera, tener imitadores en América? Allá se mata por tener
ideas sociales y predicarlas. ¿Todas las guerras de independencia van a dejarnos con un sistema
social que no sea nada distinto al de nuestra antigua metrópoli?
Proletarios, sois la única clase pura, la única clase que tiene interés en el futuro, ya que este
es vuestro. No debéis pedir clemencia a los que realizan un crimen legal, porque sería inútil.
Con Mirabeau debemos pensar: «es lo mismo el juez que sentencia y el verdugo que mata», y
añadiremos: «los que resucitan la pena de muerte, y teniendo potestad para indultar no la
utilizan». Ante el caos presente no tengamos fe en la regeneración por los sistemas actuales;
pero levantemos nuestro grito de protesta ante el terror que se inicia, ante la inútil severidad,
ante el crimen cometido en nombre de la ley arcaica y contra los principios de la ciencia nueva.
Hoy todo es farsa. Se mata a un hombre con música y paradas militares. Se obliga a sus
compañeros a convertirse en verdugos. Un soldado se alista para matarse, si es necesario, por
defender el régimen; pero nada puede obligar a un ser humano a convertirse en verdugo.
Hoy todo es farsa. En nombre de Cristo unos descendientes de Judas aprovechan el crimen
para hacer propaganda de la doctrina religiosa imponiendo al reo una ceremonia que le repugna.
La mansedumbre de los discípulos del que hizo que el Apóstol envainase su arma cuando
venían a prenderlo; porque ni aun a los enemigos se debía matar, demuestra cuán lejos están los
clérigos de hoy de la doctrina cristiana de que se dicen ser intérpretes.
¡Hombres nuevos de Cuba! No podemos pedir clemencia a los que han demostrado no ser
humanos; pero sí podemos, en este caso, como en todas las injusticias, sacar un nuevo odio y
una nueva rebeldía contra los que oprimen.
Y… cuando nos llegue la hora nuestra, por fatalismo histórico, digamos a los romanos
vencidos de este siglo la frase, todo un poema de justicia, de Breno: «Vae Victis»!
1925
* Tomado de El Heraldo, [La Habana], año 3. no. 536, 8 de julio de 1925, pp. 3, 4. Este artículo fue hallado por el prestigioso
investigador Ricardo Hernández Otero.
Rubén Martínez Villena
Carta abierta contra el encarcelamiento de Mella*
Sr. Presidente de la República.
Honorable Señor:
Ante la indiferencia del Poder Judicial y ante el silencio de parte de la prensa del país, está
sucediendo algo en Cuba de tal trascendencia, que nos obliga a todos los que abajo firmamos a
dirigirnos personalmente a usted.
En la cárcel de La Habana se halla detenido, como acusado de un delito imaginario, un joven
que hasta ayer fue menor de edad y estudiante de nuestro primer centro de enseñanza. Ese
joven, Julio Antonio Mella, por su actuación cívica y por sus campañas culturales, es
considerado por nosotros como un intelectual joven y honrado.
Mediante un auto fundado en meras sospechas policíacas y lleno de defectos que demuestran
claramente la premura de la redacción y la falsedad de sus fundamentos, ha sido encarcelado
con exclusión de fianza, en el fondo con el propósito de sustraerlo a la agitación universitaria de
estos días.
Julio Antonio Mella, rechazados los recursos legales interpuestos, sin que ninguna voz se
levante para defenderlo de la injusticia cometida en su persona, abandonado, por mezquinos
motivos, de todos aquellos a los cuales ha dedicado sus esfuerzos, ha resuelto, como única
protesta posible y extrema, morir de hambre entre los hierros de la cárcel.
Nosotros, como intelectuales, conocedores de la ideología de Julio Antonio Mella,
protestamos de la acusación de que él sea capaz de colocar bombas y ejecutar hechos que
pongan en peligro la vida de inocentes, mujeres y niños; sabemos que el deseo de elevarse como
celosos cumplidores del deber ante los ojos del gobierno, conduce a los subalternos a
exageraciones y errores desgraciados; y por este medio hacemos llegar a usted, señor
Presidente, este juicio nuestro, esta protesta nuestra, fundados, además, en motivos de
humanidad que no pueden ni deben serle ajenos.
Antes que la decisión desesperada del inocente llegue a un término funesto o sin remedio
posible, levantamos a usted nuestra voz para decirle la verdad y el significado de estos hechos,
para demandar de usted una acción que enmiende el yerro y restablezca la justicia, ya para que
en el caso terrible de que muera el estudiante desamparado que, para salvar la dignidad de Cuba,
está dispuesto a inmolarse, quede siquiera el pobre y extraoficial testimonio de nuestra protesta.
Quedamos de usted muy respetuosamente,
Enrique José Varona, Eusebio Hernández, Manuel Márquez Sterling, Enrique Roig, Germán
Wolter del Río, Fernando Ortiz, Luis Rosado Vega, Juan Antiga, Emilio Roig, Otto Bluhme,
Alberto Lamar Schweyer, Juan Marinello, José Tallet, J. Blanco Molina, Porfirio Barba Jacob,
Enrique Serpa, Eduardo Avilés Ramírez, José A. Fernández de Castro, Adolfo Nieto, Rubén
Martínez Villena, J. de la Carrera, Federico de Ibarzábal, Pedro M. de la Concepción, Hortensia
Lamar, Guillermo Martínez Márquez, Armando Leiva, J. Abelenda, Miguel Ángel de la Torre,
Orosmán Viamontes, José Manuel Acosta, Gustavo Aldereguía, Francisco Domenech, Federico
Miranda.
1925
* Tomado de Rubén Martínez Villena. Poesía y prosa. La Habana T. II, Letras Cubanas, 1978, pp. 342-343. Aparecido en El Día,
13 de diciembre de 1925.
Gustavo Aldereguía
Pueblo de Cuba: ¡ponte de pie…!*
Hasta ayer nuestro deber de médico, nuestra devoción profesional, junto al camastro inmundo
que la injusticia republicana deparó al arquetipo de la futura juventud cubana: al joven heroico,
gallardo, cuya figura al descarnarse se agiganta afirmativa y digna; siempre vertical, nunca
yacente. Hoy dejadme volcar la emoción, gritar mi verdad ante el país espantado y atónito,
sacudido por una vibración angustiosa, torturado por una interrogación que en vano se repite
desde hace once días que pasaron en abrumadora lentitud.
En tanto que los libres piden justicia, los sumisos claman piedad: aquellos imprecan y
maldicen, estos sollozan y rezan; divina y encendida rebeldía de los unos, mansedumbre opaca
de los otros, pero en todos palpita la inquietud y acompasan su corazón, en rítmicos latidos, a
los latidos del corazón de Mella, que no quiere desfallecer, que no debe morir. Cuántas veces al
auscultarlo me pareció escuchar voces de anunciación, voces augurales de un mañana mejor.
Frente a la aquiescencia y la pasividad de los poderes inconmovibles, dispuestos con avidez
romana a que el sacrificio se consume, frente a voluntad de ella, heroica y resuelta, dura y
enhiesta; por encima de las pasiones malsanas que sabemos serían capaces de crucificarlo, por
encima de su estoicismo, sereno y abnegado, está la ciencia que lucha por su vida seriamente
amenazada, está la ciencia que lo reclama en nombre del mañana, de un mañana, libre de
coyundas, libre de prejuicios, libre de injusticias.
Está el futuro que no quiere que muera.
¡Qué alarde de fuerzas para su traslado! Para el traslado de su cuerpo caquéctico y
maltrecho, como si las ideas pudieran esposarse, como si el contagio mental de estos hombres,
cultores de pueblos, plasmadores de ideales, pudiera acogotarse con la fuerza pública y
yugularse con el miedo.
Mella y los obreros siguen presos a despecho de todo, contra toda la simpatía del pueblo que
se ha puesto a su lado unánime y rotunda. Mella sigue su ayuno absoluto, y cada día que pasa es
para su martirologio un día menos de vida, hasta que resplandezca la justicia o llegue la
liberación definitiva.
¡Pueblo de mi patria! ¡Oriente mío! Abandona tus divisas políticas que te mantienen esclavo
y de rodillas, y, ponte de pie, en gesto de protesta, apretado el labio, presto el yo acuso que
exige la hora, viril, rebelde, digno.
1925
* Fragmento de las Declaraciones de Gustavo Aldereguía a la prensa en relación con el estado de salud de Mella, a los once días de
la huelga de hambre (17 de diciembre de 1925), poco después de ser trasladado de la cárcel de La Habana a la Quinta de
Dependientes. Archivo del Instituto de Historia de Cuba.
Julio Antonio Mella
Cartas a Oliva Zaldívar
México, 12 de octubre de 1927*
Querida Olivín:
En mi poder tu última del cinco. Veo que ya tienes resuelto todo lo del viaje. Pero ¿pasa por la
Habana ese vapor de turista?
¿Sabes ya los requisitos que tienes que llevar para viajar sola? Creo lo mejor decir, como yo,
que solo vienes por 6 meses.
Sobre el dinero que te falta no sé qué hacer. Papá, como desde hace dos años, mantiene la
misma inestabilidad. Díjome que te iba a enviar. Pero no sé más nada. Te enviaré mañana unos
35 o 40 dólares. Es lo más que puedo hacer no te imaginas [hay una palabra ilegible, pero
parece decir] «Hofman», como lo que tienen allá los tintoreros. Gano 25 dólares semanales.
Pronto ganaré más, aquí o en otra casa.
De allá nadie ha contestado una sola carta. Tampoco un telegrama que puse tras antes de
ayer ofreciendo ir si el movimiento era serio para ayudar al P. en su labor.
Bueno, al diablo. Me concretaré a lo de Cuba. La carta que me envías del P. está muy buena.
Pero sobre la U. N. tienen equivocaciones o la situación cambió ya. Las gentes de aquí de la U.
N. prueban que sí irán hasta donde sea necesario.
Me alegro de que Salvador embarque para Rusia. Igualmente Gustavo. Le convendrá mucho
estar al lado de su mujer en Europa. Se equilibrará y sanará. Estoy bien. Trabaja y cosa rara,
toma parte en el trabajo del P. Debes ver qué es lo que vas a traer. Escríbeme sobre esto. Hay un
libro que me interesa me envíes por correo enseguida. «Las Universidades Populares» de L.
Palacios. Úrgeme mucho. Lo espero.
No traigas todos los libros. Tampoco los de cuestiones sociales, mis recuerdos de agitación
porque registran y los quitan. Aquí hay de todo. Lo que sí desearía es que no desaparecieran.
Dime dónde piensas guardarlos bien seguro hasta que volvamos a Cuba. Me sería muy doloroso
perderlos.
No olvides contestar esta carta, PUNTO por PUNTO. Hazlo a la dirección de Dr. Miguel
Suárez (para Julio A. Mella) 325 W-82 rd. Street. New York N.Y. U.S.A.
Acabo de recibir tu cable. Bien. Te espero. Pero lo que no sé es si tienes dinero, si Papá
envió bastante o todavía debo enviarte. Si no te envió avísame. Pero no podré enviar + de 35 o
40 por ahora.
Otra cosa:
¿Por qué llegó tan tarde la carta de Cuba?
Y las direcciones del sobre, por qué no llegaron. Ellas me anunciaban el envío de buenas
direcciones secretas. Qué has hecho de ellas.
Contéstalo todo. Escribe tu carta con esta delante.
[Firma con el nombre de Julio]
* Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Hasta que llegue el tiempo. Op. cit., pp. 215-216.
1 de noviembre de 1927*
Mi querida Olivín:
No sabes cómo me encuentro. Un poco más y me llevan para un manicomio o una cárcel. Tus
cartas indicaban una contestación mía para decidir y antes de recibirlas decidiste. Cuando ya
tenía todo preparado para irme y recibo un cable de Rafael en que me decías que tú habías
salido para esta: New York. Como me pensaba ir había ya dejado el trabajo y ahora resulta que
llevo una semana sin dinero, sin trabajo, etcétera. Por una carta de Gustavo parece que tú estás
en La Habana.
Puse un cable a papá diciéndole que esperaban esta. Ya a México te había contestado las
cartas. Primero. No puedo quedarme aquí. Me es imposible vivir solamente comiendo y
durmiendo.
Después de trabajar unas doce horas al día, no se puede hacer nada más. Ahora necesito ir
enseguida a la ciudad de donde vine. Voy a ingresar en la Universidad. Aquí no tengo porvenir
alguno. He determinado acabar la carrera. A Cuba no podré volver más nunca, Machado será
eterno. La U.N., por las noticias que tengo, no hará nada. Entonces Cuba no tiene más solución
que la revolución proletaria en otros países. Es terrible haber nacido en un maletín de mano…
Así soy yo en Cuba. Si sigo dependiendo de Cuba no me desarrollaré más que lo que es posible
en pedazo tan miserable de tierra, miserable por su tamaño, miserable por su ideología de los
que podrían hacer algo. Solamente los obreros, solamente ellos, podrán hacer algo, cuando el
tiempo les llegue, pero por hoy…
Segundo. En esta situación no me es posible permanecer y he de volver a México enseguida.
Yo sé bien los compromisos que tengo contraídos, el deber que tengo de mantener a Nachta y a
ti, mientras no puedas trabajar. Pero, ya sabes: vivir aquí me es imposible. No olvides tampoco
el aspecto político. En cualquier momento de agitación me expulsarían. En vista de esto es que
te decía en carta enviada a México que tu decisión de irte para Camagüey me parece correcta
aunque dolorosa.
Pero más doloroso sería que Nachta se enfermase o tú. No sería una partida muy larga. Hasta
que yo me arreglase y pudiese encontrarme entradas extras.
Escríbeme, escríbeme. ¿Por qué embarcaste sin decirme nada?
Lamy
1927
* Tomado de Adys Cupull y Froilán González. Julio Antonio Mella en medio del fuego: un asesinato en México. México, D.F.,
Ediciones El Caballito, 2000, pp. 177-178.
Julio A. Mella
Los emigrados revolucionarios al pueblo de Cuba*
Conciudadanos:
Los luchadores que el machadismo ha hecho salir de la tierra en que les tocó nacer se han
organizado para continuar la lucha.
Desde tierras lejanas enviamos nuestro saludo y nuestra solidaridad a los que todavía luchan
en ese cementerio de todas las libertades que es la Cuba de Machado en 1928.
Nos organizamos para divulgar la situación de la República —los crímenes del poder y las
rebeldías de las multitudes— sin importarnos los gritos de los «guatacas» que nos llamaran
antipatriotas. No hemos salido de Cuba por nuestro gusto. Cuando sea necesario daremos otra
vez el presente en las filas de los que luchan dentro de la República para abatir el régimen
despótico actual. La lucha es internacional, como internacional es la fuerza que sostiene al
gobierno de Cuba: el imperialismo capitalista. Procuraremos hoy obtener la solidaridad moral
de todos los hombres progresistas del mundo para la lucha del pueblo cubano. Y mañana,
llegado el momento, aportaremos también la solidaridad material para derribar al déspota
sanguinario, si esto llega a ser necesario. Mientras tanto, nos preparamos en el estudio y en las
vicisitudes de la emigración para ser más útiles a todas las clases oprimidas de Cuba.
Nuevos Emigrados Cubanos:
Os invitamos a todos a militar en esta nueva organización, que ya tiene delegaciones
constituidas en varios lugares del mundo, con el fin de cumplir en este momento histórico
nuestra misión, como ayer la cumplieron los antiguos emigrados.
¡Viva Cuba Libre e Independiente!
¡Viva la Solidaridad Internacional de los Revolucionarios!
¡Guerra a Muerte al Imperialismo Yanqui!
¡Luchemos por Vengar a los Caídos Haciendo Justicia!
¡Unámonos Todos los Cubanos Oprimidos para la Destrucción del Régimen Despótico de
Machado!
Por la Delegación Central de la ASOCIACIÓN DE LOS NUEVOS EMIGRADOS
REVOLUCIONARIOS DE CUBA.
Julio A. Mella
Secretario
México, Mayo de 1928.
Nota: Próximamente saldrá el manifiesto de la Asociación y el Programa.
* Cuba Libre!… Para los Trabajadores [México D. F.], año 1. no. 1, mayo de 1928, p. 4.
Julio Antonio Mella
Grandioso mitin del Frente Único Manos Fuera de Nicaragua*
El mitin organizado por el Frente Único Manos Fuera de Nicaragua para el domingo 1º del
corriente, constituyó una formidable afirmación del sentimiento antimperialista que ha
provocado entre los trabajadores de México la intervención en Nicaragua y la heroica lucha de
Sandino.
* Tomado de El Machete [México, D. F.], año 4, no. 109, 7 de abril de 1928, pp. 1,4.
El doctor Carlos León
A las 11 y minutos de la mañana, el teatro Virginia Fábregas se hallaba ocupado en toda su
capacidad, teniendo que permanecer en pie muchos asistentes, hombres y mujeres.
Después que el compañero Julio Antonio Mella, a nombre del Comité Manos Fuera de
Nicaragua abrió el mitin, tomó la palabra el doctor Carlos León, representante de la UCSAYA
(Unión Centro-Sud-Americana y Antillana), diciendo, en síntesis, que la valiente actitud de
Sandino ha servido para que el pueblo y algunos pensadores norteamericanos, como el
periodista Carleton Beals que entrevistó al general Sandino y dio a conocer en Estados Unidos
que aquel a quien llamaban bandido, era en realidad un heroico libertador, se dieran cuenta de
las maniobras infames de Wall Street. Pidió que se llevara a cabo un efectivo boycot contra las
mercancías americanas, contra las películas estadounidenses, etcétera. Terminó leyendo, entre
aplausos ensordecedores, el siguiente telegrama del poeta Froylán Turcios, representante de
Sandino en Honduras:
«TEGUCIGALPA, HOND., 30 DE MARZO 1928.
MAFUENIC, REPÚBLICA DEL SALVADOR 94, MÉXICO CITY.
NOMBRE SANDINO SALUDO NOBLE PUEBLO MEXICANO. TURCIOS»
Al acabar de hablar, el doctor León inició una colecta para el fondo de ayuda a los heridos de
Sandino. Varias compañeras pasaron a la sala con ánforas cerradas que recogieron numerosos
donativos.
Carleton Beals
A invitación de los organizadores del mitin, tomó la palabra el periodista Carleton Beals,
representante del periódico liberal americano The Nation. Aludiendo a la necesidad de decir
unas palabras ante el auditorio que lo ovacionaba y, aplaudía entusiasmado, Beals comenzó de
modo jovial: «Francamente, esta ovación me asusta más que los aeroplanos. Esta ovación la
tomo como una prueba de que los pueblos pueden vivir en concordia, siempre que sea sobre la
base de la justicia internacional.» A continuación dio las gracias al doctor León y a Froylán
Turcios, «único representante de Sandino en el exterior», por las facilidades que le prestó para
realizar su entrevista con el héroe nicaragüense. «Quiero dar gracias también al mismo general
Sandino, por la atención que me proporcionó. El hecho de que yo hubiera ido al campamento de
Sandino y regresado sin que me fuera tocado ni un solo cabello de mi cabeza nórdica, es otra
prueba de que los pueblos se entienden entre sí, por encima de los interese capitalistas que
pretenden enfrentarlos.» «El pueblo americano es sano y hasta idealista —siguió diciendo
Beals— pero está corrompido por un grupo de gobernantes y negociantes que representa allá lo
que representa aquí el grupo de los Díaz, Moncada, Gómez, etcétera.» Calurosos aplausos
recibieron las últimas palabras del periodista Beals, que repitieron una frase textual que el
mismo Sandino le encargó dar a conocer: «Que no todos los nicaragüenses son bandidos, ni
todos los bandidos son nicaragüenses.»
Jolibois Fils
El presidente de la Unión Patriótica Haitiana, Jolibois Fils, inició su conmovedor discurso (que
fue traducido del francés por un compañero de la Liga Antimperialista) pidiendo un homenaje a
Sandino y a las víctimas de Ocotlán, homenaje que fue tributado por toda la asamblea puesta en
pie. Acto seguido, el líder nacionalista haitiano hizo una reseña de los atropellos y crímenes de
los policías de Wall Street, «que se han cebado en Nicaragua como una bandada de cuervos».
Manifestó su agradecimiento a la prensa, a la CROM que lo «acogió con aplausos y le permitió
dirigir la palabra a los obreros organizados», a la Federación de Estudiantes y a otras
agrupaciones que lo recibieron fraternalmente. «En Haití —dijo— hay un verdadero hermano
de Adolfo Díaz, y es Borno, impuesto por las bayonetas de Wall Street, que han hecho de él una
simple colonia de Estados Unidos. La ocupación de Haití dura ya trece años, desde que fue
disuelta por la fuerza la Cámara de Diputados, y desde entonces no se han verificado elecciones.
Todos los empleos altos los ocupan americanos que ganan grandes sueldos, mientras los
haitianos apenas tienen con qué comer.»
Los gobernantes yanquis dicen que el pueblo haitiano es todavía muy ignorante para
gobernarse a sí mismo, pero esto no les ha impedido obligarlo a reformar la Constitución en
provecho de los intervencionistas, del modo más cínico, 15 000 haitianos han sido asesinados
por las bombas de los aeroplanos yanquis. Terminó su discurso el camarada Jolibois reseñando
algunos de los bestiales crímenes cometidos por las fuerzas de ocupación americanas y
recordando el caso de Noruega que en 1864, viéndose amenazada por Prusia, pidió ayuda a
Austria, que se la negó, teniendo que sufrir después la misma opresión del imperialismo
prusiano. «Nosotros los haitianos somos la Noruega de América que viene a pedir ayuda a
México para librarse del yugo imperialista. Como Austria estaba cerca de Prusia, México está
en la frontera con Estados Unidos y puede llegar a prestarnos ayuda. Para que esto se realice lo
antes posible, tenemos que hacer una gran unión de nuestros veinte pueblos americanos, a fin de
que presten una ayuda efectiva a la obra de edificar una gran nación que pueda vencer a los
Estados Unidos.»
Grandes aplausos acogieron el valiente discurso del líder nacionalista haitiano.
Informe del Comité
El Secretario General del Frente Único «Manos Fuera de Nicaragua» informó en breves
palabras sobre las actividades del mismo, manifestando que en los dos meses que han
transcurrido desde su fundación ha logrado constituir un frente único a favor de la lucha de
Sandino, no solo en la ciudad de México, sino también en muchos lugares del país y aun en el
exterior. Informó que hasta el presente, sin contar la colecta hecha en el teatro ni la que estaba
realizando un Comité de estudiantes, la cantidad recogida por «Manos Fuera de Nicaragua» es
de $3 830,12. Hizo notar el hecho de que es el Estado de Puebla el que más ha contribuido a la
colecta, que se ha realizado mediante la venta de distintivos y por medio de ánforas que se
abrieron ante notario público. Dio lectura al cablegrama de Froylán Turcios que ya publicamos
en nuestro número anterior, en el cual se acusaba recibo de la cantidad de 250 dólares, e
informó también que en los primeros días de la semana había salido un delegado del Frente
Único llevando la cantidad de 1 000 dólares para los heridos de Sandino.
Terminó el Presidente del Comité «Manos Fuera de Nicaragua» agradeciendo la cooperación
del Sindicato de Tramoyistas y de la Unión de Empleados de Teatros, miembros de la CROM,
que dieron toda clase de facilidades para la celebración del mitin, lo mismo que el empresario
señor Campo que hizo un considerable descuento en el alquiler del teatro.
El profesor Ramos Pedrueza
Siguió en el uso de la palabra el profesor Rafael Ramos Pedrueza, que hizo un resumen de las
campañas realizadas en el curso de cinco años por la Liga Antimperialista de las Américas, en
todo el continente. En un conceptuoso y elocuente discurso que fue aplaudido entusiastamente,
el profesor Pedrueza se refirió a los móviles de la política imperialista en la América Latina,
aludiendo al proyecto americano de construir un nuevo canal que substituya al Canal de Panamá
en el posible caso de que este sea destruido por los bombardeos en una futura guerra
imperialista, canal que se ha proyectado construirlo en Nicaragua. «La riqueza y el poderío de
los Estados Unidos —dijo el Profesor Pedrueza— no son para las clases pobres, para el pueblo
estadounidense, sino para un pequeño grupo de privilegiados criminales.» Finalizó su discurso
el profesor Pedrueza haciendo hincapié en la necesidad de organizarse y prepararse para poder
contestar a la violencia de los imperialistas con la violencia de nuestra defensa; «porque la
mejor respuesta a los aviones criminales del imperialismo —dijo— no la dan los discursos ni
los escritos, sino los rifles libertarios de Sandino.» Hizo un recuerdo de los estibadores y de los
jóvenes estudiantes que cayeron sobre sus ametralladoras cuando la ocupación de Veracruz por
las fuerzas americanas, ponderando esa actitud valiente como la única que, llegado el momento,
podrá salvar a los pueblos latinoamericanos de la invasión imperialista. Refiriéndose a la
Conferencia Panamericana de La Habana, dijo que en esa mascarada no estuvieron
representados los pueblos sino los gobiernos, gobiernos que, como los del Perú, Venezuela,
Nicaragua y Cuba, deshonran a sus respectivos pueblos. «El panamericanismo —dijo— agonizó
en La Habana. No sólo está bien muerto, ya hiede.» Evocó en Sandino, a un nuevo «Quijote de
treinta años» que tiene por campo las selvas tropicales de Nicaragua, hizo ver el contraste
existente entre la colecta hecha por los ricos para el viaje aéreo México-Washington, que ha
producido $40 000. Concluyó su discurso el profesor Pedrueza diciendo que el dinero que se
gasta en Conferencias Panamericanas debería gastarse en comprar cañones, fusiles y
ametralladoras para que pueda ser efectiva la defensa de nuestros pueblos y respaldemos con la
acción el grito de la Liga Antimperialista: «¡Fuera los yanquis imperialistas de América
Latina!»
Belén de Sárraga
A nombre del Comité Manos Fuera de Nicaragua, pronunció el discurso final la señora Belén de
Sárraga, que comenzó por manifestar su satisfacción al verse elegida para representar al Comité,
pasando enseguida a hacer un brillante análisis del imperialismo en la antigüedad, en sus formas
militares y políticas, siguiendo hasta el imperialismo moderno de los multimillonarios y de los
trusts capitalistas. En trazos breves y enérgicos, la distinguida oradora anticlerical bosquejó las
fuerzas en lucha: de un lado el trabajo organizado y de otro los capitalistas que se asocian
también en sus grandes trusts. Señaló el hecho, evidente en Nicaragua y en otros países, de que
el imperialismo capitalista deja sentir su influencia en las cuestiones políticas de una nación,
mediante el oro que corrompe las conciencias y mediante la oferta de altos puestos públicos. De
este modo han podido producirse gobiernos como el de Adolfo Díaz en Nicaragua y Juan
Vicente Gómez en Venezuela. Pero «solamente cuando los pueblos sean soberanos, serán
responsables de lo que sus gobiernos ejecuten». Refiriose después la señora Sárraga a la guerra
del 47 en que México fue despojado de varios estados, y al caso de Colombia despojada de
Panamá, que, aparte del caso palpitante de Nicaragua, son un exponente de la política
imperialista yanqui en su forma violenta. Hay, sin embargo, otra forma de esa política
imperialista, y ella es la introducción taimada y cautelosa, la política de las inversiones y de los
empréstitos, que al final trae la intervención armada «para defender los derechos de los
ciudadanos norteamericanos». Concluyó la oradora haciendo un cálido elogio de la labor
emprendida por el Comité «Manos Fuera de Nicaragua» y haciendo resaltar el hecho de que al
abrirse las ánforas de las colectas realizadas, no se encontró ninguna moneda de oro; casi el total
de los donativos se recogió en puras monedas de cobre, entre las que había muchas piezas de
uno y dos centavos. «Y es que la moneda de oro se da para los toros, se da para los teatros
donde se va a ver cupletistas desnudas; la moneda de cobre se da para la defensa de la justicia.»
Nutrida salva de aplausos aprobó las últimas palabras de la brillante oradora anticlerical.
Telegramas de adhesión
Fueron leídos telegramas de adhesión al acto enviados por la Liga Antimperialista local de
Puebla, por 1 300 trabajadores de la fábrica textil de Metepec, Puebla,; por las Locales
Comunistas de Puebla y Tlaxcala; por el Comité Local de Tehuacán Pro-Nicaragua, de Puebla,
y por la Sucursal del Partido Ferrocarrilero Unitario en el mismo estado.
El mitin terminó a las dos de la tarde. A la salida del teatro, numerosas solicitudes de ingreso
a la Liga Antimperialista fueron llenadas por los asistentes al magno mitin.
1928
Julio Antonio Mella
Carta a Tina Modotti*
Veracruz, 11 de septiembre
Mía cara Tinissima:
Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de
asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que
cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas.
Tu figura no se me ha borrado en todo el trayecto. Todavía te veo de luto, traje y espíritu,
dándome el último saludo y como queriendo venir hacia mí. Tus palabras también las tengo
acariciándome el oído. Y cuando llegué al trópico, y comenzó el festín del calor, con la selva y
el cielo azul, ya sabes que me parecía ver en cada espesura su complemento: aquella espalda
con aquel pelo negro, suelto como una bandera, que era mi consuelo al no poder verte. Bien,
Tina, perdona que no sea tan largo, estoy agotado. Creo que voy a perder la razón. He pensado
con demasiado dolor en estos días y hoy tengo todavía abiertas las heridas que me ha producido
esta separación, la más dolorosa de mi vida. Si ya te has serenado, escribe. Pon un poco de paz
en mi espíritu. Cada vez que pienso en mi situación, me parece que estoy en la entrada de un
cementerio. Te quiero, serio, tempestuosamente. Como algo definitivo. Tú dices que me quieres
igual a mí. Si solucionamos esto, tengo la convicción de que nuestra vida va a ser algo fecundo
y grande. Pero me repites lo de antes, que no estás dispuesta a soluciones. Por mí, Tina he
tomado con mis propias manos mi vida y la he arrojado a tu balcón, cómplice de nuestros
amores. Algunas veces he creído que soy un niño y me tienes lástima. Si no, explícame qué
amor es este que me lleva a la desesperación. Dime cuál es la esperanza. Si no deseas estar en
México, nos vamos juntos a Cuba o a la Argentina. Tina, no está en mí suplicarte, pero a
nombre de lo que nos amamos, dame algo cierto, algo que no sea un humo. Conmigo no hay
que temer. Allí va, no un beso, porque ya no tengo alma, pero sí un recuerdo muy cariñoso para
mi madrecita. También esta lágrima que saltó sobre los tipos de la dactilográfica que tú has
socializado con tu arte.
Salud camarada
* Tomado de Christiane Barckhausen-Canale. Verdad y leyenda de Tina Modotti, La Habana, Casa de las Américas, 1989, pp. 141143.
Julio Antonio Mella
Carta a José Antonio Fernández
de Castro*
México, DF 10 de diciembre de 1928
Querido amigo y compañero Fernández de Castro:
Primera carta que te escribo desde tu partida. Pero esto no quiere decir que sea la primera vez
que piense en ti. Tú te imaginas las razones que motivan no exista una frecuente
correspondencia entre nosotros. ¡Safety First! Así dicen muy justamente los gloriosos vecinos
del Norte que han impuesto sus normas democráticas en nuestros países.
Todavía utilizo tu gran presente: aquel tejano magnífico. Va conmigo a los mítines de
agraristas, a los paseos campestres y hasta a los urbanos… Posiblemente estará conmigo hasta
que asista no a mítines, ni a paseos… Siempre vivirás en mi cabeza.
He aquí la causa esencial de esta carta. Tú sabes cómo andan mis negocios por aquí. Van
bastante bien. Pero la propaganda siempre es bueno intensificarla. Necesito para un[a] agencia
de propaganda de los Estados Unidos una fotografía que salió en el Diario de la Marina, de
donde eres digno redactor, correligionario, etcétera, para extender los nuevos procedimientos
utilizados en el ramo industrial a que me vengo refiriendo. Más adelante te doy la fecha exacta
del periódico. Pero no quiero un periódico, sino el original de la foto, esto es el negativo, en
caso contrario, dos o tres copias del mismo. En el caso de que consigas lo primero, esto es, el
negativo, envíamelo para acá. En el caso segundo envía una copia a 80 East 11th St., a nombre
de Karl Reeve, en el Room 402, de New York y la otra a mí certificada. ES MUY
IMPORTANTE QUE NO DEJES DE HACERME ESTE FAVOR CON BASTANTE
RAPIDEZ, LUEGO, LUEGO, CON TODA LA RAPIDEZ DE QUE SEA CAPAZ UN
CUBANO. Los gastos, son tan pocos, que pueden correr por tu cuenta para reembolsarte
después de que el negocio prospere.
* Historiador y ensayista cubano, José Antonio Fernández de Castro (1897-1951) dirigió el Suplemento Literario del Diario de la
Marina entre 1927-1930. El original se halla en la Biblioteca Nacional José Martí.
Cuéntame de tu país. ¿Qué tal están por allá? Dichosos ustedes los cubanos que han
asegurado la paz perpetua bajo el régimen democrático y tolerante del general Machado. ¡Qué
Dios lo guarde por muchos años! Aquí, después de la muerte de Obregón se ha formado el gran
lío como dicen los cubiches, chico. Y todos esperamos la próxima bola que será terrible y
segura, con el consiguiente malestar para los hombres de negocios, ¡Oh! Pobre Patria, Don
Porfirio era malo. ¿Pero estos? Calle… mos aunque Calles no es factor… Hablar contra lo que
llaman Revolución es un grave delito y, después de todo, claro está, ¿qué nos importa a
nosotros? Trabajo y Paz es lo que deseamos. Así dicen está Cuba. Hay trabajo, y paz. Felices
sean.
Te abraza tu amigo y compañero
Juan [Manuscrito]
Puedes escribir a Maroff p.c [¿por correo?] [manuscrito]
[Al dorso de la carta]
[Manuscrito]
El # del Diario no lo encuentro. Es de la época de la Conferencia Panamericana y se refiere a
la foto del brazo, el tiburón, etcétera.
Si te parece más seguro no escribes a México, sino a los EE. UU. con el encargo que [es] de
allí. Me envías las cartas y fotos a mí.
[Por el costado]
[Manuscrito]
J. Fernández de Castro
Diario de la Marina
Habana
Carta mecanografiada
1928
Julio Antonio Mella
Cómo llevar a cabo la Unión Sindical*
VARIAS FEDERACIONES OBRERAS ESTATALES. Federación Obrera y Campesina de
Michoacán, Federación Obrera de Tamaulipas, Confederación Obrera de Jalisco, Confederación
de Sindicatos Obreros y Campesinos de Durango, Confederación de Sindicatos Obreros y
Campesinos de Nayarit, Liga Obrera y Campesina de Coahuila, Federación Obrera de Nuevo
León, Cámara del Trabajo de Nuevo León, Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos
de Occidente, y Liga Nacional Campesina, han convocado para el 25 de enero a una gran
asamblea de todas las organizaciones obreras y campesinas de la República.
La importancia de esta Asamblea está en los puntos que va a tratar y en el carácter de las
representaciones.
Es la primera vez en la historia del proletariado mexicano que se convoca a una asamblea
espontánea del proletariado industrial y campesino, para tratar asuntos similares.
* Tomado de El Machete, 12 de enero de 1928, pp. 1, 4. Texto publicado post mortem, con el seudónimo de Juan J. Martínez.
La Unidad Sindical
El punto más importante a tratar es el no. 13 de la convocatoria (que publicó El Machete en su
número anterior):
Unificación Sindical Nacional
a) Cómo realizarla.
b) Línea de conducta ante las organizaciones que no concurran a la asamblea.
La asamblea se reúne con el fin de unificar al proletariado mexicano. No es una reunión para
agrupar a unos cuantos sindicatos bajo las órdenes de un grupo de líderes que hagan el juego a
la política burguesa. Un carácter netamente clasista impera en todo el programa.
¿Cuál es el modo de hacer la unidad sindical? Es una tarea larga y no es posible suponer que
la conquista mayor del proletariado se podrá obtener en unas cuantas horas. Pero la gran
Asamblea dará los primeros pasos. A nuestro juicio, la manera más efectiva de agrupar al
proletariado mexicano es reunir a todos los sindicatos autónomos que no pertenecen a ninguna
central sindical y que han sufrido grandemente por su aislamiento. El agrupamiento de varios
centenares de trabajadores en una Confederación Unitaria Sindical es el más grande servicio que
se puede prestar a la causa del trabajador en México. Esta Confederación habrá hecho la parte
más importante de la unificación nacional. Después le quedará como tarea ser un ejemplo para
el resto del proletariado organizado del país; para la CROM y para la CGT. No [es] en el terreno
de la teoría y de las discusiones inútiles donde se va a comprobar cuál táctica es mejor, la de
colaboración de clases, la de la confusión política del laborismo con la organización sindical, la
del apoyo incondicional a los gobiernos (el apoyo a Calles), en fin, la táctica que siguió la
dirección de la CROM; o la de la constitución de una secta en donde solamente quepan los que
predican y aceptan el anarquismo, los que no quieren ver que existe el Estado y olvidan las
luchas diarias por el paraíso lejano del anarquismo y no saben que el obrero tiene que comer y
mejorar día a día; la táctica llamada anarquista que han seguido los líderes de la Confederación
General de Trabajadores y que no ha dado más resultado que el debilitamiento progresivo de la
organización; o la táctica nueva que se va a probar con la nueva organización sindical que
deberá surgir, la táctica de reconocer que la fuerza principal de los obreros depende de sus
propias organizaciones y no de los favoritismos que gobernantes más o menos liberales les
quieran hacer, la táctica que haga al obrero adquirir conciencia de sus fuerzas para la lucha
diaria, por la educación constante en los principios revolucionarios del proletariado; la táctica
que no olvide que en la sociedad existe una guerra de clases declarada por la burguesía contra el
trabajador, y que esta se lleva a cabo en todos los terrenos, que la burguesía no cede porque sea
buena o tenga «corazón», sino por la presión organizada de los trabajadores: la táctica que
predique constantemente que la lucha no podrá terminar hasta que los obreros y los campesinos
tomen lo que les pertenece —las tierras y las fábricas— y establezcan una producción colectiva
sobre las ruinas de la producción individualista, burguesa y de explotación máxima del actual
régimen capitalista. Pero si esta táctica ha de ser efectiva, si se ha de llegar a esa meta ansiada,
no se podrá olvidar las luchas diarias: hacer que se cumpla la JORNADA DE OCHO HORAS;
que los NIÑOS y las MUJERES no sean asesinados impunemente en las fábricas por la
explotación del patrón; que se INDEMNICE a los obreros despedidos injustamente; que se
detengan los PAROS Y REAJUSTES, verdaderas ofensivas contra los trabajadores; que no se
asesine a más agraristas; que no se rompan las huelgas…
La posición de la nueva organización ante el resto del proletariado
Esa nueva organización y su lucha serán el mayor servicio a la UNIDAD SINDICAL en
México. ¿Por qué? Porque harán la UNIDAD SINDICAL REVOLUCIONARIA, que es la
única útil para la clase obrera.
¿Podrán las organizaciones autónomas aceptar hoy el ingreso en la CROM o en la CGT?
Esto sería el suicidio del movimiento sindical.
Los que ingresaran a la CROM tendrían que aceptar toda la táctica enunciada de los líderes
actuales, tendrían que ser juguetes de las maniobras personales del grupo Acción, someterse a su
política y no protestar. Ya se sabe que la CROM adoptó un acuerdo en una de las reuniones que
tuvo con la American Federation of Labor, en el sentido de que no podían existir comunistas ni
radicales en las organizaciones adheridas a la CROM. Ahora bien, este acuerdo no se ha
aplicado solamente a los comunistas los cuales han sido asesinados (como Tobón) y expulsados
con más rigor del que la policía emplea para perseguirlos, sino que se ha aplicado a todos los
obreros que han pretendido hacer valer las miserias y dolores de su clase contra la poca
efectividad de la táctica de los líderes. Hacer la unidad con la CROM de hoy —a pesar del
respeto que se debe tener a los grupos revolucionarios que existen en ella— sería hacer la
unidad con aquellos hombres que tantas huelgas han roto y que tanto mal han hecho al obrero;
sería entregar a las organizaciones autónomas en manos de los lugartenientes de la burguesía y
del imperialismo, que utiliza la American Federation.
¿La unidad con la CGT?
No se concibe que de la noche a la mañana todos los obreros acepten el ideal y las tácticas
anarquistas… inconvenientes para la lucha actual.
¿Cuál debe ser la posición correcta ante las otras organizaciones sino se va a pedir la
afiliación incondicional a los laboristas, ni a los anarquistas?
Ya dijimos algo; ser un ejemplo. Luchar con las nuevas tácticas anunciadas, organizar a los
millones de obreros mexicanos desorganizados en México y en los EE.UU., y probar con
hechos cuál es el camino más útil para la verdadera revolución social —la que emancipa al
obrero y al campesino y no la que tan sólo se escribe al final de las cartas y manifiestos.
Cuando los obreros mexicanos se den cuenta de que deben de estar unidos en una sola
organización nacional e internacional, entonces ya se hará la unidad. Una futura asamblea de
Unificación Obrera y Campesina podrá lograr que además de las organizaciones asistentes,
vengan la CROM y la CGT, aun contra la voluntad de algunos directores reaccionarios. Allí las
delegaciones genuinas de los obreros sabrán señalar cuál es la forma mejor de luchar, de unirse
y de organizarse.
Mientras tanto, la nueva Confederación no debe dedicarse, como hoy lo hace la CROM, a
declarar sus mayores enemigos a las organizaciones obreras que no piensan como ella. No,
cualesquiera que sean las diferencias entre obreros, el enemigo mayor es la burguesía. Contra
ella la guerra. En todas aquellas acciones en que los obreros actúan contra la burguesía en
defensa de sus intereses, los trabajadores de la nueva organización deberán hacer el frente único
para la lucha común guardando la independencia de su organización y de sus principios.
¡Hacia la Unidad Sindical, por la Unificación inmediata de las organizaciones más
avanzadas, para dar el ejemplo y ser la Vanguardia en estos momentos de Persecuciones y
Deserciones! Tal es la tarea.
1928
Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos
Nuestra Declaración*
El asesinato del compañero Julio A. Mella, por orden del Gobierno de Cuba, no ha de tener, no
puede tener para los que, desde la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de
Cuba, combatimos el imperio de la tiranía y el sometimiento que hoy asolan al pueblo de Cuba
el objeto que con este asesinato se han propuesto los servidores lacayunos del imperialismo
americano: acallar la protesta de los que, por encima de todo, amamos la libertad y el bienestar
y los deseamos para las masas productoras.
Declaramos una vez más, que el gobierno de Cuba ha hecho del asesinato su norma, para
poder decir —creyendo que todo el mundo callará por ello— que en Cuba se disfruta de un
régimen aceptado por todos; que en Cuba la miseria no existe y que el proletariado disfruta de
los derechos que la constitución de la República garantiza. Pero, los que no aceptamos ese
régimen despótico; los que estamos dispuestos, como Mella, a dar nuestra vida, en defensa de
los derechos que debemos disfrutar, continuaremos denunciando ante el mundo, los crímenes
del machadismo, hasta que llegue la hora de su liquidación definitiva.
No esperamos nada. Tenemos la seguridad de que el crimen, el asesinato de Mella, como los
que el gobierno de Machado tiene en perspectivas, no se aclarará: tenemos la convicción de que
se seguirá, en las esferas oficiales, pensando en la posibilidad de un crimen pasional. Creemos
que el que, hasta estos momentos aparece más complicado en este asesinato y que guarda
prisión preventiva, recobrará pronto su libertad porque la embajada cubana en México hará todo
lo que esté a su alcance para ello. Pero nosotros continuaremos nuestra lucha, porque es digna y
porque es la única que cuadra a los que pensamos en Cuba efectivamente libre.
Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba
1929
* Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores [México, D.F.], febrero de 1929, p. 1.
Rubén Martínez Villena
Manifiesto del Partido Comunista de Cuba ante el asesinato de Mella*
Partido Comunista de Cuba
Sección de la Internacional Comunista
Vencer o servir de trinchera a los demás:
Hasta después de muertos somos útiles.
JULIO ANTONIO MELLA
Al pueblo de Cuba en general.
A los trabajadores en particular.
La palabra es insuficiente para exponer el sentimiento individual, cuánto más no ha de serlo
para decir el dolor de una clase, la angustia de un pueblo, la tristeza y la cólera de los oprimidos.
Los trabajadores de Cuba, de América y del mundo, están de duelo porque ha caído un luchador
valiente, fuerte y necesario. La pequeña burguesía cubana, estudiantes, profesionales,
comerciantes, empleados, comprender horrorizada, hasta dónde llega la ferocidad insaciable del
tirano, revelado de súbito como asesino internacional.
Pero la palabra puede servir para proclamar la verdad y desenmascarar a los criminales. El
asesinato, alevoso, premeditado largamente en Palacio, marca la fase sangrienta de una nueva
etapa de terror blanco iniciada inmediatamente a las pseudoelecciones de noviembre: prisión y
expulsión arbitraria de obreros huelguistas, amenazas por los cuerpos policíacos a los directivos
de las organizaciones obreras, persecución contra los periódicos proletarios e intento de
asesinato y secuestro y expulsión ilegales del estudiante cubano Fernández Sánchez.
* Tomado de Rubén Martínez Villena. Poesía y prosa. T. II, Ciudad de La Habana, Letras Cubanas, 1978, pp. 305-309. Archivo
Nacional, Fondo Especial.
Mella, emigrado a México desde los primeros días del año 26, era el centro del grupo de
refugiados políticos, obreros, y estudiantes expulsados y perseguidos, enemigos del régimen
machadista. Su prestigio y su personalidad dentro y fuera de Cuba habían sido ganados en
permanente lucha, en continua acción revolucionaria. Tenía sólo veinticinco años. Pero su
inmensa historia revolucionaria, que lo hizo acreedor al amor de los trabajadores de Cuba, le
hizo merecer el odio mortal del asesino de los trabajadores de Cuba; se le quiso asesinar primero
trayéndolo a Cuba, a La Cabaña tristemente célebre de la «Ley de Fuga» y las desapariciones
misteriosas; se gestionó una extradición absurda, basada en el supuesto delito de «lesa patria»
con motivo de la campaña continental de «Cuba Libre». El general Alemán dio un viaje a
México con el exclusivo objeto de lograr una extradición. Fracasado ese intento, se decidió
entonces asesinar a Mella en el propio México. Se envió allí un agente provocador con la
consigna de promover un incidente en torno a la bandera cubana. La prensa colaboró
desfigurando los hechos y quiso presentar a Mella pisoteando la bandera. Esta calumniosa
estratagema tenía por objeto desprestigiar a Mella ante los patriotas cubanos y entre los
trabajadores atrasados. Mella era un revolucionario consciente, un comunista, y no podía
realizar ni realizó ese acto estúpidamente pueril. Pero la bandera que él no pisoteó ondea en la
Legación de Cuba, protegiendo en México a sus asesinos; porque hoy la bandera no representa
oficialmente nada más que a la alta burguesía cubana, vendida al oro yanqui y capitaneada por
un monstruo. Agentes pagados, criminales a sueldo, embarcaron enseguida, antes de que la
calumnia pudiera ser desmentida, y allí, dirigidos por espías conocedores de los detalles
necesarios para su horrenda misión, consumaron fría e impunemente el crimen planeado. Le
tiraron cuando iba descuidado, sin armas, en la sombra y por la espalda; y las balas no pudieron
alzarse hasta su corazón; murió como había vivido, y lo dijo: «Muero por la Revolución,
asesinado por agentes de Machado.»
Varona, Grant, Duménigo, Cuxart, López, Yalob, Bouzón… Ya hay otro nombre en el
martirologio de la clase obrera cubana.
Mella… seguirá la lista pavorosa de los sacrificados. ¡Compañero trabajador! Mella dio su
juventud, su vigor, su inteligencia y su vida a la causa de la emancipación de la clase obrera y
campesina. Era un líder, porque supo asimilar a su espíritu el dolor de toda la clase oprimida y
se destacó orientándola y sirviéndola con lealtad, con energía y con amor. Por eso tu verdugo lo
ha matado. Así viven todos y mueren muchos entre los que luchan para que alcances la justicia
y la felicidad. Pero tu deber no está sólo en venerarlos, sino en seguirlos e imitarlos. Hasta
vencer. Hay que organizar nuestra defensa contra el crimen, hay que redoblar nuestra lucha
contra la tiranía burguesa y sus aliados, los traidores de la American Federation of Labor y la
Federación Cubana del Trabajo, contra el imperialismo, amo de los tiranos de las colonias.
¡Lucha sin tregua en todos los frentes contra todos los enemigos de nuestra clase! ¡Camarada!
Oye la palabra del último mártir. Ella debe servirte de enseñanza y de guía. Mella se dirigía así a
Alfredo López en su folleto «El grito de los mártires»:
Guerrero: no tengo palabras para ti. El autor de estas líneas se siente hoy huérfano bisoño en la
lucha, fue con tu ejemplo, con tu acción, que él adquirió experiencia. Maestro: no es la lágrima lo
que te ofrezco en homenaje, tampoco estas líneas —que no son literatura, sino acción
revolucionaria—: lo que te ofrezco es el juramento de seguirte; de continuar tu obra; de cooperar
para que la nueva generación proletaria a que pertenezco supere a la anterior en la lucha para el
triunfo de ella misma. Nadie conoce tu paradero. ¿Acaso nos es dado a los revolucionarios escoger
la forma de nuestra muerte? Caemos como soldados: donde la bala enemiga nos encuentre.
Camarada: Tu duelo es el duelo trágico del que no puede llorar, porque ni el derecho a llorar
en voz alta te está permitido. Trágate el sollozo, compañero, y que en tu corazón crezca más la
amargura, pero también con ella el odio a tus enemigos y el propósito de tu emancipación.
Las palabras del hermano asesinado son hoy proféticas: él también cayó en la lucha. Pero
cubrimos el hueco en la fila y seguimos la acción.
Oye también las palabras de Julio Antonio Mella, dirigidas a su asesino en el Grito de los
Mártires:
Tirano: tú eres un pobre degenerado por los vicios, por la edad y por las riquezas. El proletario es
más inteligente y comprensivo que tú, ser ignorante, bestial y epiléptico; supones que una o veinte
muertes resuelven el problema social, el Gran Problema del siglo. Si así fuese la panacea, ya se te
abría asesinado. Pero no es así, imbécil degenerado…
Tirano: los que vas a matar —o los que van a exterminar tu régimen en una acción revolucionaria
de masas— te desprecian. Conocen que eres un pigmeo ante la historia, un instrumento ciego, en
que tu suerte está unida a la de los tiranos que pretendes copiar.
Los que has asesinado, los que has perseguido, los que has encarcelado, todos los que tiranizas, te
saludamos llenos de optimismo. Trabajas para nosotros: matas, encarcelas. La sangre es el mejor
abono de la libertad. El pueblo de Cuba triunfará, él irá a la lucha porque sabe con el maestro Marx
que sólo las cadenas puede perder y en cambio tiene un mundo que ganar: preparar la nueva
sociedad de productores.
Compañero: De pie, en honor al camarada inmolado, recordemos estas palabras, también
suyas, estas palabras de aliento para todos los trabajadores.
Vosotros, camaradas aún con vida, camaradas perseguidos, candidatos a la inmolación, como
todos lo somos en esta lucha, digamos en un solo grito: ¡Adelante!
Comité Central del Partido Comunista de Cuba
1929
Alejandro Barreiro
Una carta*
Compañeros:
Más sangre vino a nutrir el río de la sangre obrera y campesina que está derramando el
machadismo desde hace cuatro años.
Con una nueva víctima, el gran caído, uno de los más distinguidos luchadores por la causa
trabajadora, por la libertad de los pueblos latinoamericanos, se pretende forjar el pedestal de la
tiranía más repugnante de las Américas. El camarada Julio Antonio Mella, que desde que llegó a
ser hombre, ofreció a la causa de los oprimidos todo su formidable talento, ya no está entre
nosotros: las armas mercenarias del tirano nos han arrebatado al que abnegadamente dedicó
todas sus fuerzas a combatir la tiranía. Los que junto con él combatíamos, los que a su lado
hemos hecho frente en el destierro a la opresión machadista, más que ningún otro podemos
considerar la pérdida que sufren los obreros y campesinos de Cuba, los obreros y campesinos de
toda la América Latina. Fue Mella uno de aquellos que difícilmente son sustituibles. Es difícil,
casi imposible, encontrar al hombre que pueda llenar la brecha abierta por las balas de los
mercenarios del Tercio Táctico.
Esto bien lo conocían nuestros enemigos. Perfecta cuenta se daba de esto Machado que,
como perro rabioso, con la boca llena de espuma, observaba la campaña que se realizaba contra
él por todo el mundo bajo la dirección del compañero Mella. Y Machado y sus lacayos creían
que con la muerte de Mella se libertaban de un enemigo formidable; creían que haciendo callar
para siempre esa boca que parecía volcán de fuego, acababan con toda la campaña
antimachadista en el mundo entero, y podrían en lo adelante seguir despachándose a sus anchas
en nuestra isla infeliz, cubierta de sangre, masacrando a millares de obreros y campesinos,
seguir ayudando a los tiburones del capitalismo norteamericano a exprimir la sangre del pueblo
trabajador para convertirle en millones para la caja fuerte de Wall Street. Creían, en una palabra,
verse libres de toda molestia con sólo matar al camarada Mella.
Pero miserablemente se equivocan esos títeres del imperialismo. Se equivocan porque, si
bien fue Mella el que dirigió la lucha por la liberación del pueblo trabajador de Cuba, no fue
concentrada en él toda su lucha. Porque el anhelo de ser libre, el deseo de ser dueño de los
productos de su trabajo, lo tiene todo el pueblo de Cuba, y no se callará con solo quitarle la vida
al que mejor supo expresar esos anhelos.
* Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores, [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, pp. 2, 4.
Sepa Machado, sepan todos los perros del Gobierno sanguinario que explotan y tiranizan al
pueblo trabajador de Cuba, que lo que han conseguido con el asesinato del compañero Julio
Mella, es ahondar más el odio que contra ellos siente el pueblo, es hacer arder más fuerte el
deseo de libertad en el corazón de todos los oprimidos. Las filas de combate se cerrarán ante
este nuevo ataque, y seguirán adelante en su labor incansable de levantar al pueblo de Cuba
contra su tirano.
El compañero Mella fue Secretario General de nuestra Asociación de Nuevos Emigrados
Revolucionarios, siendo el alma de este periódico destinado a servir de faro para los luchadores,
por el derrocamiento de la dictadura en Cuba. Y ahora, cuando no contamos entre nosotros a
nuestro hermano que perdió la vida en aras de la libertad, yo, al que después de Mella más
persiguen lo lebreles del supremo asesino de la República de Cuba, vengo a hacerme cargo de la
dirección del periódico, como ustedes me designaron para demostrar que no se conoce el miedo
a la muerte entre los revolucionarios.
Compañeros:
Levanto en lo alto la bandera caída de las manos del mártir, y estoy seguro de que, cuando a
mí me toque también la suerte de dar mi vida por la causa, seguirá flameando esta bandera,
bandera de redención que llama a la lucha a los oprimidos de Cuba y del mundo entero, contra
las tiranías sanguinarias de los lacayos del imperialismo, contra la explotación inicua del pueblo
trabajador por un futuro sin explotadores ni explotados. Y mientras más compañeros caigan en
el combate, más alto estará ondeando nuestra bandera, más cerradas las filas, y más enconada la
batalla.
Viva el compañero Julio Antonio Mella.
Viva el pueblo trabajador de Cuba.
Viva la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba.
Viva Cuba Libre para los trabajadores.
Abajo el imperialismo.
Muera el más asqueroso de sus lacayos, el asesino de Mella..
Alejandro Barreiro
1929
Antonio Puerta
Frases de un obrero. Al camarada caído*
¿Has muerto?… No vives y vivirás eternamente cual astro luminoso cuya luz buscamos los
hambrientos, los infelices que piden pan. Han tronchado tu vida, creyendo con ello apagar la
llama que arde en todos los pechos proletarios. Vano aunque doloroso crimen. ¿No ves, torpe
carnicero, que la figura del compañero, del hermano se agiganta?
Ya lo dijo: «Muero por la revolución.» Y a estas sus últimas palabras agregaremos nosotros,
los que con él compartimos en la lucha diaria nuestras energías: «vivir por la revolución». Sí,
porque todo su trabajo y pensamiento estuvo sólo con la revolución proletaria, y es por esto que
todo el trabajador de Cuba, México y del mundo entero, vibra de indignación ante el vil
asesinato pagado por el imperialismo, y ejecutado por las manos de dos sicarios, bajo la
dirección del maldecido general de opereta, que ha sentado su feudo en nuestra isla con su
degradada corte de esbirros y lacayos ignorantes, capaces de todas las ignominias y crímenes, y
enemigos irreconciliables del proletariado.
La estela de enseñanza que el compañero Mella deja con su ejemplo a la clase que ocupó
todos sus sueños, y por la cual dio su vida, lo engrandece y lo hace inmortal ante ella, Imbécil
aquel que acabando con su vida creyó apagar las ansias de libertad y emancipación que laten en
los pechos de los que todo lo producen. Te anotamos como uno más en el balance de las
víctimas del tiranuelo corrompido y cínico, para en la hora final saldar todas las cuentas y
cobrar con creces todas las deudas.
Camarada caído: recibe el juramento que sobre la tumba recién abierta que recibía tus restos,
depositamos tus compañeros de la ANERC No cejaremos en nuestro empeño hasta triunfar o
perecer. La lucha es ruda, pero ¿qué importa uno más, si al fin, como decías; «el único descanso
del revolucionario es la tumba»? La organización que fundaste es pujante, como lo demuestra tu
misma muerte. El déspota temblaba a la sola aparición de Cuba Libre…!, donde tu pluma era
espada flamígera empuñada por vigorosa mano. ¿Cuántas desveladas, cuántos insomnios habrá
pasado el tiranuelo? Seguramente que durmió satisfecho la noche en que sus mercenarios le
comunicaron cumplidos sus designios. ¡Maldito sea!
Julio Antonio, tu puesto se reemplaza, tu muerte es un triunfo, pues con la sangre de los
caídos se forman las barricadas, proletarias… Adelante compañeros: Sólo perderemos las
cadenas, y en cambio ganaremos un mundo…
1929
* Tomado de Cuba Libre…! Para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 4.
Antonio Penichet
Mi recuerdo a Mella*
No quiero dejar pasar la oportunidad de dedicar unas líneas a quien consideré como a un
hermano, quise como a un amigo y admiré como a un precursor.
Unas líneas son muy poca cosa para quien merece por lo menos un libro, ya que su vida fue
fecunda y sus acciones dignas de ser recordadas e imitadas; pero por ahora acepto la realidad del
momento y trazo estos renglones, sintiendo la emoción que el hecho me produjo.
Mella no fue un vulgar agitador que llegara al movimiento obrero con ansias de brillo
personal: era de la madera de los grandes enamorados de las ideas, y por servirlas, no reparó en
ofrecer su vida, hasta recibir la muerte.
La juventud ha perdido a uno de sus más valiosos elementos, y Cuba a uno de los líderes de
los nuevos ideales.
Hay que sentir su caída, con la misma emoción que se sintió a principios de la guerra del 95,
la caída de aquel gigante que se llamó José Martí, cuya memoria tanto amaba Mella.
Martí reunía condiciones excepcionales para destacarse en las páginas de la historia y poseía
ese don también excepcional, de causar agradable impresión con su presencia y lograr la
simpatía hasta de los que no estaban de acuerdo con sus ideas. Y en Mella estas cualidades
resaltaban de la misma manera. El que lo trataba lo quería, aunque no estuviese de acuerdo con
sus ideas, y era que en él reconocían al hombre honrado, al joven abnegado que renunciaba a
todas las posibilidades de una vida regalada por servir a los altos ideales que su mentalidad
comprendió, y su vida respaldó, con el admirable ejemplo de su sacrificio.
En estos tiempos de brutal apego a la vida, en que se aceptan las más denigrantes situaciones
para salvar las necesidades del estómago, Mella se levanta honrando la juventud y muestra su
antorcha, que ilumina todo el cuadro bochornoso de la América Latina, arrodillada ante el
ambicioso imperialismo norteamericano y lanza sus apóstrofes taladrantes, que humillan a los
servidores de los mismos.
Pero hace más: prepara a las multitudes para los futuros días de las grandes reivindicaciones
sociales y por eso adquiere las virtudes del apóstol y el prestigio del conductor de pueblos.
Ha caído como él deseaba: ¡Por la revolución! Pero no fue en una trinchera rememorando a
Enjolras, que combatía y filosofaba con sus compañeros: cayó asesinado villanamente, por el
horror que inspira su prédica incesante y su simpatía extraordinaria.
Yo siempre lo recordaré, porque era bueno, noble, sincero, y valiente; y lamentaré su caída,
porque era un precursor, un efectivo valor en el presente y una incuestionable esperanza para el
futuro.
Con su caída, he perdido a un hermano; ya tengo un amigo menos: pero he adquirido un
deber más.
Y termino estas líneas recordando las palabras de Enjolrras, en las trincheras.:
«La Ley del Progreso es que los monstruos desaparezcan ante los ángeles y que la fatalidad
se desvanezca ante la fraternidad. En el porvenir no habrá tinieblas, ni rayos, ni feroz
ignorancia, ni pena de Talión. En el porvenir nadie será asesino; la tierra resplandecerá y el
género humano amará. Ciudadanos, llegará ese día, en que todo será amor, concordia, armonía,
luz, alegría y vida.»
1929
*Tomado de Cuba Libre…! Para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 3.
Teodosio Montalván Mugica
Otro más…*
Julio Antonio Mella, líder estudiantil y obrero que con sus arengas vibrantes o con sus escritos
sencillos sin retóricas ni metáforas, pero enérgicos y viriles había descubierto ante el
proletariado continental la odiosa tiranía imperante en Cuba, poniendo de manifiesto
innumerables crímenes cometidos por la feroz dictadura machadista; el luchador incansable que
a martillo y coraje quiso crear nuestros derechos de hombres: es el gladiador inmortal que con
sus grandezas y hazañas servía de proverbial enseñanza y de saludable encomienda a las
generaciones actuales. Julio Antonio Mella ha caído…
Otro más que ha caído en la lucha contra el imperialismo y la reacción y que rindió su vida
en pro de la libertad y emancipación del proletariado…
El despótico desplante del tiranuelo Machado, que en vergonzosa complicidad con el
capitalismo de Wall Street ahoga el clamor de un pueblo con su terror sin fronteras y su
impudicia ilimitada llevando su acción de bárbaro salvajismo hasta fuera del territorio; ese
mísero tiranuelo, mercenario y soez que nos hace retroceder hasta la época de la Inquisición, ese
despreciable, cínico; corrompido, cuya sangre está roída por una enfermedad sexual; ese Nerón
moderno que asesina a mansalva, cuyos crímenes truhanescos llenan de pavor al proletariado
cubano, esa bestia apocalíptica que se alimenta con la sangre de obreros y estudiantes ha
agregado un eslabón más a su larga e interminable cadena de víctimas: Julio Antonio Mella.
Una mano oculta entre las sombras, mano asesina de sicarios, que se vende por dinero a un
tirano, mano del hampa cubana cuyos certeros golpes son remunerados con largueza, dio fin a
una existencia preciosa, a una vida que había sabido regar la simiente provechosa y fructífera en
contra de ese nefasto gobierno de desolación y exterminio, a una vida que estaba haciendo
despertar al proletariado de varias naciones…, a un luchador cuyo lema era: «la fábrica para los
obreros y la tierra para los campesinos».
* Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 2.
El 10 de enero, ocultándose los corchetes del dictador Machado entre las sombras de la
noche, dispararon por la espalda sobre el compañero Mella, el cual al caer pronunció estas dos
frases: «Machado es mi asesino… Muero por la revolución», palabras que claramente expresan
el temple del luchador tan canallezcamente asesinado, palabras que constituyen toda una
revelación para el proletariado universal, pues Julio Antonio Mella, al igual que otras víctimas
del terror antimachadista ha delatado al asesino.
Entre las varias obras escritas por el compañero Mella existe un folleto titulado El grito de
los mártires en el cual da a conocer todas las víctimas del tiranuelo de Cuba y en el que
presintiendo la suerte que le estaba destinada, conociendo que su campaña en contra del
dictador la convertiría a su vez en víctima del mismo: vemos que con virilidad y entereza
inigualables escribe en el prólogo lo siguiente: «Como un aliento a los que luchan, como una
venganza a los que vamos a caer» escribe estas líneas Julio Antonio Mella. En estas breves
frases se compendia todo el valor del compañero Mella. Sabía que iba a morir, conocía que su
fin estaba próximo, pues en anteriores ocasiones, varias veces, habían tratado de asesinarle. Sin
embargo, su vida le importaba muy poco, con tal de que fuera sacrificada en aras de la
revolución. Y así sucedió. Desoía nuestros consejos y en infinidad de ocasiones nos expresó:
«No le tengo ni un ápice de miedo a la muerte, lo único que siento es que me van a asesinar por
la espalda.»
Cayó como un hombre… Otro más que cae…, otro más que paga con su vida el saldo
contraído con el tiranuelo Machado al delatar sus crímenes ante la faz del mundo…
Su sacrificio no permanecerá estéril, antes, por el contrario, debe servir para unificar en
sólido lazo al proletariado cubano y al del resto del universo, pues estamos en una época en que,
todos los desheredados del mundo deben abrazarse fraternalmente por encima de todas las
fronteras y constituir de esta manera un frente único para oponerse a la clase explotadora.
Y nosotros, los emigrados cubanos que desde el extranjero combatimos al lado del
compañero Mella el régimen de pillaje y terror imperante en Cuba, seguiremos con más fuerzas
y vitalidad en nuestra lucha, como juramos ante la tumba recién abierta del compañero Mella,
hasta lograr romper el yugo de denigrante esclavitud en que se encuentra el pueblo de Cuba.
El tiranuelo Machado ha creído amedrentarnos pero sólo ha conseguido darnos más fortaleza
y vigor. Seguiremos hasta el fin, es decir, hasta que logremos derrumbarlo del bamboleante
lugar que ocupa, y su caída será una venganza en honor del compañero Mella, del compañero
que dio su vida en holocausto de la clase trabajadora… La otra, vendrá el día en que el
proletariado cubano adquiera su total emancipación, sacudiéndose de las devoradoras garras del
imperialismo que le oprime y extermina. Esas serán nuestras venganzas…
1929
Jacobo Hurwitz
Julio Mella
y el Socorro Rojo Internacional*
A quienes conocimos a Julio Mella de cerca, a quienes lo tratábamos en la intimidad, a quienes
éramos sus compañeros en la lucha, no nos extraña que las gentes sintieran simpatía por el
hombre aun antes de conocer sus manifestaciones de luchador indomable.
La vida de Julio Antonio Mella, animada por una extensa cultura sobre la base de un talento
privilegiado, impulsada por un enorme ideal sobre la base del conocimiento experimental de la
realidad, trascendía el estrecho recinto de su existencia privada.
Pero, lo que más sugestiona del revolucionario no es el hecho de que lo conocen, sino su acto
multitudinario de darse a conocer.
Julio Antonio Mella, el gran dinámico, se daba a las masas en la tribuna y en la biblioteca, en
el libro y en la acción.
Toda su vida inclinada e impulsada hacia la solución de los problemas de los trabajadores, de
la clase explotada, estudiaba con intensa dedicación cuanto podía colocarlo en el punto más
importante —el más peligroso se entiende— de la lucha de clases.
Demasiado grande para aceptar el criterio mezquino y falso de las fronteras, venido a
México por la imposibilidad de vivir en Cuba donde la amenaza de muerte contra él era
ostensible y expresa, al mismo tiempo que luchaba por la abolición del régimen tiránico en su
país de origen, trabajaba por el mejoramiento y la emancipación de la clase oprimida en
México.
* Tomado de Cuba Libre… para los Trabajadores [México, D.F.], año 2, no. 4, febrero de 1929, p. 3.
Todos los movimientos del proletariado consciente de México, durante los años que Mella
permaneció en este país, recuerdan su nombre entre los más entusiastas, esforzados y decididos.
Mella era indudablemente un peligro, no sólo para la tiranía sanguinaria de Cuba, sino para
la burguesía internacional. Por eso la mano que lo mató es la mano de tres brazos: imperialismo,
nacionalismo y machadismo.
Todavía no se ha extinguido en América el grito trágico de Sarmiento: «¡Bárbaros, las ideas
no se degüellan!» Pero, se ha precipitado de tal manera en el continente el gobierno de la
mediocridad, que faltan hombres que comprendan ese anatema, Gerardo Machado, el carnicero
de Cuba; Juan Vicente Gómez, el bisonte de Venezuela; Augusto Bernardino Leguía, el
mercachifle de Perú, etcétera, son incapaces de abarcar la enorme comprensión de esas palabras.
Nosotros, hoy, ante la inutilidad de semejantes llamados, nos dirigimos a los luchadores: ¡Por
cada caído mil se levantarán a empuñar su bandera!
Este es grito de guerra. Ya sabemos que es vano y contrario a los intereses de nuestra clase el
llamado de paz.
Nos parece recordar los momentos en que platicábamos con Mella. Y si él no hubiera tenido
un estilo tan suyo, tan penetrante, tan convincente, nos parecería estar escribiendo con su pluma.
Los últimos días de su vida, de esa vida tan corta que no pudo contar veinticinco años, los
dedicó al Socorro Rojo Internacional. Cuando se emprendió el trabajo de reorganización de la
Liga Mexicana del Socorro Rojo Internacional, al mismo tiempo que se organizaba el
Secretariado Pro-Luchadores Perseguidos, Sección del Caribe de la misma institución de
defensa, Julio Mella, comprendiendo toda la importancia del Socorro, todo el apoyo que
prestaría a los trabajadores para sostener la lucha contra el régimen capitalista, la medida en que
intensificaría la lucha, se puso a la obra. Y cayó asesinado treinta minutos después de haber
salido de su despacho en el Socorro Rojo.
Nunca pensamos al iniciar nuestros trabajos que el nombre de Mella encabezaría nuestro
primer manifiesto de protesta, aunque sabíamos que la muerte de Mella estaba decretada.
Hoy, ante la dolorosa y trágica realidad, cuando ya el carnicero de Cuba ha consumado su
crimen, y mientras la voz de Sarmiento es un clamor en el desierto, nos dirigimos a los
trabajadores conscientes y les decimos —ellos nos escuchan: ¡Venid a ocupar el puesto que ha
dejado Mella! ¡Ingresad en las organizaciones a las que Mella dedicó sus energías! ¡Probad con
vuestra actitud que es cierto que «por cada caído, mil se levantarán a empuñar su bandera.»!
Cuando se pronuncie el nombre de Mella, en masa, contestad: ¡Presente!
Gastón Lafarga*
La significación de Julio A. Mella**
Conviene analizar la personalidad de Julio Antonio Mella en el movimiento comunista cubano.
Probablemente en las observaciones que haremos en este breve artículo no habrá un interés
visible para los comunistas, porque nosotros abordaremos el tema desde fuera, sin preocupación
doctrinaria y en relación no sólo con el proletariado sino con las demás clases sociales.
Comenzaremos recordando que Edwards Elsworth ha dicho en una interesante monografía
titulada Decadencia social que en nuestro tiempo de sangre y dolo están cayendo los mejores,
están muriendo los más valerosos, los más puros, los más desinteresados, la flor y nata de la
humanidad. El puñal y la pistola del asesino, los rifles de los soldados en los campos de batalla
o en el trágico paredón de un cementerio, etcétera, hacen caer cada día a los mejores de uno a
otro confín de la tierra.
La observación de Elsworth es más importante aún porque no es un escritor revolucionario,
incorporado a las falanges de obreros y campesinos que son como sepultureros de la sociedad
actual.
* Pseudónimo de José Romero Zurita.
** Tomado de Cuba Libre…! para los Trabajadores [México, D.F.], año, 2, no. 4, febrero de 1929, p. 4.
Surge necesariamente una interrogación: ¿quiénes son los que caen? ¿Morgan o Rockefeller?
¿Mussolini o Primo de Rivera? ¿Briand o Kellog? No. Caen los revolucionarios de izquierda.
Caen los obreros y campesinos y los que van a sus filas por haberse producido en ellos, como en
el caso de Julio Antonio Mella, un caso de conciencia. No debe olvidarse que Mella, como
Marx y Lenin, procedía del medio burgués. Era, por consiguiente, traidor y tránsfuga de su
clase. Pero esta traición y esta fuga lo redimieron del pecado original de su procedencia.
Julio Antonio Mella fue primero un estudiante revolucionario. Un agitador inquieto, de rica
fantasía y de acción ardorosa y desordenada. Obrando en el vasto escenario que sabía construir
con su singular atracción personal, era un punto de confluencia de los más valiosos elementos
de clases fundamentalmente e irreconciliablemente enemigas. El núcleo estudiantil habanero,
que compendia el esfuerzo educacional de la burguesía, pequeña burguesía y proletariado,
estaba con él, y así mil estudiantes le custodian y le salvan de ser preso a raíz de un tumulto
provocado con motivo de su presentación en los pasillos de la Universidad de La Habana, de la
que había sido recién expulsado. El Grupo Minorista, integrado por literatos jóvenes de la
pequeña burguesía, con escrúpulos nacionalistas y doctrinarios por su juventud y por su
posición naciente, estaba con Mella en la lucha antimperialista y en contra de la corrupción
administrativa de los tiempos de Alfredo Zayas. Por último, las masas obreras le reconocían
como un guía que, a falta de larga y dura experiencia tenía talento, audacia y convicción. Mella
era cuando se perfilaba su personalidad en 1923 y 1924 una figura popular del Cabo de San
Antonio a la Punta de Maisí, como dice un periodista humorístico.
En aquel tiempo Mella no es sino un estudiante revolucionario y un formidable agitador. Su
labor constructiva no dejó sino un sólido fruto: la Universidad Popular José Martí.
La huelga de hambre, no sólo populariza su nombre. Se convierte en figura mundial del
proletariado porque en torno a su extraordinario caso libran la más enconada batalla la
conciencia humana que él simboliza, la pasión ardiente y desinteresada de la inteligencia ante la
causa de la emancipación proletaria y la voluntad inflexible de Machado que siente tras sí la
fuerza prepotente de los acorazados yanquis y de la infantería de marina. Aquel entre un hombre
libre y un agente del imperialismo fue para Mella un proceso depurador. Su nombre sale
aureolado por el martirio y fue una respuesta categórica para todas las dudas e interrogaciones
respecto a la trascendencia y calidad ética de su actitud en las filas del proletariado.
En el destierro aparece el constructor que organiza su trabajo científicamente. Está en todos
los frentes en contra del imperialismo. Actúa siempre, pero, estudia, clarifica, formula
conclusiones bien meditadas, de modo que el inquieto agitador estudiantil se transforma en un
interesante hombre de acción del proletariado latinoamericano. Abarca el panorama del mundo
y recoge las vibraciones contemporáneas permitiéndole estar enterado de todo y militar con el
proletariado más lejano en el espacio haciendo suya la causa que parezca menos inteligente,
pero su atención se hace profunda cuando se trata del problema del proletariado latinoamericano
en relación con el imperialismo americano. Y cuando se aprecia estrechamente su obra pública
y clandestina en pro de la emancipación del proletariado cubano, se obtiene espontáneamente la
idea cabal de la grandeza del hombre. A muchos compañeros trabajadores no gustará que
hablemos de esta manera puesto que sólo el proletariado es grande y su causa funde a los
hombres nivelándolos. ¡Bella y noble igualdad! Mas la muerte diferencia a los hombres
haciendo resaltar las superioridades. Juan muere y no lo recuerdan sino los deudos y los
camaradas que lo trataban todos los días. No tenía más órgano de expresión que la física. Su
inteligencia no fecundó ningún surco. Un hombre como Mella, hombre de acción injerto en
investigador, polemista, escritor y periodista, comienza a vivir perdurablemente después de
muerto. Murió sin concluir su obra, pero su obra está en marcha.
En Cuba, esta grandeza de Mella se percibe claramente después de su huelga de hambre.
Hemos visto en el Primero de Mayo de 1927 que diez mil trabajadores congregados en el
Frontón aplaudían clamorosamente durante varios minutos al pronunciarse su nombre. En
nuestra peregrinación a través de la policía y de la cárcel de La Habana, encontramos que hasta
los esbirros del bárbaro régimen machadista reconocían la probidad, el valor y la seriedad
revolucionarias de Mella. Hacia él confluían los sectores menos manchados de la burguesía y de
la pequeña burguesía cubana, apreciándose fácilmente que era una fuerza moral indiscutida y
respetada, como en Rusia lo fue Lenin.
La significación de Julio Antonio Mella en el movimiento comunista cubano provenía de ser
una fuerza moral. El hecho de que ni aun los enemigos más enconados del proletariado de Cuba
dudaran de la honradez revolucionaria de Julio Antonio Mella, le ponía en condiciones de atraer
hacia el proletariado sectores de las clases enemigas, apaciguando el fervor
contrarrevolucionario, hecho que hubiese sido de singular valor más tarde, en el momento en
que el proletariado cubano realizara su revolución, capturando el poder y comenzando la
edificación socialista, con un ejército de técnicos proveniente de la burguesía y de la pequeña
burguesía. No debemos olvidar que en el momento de la captura del poder, el proletariado es
ante las otras clases, no un reivindicador de lo que le pertenece sino un expropiador.
En Rusia, el papel de Lenin fue ese y no debemos olvidar que escritores antisoviéticos como
Wells se maravillaban del respeto que inspiraba la sinceridad revolucionaria del gran
organizador.
Afortunadamente, la muerte de Mella arrebató un gran hombre y nos devolvió un símbolo.
En México, su puesto ha sido ocupado por ciento veinte mil obreros y trescientos mil
campesinos organizados en la naciente y ya poderosa Confederación Sindical Unitaria. Un
hombre, un sucesor de José Martí ha muerto a manos de dos sicarios. El proletariado mexicano
ha respondido a la agresión con una organización de masas, antecedida y continuada con otros
gestos, como la organización del Bloque Obrero y Campesino y la Convención del Partido
Ferrocarrilero Unitario, que ahondan el surco de la unificación de los oprimidos.
En cuanto al proletariado cubano, aherrojado y diezmado por el feroz agente imperialista,
dará en su oportunidad, una firme y heroica respuesta.
1929
Diego Rivera
Nuestra protesta*
Frente al Palacio Nacional
En este lugar que hasta ahora fue asiento de los gobiernos de la burguesía, pero que mañana será
de los proletarios, venimos a elevar nuestra protesta en nombre de la juventud mexicana y ante
el mundo entero por el asesinato de Julio Antonio Mella. Esto no es una manifestación de duelo,
ni tiene carácter de entierro. Aquí no venimos a llorar a Mella, que es la primera víctima de los
que caerán en la lucha que se inicia; la culpa de este horrendo asesinato es del Gobierno y la
Embajada de Cuba, los que urdieron sus maquinaciones para darle muerte a Mella, con la
particularidad de que a espaldas del Gobierno cubano se encuentran los Estados Unidos, que en
su afán de imponer su política al mundo entero, están acallando las pocas voces de protesta que
se elevan, como la de Mella.
* Tomado de Adys Cupull: Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, p. 117. Palabras de
homenaje frente al Palacio Nacional en la plaza de El Zócalo el 11 de enero de 1929. Se calculó una asistencia de 1 500 personas. Se
publicaron en el periódico El Dictamen. (El título atribuido, AC.)
Luis Carranza
Uno de los verdaderos revolucionarios*
Ha caído asesinado Julio Antonio Mella. Asilado en México, trabajaba en estrecha solidaridad,
en absoluta identificación con la vanguardia del proletariado mexicano. Combatía con extrema
energía a la dictadura de su patria, considerada como órgano de la clase capitalista cubana. No
luchaba contra un gobierno, ni contra un dictador, sino contra la burguesía. Colaboraba en El
Libertador, El Machete, El Tren Blindado. Redactaba Cuba Libre.
Con este asesinato, el terror blanco adquiere en América una fisonomía aleve. A la vez que
la masacre brutal, el fusilamiento en masa de los obreros insurgentes o protestatarios, se emplea
el brazo irresponsable del asesino mercenario. Mella y los cien huelguístas de Colombia: he ahí
las víctimas, las gloriosas víctimas, de ambos sistemas. Las muchedumbres revolucionarias no
las olvidarán. Los nombres del joven y brillante líder y de los oscuros obreros, quedan inscritos
en la historia de la revolución proletaria.
Mella era uno de los verdaderos revolucionarios salidos de las filas de la Reforma
Universitaria, de esa variada y extensa gama de renovadores de toda especie, que no han sabido
en su mayor parte superar un confuso estado de ánimo prerrevolucionario. Había tomado
posición franca y neta. Por esto mismo, reaccionó quizá con exceso contra los que no se
decidían a seguir, sin reservas, la misma vía. En la polémica se reconocía su tono tropical, su
temperamento fogoso. Pero su sinceridad y su convicción revolucionaria, primaban, sobre todo,
en sus campañas.
Amauta saluda con emoción la memoria del valiente camarada y se asocia a la protesta
contra el crimen.
1929
* Nota necrológica publicada en la revista peruana marxista Amauta [Lima], no. 20, enero de 1929), que dirigía José Carlos
Mariátegui (1894-1930).
Tina Modotti
No llorar sino luchar*
En la persona de Mella asesinaron no sólo al enemigo del dictador cubano, sino al enemigo de
todas las dictaduras. Machado, una caricatura de Benito Mussolini, ha cometido un nuevo
crimen, pero hay muertos que hacen temblar a sus asesinos y cuya muerte representa, para
aquellos, el mismo peligro como su vida de combatientes […] esta noche, un mes después del
cobarde asesinato, honramos la memoria de Mella prometiendo seguir su camino hasta lograr la
victoria de todos los explotados de la tierra. De esta manera lo recordamos como él lo hubiera
preferido: no llorando, sino luchando…
*
Tomado de Christiane Barckhausen-Canale. Op. cit., p. 165. Palabras en el acto de homenaje a Mella (10 de febrero de 1929). (El
título atribuido AC.)
1 La crónica «Un dolor sin retórica» de Cube Bonifax se publicó en El Universal, 20 de enero de 1929. En Cuba José Pardo Llada
(bajo el seudónimo de Braulio Román) la reprodujo en «A los 25 años de la muerte de Mella», en Bohemia [La Habana], 24 de
enero de 1954, pp. 40-41,92. (El texto en la p.92)
Un dolor sin retórica
1
Cube Bonifax
Asesinaron al hombre a quien amaba mientras iba cogida de su brazo.
No se tiró de los cabellos.
No gritó.
No se abrazó furiosa ante el cadáver.
No dijo con voz destemplada, «que para qué quería la vida.»
Durante el velorio...
No apareció vestida de negro.
No tuvo ataques.
No lloró ruidosamente sobre el ataúd.
No se quejó de su suerte.
No increpó al asesino.
Durante el sepelio...
No iba apoyada en nadie.
No llevaba velo.
No sollozaba.
Parecía que no podía más
No se empeñaba en mostrarse abatida.
El féretro descendió a la tierra...
No gritó.
No trató de arrojarse a la tumba.
No lloró en voz alta.
No se destrozó el traje.
No se quedó desvanecida.
Al día siguiente...
No guardó cama.
No aseguró «que todo había acabado para ella.»
Ni dijo que había envejecido diez años.
No exclamó que deseaba morir.
Pero la gente, demasiado acostumbrada a teatralizar el dolor, opinó:
¡Esta mujer no tiene corazón! ¡No ha hecho nada por demostrar a todos que sintió la muerte
de su amigo!
Pues nadie puede concebir otra clase de dolor que no sea al aprendido en los teatros y en las
novelas de folletín.
1929
Tristán Maroff
Una llama siempre encendida
y relampageante*
Cuando llegué a México el año pasado, recuerdo que uno de los que vinieron a la estación a
estrecharme la mano fue Julio Antonio Mella. […]
Nos dimos las manos con afecto; nos abrazamos fraternalmente y desde ese día, sin que
hubiera un convenio tácito de intimidad, resolvimos tutearnos.
[…]
Luego volví a encontrar casi diariamente a Julio Antonio Mella. Era lo que yo me había
imaginado: el hombre incansable, el agitador inteligente, el maestro de la teoría revolucionaria,
el elucubrador de ideas cuando se trataba de resolver o de plantear un problema. De ahí su
fuerza y sus ímpetus. De aquella cabeza erguida, siempre tenaz y ágil, surgían los pensamiento
en tropel, se atropellaban a veces, y al salir de sus labios recobraban el ritmo y la armonía.
[…]
Había que ver a Julio Antonio Mella para saber lo que era. Una llama siempre encendida y
relampagueante. Hombre arrebatado por un torbellino de pensamientos brillantes que no los
guardaba para sí, sino que los distendía al público. Cultivaba un género de oratoria clara,
precisa, elocuente y razonadora. Había suprimido por disciplina toda frase lírica que menguase
el concepto y anulase su fuerza. Hablaba convencido, sin desgajar una sola idea, que no
estuviese respaldada por su honradez. Quería que a todas horas se le explicase al pueblo la
suprema verdad.
1929
* «Julio Antonio Mella.» [Fragmento] Alma Máter [La Habana], agosto de 1929, pp. 9, 38. (El título atribuido, AC.)
Rubén Martínez Villena
Palabras en el primer aniversario
de su muerte*
[…]
El compañero Rubén Martínez Villena hace a continuación uso de la palabra. Empieza su
discurso diciendo que viene al acto como profesor de la Universidad Popular, pero que además
pocos momentos antes ha recibido una comunicación de la Confederación Nacional Obrera,
pidiéndole que la represente en el acto que se celebra.
El compañero Villena dice que los trabajadores han sufrido muchos dolores viendo caer a
muchos de los suyos; pero que no deben ser los actuales momentos de sentimentalismos, sino de
lucha, y debemos admitir que Mella está entre nosotros, que nos legó el fruto de su cerebro.
La muerte alevosa de Mella, de Varona, de López, de Duménigo y tantos otros, demuestran
que el proletariado es atacado por la burguesía en la cabeza de aquellos de los suyos que se
destacan más en nuestras contiendas; pero que debemos hacer efectivas las palabras de Mella,
que dijo: «Hasta después de muertos somos útiles, sirviendo nuestros cuerpos de trincheras», y
Mella puede sernos muy útil si recogemos todos sus proyectos de organización de los
trabajadores y nos unimos, (como antes expresó muy bien el compañero López Rodríguez), y
seguimos sus enseñanzas y su noble ejemplo proletario.
Agregó que la burguesía lleva en su seno los gérmenes de su propia muerte; el exceso de
productos que le hace acudir a racionalizar la producción, perfeccionando la maquinaria,
aumentando horas de trabajo, reduciendo los jornales, para producir más barato, da lugar a que
queden sin trabajo millares de trabajadores, ocasionando las terribles crisis que pesan sobre las
espaldas del trabajador.
Las luchas por los mercados entre los grandes países capitalistas conducen también de modo
inevitable a la mortífera y empobrecedora lucha armada, a las guerras.
La burguesía aspira a que la capacidad de resistencia del proletariado se acabe, y se une
internacionalmente contra la clase trabajadora, que no debe alimentar la ilusión de que cesen las
persecuciones, sino que por el contrario debe pensar que aumentarán a medida que aumente la
explotación y debe prepararse el trabajador, organizándose también en un plano internacional y
dice que esta labor está ya comenzada y frente a la organización continental burguesa de los
trabajadores, la COPA, el Congreso de Montevideo crea una legítima organización de clase,
para formar el frente obrero internacional contra el frente burgués internacional, fortaleciendo
nuestros organismos de clase contra los amarillos introducidos en nuestra filas por la burguesía
corrompida y corruptora.
Aboga por la creación de un organismo obrero para socorrer a nuestras víctimas, como la
burguesía tiene su Cruz Roja, y dice que ese organismo que debemos crear responde a las
necesidades de nuestras luchas.
Termina diciendo que estos actos no deben limitarse a una manifestación sentimental, sino
que deben concretarse en algo práctico, y al efecto lee la siguiente resolución, que es adoptada
con clamorosos aplausos.
* Tomado de «En el primer aniversario de la muerte de Julio Antonio Mella.» [Fragmento], Boletín del Torcedor [La Habana],
febrero, 1930, pp. 8-10. (Título atribuido, AC.)
Moción presentada por la Confederación Nacional Obrera y aprobada por
aclamación
NOSOTROS, obreros de la ciudad de la Habana, reunidos en número de más de
SETECIENTOS en el local de la Sociedad de Resistencia Torcedores de la Ciudad de la
Habana, sito en San Miguel 216, conmemoramos en este acto del DIEZ DE ENERO DE 1930,
el primer aniversario del alevoso asesinato de nuestro camarada JULIO ANTONIO MELLA,
inmolado por la burguesía criminal, sacrificado por el imperialismo yanqui mediante manos
cobardes en la Ciudad de México.
UNIMOS su recuerdo al de todos los mártires de la clase trabajadora de Cuba, al de todas las
víctimas, paladines inolvidables de nuestra causa caídos en la terrible lucha de clases contra el
capitalismo explotador y feroz.
PROTESTAMOS contra todas las formas de terror blanco implantado en Latino-América,
contra las persecuciones, los atropellos, los fusilamientos, las prisiones arbitrarias y los
crímenes misteriosos mediante los cuales la burguesía pretende reforzar su dominio sobre
millones de hombres empavorecidos.
PROTESTAMOS específicamente contra la espantosa reacción desatada en México, contra
los emigrados cubanos luchadores obreros que han sido encarcelados, expulsados y torturados,
hasta el extremo de haber enloquecido a nuestro camarada ALEJANDRO BARREIRO.
MANIFESTAMOS nuestra solidaridad con el movimiento obrero de toda la América y del
Mundo y declaramos que sólo la unión y la victoria internacionales de los trabajadores es la
única venganza que es digna de los que han caído por lograrlas.
1930
Pablo de la Torriente Brau
El aniversario de Julio Antonio Mella*
Como lo pensamos desde el día en que caímos presos, el 10 de enero nos cogió en la cárcel.
Durante esta primera semana, muchas veces nos mortificó la idea de no poder estar en la calle
tal día, y como compensación nos propusimos celebrar su aniversario dentro de la prisión…
Esta idea cobró forma total, cuando volvieron de la cabaña Aureliano, Pendás y Guillot,
miembros del Ala Izquierda Estudiantil —que era la que iba a ofrecer el homenaje— y los que,
especialmente el primero, conocían mejor la obra y la vida de Julio Antonio. Medio en serio
medio en broma, hasta se llegó a pensar en solicitar del Supervisor la oportunidad de dar a los
presos una conferencia sobre el compañero asesinado en México.
El nombre de Julio Antonio Mella, síntesis perfecta de audacia y de abnegación en la lucha
por la justicia social, envuelto en leyendas y en realidades heroicas, convertido en una especie
de estrella polar de la juventud cubana, fue, en aquellos días, constantemente esgrimido por los
compañeros del Ala Izquierda, como ejemplo formidable de lo que debe ser un joven netamente
revolucionario.
El día
Cuando cesó el estruendo desbaratado de la diana, retumbante bajo las bóvedas, los muchachos
rompieron a dar vivas a la memoria de Mella y mueras coléricos a sus asesinos. Ya entonces, la
costumbre era dividir el team de gritos en dos partes. Un grupo gritaba y el otro grupo
contestaba con la furia y el estruendo de un cañonazo.
Varios días antes los estudiantes y el resto de los presos políticos habían sido separados. Las
galeras 11 y 12, llamadas la «Leonera», son las más vastas de la cárcel. Son enormes, como
naves de catedral, y queda una enfrente de otra, separadas por una doble y tremenda reja que
llega hasta el techo, y que limita un pasadizo central, por donde, en las noches, camina con
lentitud de centinela, el Sargento de Imaginaria.
En la Galera 11, de la que una vez, limando uno de los barrotes poderosos, se fueron,
saltando al foso, Cundingo y seis compañeros más, quedaron los estudiantes, en mayoría
muchachos del Instituto, de la Normal y de la Escuela de Comercio, menores de veinte años en
su mayoría, y entre los que el nombre de Julio Antonio era un chispazo eléctrico que
galvanizaba su entusiasmo fácil o su ira violenta.
En la Galera 12 estaban los otros presos políticos. Estaban el doctor Ismael Pintado y el
doctor Juan Miguel Rodríguez de la Cruz, que se portaron magníficamente durante la huelga de
hambre. Estaba Germán López, esperando de un momento a otro su libertad. Corona y Landa,
siempre optimistas; Sergio Carbó, preso desde hacía muy poco tiempo y que se iba a pasar dos
meses en la cárcel, en pago a sus panfletos contra la dictadura de Machado; el mexicano
sospechoso de espionaje para el viejito «Comandante», siempre airado, y que estuvo dos meses
preso; y un grupo más de compañeros cuyo nombre ahora no recuerdo.
El homenaje
El homenaje que los muchachos le rindieron a la memoria de Julio Antonio Mella no fue, ni
mucho menos, tan farragoso como una sesión solemne en la Academia de la Historia o en la de
Artes y Letras. La vida de Julio Antonio fue una vida ardiente y joven, y fue rápida y ruda como
un torrente. Por eso, los muchachos, entre voces violentas, evocaron su gallarda figura en un
verdadero mitin revolucionario, en el que las palabras saltaban como cascos de una explosión de
granadas, y el clamor de los gritos furiosos sonaba, en las galeras vecinas, como el eco bravo y
sordo del mar irritado al chocar contra los acantilados de la costa. Fue una fiesta frenética, con
ardor de venganza, en la que, por la memoria de un muerto, los ojos sólo se encendieron por la
furia. Si las historias de los muertos fueran verdaderas, Julio Antonio, al vibrar de tanta
juventud vibrante, debía estar aquel día en pie dentro de su tumba de México, con el puño
pétreo en alto y haciendo retumbar las cavernas de la tierra con su gran voz de tormenta.
Raúl fue quien inició el homenaje. Con su pelo alborotado y con su mano arañando el aire,
afirmó cosas duras y verdaderas.
La evocación
Mejor que parafrasear las palabras de Raúl, será extraer de mis notas lo que dijo y reproducirlo,
pues además de todo, contiene el programa de aquel día. Este fue su discurso:
Camaradas: el segundo aniversario del asesinato de Julio Antonio Mella nos sorprende presos, en
lucha formidable y creciente por ideales a cuyo triunfo y realización entregamos nuestras vidas,
ávidas de ser útiles. Sabemos, estamos todos convencidos, de que el verdadero homenaje a su
recuerdo, sería arremeter rifle en mano contra los bastiones de la dictadura, y en la boca crispada el
grito auténticamente joven, precisamente su grito de guerra: «¡Abajo el imperialismo yanqui y sus
lacayos nacionales!» Pero la realidad, la cárcel, nos constriñe, limita y obliga a sólo rememorarlo
detrás de las rejas, impotentes pero no vencidos, con la secreta esperanza de que algún día no
lejano podamos rendirle el tributo que exige y merece Julio Antonio Mella.
Nadie más antiliterario, por temperamento y por ideología, que el compañero caído. Y nada más
lejos de la palabrería hueca y falaz que su postura revolucionaria, de clara progenie marxista. En
consecuencia: será este un acto despojado, en su totalidad, de artificios retóricos y de pañuelos
mojados con exudaciones insinceras.
Constará de tres números. Una poesía, dedicada a Mella, que recitará inmediatamente su autor,
Carlos Fernández Arrate, conocido por Aspirina. Luego un discurso, vibrante como suyo, de
Aureliano Sánchez Arango, que conoció, fue amigo y trabajó junto a Mella, y quien nos dará, de
su obra y su vida ejemplares, una versión directa y llena de colorido y de fuerza dramática. Y por
último —y con estas palabras concluye mi misión de mero anunciador— un minuto de absoluto
silencio, de un silencio, que aunque suene a paradoja, será de afirmación, de fe, de optimismo. Hay
que continuar, sin vacilaciones, la ruta emprendida, no importa que nos salga al paso,
alevosamente como a Mella, el balazo a la vez homicida y glorioso, pues como él mismo dijera:
«Triunfar o servir de trinchera a los demás. Hasta después de muertos somos útiles»…
Así terminó Raúl sus palabras, entre un escándalo admirable, en el que se demostró otra vez
la admiración que el recuerdo de Julio Antonio despierta en su inmediata generación y el odio
concentrado hacia sus asesinos, que también guarda.
Apenas terminado este tumulto, se originó otro. Era que habían subido sobre el cajóntribuna, una larguísima melena en dos bandas, unos espejuelos de aro doble y un brazo rígido de
madera enguantado, síntesis completa del loco Arrate, el descompuesto Aspirina, cuya sola
presencia, con sus cuentos de aparecidos y sus complots terroristas, provocaba siempre, de
cualquier modo, la risa alegre de los compañeros. Aspirina recitó unos versos suyos dedicados a
Julio Antonio. Resultó ser un soneto; pero tengo que recortarlo, porque la verdad es que de vez
en cuando se le «iba la mano» y decía versos de catorce o quince sílabas. El primer terceto
decía:
Troncharon tu vida, mas no importa.
¿Podrán acaso aniquilar tu idea?
El árbol retoña cuanto más se corta…
Y terminó con este pareado profético, que le valiera más de un grito contra el imperialismo
yanqui.
Tu obra a su tiempo será cierta:
La puerta del futuro ya está abierta…
Cuando Aspirina terminó su soneto, quiso ponerse a explicarlo; pero los muchachos no lo
dejaron y tuvo que bajarse a la fuerza para que Aureliano hablase.
Había expectación por oírlo. Muchos de los muchachos presos no lo conocían más que de
nombre y tenía para todos el prestigio de haber sido, a doble tiempo, amigo íntimo de Julio
Antonio Mella y de Rubén Martínez Villena. Esto aparte de que Aureliano fue el que golpeó a
Rogelio Sopo Barreto en Nueva York, y acababa de pasar unos días preso en La Cabaña.
La vida entera de Julio Antonio Mella pasó por las palabras de Aureliano Sánchez Arango; y
quien está tan documentado sobre el carácter y la obra de aquel excepcional agitador de
multitudes, está obligado, en su día a ponerse a hacer algo serio y duradero sobre aquella vida
tan plena de humanidad y de futuro.
Julio Antonio Mella fue un trabajador formidable. Sin fatiga y sin reposo, tal en una película
pasada rápidamente, fue primero atleta, luego líder universitario, luego agitador comunista,
luego asesinado.
Poco escribió Mella, porque no tuvo tiempo para más al morir de 25 años. Dejó una multitud
de artículos en periódicos y revistas sobre problemas estudiantiles y sociales. Publicó Cuba:
factoría yanqui, que quedó inconclusa; El grito de los mártires y «¿Qué es el APRA?» Fundó
las revistas Juventud y Alma Mater, la Liga Antimperialista de Cuba, la Universidad Popular
José Martí; y en México la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos.
Trabajó en la organización de numerosas colectividades obreras; fue el alma del Primer
Congreso Revolucionario de Estudiantes; y el más destacado líder del famoso movimiento
estudiantil de 1923, cuando los «Manicatos» tomaron por asalto la Universidad.
A través de la cálida palabra de Aureliano, comprimía el peso de la labor gigantesca de Julio
Antonio, y fue impresionante, de manera especial para los que acababan de pasar una huelga de
hambre de un solo día, oírlo evocar la que sostuvo Mella durante dieciocho días en aquel gesto
suyo de inolvidable rebeldía.
Aureliano terminó con estas palabras, que en parte tengo que mutilar por ahora, en que se
refirió a profecías de Mella, e hizo otras, por su cuenta:
En la época en que todos esperaban un Mesías, un redentor en la farsa política, Mella lanzó, desde
las páginas de nuestra revista Juventud, su grito de alarma. Más que por conocimiento del hombre,
por su familiaridad con la realidad económica del país y sus relaciones de dependencia, pudo
Mella encerrar en una frase precisa y contundente las características del período de gobierno que
se iba a iniciar, que justamente ha sido, conforme a su previsión, un período de reacción fascista.
Así nosotros, por el mismo infalible sistema de atalayar los futuros acontecimientos políticos
mirando siempre a la estructura económica, a las formas de producción y de explotación, y a la
situación internacional de sometimiento económico —la historia la hacen los fenómenos
económicos— anunciamos todo lo que ocurrirá tras la falsa solución que se le dará a los presentes
problemas por quienes aspiran a una sustitución política exigida e impuesta por la hegemonía
imperialista yanqui: la absorción, la opresión económica y el terror fascista»…
El clamor de gritos que siguió a los dados por Aureliano al terminar, fue de tal naturaleza
salvaje y estruendoso, que si los gruesos y negros barrotes de las rejas se hubieran trocado en
cuerdas de contrabajo, no habrían bastado para hacerle fondo orquestal a aquel terrible coro,
inflamado, desordenado, loco.
Cuando hubo un poco de calma, desde la galera de enfrente pidió la palabra, para hablar en
nombre del resto de los compañeros presos, Sergio Carbó, el director de La Semana, siempre
con su camisa azul de mangas cortas. Dijo con palabras más o menos parecidas, que «saludaba
en nosotros a la nueva generación cubana, apta no sólo para la lucha arriesgada en la calle, sino
también para la labor del pensamiento».
Nueva ovación, que contrastó enseguida con el silencio absoluto que inmediatamente se
guardó por la memoria de Mella.
En la calle
Aquella misma mañana, para ser procesados, fueron sacados a la calle Aureliano, Guillot,
Pendás y Roa, quienes enronquecieron gritando por todos los que no pudimos verla aquel día, a
pesar de haberlo estado anhelando desde un mes antes. A la puerta de los Juzgados, los mueras a
los asesinos de Mella asombraron a los mismos policías estupefactos de tanta audacia.
Y cuando llegaron, trasladados ya, con nosotros a la Galera 18, nos trajeron la estupenda
noticia de que Gabriel Barceló, otro de los expulsados de la Universidad en 1927 por combatir
la prórroga de poderes, a pesar de la suspensión de garantías, y por arriba de todo, había hablado
durante un cuarto de hora, rodeado de hombres dispuestos a jugarse la vida, en el Parque de San
Juan de Dios. Lo que dijo, la estatua de Cervantes lo apuntó en su cuartilla de mármol, y todavía
lo está comentando.
Por la noche
La propia noche Aureliano, completamente ronco, volvió a hablar sobre Julio Antonio Mella,
narrando el episodio final de su vida: su muerte alevosa en México. Y estuvo hablando hasta
mucho después del toque de «silencio». Aquella noche, después del día entero dedicado a
recordar la memoria de la personalidad más acerada que ha producido la actual generación
cubana, nos dormimos con la satisfacción honda de pensar que Julio Antonio Mella estaría al
lado de nosotros en la lucha contra la tiranía y contra el imperialismo yanqui —sin
contemplaciones, como queremos los del Ala Izquierda— si en aquellos momentos aún no
hubiera sido asesinado.
Esta convicción y el aliento que da el contacto con recuerdo de semejante audacia y vigor,
fue lo que nos ayudó a mantener nuestra rebelde actitud en los días que siguieron.
1931
* Tomado de «105 días preso.» En Pablo de la Torriente Brau. Testimonios y reportajes. La Habana, Ediciones La Memoria, Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2001, pp. 1-86. La cita en pp. 23-31.
Liga Antimperialista de los Estados Unidos
Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC)
Declaración*
Noticias de Ciudad de México informan de un nuevo desenvolvimiento en el caso del brutal
asesinato de Julio Antonio Mella, líder comunista, realizado el 10 de enero de 1929 por agentes
de la dictadura machadista de Cuba y del imperialismo yanqui, con la complicidad del gobierno
de México.
José Agustín López Valiñas, un sujeto de conocidas actividades criminales y señalado desde
hace tiempo por diversas informaciones en poder de las organizaciones revolucionarias como
uno de los ejecutores materiales del asesinato, ha sido acusado por su propia esposa como autor
material de la muerte de Mella, y uno de los cómplices en el plan fraguado en la Embajada de
Cuba en México.
La esposa de López Valiñas y otros testigos declaran que este sujeto recibe dinero de La
Habana semanalmente desde la fecha del asesinato, y que este le era remitido por Rafael
Trujillo, conocido asesino que opera como jefe de la Policía Secreta de la Habana.
El Socorro Rojo de México exigió a las autoridades la aceptación de tres representantes de la
organización en la investigación de estos cargos, habiéndole sido denegada la petición por el
gobierno fascista de México.
En conexión con estos hechos la Liga Antimperialista de los Estados Unidos, y la Asociación
de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC) han lanzado la siguiente
declaración conjunta:
La negativa del gobierno fascista de Ortiz Rubio-Calles de admitir la representación del Socorro
Rojo de México en las «investigaciones» para establecer la identidad de los asesinos materiales de
nuestro camarada Mella, demuestra una vez más la complicidad del gobierno de México en el
siniestro complot fraguado por el dictador Machado de Cuba y que ocasionó el brutal asesinato de
nuestro camarada el 10 de enero de 1929.
El gobierno de México no sólo no ha realizado investigación alguna para lograr el castigo de los
asesinos, sino que por el contrario durante todo el tiempo que ha pasado ha ayudado materialmente
a los autores del hecho, perfectamente conocidos por la policía mexicana, ya que este fue
efectuado con la complicidad de Valente Quintana, jefe de la policía, y arreglado en detalles en la
propia Embajada de Cuba en Ciudad de México.
No sólo el gobierno de México no ha hecho ningún esfuerzo sino que ha ayudado, como en el caso
de José Magriñat, identificado como director del asesinato, a los ejecutores a evadir todo castigo,
habiéndolo custodiado la policía mexicana hasta el propio puerto de Veracruz para su embarque a
Cuba, con objeto de evitar cualquier posible acción por las organizaciones revolucionarias.
La Liga Antimperialista y la ANERC denuncian una vez más a los gobiernos de México y
Cuba y al imperialismo yanqui como responsables del asesinato de Mella y llama a todas las
organizaciones revolucionarias a protestar contra la acción del gobierno de México al denegar al
Socorro Rojo el derecho de nombrar camaradas que lo representen en la «investigación» y a
intensificar la lucha contra el terror fascista en Cuba y México en particular, y en la América
Latina en general. Sólo la lucha revolucionaria de las masas y el frente único de todos los
oprimidos contra la opresión imperialista y el terror blanco defenderá la vida de nuestros
militantes y conquistará la independencia nacional de las colonias.
¡Por la acción revolucionaria de las masas de obreros y campesinos!
¡Contra el terror fascista en las colonias del Imperialismo Yanqui!
¡Ingresad a la Liga Antimperialista y defended las masas oprimidas de las colonias!
1931
* Tomado de Mundo Obrero [Nueva York], diciembre, 1931, p. 7.
Emilio Roig de Leuchsenring
El primer mártir antimperialista*
Se inició el movimiento estudiantil el año 1923 con limitaciones estrictamente universitarias, en
pro de mejoras y reformas de planes y procedimientos escolares, contra el profesorado inepto,
contra la comedia de las oposiciones, demandando los muchachos a sus profesores… ¡que
asistieran a clase, que supieran enseñar! En aquella época pusimos nuestra pluma al servicio de
esa noble cruzada, […].
Más tarde el año 27, la revolución estudiantil se salió de los límites del recinto universitario
para tomar orientaciones político-sociales. Y fue la voz estudiantil la única que colectivamente
se alzó contra aquellos polvos de la prórroga de poderes y reforma constitucional que trajeron
los lodos de la oligarquía dictatorial. Los muchachos protestaron contra ese nefando proyecto
que no tenía más objeto que lograr la continuación en el poder de los funcionarios electivos, a
espaldas y contra la voluntad popular. En aquella época tuvimos también el placer y el honor de
levantar en este semanario, durante varios meses, semana tras semana, tribuna antiprorroguista,
secundando las cívicas campañas estudiantiles. En los años 23 y 27 los catedráticos no
acompañaron en su actitud magnífica a los estudiantes. En la primera de esas épocas porque
estaban a la defensiva. En la segunda, porque la guataquería o la indiferencia política imperaban
en ellos como en todas las demás clases de nuestra sociedad. Unidos al Gobierno los profesores
trataron y lo consiguieron, de exterminar el movimiento, expulsando de la Universidad por
varios años, como ya dejamos indicado, a los más caracterizados líderes estudiantiles. Y cerca
de un centenar de muchachos tuvieron que abandonar sus estudios y muchos de ellos, también
la República, perseguidos y acorralados por la furia policíaca y gubernativa.
El primer mártir de esta gloriosa campaña fue Julio Antonio Mella, inolvidable amigo y
compañero nuestro desde años anteriores en otras campañas antimperialistas, asesinado
vilmente en la hermana tierra de México por los secuaces de Machado amparados por algunos
gobernantes aztecas, lacayos también, como el tirano Machado, del imperialismo yanqui.
Si Martí fue durante la época colonial el primer mártir cubano de la lucha antimperialista,
Mella en la era republicana, ha sido el primer mártir de esa indispensable campaña que nuestros
pueblos de Hispanoamérica necesitan realizar para no perecer absorbidos y explotados por la
expansión capitalista de Norteamérica.
Después de Julio Antonio, el martirologio estudiantil cubano ha ido nutriéndose con los
nombres de otros abnegados y heroicos muchachos que inmolaron sus vidas por el decoro y la
dignidad de su tierra, héroes y mártires por el nacimiento de una nueva República, justa,
humana, libre.
1933
* Tomado de Emilio Roig de Leuchsenring. «Los máximos apóstoles, héroes y mártires.» Carteles [La Habana], 27 de agosto de
1933, p. 30. (Título atribuido. AC.)
Graciella Garbalosa
Joven talentoso y valiente*
El 20 de mayo de 1925, en la sección titulada «Itinerario de las Elegancias», creación de mi
particular ingenio en el periódico El País, publiqué un comentario que me valió muchos
disgustos, durante la primera etapa machadista.
Dicho comentario sirvió para estrechar los lazos de la prístina amistad entre Julio Antonio
Mella y esta Peregrina de Paisajes…
He aquí unas extracciones de aquella crónica, perteneciente al ayer apocalíptico. «¡Qué
amable y alegre se ha mostrado el comercio de la Habana durante las fiestas del actual 20 de
Mayo! Galiano y San Rafael, el recién reconstruido «Fin de Siglo», la regia «Casa Borbolla» y
el zoco llamado O’Reilly, hicieron un derroche de buen gusto, nunca visto en esta capital. Mas,
¿por qué sería que algún semidiós etéreo ha volcado sobre nuestra emperejilada urbe, los más
henchidos odres de importunas lluvias, desbaratadoras del ingenuo homenaje comercial?
¡Ya pasaron los festejos de este mayo llorón, tal que un recién nacido, o que una plañidera de
saturnales… Porque, mirando bien, estas fiestas resultan un entierro y un bautizo: ¡el niño que
nace y el viejo que muere!… (Hay niños perversos y viejos casi santos.) ¡El muerto al hoyo y el
vivo al pollo!…
* Tomado de Bohemia [La Habana], 17 de septiembre de 1933, pp. 8-9, 59. (Título atribuido, AC.)
Comienza el nuevo banquete; dicen que en éste de Machado, no se comerán aves, ni se
escanciarán vinos generosos, de los de la famosa cena de Cristo ¡no! En el banquete de ahora,
dícese que servirán lechón asado, tasajo frito, legumbres y agua de Vento… ¡Veremos! Al
pueblo pagador se le permitirá mirar de lejos y aplaudir la música, algunos de los miembros de
la claque recogerán las sobras; y los comerciantes que proporcionan los comestibles, podrán
olerlo, pasar los dedos a las fuentes, antes y después de pasadas por la mesa, y en casos muy
contados, picar y picar… Con ese banquete tan criollo y tan barato, que nos anuncia y promete
el gobierno machadista, puede que se reproduzcan escandalosamente las aves de los corrales,
campos y paseos, ¡bueno sería que las exportasen a países lejanos!… En cambio, los lechoncitos
cebados, ¡qué degollada van a sufrir! Verdad de verdad, tenemos exceso de lechones en Cuba,
sería por tanto buena la medida que dice tomará el Gobierno, pero pensándolo bien, las aves
molestan tanto o mil veces más que los puercos, pudiera suceder, que al acomodarse las parejas
amorosas, en las noches plenilunares, a disfrutar del encanto de las frondas, les lloviera la
basurita que desde arriba arrojasen los pajaritos…
Pues bien, la crónica de donde reproduzco los párrafos anteriores, fue la causante de que yo
quedase fuera de la redacción de El País, y de que comenzara mi calvario, en el terreno del
periodismo cubano. En aquel tiempo de la subida de Machado a la Presidencia de la República,
toda la sociedad cubana tenía puestos los ojos y la fe, en el ahora indescriptible trágico-bufo expresidente.
Desde aquellos tiempos de unánime júbilo nacional, incompartido por Julio Antonio Mella,
nuestra camaradería ideológica (que naciera un mes antes de la boda del líder estudiantil, con la
entonces alumna de derecho, Oliva Margarita Zaldívar), se fue aumentando, al extremo, de que
casi siempre vivíamos en las mismas casas de apartamentos, y nos veíamos los tres a todas
horas. ¡Aquel noviembre de 1925, hubo de sorprendernos con la adversidad ante el porvenir, sin
otro amparo que las revolucionarias convicciones, las que entonces eran el suicidio de la
juventud; si bien la pareja Mella-Zaldívar era un torrente de arrestos, mientras yo,
elegantemente erguía mi dolorosa carga de enorme responsabilidad maternal.
La noche que prendieron a Mella (después de yo haberle avisado con dos días de
anticipación, rechazando él los consejos de que se escondiese), nos amaneció en la salita de mi
casa, conversa que te conversa, llenas de fe y de confianza en el talento y el valor de Julio
Antonio, su mujer en estado de gestación, y esta luchadora, que imposibilitada de ganarse la
vida trabajando, carecía de luz eléctrica, consumiendo cigarrillos baratos a la temblante luz de
unas velas.
El día 25 de diciembre, ahíta de una alegría saludable, acudí hasta la clínica donde estaba
internado Mella, desde la gravedad de su famosa huelga de hambre. Y presentadas ante su lecho
de Cristo contemporáneo, vestidas de seda roja mi hija y yo, portando un cesto grande de
claveles y tules purpurinos, entrelazamos nuestra alegría saludable con la de Rubén Martínez
Villena, el doctor Aldereguía, Jacobo Hurwitz y muchos más discípulos que le circundaban.
En febrero de 1926 partíamos hacia México, en alas de la aventura, Olivín Zaldívar, Mella,
mi hija y yo. ¡Nuestra odisea en México! ¡Como debe recordarla Olivín!… Año y medio
después, nuevamente vecinos en una inolvidable casa de apartamentos de la calle Talavera 25,
corazón del México antiguo, nacía la hijita de la pareja revolucionaria, la hijita del líder
máximo, insuperable, insustituible. ¡Cuántas veces la cuidó mi hija Gracielita, mientras Olivín
acudía a las sesiones del Partido!
En el verano de 1928, la situación de los emigrados universitarios en México, agravábase; de
día en día iba creciendo el número de los exiliados cubanos. ¡Qué tiempos tan hermosos y
difíciles! Leonardo Fernández Sánchez, Aureliano Sánchez Arango, Agramonte, Inclán,
Montalván, Cotoño, Penichet, etc., etc… En la escasa dimensión de una crónica de oportunidad,
es imposible darle al lector siquiera un pálido boceto de aquellos tiempos maravillosos:
juventud, talento, carácter, convicciones, anhelos dignificantes, la fiebre de un ideal humano y
desinteresado… ¡No, no es posible, los recuerdos acuden en tropel y me nublan la capacidad
periodística!… Necesario sería escribir tantas crónicas, que con ellas podrían formarse los
tomos de una obra de juventud cubana muy siglo veinte y muy de apostolado.
En noviembre de 1928 yo sufría temores, por la vida de Julio Antonio Mella, y desconfiaba,
desconfiaba hasta de algunos simpatizadores del Partido, que vivían unas veces en la casa de
Julio Antonio y otras en el cuarto de algunos compañeros. Uno de esos individuos, el más
destacado, era el joven doctor Amarall. Sabíamos cómo el general Alemán y sus acólitos
pretendían conseguir del Gobierno mexicano la extradición de Mella, conocíamos las
intenciones asesinas, sabíamos del espionaje de Magriñat; pero lo tenían a distancia y no podía
hacer gran cosa. El peor enemigo, el espía mayor dormía bajo el techo de la víctima, comía a su
mesa, a nuestra mesa en el restaurante chino de calle de Bolívar.
Un día supe que Julio Antonio hacía tres días que no aparecía por el Partido y los miembros
ignoraban su paradero, insulté a todos los del grupo mío, era inconcebible tal despreocupación,
y produje fuerte alarma preparando la búsqueda. Dos días después, Julio Antonio saltaba
alegremente por el ventanico de mi cocina, haciendo un ruido estremecedor en el pavimento de
madera, y me daba un abrazo de colegial, premiando mi angustia e interés de madrecita. Le
reconvine, hícele notar la deficiencia vigiladora de los miembros, le llené de consejos, deseando
sembrarle algún temor defensivo, hacia la garra tendida en la sombra. Quedóse silencioso,
pensativo, y dándome la razón expuso deducciones tan clarividentes, que me llenaron los ojos
de lágrimas.
En octubre enfermé de gravedad y los médicos me prescribieron un reposo absoluto,
negándome ver a nadie, hablar, leer, etc., ¡estaba agotadísima! Tuviéronme cuarenta días en
cama sin comunicación, rompí la consigna para recibir a Julio Antonio. Hablamos, hablamos,
desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche, y me confesó que tenía un heredero de
meses en la Rusia Soviética. Expuso los peligros que le acorralaban; su lucha en esos días
dentro del Partido y fuera del mismo era insoportable, insostenible. A los veinticinco años, su
cabeza, con hirsuto cabello criollo, empezaba a lucir ondulaciones níveas. La elástica figura de
apolínea belleza, derrochaba una elegante sencillez delicadísima.
¡Era el líder continental, era el cerebro máximo de la juventud del Nuevo Mundo! Cuando le
conté los dolores terribles que yo había sufrido, se impresionó tanto, que se llevó las manos al
vientre, tal que si presintiera los balazos envenenados que le hirieron al mes justo de aquella
entrevista última. El 8 de diciembre de 1928, embarqué de regreso para Cuba, a instancias de los
médicos que ordenáronme me trasladase a tierra caliente. ¡Lloraba al ver al puerto de la Habana!
¿De alegría? ¡No! La angustia, el temor, la ira sagrada, la indignación, el convencimiento de las
humillaciones que iba a sufrir me exprimían el espíritu. ¡Era un suplicio tener que ganarme el
pan en mi tierra!…
El 10 de enero de 1929, veintiocho días después de mi llegada, era asesinado Julio Antonio
Mella en las calles de México, a las once de la noche, por los verdugos del machadato. En la
redacción de esta revista, me vieron llegar con los ojos hinchados y rojos en busca de noticias,
aquí recibí la definitiva, la de su muerte. Tres días después, acudí al banquete de la entonces
1
famosa «Minoría Sabática» en el «Automóvil Club». El doctor Antiga y Rafael Suárez Solís,
fueron los primeros en saludarme, preguntándome si tenía catarro; ¡tal era el aspecto de mi cara
congestionada por el llanto, lo único que podía hacer en mi desesperada indignación. Y les
contesté: —«No, amigos míos, no tengo catarro, lo que tengo es vergüenza.» Sentáronse los
sabáticos a la mesa y el llanto no me dejaba probar bocado, a los postres leí las cuartillas con
que termino esta crónica:
—Amigos periodistas, los que estáis sentados a esta mesa de la Minoría Sabática, hago constar que
lo que voy a decir, se debe a que en la prensa diaria de la Habana, no he visto con respecto al
asesinato de Julio Antonio Mella, asesinato que presentíamos en México, desde hace seis meses,
pues que sabíamos de la llegada de unos asesinos con cartas gubernamentales, para conseguir su
muerte y manchar de fango y de luto definitivo, el honor de nuestra patria y el anhelo viril de la
juventud revolucionaria; repito que no he visto en nuestra prensa respecto al asesinato de Mella, ni
vislumbres de la verdad, ni la valentía exigible a ese vocero conductor de la Opinión Pública.
La prensa diaria de la Habana solamente ha publicado cables mentirosos, manchando
cobardemente la aureola de apóstol y mártir de Julio Antonio Mella, con la burda calumnia de un
asesinato pasional.
Todos nosotros sabemos el por qué de lo sucedido.
La isla de Cuba atraviesa en estos instantes por el más doloroso estrangulamiento ideológico. La
muerte de Julio Antonio Mella es un duelo nacional, continental, universal. Y para él, joven,
talentoso, valiente, aureolado de saludables virtudes, para él que tuvo la desgracia de nacer en esta
República de opereta, que se transforma en tragedia greco-romana, no brotan ante su muerte
injusta, ante el cobarde asesinato gubernamental, el holocausto aunque sea encubierto, aunque sea
en privado, de sus compatriotas y amigos, tan dispuestos a levantar palmas y sonar las manos, por
cualesquier hallazgo baladí; ¿es que existen prebendas enmudecedoras?…
¿En estos momentos, todos los cerebros cubanos, que debieran ser los faros de las colectividades
expuestas al naufragio, experimentan la rebeldía secreta de los eunucos?…
Julio Antonio Mella era una antorcha en la oscuridad, un aparato de radio que difundía el grito
salvador y la esperanza saludable de todos los continentes de la tierra. Por esas manos cretinas,
guiadas por animales acéfalos, le hirieron por la espalda, mientras acompañaba a una mujer.
Quien le conocía le respetaba; quienes pudieron gozar del placer de oírlo en la tribuna tuvieron que
amarle. Era un hombre lleno de luz. El asesinato de Mella, es un irreparable duelo nacional. La Isla
de Cuba en estos instantes ha quedado desvirilizada. ¿El único hombre integral era Julio Antonio
Mella? ¿Soportarán en silencio, cobardemente, como eunucos, ese ultraje a la patria y al progreso?
Los que conocieron sus actividades de adolescente, pueden imaginarse lo que era Julio Antonio
hombre, en el México abierto a todas las luces. Era un torrente por el cauce de las montañas,
prestándole energía a la maquinaria del mejoramiento humano. Era sencillo y alegre como un
colegial, bondadoso como un sabio, valiente como un dios. Los hombres como Mella son los
dioses de la Historia…
Todos los comensales de aquel día se pusieron en pie religiosamente y Roig de
2
Leuchsenring dijo: «—Amigos míos, si la bandera cubana ha servido para encubrir,
pretendiendo justificar el asesinato de Mella, yo haría lo que calumniosamente se le achaca al
máximo apóstol de la juventud cubana: ¡escupir la bandera!»
Cuatro años después, en agosto de 1933, la República de Cuba, rompiendo los grilletes de la
tiranía, agita el ubérrimo ramaje de su hermosa y valiente juventud, que surgiera del tronco
erecto y eternal de Julio Antonio Mella.
1
El médico y político Juan Antiga (1871-1939), era una de las personalidades más originales del movimiento intelectual. Conoció a
José Martí en Nueva York. Fundador del Grupo Minorista (1923-1929) era colaborador del movimiento obrero. Amigo personal
de Gerardo Machado, lo combatió. Perteneció a los fundadores de Joven Cuba, la organización de Antonio Guiteras.
Rafael Suárez Solís (1881-1968), periodista español residente en Cuba, muy solidario con el movimiento estudiantil
antimachadista.
2 Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), gran historiador antimperialista y amigo de Mella, fundador del Grupo Minorista y su
primer historiador.
Raúl Roa
Un temperamento dinámico*
Cuando estas líneas se publiquen en Bohemia acaso ya vengan camino de Cuba —después del
homenaje arremolinado y triunfal, cuajado de rojas banderas y vibrantes discursos, de los
obreros y estudiantes mexicanos— las cenizas de aquel que supo, en todo momento, ajustar su
pensamiento a su conducta. Así cayó en una solitaria y oscura calle de México: con el enérgico
perfil luminosamente vuelto hacia el futuro, como había vivido, y en la boca crispada el grito
terrible y magnífico: «¡Muero por la Revolución!»
Hace ya cuatro años que este crimen cobarde y repulsivo estremeció de ira y dolor el mundo
revolucionario. Hace ya cuatro años que Julio Antonio Mella, el precursor glorioso de las
revueltas estudiantiles de Cuba, el comunista militante, el revolucionario abnegado y heroico,
fue acribillado a balazos por esbirros a sueldo de Gerardo Machado —hoy Asno errante. No fue
Mella, una víctima aislada de la furia asesina del perverso Machado, como algunos,
particularmente interesados, intentan establecer oscureciéndose de esta suerte la verdadera
significación histórica del hecho, sus implicaciones políticas y sociales. Julio Antonio Mella —
quede ya definitivamente aclarado— cayó en una miserable emboscada del imperialismo
yanqui. Aquel 10 de enero de 1929 señala el eclipse biológico de una de las vidas más fecundas,
atorbellinadas y generosas que registra, con caracteres de hierro, la lucha revolucionaria contra
el imperialismo y la reacción nacional. Al paralizarse para siempre en aquel cuerpo joven y
atlético la circulación de la sangre y dejar de funcionar aquel cerebro clarísimo, se inició para
Mella una nueva vida a través de su recuerdo y de su ejemplo. Como todos los revolucionarios
caídos en su puesto de combate, Mella devino símbolo. Por eso, sigue siendo útil después de
muerto, como él mismo pidiera. Por eso, su nombre es hoy para nosotros bandera que agitamos
en las calles contra la burguesía y el imperialismo y llevamos clavada en el pecho. No hay, en
rigor, premio más alto para el revolucionario desaparecido, que este de seguir sirviendo a la
causa desde la tumba.
* Tomado de Bohemia [La Habana], año 20, vol. 25, no. 33, 17 de septiembre de 1933, pp. 3, 60. Se publicó bajo el título de «Julio
Antonio Mella». El periódico Ahora, el 10 de enero de 1934, publicó este mismo artículo con pequeñas variaciones para
actualizarlo. (El título atribuido, AC.)
La figura, la vida y la obra de Mella, constituyen, sin duda, lección ejemplar y clarísima que
ofrecer a los jóvenes. Mella: he aquí alguien cuya imitación sería para nosotros incuestionablemente más fecunda y trascendental que la imitación de Cristo. Esta vida, tan llena de
desusados matices, tan pura y emocionante, reclama para ser relatada una pluma condigna. No
sería seguramente, ni puede ser, por ejemplo, la de Jorge Mañach, el biógrafo de Martí y
abecedario mediacionista. Será, tiene que ser, una pluma desvinculada totalmente de los
intereses de la burguesía cubana, capaz, por su posición política en la lucha de clases, de
comprender, medir, interpretar, en su cabal grandeza, lo que Julio Antonio Mella fue. En suma:
una pluma revolucionaria. Únicamente por este vehículo tendremos la versión caliente, directa,
genuina, del hombre que, revolucionario de su tiempo, sigue ganando batallas clamorosas
después de muerto. Apenas si se han escrito sobre él trazos tímidos, los confusionistas, ensayos
incompletos, algún que otro trémulo esbozo que sólo da una muy vaga impresión suya. Sólo un
individuo ideológicamente afín a Mella, de su propia envergadura moral podrá dar victorioso
remate a esta magna empresa de ponerlo vivo en letras de molde. Un Rubén Martínez Villena.
Un Pablo de la Torriente-Brau. Entre tanto, queden estas líneas febriles y atropelladas como una
ofrenda más entre las múltiples que sobre su memoria encendida han volcado, a la vez coléricos
y conmovidos, los revolucionarios de todas las latitudes.
Mella realiza plenamente el tipo del intelectual que viene a la revolución de los oprimidos
por vía del determinismo ideológico, por comprensión del juego de las fuerzas económicas y
sociales operantes en el proceso histórico. Mella, como José Carlos Mariátegui y Rubén
Martínez Villena, pertenece a esa heroica minoría que rompe valerosamente con sus intereses de
clase y se integra en la lucha revolucionaria para servirla hasta sus últimas consecuencias. Fue
en la Universidad donde apareció por primera vez Julio Antonio Mella en el terreno político.
Temperamento dinámico, repleto de poderosas energías, inició en 1923 el llamado movimiento
de reformas universitarias, enderezado a fumigar y democratizar la Universidad. Mella se
transformó en pocos días en un gran líder estudiantil, en el más auténtico líder estudiantil que
hasta ahora ha producido Cuba. El histórico Patio de los Laureles fue el escenario de sus más
resonantes triunfos de entonces. Tantas veces lanzó su palabra violenta y magnética desde aquel
sitio, que cree uno aún percibir el eco de su oratoria encrespada y sonora. Recuerdo la última
vez que lo oí hablar. Fue el 26 de noviembre de 1925. Ya Machado había descargado su aparato
de represión y terror sobre el estudiantado en rebeldía, amenazando con arrebatarle las
conquistas logradas en la revolución de 1923, lo que al cabo obtuvo con la ayuda de los
estudiantes traidores. La atmósfera era tensa. Mella —aclamado por todos— subió a la
improvisada tribuna. Su mirada resuelta y brillante se recogió un momento en sí misma, y
luego, con gesto dominador y altivo, la melena flameante, el brazo poderoso rubricando el aire,
rompió a hablar. Cuando concluyó toda aquella muchedumbre de jóvenes enardecidos pugnaba
por estrecharlo en sus brazos.
Fue esa la última vez que lo oí hablar y la última también que lo hizo en Cuba. Al día
siguiente fue arbitrariamente detenido y, como protesta, se declaró en huelga de hambre. En el
recuerdo de todos está, vívidamente registrado, aquella proeza suya de mantenerse diecinueve
días sin tomar alimentos, en medio de una formidable agitación nacional y continental. Los que
alguna vez nos hemos visto en parejo trance, sabemos muy bien que sí, para mantenerla tres días
se requiere un temple de acero, para sobrellevarla diecinueve, sin vacilaciones ni desmayos,
como Mella, es preciso estar vaciado en moldes excepcionales.
Amenazado de muerte, lleno aún el ambiente de los rumores de su hazaña, Mella se vio
obligado a partir al destierro. Va a Panamá, a Guatemala, a México. En este último sitio levanta
establemente su tienda. La lucha revolucionaria lo absorbe totalmente. Un año después Mella ha
sufrido una gigantesca transformación. Su visión política es más fina, su preparación teórica es
ya consistente, su palabra revolucionaria ha madurado: Mella es ya el líder de fibra continental,
de que nos hablara un embajador soviético al pasar por la Habana. Ocupa posiciones de altísima
responsabilidad en los organismos revolucionarios mexicanos. Habla. Escribe. Multiplica su
actividad de manera asombrosa. Funda la ANERC y su hoja de combate, Cuba Libre. Va a
Bruselas, al Congreso mundial contra el imperialismo y la opresión colonial, donde presenta un
amplio y documentado informe titulado «Cuba, factoría yanqui». Retorna a México. Mella es el
eje de la lucha revolucionaria continental. Su insólita capacidad energética, le permite estar en
todo, vigilante y certero. Organiza y elabora un libro sobre el problema revolucionario de Cuba,
que la muerte dejó trunco. Un panfleto que se ha hecho célebre, denuncia, critica y
desenmascara al APRA. (Asociación Para Revolucionarios Arrepentidos). Arde en ansias de
volver a Cuba, cuyo proceso revolucionario sigue alerta. Balazos asesinos tronchan su deseo.
Mella muere antes de que caiga, por el empuje revolucionario de las masas, el régimen
sanguinario de Machado, que él había previsto en un artículo suyo publicado en Juventud.
Ahora vienen sus cenizas a Cuba. Llegan, por dramática coincidencia, en uno de los más
agudos momentos de la historia económica y política de Cuba. Un insolente y poderoso cerco
de cañones aprieta la Isla convulsionada, amenazando vomitar sobre ella la desolación y la
muerte, porque el ascenso revolucionario de las masas va en ritmo creciente. La intervención
pasó ya del plano de la inminencia al terreno de la realidad concreta. Está en franco período de
evolución. El desembarco de marinos sólo sería su culminación. Y ella va centralmente dirigida
contra el movimiento revolucionario de los elementos de fila del Ejército y la Marina y de las
masas oprimidas que luchan por su liberación nacional y social. Contra esa realidad no pueden
las organizaciones revolucionarias cruzarse de brazos. La coyuntura es de lucha, constante y
diaria, a la cabeza de las masas. Hay, pues, una perfecta sintonización entre la atmósfera
revolucionaria que vivimos y la llegada de los restos de Mella. Es preciso que ese día estemos
todos en el muelle, en haz apretado y nutrido, para demostrar nuestra adhesión militante al
luchador incansable cuya palabra sigue resonando entre nosotros y como protesta contra la
intervención y el imperialismo y apoyo decidido y fraternal a los soldados y marinos.
1933
Rubén Martínez Villena
Inolvidable para nosotros*
Camaradas, aquí está, sí, pero no es un montón de cenizas, sino en este formidable despliegue
de fuerzas. Estamos aquí para tributar el homenaje merecido a Julio Antonio Mella, inolvidable
para nosotros, que entregó su juventud, su inteligencia, todo su esfuerzo y todo el esplendor de
su vida a la causa de los pobres del mundo, de los explotados, de los humildes… Pero no
estamos sólo aquí para rendir ese tributo a sus merecimientos excepcionales. Estamos aquí,
sobre todo, porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al calor de su
generoso corazón revolucionario. Para eso estamos aquí camaradas, para rendirle de esa manera
a Mella el único homenaje que le hubiera sido grato: el de hacer buena su caída por la redención
de los oprimidos con nuestro propósito de caer también si fuera necesario…
1933
* Tomado de Eduardo Castañeda. «Mella y Rubén.» En «Páginas de una misma historia.» Mella [La Habana], 18 de octubre de
1965, p. 7. Palabras ante las cenizas de Mella el 29 de septiembre de 1933. (Título atribuido, A.C.)
Juan Marinello
Cenizas sin muerte*
I
Escribo sin sosiego, con la alegría tumultuosa de la llegada a la tierra entrañable, con la visión
de un pueblo que comienza a afirmarse en su camino revolucionario. La multitud enternecida y
fuerte que ha rodeado con limpia reverencia las cenizas de Julio Antonio Mella, ese barro
humano encendido de pura exaltación, será mañana —pronto— el motor de nuestra liberación.
El pueblo, decía Martí, es el verdadero jefe de las revoluciones. Y la masa cubana —la masa
vilipendiada, oprimida, desconocida—, está ya en la conciencia de su poder. Julio Antonio
Mella, como el Cid legendario, está ganando las más grandes batallas con sus restos inertes.
Hasta después de muertos somos útiles, dijo él una vez.
Si las cenizas del gran luchador no tuvieran para las masas revolucionarias del Continente
una significación altísima, su traslado a Cuba hubiera sido fácil. Hubieran llegado a reposar. Y
han llegado a inquietar, a exigir, a batallar. Sabía bien el gobierno de México lo que hacía al
perseguir con saña salvaje a los que querían devolver a Cuba las cenizas activas. Esas cenizas
guardan el grito de las multitudes desangradas día tras día en los cañaverales, en las minas, en
las fábricas de América. Esas cenizas acusan en su inanidad a toda una raza continental de
politiquillos subidos al mando por el trampolín de la Embajada yanqui, maldicen en su mudez a
toda una familia de intelectuales que desde el Bravo hasta la Patagonia callan la verdad por
miedo, por codicia y por vanidad; quieren ahogar, apagar con violencia en la garganta
miserable, la voz de los que estorban, con la promesa de posibles acomodamientos, la lucha
entre los que todo lo poseen y los que no poseen más que la verdad.
Las cosas en México ocurrieron así.
* El primer artículo se publicó en Bohemia, 1 de octubre de 1933, pp. 34-35; el segundo, el 29 de octubre de 1933, p. 26; y el
tercero, el 22 de agosto de 1975, pp. 44.45 al velarse su cenizas en el Aula Magna de la Universidad de la Habana y ser llevadas
en peregrinación hasta el Museo de la Revolución, donde se guardaron hasta que se terminó el Memorial Mella (10 de enero de
1976).
Día 5. El Comité de Frente Único Pro-Mella ha quedado formado al mediodía. En él están
representadas todas las entidades revolucionarias: Partido Comunista, Socorro Rojo, Liga
Juvenil Comunista, Federación de Estudiantes Revolucionarios de México, Ala Izquierda
Estudiantil de Cuba… Y un grupo de intelectuales anti-imperialistas. Las labores urgentes han
quedado acordadas; una colecta para el traslado de los restos a La Habana, la organización de
una gran velada en la Universidad, mítines numerosos en fábricas y sindicatos. Hay entusiasmo
y cordial entendimiento entre todos. Hasta los estudiantes de derecha aceptan que no se falsee la
fisonomía revolucionaria de Mella, que se exprese de modo categórico su postura de antiimperialista y de comunista. Hemos quedado citados para el día siguiente.
A las nueve de la noche… El compañero Bonachea nos trae una rara noticia; el
Departamento de Salubridad ha dispuesto que al día siguiente, casi al amanecer, sea la
exhumación. Rápidamente tratamos de avisar a los más fieles. Muy pocos estarán presentes,
lamentamos.
Día 6. Jorge Rojas y el notario llegan los primeros al Panteón de Dolores. El notario es un
viejo porfirista que ignora entre qué gentes se mueve. Se atusa solemnemente unos bigotes
híspidos anteriores a Palo Blanco. Pide los libros sepulcrales. Se revuelven infolios,
expedientes, tomos. Al fin, el dedo curial se detiene: Don Julio Antonio Mella, tumba 45. El
Don suena como una ofensa grave. El grupo se dirige silencioso a la tumba 45. Llegamos. El
sencillo monumento que el Partido Comunista de México ofrendó al gran muchacho está sobre
la tumba. La rodeamos con emoción contenida.
Los minutos se alargan demasiado. A cada paletada sigue una lluvia de desinfectantes que
los funcionarios de Salubridad van fabricando en un equipo complicado. Va enseñándose el
hueco negro. Al fin, un golpe seco: la caja. Nos miramos con seriedad absoluta. Miramos todos
hacia el fondo del hueco. ¿Cómo estará? Miro hacia el frente. Mirta, Jorge, Caridad, Rodolfo,
Gerardo… todos en una firme y sobresaltada espera. Siguen su obra las azadas. Saltan unas
maderas deshechas. Debajo de ellas queda la tierra negra, manchada por pedazos de huesos
blandos, terrosos. De pronto, uno de los zapadores levantan un maxilar amarillo, pequeño,
cobarde. De todos sale un grito. ¡No!
Se buscan los libros sepulcrales. El error es evidente. Allí se enterró, hace veintidós años, a
un buen señor manso y anónimo. El monumento levantado por el P. C. de México fue movido
de su verdadero lugar. Se ha escarbado en la tumba 44. Que se comience, vaya a la 45.
La misma espera. Igual ansiedad soterrada y lacinante. Las paletadas de tierra. La lluvia de
formol. Y otra vez el golpe contra la caja. Y la misma pregunta: ¿Cómo estará? Ahora la caja es
fuerte, con la envoltura de una tela oscura casi sana. Se tiran al fondo las cuerdas. Se trae a flote
el ataúd. Se deja cuidadosamente junto al hueco. Nueva lluvia de formol que todos sentimos en
la piel. Al fin, un gran golpe hace volar la caja. Unos instantes de indefinible mudez. Y en
seguida: ¡Es él! Dentro de la caja hay un esqueleto todavía envuelto en vestiduras. La calavera
—blanquísima— es grande, fuerte, el mentón poderoso, retador. La frente está tajada al medio,
horriblemente. De la parte superior arranca la melena inconfundible, en onda rebelde, como una
llama vengadora. ¡Es él!
Sólo se oye el tic-tac de las cámaras fotográficas. Y el ruido tímido del viejo filosofar frente
a la muerte. Junto a mí un hombre alto y flaco habla quedamente de la vanidad de las luchas
humanas. Esto es todo, musita. Y desliza entre mis manos dos fotografías derrotadas por el roce
del bolsillo.
—No me abandonan nunca —me dice. Mi mujer, usted sabe, me pelea por esto, pero no me
importa… En una está el luchador en su gran belleza viril en el goce de su cuerpo perfecto, en la
gracia de su sonrisa sin reverso. En otra, una mujer sin ropas hipócritas en la pureza de sus carnes
apretadas y limpias, atisbando al héroe con una expresión infantil y pensativa. ¡Qué gran pareja
hacían!… Y ahora, ¡mire usted, mire! Voy de las fotografías al ataúd. No sé lo que pienso. Miro a
lo lejos, a los pinos, a los cerros azules del Ajusco. Un coro fuerte y tierno me rompe la meditación
cobarde. El ataúd ya no está junto a mí. Lo llevan sobre las cabezas mujeres y hombres por la
ancha avenida bordeada de cruces, «Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan…»
Llegamos al horno crematorio escoltado por un gran número de gendarmes. Ya, entre los que
miraban al fondo del hoyo, habíamos reconocido a Sotomayor, el mastín que nos disolvió, a
golpes de rifle, el mitin antimperialista de la calle de San Miguel. Entramos. La caja queda en el
horno. Hay que esperar mucho. El horno es primitivo, elemental. Precisan dos horas para que su
obra se consume. Nos sentamos en el suelo mientras las llamas muerden los huesos. Vemos
cómo van llegando más gendarmes armados hasta los dientes. Llegan dos, tres, cuatro
ambulancias. La pesca va ser gorda, pensamos. Dorantes habla sin miedos, como siempre.
Detrás de él Bonachea. Luego, Consuelo Uranga, con palabra precisa y poderosa. Por último
Sánchez Cárdenas. Entra la jauría. Aprehende a los oradores. Y a un buen número de hombres y
mujeres muy conocidos ya en los mítines en que se dice la verdad. Las ambulancias parten
llenas. Vuelven, para llenarse de nuevo. Un grupo pequeño queda esperando que los huesos
sean cenizas, en un ambiente cargado de indignación y de rebeldía. Al fin sacan del horno las
parihuelas con los restos humeantes. La cremación ha sido incompleta. Los huesos del cráneo
están casi intocados por el fuego. Será necesaria una nueva incineración. Pero no hay tiempo
que perder. Fuera, parece que el cerco es menos denso. Pero, quizás… Los huesos a medio
quemar son depositados en una caja tallada al viejo estilo. Salimos a las avenidas del
cementerio. Los grupos de gendarmes cuchichean y anotan. Pasamos entre ellos con la caja muy
apretada —Debe llevarla usted a la Agencia Alcázar, opinan los más. Esta gente es capaz de
todo; pero quizá se atrevan a menos porque el traje y los cargos les imponen mucho. Con usted,
que es profesor, quizá… Salto a un automóvil. Partimos para la Agencia a todo andar. Dejo en
el salón de exposiciones las cenizas en su caja majestuosa de yelmos tallados. Espero. Llegan a
poco los compañeros. Sacamos con precauciones las cenizas. Quedan en casa de la admirable
1
Mirta Aguirre. Minutos después llegan a la Agencia Alcázar los gendarmes furiosos. Nada. Ya
no están aquí, contesta asustado el señor gerente. Han volado.
Por hoy están salvadas.
1
Mirta Aguirre Carrera (1912-1980). Poeta, ensayista y profesora universitaria. En realidad, las cenizas estuvieron en poder de
Caridad Proenza, quien las protegió hasta que el grupo partió hacia Cuba. Caridad Proenza no vino en la comitiva.
II
El Comité de frente único Pro-Mella seguía reuniéndose diariamente con las consabidas
precauciones. Cambios de lugar, horas inusuales, rumbos insospechados. Era preciso obtener en
tiempo cortísimo la cantidad que asegurase la llegada de los restos de Julio Antonio a La
Habana. Las noticias de Cuba eran importantísimas, de enorme significación política. Sobre la
isla marchaba, en son guerrero, media escuadra yanqui. Cada mañana nuevos destructores
partían hacia el sur. Había una confusión risible en ciertas noticias: en el poder, un gobierno
comunista con Porfirio Franca, banquero yanqui, en su dirección… De otra parte, hechos de
innegable trascendencia: los ingenios en manos de los obreros, las banderas rojas, alegrando las
calles de La Habana y de Santiago, la Liga Antimperialista organizando mítines monstruos en el
Parque Central. Y en el Ejército, un sargento columbiano nombrado Fulgencio mandando la
tropa y fusilando metódicamente a la oficialidad machadista-menocalista… En cada amanecer
nos llenaba de sorpresa la confusión esquemática del cable. Pero habría sobre todas las cosas,
una gran verdad: el caso cubano subido a problema del día, llegado a actualidad continental,
mundial. Cuba en la primera plana de los periódicos de París, de Berlín, de Moscú. En los
bulevares, al decir de un regocijado semanario parisino, se hacía una frase: ¡Quién viviera en
Cuba! Allí la vida está a tiro de fusil… Los momentos exigían indeclinablemente el traslado de
las cenizas a La Habana. Si no se hacían las cosas a todo correr podría ocurrir que la ocupación
militar por el imperio impidiese su entrada. Y en ninguna ocasión podían combatir mejor la
amenaza yanqui los restos de Mella.
Reunir dinero para fines auténticamente revolucionarios es una interesantísima lección.
Todas las posturas, todos los recelos, todos los miedos vienen a flote. El hombre gordo, bien
entendido con la vida, que da su contribución a escondidas de su esposa; el intelectual
«chambista» que ruega, con una sonrisa ambigua, que no lo anoten en la lista: —«No hay
necesidad de publicar un acto tan sencillo.» El empleado sumiso y puntual que indaga tímido si
ha dado ya el señor Subsecretario. El médico de próspera clientela, defensor eminente de su
clase, que manifiesta rotunda y enfáticamente que él no se mete en líos sin necesidad. Y, con
todo, cada comisión «de asalto» llegaba al Comité con algunos tostones. Pronto pudo fijarse la
fecha del envío de las cenizas. Quedaba sólo organizar una gran velada en que obreros,
estudiantes e intelectuales dijeran con toda verdad la significación revolucionaria de Julio
Antonio Mella.
Se solicitó y obtuvo el Anfiteatro Bolívar, de la Escuela Nacional Preparatoria, enclavado en
el edificio mismo de la Universidad. El anfiteatro Bolívar, verdadero Salón de Actos
universitario, no es un local vulgar. Ensamblando magistralmente una sobria modernidad en la
vieja casa de los jesuitas, sus constructores han logrado un recinto bello y eficaz. Del escenario,
a ras del suelo, sube con violencia hasta el techo lejano una gradería nutrida. Desde ella la
multitud mira hacia abajo al orador un poco irónicamente, como el sabio al microbio preso entre
los cristales del microscopio. Detrás del orador hay un órgano decorativo que alude finamente a
2
las paredes conventuales y una pintura mural de Diego Rivera en la que juegan como en casi
toda la obra de este maestro en escándalos, un prodigioso sentido de la composición con una
desesperante elementalidad simbiótica.
2
Diego Rivera (1886-1957), gran pintor mexicano. A través de Tina Modotti (1896-1942) Mella hizo amistad con él. Rivera
acompañó a Tina en todas las gestiones para denunciar el asesinato y fue uno de los oradores en el entierro de Mella.
Aquella noche, el anfiteatro fue llenándose lentamente. Los obreros, trabajadores en barrios
lejanos, llegaban por fuerza con algún retraso. Venían ansiosos de recordar a su gran compañero
de otros días, de otras luchas. Entre ellos se distinguía un grupo no muy numeroso de
estudiantes y algunas señoras en trajes suntuarios, pintadas y consteladas cuidadosamente.
Cerca de ellas, en charla banal, unos cuantos diplomáticos plácidos y barrigudos. Las señoras y
las «excelencias» venían a un recital anunciado para más tarde. Pero nunca estaba de más oír
primero «esas cosas horribles que dicen los comunistas». No sospechaban, a la verdad, la que
les esperaba.
El Presidium se integró tan pronto los asientos quedaron ocupados. En el centro, por acuerdo
unánime. Mirta Aguirre. Con ella González Aparicio, Jorge Rojas, Gerardo Castellanos, Alfaro
Siqueiros, Bonachea, García Rodríguez y representaciones de CSUM de los ferrocarriles, de la
Liga Juvenil Comunista, de la Liga Antimperialista de México. Todas toman asiento detrás de
una mesa larga. Sobre ella, el cofre que contiene las cenizas. A un lado, el retrato a gran tamaño
en que Mella reta, la frente empinada como el mentón, la injusticia terca de los hombres.
Habla González Aparicio, mesurado, incisivo, convincente. Después, un representante de la
Federación de Estudiantes derrama, a la manera académica y cursi de otros días, estrellas y
gardenias sobre la tumba de Julio Antonio. Protesta general que dura mientras el retrasado
sinsonte ocupa la tribuna. Le sigue el representante de la Liga Juvenil Comunista con un
discurso corto y eficaz. El orador que habla a nombre del Partido Comunista, al que Julio
Antonio perteneció en México, hace un análisis justísimo de la realidad política cubana. Es
hombre que ha residido largo tiempo en La Habana, que conoce en lo íntimo los resortes
criollos y las armas yanquis, que sitúa en su verdadero papel a los gobernantes cubanos de ahora
y de un mañana inmediato: servidores, alguna vez inconscientes, de una fuerza económica
extraña y omnipotente. Palabreros de la peor demagogia, logreros de cada ocasión propicia. Su
trabajo, de una precisión cortante, entusiasma para después, que es el entusiasmo que importa.
Tula Sánchez Rueda dice unas palabras atinadas y claras a nombre del Ala Izquierda Estudiantil
de Cuba. Después un líder de la CSUM expone cómo el movimiento proletario de México está
detenido, desviado, pervertido por los falsos predicadores de la liberación social. El cuadro que
pinta con verdadero vigor, es triste: necesidad de una lucha más fuerte, más constante, más
organizada. García Rodríguez, a nombre de los Estudiantes Revolucionarios, enciende al
público, un poco contenido en su entusiasmo. Hay una parte de su discurso dirigido a los
policías que en buen número se advierten ya entre el público. Baja de la tribuna entre grandes
3
aplausos y gritos en que se pide que salgan los esbirros. Germán Lizt Arzubide cierra la velada
con una oración vibrante, afortunadísima de tema y tono.
3
Germán Lizt Arzubide, poeta, trabajó con Mella en el comité Manos Fuera de Nicaragua.
Desde el Presidium hemos observado la reacción de cada sector de los oyentes. A todos ha
llegado la noticia de que numerosísimos policías han rodeado el edificio, de que fuera espera en
las cuatro esquinas, con sable desenvainado, mucha tropa, de que el famoso Sotomayor está en
la puerta esperando la salida del público. Las señoras y los diplomáticos maldicen su curiosidad
malsana, y miran temblando hacia todas partes. Unos esperan con esa terrible calma mexicana,
que las cosas ocurran, otros se levantan indignados ante el inconcebible allanamiento de los
locales universitarios. Mirta recomienda que todos unidos detrás de las cenizas formen, a la
salida, la defensa de los oradores. En un conjunto apretadísimo vamos todos, con las cenizas en
medio, hacia la puerta principal. Antes de llegar a ella, ya los polizontes están dentro en número
crecido con los rifles amenazando. Los jefes lucen en las manos las pistolas relucientes. Sucede
el choque inevitable. Un grupo de policías se ha abalanzado sobre el cofre de las cenizas. Los
portadores del cofre han contestado bien. Un teniente enarbola un látigo, lo hace sonar sobre los
compañeros más cercanos, Gerardo Castellanos hace caer al teniente de un certero golpe. La
confusión dura unos minutos. Hay una pugna ruda, sin gritos, sin miedos, sin sustos. Cuando se
hace la calma se advierte que ha desaparecido el cofre. Comienza entonces el recuento para las
detenciones. Sotomayor da órdenes a sus auxiliares; un grupo numeroso de obreros es lanzado
violentamente a las ambulancias que esperan en la calle entre la nutrida caballería. Después
comienza la laboriosa identificación de los oradores. El chasco policíaco es grande. Casi todos,
a tiempo, han salido por la calle trasera o por las azoteas vecinas. Pero quedan algunos. Lizt
Arzubide es aprehendido, en el acto. Después las hermanas Proenza, a quienes han confundido
con Tula Sánchez Rueda. Cuando, de los últimos, vamos a trasponer la puerta, Sotomayor nos
entrega a una teniente: «A este con cuidado, que es profesor». Y pasamos a una ambulancia
repleta ya de detenidos. A poco tenemos al lado a las hermanas Proenza con Gabriel García
4
Maroto que ha querido, gallardamente, acompañarlas a la prisión. A poco, andamos ya hacia la
Comisaría. Llegamos. Nos introducen a todos en un salón color de sangre que tiene, por único
adorno un enorme cartel: ¡Silencio! Empiezan unas interminables clasificaciones que duran más
de una hora. —Usted para allá. —Ven tú aquí. Los modales no son distinguidos… A varias
muchachas les sangran los codos. Van y vienen gendarmes de toda categoría. Entra mil veces un
señor alto y seco, de ojos de acero. Va mirando, uno a uno, los presentes, formados en varias
filas. Sólo en silencio. ¿Hasta cuándo durará aquello? ¿Qué ha de ser de nosotros? —
preguntamos— «Es que ha de aclarase cuál de estas muchachas fue la que habló en el mitin…»
—Ninguna de ellas, respondemos. Hay nuevos conciliábulos, consultas, dudas. Al fin
Sotomayor, con aire paternal decide: «—Sí pueden irse las muchachas. Yo, que soy un gran
policía sostuve siempre que la que subió a la tribuna tenía los zapatos calados…» Y usted, nos
dice, preséntese mañana a las cuatro al señor Jefe de Investigaciones…» Salimos, mientras
quedan, presos por tiempo indefinido, numerosos trabajadores. Lizt Arzubide salió al otro día,
después de una noche en trato infamante con los chinches de contumacia policial.
4
Gabriel García Moroto, artista plástico, que había vivido en Cuba.
Mientras esto ocurría, los altos jefes abrían solemnemente el cofre. Dentro desde luego no
había cenizas. Sólo una carta con un texto expresivo, dedicado a las autoridades policíacas…
Los jefes estrujaron feroces el papel. —«Esto encima… Después de que se nos escapa entre las
manos el orador del Partido…»
III
Hace 42 años y desde éstas mismas páginas, discurrí sobre los hechos que impidieron dar
reposo definitivo a las cenizas de Julio Antonio Mella, traídas de México. Nuestras
informaciones se cobijaron bajo el título «Cenizas sin muerte», y no faltaron los voceros del
buen sentido y de la prudencia en la expresión sosteniendo que tal título era idealista y retórico
en demasía. Satisface comprobar, a más de cuatro décadas de distancia, que fue ajustada la
calificación.
Ahora, entre los actos recordando el 50 aniversario del Primer Partido Marxista-leninista de
Cuba, se ha rendido homenaje a los restos del gran precursor con presencia de nuestro Primer
Ministro y de los integrantes del Gobierno Revolucionario en el Aula Magna de la Universidad
de La Habana. El Museo de la Revolución recibirá los preciados despojos hasta depositarlos en
el monumento a la memoria de Mella.
Frente a su Universidad se elevará el mausoleo guardará para siempre las cenizas ahora
reverenciadas por el pueblo y su Gobierno. El emplazamiento es un firme acierto. La presencia
permanente del guiador se alzará en el ámbito que le es oportuno y debido: frente a la Casa de
Estudios donde desarrolló sus primeras actividades revolucionarias y en la calle, entre los
trabajadores y el pueblo, a los que dio lo más poderoso y duradero de su acción guiadora. Si fue
Julio Antonio quien sitúo sobre nuevos niveles la rebeldía estudiantil, pidiendo una Universidad
servidora de la mayor justicia y fuente de una cultura libertadora, fue también, en definitiva,
conductor enérgico y certero en la lucha del proletariado y de las masas populares,
orientándolas, por las sendas del marxismo-leninismo, hacia la liberación definitiva.
La pleitesía nacional al gran líder está entrañablemente unida al relieve y significado de su
existencia. Fue Julio Antonio fundador, con Carlos Baliño, del Partido Comunista de Cuba. En
su arranque, representa Baliño la continuidad revolucionaria que viene a probar la afirmación de
Fidel, que solo un ímpetu libertador trasciende desde Yara hasta la Sierra Maestra, mientras
Mella es el ejemplo del joven sagaz y valeroso que señala con su empuje el futuro triunfante.
El Partido fundado por Baliño y por Mella mantuvo a lo largo de treinta y seis años la limpia
bandera que educó, organizó y dirigió la lucha revolucionaria en el duro período que termina
con nuestra verdadera liberación en 1959. Sobre errores e insuficiencias inevitables aquel
Partido se mantuvo fiel a sus principios, independiente en su acción y trabajando sin cansancio
por la unidad obrera y popular. La calidad y el sacrificio de luchadores como Jesús Menéndez,
Aracelio Iglesias, José María Pérez, Amancio Rodríguez y Paquito Rosales, entre otros muchos,
así como la huella imborrable de Lázaro Peña, dirigente capital de nuestro proletariado, no
pueden ocurrir sin la vigencia de una ideología y de una acción afincada en una teoría política
científica y proyectada sin cansancio sobre la realidad cubana. Todo ello ha sido recordado y
honrado ahora en el homenaje a Mella. Pero existe todavía una razón de más hondo sentido para
la evocación excepcional. Nuestra Revolución ha realizado, en su lucha victoriosa, los objetivos
primordiales de Julio Antonio Mella. Su combate consciente e inquebrantable contra el
imperialismo yanqui ha tenido un triunfo decisivo en la Revolución dirigida por Fidel Castro. El
artículo de Julio Antonio en que afirmaba que no había ganado Cuba un solo momento de
libertad ha sido contestado en Playa Girón, como la carga para matar bribones que pedía Rubén
se produjo en el Moncada.
Daría mucha luz sobre este homenaje a Julio Antonio Mella el enfrentamiento de la realidad
que rodeó, hace 42 años, la vela de sus cenizas y el respeto y la devoción universales que las
han abrazado ahora. En 1933 las cenizas de nuestro líder fueron despedidas en la ciudad de
México por los sables de la Policía Montada y recibidas en La Habana por los rifles de los
soldados comandados por Batista, cumpliendo órdenes de la Embajada de los Estados Unidos.
El imperialismo, que había impuesto a Machado el asesinato de Mella en tierra mexicana, tenía
conciencia de lo que latía en el fondo del amor militante de las multitudes que seguían los restos
amados. Creyó, con la ceguedad de todos los opresores, que impidiendo el homenaje póstumo
quedaría olvidada la voz combatiente que había adquirido, en su denuncia penetrante e
implacable, jerarquía continental. El presente venturoso que vive Cuba cumple el mandato
histórico de nuestro tiempo: mientras el imperialismo es derrotado de sus enclaves primordiales,
el pensamiento socialista enarbolado por Mella gana todos los días victorias decisivas.
La singular recordación de Mella tiene lugar en los momentos en que todo el país discute,
con generoso entusiasmo, las tesis que van a considerarse en el Primer Congreso del Partido
Comunista de Cuba. La gran fuerza dirigente del Estado y del pueblo se dispone a superar su
acervo teórico y su acción incansable para llevar a nuevas metas la obra de la Revolución. Es
una tarea que sobrepasa por su relieve histórico los límites de nuestra isla, los principios y
propósitos que otorgaron vigencia inmortal a Julio Antonio Mella, alcanzando el poder y la
eficacia que él soñó en sus días de adelantado del marxismo en Cuba y en el Continente. En las
decisiones del Primer Congreso recibirá nuevo y más alto homenaje el luchador que proclamó
que el revolucionario puede ser útil después de la muerte. Su caso lo confirma.
Nuestro vaticinio, hace 42 años, desde las páginas de Bohemia, ha sido cumplido. Sí; cenizas
sin muerte, vivas en el amor del pueblo y en nuestra mejor historia. ¡Cenizas sin muerte!
1933, 1975
Pablo de la Torriente Brau
Mella, Rubén y Machado: un minuto en la vida de tres protagonistas*
Voy a escribir un relato en el que juegan papel fundamental tres verdaderos protagonistas: dos
hombres excepcionales, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, y una bestia, también
excepcional, Gerardo Machado y Morales.
Hoy, mientras la bestia aún vive, convertida en «Asno errante», como felizmente ha dicho
Raúl Roa parodiando la frase genial de Rubén, este y Mella están muertos; pero el generoso
sacrificio de sus vidas los ascendió a la categoría de héroes y a la evocación de sus nombres se
levanta un clamor de admiración. Pertenecen ya a ese tipo singular de hombres por quienes el
pueblo siente el irresistible impulso de hacerlos perfectos, sin manchas y sin debilidades...!
Alrededor de los tres protagonistas de este relato, que puede ser un capítulo para la biografía
de cualquiera de los tres, hay otra serie de individuos de muy diversa importancia dentro del
mismo. Están el señor José Muñiz Vergara, con cuya narración y la que me hizo el propio
Rubén, he reconstruido el momento histórico; están Barraqué y los Ayudantes Presidenciales, y
están los amigos y compañeros de Julio Antonio Mella, que integraron el Comité Pro Mella, o
lo auxiliaron con mayor o menor eficiencia. De este grupo, que tan digna y excepcional actitud
asumió entonces, no todos realizaron igual esfuerzo. Pero lo importante no es eso, sino decir,
que no todos continuaron firmes en el combate al pasar los años y aun, que más de uno derivó
de tal manera en su camino que hoy su nombre para Mella sólo merecería un gesto de desprecio.
Y todo sucedió en el patio de la casa de Jesús María Barraqué, secretario de Justicia
entonces, una mañana, como a las once, el día 12 de diciembre de 1925. Lo recuerdo, porque era
día de cumpleaños para mí.
* Tomado de Pablo de la Torriente Brau. Pluma en ristre. Selección de Raúl Roa. La Habana, Ediciones Venceremos, 1965, pp.
117-126. Publicado originalmente en Ahora. Magazine Dominical [La Habana], 6 de enero de 1935, p. 1.
Mella en la agonía
Julio Antonio Mella, joven, bello e insolente, como un héroe homérico, agonizaba de manera
dramática en la Quinta del Centro de Dependientes, abatido día a día por una decisión de no
ingerir alimentos, como protesta por su arbitraria prisión. A su alrededor, Olivín Zaldívar, su
compañera; Gustavo Aldereguía, su médico; Orosmán Viamontes, su abogado; y Rubén
Martínez Villena, Aureliano Sánchez Arango, Leonardo Fernández, Carlos Aponte Hernández,
Gustavo Machado, Salvador de la Plaza, José Z. Tallet. Luis F. Bustamante, Jorge Vivó, Jacobo
Hurwitz, Manuel Cotoño, Israel Soto Barroso, y alguno más que lamento no recordar, seguían
con ansiedad el angustioso declinar de aquella juventud, espléndida como pocas; de aquella
varonía hercúlea del Julio Antonio de los 22 años, tensos aun los elásticos músculos por el
esfuerzo de las últimas regatas. Y la muerte era una realidad abrumadora que avanzaba con la
implacable ley del almanaque y el reloj.
El grupo de compañeros y amigos, unos como miembros de Comité Pro Mella, otros como
simples colaboradores, luchaba por obtener su libertad, consciente de la enorme responsabilidad
que sobre él caía: no se daba un minuto de descanso. Yo recuerdo con estupenda precisión
aquellos días en que, con frecuencia, llegaba Rubén al Bufete de Fernando Ortiz, Giménez
Lanier y Oscar Barceló -donde trabajaba yo entonces y él había trabajado antes- nervioso,
agitado, y, unas veces me contaba el estado del proceso que marcaba la agonía de Mella, y,
otras, bien me pedía que le pusiera «en limpio» algún escrito -era un mecanógrafo bastante
irregular- bien venía acompañado de Jorge Vivó o algún otro compañero para redactar algún
escrito, algún boletín o manifiesto. ¡Días febriles aquellos!… Telegramas, cables, discursos,
protestas, boletines!… Y la república entera, alerta, asustada, expectante, presenciando la
estupenda lucha de un hombre que agonizaba por su propia voluntad, rodeado de un escaso
número de compañeros, haciéndole frente a una bestia furiosa y omnipotente. Aquella lucha
heroica fue la que proclamó hipócritas y cobardes a todos los que después de ella tuvieron el
cinismo de continuar rindiendo sus alabanzas al gran homicida…!
Pero Mella se moría, y, a pesar de todas las protestas; a pesar de las manifestaciones
efectuadas en varios lugares del extranjero; a pesar de la expectación peligrosa en que se
encontraba la República, la estupidez de un hombre cegado por sus instintos no acababa de
comprender lo que significaría el que Mella se muriera de hambre como el Alcalde de Cork, por
protestar por una prisión arbitraria, al comienzo de la cual lo habían pretendido asesinar en
plena calle, al ser trasladado para la cárcel.
Machado, que era lépero en política, y astuto en los negocios, se cegaba al olor de la sangre.
El subconsciente de carnicero lo perdía. ¡Machado era incapaz de comprender lo que significaba
Mella, muerto de hambre por pedir justicia!… ¡Y Mella se moría!…
En busca de la libertad
Por muy revolucionarios que fueran los compañeros de Mella, y por mucho que comprendieran
la extraordinaria significación que tendría para el avance del movimiento revolucionario en
Cuba, la muerte de Julio Antonio Mella, asesinado por hambre, eran, también, sus camaradas,
sus amigos, y, por el conocimiento que tenían de él, adivinaban todo lo que podía esperarse de
aquella exuberancia incomparable de vida, puesta con la pasión de una juventud extraordinaria,
al servicio total de la revolución. ¡Y Mella se moría!… Se moría porque él no iba a tomar
alimentos y el Comité, por más que había habido sus vacilaciones en el mismo, había decidido
también no solicitar de él, en sus momentos de lucidez, que rompiera la huelga de alimentos…
(¡Y Mella los hubiera echado de su lado si se lo hubieran pedido!)
Por lo tanto, como se trataba de hombres inteligentes, comprendieron que eran espectadores protagonistas, así- de un duelo entre una fiera y un hombre, y conociendo hasta qué punto era
bestia en sus terquedades Machado, ¡se decidieron por domar a la fiera!… De ahí la campaña de
agitación intensa que desarrollaron y de ahí que, cuando comprendieron que Mella se moría sin
que Machado, en su locura sanguinaria comprendiese lo que ello significaba, decidieran
enfrentarse con este último para domarlo. Y sobre Gustavo Aldereguía y Rubén Martínez
Villena, médico y abogado de Mella, respectivamente, recayeron los papeles de domadores de
aquel tigre suelto.
Rubén, que conocía desde los tiempo de Zayas, cuando había luchado en la organización de
los Veteranos y Patriotas, al Capitán Nemo, pseudónimo del capitán Muñiz Vergara, hombre
singular de numerosos conocimientos, prodigiosa memoria y casi infinitas relaciones, recordó
que este, que conocía a Machado desde largos años, podría, con tal carácter, obtener de él la
rápida entrevista que la gravedad del estado de Mella exigía. Pero el Capitán Nemo, por virtud
de su largo conocimiento de la vida y de los hombres, opinó que sería más práctico el ver, antes,
a Jesús María Barraqué, quien, una vez convencido de la conveniencia de poner fianza a Mella,
podría obtener de Machado que tal medida se dispusiese.
Con el licenciado Barraqué
Acordado este plan, por la mañana cogieron el tranvía para ir a casa de Barraqué, Rubén
Martínez Villena y Gustavo Aldereguía, acompañados de Muñiz Vergara. Pero este último,
metódico en el análisis de todos los problemas, había llegado a la conclusión de que Gustavo
Aldereguía, de temperamento impulsivo, podía echar a perder la entrevista, por lo que, al pasar
por la Universidad, le pidió que no los acompañara hasta la casa de Barraqué, con el que se
entenderían él y «Villenita», como le decía a Rubén.
Y llegaron solos al patio de la casa de Barraqué, Rubén y Muñiz Vergara. Este, experto
conocedor de las maderas del país, se puso a mostrar a Rubén los errores que se estaban
cometiendo, por desconocimiento de las mismas, en la colocación de las tablas para un bohío
que construía el licenciado Barraqué en el patio de su casa, con ocujes, yabas y otras maderas,
cuando apareció el entonces Secretario de Justicia, que estaba medio malo. La entrevista con
este, habilidoso y dicharachero, comenzó en buen tono. El Capitán Nemo hizo la introducción al
problema, para que luego Rubén expusiera las razones del Comité Pro Mella. Le hablaba Muñíz
Vergara al licenciado Barraqué sobre la importancia que tendría la muerte de Mella, cuando,
inesperadamente, hizo su aparición la máquina del Presidente de la República, que acudía,
rodeado de ayudantes, a felicitar o a traerle un regalo a la hija de Barraqué que se casaba esa
noche, según recuerda el Capitán Nemo.
Frente a la bestia
Machado, con su cara monstruosa de rana risueña, rodeado de los entorchados de sus ayudantes
militares, avanzó hacia Barraqué para felicitarle por la boda de la hija. Muñiz Vergara, hombre
de altivo continente, se quedó a un lado. Rubén, con sus ojos azules y su boca fruncida,
observaba a la bestia disimulándole el odio en la curiosidad de la mirada… De pronto, Machado
vio a Muñiz Vergara y se le acercó amabilísimo para abrazarlo. Siempre había sido un hombre
que buscaba la simpatía de todo el que pudiera prestarle algún servicio, y el Capitán Nemo se
los había prestado. Por lo menos, al recordar en un manifiesto al pueblo de Cuba, en 1924, quien
había sido desde el poder el general Menocal, candidato de nuevo a la presidencia de la
República, frente a Machado. Este, todo amabilidad, abrazó a Muñiz Vergara y le dijo:
-Compañero, he sabido que ha estado usted por Oriente y que le han recibido muy bien; pero
no me ha ido a ver a mí. ¡Vaya a verme, caramba, vaya a verme!
Al terminar su saludo, Machado quiso retirarse, alegando que estaba interrumpiendo la
conversación que sostenía con Barraqué, pero el Capitán Nemo, aprovechó el buen ánimo del
Presidente para detenerlo y presentarle a Rubén, abogado de Mella, y, hablándole con su
lentitud característica y ordenándole los razonamientos, le dijo:
-Mire, General: Mella es un buen hijo; Mella no bebe, ni juega… Es un joven apasionado,
pero es un buen hijo… ¿Por qué no se le ha de poner fianza, como a cualquier otro preso
común?… Porque él no es un preso común, pero, aunque lo fuera, por la ley, se le debe poner
fianza… Además, si él muriera a consecuencia de la huelga de hambre que mantiene, se iba a
atacar rudamente al Gobierno… se le iba a acusar de ser el responsable de esa muerte… de
haberlo asesinado… ¡sólo por no ponerle fianza que es todo lo que se le pide!…
Muñiz Vergara le había hablado al presidente Machado en tono persuasivo, jugando con la
cadena de platino que cruzaba los bolsillos superiores del chaleco de este, y, mientras tanto, los
ojos metálicos de Rubén, contemplaban la escena, empapándose de la misma, escrutando la
personalidad singular y repulsiva de Machado…
Este, aun abordado en ese tono y por persona a quien debía consideración, cambió de actitud,
aunque sin violentarse, y le contestó al Capitán Nemo:
-¡Usted sí es un buen hombre, Capitán!… Pero es demasiado ingenuo y cualquiera lo
engaña… Mella será un buen hijo, pero es un comunista… Es un comunista y me ha tirado un
manifiesto, impreso en tinta roja, en donde lo menos que me dice es asesino… ¡Y eso no lo
puedo permitir!… ¡No lo puedo permitir!…
Su voz había cambiado de tono y su actitud también.
¡Pero allí estaba Rubén!… Se le acercó y con aquella voz suya vibrante, mirándolo a los
ojos, con los suyos tan penetrantes y azules le habló así, rompiendo con todos los protocolos
establecidos:
-¡Usted llama a Mella comunista como un insulto, y usted no sabe lo que es ser comunista!
¡Usted no debe hablar de lo que no sabe!…
La voz de Rubén tenía mucho de insulto, de desprecio profundo, de un reto inverosímil
casi…
Todavía hoy, cuando Muñiz Vergara recuerda la escena, se asombra de la virilidad
extraordinaria de Rubén y dice:
-¡Quién había de pensar que en un hombre tan frágil, se escondiera tanta varonía, tal sentido
de la dignidad!…
Machado, sorprendido, afectuoso casi por las palabras de Rubén, por el desprecio que
envolvían y por el tono insolente con que las había pronunciado, se replegó. «Parecía un tigre
que iba a saltar», cuenta Muñiz Vergara. Se le notaba el asombro de que aquel hombrecito
desconocido para él que se encontraba en casa de Barraqué, ¡de su amigo Barraqué!; en el patio
de la casa de este; rodeado él por sus ayudantes militares, todos colgados de entorchados, se
hubiera atrevido a interrumpirlo en la forma en que lo había hecho!… Acaso por un segundo,
ese pánico instintivo que sienten las fieras a la presencia del hombre que se les enfrenta, recorrió
los nervios de Machado. Pero se repuso. ¡Allí estaban sus ayudantes, colgados de
entorchados!… Y como procede en un tigre que considera fácil una presa, hizo como que se
doblegaba y comenzó:
-Tiene usted razón joven… Yo no sé lo que es comunismo, ni anarquismo, ni socialismo…
Para mí todas esas cosas son iguales… Todos son malos patriotas… Tiene usted razón… Pero a
mí no me ponen rabo, ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas… ni
Mella. ¡Y lo mato, lo mato…! ¡Lo mato!… (E interpoló una desvergüenza.)
El furor, alcanzando al paroxismo, lo había poseído y gesticulaba como un energúmeno,
violento, exasperado, iracundo… ¡La mirada de Rubén, más insultante cada vez, en medio de su
rostro, lívido ante la impotencia de destrozar allí mismo a aquella bestia convulsa, lo irritaba
cada vez más!… Barraqué lo abrazó, sus ayudantes lo rodearon y Muñiz Vergara, conservando
cierta ecuanimidad en medio de aquel tumulto de personajes omnipotentes, apartó a un lado a
Rubén, que ya desbordado, increpaba al carnicero, a quien sus ayudantes y Barraqué, parece que
temerosos de un ataque epiléptico, arrastraban hasta la máquina…
Rubén, que había estado fumando nerviosamente y, según su costumbre cuando se sentía
irritado, echando el humo por ambas fosas nasales, botó el cigarro y le dijo a Muñiz Vergara:
-¡Yo no lo había visto nunca; yo no lo conocía; sólo había oído decir que era un bruto, un
salvaje! ¡Y ahora veo que es verdad todo lo que se dice! ¡Pobre América Latina, pobre América
Española, Capitán, que está sometida a estos bárbaros!… ¡Porque este no es más que un
bárbaro, un animal, un salvaje… un bestia!…
La voz de Rubén, encolerizada, se oía en todas partes, pero ya Barraqué y los ayudantes,
temerosos de que Machado cayese presa de algún ataque, lo arrastraban materialmente hacia la
máquina, sin darle tiempo para reaccionar sobre los últimos insultos de Rubén… ¡El tigre, una
vez más, huía acobardado ante el hombre!…
Porque no fue sólo Machado quien se humilló ante los ojos inflexibles de Rubén y antes el
desprecio de su voz y de sus palabras insultantes. Barraqué también, y los ayudantes, se
sintieron dominados por la entereza, la audacia y el desprecio a la vida mostrados por Rubén.
Fue el domador que a latigazos penetró en la jaula de los tigres rugidores!… Mas ninguno de
ellos se atrevió a lanzar el zarpazo y Rubén salió de aquella casa, en donde había insultado al
Presidente de la República, a Gerardo Machado y Morales, primero carnicero y después asesino,
escoltado por las sonrisas medrosas de Barraqué, asombrado de que hubiera en el mundo un
hombre tan «pequeño» capaz de insultar a un hombre tan «grande»!…
Y cuando Machado salió en la máquina, siempre con sus ayudantes, adornados de colgajos,
Barraqué volvió rápidamente al lado de Muñiz Vergara, que trataba de calmar a Rubén
contándole famosas anécdotas de la ignorancia supina de Machado, como la conocida «¡NO
TREGIVERSE!» y otras, para demostrarle su irresponsabilidad, y empleando sus recursos de
viejo criollo, quiso restarle importancia a lo ocurrido; y cuando Muñiz Vergara le insistía a
Rubén para que presentaran un escrito pidiendo la fianza para Mella, a lo que aquel se negaba
alegando que se iban a burlar de todo papeleo y no iban a proveer a la petición, Barraqué,
interviniendo en términos jocosos, le aseguró a Rubén que sí se resolvería, que presentasen el
escrito, que él se encargaría de todo, y terminó un poco socarronamente, diciéndole:
-¡Pero aconséjele a Mella que coma… que coma, porque el que no come se joroba!… ¡Que
coma!…
El «Asno con garras»
De aquella entrevista, que facilitó sin duda la libertad de Mella, ya casi agónico, vino Rubén
para el bufete y allí, todavía con los ojos iluminados de violencia, pero también de burla ya, me
contó cómo había sido, suprimiéndole, con su clásica modestia, el marco que tanto elevaba su
actitud. Y, formulando su juicio definitivo sobre Machado, me dijo, animándose, contento de su
dureza, de su insulto y de su burla:
-¡Ese es un salvaje… un animal… una bestia… Es un ASNO CON GARRAS! Y el rostro se
le iluminó a Rubén con la alegría del hallazgo, y repitió: ¡Es un ASNO CON GARRAS… Y se
rió feliz por el retrato con que de manera magistral acababa de plasmar ante la Historia aquella
bestia que desde aquel momento y para siempre fue sólo eso, un ASNO CON GARRAS, genial
expresión matemática de un alma de tigre y una mentalidad de jumento, que destruyó de un
zarpazo cobarde el esplendor glorioso de la juventud de Julio Antonio Mella; ¡y destrozó con el
destierro, el invierno y las luchas, la pequeña vitalidad generosa de Rubén Martínez Villena!…
¡Hoy, mientras que Mella y Rubén son dos nombres fulgurantes, como dos estrellas polares,
él, tigre sin garras ya, es sólo un «asno errante», un lamentable pollino recibido a palos en todas
partes y que tiene que buscar refugio inestable en los corrales en donde viven los Trujillo, los
Hitler, y los Mussolini, sus compañeros de especie zoológica!…
1935
Aníbal Ponce
Una fuerza de la naturaleza*
[Mella había sido] una fuerza de la naturaleza, un impulsor y un vidente en cuanto a la urgente
necesidad de desperezar la América a la que era necesario impartir dinamismo y ardor
1
nacional.
*
1
Tomado de Loló de la Torriente. «Mella en su propia claridad.», Bohemia [La Habana], 7 de enero de 1972, pp. 22-29. El texto en
p. 28. (El título atribuido, A.C)
Por ser Aníbal Ponce (1898-1938), uno de los pariguales de Mella en el pensamiento marxista latinoamericano en la primera
mitad del siglo XX, se ha jerarquizado esta confesión hecha a Loló de la Torriente poco antes de la muerte del pensador argentino
en un accidente de tránsito en México. (AC)
Mirta Aguirre
La vida tan clara como la risa*
Yo veo a Julio Antonio como en una nebulosa. Era pequeña entonces y lo encontré pocas veces.
Ni siquiera podía en aquel tiempo comprender quién era. Pero él tenía muchas cosas capaces de
impresionar a una muchachita de diez u once años. En primer lugar, era buen mozo: alto, fuerte,
bien plantado, con un poco de insolencia alegre como quien está siempre seguro de sí mismo; y
lleno de un magnetismo personal que hacía que todos se fijaran en él y le cobrasen cariño.
Respiraba honradez por todos los poros, una sencilla rectitud juvenil que ganaba de inmediato la
confianza de los demás. Tenía la risa clara, y la vida tan clara como la risa.
Además de buen mozo era atleta. Eso de que ocupara un lugar distinguido en los deportes lo
rodeaba, para mí, de una aureola que, cuando él estaba presente, me hacía permanecer callada y
observarlo como quien ve algo que no se tropieza todos los días. Yo no comprendía entonces
que su tácita jefatura de grupo, indiscutible donde quiera que él se encontrara, tenía su origen en
algo más importante y más profundo que sus victorias deportivas, en algo más que su estatura y
su fuerza y su encanto personal.
Porque tuvieron que pasar años para que yo descubriese al verdadero Julio Antonio Mella.
Poco después de estos días que he recordado, dejé de verlo. Oí, entre los parientes, malos
juicios contra él. Parecía que mi joven Titán no poseía una cabeza muy sólida: quería que todos
anduviésemos sin zapatos y que pasáramos hambre y hasta quizás, que no hubiera en la familia
más que un cepillo de dientes para todo el mundo.
* Fragmento de Recuerdos de Mella. La Habana, Editorial Páginas, 1943. (El título atribuido, AC.)
Pero de ahí vino, para las personas mayores lo peor. «¡Bolseviche!», me decía mi abuelo
español, cuando tropezaba con la insubordinación a su autoridad un tanto arbitraria. Bolseviche
—bolchevique— era, pues, quien se alzaba por sus fueros, desafiando los poderes que creía
injustos. Eso, ya no parecía tan malo… Y Mella volvió a serme simpático y a inspirarme fe.
Ponerme, silenciosamente, en mi fuero íntimo, a su favor, fue desde esos días un modo de
combatir contra el reaccionarismo.
Entonces, una vez él estuvo a punto de morir. De dejarse morir de hambre porque el
Presidente —un Presidente que había prometido regenerar el país— lo había encarcelado. Un
desagradable amigo de la casa afirmaba con aires de suficiencia que todo estribaba en dejarlo
abandonado a su suerte hasta que el estómago exigiese lo suyo: «¡Ya pedirá su plato de sopa!»
Otros, en cambio, aseguraban que moriría antes que claudicar. Yo me vi entre la espada y la
pared. El corazón se me achicaba al pensar que mi héroe podía perecer así, barbudo y
enflaquecido, como lo retrataban los periódicos. Pero si la bochornosa sopa hubiera sido
reclamada, si él se hubiera doblegado, no habría existido, en todas las escuelas primarias del
país, una conciencia más traicionada en su culto que la mía.
Tuvo que ceder Machado y entonces él, amenazado de muerte, partió para el extranjero. Ya
en ese instante comencé, paso a paso, a comprender cuánto significaba Mella de rebelde y de
hermoso en la juventud cubana.
El 10 de enero de 1929 me fue, por todo eso, un terrible golpe de desolación y de ira.
Machado se me convirtió en un enemigo personal. Anhelo de venganza infiltrado en muchos
jóvenes espíritus por ese crimen al que hay que atribuir en gran parte el formidable movimiento
que estalló, entre los estudiantes, en el mes de septiembre del año siguiente y que no decayó
hasta la huída del dictador. Porque Mella fue, ante todo, el líder de nuestra juventud, su ejemplo
más glorioso y más digno de ser seguido.
[…]
Bastó un minuto para que la muerte lo arropara con su manto.
Sobre ese manto se puso una bandera roja, con una hoz y un martillo. Años más tarde,
cuando en una mañana lloviznosa del cementerio de Dolores tuvimos unos cuantos el privilegio
de ver abrir su tumba, esa bandera era un polvo gris que se deshacía al aire. Polvo como los
músculos acerados del remero incansable de quien no quedaban, allí, más que la línea blanca y
pareja de los dientes y el oxidado casco del cabello.
Entonces todo, bandera y restos, se puso en manos del fuego. Altas y rojas subían las llamas,
luchaban, lamían y pugnaban por escapar. Un resplandor ancho lo cubría a él, transformándolo
en elemento inmortal y avasallante, tal y como su propio corazón había sido: fuego depurador
de miserias y de crueldades, luz hacia una mañana mejor para todos.
Por último quedaron cenizas y un rescoldo de hogar. Cenizas suyas que guardamos; pequeña
brasa de amor y de entusiasmo que arderá siempre en la conciencia de la juventud cubana para
recordarle cada día la criatura milagrosa que una vez vivió entre nosotros con la más hermosa
virilidad de que nadie ha disfrutado; la historia de coraje y de pasión que fue su vida; el crimen
sin olvido de quienes lo condujeron a la muerte. Culto cívico que ha de durar cuanto dure
nuestro pueblo.
1943
Ángel Augier
Cómo era Julio Antonio Mella *
Con motivo de [cumplirse] el vigésimo aniversario del asesinato de Julio Antonio Mella en
Ciudad México, Bohemia [quiso] rememorar la personalidad recia y humana del líder
desaparecido a través de los recuerdos de aquellas personas, de toda clase de ideologías, que
lo trataron directamente. Este […] trabajo [es] una contribución a la historia contemporánea
1
de Cuba. […]
Rosario Guillaume
El niño Mella
Rosario Guillaume es una cubana de limpio y esforzado historial revolucionario, iniciado en las
campañas del movimiento feminista en pro de los derechos civiles de la mujer. Ella tuvo el
privilegio de conocer a Mella niño, y luego andando el tiempo, le acompañaría en sus luchas y
quedaría atraída siempre por el magnetismo de su personalidad y la generosidad de su
apostolado.
—Yo era amiga y visitaba frecuentemente —dice «Charo» Guillaume— de la familia de don
Nicanor Mella. Entonces este vivía con su esposa también dominicana Mercedes Bermúdez y
con sus tres hijas, Celia, Isabel y Josefina, en Manrique, entre San Rafael y San José. Cuando
don Nicanor llevó a su hogar a los dos hijos que tuvo fuera del matrimonio, los niños fueron
acogidos amorosamente. El mayor, que entonces tendría unos seis años, padecía de asma, pero
doña Mercedes le cuidó con tanta abnegación y cariño que más tarde sería el atleta Julio
Antonio Mella…
Don Nicanor disfrutaba de una posición desahogada, y en su casa, pues, no se carecía de
nada: más bien había lujo. De Manrique mudose la familia después a Colón y Águila, más tarde
al número 15 de la calle de Aguacate, finalmente a Obispo, a los altos de la sastrería de don
Nicanor. Rosario asistió insensiblemente al proceso de la educación de «Lamy», como llamaban
familiarmente al entonces Nicanor Antonio. Sabe que estuvo en varios colegios religiosos a los
que no pudo adaptarse su temperamento rebelde y su precoz sentido lógico.
—No es que fuera desaplicado ni travieso —recuerda Charo—, pues poseía cierta innata
madurez aquel muchacho. Lo que ocurría era que se resistía a admitir los dogmas en la forma en
que querían imponérselos, y los rigores de la enseñanza eclesiástica. Yo oía los comentarios en
su casa sobre su inadaptabilidad, y lo comprendía perfectamente. Tengo entendido que luego
fue enviado a un colegio a los Estados Unidos…
Tuvo Mella un desarrollo físico superior a lo normal, al extremo de que a los doce años
parecía tener dieciséis. Rosario Guillaume cuenta que en un discurso del gran líder, pronunciado
en el antiguo cine Wilson, en Belascoaín y San Rafael, en acto dedicado a las madres cubanas
contra la guerra, Mella narró la siguiente anécdota de sus días norteamericanos:
—Viví en los Estados Unidos durante la guerra, y aunque era menor de edad representaba
muchos años más. Cuando salía, las mujeres me reprochaban que no vistiera de uniforme y me
lanzaban los peores epítetos. Cuando alegaba mi edad consideraban que era un pretexto
cobarde. La historia guerrerista me hizo decidir a alistarme en el ejército norteamericano
asegurando que tenía los años que representaba. Un amigo de mi padre le cablegrafió enseguida
sobre lo que ocurría y él, por medio del Consulado cubano, logró rescatarme y regresé a Cuba.
El reencuentro de Rosario Guillaume con Mella ocurre cuando este despuntaba como líder
estudiantil. Ella, que además de dirigente del Sindicato de la aguja, era miembro del Club
Femenino de Cuba, fue designada por esta organización en 1923 para integrar una comisión de
mujeres que visitó la Universidad para ofrecer el apoyo de esa entidad a las luchas por la
reforma universitaria.
—Ya desde entonces las mujeres que luchábamos por los derechos femeninos secundamos
las actividades de Mella, porque él a su vez se solidarizó con nuestras luchas. Él advirtió que
ningún movimiento revolucionario puede prescindir del factor femenino y entre las
reivindicaciones que alentó estaban las que nosotros defendíamos y que al fin conquistamos en
parte. Para mí es inolvidable aquella noche en que se reanudaban las labores de la Universidad.
Las mujeres que defendíamos, en el Congreso Femenino que se efectuaba a la sazón, la igualdad
de los hijos ilegítimos, el divorcio y otras medidas progresistas, estábamos amenazadas de ser
expulsadas del Congreso. Cuando llegamos al Instituto, Mella nos dedicó una de sus más
sentidas y brillantes oraciones en defensa de nuestras ideas de progreso y de justicia.
Los rasgos más salientes del carácter de Mella que Rosario Guillaume recuerda más
vivamente, son su entereza moral, su limpieza de propósitos, su generosidad y su natural
encanto para seducir a las multitudes. Era amable y delicado, y jamás fue grosero ni equívoco
con sus compañeras de lucha:
—Muchas veces —cuenta ella— a la salida de actos o asambleas turbulentas, íbamos en
grupo muchachas y jóvenes hasta el Malecón invitados por él, «para distraer la imaginación con
la poesía», y allí recitábamos versos bajo la luz de la luna, sin que jamás Mella tuviera la menor
indelicadeza con sus compañeras, sino todo lo contrario: era respetuoso y caballeroso en
extremo…
No consumía alcohol ni tabaco, Mella, pues era refractario a todo vicio. Tampoco era
bailador. En el grupo de sus amigos, algunos adictos a la bebida, y cuando le veían atribulado o
preocupado por algún problema, le invitaban a tomar, y él, invariablemente, cuenta Rosario
Guillaume, rechazaba vigorosamente la invitación y exclamaba:
—Yo no necesito tomar para estar alegre o estar triste, ni creo que así se ahoguen las penas.
Precisamente cuando el espíritu está más conturbado, es cuando necesita estar más sereno…
Por último recuerda Rosario Guillaume las formidables movilizaciones de las mujeres
cubanas en favor de la libertad de Mella, cuando la huelga de hambre, durante diciembre de
1925. Las hermanas Shelton, Hortensia Lamar, Pilar Jorge Tella, Fela González y muchas más,
intelectuales y obreras que luchaban por derechos sociales y políticos de la mujer, se turnaban
junto al lecho del líder postrado, para dispensarle sus cuidados, mientras afuera secundaban las
demostraciones de protesta que culminaron con un gran acto en el Parque Central, donde ellas
participaron junto a obreros y estudiantes, bajo la dirección del Comité Pro Libertad de Mella.
Eduardo Suárez Rivas
Mella en la Universidad de la Habana
Mella ingresó en la Universidad en 1921, después de sus estudios en la Academia Newton y de
graduarse de Bachiller en el Instituto de Pinar del Río. Fue compañero suyo en la Facultad de
Derecho y en actividades estudiantiles el actual senador de la República y presidente del
Ejecutivo Nacional del Partido Liberal, doctor Eduardo Suárez Rivas, quien nos informa que sus
primeras relaciones de amistad se produjeron en ocasión de celebrarse una manifestación de
protesta contra el Embajador yanqui Enoch Crowder, por su ingerencia en las cuestiones
nacionales, y cuya investidura como Doctor Honoris Causa de nuestro más alto centro docente,
hizo frustrar la actividad de Mella.
—Mella era entonces —recuerda Suárez Rivas—, orientador de la revista Alma Mater, que
tenía como emblema el Ángel Rebelde que se encuentra en el patio central de la Cámara de
Representantes, y tengo presente un artículo suyo donde llamaba a Crowder «el embajador del
Ku-Klux-Klan», y agregaba que ojalá hubiera vivido en tiempos de los tiranicidas para cual
nuevo Harmodio o Aristogiton, clavar el puñal asesino en su pecho…
Suárez Rivas recuerda que fue Mella uno de los organizadores de los «Manicatos», que
luchaban contra los «Piratas», o sea, los estudiantes universitarios que hacían deporte
defendiendo las banderas de otros clubes, como el del Vedado Tennis, Havana Yatch Club,
etcétera, y no la de la Universidad.
Entre los Piratas estaban, entre otros, Pancho y Enrique Arango, Baby Sardiñas, Miguel
Suárez Fernández, Julito Argüelles, etc. Se produjeron numerosos incidentes con motivo de las
persecuciones de los Manicatos a los Piratas.
—Yo presencié —dice el senador villareño— una pelea entre Mella y Baby Hernández, la
que luego continuó Sardiñas con el actual médico doctor Oscar Sánchez Govín…
Cuenta Suárez Rivas que cuando el presidente Zayas designó, a raíz de la primera revolución
universitaria del año 23, a dos superintendentes escolares como Inspectores de la Universidad,
Mella organizó con varios compañeros un recibimiento de protesta, llenando la Universidad de
letreros y haciendo una rueda de todos los estudiantes con los pantalones remangados, como si
fueran niños de edad escolar, y entonando cantos infantiles.
—Luego íbamos a ver a los superintendentes a la oficina
—agrega Suárez Rivas— y le
pedíamos permiso para «ir afuera»…
Mella comenzó a destacarse en la Universidad por sus actividades deportivas, después por su
revista Alma Mater y por último como líder de la revolución de 1923, que tuvo su antecedente
en la visita del doctor José Arce, profesor universitario argentino. En la Escuela de Derecho
actuó el doctor Suárez Rivas, quien figuró como secretario de la Federación de Estudiantes,
presidente de la Asociación de Derecho, secretario del Primer Congreso Nacional de
Estudiantes, miembro de la asamblea universitaria que eligió rector, miembro de la comisión de
profesores y alumnos para el estudio de los expedientes que designó el Presidente Zayas, y
posteriormente primer vicepresidente de la Federación de Estudiantes.
Recordando las características de Julio Antonio Mella, dice Suárez Rivas:
—Era un hombre de carácter impulsivo, valiente, idealista y sincero con sus convicciones
propias. Era un tipo alto y fuerte, a pesar de que decía que tenía una hipertrofia en el corazón,
por haber sido remero. Pelo encrespado, y de una oratoria que sin ser brillante en su fraseología,
se adueñaba del auditorio por la atracción de su personalidad y el vigor que ponía en sus
palabras…
Hablando del sentido de justicia de Mella, dice Suárez Rivas que el ya fallecido doctor
Manuel Carlos Gutiérrez, entonces estudiante de Farmacia, quiso implantar en esa Escuela la
ley sálica y prohibir que las mujeres pudieran representar a los estudiantes. En una de las
sesiones del Directorio del que eran miembros Felio Marinello —también fallecido—, Jaime
Suárez Murias, Calvo Fonseca, Sánchez, Suárez Rivas y otros, Mella quiso remedar la
defenestración de Praga lanzando por la ventana a Gutiérrez, que quería impedir con argucia
que Ofelia Paz fuera Presidente de los estudiantes de Farmacia. Asegura Suárez Rivas que
Machado pretendió que Mella lo acompañara en su excursión como candidato a la Presidencia
de la República, en 1924, y él se negó naturalmente.
—Yo no quiero nada con sátrapas —fue su respuesta a los emisarios.
Sarah Pascual
El líder estudiantil
La doctora Sarah Pascual, otra de las mujeres de larga y firme ejecutoria revolucionaria, fue
amiga y compañera de Mella en la Universidad, donde ella se graduaría luego en Derecho
Público, en Pedagogía y en Filosofía y Letras. Es hoy redactora de la Página de la Mujer del
periódico Hoy. Cuando le pregunto cómo conoció a Mella, responde:
—Las muchachas no salían solas cuando yo tenía dieciséis años, y mucho menos al
oscurecer. Me acompañaba un familiar cuando, en la calle San Lázaro, tomé un tranvía lleno,
aunque no tanto como los que circulan hoy… Pero sí lo suficientemente colmado para no hallar
asiento disponible. Un joven alto y corpulento, tostado por el sol, con voz grave y ceceando
ligeramente, me ofreció el suyo de inmediato. Pronto reconocí al stroke del team de remos del
Dependientes, a quien había visto en algunas regatas de la época. Mi primo nos presentó
enseguida: «Julio Antonio Mella, compañero mío de estudios en la Academia Newton. Mi
prima Sarah, estudiante del Instituto»… Así comenzó nuestra amistad, ininterrumpida hasta su
muerte. Aún después del 10 de enero de 1929 recibí sus últimas cartas y fotografías, que estaban
ya en el camino cuando fue asesinado…
Para la doctora Pascual, Mella era un organizador con entusiasmo apostólico. Poseía esa
cualidad que caracteriza al líder, la que permite descubrir la veta positiva y afín en cada
personalidad para ser aprovechada en servicio de su ideal, lo que explica la variedad
heterogénea de sus muchos amigos, de los que lo seguían y admiraban aun sin poseer su
militancia y sin estar plenamente identificado con su definición política. Tenía, como todo
hombre que lucha y se enfrenta con las fuerzas de la reacción, enconados enemigos.
—Muchos que hoy se titulan sus amigos porque coincidieron cronológicamente con él en la
Universidad —dice Sarah Pascual—, le combatieron y le negaron entonces. Pero jamás se
doblegó ante el ataque frontal o traidor.
Desde el Instituto, que visitaba Mella con frecuencia, fue colaboradora Sarah Pascual de la
revista Alma Mater.
—Él pudo convencer a una novata, a una filomática como era yo en el año 23, a que en vez
de asistir a clases el primer día del curso, participara en la reunión de la comisión organizadora
del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, al cual asistí como delegada de la revista Alma
Mater con Mella y otros compañeros. Mella fue el alma de aquel Congreso, que sirvió para una
verdadera definición política en el movimiento universitario de entonces. Baste decir que en
1923 se aprobó un saludo a la obra educacional de Lunarschasky, Comisario de Instrucción
Pública de la URSS; se condenó al imperialismo yanqui, se fustigó la intromisión religiosa en la
enseñanza —centro de los debates del Congreso— y se creó la Universidad Popular José Martí,
que abrió las aulas universitarias a más de 500 obreros y puso en contacto a Mella y al grupo
renovador universitario con la clase obrera y las agrupaciones comunistas entonces existentes.
—No puedo recordar aquellos días —evoca la doctora Pascual— sin que cobre vida en mi
memoria la siguiente escena: fue a fines de enero de 1924. No había escalinata en la
Universidad. El Alma Mater lucía desolada, rodeada por un manigual. Una escalerilla empinada,
de escalones en arco, era la oficial y desdeñada entrada al recinto universitario, en el ángulo de
San Lázaro y 27 de Noviembre. Todo el mundo prefería la del costado de largos escalones que
obligaba a más de un paso y que terminaba en seis o siete cortos peldaños. Al pie de la
empinada escalera hablábamos Mella y yo aquella mañana fría de enero de 1924. No podía
haber más que un tema en nuestra conversación: La muerte de Lenin. Presumiéndolo, un
estudiante se acercó a nosotros, tomó la solapa del saco de Mella y le dijo en tono de broma:
—Aquí falta algo. Milagro no llevas luto porque murió Lenin…
Mella no se irritó. Tranquilamente repuso:
—Te ríes ahora porque todavía no sabes quién es el que ha muerto hoy. Pero el mundo
marcha y tal vez algún día llegues a saber cuán grande es la pérdida que ha sufrido la
humanidad…
No olvida tampoco la amiga de Mella una de sus más impresionantes hazañas estudiantiles:
se celebraba con su habitual solemnidad el acto de apertura del curso universitario de 1922-1923
en el Aula Magna. Presidía el secretario de Instrucción Pública del gobierno de Zayas, doctor
González Manet. Al levantarse este para dar por iniciado oficialmente el curso, fue interrumpido
por Mella, quien se opuso en nombre del estudiantado, a que hablara allí el representante de un
régimen corroído por la inmoralidad administrativa. Se había iniciado la lucha por la reforma
universitaria y que aquel suceso fue una de sus manifestaciones más valientes; no pudo hablar el
funcionario zayista y recibió un nuevo embate la caduca autoridad académica y el Gobierno que
oponía resistencia a los ímpetus renovadores del Alma Mater.
Como todo gran líder, fue Mella un corresponsal infalible, recordando así una de las facetas
más relevantes de Martí, que gustaba reforzar epistolarmente sus nexos personales con fines
políticos.
—Fue un constante y fiel amigo —señala Sarah Pascual— para aquellos en quienes él puso
su amistad, siendo su correspondencia regularmente continuada, y se preocupaba, ya en el
obligado exilio, por mantener los lazos con su tierra a través de sus amigos. De su
correspondencia desde Europa conservo esta postal procedente de Berlín —agrega
mostrándome el interesante «souvenir»—, que, como verás, comienza: «De vuelta del
Paraíso»… refiriéndose a su visita a Rusia a mediados de 1927, y que termina diciendo: «Pronto
estaré en nuestro Continente donde hay mucho que hacer»… En esas líneas se expresa, junto
con su admiración por el socialismo en la URSS, el afán de trabajo que dominó toda su
existencia…
—Su gran capacidad de trabajo —agrega la doctora Pascual—, su constante dedicación a la
causa socialista, su fervor revolucionario, le permitieron al morir en plena juventud, al comienzo
de una vida luminosa y fugaz, ofrecer un máximo rendimiento a la causa del progreso de su
patria, a la que tanto amó. Sus últimos cinco años estuvieron llenos de penalidades,
persecuciones y dificultades económicas, que él afrontó con austeridad y abnegación
ejemplares.
Y nos muestra nuestra informante el párrafo de una de las cartas de Mella, recibida en
noviembre de 1928, donde reiteraba su fuerte añoranza de la tierra cubana: «Cada día ansío más
volver a mí tierra, estar de nuevo en mi país al que extraño tanto, y haré todos los esfuerzos
posibles por regresar».
—Se refería, sin dudas —agrega Sarah Pascual—, a lo que después me contó Leonardo
Fernández Sánchez, días antes de ser detenido: a sus planes para volver a Cuba al frente de una
expedición liberadora. El conocimiento de estos planes por obra de un traidor que ya pagó con
su vida el crimen, determinó su condena a muerte por Machado, que puso en manos del
comandante Santiago Trujillo, entonces jefe de la Judicial, su ejecución…
Pedimos una impresión personal de Mella a la doctora Pascual. Tras breve meditación, nos la
ofrece:
—Lo recuerdo erguido siempre de cuerpo y espíritu, impetuoso, audaz, combativo,
trabajador infatigable, con su palabra exacta y brillante fustigando todas las injusticias y
abogando por los derechos de los oprimidos. Siempre lo veré tal como fue: grande y fiel amigo,
entusiasta, jovial, amante del pueblo, sencillo y animoso, entusiasta por la mitología griega, con
su pasión con la belleza, la salud física y mental de la juventud, y con la firmísima convicción
de que el socialismo será una realidad en nuestra tierra, la patria a la que él consagró su vida
toda…
Oliva Zaldívar
Una personalidad magnética
Una cita previa y reciben al periodista, en su casa del Vedado, la viuda y la hija de Julio
Antonio Mella: la doctora Olivín Zaldívar y Natacha Mella. Lo primero que nos dispensa su
amabilidad, es el conocimiento de dos valiosas reliquias familiares: una, un expediente con
documentos pertenecientes al general Ramón María Mella, paladín de la restauración de la
República Dominicana, que fuera padre de don Nicanor Mella y abuelo de Julio Antonio; la
otra, un pequeño álbum dedicado a Julio Antonio por su padre. Frente a una fotografía del
recién nacido «Nicanor Antonio», los datos de su natalicio, y en la página siguiente, frente al
retrato del padre, unas emocionadas palabras de este a su hijo, a «Lamy», expresando su anhelo
de que al crecer no sólo sea su hijo, sino también su amigo. En otras páginas, algunos amigos
del progenitor hacen cálidas exhortaciones para el futuro al pequeño, señalando uno de ellos a
«Lamy» que nunca olvide que desciende «de uno de los libertadores del Caribe», como
anticipando, en el recuerdo del abuelo, el destino del futuro combatiente.
La doctora Olivín Zaldívar, que es camagüeyana, cuenta que conoció a Mella en la
Universidad, estudiando ambos en la Escuela de Derecho en 1922. Lo recuerda jugando
basketball y destacándose en otras competencias deportivas, y más tarde comparte con él y los
demás alumnos las luchas de la reforma universitaria.
—Poseía —dice ella— una personalidad magnética: su simpatía, su poderosa atracción
personal, su limpia audacia, cautivaban de inmediato. Participamos juntos en tareas electorales
de la Federación de Estudiantes. Yo era delegada del segundo año de Derecho y él pertenecía al
curso siguiente. Fuimos identificándonos y simpatizando paulatinamente, y nos casamos en
1924. Le acompañé en todas sus actividades de la Universidad Popular y demás organizaciones
a que él dio su energía y su entusiasmo.
La doctora Zaldívar recuerda que recién casados vivieron ella y Julio Antonio en una casa de
la calle de Basarrate, cerca de la Universidad; después se mudaron para la Víbora, en la Avenida
de Acosta, regresando más tarde a La Habana, a la calle de Aramburo. Luego, los esposos
Mella, conjuntamente con el doctor Alfonso Bernal del Riesgo y su esposa —que acababan de
graduarse— fundaron el Instituto Politécnico Ariel, que primero estuvo en Calzada y B, y
después en Calzada y A, residiendo ambos matrimonios en la misma escuela, de la que fue Julio
Antonio profesor de Cultura Física y de Inglés.
—Él hablaba y escribía el inglés perfectamente —agrega la viuda de Mella—, porque se
educó en un colegio norteamericano, el Holly College, si mal no recuerdo, de New Orleans,
donde estuvo educándose y no curándose de una lesión en los pulmones, como
equivocadamente han escrito algunos de sus biógrafos.
Para la doctora Zaldívar, uno de los maestros de Julio Antonio Mella que más influyó sobre
él, fue el gran poeta mexicano Salvador Díaz Mirón, quien, exiliado en Cuba por cuestiones
políticas, estuvo de profesor en la Academia Newton, a la que asistió Mella durante algunos
meses. Afirma ella que al recio autor de «Lacas» impresionaba profundamente la personalidad
del joven Julio Antonio, y que en cierta ocasión expresó:
—Si no llegara a ser inmortalizado por mis versos, me gustaría merecer la posteridad por
haber contribuido a la formación de un carácter tan singular como el de este muchacho…
Y agrega la doctora Zaldívar que el primer viaje de Julio Antonio a México, lo hizo cuando
tenía quince años, cautivado tanto por las descripciones que del gran país había hecho su
excepcional maestro, como por el gran fermento revolucionario de la tierra de Madero y Zapata.
Cuando le pido una impresión suya del rasgo más saliente del carácter de quien fuera su
esposo, nos dice la doctora Zaldívar:
—La firmeza de carácter era su rasgo distintivo, y su formidable capacidad de trabajo. Están
equivocados los que tienen a Julio Antonio como un alocado: poseía gran equilibrio y siempre
hacía tiempo para leer y estudiar, en medio del tráfago de sus actividades. Era metódico y
meditaba sus pasos, pero firme en sus decisiones. Su pasión era la justicia. Sencillo y sobrio, era
enemigo de fiestas. No es cierto lo que ha dicho alguien de que era «bailador empedernido».
Nada más falso: a mí sí me gustaba el baile, pero a él no.
El recuerdo más vivo que guarda de aquellos días, es el más angustioso: la huelga de
hambre. Ella acompañaba a Mella cuando fue detenido, al llegar ambos al Centro Obrero de
Zulueta para participar en un acto el 27 de noviembre de 1925. Los días que siguieron, con
Mella postrado por su negativa a ingerir alimentos hasta no ser libertado, fueron terribles para
ella.
—Desde la Cárcel de Prado, fue trasladado Mella, por gestiones de Aldereguía, a la Quinta
de la Asociación de Dependientes. Casi tres semanas de continúa agonía. Iba apagándose
lentamente y se mantenía firme y erguido, sin atender a quienes le rogaban que desistiera de sus
propósitos. Sólo se lo supliqué cuando sobrevino un colapso y fue preciso inyectarle adrenalina,
gracias a la presencia de su enfermero en aquellos momentos; pero él estaba consciente de la
trascendencia política de la huelga de hambre y no cejó hasta no resultar victorioso frente a la
testarudez de Machado…
En enero de 1926, salió la doctora Zaldívar para México, a reunirse con su esposo; un hijo
que esperaban, se malogró al nacer. Allí ella le acompañó en todas sus actividades, recordando
particularmente la campaña por la libertad de Sacco y Vanzetti, en junio de 1926, porque en esa
oportunidad ambos cayeron presos, y gracias a las gestiones del Embajador de la Argentina, no
fueron expulsados de México y entregados a Machado. En 1927, cuando nació Natacha, ella
decidió venir para Cuba, a criar a su hija, a la hija de Julio Antonio Mella. Ya no le volvería a
ver más, y sólo se comunicarían, hasta su muerte, epistolarmente. Natacha nos muestra una
fotografía dedicada a ella por su padre, en el primer aniversario de su nacimiento, en 1928.
[...]
Hay como pudor por parte de la doctora Olivín Zaldívar de mostrar más facetas y detalles de
la vida de su esposo y de sus relaciones con él. Como abogado, ella logró reabrir el proceso por
el asesinato de Mella, en 1932, poniendo al descubierto en esa ocasión todos los hilos del
crimen y las manos que lo movieron, desde Machado a Trujillo desde Fernández Mascaró a
Magriñat y López Valiñas, los autores Materiales…
—Fue precisamente Aurelio Álvarez, cuya desaparición estamos llorando —nos dice—
quien me reveló los nombres de los asesinos y me ayudó a reabrir el proceso, ya que a él se los
reveló a su vez el Embajador Márquez Sterling, quien sucedió a Fernández Mascaró como
representante diplomático de Machado en México…
Aureliano Sánchez Arango
Una magnífica y potente voz
En vísperas de su viaje a Honduras, presidiendo la misión cubana enviada a la transmisión de
poderes de aquella República —de Carías a Gálvez— pudimos entrevistar brevemente al doctor
Aureliano Sánchez Arango, profesor universitario, actual Ministro de Educación.
—Fue en el período correspondiente a la revolución universitaria de 1923 —nos dice al
interrogarle sobre las circunstancias en que conoció al líder impar—, cuando conocí a Julio
Antonio Mella. Desde el Instituto de La Habana participábamos en ese proceso de una manera o
de otra, los Estudiantes de Segunda Enseñanza. Desde ese período inicial hasta el momento de
su muerte, colaboré con él en trabajos de tipo estudiantil, incluyendo la organización de la
Confederación Nacional de Estudiantes presidida por Mella y de la cual fui Secretario de
Correspondencia. Juntos trabajamos en la Liga Antimperialista, en la Universidad Popular José
Martí, en el Comité Manos Fuera de Nicaragua y en la Asociación de [los] Nuevos Emigrados
Revolucionarios Cubanos (ANERC), constituidas en México estas dos últimas organizaciones.
Podría citar también actividades realizadas en común en revistas y periódicos, como Alma
Mater, Juventud, Cuba Libre, etcétera.
Considera el doctor Sánchez Arango que el lenguaje, la literatura utilizadas por ellos
entonces, es fundamentalmente de tono enfático, predominando, además, la adjetivación
enérgica y altisonante. Gesto y ademán son siempre providencialistas, en su concepto, y en el
fondo de aquella actitud se destacaba de una manera inconfundible, un gran espíritu de
renunciamiento, de abnegación y sacrificio…
—Ninguno personalizó mejor estas características —agrega Sánchez Arango—, que son de
ambiente y de momento, que lo que pudiéramos llamar el Julio Antonio Mella de la primera
fase. Cuando fue asesinado en México, en 1929, ya era un líder social maduro, perfectamente
formado, de talla continental, como lo llamó un embajador soviético.
Cuando solicito una impresión del carácter y el físico de Mella el doctor Sánchez Arango
responde:
—Es difícil traer a la memoria la imagen de Mella sin que se nos presente en la forma de
mayor relieve de toda su personalidad, es decir, como orador revolucionario, dominante,
agresivo, con una magnífica y potente voz, con un poder magnético irresistible. Más de una vez
le vi escalar la tribuna en asambleas hostiles y enemigas que, a poco de haber comenzado a
hablar, le aplaudían frenéticamente con una especie de exaltación mística incomprensible. Era
un orador directo, tajante, de expresión fácil, de oraciones acabadas como si las hubiera
perfilado. Era exactamente lo opuesto al orador retórico de florilegios, tonterías y vaciedades, la
negación misma de la cursilería y de la oratoria de frases hechas y de adjetivaciones gastadas,
tan común en nuestros medios intelectuales y pseudointelectuales.
Para Aureliano Sánchez Arango, todos los rasgos físicos de Mella convenían
admirablemente con estas condiciones excepcionales que se encuentran en el Mella de la tribuna
revolucionaria, considerando la existencia de una natural correlación entre su vigor físico y su
extraordinaria entereza de carácter. En innumerables casos y situaciones se reveló como un
hombre de talla poco común, particularmente durante la huelga de hambre.
—No hubo presión amiga, ni súplica familiar, ni coacción oficial, ni instinto de conservación
—señala Sánchez Arango— que lograra alterar la actitud de Mella. El proceso de autofagia le
iba consumiendo a la vista impotente de todos nosotros. Nunca perdió la conciencia ni su
indomable fuerza de voluntad. A los 18 días, después de un colapso que amenazaba con su
inmediato desenlace fatal, el déspota cedió. Apenas se iniciaba el reinado de la tiranía, y esta
circunstancia salvó a Mella. Unos meses o un año después el resultado habría sido distinto…
Como corolario de sus recuerdos, agrega Sánchez Arango:
—A pesar de que el movimiento revolucionario cubano del período republicano ha
producido varias figuras de superior calidad y de notables condiciones, creo sinceramente que
Julio Antonio Mella es la representación más alta y acabada de esta generación.
Gustavo Aldereguía
Dos vidas paralelas
—Como pioneros de todos nuestros movimientos en la Universidad —me había advertido
Eduardo Suárez Rivas— hay que tener en cuenta al doctor Evelio Rodríguez Lendián, al doctor
Eusebio Hernández y al ilustre tisiólogo doctor Gustavo Aldereguía…
El nombre del insigne médico —hermoso ejemplo de ciencia y humanidad— ya figuraba en
mi relación de amigos más cercanos de Mella; pues que no ignoraba cuántos lazos les unieron.
Con su perenne fervor juvenil, accedió a responder a nuestra encuesta, una tarde en que ya había
terminado las tareas de su consulta.
—Conocí a Mella —explica el doctor Aldereguía explorando en sus recuerdos— en 1922.
Iba yo en un tranvía y se sentó a mi lado un joven que comenzó a leer un número de la revista
Alma Mater. Me había graduado hacía cuatro años, pero seguía pendiente de los problemas de la
Universidad. Inicié conversación con el estudiante y resultó ser uno de los orientadores de la
revista, Julio Antonio Mella. Nos volveríamos a encontrar pronto en lugares comunes…
Y recuerda el doctor Aldereguía que le tocó a él intervenir decisivamente en la organización
de la conferencia pronunciada por el profesor doctor José Arce en diciembre de 1922, sobre la
revolución universitaria argentina, estando a su cargo las palabras de apertura del acto: en esa
ocasión inició ya en firme sus relaciones con el grupo renovador de la Universidad que
comandaba Mella, y junto a este participó en el Congreso de Estudiantes como uno de los
delegados de Alma Mater. Desde entonces acompañaría al relevante conductor en toda su
ingente labor revolucionaria.
Pero no puede hablar Gustavo Aldereguía de Mella sin referirse también a Rubén Martínez
Villena; tan ligados están en su recuerdo, por lo estrecha que fue la continuidad de sus vidas, de
su conducta y de su acción.
—Rubén era todo pensamiento y se hizo acción; Julio Antonio era todo acción y se hizo todo
pensamiento. Los tipos biológicos de ambos parecían contrapuestos: Rubén era de trazos finos y
delicados, grácil de figura, nervioso y sensible, de conformación asténica. Mella era de
conformación atlética, el sistema óseo compacto y acusado, los músculos poderosos, la cabeza
sólidamente plantada. Los temperamentos de ambos, sin embargo —prosigue el doctor
Aldereguía— se confundían hasta fundirse y de aquí, del conjunto de sus cualidades afectivas
que caracterizaron una sola individualidad, de sus maneras de ser y de reaccionar, arranca
sostenido el paralelismo ascensional de sus vidas hasta trasmutarse en la ejemplaridad de sus
muertes.
Para nuestro distinguido informante —y hay autoridad para la afirmación— ambos encarnan
las figuras más excelsas de nuestra generación, que hasta ellos andaba desorientada; desde
entonces se encontró a sí misma y se penetró del impulso universal de su tarea histórica,
dándole un sentido de humanidad plena a la cubanía naciente.
También para Aldereguía el recuerdo más profundo que conserva de Mella está ligado a los
días angustiosos de su ayuno voluntario.
—Aquel sacrificio heroico es inolvidable: su huelga de hambre mantenida como protesta por
su encarcelamiento con un grupo de obreros, entre ellos Alfredo López, luchador infatigable
hasta su brutal asesinato. Yo fui su médico todo el tiempo y asistí a su derrumbe físico,
verdadero vía crucis en que desfallecieron sus fuerzas y se fundió su musculatura de atleta, con
grave riesgo de su vida; pero se mantuvieron inconmovibles su voluntad y su hombría…
—A los once días —agrega— cuando llevaba 264 horas sin probar alimentos, conseguimos
sacarlo sus amigos, la agitación popular ya extendida y creciente, y el escándalo continental en
alza que había producido, del camastro inmundo que yacía agotado en la enfermería de la
antigua cárcel. Lo trasladamos entonces, con gran alarde de fuerzas policíacas, para la Quinta
del Centro de Dependientes, donde ya pude atenderlo como precisaba su estado.
Emocionado con su evocación, nos cuenta Aldereguía cómo consiguió pasarle una sonda y
persuadirlo de la necesidad imperiosa de lavarle el estómago periódicamente.
—Así lo empecé a nutrir con sueros de leche, engañándolo, hasta que la indiscreción de un
médico lo echó todo a perder; de un tirón se extrajo la sonda y no la aceptó más, rechazando
también los sueros que combatían su deshidratación. Felizmente lo pusieron en libertad pocos
días más tarde, siendo penoso el proceso de su recuperación.
—El escándalo continental de la huelga de hambre —agrega Aldereguía— tuvo tal
resonancia, que dio lugar a un episodio emocionante: la madre de Mella, separada de este y del
padre por muchos años, y que dejó a sus hijos por estar enferma de tuberculosis, vivía ignorada
en algún pueblo de los Estados Unidos, cuyo nombre no puedo recordar. Se había curado y
vuelto a casar reconstruyendo su vida, Julio la creía muerta, pero la publicidad de su ayuno fue
tanta que un día, ya él convaleciente, recibió una conmovedora carta de su madre invitándolo a
reponerse junto a su regazo…
Fue Aldereguía el único de sus amigos que abrazó por última vez en La Habana a Julio
Antonio Mella: él preparó su salida por el puerto de Cienfuegos a fines de diciembre de 1925, y
lo llevó, solo, a tomar el tren en la antigua estación recoleta del Puente de Agua Dulce. En
Rodas se apeó del tren, rehuyendo la persecución de los esbirros machadistas, y Feliciano
Aldereguía le llevó por carretera hasta la Perla del Sur, donde Mella embarcó en un vapor
bananero que se dirigía a Tela, Honduras, de donde pasó a México, vía Guatemala…
José López Rodríguez y José Rego
Mella y la clase obrera
En la biblioteca Rubén Martínez Villena, del Partido Socialista Popular me entrevisto,
previamente citado, con dos viejos luchadores obreros que asistieron a la fusión del líder
estudiantil con la clase trabajadora: el tabaquero José López Rodríguez —a quien sus
compañeros conocen cariñosamente con el seudónimo de «Chaquetón», y el cigarrero José
Rego.
—Conocí a Mella —dice último respondiendo a una pregunta mía— en el año 23, en el
local de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, que estaba en Zulueta 46. Él estaba
organizando la Federación Nacional de Estudiantes y al visitarnos en esa oportunidad, nos
expresó: «Mi visita a ustedes tiene el propósito de conocer algunas experiencias en los
problemas de organización de masas: estoy seguro de que ellas me ayudarán mucho en la lucha
estudiantil».
Por su parte, López Rodríguez recuerda que conoció a Mella ese mismo año de 1923, en la
imprenta de la Sociedad de Resistencia de la Ciudad de La Habana, en Figuras entre Tenerife y
Monte. Allí se editaba Alma Mater entonces y más tarde Juventud, y en la misma disponía
Mella de un buró de trabajo.
—Muy pronto —prosigue López Rodríguez— se dio cuenta de la principal importancia de la
clase obrera en el movimiento revolucionario, convirtiéndose de líder estudiantil en dirigente de
las luchas sociales cubanas. La Universidad Popular José Martí, que ligó a estudiantes e
intelectuales con los sindicatos, es una prueba evidente de esa transformación…
Tanto Rego como López Rodríguez, no pueden olvidar las acciones conjuntas de los
estudiantes dirigidos por Mella, y de los trabajadores movilizados por la Agrupación Comunista
de La Habana, en ocasión de visitar nuestra capital en septiembre de 1924, una fragata italiana
en viaje de propaganda fascista.
—Durante los cuatro días que permaneció la fragata en la bahía —apunta Rego—
celebramos mítines y actos de calle junto a los muelles y frente a la legación de Italia. La
repulsa fue tan formidable, que la fragata tuvo que marcharse antes de la fecha que tenía
señalada. Ya en esa oportunidad, Mella demostró sus grandes dotes de organizador y su recia
personalidad.
Ambos luchadores comentan igualmente las actividades conjuntas de estudiantes y obreros,
con Mella a la cabeza, realizadas para lograr que se permitiera atracar en nuestro puerto el
primer barco soviético que visitó [a] Cuba: el «Vorowski». Ante la negativa de las autoridades,
y burlando fuerte vigilancia, Mella pudo visitar el barco en el puerto de Cárdenas, donde
cargaba azúcar.
—Yo tuve el privilegio —afirma Rego— de entregarle a Mella, personalmente, el carnet que
lo acreditaba como miembro de la Agrupación Comunista de La Habana, y que utilizó para su
visita al «Vorowski». Ese histórico carnet llevaba dos firmas: la de José Miguel Pérez como
Secretario General, y la mía como financiero de la mencionada Agrupación…
—Días después —señala López Rodríguez— pronunciaba Mella en la Sociedad de
Torcedores aquella célebre conferencia suya, «Cuatro horas bajo la bandera roja», donde relató
las experiencias de su visita al barco soviético, y que impresionó hondamente a los cientos de
obreros que la escuchamos…
—Y más tarde —interrumpe Rego— participó Mella destacadamente en las labores
preparatorias del congreso nacional de agrupaciones comunistas del que nació, en 1925, el
Partido Comunista; junto a él y junto a Carlos Baliño tuve el honor de participar en ese
acontecimiento. Desde entonces, hasta el instante en que marchó hacia México, estuve junto a él
en todas las actividades política de la época.
El recuerdo más vivo que guarda José Rego de Julio Antonio Mella es su enorme capacidad
de trabajo, tanto en el orden intelectual como en el físico.
—Todos los que laborábamos junto a él nos asombrábamos de que pudiera realizar tan
disímiles y responsables tareas como las que le imponía el incipiente movimiento
revolucionario: organización del Partido, de los sindicatos obreros, de los estudiantes y sus
luchas. Organizó la Liga Antimperialista de Cuba, de tanto influjo en la conciencia nacional, así
como la Federación Anticlerical de Cuba, donde desarrolló una gran actividad no contra de las
ideas religiosas, sino en pro de la más estricta separación del Clero de toda ingerencia política y
contra el favor estatal de agrupaciones confesionales…
Por su parte, López Rodríguez estima que su carácter íntegro, figura atlética, su honestidad,
lealtad a la causa de los trabajadores y su gran capacidad directiva fueron las virtudes que
pronto conquistaron para Mella la confianza y la adhesión de los tabaqueros —fue la fábrica Por
Larrañaga, dice, la primera que Mella visitó— y de todos los obreros organizados; iba a diario a
los locales proletarios, habiendo situado la secretaría de la Universidad Popular en la Sociedad
de Torcedores, en la organización de cuyas escuelas participó —al instalarse en su local propio
de la calle San Miguel—, formando parte del jurado en los exámenes de oposición para las
plazas de maestros de esas escuelas.
Cuenta López Rodríguez dos anécdotas de Mella en sus relaciones con el doctor Alfredo
Zayas, Presidente de la República en los días de sus más turbulentas actividades, y que muestran
dos vertientes de su carácter: la jovialidad y el civismo. Acudió al Palacio Presidencial una
comisión de obreros y estudiantes para solicitar la libertad de un dirigente obrero que estaba
preso. El doctor Zayas mandó pasar primero a los estudiantes y reprochó a Mella que propiciara
una unión que estimaba tan peligrosa:
—¡Cuándo se ha visto eso, que anden revueltos obreros y estudiantes!
Mella aprovechó la oportunidad para dictar una conferencia sobre las inquietudes sociales de
los nuevos tiempos. Logrado el acceso de los trabajadores, y cuando se hablaba del problema
que les había llevado allí, un ordenanza trajo al doctor Zayas un vaso de leche, y este,
gentilmente, brindó:
—¿Ustedes gustan?
Mella, que no había desayunado, aceptó la invitación y se tomó la leche…
La otra anécdota de López Rodríguez se refiere a una asamblea que se celebraba en la
Universidad, de profesores y alumnos, en relación con las demandas universitarias y en
presencia del doctor Zayas, quien al hacer referencia a la Universidad Popular José Martí, quiso
atribuirse la iniciativa. Mella saltó e interrumpiendo enérgicamente al orador, aclaró que no
podía expresarse así, pues que se trataba de un acuerdo del Congreso de Estudiantes,
desarrollado por la Federación Estudiantil.
—Bien —repuso el Presidente con su característica flema—, no soy de los iniciadores, pero
sí un colaborador más…
Juan Marinello
Un símbolo de la juventud cubana
Aún con la impresión de los recuerdos que acabo de suscitar en esas dos reliquias del
movimiento obrero cubano, visito en su despacho al doctor Juan Marinello, presidente del
Partido Socialista Popular, sucesor del Partido Comunista, la organización política que ayudara
a fundar Mella hace cerca de un cuarto de siglo.
—Conocí muy de cerca a Julio Antonio en los días de sus luchas universitarias —responde
Marinello al primer punto del interrogatorio—. Yo había salido de la Universidad hacía poco, y
por ser mi hermano Felio presidente de la Federación Estudiantil, mi casa era visita diaria de
Mella; pude seguir por ello su pasmosa evolución ideológica: el dirigente estudiantil
preocupado en los primeros tiempos de su acción por la reforma universitaria, descubrió muy
pronto que la Universidad no era, en sus retrasos y contradicciones, sino la expresión de la
sociedad retrasada y contradictoria que la sustentaba. Nadie avanzó en tan corto tiempo: todavía
con la marca de la adolescencia, se irguió puro y ardoroso contra una realidad corrompida y
entreguista; al entrar en la juventud, poseía ya una visión política inusual y profunda del caso
cubano. Sin dejar de ser hombre de acción, fue estudioso y meditador, y su tesis antimperialista
sigue vigente y viva…
* Tomado de Ángel Augier. «Cómo era Julio Antonio Mella» [Fragmento]. Bohemia, [La Habana], 23 de enero de 1949, pp. 30-33,
80-81; 30 de enero de 1949, pp. 8-10, 93.
1
Ángel Augier logró recoger testimonios valiosísimos como el de Oliva Zaldívar, Aureliano Sánchez Arango, Eduardo Suárez
Rivas o José Rego, que no escribieron sus recuerdos sobre Mella. En el caso de Rosario Guillaume, Sarah Pascual, Gustavo
Aldereguía o Leonardo Fernández Sánchez, sus versiones les sirvieron para otras. Se ha excluido el testimonio de Leonardo
Fernández Sánchez, porque se ha preferido la versión publicada, ya post mortem, en 1970. (AC)
Cuando intereso al gran escritor y dirigente sus impresiones más imborrables de Mella, su
respuesta no se demora:
—Conservo recuerdos muy intensos de Julio Antonio cuando su histórica huelga de hambre,
uno de los hechos más transcendentes de la lucha contra el naciente machadismo. Tengo muy
presente sus conversaciones en la cama en que se agotaba, su buen humor inalterable, su
cariñosa hombría, su natural reciedumbre. Será para mí galardón vitalicio que cuando su
abogado defensor, al interponer un recurso de reforma contra el auto que lo mantenía preso,
solicitó de él el nombre de tres personas que, de acuerdo con la ley, dieran testimonio de su
honestidad, señaló mi nombre entre los de Enrique José Varona y Juan Antiga. En el auto en
que el juez accede al recurso así se consigna.
—Mella fue —agrega Marinello— una rara y hermosa fusión de lo físico y lo moral. Su
perfil anunciaba su carácter, como su presencia el dinamismo generoso en que se tradujo su
existencia. Alguna vez he recordado cómo, al descubrir en el cementerio mexicano en que yacía
su osamenta poderosa, la frente blanquísima conservaba su actitud combatiente y sobre ella se
mantenía el arranque intacto de la melena revuelta y retadora. Pocas veces, y ninguna tan
plenamente, el soporte físico fue impulso y complemento de la acción valerosa, el pensamiento
limpio y la penetración magnánima…
Estima Juan Marinello que la juventud cubana ha tenido una honda intuición al hacer de
Julio Antonio Mella, por encima de credos partidarios, su dechado simbólico.
—Lo que hay más específico y privativo en el ímpetu juvenil, estaba en aquel joven singular.
Se ha hablado atolondradamente de la iconoclastía de Mella: iconoclasta insuperable fue contra
los ídolos falsos, contra los simuladores de la honestidad, el patriotismo y la cultura. Y,
revolucionario perfecto, rindió homenaje tierno y mantenido a los valores de verdadera entraña
magistral. El oportunista y el ambicioso tuvieron siempre su denuncia y su combate. El honesto
y generoso, su estimación y su respeto. Grandes devociones suyas fueron José Martí y Manuel
Sanguily, Eusebio Hernández, Enrique José Varona y Carlos Baliño. Culminación del espíritu
juvenil, Mella fue veraz y decidido, valeroso y audaz, pero también meditador y estudioso. Sólo
trenzando estas firmes virtudes, pudo integrar una concepción tan real y revolucionaria del caso
cubano. Nuestra juventud cumple un gran deber proclamado en Julio Antonio Mella su
orientador y su guía…
1949
Eduardo Avilés Ramírez
Julio Antonio Mella
y la Plaza de la Concordia*
Fue desde la terraza del Jeu de Paume que una vez Julio Antonio Mella tratando de sintetizar a
París en su plaza, me dijo estas palabras bellísimas y turbadoras por exactas: «Aquí todas las
cosas están colocadas en forma de beso.»
Y es así. Por algo Gabriel era Arquitecto del Rey, hijo y nieto de magníficos arquitectos. Por
algo los Gabriel habían construido castillos, iglesias, escuelas, el Port Royal, el Trianón, la
restauración del Louvre, la Escuela Militar, etcétera. Eran, en el fondo, el resumen del refinado
gusto del Gran Siglo, eran ya esa «forma de beso» de Watteau, de Fragonard y de Boucher, esa
«forma de beso» de Versalles, esa «forma de beso» de Rameau y de Racine, que Mella debía
descubrir con mirada límpida de águila joven, de un solo golpe de vista desde el parapeto de la
terraza.
En La Habana, después de la fundación de la Universidad Popular, en la que, entre otros,
fuimos creadores y profesores Martínez Villena, Tallet, Mella y yo, tuve el delicadísimo honor
de ser testigo a su favor en su célebre proceso (mis amigos de La Habana, creían que yo lo
hacía, no por pura y valiente amistad, sino por inconsciencia temeraria). Y después, colocados
ambos en la plaza que había sido el escenario de la Revolución, quise oír lo que pensaba junto a
tanto fantasma sin cabeza, y naturalmente le hablé del Terror. Pero para agradable asombro mío,
la cuerda no tuvo ninguna resonancia. ¡Pero ninguna! El criollo acalorado que había en él
desapareció, desapareció asimismo su revolucionarismo innato, y nació, pero nació allí mismo,
con la Concordia a nuestros pies y la Avenida Triunfal enfrente, un Mella insospechado, que
quizás, él mismo ignoraba: el Mella crítico de arte, pesador de perspectivas y analizador de
estatuas. Desechando el tremendo tema histórico que yo le señalaba, improvisó admirables
madejas de poesía y descubrió el secreto de París, la intimidad de su arquitectura y el porqué de
su seducción, temas que yo creía completamente extranjeros a su naturaleza. Fue en el curso de
aquella perorata espontánea e íntima que le oí decir que «todas las cosas en París están
colocadas en forma de beso».
Perdonad, lectores míos, que en este segundo centenario de la Plaza de la Concordia os haya
hablado más de Julio Antonio Mella que de Luis XV, de Ramsés y de la Revolución. Pero es
que, a pesar del tiempo transcurrido, para mí Mella sigue siendo el amigo inmortal y una
desgarradura del corazón.
PARÍS, 1953
* Fragmento tomado de Información [La Habana], 17 de junio de 1953, p. 2.
Mariblanca Sabas Alomá
La acción antimperialista de Banes*
A mediados de 1923, recién llegada a La Habana, procedente de mi Santiago de Cuba, conocí a
Julio Antonio Mella. Entablamos lazos de entrañable compañerismo y de fervorosa amistad.
Adolescente todavía había iniciado mi carrera periodística en el año 1919 en el Diario de Cuba,
de Eduardo Abril Amores. En 1921 (¿recuerdas compañera Dulce María Escalona? ¿Recuerda
compañero Enrique Cazade?) fundamos en la capital de Oriente la Juventud Nacionalista, cuyas
campanas cubanísimas, anticlericales y antimperialistas, crearon estados de opinión y de
conciencia en toda la República. Era lógico que, bajo el liderato natural de Julio Antonio Mella,
continuáramos e intensificáramos en La Habana esa labor iconoclasta y rebelde comenzada en
Santiago de Cuba.
[…]
Un día, Julio Antonio Mella y un pequeño grupo de fundadores de la Liga Antimperialista
fuimos invitados por una conjunción de fuerzas de izquierda de Banes para ofrecer allí un acto
que habría de celebrarse en el teatro principal de la localidad. Los acontecimientos que se
produjeron constituyen una de las más gloriosas realizaciones de la vida de luchador de Julio
Antonio.
Cuando llegamos a Banes una multitud impresionante nos acompañó hasta el teatro. Ya en
su recinto, pudiendo apenas movernos entre una masa humana que aclamaba a Mella,
deliberadamente se produjo una tremenda confusión. El acceso al escenario nos fue vedado por
el alcalde municipal en persona y varios agentes de la fuerza pública. Se encontraba presente el
Cónsul de los Estados Unidos. En un alarde de cinismo y de abyección que nos llenó a todos de
indignación y de cólera, el alcalde nos dijo que «el acto no podía celebrarse, porque lo había
prohibido el Cónsul norteamericano». Era de fuego la sangre que comenzó a circular por
nuestras venas.
Julio Antonio Mella tomó una rápida decisión. El acto se efectuaría, de todos modos, ¡en la
plaza pública!… Se organizó una manifestación imponente. Desafiando a los soldados y
policías que trataron en vano de oponerse a nuestro paso, nos concentramos en el parque, se
improvisó una tribuna ¡y el acto ANTIMPERIALISTA que el Cónsul de los Estados Unidos en
Banes, agente del imperialismo, prohibió, tuvo bajo el cielo libre de una patria cubana, una
trepidante culminación!…
De acuerdo con el programa confeccionado, debíamos hacer uso de la palabra Rubén
Martínez Villena, Leonardo Fernández Sánchez, Julio Antonio Mella y yo. Los participantes en
aquel histórico acto ANTIMPERIALISTA, ofrecido en una época de sangrientas represiones y
de servil sumisión al amo extranjero, no podremos olvidar jamás el discurso de Mella. (Aquella
tarde, al originarse un tiroteo por medio del cual la policía intentó en vano disolver el mitin,
resultó herido por una bala que le atravesó la palma de la mano el compañero Leonardo
Fernández Sánchez. Yo escuché muchos disparos, mientras consumía mi turno en la tribuna.)
Julio Antonio Mella pronunció en Banes […] palabras sólidas, firmes, de poderoso
contenido revolucionario. Se anticipó, en cierto modo, a la luminosa Cuba de hoy.
¿1960?
* Fragmento tomado de El Mundo [La Habana]. Recorte en la Colección Mariblanca Sabas Alomá. Archivo Literario del Instituto
de Literatura y Lingüística.
Juan Marinello
Genio y figura*
Quien vio de cerca a Mella conoció a una de las personalidades más sugestivas y atrayentes que
hayan alentado en nuestra tierra. La estampa física conmovía a maravilla con su naturaleza y su
misión. Muy alto, atlético, de cabeza hermosa, fuerte y erguida, de ademanes enérgicos y
serenos a un tiempo, su presencia respondía en manera exacta a su tarea de comunicación
inmediata y múltiple. Cubano hasta la médula —hijo afortunado de las dos sangres matrices que
integran el pueblo de su isla— fue, como Martí, un caso sorprendente de superación de lo
nuestro. Meditador y audaz, sonriente y contenido, alegre y responsable, imaginativo y práctico,
era muy difícil escapar a su ámbito. Conocerlo era creer en él. Unía la mente ancha y universal a
la cercanía familiar y captadora. Hasta aquel peculiar ceceo, hasta aquel andar a grandes
trancos, un poco desgonzado de la cintura abajo, hasta aquella postura ladeada, caída hacia la
izquierda, que adoptaba en la tribuna, le completaban la personalidad atrayente.
1963
* Tomado de «Mella y el primer Congreso Nacional de Estudiantes.» [Fragmento], Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, pp.
5-13. El fragmento en p. 5.
Alfonso Bernal del Riesgo
Tres recuerdos de Mella*
I. Líder rápido y multiforme**
La primera divulgación oral sobre Mella que tuve a mi cargo en el Instituto de su nombre, la
destiné en su mayor parte a demostrar la real verdad del título puesto a este trabajo que es un
breve resumen del mencionado.
Julio Antonio Mella, además de ser el indudable líder estudiantil y progresista de su época,
fue el creador de los organismos e instrumentos que la gran inquietud del año 23 necesitaba.
Desde que se hizo conocer como «deportista con ideas», en el 22, hasta el final del 25, fecha de
su exilio, desarrolló una continuada acción revolucionaria calificable de enorme, rápida, colosal.
No se sabe en ella qué admirar más, si la calidad de las ideas, correctas por marxistas, o la
cantidad y variedad de sus gestiones. A él, como a Martí, se le puede tomar de ejemplo en este
aspecto, pues Mella no conoció el cansancio ni la falta de tiempo. Este rasgo de su personalidad,
aunque salta a la vista del que sabe mirar, debe ser anotado por el joven deseoso de conocer el
porqué de la importancia nacional del primer gran adalid estudiantil y socialista. Compruébese
que desarrolló una extensísima y multilateral actividad en todos los órdenes de la organización,
la propaganda y la educación revolucionarias, y que hizo todo esto sin contar con medios ni
recursos; con poco dinero en el bolsillo, viajando en tranvía, escribiendo de su puño y letra
cartas y artículos; sin secretaria y sólo con la ayuda de los colaboradores voluntarios, algunos de
los cuales eran de responsabilidad intermitente o poco segura.
* Título atribuido, AC. Para evitar reiteraciones se suprimió el nombre de Mella de los tres textos.
** Tomado de Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, pp. 30-31.
Mella fue un revolucionario superdinámico; un alud en la lucha por nuestros ideales; un
estudioso incansable; sí, un joven creyente fanático en el saber y el estudio. Científica,
psicológicamente, puede decirse que su inteligencia era del nivel superior, si se entiende este
juicio en sentido técnico: el que hace mucho y bien con poco esfuerzo, en breve tiempo.
La prueba convincente de esta tesis, indudable para sus contemporáneos, puede pasar
inadvertida, porque la acción de Mella no se suele presentar reunida y fechada en el modo
adecuado para formar sin dificultades el juicio aludido. De intentar algo de esto se trata aquí.
Empiece por pensar el lector en la vida pública, en la duración de la vida pública de nuestro
grande joven en Cuba: tres años. E igualmente, tres años vivió en México. Como bien dijo
Rego, «Mella fue un relámpago…» Lo que sigue se contrae al primer trienio, y ha sido puesto
en forma de cuadro gráfico para facilitar la visión de conjunto. Contiene todo lo que una sola
cabeza recuerda y considera esencial.
Los números indican los sectores de su conducta pública. 1, 2 y 3 corresponden a los
1
principales organismos políticos que cofundó y dirigió: el Partido Comunista de Cuba (Sección
de la Tercera Internacional), la Liga Antimperialista y la Liga Anticlerical.
En el Comité Central del Partido Comunista de Cuba coincidieron con él, además de los
expresados en el gráfico, que eran orientadores, Rafael Saínz Pelegrín, periodista español
exiliado; los obreros industriales Alejandro Barreiro, José Rego, Joaquín Valdés, Benito
Expósito, Juan Cabrera…; los hebreos, también obreros, Miguel Magidson y Jacobo Gurvich, y
como representantes de la juventud Fabio Grobart. Concurrieron al Congreso de fundación,
como delegados de la Internacional, Enrique Flores Magón, de México y L. o E. Etcheverro,
argentino que llegó tarde. De las agrupaciones del interior, venía mucho a La Habana, trayendo
el aire campesino, Venancio Rodríguez. Blas Roca, de Oriente, entonces representante juvenil,
venía poco.
1
Siguiendo este esquema u otro análogo se puede describir toda su vida política: de cada número principal se podría escribir un
libro.
La historia de Mella en el Partido Comunista de Cuba será algún día objeto de cuidadoso
estudio. Es cierto que en el seno del Comité Central discutió varias veces; pero esto no rebaja
sino peralta al líder y al organismo. (Sépase que en aquella lejana fecha, 1925, fresco aún el
cadáver de Lenin, el comunista que no sabía discutir o que sabiendo no lo hacía era
considerado… «defectuoso». La crítica era tenida en gran estima; se le juzgaba la nodriza del
éxito y el detente de los extravíos y exageraciones a que el marxismo puede conducir cuando
olvida su origen dialéctico y se torna dogmático.)
En relación con la huelga de hambre que estando preso Mella declaró a fines del año
señalado, el Central Central se mostró más temeroso por la salud, y la vida y el éxito de él, que
él mismo. Según un decir impreciso y dudoso, Julio Antonio Mella «había tenido algo en los
pulmones» cuando era muchacho. Para ese organismo Mella estaba en peligro y pensaba que se
debía cuidar un poco más, preocupación que se vio confirmada a los tres años.
La Liga Antimperialista de Cuba contaba con la adhesión y la simpatía de algunas
instituciones y de muchos compatriotas. Todos los revolucionarios de aquel tiempo estuvimos
activos en ella. Pero Emilio Roig de Leuchsenring, por su pluma y su nombre sobresalía al lado
del líder. Algo parecido ocurrió, aunque en tono menor, con la Liga Anticlerical, nacida al calor
de la prédica de la conferenciante española Belén de Zárraga. A. Sust era uno de sus más
entusiastas propulsores.
Los números 4 y los demás hasta el 9 señalan las actividades en torno a la reforma
universitaria. En esta gestión estuvo Mella menos de dos años, y en ese breve lapso nació,
creció y murió el Grupo Renovación, cuna y centro de difusión del izquierdismo universitario.
De aquella fecha o poco antes data el auge de la Federación Estudiantil Universitaria, con su
presidencia rotativa, que en el 23 ocupaba Felio Marinello. En este mismo año se celebró el
primer Congreso Revolucionario de Estudiantes donde Mella creó la Universidad Popular José
Martí, y la Confederación de Estudiantes de Cuba, de muy difícil organización.
La actividad de Mella en todo lo mencionado antes fue asombrosa. Ocupó un puesto en la
Asamblea Universitaria, la conquista estatutaria de los estudiantes reformistas y, junto con
Aldereguía, que representaba a los profesionales, inició la «lucha oficial» por la nueva
Universidad, lucha que terminó pronto. Disuelta la Asamblea, Mella hizo examen de conciencia,
descubrió que la reforma universitaria era parte de un todo, y dirigió el foco de su conducta
2
hacia la Universidad Popular y los sindicatos obreros. Corría el año 24. Él, Berardo Valdés,
Escudero y quien escribe —universitarios los cuatro— visitábamos con más o menos frecuencia
la Agrupación Comunista de La Habana, en la que se empezaba a discutir la conveniencia de
convocar al Congreso de fundación del Partido. Interesa advertir enfáticamente que la historia
de este año es muy importante para el conocimiento biográfico de Mella, porque fue en él que el
líder se convirtió de simpatizante en adicto a las doctrinas de Marx, Engels y Lenin. Meses
después, en agosto del 25, figuraba entre los fundadores del Partido.
2
Algunos compañeros, estudiantes y profesores confunden esta tesis, por demás evidente, con la negación de lucha por la reforma y
su pase íntegro para después de la total revolución socialista. Mella, en un artículo escrito meses antes de su muerte, aclara esta
dañina tergiversación con palabras y hechos. Tanto la revolución socialista como la reforma universitaria socialista, necesitan de
antecedentes, de preparación, de cuadros y proyectos. Nada válido puede esperar el marxista de lo espontáneo.
Antes y después de esa fecha, Mella se ocupó mucho del punto 9. «Tenemos que educar,
propagar, publicar…» —repetía. A principios del año 23 o fines del 22, edita Alma Mater,
meses después publica Juventud, más tarde colabora en Justicia y, por supuesto, en los
manifiestos y comunicados del Partido Comunista (No puedo afirmar con certeza si colaboró en
Lucha de Clases.) Se puede decir que apreciaba la obra escrita tanto o más que la hablada, y así
su arrogante figura era vista con frecuencia por la imprenta de los Torcedores, sita en la calle
Figuras.
En el esquema aparecen dos puntos que se explican por sí mismos. El 7 significa la
dedicación de Mella a la educación física y los deportes. Su ingreso en los Manicatos inicia su
actuación colectiva. Este grupo estaba formado por jóvenes atletas defensores del espíritu
popular universitario frente al espíritu exclusivista del Havana Yacht Club y el Vedado Tennis
Club. Operaba como la vanguardia «antiamarilla» («amarillo»: estudiante universitario que
defendía una bandera deportiva extraña).
El número 8 tiene cierta importancia, porque indica que Mella tuvo y sostuvo amistosas
relaciones con el profesorado; en especial con el general Eusebio Hernández, simpatizante de la
Revolución rusa, y con el doctor Carlos de la Torre, el doctor Aguayo, el ingeniero Plácido
Jordán y con otros profesores que después de las elecciones del 24 le volvieron la espalda a la
reforma.
Falta en el esquema toda la vida privada de Mella que en modo alguno fue hueca. Las visitas
a su padre eran frecuentes y casi siempre cordiales. Y en el amor todo el mundo sabe que
cumplió como un marxista, tomando a edad temprana compañera. Su vida económica
lógicamente no estaba aún constituida. Más de una vez me habló de esto y de la posibilidad de
escribir libros y de traducir para atender a sus necesidades. En el 25, en el primer trimestre,
fundamos un colegio para, de este modo, educar revolucionariamente y subsistir. En febrero o
marzo nació el Instituto Politécnico Ariel, en el que Mella trabajó como profesor y codirector
hasta su cierre, que coincidió con su forzado exilio.
3
Si a lo indicado en el gráfico une el lector la obra escrita de Mella, más los discursos, y a
todo esto se le añade el estudio crítico y concienzudo de las carreras de Derecho y de Filosofía,
tendrá datos suficientes para formarse una idea del enorme volumen de conducta realizado en
tres años por nuestro compatriota. En Julio Antonio Mella apuntaba un segundo Martí, no sólo
por la genuina calidad cubana y revolucionaria de sus ideas, sino por la asombrosa cantidad —
rapidez y precisión— de sus actuaciones. No exageramos los que lo tenemos por uno de
nuestros grandes ni cuando lo mostramos de ejemplo a la juventud de este pequeño gran país,
cuya heroica y briosa dirigencia lucha «contra viento y marea» por establecer la primera
sociedad popular y justa del continente americano.
3
Consúltese sobre este aspecto el trabajo del compañero Erasmo Dumpierre. Según él, Mella estaba escribiendo un libro cuando lo
mataron. Según Puerta, el padre, Mella se hizo temible en México.
Por lo dicho, pocas muertes merecen como la de Mella el calificativo de irreparable. En la
oportunidad en que hubimos de referirnos a ella, dijimos lo siguiente acerca de su manera de
ser.
El grande hombre del cual hemos hablado poseía entre sus muchas cualidades la de descubrir y
comprender las limitaciones cubanas. Él era antisectarista y a la vez antioportunista, partidario de
la discreción conspirativa y muy enemigo de los conciliábulos y capillitas. No obstante su juvenil
osadía, era enemigo de la impremeditación y la espontaneidad. Su odio al error era el de Martí
cuando dijo: «del error di todo y di más…»
El siempre quiso saber el real sentimiento de las masas y las condiciones de la clase obrera.
Tenía quizás cierto parecido con Dimítrov, el teórico del frente popular, y varias lúcidas
tangencias con Fidel Castro. Fue sin duda el mejor intérprete de la aplicación del leninismo a
nuestra América. Y el enérgico e indiscutible corifeo del movimiento en pro de la reforma
universitaria y de la educación política de nuestras clases inconformes. De él podría decirse en
el campo revolucionario lo que en el científico se dice de Felipe Poey: «Tanto nomine nullum
par elogium.»
1963
II. Las ideas pedagógicas de Mella*
Compañeros de la mesa, compañeros del auditorio:
Vuelvo a ocupar la silla docente del Instituto para insistir sobre el tema pedagógico, tema que le
parece a muchos falto de interés y poco revolucionario. Hace años un joven estudiante de
Derecho me dijo hablando del asunto: «No concibo a Mella perdiendo tiempo en eso…»
Hoy día, gracias a la campaña contra el analfabetismo y a la importancia que el Gobierno
Revolucionario le da a la instrucción, ese juicio quizás haya cambiado. Pero en el fondo de
nuestras opiniones la pedagogía sigue siendo una actividad de valor subalterno. Comparada con
las carreras de Medicina o de Arquitectura, la de Educación vendría a ser algo así como la de
procurador o taxidermista: cosa accesoria, fácil, barata.
*
Conferencia en el Instituto Mella. Posiblemente se produjo C. 1966, porque alude al doctor Salvador Vilaseca como Rector de la
Universidad de la Habana. Se trata de una versión mecanografiada incompleta de una grabación deficiente. Se ha hecho todo lo
posible por devolverle al texto la coherencia que distinguía a Bernal. (AC)
Esa opinión, que es sin duda errónea, encierra, contiene, una gran cuestión revolucionaria,
que en la década del 20 era discutida con frecuencia. Expresada en términos populares y breves
es la siguiente: con la educación no se hace la revolución socialista, pero… sin educación el
éxito socialista es difícil, muy difícil. Parece evidente que un régimen nuevo necesite hombres
nuevos; que un régimen de productores necesite de verdaderos trabajadores; que un régimen de
sinceridad necesite de hombres no alienados o poco alienados. El hombre socialista no nace. Al
contrario, es un producto o resultado de sus condiciones de producción. Si estas son malas él no
puede darse o se da mal. Por supuesto, el comunista después que está hecho, bien hecho, es o
puede ser incorruptible.
Sé por experiencia propia que la educación, que su apropiado valor, decayó después de la
4
gran voltereta corruptora de Batista, pues antes del año 30 la pedagogía figuraba entre las
profesiones respetables. En las aulas y fuera de ellas aún resonaba el eco de Varona y su obra
5
fue continuada con dignidad por Valdés Rodríguez, Aguayo, Montori, Luciano Martínez, el
padre de Rubén, y varios más. La cuestión de la calidad de la educación preocupaba a la gente
culta en sumo grado, y aunque esta era una minoría, sin duda era influyente. Todavía continuaba
latiendo la tradición iluminante de nuestro glorioso siglo XIX que, como es sabido, se originó en
6
este campo con el padre Varela y con Luz y Caballero. Después de la huelga de marzo del 35,
sucedieron muchas cosas, entre otras para citar una, el desbarajuste y el desparpajo del famoso
7
«Inciso K» y en lo universitario, el facilismo en la Facultad de Pedagogía.
Porque no comparto esas opiniones peyorativas de lo pedagógico y he luchado y lucho
contra sus consecuencias. Vuelvo a referirme a Mella en este aspecto, para así unir su venerable
recuerdo a la causa útil y nobilísima del renacimiento revolucionario de las ciencias de educar.
Esta tarea es quizás una de las más urgentes que la nación tiene ante sus ojos.
No me sería difícil, sino muy fácil el convertir las anteriores palabras en argumentos
probatorios y factuales de la primordial importancia, no que tuvo, sino que tiene la educación
ahora, en la fase del tránsito cubano hacia el socialismo. La ciencia verdadera, la ciencia
materialista dialéctica, ofrece para esto un verdadero arsenal de hechos, del que mencionaré
8
únicamente el reflejo condicionado de Pávlov, el fenómeno en el que se basan la medicina y la
pedagogía del marxismo.
Pero el tema es otro, y lo que he dicho sólo se propone dejar indudable constancia de que
Mella se preocupó tanto por la educación (por su aumento masivo y por su calidad), porque esa
preocupación forma parte de la conciencia revolucionaria socialista. El haberlo hecho así
constituye uno de sus méritos mayores, que hoy quizás sólo se entrevé y que mañana se verá
más claramente.
4
5
6
7
8
El dictador Fulgencio Batista Zaldívar (1901-1973).
Enrique José Varona (1849-1933), Manuel Valdés Rodríguez (1848-1917), Alfredo Aguayo (1866-1948) y Arturo Montori (18781932), ilustres pedagogos.
Félix Varela (1787-1853) y José de la Luz y Caballero (1800-1862), filósofos y padres de la pedagogía cubana.
El «Inciso K», engendro del primer batistato (1934-1944), que fue ampliado en el mandato presidencial de Ramón Grau San
Martín (1944-1948), para promover de fondos adicionales al Ministerio de Educación. Se convirtió en una de las fuentes más
escandalosas del robo estatal.
Iván P. Pávlov (1849-1936), destacado científico ruso, autor de la teoría de los reflejos condicionados.
Cuando la cualificación de lo educativo pase a ser un punto real y esencial y se planee
técnicamente su mejoramiento, partiendo como debe ser de los antecedentes nacionales, Julio
Antonio Mella será llamado con Varona y con otros a dar su aporte criollo, aporte que nada ni
nadie puede suplir. Pues en esto de educar como en todo, el injerto puede ser extranjero, pero el
tronco ha de ser cubano, tal y como lo aconsejara Martí. Es incierto que el socialismo entierre lo
nacional, pues, al revés, lo resucita, vitaliza y limpia de las impurezas producidas por el lucro de
la sociedad clasista. Nada hay, pienso yo, más eficaz y mejor para combatir las tradiciones
coloniales, los hábitos nocivos de un país, que tomar de la tradición lo que bajo la colonia se
alzó culturalmente contra la tradición, y luchó por su enmienda y su cambio.
Pero siendo este asunto demasiado específico, porque se liga en la psicología con la doctrina
de los hábitos y con la motivación de carácter, que incluye lo inconsciente, me parece correcto
dejarla a un lado sin perderlo de vista, y entrar en el tema propio de la lección de hoy. Réstame
sólo decir que Lenin usaba profusamente el concepto de hábito. La vieja expresión popular «el
hombre es un animal de hábitos» es cada día más exacta a la luz de las recientes investigaciones
neuroelectrónicas.
El conocido interés de Mella por la Universidad como tal se extendió muy pronto a lo que
podríamos llamar misión revolucionaria de esta Casa de Estudios y llegó hasta la educación
secundaria y primaria. En los tres aspectos o campos mencionados —Universidad, Educación,
Revolución— actuó desde el principio y actuó bien, para lo que se impuso con seriedad y rigor
la tarea de informarse debidamente acerca de todo esto, lo que dicho de otro modo significa adquirir un equipo ideológico, un bagaje de información realista, científica no sólo —repito—
sobre la Universidad y su Reforma y la teoría y la praxis de la Revolución Social, sino sobre el
proceso educativo en su conjunto.
Durante la primera etapa de la evolución del pensamiento de Mella, lo universitario tuvo
primordial importancia. Era la Universidad lo que podía observar, estudiar, criticar y
evidentemente proponerse transformar, cambiar.
Ese es el Mella universitario, ejemplarmente obsedido por la causa de la Reforma
Universitaria, el de la depuración profesoral, el de la Federación y el del Congreso de
Estudiantes, el de la Asamblea Universitaria.
Este aspecto de su obra ha sido divulgado de un modo u otro por varios compañeros y por
mí. El Mella socialista, aunque se liga al universitario muy rápida e íntimamente —en
declaraciones orales y escritas— no se manifiesta en hechos hasta noviembre del 23. Este es el
Mella revolucionario, el de la Liga Antimperialista, el de la Liga Anticlerical, el del Partido
Comunista de Cuba. Este aspecto de su personalidad ha sido también bastante divulgado.
La tercera zona, la educativa, es menos conocida y ha sido expuesta en forma incompleta. A
popularizarla y completarla vienen estas palabras que no pretenden ser exhaustivas ni tampoco
por entero nuevas, puesto que muchas de las ideas sobre la Reforma Universitaria, se
relacionan, como es natural, con el fenómeno educativo. Este es el Mella de la Confederación
Nacional de Estudiantes (el gran empeño que emprendiera con Leonardo Fernández Sánchez),
el del Instituto Politécnico Ariel, que fundó y codirigió durante cerca de un año con quien tiene
el placer de dirigirles la palabra y, por supuesto, el de la Universidad Popular.
De las tres obras apuntadas —Confederación, Universidad Popular José Martí, Instituto
Ariel— se ha dicho poco, porque en verdad no es mucho lo que ha quedado de aquellos
intentos, difíciles los tres. Me propongo, con el auxilio de la compañera Hernández y del
periodista Madariaga, emprender el estudio de la gestión de Mella por la Confederación
Nacional de Estudiantes, organismo que no llegó a tener nunca estructura estable y acerca de
cuya programática sólo quedaron ideas y fragmentos de índole organizativa, y las tesis sobre la
necesaria depuración del profesorado presentada por César Mata y otros jóvenes del año 23 en
el Congreso de esta fecha.
9
De la Universidad Popular sólo conservo recuerdos personales. La pérdida de Vivó, que
poseía su archivo, obliga a una reconstrucción testimonial que ha demorado y de la que desearía
ocuparme con los «supervivientes» que nos quedan.
Del otro hecho, del Instituto Politécnico Ariel, sí poseo, naturalmente, buena información y
del inapreciable tesoro directo y confidencial que supone la actuación conjunta y la convivencia
bajo el mismo techo durante casi un año.
Pero el Instituto Politécnico Ariel tiene una importancia especial y distinta en la biografía de
nuestro gran líder. Recuérdese que fue un plantel fundado con fines de subsistencia personal,
instalado con dinero nuestro, con cobro de matrículas, con presupuesto de ingreso y gastos y su
incipiente nómina de profesores o maestros. Constituyó el intento que Mella y yo emprendimos
por la llamada independencia o autarquía económica. Sólo existió diez meses, pero no obstante
su vida fugaz —todo en Mella fue fugaz— nos dejó la muestra de su propósito profesional.
El punto a que acabo de aludir constituye en la biografía de todos los revolucionarios un
10
tema de trascendental importancia al que hubo de hacer referencia el rector Vilaseca al
inaugurar este curso. En él se manifiesta, y a veces se decide, la gran cuestión entrañada en la
vocación revolucionaria, y más especialmente en la de los intelectuales que como Marx, Lenin,
11
Togliatti, Fidel Castro y muchos otros no sólo proceden de la pequeña burguesía sino que
además han adquirido un título universitario. Esta cuestión existencial se plantea como un
trágico y agudo dilema, como un conflicto profundísimo que tomando manifestaciones muy
diversas (tan diversas como las personas), puede resumirse en esta angustiosa alternativa que
12
recuerda la gran pregunta de Hamlet: ser profesional revolucionario o ser revolucionario
profesional. Tengo en mi haber el privilegio de haber asistido a la tramitación y a las
alternativas de ese dilema en la cabeza de Mella. Seguramente que muchas de las cosas que
hablamos poco antes de fundar el Instituto Ariel y durante los meses que en su edificio
pernoctamos, las ha borrado el tiempo; otras las recuerdo más o menos claramente, pero me
abstendré de expresarlas por no haber dejado Mella constancia escrita de esas reflexiones. Pero
el hecho de la fundación del Instituto Politécnico Ariel por sí mismo demuestra que Mella
ansiaba, en 1924, ganarse la vida con su trabajo. Se podría decir que estaba en ese entonces en
la situación mental que estuvo Federico Engels cuando decidió expatriarse a Inglaterra para
trabajar de oficinista en la firma de la que era copropietario su progenitor. Muchos hechos
obligaban a Julio Antonio a plantearse y tratar de resolver la cuestión más importante de la vida.
Se había casado, su compañera, estudiante, no trabajaba, sus gastos crecían, el dinero para
publicar escaseaba y el padre, Don Nicanor, siempre comprensivo, ni abundaba en sobrantes ni
veía siempre con la misma simpatía los gastos ocasionales en que, por fuerza de todo lo
anterior, tenía Mella que incurrir. A fines del año 24 la necesidad de más moneda se hizo en
Mella muy palpable, y me lo comunicó. Ya había yo terminado los estudios de Derecho y
decidido continuar los de Filosofía y Pedagogía con la intención de ejercer estas últimas carreras
y no la que había concluido. Por la vía de la herencia materna había recibido un puñado de
pesos, y al confiarme Mella sus propósitos le contesté más o menos de este modo: «Me parece
que vamos a tener que hacer en este asunto al revés de Martí; meternos primero a maestros;
podríamos fundar un colegio». La idea, en realidad, recuerdo que no le sedujo mas tampoco le
desagradó, y recuerdo que me dijo algo relativo a una editorial revolucionaria de la que en
anteriores ocasiones me había hablado. Mi respuesta fue más bien negativa y repetí el
argumento que en otras ocasiones le había expuesto: «Mientras los anarquistas sigan regalando
los folletos y las revistas no creo viable tu editorial». Poco después me volvió a verme, ya
decidido a fundar el colegio. Probablemente estábamos en las Pascuas del año 24. En febrero
del siguiente abrió sus puertas el plantel cuya vida terminó, como se sabe, con la prisión de
Mella.
9
Jorge Vivó, miembro del Partido Comunista, profesor de la Universidad Popular José Martí. Perteneció a la ANERC en Nueva
York. Fue Secretario General del Partido. En 1937, se estableció en México, donde fue profesor eminente de la Universidad
Nacional Autónoma de México.
10 El doctor Salvador Vilaseca (1911-2002), combatiente estudiantil contra Machado, fue rector de la Universidad de la Habana
entre el 21 de junio de 1965 y el 31 de agosto de 1966.
11
Palmiro Togliatti (1893-1964), dirigente del Partido Comunista Italiano y agente de la Internacional Comunista.
12
Hamlet, personaje de la famosa tragedia homónima de William Shakespeare.
Lo que Mella hizo, dijo y escribió en él, fue en gran parte —como tenía que ser— obra
conjunta y no sólo suscrita y compartida conmigo, sino con los profesores que
democráticamente participaban en la empresa y de modo muy especial, en lo que a la didáctica
se refiere, de Carmen Rodríguez, mi mujer, que en esa fecha acababa de recibir el título,
entonces muy apreciado, de Doctora en Pedagogía.
Es a ese conjunto de ideas al que voy a referirme primero, relacionándolo con las que Mella
expusiera en las ocasiones en que hubo de ocuparse de la cuestión educativa. Espero que
después de oírlas estarán todos ustedes de acuerdo con el título de este trabajo y con la tesis que
en el año anterior sostuve al respecto: que no se podrá escribir la historia de la pedagogía
revolucionaria cubana omitiendo el nombre de Julio Antonio Mella.
El método que me propongo seguir para dar cumplimiento a lo ofrecido consiste nada más
que en la cita textual de las palabras contenidas en el folleto del Instituto, que redactamos
conjuntamente; de los escritos que han sido publicados y el artículo fechado en México con el
título «¿Puede ser un hecho la Reforma Universitaria?», más algunas referencias a algunos
papeles que obran en mi poder, pero sin utilizar en ningún momento la información que obtuve
de boca de Mella.
También me abstendré, por razones de oportunidad y de tiempo, de la glosa encomiástica
que muchas de sus ideas pedagógicas merecen. Me limitaré a recordarlas y a encarecer su
importancia desde el punto de vista de la técnica de educar.
La primera afirmación del folleto citado es esta: «Lo fundamental en todo plantel de
enseñanza es el sistema general de educación.»
¿Qué significaba y qué significa esta frase, que a primera vista puede parecer innecesaria?
Pues significaba y significa que no es el edificio, ni el lujoso mobiliario, ni los rituales
aparatosos y la propaganda lo que Mella consideraba esencial sino el sistema; esto es, el
método, la didáctica, la ciencia y el arte, y no de instruir, sino de educar.
Esta tesis en 1925 era revolucionaria, pedagógicamente revolucionaria en la enseñanza
oficial, y era osada, atrevida e innovadora en la enseñanza privada, la que como bien se
recordará se realizaba como un negocio comercial «mondo y lirondo», sin pizca de espíritu
científico y pedagógico. Los padres de los alumnos cuando decidían «poner» a sus hijos en este
o aquel colegio, preguntaban dónde les iban a enseñar, con quiénes se les iba a enseñar, —¿con
niños de «buena familia?»— y, acaso, qué les iban a enseñar —¿un poco de religión o mucho?.
Pero ninguno se interesaba por saber cómo les iban a enseñar; ninguno de ellos preguntaba
cómo iban a ser educados sus hijos. Todo esto y mucho más entraña la frase «sistema general de
educación», en la que no insistiré por lo dicho antes, y porque la siguiente no cede en
importancia a la anterior:
Consiste este sistema en estudiar pedagógicamente al niño y al joven al comenzar su preparación,
y una vez iniciada esta, sea vigilado constantemente en sus estudios, aplicándose el método que su
edad, desarrollo físico y mental, salud, etcétera, requiera, desechándose, desde luego, el método o
rutina memoristas, tan en uso en casi todos los centros de enseñanza.
En estas palabras vemos desechar y condenar el memorismo, la gran plaza tradicional,
establecer: 1. el estudio científico de cada niño o joven al comenzar sus estudios; 2. la vigilancia
asidua durante el proceso del aprendizaje, sin esperar los resultados del examen, y 3. la
aplicación de los medios y métodos didácticos adecuados a la edad de cada alumno, a su estado
de salud y a su desarrollo físico y mental.
El novísimo principio de la individualización de la enseñanza, la parcial conquista de la
enseñanza programada, es claramente propuesta en ese párrafo, con el que se relaciona
íntimamente el que dice:
La instrucción que da este plantel no es sólo una simple exposición de conocimientos, sino
también, el primer paso hacia la formación de un verdadero carácter, de una personalidad definida,
que irá siempre en aumento y que se completará en estudios superiores, organizados en perfecta
armonía en una forma cíclica y con vista a una educación tanto física e intelectual como moral.
Formación de un verdadero carácter… desarrollo de la personalidad que irá siempre en
aumento… educación física tanto como moral. ¿No están en estos temas admirablemente
sintetizadas las grandes metas de la educación cubana de aquella época? Y yo me pregunto, ¿no
siguen siendo válidos hoy día estos pensamientos pedagógicos de Mella? Sin duda, constituyen
un excelente resumen de los fines y objetivos esenciales de la educación y no importa que algún
crítico pueda calificarlos de conocidos o evidentes, porque el examen de la realidad educativa
de aquellos días y de los que siguieron demostraría a plenitud que no se cumplían. Decir no es
hacer.
La consigna de convertir los centros de instrucción de aburridos e inútiles en centros de
eficaz educación formativa cubana y socialista está vigente. El Gobierno Revolucionario ha
logrado avances admirables en la educación física y ha mejorado los programas de estudio al
introducir en ellos el marxismo; pero ha tropezado y tropieza con dificultades en el aspecto
formativo y metodológico, tanto en lo que se refiere a la didáctica como a la educación sexual y
del carácter. La carencia de educadores idóneos ha sido sin duda una de las causas de esa
deficiencia, mas no la única, pues aún hoy son muchos los que piensan que el método didáctico
viene sobrando y que la formación del carácter es obligación de la familia y no de la escuela y la
Universidad. Estos compañeros debían de tomar clases con Fidel, que es un gran maestro.
Pero, repito, no es en la expresión donde reside el valor de las ideas (de éstas y de todas las
ideas), sino en su praxis, en su realización; y las que he leído fueron realmente llevadas a la
práctica en el Instituto Ariel.
En él se hacía lo que se prometía. Respecto a la comida (pues el colegio tenía alumnos
internos y externos) se decía: «La Tabla de Alimentación que todo padre podrá ver y estudiar en
el plantel, ha sido confeccionada siguiendo las instrucciones del director médico del plantel.»
(El doctor Gustavo Aldereguía, cuya segunda especialización es o puede ser sin duda la
dietética.)
Y así se hacía; Mella comía conmigo y todos los profesores en la misma mesa con los
alumnos, exactamente el mismo menú.
La educación física estaba naturalmente a cargo de Julio Antonio, que era el encargado de
hacer cumplir lo que el folleto del Instituto anunciaba. «El plantel fiel a su consigna de educar
completa e integralmente al niño o joven no desatiende el ejercicio gimnástico diario,
aplicándolo proporcionalmente a la edad y estado de salud de cada educando.»
Bueno es decir que el Instituto Ariel contaba con un patio lateral de tierra de más de 600
varas de extensión donde a pleno sol y al aire libre los muchachos jugaban y sudaban.
La salud preocupaba en grado sumo, y en efecto, el folleto tantas veces citado anunciaba al
respecto lo siguiente: «Posee, igualmente, el Instituto “Ariel”, medicina de urgencia gratuita, y
con efecto de informar a los padres pasará mensualmente una nota del estado de salud, peso,
apetito, sueño y adelanto de sus estudios.»
Permítaseme volver a leer despacio estas palabras: Enviar a los padres «una nota del estado
de salud, peso, apetito…»
Ningún colegio del país se atrevió en aquella fecha a nada semejante: dar cuenta a los padres
del apetito del alumno. Por consecuencia lógica, la nómina para alimentos recuerdo que era alta,
no sólo porque en Ariel todo el personal —alumnos y profesores— era de buen comer o se le
abría allí el apetito, sino porque su mesa tenía invitados con frecuencia. A ella se sentaron
Enrique Flores Magón, mexicano, Etcheverro, argentino; Rafael Saínz y su familia, españoles, y
varios compatriotas. No eran en aquellos tiempos antieconómicas las invitaciones, que eran
aceptadas con frecuencia a causa de la abundancia y buena calidad de los guisados.
El Instituto Ariel era un centro familiar y amistoso; ventilado, alegre, risueño… Su sanísima
atmósfera moral y física cumplía lo que el folleto anunciaba: «En este plantel, sin duda el
primero en su clase, cada educando es algo a quien se atiende solícito, y no una parte del
montón, cada profesor es un padre y la Institución una gran familia.»
Y para que la imagen que estoy dando sea más completa, bueno será insistir a todos los
efectos, que Ariel era «coed»; esto es, colegio de ambos sexos. «Se advierte a los señores padres
que con excepción del internado, el Colegio es para ambos sexos.» En 1925 esta advertencia era
tan necesaria como poco comercial. Esto de educar a varones y a hembras fue otra anticipación
revolucionaria del Instituto Ariel, de cuya trascendencia para la salud sexual de la adolescencia
no es necesario hablar.
Ni chismes, ni acusaciones, ni intrigas admitíamos. Es verdad que era pequeño el número de
los convivientes: seis profesores, dos empleados y apenas treinta alumnos. Pero, ¿quién ignora
que con mucha menos gente a bordo la convivencia diaria suele aquí enredarse y cubrirse de
sentimientos negativos, que a veces estallan y se expresan y a veces se ocultan o reprimen? Me
parece que aquel era un verdadero colegio socialista. Sus directores, muy jóvenes, se mostraban
13
amigos de la alegría y la risa; de la risa, ese magnificante movimiento de la cara que Bergson
con acierto relacionara con la salud mental y con la inteligencia.
En el Instituto Ariel se cumplía el lema de brindar lo mejor y lo más agradable, y para lograr
que los alumnos se integraran en aquel microambiente letífero y salutífero se organizó en
asociación. Esta debería facilitar bajo la vigilancia del profesorado, «cualquier iniciativa —
textual— que tienda a distraer educando, tales como veladas literarias y científicas, paseos
campestres, funciones de cine, y todo lo que el alumno pueda necesitar para su expansión y
completa cultura».
13
Henri Bergson (1859-1941), filósofo francés.
En íntima conexión con lo anterior apreciábamos el rendimiento educativo, el
aprovechamiento escolar, al que el prospecto se refiere de este modo:
Para completar y estimular la educación de los alumnos, este plantel no sólo entrega diplomas,
sino que aspira, por medio de sus fiestas sociales, conferencias, veladas, etcétera, a premiar el
esfuerzo con la admiración de los amigos, con el cariño de los padres y maestros; premios, estos
últimos, mucho más fructíferos y enfervorizadores, creadores de un sano sentimiento de noble
emulación.
No sólo otorgaba diplomas, premios y honores (las célebres recompensas en que descansa la
motivación extrínseca) sino que, según vimos en la cita anterior, se premiaba «el esfuerzo con
admiración de los amigos, con el cariño de los padres y maestros», con la creación del
«sentimiento de noble emulación».
Las personas que no están enteradas del gran debate psicológico entre la motivación
extrínseca y la intrínseca, se darán cuenta de que estas ideas al saber que Mella era partidario del
aprendizaje que es movido por el gusto de aprender, por el valor social e individual que el saber
tiene; y que no era partidario de que el niño o el joven estudie para obtener premios en la
escuela y en la casa. Ya en aquel entonces Mella creía en el efecto educativo de la noble y
verdadera emulación socialista.
Mas no se recurría a las dos motivaciones para hacer víctimas a los alumnos del abuso del
aprendizaje. No. Los jóvenes directores de Ariel eran todavía estudiantes y sabían de ese abuso
y de otros muchos de la enseñanza tradicional, y al efecto redactaron lo siguiente:
Muy a menudo ocurre que por olvidar el profesorado la pedagogía científica, y por carecer de
vocación profesional, se da una instrucción incompleta, y se hace trabajar al educando
estérilmente, sin conformidad a un plan pedagógico, y sin tener en cuenta resultados verdaderos y
reales, y sí aparentes.
¡Cuánto esfuerzo inútil realizaban y realizan los alumnos de las escuelas vulgares de
enseñanza! Este es un defecto garrafal y muy nocivo, porque el trabajo escolar estéril y penoso,
el estudio técnicamente llamado en corvea, lejos de producir efecto positivo produce muchos
efectos negativos. La corvea es la causante del odio a estudiar de verdad, del desprecio por
aprender de verdad, del desdén por el saber verdadero. Ella fomenta una de las peores lacras
académicas: el estudiante que lo es no porque estudia, sino por alguna razón de su personal
conveniencia.
Para evitar esta calamidad no sólo se apelaba a la motivación intrínseca sino al hallazgo de la
vocación. Dice el prospecto:
«También trata de hallar la vocación del joven sobre determinados estudios para crear
hombres con amor a la cultura profunda.» Y a seguido añadía que se utilizaría en la enseñanza
«la investigación propia en libros, conversaciones con los maestros y los otros estudiantes,
conocimiento objetivo, y toda otra labor de eficaz educación».
«La investigación propia», el conocimiento objetivo… «la conversación con los maestros y
los otros estudiantes»… No creo necesario glosar estas expresiones que por sí mismas
proclaman su importancia al aparecer en un modesto colegio privado de primera y segunda
enseñanza. Nada de eso se hacía; ni siquiera se decía en la Universidad.
Pero Mella y yo no nos hacíamos ilusiones. Sabíamos muy bien que una parte, quizás una
gran parte de los futuros graduados, iría a dar a las oficinas públicas y privadas, iría a integrar la
burocracia, la gran clase sin clase de los países coloniales, el gran mal contra el que nuestra
Revolución gloriosa tan bravamente lucha, y con efecto, se le decía a los posibles candidatos a
oficinistas lo siguiente: «Creemos importante no crear simples oficinistas sino hacer de cada
estudiante [de Comercio] un individuo con amplia capacidad para el desempeño de su
profesión.»
Se podría afirmar que Mella en el año 25 prevenía el burocratismo y que lo hacía desde su
raíz, la escuela secundaria, que un pedagogo inglés llamó «escuela de oficinistas».
También quería Mella que los bachilleres fueran algo más, mucho más que aquello del
ofensivo dicho español: «Bachiller en artes, burro en todas partes», y previsoramente, el
prospecto de Ariel, resumiendo su doctrina sobre el bachillerato, anuncia que: «Junto al
bachiller, capacitado para su ingreso en la Universidad, habremos creado un espíritu sano y
fuerte, capaz de comprender la vida, y gozarla en toda su intensidad, con el tesoro de una
verdadera educación.»
¡Gozar la vida en toda su intensidad! Con estas palabras terminaba el documento tantas
veces citado y en ellas quiero terminar esta primera parte del homenaje.
Las ideas pedagógicas a las que voy a referirme ahora son conocidas de los lectores de
Mella, pues muchas de ellas han sido publicadas en distintas ocasiones y lugares. Todas giran en
torno a la Universidad, sus estudiantes y profesores, y no obstante ser escuetas, podría decirse
sin exageración que constituyen la base de la doctrina cubana de la Universidad y el quicio de la
profesología y de la ética estudiantil criollas. Procedió Mella al elegir estos asuntos con mucho
acierto, pues en vez de enfrascarse en las teorías que sobre la Reforma Universitaria llegaban de
América del Sur, aplicó sus penetrantes ojos a la realidad de la institución y de sus personas,
repitiendo el orden en el reproducir de Marx Y Engels, se entregó a la crítica. Lo que al respecto
dejó escrito sigue siendo, en mi opinión, idea viva, en gran parte vigente y aplicable.
De acuerdo con lo dicho, me referiré primero a la Universidad y después a los universitarios.
Seré breve, mas nadie ha de inferir de la brevedad que me impongo, la falta en lo citado de
sustancia y trascendencia. Se sabe que he sostenido y sostengo que de las palabras de Mella
emanan consecuencias técnicas y prácticas muy abundantes. Y ahora digo que no me ocuparé
hoy de esa tarea porque deseo eludir el tecnicismo pedagógico y el rozar puntos polémicos
tangentes con la vida política.
Veamos lo ofrecido. Lo primero que cito es la valoración de la Reforma, porque se ha
sostenido que Mella cuando vivió en México dio por finiquitado ese proceso, postergándolo
para después del triunfo de la Revolución. No creo esto cierto por muchas razones relacionadas
con su modo de ser y porque en el artículo titulado «¿Puede ser un hecho la Reforma
Universitaria?», publicado tres meses antes de su muerte, se expresó de este modo: «Pero
afirmamos, que nada más útil se ha hecho en la América en el campo de acción de la cultura,
que estas «revoluciones universitarias.»
¿No quiere esto decir que poco antes de su muerte latía en él el grandioso ideal de la
Reforma Universitaria, y que con él, naturalmente, subsistía el sustrato pedagógico de ese
movimiento?
En el mismo artículo citado —que debería ser reproducido en Cuba íntegramente— expresa
Mella varios conceptos acerca de la Universidad, en los que sostiene ideas como estas:
Hay que recordar cómo en una época las universidades —la actual de la Sorbonne, por ejemplo—
eran verdaderas repúblicas donde maestros y alumnos convivían en un amplio espíritu de
camadarería. Vemos en aquellas clases donde el maestro trata al alumno con cordialidad que este
corresponde. Pero en las otras, donde el maestro pretende ser un gendarme, convierte a los
alumnos en burladores de esta ridícula autoridad.
También demuestran la verdad de mi opinión los siguientes párrafos del trabajo escrito en
México. En ellos vemos que la tesis de la organización republicana se incrementa con la
nacionalista y práctica, y así Mella dice:
Y profesores y alumnos deben en las clases, en los seminarios de investigación, en comisiones
especiales, estudiar cada uno de los problemas nacionales: situación higiénica del país, crisis
industriales, problemas de transportes, reformas a la legislación, etcétera. La Universidad debe
servir de cuerpo consultivo al Estado.
Y poco después, como un buen marxista, se refiere al problema tan considerado por la
universidad alemana de la ciencia con vocación y el pan con preparación —Brotwissenschaft,
Geisteswissenschaft— Pero oigámoslo a él: «Debe justificarse con hechos que la Universidad es
un órgano social de utilidad colectiva y no una fábrica donde vamos a buscar la riqueza privada
con el título[…].»
Y añade después un concepto que no podía faltar: la vocación. Las condiciones a que él hace
referencia son las esenciales, las que constituyen la razón de ser de toda Universidad: la de
organizarse y funcionar como un centro vocacional. Si esto no se logra, dice Mella
textualmente: «La mayoría de los estudiantes seguirán ingresando en la Universidad con la idea
de salir pronto con el título que sea más productivo[…].»
La crítica del profesorado estuvo siempre en sus escritos. No sólo en los pedagógicos, pues
incluso en uno específicamente político fechado en el 1927, dice lo siguiente: «Los profesores:
Por cada dos profesores revolucionarios, antimperialistas —no ya marxistas ni comunistas—
14
hay mil reaccionarios fosilizados, representantes de la ideología feudal.»
No insistiré más sobre este punto, porque posiblemente es de todos los de su índole el más
conocido. Mas téngase presente que estas opiniones y todas las que podría citar no han de
extenderse como expresiones de derrotismo —criticar es una forma excelente de esperar—,
pues la verdad está en el polo opuesto donde reside la firme creencia en el magno papel que le
toca desempeñar a la Universidad en esta América. Y en efecto, en su conocido trabajo «Cuba,
un país que jamás ha sido libre» se expresa con palabras quizás demasiado optimistas:
El movimiento revolucionario de profesores y estudiantes de la América, se ha unido al viejo y
fuerte movimiento de los trabajadores, y ya toda la América no es, en sus talleres y aulas, más que
una congregación de iluminados luchando ardorosamente por lo que ya presienten en sus
15
sociedades, y han visto despuntar en otro lugar…
Y esa idea, como se sabe, no era nueva en él. Años antes, en el Congreso del 23, propuso un
acuerdo que está ideológicamente enlazado con su tesis de la Universidad revolucionaria. Dice
así:
Recomendar a los estudiantes y profesores la formación del nuevo espíritu universitario a base de
la lucha por la mayor justicia social y de una fraternidad entre los pueblos que tienen la misma
orientación que nosotros, con el fin de que este espíritu nuevo sustituya al antiguo espíritu
religioso que ya cumplió su misión histórica, y que a pesar de haber fenecido, no ha sido sustituido
por nada digno todavía, dejando sólo como vínculo interuniversitario el puro, pero el frío amor a la
16
ciencia.»
La lucha por la justicia social y la fraternidad de los pueblos… Mella tenía fe en los
profesores y en los estudiantes y posiblemente sabía que no era entonces correcto pedirles
mucho más. Pero es evidente que los tomó muy en cuenta (a profesores y estudiantes) para
constituir esa alianza, que tan en boga estuviera en nuestra América de 1917 hasta 1931 o poco
más: la alianza de los trabajadores manuales e intelectuales.
14
Julio Antonio Mella. «¿Qué es el ARPA?» En Documentos y artículos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 382.
Julio Antonio Mella. «Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre.» En Documentos y artículos. Op. cit., p. 183.
16 «Acta de la sesión del Primer Congreso Nacional de Estudiantes celebrada en la noche del día 23 de octubre de 1925.» En: Julio
A. Mella. Documentos para su vida. Prólogo de Raúl Roa. La Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1964, p. 130.
15
Pero esa fe en el profesorado no cegó nunca su sentido crítico, pues desde el inicio hasta el
fin de su producción escrita la vemos presente. En prueba de lo dicho cito este párrafo de su
artículo postrero contentivo de un pensamiento muy radical sobre nuestro profesorado: «En
Cuba no hay hombres de estudios para las cátedras universitarias. Cuando se pusieron a
oposición todo el mundo se pudo dar cuenta de la pobreza de la intelectualidad cubana. Es claro,
si no existía Universidad no podían existir sabios ni siquiera aficionados.»
Sus ideas sobre el estudiantado aparecen sintetizadas en un texto ejemplar que por conocido
sólo mencionaré: «El decálogo de los derechos y deberes de los estudiantes.» En más de una
ocasión he analizado punto por punto su admirable contenido, tanto en su valor de oportunidad
como en su significación constante y por lo tanto actual. No creo procedente repetir esos
comentarios ni estudiar en esta noche los párrafos que anteriormente he leído sobre la
Universidad y sus integrantes. Todos encierran enseñanzas muy valiosas y aunque parezca
exageración catatímica, podría demostrar que casi todas siguen aplicables a la hora de hoy. Bien
sé, cómo no, que los tiempos y las cosas han cambiado mucho; pero también sé que muchas
tradiciones, muchos hábitos colectivos, muchos estereotipos de conducta subsisten, en lo
esencial y, a veces, hasta en la forma. Esto sucede no sólo en Cuba, sino en los países socialistas
y en los capitalistas, pues el hombre en todos los lugares y bajo todos los regímenes padece del
defecto de tener memoria; de fijar reflejos.
Por otro lado, es para nosotros obvio e indiscutible que ningún hombre grande, grande de
verdad, queda nunca por entero fuera de la época ni exento por completo de vigencia. Mucho de
Mella vive y seguro estoy que no me sería difícil a mí, abogado sin bufete, demostrar lo que
digo ante un tribunal de jueces de veras competente.
A veces los nuevos llegan gozosos y cortan el hilo histórico gritando: «Incipit vita nuova».
Pero después que pasa el embullo juvenil de los inicios, las leyes objetivas de la historia
reanudan el truncado hilo y las viejas verdades descubiertas vuelven a su lugar, y con ellas los
hombres que primero las vieron y las difundieron. Por esta razón soy de los cubanos creyentes
17
en los configurantes nacionales de la cursante actualidad. No repito como el novelista que «los
muertos mandan»; pero pienso, porque lo veo, que los muertos están aquí, viviendo entre
nosotros y haciendo con nosotros y de nosotros lo que la historia les dicta.
Olvidarlos no es bueno, y es muy malo recordarlos con palabras y adhesiones abstractas, sin
pensar en la categoría de la crítica y sin mencionar al elogiarlos la categoría de la práctica.
Mella sobrevive como algo más que un recuerdo fulgurante, como algo más que un ejemplo
18
cimero de singular hombría revolucionaria. Pervive porque cumplió la consigna de Gramsci
«Todos los miembros de un partido político deben ser considerados como intelectuales», y
porque muchas de sus ideas, incluso de sus ideas pedagógicas, nos son útiles, precisamente a
nosotros los cubanos. Este es, en mi opinión, su mayor mérito; y porque así lo creo no me oculto
en llamarme un poco en lenguaje alusivo o simbólico, «viejo mellista».
1966
17
18
Alude al novelista español Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), al que se refirió Mella críticamente en algunos de sus textos.
Antonio Gramsci (1891-1937), revolucionario y pensador marxista italiano. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista
Italiano.
III. Estampa psíquica*
Compañero señor Rector;
Compañero Presidente;
Amigos y compañeros de la mesa y del público:
Quien al hablar ante un auditorio heterogéneo recuerde los principios de la comunicación
llamada programática, sentirá temor en vez de gusto; y más, mucho más temor, si se va a referir
a un contemporáneo de veras ejemplar y extraordinario.
Por regla del oficio que no debe olvidarse, se ha de decir lo que a la audiencia le interesa
escuchar, la que vislumbro formada en este caso por gente juvenil, de la generación distante del
año 23, por ser la más interesada en el aspecto humano del líder, implícito en el tema de hoy.
Tenía diecinueve marzos y unos meses cuando lo conocí en una tarde de octubre, cerca del
19
Salón de Conferencias, ya desaparecido, a donde se dirigía para ver al profesor Lendían,
predicador de rebeldías universitarias y aspirante confeso al rectorado, gran amigo de los
estudiantes y del movimiento reformista argentino. Explicaba asignaturas de historia y
acostumbraba a llegar tarde a clase, pero después de terminarlas se quedaba charlando con un
grupo de alumnos en la esquina de L y 27 de Noviembre hasta la hora de comer. Fue en uno de
esos grupos donde hablé con Mella por vez primera. Antes había oído mencionar su nombre
como uno de los «XXX Manicatos», organización de acción directa, defensora de la roja
bandera deportiva del Alma Mater. La amistad creció rápidamente y, abonada con el fertilizante
de las comunes inquietudes, echó buenas raíces. Meses después Mella ingresaba en el Grupo
20
Renovación.
Era de cuerpo atlético, más apolíneo que hercúleo. Su retrato dice mucho de él, pero no todo.
Había que verlo. Su talla llegaba a los seis pies, con un peso de 170 o 180 libras. No guardaba
su cuerpo grasa alguna ni tenía parte desproporcionada o fofa. El tórax amplio y ancho doblaba
en sisa la cintura, y engarzada en un cuello musculoso su angulosa cabeza cubierta de oscura y
ondulada cabellera, se imponía con un suave balanceo hacia delante como queriendo alzar algo
invisible.
Los brazos y las manos, casi siempre ocupados con libros o papeles, se movían menos de lo
que suelen moverlos el promedio de los expresivos habaneros. No gesticulaba en demasía en la
charla cotidiana ni en la exaltación del discurso público. Pero sus ademanes eran gráficos y
significativos, en especial el gesto aquel del índice en alto apuntando al cielo, en una posición
21
semejante a la del Ángel Rebelde de la famosa estatua.
Las piernas al andar, a veces, parecían que deseaban ir más deprisa que el tronco, lo que le
daba a su marcha, cuando la apresuraba, un simpático sello característico. La expresión de la
cara se mantenía casi siempre serena, y la alegría o el enojo la alteraban muy poco. Nunca pude
leer en su rostro los grados extremos de las emociones. Algo había quizás de inglés en esto.
Su palabra era fácil, fluida, sincera; matizada de frases efectivas, pero sin el vertiginoso
22
arranque tribunicio de Leonardo Fernández —poeta del dicterio político—, a quien mucho
quería y admiraba Mella, cuyo verbo, al contrario brillaba por la claridad orientadora.
*
Conferencia ofrecida en el Instituto Julio Antonio Mella de la Universidad de la Habana el 9 de enero de 1967. Bernal publicó un
artículo con el mismo título en La Gaceta de Cuba, marzo de 1967, p. 2. (Por su importancia, se le añaden notas de mi total
responsabilidad, AC.)
19 Evelio Rodríguez Lendían (1860-1939), profesor del claustro de la Facultad de Filosofía y Letras.
20 El Grupo Renovación surgió en 1922. Su nombre provenía de una publicación estudiantil argentina. Radicaba esencialmente en la
Facultad de Derecho. Bernal del Riesgo, uno de sus fundadores, presentó la ponencia «Los principios, la táctica y los fines de la
Revolución Universitaria», en nombre del grupo en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes.
21
La estatua del Ángel Rebelde (que desde mayo de 1929 se encuentra en uno de los jardines interiores del Capitolio) fue escogida
como portada de la revista Juventud y, de hecho, quedó asociada a la mitología de Mella.
22 Leonardo Fernández Sánchez (1907-1965), íntimo amigo de Mella, líder estudiantil del Instituto de la Habana y fundador del
Primer Partido Comunista de Cuba.
En la pronunciación se notaba, en ciertas ocasiones, un leve ceceo con matiz mexicano, que
no sabía bien si era desliz o gracia intencional. Pero en la tribuna nunca escuché el ceceo.
Prefería argumentar a emocionar, aunque emocionaba sin proponérselo, por virtud de su
sinceridad casi tangible y de eso que se llama efecto carismático, sustancia sutil del liderismo
auténtico. El carisma, por definición, no se transmite ni se puede explicar. A Mella como orador
había que oírlo. Su poderosa y convincente palabra manaba de su cerebro sano. Nunca lo vi
escribir ni leer discursos. Preparaba un esquema mental e improvisaba.
Poseía excelente salud física y psíquica, y la afección pulmonar de que se ha hablado, si
existió, no se hacía recordar en absoluto. No padecía de nada que yo sepa, y menos de desgano.
Su apetito era excelente y comía de todo, aunque con sus individuales preferencias.
Desayunaba fuerte, si podía; y reclamaba, si no se le servía, el jugo de fruta y el cereal.
Almorzaba y comía con alegre ánimo, celebrando los platos de su agrado y repitiendo de ellos.
Si había leche no tomaba agua en las comidas, y si el menú había cumplido su deseo, al
levantarse de la mesa se erguía sonriente, se palpaba el estómago y lanzaba breves
exclamaciones elogiosas. Y echaba a andar con su inconfundible paso de satisfacción.
Gustaba de las buenas carnes y los mariscos; pero no más que de los vegetales y ensaladas.
Los potajes no lo seducían, ni tampoco el pan blanco. Pero no era en modo alguno un gourmant
ni un comilón.
A veces, muy contadas, aceptaba un cigarrillo, y con torpeza de colegial lo hacía arder un
poco, pues no fumaba. A mis brindis de tabaco puro siempre se negó, y al hablar del vicio de
fumar siempre decía: «No me gusta.»
Tampoco le gustaba el alcohol. Vino o cerveza lo vi tomar alguna vez, en Chinchurrieta,
modesto y excelente restaurante al que en el 23 y el 24 acudía el Grupo Renovación con alguna
frecuencia. Dormía a pierna suelta las horas salutíferas, sin padecer desvelos ni lapsos
soñolientos. En esto como en todo mostraba un perfecto equilibrio.
Y todo su carácter estaba lleno de eso, de esplendor y armonía. En la vida doméstica, lo
mismo que en la pública, el cerebro presidía sus acciones. Era un creyente en el imperio de lo
racional y de lo cierto. Odiaba el error y la equivocación y no temía sostener sus opiniones
personales. Discutía, y discutía muy bien.
Grato era, en verdad, discutir con Mella, porque no se alteraba, no alzaba la voz ni
manoteaba ni interrumpía impaciente. Respetaba y hacía respetar la índole del diálogo.
Cuando no podía atajar al interlocutor, guardaba silencio y esperaba sonriente. Después le
lanzaba la andanada de sus argumentos; pero al llegar en la discusión al punto irreductible, se
callaba; miraba al otro con ojos escrutadores y decía entre dientes: «Ese no tiene remedio.»
Su conducta correspondía al temperamento sanguíneo, lo que significaba fuerza emocional y
volitiva dentro de los límites de la serenidad. No caía en cólera visible ni padecía de miedos, y
nunca advertí en él esos cambios del estado de ánimo frecuentes en los neuróticos. Tampoco
padecía de rarezas o excentricidades.
He elogiado varias veces su polimorfo y acelerado dinamismo, y no quisiera repetirme. Pero
he de recordar que para él siempre había tiempo; las horas se multiplicaban en sus manos y
daban a luz más y más horas.
Las acciones dependen de sus condiciones de producción. Mella produjo discursos, folletos y
revistas; actos de fundación y de protesta; organizó, publicó y gestionó… en condiciones muy
adversas. Y no sólo por la persecución y las prohibiciones policíacas sino por las dificultades
prácticas de realización.
Miren hacia atrás los jóvenes. Váyanse mentalmente a visitar La Habana del 22-25 y se
enterarán de que el orador no disponía de micrófono ni tampoco de magnavoz; tenía que hacerse
oír a garganta limpia, estuviese en un salón con eco o en plena calle.
No se conocía el radio ni el televisor; toda la propaganda estaba en manos de los periodistas
y las manos de los periodistas estaban, casi todas, esposadas a las del Gobierno o a la oposición
antirrevolucionaria.
Las máquinas de escribir y las mecanógrafas eran, diré, «artículos de lujo». No se había
creado la carrera de secretaria, y el número de mujeres trabajadoras de oficinas comenzaba a
nacer.
El transporte público tenía lugar en los simpáticos y chirriantes tranvías. Las líneas de
ómnibus estaban empezando… Montarse en un «fotingo» o auto de alquiler costaba una peseta,
cantidad de gasto prohibido para un estudiante obligado a hacer varios viajes al día. Tomar un
«cristalino» o coche de caballo resultaba ya demasiado lento y doblaba el presupuesto del pasaje
(diez centavos el viaje). Por eso la elección obligada era el tranvía, por rápido —nunca cogía los
nueve puntos— barato y propicio a la lectura: muchos exámenes fueron preparados
tranviariamente.
23
Personas había —Varona el eximio entre ellas— que reservaban la lectura de los libros
pequeños y fáciles para la llamada «carroza di tutti».
Las diligencias a corta distancia se hacían a pie. La Habana era una ciudad de 300 000
habitantes, llena de trajes de dril cien y de viejos en ternos de alpaca negros, por la que todos
andábamos con perezosa compostura… para no sudar. No había amigos que tuvieran automóvil,
porque muy pocos habaneros tenían automóvil. Manejar era un oficio epónimo que se ejercía
con dignidad y en pleno uniforme —el joven deportista no guiaba en camisa como ahora, sino
que vestía su típico guardapolvo, gorra elegante y los enormes espejuelos de chofer.
En aquella Habana llena todavía de tufos españoles en retirada y de vahos yanquis en
plenario avance, le tocó actuar a aquel joven dinámico, medio irlandés, medio caribe y cubano
completo, hablando en público a garganta limpia y escribiendo las cartas y las obras con sus
propias manos (era mal mecanógrafo) y caminando mucho.
En esa Habana impropicia llegó a ser lo que fue; porque su calidad revolucionaria era
superior.
24
Amaba y valoraba a los hombres por el espíritu, como Pablo de Tarso. Pero no olvidaba la
inteligencia y la cultura. De esto también hablamos varias veces, porque ambos —y también los
amigos— reflexionábamos mucho sobre el popular dilema humano: ¿en quién confiar? ¿En el
bueno tonto o en el malo inteligente y culto? El hombre probo y, además listo, no abundaba.
Recuerdo que comentando la llamada proletarización de los intelectuales (habíamos elegido
el oficio de linotipista), él decía: «Estoy de acuerdo en trabajar con las manos; pero los obreros
deben empezar pronto a trabajar con el cerebro.»
23
El profesor Enrique José Varona (1849-1933), el intelectual cubano más importante del primer tercio del siglo XX.
24
Pablo de Tarso (siglo I).
Él no entendía la misión liberadora de la clase trabajadora separada de la educación y la
filosofía marxista. Discutiendo estos puntos nos adentramos más de una vez en territorios
teóricos muy altos. No recuerdo aquellas sus opiniones, pero sí que me parecían entonces
profundas y sutiles. Grande fue nuestro interés por saber qué consecuencias produciría la alianza
campesina en la misión revolucionaria del proletariado.
Mella nunca olvidó —y todo el Grupo— la condición agraria de la Isla, y más de una vez él,
25
Ángel Ramón Ruiz y yo, discutimos la emergencia de las «industrias rurales», frase que indica
por sí sola la orientación económica predominante.
Él planeaba sin datos esa recortada y modesta industrialización, a base de nuestras frutas más
propias y exclusivas, buscando eludir la competencia, pues Mella era consciente de las
dificultades que le esperan a las colonias liberadas para vender y obtener valuta, lo que hoy se
llama divisa. Tenía esperanza no en el azúcar, sino en los derivados de la caña industrializados:
el alcohol y el bagazo…
En aquellos tiempos —década del 20— la cuestión agraria había sido replanteada en el
movimiento socialista, por el hecho de la Revolución rusa, país más bien agrario, y por las ideas
de Lenin sobre la insurrección nacionalista en los países coloniales. Varias veces Mella y todos
nosotros nos enfrascamos en reflexiones agraristas, y advertimos que algo andaba flojo en este
asunto, no obstante existir entonces el Kresintern o Internacional Campesina, el primer
26
organismo internacional que Stalin hizo desaparecer.
Fue en aquella fecha más o menos que noté por vez primera la ausencia de un movimiento o
partido de campesinos, ausencia que justamente diez años más tarde intentó llenar el Partido
27
Agrario Nacional, y que ahora forma parte de la línea principal de la Revolución, expresada en
la consigna «de cara al campo».
He hecho intencional mención a ese pequeño partido, que sólo tuvo de vida siete años, a
28
causa de su programa abiertamente antimperialista y agrarista. Ramiro Valdés Daussá militó
29
en él y Gustavo Adolfo Mejías, el del balneario. Su Sección Insurreccional o Sección X, hizo
algunas acciones renombradas. Agrarios supervivientes quedamos algunos. El doctor
30
Aldereguía, por ejemplo.
Y volviendo al modo de ser de Mella, diré que su inteligencia rebasaba la cifra normal, sin
duda alguna, aunque encerraba sus naturales diferencias.
25
El ingeniero Ángel Ramón Ruiz, otro de los fundadores del Primer Partido Comunista de Cuba (1925).
J. V. Stalin (1879-1953).
27 Partido Agrario Nacional (PAN). El manifiesto de fundación apareció el 9 de septiembre de 1934 en el periódico Ahora. El
médico Alejandro Vergara Leonard (1901-1944) era su líder y Bernal uno de los fundadores.
28 Ramiro Valdés Daussá. Miembro del Directorio Estudiantil de 1930. Fundador de Izquierda Revolucionaria hasta que se afilió al
PAN. Fue asesinado por los gánsteres estudiantiles (los bonchistas).
29 Gustavo Adolfo Mejías, nombre que lleva el Balneario Universitario, ubicado en 1ra y 42, Miramar.
30
Gustavo Aldereguía Lima (1895-1970). Médico de Mella y político revolucionario. Fundador y presidente del Instituto Mella de
la Universidad de la Habana.
26
La inteligencia, esto es, la percepción, la fantasía, el juicio, la voluntad; los dones
psíquicos… Su vida prueba bien la excelsa calidad y el altísimo nivel a que llegaba. Pero no era,
me parece, por completo criolla; al menos en el sentido dado a lo criollo después del siglo XIX.
Por ejemplo, Mella comerciaba muy poco con el embullo, los arrebatos de exaltación y el
repentino abatimiento que nos caracteriza. Experimentaba altibajos, desde luego, pero suaves, y
nunca explosivos. Ya dije una vez que el choteo no era su pieza predilecta. E igual cabe decir,
aunque parece innecesario, que despreciaba nuestra forma peculiar de astucia, la famosa viveza.
Embullo, choteo y viveza, ¿no son los tres grandes rasgos distintivos del carácter criollo? Los
otros rasgos, los menores, tampoco se veían en él muy destacados. Por ejemplo, la lipidia y la
parejería le eran desconocidas. Y la impuntualidad y la mentirilla, así como el alarde, le
molestaban mucho, aunque él no fuera en sus citas un pedante reloj inglés ni diese a sus
palabras valores notariales.
En esto de tener y no tener rasgos de carácter criollos estaba Mella bien acompañado. Martí
no practicó nunca la viveza, no se dejó arrebatar por el embullo, ni aplicó el choteo a las
31
cuestiones serias; no padeció de nada de eso que Figueras nos señala como defectuoso.
Maceo tampoco. Mientras más se estudie y conoce la manera de ser de este ejemplar cubano,
más se comprueba que unía a su impar bravura y a su talento militar dotes de carácter muy, pero
muy valiosas. Y esto del carácter de los dirigentes tiene más importancia de lo que la gente —
voluntarista ingenua, determinista tosca— suele darle.
Después de la muerte de Lenin ¿no se inició una especie de conjura contra el factor
subjetivo?
Por lo que recuerdo —y he tratado de refrescar y limpiar mi memoria, todo lo más posible—,
a Julio Antonio le agradaba la crítica de las situaciones y los actos y la practicaba con acierto;
32
pero la crítica de personas no le gustaba tanto. Cuando su mujer lo hacía víctima de suaves
recriminaciones, algunas justas, las más banales, mostraba su disgusto y contestaba una sola
oración definitiva.
Aunque sufría con las contrariedades no lo vi nunca triste ni melancólico. El pesimismo le
era ajeno, pero experimentaba, como cualquier mortal, raptos de calmada desesperanza al
chocar con la apatía circundante. Y de cólera justa que incluso lo llevó al golpe físico en su riña
33
con Fifi Bock.
Activo, entusiasta, incansable, optimista, alegre. Su alegría tenía algo de la crianza irlandesa
o la seriedad dominicana. Como su humor. Aceptaba las bromas y las daba, pero repelía la burla
y el sarcasmo. Tampoco era irónico. A quien se lo merecía lo atacaba franca y directamente. Y
para los tiranos su arsenal de dicterios estaba bien provisto. Pero su charla usual llevaba puesto
un acento sano y cautivador, casi apostólico.
31
Francisco Figueras (1853-?), político anexionista e historiador, escribió Cuba y su evolución colonial (1907), libro al que se
refiere Bernal.
32
La esposa era la doctora Oliva Margarita Zaldívar Freyre (1904-1982). Los dos estudiaban Derecho cuando se casaron el 19 de
julio de 1924. Por defenderla a ella, Mella fue sometido a consejo disciplinario y expulsado por un año de la Universidad de la
Habana. Tuvieron dos hijas: la primera nació muerta; y la segunda, Natasha, nació el 19 de agosto de 1927 en Ciudad de México.
En diciembre, el matrimonio se rompió definitivamente; ella regresó a Cuba con su hija. En 1929, Oliva terminó la carrera de
Derecho. Después de la caída de Gerardo Machado, trabajó siempre en el cuerpo diplomático de Cuba.
33 El médico Adolfo (Fifi) Bock, deportista como Mella. Véase «Informe sobre el incidente de Julio A. Mella con González Manet».
El trato personal merece un sólo calificativo: cordial. Cordial en toda la significativa
amplitud de la palabra. Natural, espontáneo, abierto. Mella daba en el acto la impresión de
sinceridad, nobleza y aplomo. No era expresivo ni aficionado a las palmaditas en el hombro,
brazos echados y apretones. Mas tampoco lo vi nunca recibir a nadie estirado y frío, recubierto
de ese manto invisible de importancia, que tanto usan los que tienen poca o ninguna. Ante
ciertas confiancitas o faltas de respeto, su reacción era el silencio, el «corte», con una risita
disimulada y nada más. Cautivaba en el acto del encuentro, porque hablaba en tono bajo y sabía
oír. Pronunciaba todas las sílabas y nunca cometía tartaleo o atropellamiento de voces.
Dialogaba atento, mirando al interlocutor y no como suelen hacer algunos habaneros que
monologan ante la víctima inocente. (Soy habanero.) Quería ser oído y le gustaba oír. Era lo que
se llama un tipo encantador. Por descontado, su efecto en el sexo opuesto era fortísimo, pero no
se aprovechaba de él en lo más mínimo. En varias ocasiones me dijo sonriendo: «A fulana,
parece que le gusto», moviendo la cabeza como diciendo: «¡Vaya una ocurrencia!»
La vida sexual de Mella sirve de modelo. Hombre viril y apuesto, no se sintió jamás tentado
34
por el donjuanismo. Como se sabe, tres mujeres pasaron por su vida: Silvia, la novia del amor
35
adolescente, irrealizable; Oliva, la esposa sin identificación afectiva, y Tina, la camarada
comprensiva. ¿Hubo una o varias más? Quizás, pero no muchas. El sexo no lo obcecaba, y sin
ser casto ni mucho menos no padecía de lujuria y ni siquiera de erotismo vehemente.
De intimidades sexuales no solía hablar. Nunca logré que me hablara, a pesar de haberle
tirado de la lengua, algunas veces, con cierta discreción. Contestaba por supuesto, pero
generalizando, sin personalizar ni mencionar a nadie. Jamás me relató una conquista.
34
Silvia Edita Masvidal Ramos (1902-1998), novia de Mella en 1920. Su familia se opuso al noviazgo por prejuicios raciales y de
ideología política. En 1924 se casó con un norteamericano. La familia quemó las cartas de Mella. Visitó La Habana en 1981 y
1983; le rindió homenaje en el Memorial a Mella, donde se retrató.
35 Tina Modotti (1896-1942), fotógrafa italiana. A partir de julio de 1928 constituyó una pareja con Mella. Lo acompañaba cuando
lo asesinaron.
En 1930 fue deportada de México. Regresó a Europa y se consagró al combate antifascista como funcionaria del Socorro Rojo
Internacional. Fue heroica su labor, bajo el seudónimo de María, en la Guerra Civil Española (1936-1939).
Recuerdo al respecto una conversación que sostuvimos con motivo de las malas palabras y
los órganos reproductivos. Pronto se nos ocurrió ligar esa torpe tradición antinatural a la
enfermiza ocurrencia farisea del pecado original y el mito de la salvadora serpiente —padre del
género humano— y la fruta prohibida, la manzana materna… Y hablamos un rato sobre la
condenación católica del sexo y lo sexual. Mencionó el templo de Príapo, el celibato eclesiástico
y hasta el patriarcado y el posible temor de los viejos a la competencia amorosa de los jóvenes.
Pero no hallamos la génesis económica de la absurda guerra de la religión judeocristiana contra
el sexo y la sexualidad; no obstante conocer ambos la existencia de los harenes musulmanes, las
cuatro esposas chinas, el poligámico mormonismo del Lago Salado… No estoy seguro si había
ya leído a Engels y a Morgan.
No fue ese mismo día sino meses después, al regresar él de un viaje al Camagüey, que
volvimos a tocar temas de esa índole. En esa ocasión, bien lo recuerdo, él inició la charla. «He
visto allá, me dijo, varios jóvenes afeminados, y Fulano —un pariente de gente conocida— es
sin duda uno de ellos». Y al decir esto se indignaba y lamentaba amargamente. No sé que
piensan esas familias exclamó. Alguien que escuchaba dijo: «Debían de llevar a esos
muchachos al médico; quizás con inyecciones de hormonas…» Mella movió dubitativamente la
cabeza.
Juzgaba al homosexualismo como algo desconcertante, y posiblemente su razón (no
intoxicada con la propaganda endrocrinológica, entonces en auge), se negaba a aceptar una
curación tan fácil de un trastorno tan difícil.
Tampoco vimos el origen social, ni nos pasó por la mente que cuarenta años después —hace
unos días— un venerable parlamento, como es sabido, legalizara esa aberración. Ahora se
empieza a comprender, según yo opino, el papel económico neomaltusiano que el amor al
mismo sexo desempeña en la sociedad superpoblada. ¡Amor sin hijos…, hijos sin amor! Esta es
la situación a que ha llegado el ser humano en el mundo del lucro y el dinero, precisamente al
mismo tiempo que conquista los espacios estelares y descubre los secretos del núcleo atómico.
Y no se alegue lo ineluctable y lo insoluble. La ciencia ya conoce la compleja maraña de la
causa productora de la inversión sexual. Y la ciencia social verdadera —la revolucionaria—, ha
dado solución al temido tema del crecimiento demográfico, y está en condiciones de resolver y
evitar el homosexualismo. No por casualidad sino por régimen, es la Unión Soviética la región
del mundo donde menos se encuentra esa denunciadora anomalía.
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De la prostitución le oí hablar varias veces con su hermano Cecilio. A las consideraciones
morales y sociales unía Mella la razón higiénica —muy fuerte en esa época—, y recuerdo que
siempre terminaba aquellos diálogos discrepantes con esta gráfica expresión: «Eres un
alimentador gratuito de microbios.» Pero mi memoria nada me dice acerca de la prohibición
gubernativa del comercio carnal. Se puede suponer que la juzgaría necesaria y correcta, puesto
que él no hacía uso del prostíbulo. Pero lo que más interesa —las consecuencias de la
prohibición en la salud sexual del hombre sin mujer— eso no lo recuerdo.
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Cecilio Mac Partland (1906-193?), hermano menor de Mella, llevaba el nombre de la madre. Acompañó a Mella en varias
manifestaciones estudiantiles. Se parecían bastante. Se decía que había muerto asesinado en los Estados Unidos hacia 1932.
Pero volvamos a Mella propiamente, dejando señalado la evitabilidad y la factible, aunque
difícil, curación de esas bien llamadas plagas que azotan con sus viscosas varas a la sociedad
contemporánea.
¿Era él un dechado perfecto, un espíritu infalible, una máquina de lograr aciertos? No.
Ciertamente sólo era todo un hombre. Y un líder natural.
Un defecto se le ha atribuido, la indisciplina, y de cierto modo lo padecía. Pero su
indisciplina no provenía del capricho ni del afán de contradecir. Era una indisciplina motivada y
justa, más hija de la orden impropia y torpe que de su personal resistencia al acatamiento;
aunque, líder al fin, le agradaba mandar más que obedecer. ¿Será necesario que se diga que él
pertenecía a la breve lista de cubanos con criterio propio, que tanto elogiara el doctor Fidel
Castro en uno de sus memorables discursos el pasado año? No le gustaba seguir consignas
prefabricadas, quizás porque no le inspiraba confianza la autoridad de los consignatarios. Era un
dirigente de cabeza libre, la usaba de acuerdo con la realidad, tal y como la observaba y
entendía. Contaba Mella, al asumir tan difícil responsabilidad, poco más de veinte años. ¿Podrá
exigírsele el acierto sin falta, la actuación sin error? Sin embargo, errores políticos no cometió
ninguno. Y, ¿errores contra sí mismo?
Aunque le dije una y mil veces, «Chico, no te cuidas, mira que ese hombre (Machado) es un
bárbaro», bien se sabe que se olvidó imperturbablemente de la muerte. No le temía, y hacía mal.
Los revolucionarios verdaderos son como tesoros inapreciables y ni ellos mismos ni nadie
puede despilfarrarlos. Pero este difícil punto biográfico no le corresponde dilucidarlo al
coetáneo que fue su amigo. Me basta con sentirlo acerbamente. Y lo he tocado sólo porque creo
sensato y oportuno señalar ese error.
37
En mi opinión, se equivocó al reaccionar airado contra el catedrático que suspendió a su
mujer, porque de ese modo le brindó a Machado la ocasión de expulsarlo de la Universidad,
centro principal de sus actividades. Este hecho produjo otro, y tras la heroica y peligrosa huelga
de hambre, determinó su exilio. Nada de eso le convenía a Mella.
¿Padecía de espíritu de inmolación, de exceso de confianza en sí, de amor al peligro, de
valentía ciega, de afán de gloria…? No lo creo. Le gustaba la vida y la vivía ampliamente. En su
estilo de realizarla estaba muy presente, por supuesto, el tener ascendiente y conquistar el poder,
dos rasgos esenciales y calificativos del homo políticus. Pero, ¿percibía bien las condiciones
llamadas objetivas del peligro personal? Hablamos varias veces de este dificilísimo asunto (que
38
esconde el desideratum de la vida), cuando acordamos fundar el Instituto Ariel. Ambos
estábamos perplejos, pero él se mostraba mucho más inclinado que yo a la elección profesional
de la política, aunque tenía sus dudas al respecto, a causa de la ya férrea disciplina del Partido
Comunista. Meses después, aquellas dudas y aquellas discrepancias se hicieron evidentes. El
glorioso episodio de la huelga de hambre, varias veces relatado por nuestro querido Presidente,
contiene aspectos subjetivos dignos del análisis psicológico, no sólo ni principalmente por lo
tocante a la indisciplina —muy justificada—, sino por lo que ilustra acerca del sentido de la
vida y de la muerte de Julio Antonio. Él, y todos los comunistas del año 25, sabíamos muy bien
que «nos la estábamos jugando», como suele decirse, y esto nos tenía más o menos sin cuidado,
pues quien al entrar en la conspiración revolucionaria excluya la muerte del programa está
bastante equivocado. No es eso, no; sino lo opuesto: la cuestión de aprender a conservar la vida
39
en medio del acoso de los enemigos asesinos. Peña Vilaboa, obrero formidable y cumplido
sectario político, secretario general del Partido —que por enfermedad profesional había perdido
una pierna— insistía siempre sobre el punto cuando hablaba con Mella. «El marxista muere
cuando sea necesario y oportuno; no cuando ellos quieran», repetía.
Sé —y por eso lo digo— que para la mayoría de la juventud revolucionaria no hay ni puede
haber error en morir o hacerse matar. Pero esta opinión, ¿es correcta o proviene quizás de
ideales feudalescos? Lenin tenía más de treinta años cuando estalló la Revolución de 1905.
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41
Líderes valiosos como Dimítrov, salvaron la vida. Mao no se presentó en Shanghai cuando la
gran matanza. Y así mil ejemplos.
37
El profesor de Legislación Industrial, doctor Rodolfo Méndez Peñate. El incidente ocurrió el 21 de septiembre de 1925 y el
consejo disciplinario, el 25.
38 El Instituto Politécnico Ariel, fundado por Mella y Bernal en febrero de 1925. Radicaba en la casa de ambos, Calzada no. 81 (en
el Vedado). Duró hasta la detención de Mella en noviembre.
39 José Peña Vilaboa
40 Jorge Dimítrov (1882-1949), político búlgaro. Gran personalidad de la Tercera Internacional, fue acusado por el incendio del
Reichtang (el edifico del Parlamento alemán). Su juicio fue una página muy valiente contra el fascismo.
41 Mao Tse-Dong (1893-1979), líder comunista de la Revolución China y fundador del Estado socialista de la República Popular
China (1949). Fue el Secretario General del Partido Comunista de China hasta su muerte.
¿Que todas esas salvaciones se deben a la casualidad? No lo creo. Más bien creo, para
explicar lo opuesto, en la existencia de un oscuro y oculto determinante que llamaría
«filotánatica» o de amor a la muerte; el llamado complejo de autodestrucción, que se ha hecho
visible en el aciago fin de tantos suicidios.
Estoy muy seguro —urge decirlo— que Mella no lo padecía. Él, repito, amaba la vida y no
tenía contra ella motivo alguno de desistimiento, pero como aquel joyero descuidado dejaba el
diamante en la vidriera. Para mí no cuidarse fue el único error que cometió.
Sé bien que el examen psicológico de su muerte encierra un problema profundo, difícil e
impropio de exponer en esta ocasión; pero no podía dejar de mencionarlo ante los jóvenes que
han de tomar a Mella por ejemplo. A él evidentemente lo mataron porque así lo decidió
Machado, canalla atemorizado, y el imperialismo en preludio de gran crisis, también
atemorizado. Lo mataron porque le temían. Él no buscó la muerte ni la quiso.
Faltan otros datos biográficos, puntos oscuros, no aclarados.
No voy a referirme a ellos, porque no cabrían en esta estampa ni los he investigado de
42
acuerdo con el método biográfico. Los datos de Longina la manejadora, único testigo principal
de Mella niño, son para esto insuprimibles. Pero, no obstante, haré mención de un punto
problemático con el objetivo de disipar posibles confusiones.
Cuando hace ya muchos años conocí la existencia de un cuestionario científico para apreciar
el radicalismo ideológico, traté mentalmente, y como por afectuoso ensayo, de aplicárselo a
Mella. Ahora lo he vuelto a intentar… Su índice R —radicalismo— es altísimo y sólo en el
punto de la familia aparece indeciso el factor de cambio. ¿Estaba él de acuerdo con la crisis de
la familia que ya en aquellos tiempos se avizoraba? Nunca hablamos de esto, que recuerde, en
términos revolucionarios. Pero la escala de servicios esbozada en la Declaración de Derechos y
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Deberes del Estudiante, indica que en el 1923, situaba a la familia al lado de categorías como
la nación y el individuo, y entre este y la región precisamente. ¿A qué familia se refería? Dos
años más tarde, en el prospecto del Instituto Politécnico Ariel se deslizan suavemente ideas
correctivas de la educación familiar que pudieran sugerir la existencia de inquietudes acerca de
este importante asunto, y también en la carta dirigida al tribunal que decretó su expulsión de la
Universidad. La evolución de sus ideas en México fue muy positiva en lo tocante a la estrategia
y la tesis de la revolución —línea unitaria al estilo del sagaz Huu Tho—. Pero de sus ideas sobre
la familia y su crisis no se sabe nada, que yo sepa.
42
43
Longina O’Farril, la musa que inspiró la famosa canción Longina de Manuel Corona, fue la manejadora de Mella y Cecilio.
«Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante» redactada por Mella para el Primer Congreso Nacional de Estudiantes
(octubre de 1923)
Pero el problema de la familia tiene para el biógrafo de Mella otra zona de investigación. Se
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45
trata de un hijo ilegítimo que quiso, como quiso Sandino, conservar el apellido de su padre;
deseo con el que puede estar relacionado el problema aludido aquí mismo hace exactamente un
año: el de la motivación personal y profunda del ser y del actuar revolucionarios. No entraré en
el problema ni de planteo. Mas no olvide el futuro investigador, por si procede, cuán fáciles
recursos han existido siempre para sin ser hijo legítimo y sin riesgos revolucionarios obtener los
patronímicos legales.
El romance entre el sastre dominicano Nicanor Mella (1851-1929) —casado con Mercedes Bermúdez— y la joven irlandesa
Cecilia Mc Partland Diez comenzó en los Estados Unidos en los inicios del siglo XX. Después, la pareja se instaló en La Habana.
Cecilia vivía con los dos hijos y Nicanor iba a la casa. La relación se mantuvo aproximadamente hasta 1910. Ella regresó
definitivamente a los Estados Unidos. Nicanor llevó a los dos niños a su hogar legal, donde Mercedes Bermúdez los atendió hasta
su muerte. Los niños visitaban a su madre.
45 Augusto César Sandino (1893-1934), político antimperialista nicaragüense asesinado por Anastasio Somoza. Mella trabajó en la
solidaridad con su causa en el Comité Manos Fuera de Nicaragua.
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Igual cabe decir a los que buscan esas últimas e ignotas razones del ser y al proceder en el
mestizaje. El aspecto de Mella y sus facciones eran caucásicas hasta el punto máximo
reconocido en esta América. Que si el pelo era negro y crespo; que si la nariz tenía la base
ancha… Los blancos puros buscadores de signos mestizos, si buscan bien, los pueden encontrar
más y mejor que en Mella, en sus propios familiares. Su piel blanco mate la envidiaría el más
genuino descendiente de las Islas Canarias. Pero todo esto, que era ya en aquellos tiempos cosa
bastante tonta, hoy sólo podría tener valor psicogénico, esto es, el de averiguar si el color de
Don Nicanor (hombre de facciones finas, nada negroides) intervino en el origen remoto de la
motivación revolucionaria de Julio Antonio. En mi opinión esto tampoco cuenta. Porque al viejo
Mella nadie lo podía llamar mulato. Su complexión delgada —leptosomática— tampoco lo
indicaba. ¿El color? Pues no era el canela, ni el cobre ni trigo. Era, según recuerdo, el color del
cedro; el cetrino que abunda en Oriente, producto de una mezcla múltiple, semejante a la quisqueyana, en la que no falta el indio aborigen, el guanche, el negro y el blanco, por supuesto. De
ese color del padre, pues el hijo, en propiedad de términos, era un mestizo, como dijo una vez
Marinello. Pero un mestizo sanguíneo, oculto o críptico, un mestizo no impedido ni molestado
en lo absoluto al no ser identificado como tal. Por lo tanto, repito, eso del mestizaje no cuenta en
el caso de Julio Antonio el joven y posiblemente tampoco en el pequeño Nicanorcito.
Lo que sí cuenta, y mucho, también en mi opinión, es la conducta de la madre, la irlandesa
Cecilia Mc Partland, que se ausentó de la vida de sus hijos prematuramente. La formación
psíquica de los falsos huérfanos, niños con y sin madre al par, sí ha sido bien examinada a la luz
de la ciencia y ya es bastante conocida. Muchos rebeldes con causa y sin causa se reclutan entre
los que sufrieron la injusticia materna a edad temprana. Pero deducir de esa posible privación
consecuencias motivacionales… es arriesgado y poco seguro, mientras no se ponga en claro el
tipo de crianza que recibió el pequeño Nicanor, porque si Doña Cecilia tuvo una cariñosa
sustituta, la cosa cambiaría fundamentalmente. La entrevista con Longina la manejadora quizás
aclare el punto.
Además, los grandes hombres son acontecimientos; son excepciones; y la aplicación de las
normas científicas a sus biografías debe quedar a cargo del escritor especializado. Pero sí así no
fuese, esa labor de crítica e indagaciones rebasaría el marco estrecho de las presentes palabras.
La sutil circunstancia mencionada y sus enlaces y consecuencias psicológicos exigen la lectura,
el estudio lento y reposado, y no la fugaz audición irreversible.
Termino. Compañeros de la mesa; amigos y compañeros del público: espero haber acertado
en el boceto, cruzado de confidencias y confiado por fuerza a mi memoria. No falla mi memoria
todavía, mas tampoco recuerda como antaño. Solicito disculpas por si se ha notado algún error.
Omisiones sí sé que he cometido. Pero me consta que ni estas ni aquellos podrán impedir que
sea percibida en toda su grandeza la estampa sin par de Julio Antonio Mella. Y con esa
certidumbre me conformo.
Muchas gracias.
1967
Loló de la Torriente
Viejo retablo*
I
El fresquillo de octubre pegaba las sábanas pero era necesario despabilarse pronto. El doctor
Maza y Artola comenzaba la clase a las 7 de la mañana y, después, nadie podía pasar al aula. No
había escalinata y subir la colina era cuestión de andar a salto de matas entre pedruscos y zarzas.
En la clase todos teníamos cara de sueño y una pereza mental que el griego no lograba despejar.
1
Cuando sonaba la campana salíamos despavoridos a desayunar. Solo Manolo Bisbé, tan gentil
como ordenado, se quedaba con el profesor hasta acompañarlo a tomar el tranvía porque el
senador Maza y Artola nunca lo vimos en automóvil: tranvías y paraguas era su estilo.
En la bodeguilla de J y 27 se expendía pan con jamón a cinco centavos y pan con guayaba o
2
mantequilla a dos: el café era de «ñapa». Ahí satisfacíamos el hambre todos los madrugadores,
tuviéramos o no dinero. A la hora de pagar se procedía a la ponina. Cuando regresábamos al
Patio de los Laureles el ambiente estaba más animado y menos frío. Habían llegado los
estudiantes de leyes y separábamos nuestros asientos en las aulas (una libreta o un libro era
indicio de «ocupado») mientras participábamos en los corrillos de los líderes que preparaban el
Primer Congreso Nacional de Estudiantes. Después don Antolín del Cueto, gruñendo decía al
ujier: «¡Eh!… ¡A ver si esos muchachos quieren venir a clase!» Y todos íbamos guiados por
aquel Ángel Usátegui Lezama que tenía una «mentalidad civilista» como le decíamos por
preferencia.
* Tomado de El Mundo [La Habana], 6 y 10 de enero de 1965, p. 4.
1 Manuel Bisbé (1906-1961), fue profesor de Griego en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana y político
fundador del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Después de 1959 se desempeñó como Embajador en Naciones Unidas.
2 «Ñapa» quiere decir gratis.
En el Patio quedaban algunos rezagados y los «agitadores» Manuel Solaun Grenier,
muchacho muy inteligente, líder de la fracción católica, y aquel otro atleta, de cuerpo vigoroso,
hombros anchos, aspecto franco, al que todos llamábamos Mella aunque se llamaba Nicanor.
Nunca estaba solo. Siempre apoyado en el brazo de un compañero, frecuentemente en el de
3
«Perico» Entenza, mientras charlaba y andaba, de un lado para otro, con aquellas pisadas
fuertes, dejando oír aquella su voz meridional y vibrante que era inconfundible. Más que
pronunciar las palabras parecía como que las escupía preguntando, oyendo, asimilando todo
género de conocimiento, y ganándose la voluntad y hasta la simpatía de los que le eran adversos
en procedimiento e ideas, porque al cabo Mella tenía eso que llaman «ángel» —madera de
líder— y por muchos que fueran sus agravios no lograba irritar, viéndose sus enemigos
obligados a contemporizar con él.
A las once la actividad universitaria estaba en todo su apogeo. Entonces era la sala de la
Asociación de Ciencias el lugar de reunión, pero el Patio era la plaza. Ahí se corrían los toros.
Mella era el toreador, el diestro, el «mataor». Sus estocadas eran fulminantes. Hablaba mucho,
con su voz pastosa y grave y en una forma descarnada y violenta que alarmaba a los timoratos
que temían verse arrastrados en el torbellino de sus ideas, pero él tenía un extraño dominio de sí
que le permitía detenerse siempre en el punto preciso y no llegar nunca a extremos que pudieran
hacer reventar la cuerda. Fue el líder estudiantil de aquellos años iniciales de la lucha
antimperialista y anticlerical que supo equilibrar situaciones y, sin abusar de su liderazgo, hablar
mucho sin convertirse en un detestable demagogo.
[…]
II*
Mella tenía una mayoría abrumadora en el sector estudiantil. Los «muchachos» de primero y
segundo año lo seguían apasionadamente. No sólo los de leyes. También los de ciencias y
medicina, y su palabra elocuente, su gesto viril, su figura apuesta y sobre todo, la fuerza con que
forjaba el hierro vivo y ardiente, los dejaba a todos atónitos. Sus razonamientos, en lo íntimo,
los ganaba a todos, que sentían gravitar en el ambiente esa «cosa terrible y grandiosa que se
llama una revolución». Después en los sindicatos, en las redacciones de los periódicos, en los
cafés, Mella ponía el color, el color y el sabor porque dejaban de ser lugares donde se charla, se
escribe o se bebe para convertirse en escuelas.
[…]
Mella fue el primero en advertir la realidad nacional. Ver claro el sentido de los discursos de
don Manuel Sanguily fue su visionaria misión. Él desgarró los ornamentos que decoraban aquel
ambiente corrupto, denunció la intromisión extraña en los asuntos del Estado, desenmascaró la
prensa venal y pública y valientemente protestó contra los profesores cómplices. Él comprendió,
mejor que ninguno de sus compañeros, el drama de nuestra desnudez. […] Mella grabó el estilo
nuevo.
1965
3
Pedro de Entenza, fue el secretario general del Primer Congreso Nacional de Estudiantes.
* Esta segunda parte se denominaba «Retablo de Mella». Fue publicada en El Mundo [La Habana], 10 de enero de 1965, p. 4.
Instituto Mella. Universidad de la Habana
Mesa redonda sobre Mella*
Participantes: Alfonso Bernal del Riesgo, Graciella Garbalosa, Gustavo Aldereguía, Antonio
Puerta y Elías Entralgo.
Moderador: Gaspar Mortillaro.
Alfonso Bernal del Riesgo: «Era casi abstemio»
Algunas veces íbamos a beber. Embullados por un amigo del Grupo Renovación, Valdés
Hernández, tomábamos unas copas. Y no sé si porque había una causa fisiológica para mí
desconocida, o por imitación, a varios de nosotros se nos ocurrió tomar una cosa que ya
empezaba a ponerse fuera de moda: la ginebra. Invitábamos algunas veces a Mella —que nos
acompañó en aquellas libaciones, que no eran exageradas ni mucho menos, pero que en la
juventud resultan muy agradables y también en la vejez— y él siempre se negaba. No quería
tomar ginebra; tomaba vino generoso y sostenía que Martí no era aficionado a la ginebra, sino
aficionado al vino generoso. Lo cierto es que no conozco ningún historiador que haya resuelto
este enigma. Posiblemente a lo mejor Martí tomaba las dos cosas.
En una forma cubana, revolucionariamente combinada, comíamos a veces en un venerable
restaurante porque la comida era excelente: el cordero era exquisito, el bacalao a la vizcaína,
que lo recuerdo todavía, y con unos precios sin competencia. Allí, nos daban un vino vasco, y a
veces Mella dejaba media copa. Era casi por completo abstemio. Graciella Garbalosa sabe que
estoy diciendo la verdad. En cambio, bebía leche enormemente, bebía mucha leche. Siempre
andaba buscando ese líquido. Posiblemente se tomaba más de un litro diario. Si tenía un poco de
1
debilidad, en lugar del pan con timba, (ustedes a lo mejor ni saben ya qué es eso), en vez del
socorrido pan con timba, un vaso de leche.
* Se realizó en el teatro Manuel Sanguily de la Universidad de la Habana, el 25 de marzo de 1966, organizada por el Instituto Mella.
1
La trascripción presentaba omisiones de nombres que se han tratado de completar, y se han eliminado repeticiones innecesarias.
(AC)
Pan con guayaba.
Gaspar Mortillaro: Bueno, Bernal anunció ya quién le va a seguir en el uso de la palabra: es la
poetisa Graciella Garbalosa.
Graciella Garbalosa: «La personificación de la virtud masculina».
Sentí grandes deseos de venir a escuchar palabras con respecto al gran Julio Antonio Mella.
Y me sorprende Bernal, que es para mí una alegría haberlo encontrado esta noche, con ese apuro
de tener que hablarles a ustedes muy emocionada. Julio Antonio Mella fue la más atractiva
personificación de la virtud masculina, ya que reunía todas las condiciones físicas, morales e
intelectuales de un verdadero predestinado. Porque sus condiciones de pensamiento y
sentimientos eran las que requieren los grandes hombres de la historia.
Gaspar Mortillaro: El presidente del Instituto, el doctor Gustavo Aldereguía, nos va a referir
algo sobre la huelga de hambre y después vamos a pasar con Mella a México, de lo cual
hablará Antonio Puerta, para luego dejar la palabra al maestro Elías Entralgo, que hará el
resumen.
Gustavo Aldereguía: «La huelga de hambre»
Menos mal que Alfonso Bernal, con su fina ironía y mejor humorismo, despertó a toda la
concurrencia, porque si no la densidad, el peso de los años (y yo contribuyo con setenta y uno),
nos permitirá decir —desde esta altitud de dos mil años sumados— «Vamos a contemplar a
Julio Antonio Mella.» El tema, como ustedes ven, está perfectamente circunscripto.
Me gustaría hablarles a los muchachos de la vida de Mella mucho; pero estoy bien ceñido,
delimitado, perfectamente encuadrado, en el episodio más heroico, templado, firme y recio que
nos brindó la hombría de Julio Antonio Mella. He dado tres, cuatro calificativos. Todos
enmarcan y forman el pedestal de aquella personalidad.
Yo era un poco mayor —Julio hubiera cumplido hoy 63 años—y tenía cinco años de
graduado. Me gradué en el año 1918, por lo tanto no tengo más que cuarenta y ocho años de
médico. Los cumpliré muy pronto y espero seguir siéndolo hasta caer en el surco, verticalmente
como he vivido siempre.
Me distingo generalmente por mi tono fogoso de siempre, de agitador, Lo fui toda mi vida.
Me distingo por despertar a la audiencia siempre. Levanto en vilo a la audiencia, a veces
diciendo cosas serias.
Llamé siempre al Diario de la Marina, el Diario de M… Y ya salió mi humorismo. Un poco
trasnochado, si se quiere, pero mi humorismo, al fin y al cabo. Me di el gusto de anunciar
2
cerradamente en prédica médica ajustada, la muerte de Pepín Rivero, el penúltimo y el más
3
peligroso de todos. A quien Pablo llamó Pepino destacando la redondez de la o final. Así se lo
4
dijimos Ramiro Valdés Daussá y yo el día que fuimos a retarlo, en nombre de Pablo, que estaba
allá abajo, bufando por subir. Difícilmente pudimos contenerlo abajo.
Vivía y trabajaba en el campo, como médico de ingenio, donde endurecí mi conducta. Me
hice revolucionario en los ingenios y esta es una filiación que me gusta destacar. Vine a La
Habana en el mes de noviembre de 1922. No conocía a Julio entonces; ni lo conocí tampoco en
ese momento. Vine a la celebración del Congreso Médico Latinoamericano. Y como siempre,
tenía y tengo prendida a mis convicciones más legítimas y hondas la cosa política. Lo digo con
toda la nitidez de esta palabra y toda su hondura humana. Naturalmente, lo otro es pura
hediondez, si ustedes quieren, para no calificarlo de otro modo. Lo que nos rodeó siempre
entonces, en esta República que se llamó muy justamente esta noche mediatizada.
2
3
4
Pepín Rivero, director del Diario de la Marina.
Pablo de la Torriente Brau, narrador y político.
Ramiro Valdés Daussá, gran amigo de Pablo.
El 27 de noviembre de 1922, se celebraba en esta Universidad de la Habana, en su Aula
Magna, la fecha siempre recordada del martirologio de los ocho estudiantes de medicina.
Hablaba ese día un orador finisecular, médico, por añadidura y «sinsonte lírico» de la época.
Creo que se llamaba Rafael Zervigón. Traía mi intención escrita; quería ponerle el termómetro a
la juventud universitaria, a la cual se lo había puesto tantas veces mientras estaba estudiando.
Salí con dos consejos de disciplina pendientes de la Escuela de Medicina. Fui un estudiante
bastante malo y me complací en serlo. Me di el gusto de serlo. Porque ser un estudiante modelo,
o ser un estudiante premiado era sencillamente mantener una actitud lacayuna y servil frente a
profesores no menos serviles y lacayos y a aquellos que incluso que hicieron, vamos a decirlo
claramente, tantas porquerías.
Traía mi intención formulada por escrito y pedí a la delegación argentina, presidida por el
rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor José Arce, que diera una conferencia sobre la
evolución de las universidades argentinas. Hice que unos cuantos muchachos a los que no
conocía la firmaran y se la presentamos.
El doctor Arce dijo que sí de inmediato y que señaláramos la fecha. Esta se fijó para el 4 de
diciembre de 1922. E hice mis gestiones para presentar al doctor Arce y lo presenté, porque mi
presentación condicionaba su conferencia. No es que la frenase, pero sí la encuadraba; y no
podía hablar de otra cosa, más de lo que yo quería que hablase: la revolución universitaria de
Córdova era mi intención. Y empezó sus bellas palabras, sobre la culta Córdova. Aquella
conferencia hizo mucho revuelo; pero, en el curso del tiempo se ha dicho siempre, con una
afirmación definitiva, que fue el doctor Arce quien hizo la revolución universitaria. Quienes
conocimos al doctor Arce entonces, y después de aquella conferencia bien dicha,
evidentemente, porque tenía dotes de orador, tenía atuendo, tenía gesto, tenía palabra, pero nada
más que palabra. Y no tengo que pedirle permiso al doctor Mortillaro, porque bien lo conoce,
para decir que Arce era un perfecto sinvergüenza. Fue un perfecto peronista y un perfecto
simulador toda su vida. Conviene que ustedes recuerden esto y cuando oigan decir que el doctor
Arce hizo la revolución universitaria, digan que no, que no la hizo, que fue un vehículo bastante
bien utilizado.
Volví a mi ingenio, al central Santa Gertrudis, en la provincia de Matanzas, ya demolido
hace tiempo. Y a los pocos días, fue entre catorce o dieciocho días más o menos, estalló la
revolución universitaria. Yo mismo, desde la distancia y desde la inquietud de médico rural, me
solazaba de cómo se habían producido las cosas. Estaban maduras, naturalmente. Cuando los
pueblos están maduros, se produce el estallido; y se produce la revolución. Y es mandato del
pueblo que se busque el líder. El líder que se funda con su pueblo y dé sentido, orientación y
profundidad. Esa es la palabra líder en su verdadera acepción marxista, por lo menos, bastante
5
marxista. No aquella otra del filósofo inglés del culto heroico de la historia, o del culto de los
6
héroes o tan falso como el de Vallenilla Lanz, en El cesarismo democrático.
Pasó el tiempo. Volví a La Habana en octubre del año 1923 y entonces me encontré con
Julio Antonio Mella en la esquina de Belascoaín y San Rafael en un tranvía que bajaba de la
Universidad. Subí al tranvía y me senté al lado de un joven que venía leyendo Alma Mater. De
soslayo miré lo que venía leyendo y empezamos a conversar; y ahí se trabó nuestra amistad. Fue
una amistad motorizada, en el trolley, el antiguo vehículo tranviario. Julio me convenció, a
pesar de que yo tenía cinco años de médico, de que debía ir al Congreso de Estudiantes, y me
dio la credencial de su revista Juventud que dirigía todavía. Poco después la tomó a su cargo
Leonardo Fernández Sánchez, un joven de dieciséis años, presidente del estudiantado del
Instituto de La Habana. Gran figura, íntimo amigo de Julio Antonio Mella, y cuyo recuerdo se
mantendrá siempre, imperecederamente junto a esta pléyade de jóvenes, cuyas vidas estamos
reviviendo, porque todavía palpitan en la entraña y en el suelo de Cuba.
5
6
Alude a Thomas Carlyle (1795-1881), el escritor inglés autor de Los héroes.
Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), escritor y político venezolano autor de El cesarismo democrático. Vallenilla Lanz era un
defensor de la satrapía de Juan Vicente Gómez.
Se celebró el Congreso de Estudiantes, sobre el cual habría que hablar mucho y sobre el que
ustedes tienen que leer bastante. Hablo más que nada para los de allá; los de acá estamos ya en
el tramonto. Y lo que nos quede de vida, ojalá sea como esta noche, espejo de una vida vivida
honradamente para el servicio de lo que no pensamos nunca: ver una Cuba revolucionaria,
Primer territorio socialista de América.
Llegó el 27 de noviembre de 1925. Vivía en La Habana una pléyade de jóvenes desterrados
7
de sus países respectivos. En mi consulta vivían los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, el
menor, a quien conocíamos como el negro Machado […]. Julio Antonio, junto con los
compañeros proletarios, fueron a la cárcel. Y Julio, un día, por su cuenta y riesgo (no obstante
esas apetencias orgánicas que nos ha referido Bernal, con deleitoso impulso y sabor), entró en
huelga de hambre. Yo me constituí en su médico; lo fui todo el tiempo. Su primer abogado —es
un contrasentido— terminó de gran hacendado con el curso de los años. Naturalmente no está
en Cuba, era condueño del Central España, que hoy naturalmente se llama España Republicana.
Contradicciones aparentes de la historia, pero así ha sido. Ese abogado duró muy pocos días.
8
9
Después fue Orosmán Viamontes quien continuó su defensa. Pero Rubén no se apartaba de
nosotros.
La huelga de hambre fue una verdadera huelga de hambre, Veíamos a Julio fundirse por ser
un atleta. Había cultivado sus músculos. Y el músculo es tejido de desgaste; no es tejido de
defensa ni de reserva. Los músculos entraban en desnivelación seria, como entran siempre. Se
afilaba y pasaban los días. Y con los días pasaba la semana. Ya pesar de que yo le administraba
suero, llegó un momento en que se sentía desfallecer, se sentía morir, y se acercaba a la muerte.
Un grupo de sus amigos se constituyó en vocero de aquel hecho heroico. Y con sus conexiones
internacionales, especialmente en América, los Machado, los peruanos que estaban aquí, como
10
Jacobo Hurwitz, que era comunista, ayudaban. El grupo se reunía en mi consulta. Lo presidía
Leonardo Fernández Sánchez. Nos reuníamos todas las noches. El boletín mío se publicaba en
todos los periódicos y se publicó a la vez en periódicos del continente en México, en La Nación
de Buenos Aires. El escándalo llegó a adquirir una magnitud tal que fue de una resonancia
internacional. El Cabildo de México se reunió y pidió la excarcelación de Mella. En Buenos
Aires, igualmente, la Cámara de Diputados, y los partidos políticos de izquierda se
pronunciaron al repecto.
7
Gustavo y Eduardo Machado, estudiantes y combatientes contra Juan Vicente Gómez. Gustavo Machado se convirtió en dirigente
del Partido Comunista Venezolano.
8 Orosmán Viamontes perteneció al Grupo Minorista. Usaba el seudónimo de Luis Elén. En 1928, Mella polemizó con él por su
afiliación al aprismo.
9 Rubén Martínez Villena, poeta y político.
10 Jacobo Hurwizt, político peruano combatiente contra la dictadura de Augusto Leguía. En 1927, compartió con Mella en México.
Ambos pertenecían a la dirigencia del Socorro Rojo Internacional.
Y Machado seguía en sus trece: «Se muere o come.» Y Mella no comía y no se alimentaba.
Hicimos las gestiones para su traslado a la Quinta de Dependientes. Al fin, una noche nos
reunimos Rubén y yo en la estación de policía. Venía el jefe de la policía, un coronel, que creo
se llamaba Pablo Mendieta, coronel del Ejército y jefe de la Policía. Venía del Stadium
Universitario y, pavoneándose, se levantó la guerrera para señalarnos que estaba desarmado,
hombrunamente, para demostrarnos que había ido al Stadium sin armas, y que había conversado
con los muchachos y que había tratado de calmarlos. A pesar de que cada vez la agitación era
mayor, nos dijo: «Y tiene que comer, porque si sigue y esto sigue así, voy a tener que matar a
las once mil vírgenes.» Y yo me sonreí y le dije: «Lo siento por esas señoritas a quienes no
conozco.» Conclusión: que Rubén y yo salimos detenidos de la estación de policía, a la una de
la mañana. Andábamos por el Juzgado de Guardia; y yo pensaba: «cuando se levante el juez de
guardia, vamos a la cárcel, por tener que levantarse de madrugada.» Ya Rubén estaba molesto, y
dice: «Usted llama al Juez, o lo voy a llamar yo; decídase a llamarlo.» Por fin el Juez se levantó;
y para gran sorpresa nuestra, les echó una filípica a los policías que nos habían conducido, y nos
dijo: «Ustedes están en libertad, y lo que lamento es que hayan estado aquí un buen rato y que
no me llamaran antes.» Estas cosas sucedían a veces. Rubén era muy conocido; yo empezaba a
serlo, y entre los dos formamos cierto escándalo.
Permítanme contarles un recuerdo anécdotico de Rubén para que resalte esta noche entre
ustedes y lo empiecen a conocer. Una noche, en la Sociedad de Torcedores, se iba a celebrar la
11
fecha del 7 de Noviembre, aniversario de la Revolución Soviética, y el Partido Comunista de
Cuba quiso festejar aquella fecha y citó a una gran velada de cultura. Rubén estaba ya muy
enfermo. La tisis se le reflejaba bien en el rostro, y me dijo: «Gustavo, haz tú el resumen porque
yo no tengo fuerzas; tengo fiebre, como tú bien sabes.» Las dos primeras filas estaban ocupadas,
naturalmente, por la policía y los taquígrafos, entre los cuales se encontraba el después Coronel,
Mayor General, etcétera, etcétera, Fulgencio Batista y Zaldívar. (Lo de Zaldívar hay que
recordarlo siempre, se refiere a la mamá.) Y esa noche, con esas dos primeras filas ocupadas,
Rubén se adelantó hacia el proscenio y les dijo: «¿Por qué no se retiran? ¿No saben que estoy
tísico y los voy a escupir?» Se levantaron todos de las filas y se fueron hacia atrás. El bacilo de
Koch tiene esa cosa: es agresivo y le mete miedo hasta a los bandoleros, y los antisociales. Se
retiraron. Rubén habló poco. Y yo, que aquella noche decidí buscarme legítimamente mi
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«palmacristi» como tantas otras veces; no lo encontré; dije cosas muy feas, hasta malas
palabras. Empecé diciendo, «Fiesta de cultura en este país, regido por la barbarie.»
Volvamos a nuestro tema. Conseguimos trasladar a Julio Antonio a la Quinta de
Dependientes. A pesar de todas nuestras exhortaciones, de todas nuestras recomendaciones, de
todos nuestros consejos («Mella tú haces falta, no puedes dejarte morir»), seguía empecinado en
que, o lo ponían en libertad, o decidía morir. Además, estaba ya tonificado por lo que sabía del
exterior. Y al fin y al cabo Machado tuvo que ponerlo en libertad. Claro, empezamos a
alimentarlo con albúmina de huevo, por vía intragástrica, a través de unas sondas, y no podía
degustar esas cosas que señalaba nuestro amigo Bernal.
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Posiblemente, haya sido el 7 de noviembre de 1929, porque en marzo de 1930 Rubén salió rumbo a la URSS.
Buscarse un «palmacristi». Alusión irónica (anacrónica en 1929), a los métodos represivos implantados por Batista a partir de
1934.
Pocos días después se decidió que Mella debía salir de Cuba. No podía seguir aquí.
Quiero relatarles cómo salió Mella de Cuba, porque la mitología envuelve a estos hombres y,
a mí me contaron, estando preso en La Cabaña, cómo había salido Mella de Cuba. Dejé que me
lo contaran todo; y cuando terminó aquel caballero, le dije: «Mire, ¿ya usted terminó? Todo eso
es pura fábula. Le voy a dar la verdadera versión, para que usted no repita más esas tonterías».
Julio salió de Cuba de la siguiente forma. Un día, en mi automóvil, fuimos hasta la esquina
de San Miguel, esquina a Neptuno. Allí había un café donde se vendían horchatas. Julio era
bebedor de horchatas. Mientras él se tomaba una fui a sacarle el pasaje del tren. Iba solamente
conmigo. Lo llevé al puente de Agua Dulce, donde se demoraba un instante el tren de
Cienfuegos, para que no tomase el tren en la Estación Terminal. Subió en el último coche, en el
coche «Tuinicú». En la plataforma trasera nos dimos el abrazo final, que fue nuestra despedida.
No volví a verlo. Al pasar el tren por el central Perseverancia, subió mi hermano, Feliciano
Aldereguía, ya muerto hace poco. Le dijo al encargado del tren que llamara a Juan López, que
iba en la litera seis baja. Lo despertó y lo apeó en Rodas. Y de allí fueron a Cienfuegos por
carretera. Se quedó en una casa que era del individuo que representaba entonces en La Habana a
los barcos de la Ward Line, muy amigo de mi hermano. A las cuatro de la tarde, con el nombre
de Juan López, comerciante en plátanos, salió por el puerto de Cienfuegos, en el vapor
«Cumanayagua», con destino a Honduras. Esa es la verdad y no se dejen repetir ninguna otra.
De su estancia en México nos dirán algo los compañeros que faltan por hablar. Pero siempre
piensen, jóvenes, que de Julio Antonio hay que hablar todos los días y que vive en nosotros, en
nuestra tierra, en cada uno de sus surcos. En la entraña más honda de Cuba, vive y palpita su
figura. Se ha dicho, muy certeramente, que es el puente entre Martí y Fidel Castro: la
continuidad de Martí, que vivió en el monstruo y le conocía bien las entrañas. […]
Gaspar Mortillaro: Ahora, sobre la estancia de Mella en México nos hablará el compañero
Antonio Puerta.
Antonio Puerta: «Un verdadero dirigente latinoamericano»
Al llegar a México con las credenciales del Partido Comunista, recuerdo que fui al local que
en el Distrito Federal tenía el Partido. Allí presenté mis credenciales. Me recibieron y me
mandaron con un acompañante a donde estaba Julio, que ya aquí, como militante del Partido,
todos conocíamos su huelga de hambre. Recuerdo que él vivía en San Antonio Abad y nuestra
primera intimidad, una cosa fraternal. Llegamos a comprendernos muy íntimamente. Los
primeros pasos que da uno, después de llegar a un lugar extraño, es crear las bases para el
trabajo revolucionario y a la vez para mantener cierta economía, que hace falta para subsistir.
Aquí se habló de lo que a él le gustaba, de sus alimentos. Recuerdo de una manera
inolvidable que antes de salir para el Partido, o para la Liga Antimperialista de las Américas, yo
salía a buscar la leche, el cuáquer, el plátano y el pan. El café lo tenía, y él era el cocinero.
Aunque la huelga de hambre le había dejado cierta afección en el aparato digestivo, no por eso
dejaba de alimentarse. Lo primero que hacía era poner la mesa y un buen plato de cuáquer.
Comíamos plátanos. Cogía los plátanos, los picaba en rueditas, los azucaraba y luego les echaba
leche hirviendo. Después, el café con leche y pan. En esta forma estuvimos hasta que nos
acondicionamos.
Él tenía otras dificultades, porque aquí teníamos la costumbre de que cuando íbamos a la
barbería se usaba el pelado a punta de tijera. También tengo el oficio de barbero y tuve que
hacerme forzosamente su barbero oficial. Tenía muy buen pelo y se dejaba la patilla.
En México el Partido era territorial. No tenía células, era local. Mella era el secretario de
Agitación y Propaganda en el Comité Central, pero al mismo tiempo era el secretario general
del grupo (la local) de la Ciudad de México.
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Después de mi llegada, le tocó llegar a Cotoño. Más tarde, llegaron juntos Barreiro y
Junco. Luego Teurbe y Montalván, este último estudiante de la Universidad. Ya en estas
condiciones, con conexiones en París y en Nueva York, nos reunimos y llevamos a cabo la
fundación de la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC). Para
esto era requisito indispensable la creación de un periódico que fuera capaz de traer aquí y de
llevar también a América Latina y a Europa los pronunciamientos nuestros, las actividades y la
denuncia sistemática de la dictadura machadista. Fundamos Cuba Libre. Con trabajo, pero
logramos que Cuba Libre… para los trabajadores saliera regularmente.
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Manuel Cotoño (estudiante), Alejandro Barreiro (dirigente obrero), Sandalio Junco (dirigente obrero), Rogelio Teurbe Tolón
estudiante) y Teodosio Montalván (estudiante).
Esta actividad de la ANERC, relacionada con las delegaciones de París y Nueva York, la
denuncia constante de los crímenes y los atropellos del machadato, nos trajo como consecuencia
una serie de citaciones por denuncias y exigencias ante las autoridades mexicanas del
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Embajador del dictador Machado. De más está decir que siempre que íbamos a los tribunales,
nos dejaban en libertad. Charlaban con nosotros y tiraban a burla estas denuncias.
Mella no se dedicaba ni se dedicó exclusivamente en su estancia en México a la lucha
constante por nuestra liberación. Como dirigente del Partido Comunista, como un verdadero
internacionalista, tomaba parte activa en el trabajo político del Partido, en la dirección de su
periódico, El Machete. Estas actividades lo llevaron a ser un verdadero líder del Partido. Se le
prestaba atención a la Liga Antimperialista en el local que estaba situado en 16 de Septiembre.
Allí, él atendía a todas las directivas de la América Latina, que estaban relacionadas, o que
tenían sucursales de Ligas Antimperialistas. Era un verdadero dirigente latinoamericano de las
luchas contra el imperialismo: pero, a la vez, era también un verdadero dirigente de los
trabajadores y campesinos militantes.
Mi llegada coincidió también con la suya al Distrito Federal. Venía de las Minas de Piedra
Bola, allá en Jalisco. Durante su estancia en Jalisco, se había producido en México aquella
insurrección reaccionaria, que al grito de «Cristo Rey», se le tituló por el pueblo la Guerra de
los Cristeros.
Él tomó parte activa. Se tomaron conventos e iglesias por el pueblo, y se le dieron los
conventos a los sin trabajo. Y, caso curioso, él traía algunos recuerdos de esas iglesias. Allí, en
el apartamento de San Antonio Abad, se sentaba y se ponía un sombrerito de cura y un delantal
con muchos adornos, y se ponía a escribir, en máquina. Allí, había una serie de mexicanos que
luego me di cuenta creyeron que él era un cura. Y muchas veces le traían obsequios, frutas,
viandas. Y él se reía, pero lo que estaba escribiendo era para El Machete. Estaba escribiendo
también Hacia dónde va Cuba. No sé la trayectoria que habrá tomado ese libro que dejó
terminado. Es un libro bastante voluminoso. Se creían que era un cura escondido y querían
obsequiarlo. Era una cuestión cómica y nosotros aceptábamos las frutas que nos daban.
En esta lucha de Mella en México se destacaba siempre su acción combativa. Lo mismo que
aquí mantenía la insurrección como principio, en México era igual.
Mantenía la insurrección sindical, porque en México existía la Confederación Regional de
Obreros Mexicanos (CROM), dirigida por Luis Morones. La CROM estaba vinculada con la
Federación Americana del Trabajo. No defendía los intereses de los trabajadores. Estaba
plegada a los capitalistas. Eran sus más fieles servidores y habían traicionado los principios
revolucionarios de Flores Magón.
En esta situación, se planteó por los comunistas de la local de la Ciudad de México, la
creación de una nueva organización, sindical, frente a la CROM, con las bases de las
organizaciones obreras, del movimiento campesino, con todo lo que estaba controlado por el
Partido Comunista. Empezó la primera lucha insurreccional sindical, que entró en contradicción
con la decisión del Comité Central del Partido. Esto trajo por consecuencia la separación de la
local de Ciudad de México del Partido, hasta un nuevo congreso. Es decir, quedamos
automáticamente fuera del Partido, por mantener esa línea y dar inicio a la nueva organización
sindical. Se celebró el congreso y Julio Antonio Mella, con los datos precisos, con las
estadísticas, echó abajo el acuerdo del Comité Central. Y, caso insólito, toda la representación
de las distintas locales de México votaron a favor de la nueva organización sindical y se acordó,
por ende, la creación de un movimiento sindical frente a la CROM de Morones. He aquí,
cuando ya cambia de sentido el aprecio de las autoridades hacia nosotros en México. Ya
empezamos a despertar los interese capitalistas yanquis y nacionales de los grandes capitalistas
mexicanos.
Esa situación crea una serie de cuestiones antagónicas con las autoridades. Voy a precisar
aquí algo trascendental de su posición, hoy, que celebramos aquí la fecha de su nacimiento, y es
que su actividad no se limitaba a su lucha sindical en México. También dedicaba tiempo a la
preparación de la lucha insurreccional en Cuba. Empezó a relacionarse con los compañeros que
teníamos en los Estados Unidos. Y para eso comisionó a Leonardo Fernández Sánchez para
fomentar en Cuba la insurrección para derrocar a Machado con las fuerzas armadas. Esta
posición nos trajo una gran contradicción con la dirección de entonces del Partido Comunista de
Cuba. Y nos la trajo también, por ende, con el Buró del Caribe y con la dirección del Comité
Central del Partido Comunista de México. Tuvimos una gran reunión. Allí se le dijo a Mella una
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serie de cosas, sobre todo por un compañero comunista italiano (que estuvo aquí, que es
Senador). Nos atacó de fascistas. Julio mantuvo su criterio de que era la única salida que
teníamos para derrocar a Machado. Pero, desde luego, como comunistas, teníamos que aceptar
el criterio mayoritario. Pero, se mantuvo por Julio Antonio Mella, con datos precisos, con
firmeza, el camino a seguir en Cuba. No se llevó a cabo, porque en ese momento
representábamos la minoría y porque no teníamos base aquí para discutir ampliamente y llevar a
la membresía del Partido. Allí éramos pocos él, yo, Barreiro, Junco, Cotoño, Teurbe Tolón,
Montalván; tuvimos que doblegarnos. Bajamos el escudo y la espada.
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Guillermo Fernández Mascaró, embajador de Machado en México.
Vittorio Vidali, que usaba los pseudónimos de Eneas Someti o Carlos Rojas, emisario de la Internacional Comunista.
Julio tenía por costumbre, cuando nos cogía tarde en la noche, tomar un helado con crema de
leche y unas fresitas. Por la gran intimidad que tuve con él, porque viví con él, dormíamos en la
misma habitación, con Junco, Cotoño y Barreiro. Llegué a tener en Julio más que un
compañero, un verdadero hermano. Y las cosas de él me son penosas. Hay algo en mí que se
afecta cuando hablo de Julio, porque lo llegué a apreciar entrañablemente y han pasado los años
y aún sigo apreciándolo. Vamos a eliminar la pena y vamos a seguir.
Julio tiene una serie de hechos muy destacados: su capacidad política y de dirección y su
posición siempre al frente de todo. Jamás se quedó a la zaga, en toda demostración, en todo acto
revolucionario. Él era el primero. Recuerdo que cuando en los Estados Unidos se acusaba a
aquellos jóvenes negros de Scottboro de violaciones de mujeres blancas, se desató una campaña,
igual que la de Sacco y Vanzetti, por la libertad de los jóvenes negros de Scottboro. A nosotros
nos tocó dar un acto de protesta ante la Embajada de los imperialistas yanquis en el Distrito
Federal. Se citó al pueblo, a los sindicatos y el Partido organizó la demostración. Lo asombroso
de ese acto es que Julio era el orador que tenía que abrir la brecha. Pero no por ser el orador. Es
que había que hacerles ver a los trabajadores, al pueblo de México, lo que representaba el
asesinato de esos compañeros que al fin y al cabo ejecutaron. Demás está decir que después de
esto fue el acabóse: la policía, los bomberos, el agua, el fango, y echar a correr. Pero, al fin y al
cabo, los bomberos no pudieron hacer nada. Otra vez lo celebramos frente a la Embajada de
Cuba, pero allí, vino la policía y nos dispersó.
Ahora bien, en la constitución de la nueva sindical, en unión de David Alfaro Siqueiros (el
pintor), de de la Campa, de Casanella, empezaron a organizar el trabajo para el Congreso de la
Confederación fuera de la dirección mexicana. Julio, la cabeza directriz de la organización de
esa sindical, redactó tesis por tesis. Cada tesis fue discutida con todos los compañeros y él
escribía con su maquinita portátil. Allí nos cogían las once y las doce de la noche; pero, cada
noche elaborábamos una tesis. Recuerdo la última de estas, que era sobre la ayuda a los
emigrados revolucionarios. Discutimos para celebrar próximamente el Congreso que se celebró
en un teatro y quedó constituida la Confederación Sindical Unitaria, más poderosa que la
CROM, con todo el campesinado. Pero, desgraciadamente, Julio no pudo ver eso, porque fue
posterior a su muerte, ocho o nueve días. Es decir, terminó de escribirla su última tesis sobre la
ayuda que habría de prestar el movimiento sindical mexicano a los emigrados revolucionarios.
Y nos despedimos con una mano al hombro, para caer a las nueve de la noche asesinado por los
esbirros de la oligarquía mexicana y del machadato. Es preciso destacar que, si nosotros no
hubiésemos tomado parte activa en el movimiento sindical contra los intereses de los
capitalistas norteamericanos, las autoridades de México jamás hubiesen permitido (como en un
principio) que tal cosa se llevara a cabo. Pero, tan pronto nosotros participamos en las
actividades políticas y sindicales de México, se le abrieron las facilidades a los asesinos del
machadato por el Jefe de la policía mexicana para abrirles el camino y llevar a cabo el asesinato
de nuestro compañero Julio Antonio Mella a las nueve de la noche. Y tanto es así, que, cuando
nosotros fuimos a verlo a la Cruz Roja, como a las once o las doce de la noche, no me dejaron
entrar. En el amanecer del 11 de enero dejó de existir nuestro gran compañero, el firme luchador
del pensamiento antimperialista de Martí, que lo llevó a la lucha abierta contra el imperialismo.
Patria o Muerte.
Gaspar Mortillaro: Va a cerrar el acto nuestro compañero decano de la Facultad de
Humanidades, doctor Elías Entralgo.
Elías Entralgo: «Su rebeldía nata»
El compañero Mortillaro habló del resumen, pero realmente un resumen significaría una
recapitulación de lo que aquí hemos oído, que yo no podría —desde luego— mejorar o superar.
De todo eso, se llega a una conclusión: que estamos en presencia de una de las grandes figuras
de nuestra historia, por su clara inteligencia, su entereza de carácter, sus arraigadas convicciones
y su firme personalidad.
Yo voy más bien a contar dos hechos. Uno que llegó a mis oídos, y el otro, que yo presencié.
Dos hechos que no se han relatado antes. Uno tiene cierta significación para estudiar la parte
psicológica en la vida de Mella, su rebeldía nata y neta; otro tiene menos importancia,
desdichadamente; tiene alguna relación conmigo; y, si lo voy a relatar, es por la cosa de
emoción que tengo de este recuerdo, y porque revela también las curiosidades culturales que
tenía Julio Antonio Mella.
Erasmo Dumpierre, en su reciente y valioso boceto biográfico sobre Mella tiene este
parrafito:
Estudió la enseñanza primaria en colegios católicos dirigidos por el clero extranjerizante. En una
oportunidad no permitió que un maestro le impusiera un castigo físico, por una simple falta escolar
que había cometido. Por hechos como este fue expulsado de aquellos colegios a cuya injusta e
inhumana disciplina no se adaptaba su temperamento rebelde.
Yo no tenía noticias de otras expulsiones. La compañera Charito [Guillaume] nos refirió una
del colegio de Belén, pero la que sí conocí bastante de cerca fue la de los Escolapios de
Guanabacoa.
Esto debió ocurrir entre los años 1917 y 1918. Es decir, por lo tanto, Mella andaba entre los
catorce y los quince años de edad. Debía estar en segundo año de bachillerato o en primero. Yo
no lo conocía entonces personalmente, sino de vista nada más. Ya llamaba la atención, porque
ustedes saben que en Cuba la estatura regular es de mediana a baja y ya él era aun adolescente
alto. Cuando hemos oído contar aquí, que gustaba mucho de la leche, quien sabe ahí esté el
secreto. El médico me dirá que me estoy metiendo en cosas de las que no sé mucho; pero tengo
entendido que la leche, por el calcio que tiene, tiende a estirar, a desarrollar los huesos. Así que
ya Mella llamaba la atención en el colegio. Este tenía la siguiente organización en cuanto a las
sesiones de los alumnos, determinadas por el tiempo que estaban en el colegio, y en un caso por
una subclase que podíamos llamar de índole económico. Había los pupilos, que como es fácil
adivinar, eran los que desayunaban, almorzaban, comían, dormían en el colegio. Estaban
siempre allí. No salían nada más que el primer domingo de cada mes, los que tenían sus
parientes en La Habana, o ciertos parientes, o sea, los de las provincias. Los medio pupilos, que
almorzaban en el colegio y generalmente eran los que vivían en Regla, Casablanca, Cojímar o
aun en Bacuranao. Después, la clase de los encomendados o vigilados, a la cual pertenecía yo,
que vivía entonces en Guanabacoa. Y, por último, los externos, que eran los que no pagaban
matrícula en el colegio. Mella estaba en la segunda sección de pupilos, que tenía su pieza de
estudio por el frente a mano derecha, en el segundo piso. Pertenecían a la primera sección de
pupilos los alumnos de enseñanza primaria; a la segunda, los de primero y segundo año de
bachillerato y primero y segundo año de comercio; y a la tercera sección de pupilos, los de
tercer año de comercio y tercero y cuarto año de bachillerato. La comida generalmente se daba
en el colegio sobre las seis de la tarde. Recuerdo que era fama que se repetía mucho y los
muchachos decían: «Frijoles, garbanzos y judías, comidas de las Escuelas Pías.» A esa hora,
después de la comida de la tarde, repetida siempre, había un recreo hasta las ocho de la noche.
Después, pasaban a esas piezas de estudio entre las ocho y las diez de la noche, cuando los
retiraban a dormir.
Casi todos aquellos sacerdotes escolapios eran catalanes. El único que no era catalán, que era
nativo de Rioja, era uno que se llamaba Tranquilino Salvador. Era el profesor de Gramática
Española, Retórica y Poética y Literatura. En la segunda sección de pupilos, estaba al frente de
ella un catalán de apellido Navarro. En la parte docente, tenía a su cargo las clases de comercio.
Yo estudiaba ingreso a primer año de bachillerato y no tenía relación con él. Yo oí contar esto:
Una noche —el sacerdote solía pasearse mientras estaban los alumnos estudiando—, vísperas
del sueño, leyendo los versículos de los Evangelios, había un gran silencio en la pieza de
estudio. (Por otra parte, Guanabacoa era entonces uno de los lugares más silenciosos de Cuba;
quedaban las guaguas de mulos, los coches de caballos; empezaba a haber algunos automóviles
de alquiler (marca Ford, a los que les llamaban fotingos.) Del exterior no llegaban ruidos. Este
sacerdote —a lo que recuerdo de él— era un hombre introvertido, de pocas palabras. No
recuerdo haberlo visto reírse nunca. En los momentos en que se paseaba a lo largo de la pieza de
estudio, sonó un grito allá atrás; era un apodo que él tenía, que no puedo repetir. En el primer
momento, en algunos alumnos jugó la sorpresa; en otros, una hilaridad escandalosa. Y el
sacerdote cogió aquello con sorpresa; pero, por el momento, no hizo nada. Se retiró a la parte
posterior de la pieza de estudios y siguió desde allí mirando a ver si en algún gesto, en algún
ademán, en alguna actitud podía sorprender al autor de aquello. Como no lo sorprendió, siguió
su paseo habitual; volvió a producirse el segundo grito. Y en ese momento, él, que estaba muy
predispuesto, se viró y trabó a Mella, cuando pegaba el grito. Lo mandó a dormir a su cuarto y
él se negó. Entonces mandaron a buscar al ayo (el responsable de los pupilos), al de otra sección
de pupilos, y al profesor de Gimnasia. Entre los tres pudieron agarrar a Mella y llevarlo a la
habitación. Este sacerdote fue a ver al Rector y le contó lo que había ocurrido.
Yo fui a buscar las memorias del colegio y el nombre de Mella no aparece. Allí eran muy
pródigos. A finales del curso se daban medallas doradas, medallas de plata, libros, estampas y
era muy raro el alumno que no tenía una forma de premio por la conducta o la aplicación. Eso
me hace suponer que Mella no llegó a terminar el curso en el Colegio. Entonces el Rector se
puso al habla (esto ocurría un viernes o un sábado) con el portero del Colegio y le dijo que
cuando el domingo fuera el padre de Mella a verlo, lo llamara a él antes de avisarle a Mella, y
que no lo fuera a buscar hasta que él no hablara con el padre. Le contó lo ocurrido. Le dijo que
él prefería que aquello se liquidase sin otra situación enojosa, y al efecto le sugería que le diera
algún pretexto para llevárselo. Mientras, ellos en su habitación, le metían en la maleta toda la
ropa, se la sacaban por la cochera del colegio y la metían en el automóvil. Parece que la primera
parte salió bastante bien. Pero cuando Mella se percató de lo que había al final, tomó una piedra
y la tiró contra el cristal de la puerta del colegio. Y esa es la parte que yo presencié: el cristal
roto. Luego me enteré de lo demás. Empecé a preguntar por qué estaba roto el cristal y quién lo
había roto.
El otro hecho al que me voy a referir es el de mi relación con él más personal y directa. Era
muy cordial, muy cubano, y gustaba de conversar con la gente. Yo no era de su curso aquí en la
Universidad. Él empezó en el curso del 21 al 22; yo, en el curso siguiente, del 22 al 23. Pero me
invitó a colaborar en la revista Juventud sobre cosas literarias. Escribí un articulito sobre
Domingo del Monte muy malo y deficiente. Recuerdo que salió en un número cuya carátula era
de un color achocolatado. Con ese motivo conversamos acerca de Domingo del Monte y sobre
algunas cosas de crítica literaria, de las cuales estaba un poco informado también. Yo le hablé
de las ideas estéticas positivistas de Hipólito Taine. Me refería a que conocía lo más sistemático
de Taine al respecto, en su Historia de la literatura inglesa. Y él me dijo: «Voy a tener el gusto
de regalarte La filosofía del arte, de Hipólito Taine. Entonces fui una tarde a su casa. Él vivía,
como aquí se ha dicho, en la calle Obispo, donde el padre tenía la sastrería, en lo que es la
primera cuadra de la calle Obispo, no por la numeración, sino entrando por el parque Albear. En
la misma cuadra y en la misma acera donde está «La Moderna Poesía». Recuerdo que la acera
de aquella casa-sastrería era bastante pequeña. Se entraba y, a mano izquierda, en la primera
habitación, estaba el cuarto de Mella. En esa ocasión le entregué ese artículo y me regaló La
filosofía del arte, los dos tomos. Era muy útil, porque cada libro valía cuarenta centavos, en
total ochenta centavos. El libro está bastante bien traducido, en buen español. Eso es lo que yo
he querido recordar para no repetir.
1966
Erasmo Dumpierre
Julio Antonio Mella en México.
Diálogo con Rosendo Gómez Lorenzo*
Rosendo Gómez Lorenzo es un viejo militante revolucionario. Ha ejercido el periodismo
durante muchos años en la capital de México, ocupando actualmente el cargo de Jefe de
Redacción de la revista Sucesos. Una estrecha y fraternal amistad lo unió a J. A. Mella, durante
el tiempo en que este estuvo exiliado en el hermano país. El pasado mes de julio sostuvimos con
él, en su modesto despacho de la Calzada de Tacubaya, el siguiente diálogo:
—Rosendo, ¿cuándo conoció usted a Mella?
—No puedo fijar en la memoria el momento preciso de mi encuentro con Julio Antonio.
Recuerdo que fue en el viejo edificio colonial donde estaban las oficinas del Partido Comunista
y la redacción de El Machete. Llegó con dos o tres exiliados que venían escapando de la
dictadura de Machado.
Mi relación estrecha con Mella empezó semanas después, cuando ya se había instalado en
México. Iniciaba él sus colaboraciones en El Machete, que era entonces un semanario. Ligada
precisamente a esa colaboración, le puedo relatar una anécdota sobre Julio Antonio, importante
por cuanto se relaciona a un hecho inseparablemente vinculado a su estancia en México: cómo
se conoció con la que fue su compañera hasta el día en que lo mataron, la fotógrafa italiana Tina
Modotti.
* Tomado de El Mundo del Domingo, suplemento cultural del periódico El Mundo, [La Habana], 3 de diciembre de 1967, pp. 2-3.
Estaba yo una tarde en la redacción, ayudando a Tina a traducir del periódico comunista
italiano algún artículo que nos parecía interesante, cuando llegó Julio Antonio empujando la
puerta con esa vitalidad exuberante que tenía «—Oye, chico…», me preguntó algo y en eso ve
la mujer, bella, muy bien plantada, con una cara que irradiaba simpatía, inteligencia. Los
presenté y me di cuenta de que había habido una especie de «flechazo mutuo», porque los dos se
miraron como descubriendo una cosa que no conocían.
Pero Mella era tímido, ya yo había advertido que era tímido en relación con las mujeres;
enrojecía a veces cuando había alguna broma… si no escabrosa, una broma que podía
considerarse comprometida.
Entonces salió de la pequeña oficina aquella, que tenía una puerta vidriera y una cerradura de
esas de golpe, se empujaba y se cerraba, no había que abrirla por dentro. Pero al poco rato, con
cualquier pretexto, venía otra vez: —«Oye chico»… y me hacía alguna pregunta sobre algunos
detalles históricos de México, o una cosa práctica. Me dije:
—«Anda, está buscando acercamiento aquí con la muchacha»…
Acabamos ya por la noche, 7 u 8 de la noche, la traducción y vuelve Mella: —«Oye, puedes
prestarme tu máquina, porque la de adentro está ocupada»…
—¡Cómo no! Pero, mira, antes vente a merendar: vamos a merendar con Tina en un café de
chinos —que era el café más democrático y barato que había allí cerca, en la calle Bolívar—;
vente con nosotros y conversamos.
—No, chico, no puedo, tengo mucha prisa en lo que voy a hacer.
—¡Pero hombre!… (yo queriendo ayudarlo a vencer la timidez)…
—No, no puedo, vayan ustedes.
Pero llevábamos veinte minutos en el café, o algo así, cuando llega Mella.
—¿Qué pasó?
—Fíjate que se me cerró la puerta cuando salí un momento, y como no me diste la llave; se
me cerró la puerta. Dame la llave para entrar, que estoy en pleno trabajo.
Dígole: —Mira, siéntate aquí ya que llegaste y vamos a merendar.
Ya esa noche, después de merendar él, se brindó caballerosamente a dejar a Tina en su casa.
Y ahí empezó la relación que duró hasta el final; murió prácticamente del brazo de ella.
—Eso fue por el año 1927. ¿No puede precisar la fecha? Porque de acuerdo con mis
investigaciones, Mella conoció a Tina Modotti durante aquellas manifestaciones en favor de
Sacco y Vanzetti. Claro, yo no he podido confirmar ese extremo, pero parece que fue por esa
época.
—Puede haber sido, porque la primera aparición revolucionaria en público, de Tina Modotti
fue precisamente en esa manifestación, donde ella todavía no era comunista, pero en ese caso
actuaba también hasta el espíritu patriótico de los italianos, y ella estuvo en esa manifestación.
Ella era antifascista, claro. Me acuerdo verla en medio de la calle con todos nosotros, llamando
la atención por su belleza y por su tipo exótico.
—Vamos ahora a otro aspecto: ¿hizo Mella algún esfuerzo por derrocar a Machado
mediante la insurrección armada?
—Había un general, viejo veterano de la independencia. Estaba en alguna población de los
Estados Unidos, y Julio Antonio fue a hablar con él para ver si era posible un entendimiento,
una acción común…
—¿Una acción armada contra la tiranía de Machado?
—Sí. No hubo entendimiento, le dejó decepcionado, como se le dijo aquí más o menos que
le pasaría porque aquella gente en realidad quería una sustitución de mandones, pero no de
régimen ni mucho menos.
Recuerdo que llegó a la oficina de El Machete también; hizo un viaje en condiciones muy
difíciles de confort. El hombre llegó y recuerdo que estaba sin bañarse, con la barba crecida,
había venido a empujones en los camiones de carga, en los vehículos que pasaban por la
carretera; venía de California y se le había acabado el dinero, que casi no llevó, llevó muy poco.
Y recuerdo que hasta olía a sudor viejo, él que era un hombre limpio. Y le dije: —Oye, tienes
que irte a bañar. Y contestó:
—Si yo no más que acabo de llegar ahora.
Y no recuerdo si le facilité que fuese a bañarse a mi casa. Yo entonces vivía de soltero con
uno o dos compañeros más, con los venezolanos repatriados también, o él fue a su antigua casa,
no sé si la tenía todavía. El caso es que al día siguiente regresó ya fresco, limpio, bañado,
contándome que no había sido fructífero el viaje, que esa gente tenía muchas limitaciones, que
había que pelear…
—Es muy interesante esa anécdota, Rosendo. ¿Y cómo era el carácter de Mella?
—En Mella había una superabundancia de vida, una especie de llama interna que se salía por
todas partes. Trataba las cosas reflexivamente, pero con un fuego que por lo general atribuía al
trópico; era una cosa ya inseparable de su modo de ser, y en cualquier clima creo yo que hubiera
sido igual.
Recuerdo que cuando le salía una cosa bien, acababa una nota o un artículo que le gustaba, o
algún asunto de organización, daba unos gritos así: entre indio salvaje y deportista. Era muy
característico en él.
También alguna vez recuerdo haberle oído un dicho cubano, según me explicó, repartiendo
alguna cosa; estábamos comiendo… o repartiendo unos volantes que había, uno para cada uno,
o unos folletos, o alguna cosa, y decía: «un chorizo no más queda y este es para la cocinera»…
—Y ¿qué tipo de orador era?
—Era un orador fogoso, sin el estilo ametralladora de Leonardo Fernández Sánchez; rápido
también, pero menos.
—Usaba un lenguaje sencillo, ¿verdad?
—Un lenguaje sencillo, tal como escribía también. Se esforzaba porque lo entendiera todo el
mundo; y tenía siempre la preocupación de que el auditorio obrero no tuviera duda cuando él
hablara en giros. Tenía el poder de captar rápidamente la atención y la simpatía del auditorio: la
sinceridad que desbordaba por todas partes, la vitalidad, la misma prestancia física, deportiva
que tenía, le ganaban enseguida la buena voluntad de los que lo oían, bien fuera en
conversaciones privadas, bien fuera en la tribuna.
—¿Qué recuerda de las actividades de Mella en defensa de Sandino?
—La permanencia de Julio Antonio Mella en México, coincidió con el momento de mayor
actividad de la Liga Antimperialista de las Américas, en cuya fundación creo que participó él.
La Liga Antimperialista lanzó una campaña muy intensa y fructífera en México para la ayuda
material a Sandino, a sus guerrillas, contra la invasión de los «marines» norteamericanos. Se
hacía hasta en los cabarets populares. Recuerdo que en el barrio de los tranviarios, en cualquier
parte, llegaba un grupo de gente del Comité Manos Fuera de Nicaragua y decían: —«A ver, una
colecta para mandar medicinas a Sandino», según el público, se decía medicinas o balas. Y
empezaban a llover las monedas.
A Mella le tocó hablar en el curso de esa campaña, especialmente entre estudiantes y
obreros. Tuvo tal simpatía la causa de Sandino en México, en aquellos años, que a un gran
cabaret popular de obreros en la zona de los tranviarios, donde cabían unas dos o tres mil
parejas, le pusieron «Sandino», un nombre que se hizo muy popular. Era la época del tango
argentino: «Voy a luchar con Sandino…» Una cosa de moda en México.
—¿Y cómo podía Mella hacerse entender por los campesinos?
—Tenía una gran flexibilidad y habilidad para ponerse a la altura de su auditorio. Hubo una
temporada en que se fue a dirigir un periódico en Tampico. El periódico era órgano del Gremio
Unido de Alijadores de Tampico, y en los meses que estuvo allá como Director se ganó la
amistad de los trabajadores portuarios que lo consideraron pronto como uno de los suyos, y le
pidieron al Partido que no lo retirara, que lo dejara allá. Pero, claro, él tenía otras tareas ligadas
sobre todo a la lucha de Cuba y no podía ni quería estarse eternamente en Tampico. Regresó.
—De manera que él viajaba en misiones revolucionarias por el interior de la República…
—A veces lo solicitaban sabiendo que era buen orador y por el prestigio que tenía como
luchador. Su huelga de hambre tuvo grandes repercusiones en México entre los estudiantes y los
obreros.
—Entonces él escribía en El Machete, luchaba en la Universidad, organizaba a los obreros,
hablaba en los actos… Era un hombre multifacético.
—En la Universidad fue el verdadero fundador de la revista estudiantil Tren Blindado.
—Sí, eso fue ya a fines del 28. Salieron pocos números.
—Sí, pocos. Colaboraban con él, entre otros estudiantes, Carlos Zapata Vela, hoy Embajador
de México en la URSS.
—¿Vio usted a Mella el mismo día en que lo asesinaron?
—Ese mismo día en que lo asesinaron, la misma noche, acababa yo de salir de la imprenta de
El Machete, con el primer ejemplar del periódico. Yo era Jefe de Redacción y personalmente
me encargaba de la tarea de corregirlo; primero corregía los originales y hasta última hora
cualquier cosa que encontraba en el primer ejemplar de prensa, me lo llevaba para mi casa o
mientras estaba merendando y le metía pluma y corría a la imprenta si valía la pena cambiar una
línea, etcétera. Pasé por la Confederación Sindical Unitaria, que estaba cerca del local del
Partido, y allí estaba Mella.
—¿Ya sale El Machete?, me dijo.
—No, pero tengo aquí la primera prueba.
—Déjamela, chico.
—No, hombre, que tengo que corregirla por si hay algo…
—No, déjamela, yo te digo que si hay algo yo voy a la imprenta…
—No, qué vas a ir.
—Sí, sí, déjamelo.
Y me rogó con tanto fuego que le dejé ese ejemplar, que se lo encontraron manchado con su
sangre en el bolsillo del pantalón o la chaqueta.
Como a las diez y media u once de la noche llegaban a avisarnos al lugar donde vivíamos
juntos tres o cuatro militantes, calle de Chimaltopoca, que acababan de herir a Mella. Y yo tuve
la impresión de que estaba ocurriendo en ese momento una riña o un tiroteo, un asalto, un
ataque, y lo que hice fue agarrar la pistola y salir. Pero no, ya caminando me encontré a uno de
los muchachos que venía a ratificar la noticia y dijo: —No, está herido, en la Cruz Roja, calle de
San Gerónimo.
—Así que él no murió al momento de ser herido.
—No.
—A él lo hieren y está entonces un rato en la Cruz Roja ¿No fue así?
—Horas.
—Horas, ¿pero pudo hablar algo? Además de aquella frase conocida: «Muero por la
Revolución», ¿habló algo más en el hospital?
—No, al hospital ya llegó inconsciente y las heridas eran muy graves, sobre toda una que le
rompió el hígado; eran balas de calibre 38. No nos dejaron subir donde estaban operando los
cirujanos.
—A qué hora murió aproximadamente ¿no se acuerda?
—Murió ya en la madrugada.
—Los periódicos decían que había muerto cerca de las dos de la madrugada.
—Debe haber sido algo así. Después nos obligaron a salir de allí. Antes de que se supiera el
resultado negativo de la operación la policía nos echó del patio. Estuvimos afuera y no supimos
nada, no nos dejaron entrar, hasta la madrugada en que ya dijeron que murió. No pudo resistir la
operación.
—¿Cuál fue la reacción en la gente humilde, en los trabajadores, en el pueblo?
—La reacción fue una indignación tremenda; se vio bien claro la mano de Machado y la
complicidad de los protectores de Machado: los yanquis.
Los periódicos amanecieron llenos de detalles, de fotografías, porque Mella ya era muy
popular, muy conocido en México. Y esa noche se hizo una demostración de protesta, pues
queríamos ir hasta el Consulado norteamericano, lugar tradicional de nuestras manifestaciones
antimperialistas, porque estaba al terminar la Avenida de Juárez, en la esquina con Rosales,
donde comienza el Paseo de la Reforma, frente al caballito, un edificio grande y viejo —que ya
lo demolieron—; allí íbamos a parar siempre para mentarle la madre al imperialismo yanqui.
Esa vez, bastante antes de llegar, a media Alameda por la Avenida Juárez, nos salió la policía
con carabinas y los bomberos con las hachas en la mano y barras de acero, y las mangueras con
gran potencia, como para combatir un incendio en un edificio muy alto, nos barrían, nos
pegaban en el pecho y nos llevaban metros y metros patinando sobre la calle. No pudimos llegar
hasta el lugar del Consulado norteamericano. Hubo heridos y golpeados. Luz Ardisana —unida
por una entrañable amistad a Mella— usaba un abrigo que parecía masculino y el pelo corto, y
un bombero creyó que era un muchacho y le dio con el mango del hacha. Estaba al lado, me di
cuenta, y lo agarré: —«Oiga, usted, cobarde, que le pega a las mujeres»… y le contesté al
bombero aquel con un buen puñetazo en el casco que se me quedaron grabadas las escamas del
metal que tenía, varios días.
Después se preparó el entierro. Fue una verdadera manifestación popular en la ciudad. A pie
se hicieron todos los kilómetros que separaban al centro de la ciudad, el lugar donde habíamos
tendido el cadáver, del Panteón de Dolores. Y el público al paso se sumaba a la demostración, se
veía el dolor de la gente. Allá se decidió la cremación para mandar las cenizas a Cuba.
—¿Y se incineró en aquellos días o posteriormente?
—Después. Por cierto que el acto de la cremación fue una cosa tremenda, lentísima; había un
horno que trabajaba con leña, y tardó como siete u ocho horas…
—Creo que Max Rojas o su padre guardan todavía unos dientes de Mella.
—Sí; el horno tenía deficiencias. Desde luego, las piezas de mayor resistencia, los dientes y
eso, no las quemaba nada.
—En Cuba, en 1933, hubo un intenso tiroteo en el Parque [de] La Fraternidad cuando
llegaron las cenizas de Mella. ¿Recuerda eso?
—Mella supo un día, casualmente, quién era mi padre, y me dijo: —¡«Ah, con que tú eres
hijo del viejo Wangüemert»!
—Pues sí.
—Ah, yo quiero mucho a ese viejo. Fíjate cuando la huelga de hambre, cuando empecé yo a
cobrar conciencia después de varios días de debilidad extrema, fui viendo una sombra larga al
lado de mi cabecera, y era el viejo Wangüemert. Él me dijo: «Yo tengo en México un hijo que
anda también en estas luchas; algún día tal vez lo conocerás»…
El viejo seguramente veía cierta relación entre Mella y mis actividades revolucionarias en
México. Mella lo quería mucho.
—¿Cuál es el nombre completo de Wangüemert?
—Luis Felipe Gómez Wangüemert. Era un republicano español, anticlerical, que había ido
evolucionando; se había creado en los últimos años una conciencia socialista.
—Y sucedió lo que él previó aquella vez: se conocieron usted y Mella.
—Sí. Decía Mella: «En todos los mítines que hacíamos en los locales de los tabaqueros, ahí
estaba siempre el viejo Wangüemert.» Y después cuando la llegada de las cenizas, fue al Parque
de la Fraternidad. Hubo un tiroteo, ya era viejo y cayó al suelo; lo ayudaron a levantarse, porque
por poco lo atropellan. Él estuvo en la demostración.
1967
David Alfaro Siqueiros
Querido por todos*
Mella era un hombre de gran profundidad de pensamiento. Era un extraordinario orador y un
orador de masas magnífico. Convivió conmigo en el movimiento obrero en Cinco Minas, La
Masata, en Favor del Monte, en muchísimos de los centros mineros de México… Juntos
viajamos a la zona del Golfo, a Tampico, a Chihuahua. Fue un hombre prominente, querido por
todos. Realmente, Julio Antonio Mella no solamente fue un líder de primera magnitud en Cuba,
con toda su lucha heroica maravillosa, sino en México también.
1967
* Tomado de Erasmo Dumpierre. J. A. Mella. Biografía, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, p. 78. Testimonio dado
en México en 1967. (Título atribuido, AC.)
Leonardo Fernández Sánchez
Julio Antonio Mella*
1923
En el parque Maceo hay una concentración de estudiantes. En la tribuna una figura atlética,
gallarda, saco verde y pantalón de franela, zapatos de dos tonos, fuerte el mentón voluntarioso,
alta y poderosa la cabeza, luminosos los ojos, sobre los que llamea la melena rebelde, relataba,
el gesto amplio, cálida y apasionada la voz, marcada por un ligero ceceo y el relampaguear de
las imágenes, una entrevista con el Presidente Zayas.
Era, para nosotros, párvulos del primer año de bachillerato, el gran Julio Antonio Mella, líder
de la Colina, que bullía por entonces en nuevos alumbramientos.
Me impresionó la gran energía vital que dimanaba de su figura. Me acerqué. Fue el
comienzo de una noble y fecunda asociación de fraternal amistad y comunión ideológica y
política que había de durar hasta el 10 de enero de 1929.
Yo dirigía la revista Instituto; Mella inspiraba la revista Alma Mater. Le visité
frecuentemente en la sastrería de su padre, el viejo Don Nicanor.
Me hablaba de la juventud, de la Reforma Universitaria, de los pueblos de nuestra América,
de la absorción económica norteña, de Ingenieros, de Vasconcelos, de Rodó y José Martí, de los
tiempos nuevos. El siglo XX era para él el gran siglo de la Revolución. Nosotros los cubanos
teníamos que andar más aprisa, porque habíamos recibido la independencia recortada con un
siglo de retraso… De los políticos no se podía esperar nada: «Los dos viejos partidos,
Conservadores y Liberales, ignoraban el problema del siglo: el problema social.» Había que
orientar y organizar a la juventud. Éramos pocos; pero seríamos muchos. Cuba debía ser libre:
nunca lo había sido, ni económica ni políticamente. La única esperanza estaba en las fuerzas
nuevas: «los tiempos señalaban un destino glorioso para la nueva generación republicana». No
podíamos traicionar la misión de la juventud. Había que llevar el mensaje a todo el pueblo. «Él
tenía la seguridad de realizar sus ideales antes de que el brillo mortal de los años cubriese de
nieve su cabeza».
* Tomado de Bohemia, [La Habana], 16 de junio de 1970, pp. 98-102. En 1949, Ángel Augier entrevistó a Leonardo. A partir de
este testimonio, el autor siguió perfilando sus ideas. La nueva versión quedó entre sus papeles. Loló de la Torriente, bajo el
seudónimo de María Luz de Nora, lo publicó en su sección «Esta es la Historia».
Teníamos que estudiar para saber más. El sensualismo era un gran enemigo. Debíamos huir
de los vicios que enervan el cuerpo y la mente. Nuestra meta era la perfección individual y
social. Trabajaríamos por ella. El Milagro Griego le apasionaba: estudioso devoto de la antigua
Grecia, sus pensadores y mitología, hallaba en ella un ideal de belleza. Debíamos ser fuertes y
ser sabios.
Sus palabras fluían naturalmente. Era un entusiasmo pleno de optimismo, de sana alegría…
Rehuía el tono apostólico y la frase estudiada. Sin embargo, tras esta sencillez fraternal, se
revelaba una voluntad inflexible, una fuerza vital que se creía capaz de remodelar su país y el
mundo. Esta fuerza hallaba por entonces su expresión exterior más brillante en la tribuna, en la
asamblea tumultuosa, en la manifestación de calle, donde se ejercían al máximo sus
excepcionales condiciones de líder natural, su impresionante poder de atracción multitudinaria.
Octubre 1923
Nos han visitado Arce y Haya de la Torre. Primer Congreso Nacional de Estudiantes. La
Reforma ha logrado sus propósitos inmediatos. Mella surge de ella como líder universitario por
excelencia. El congreso amplía en sus resoluciones el contenido renovador de la reforma. Julio
formula su célebre Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante. Se acuerda la creación de
las Universidades Populares, de una prensa de izquierda, de la Confederación de Estudiantes de
Cuba. Se pide el reconocimiento de Rusia.
Aparece Juventud, órgano de los estudiantes renovadores de Cuba. Mella dirige los primeros
números. A comienzos de 1924 asumo la dirección. Es jefe de Redacción Aureliano Sánchez
Arango, sub-Director Fernando Sirgo. Se funda la Universidad Popular «José Martí», que
funciona en las aulas de la Facultad de Derecho, inicialmente. Nos visita Belén de Zárraga,
propagandista anticlerical. A fines de año llega a La Habana un barco italiano de exposición
comercial. Mella denuncia en un vibrante manifiesto el Crimen de Mattecti. Demostración ante
la embajada italiana.
1924
La Reforma es torpedeada en la Universidad. La Universidad Popular se traslada a los centros y
locales obreros. Más tarde funciona en el Instituto de La Habana, de cuya Asociación de
Estudiantes soy Presidente. Mella funda la Liga Antimperialista y la Federación Anticlerical de
Cuba. Intima con líderes obreros, Penichet, Carlos Baliño, amigo de Martí, Alfredo López,
etcétera. Colabora en casi todas las publicaciones sindicales cubanas. Se funda la Confederación
de Estudiantes de Cuba de la que es Presidente y yo Secretario. Viajes al interior, Oriente,
Matanzas, divulgación social y organización de los trabajadores azucareros. En agosto publica
su folleto Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre. Machado es electo Presidente. Dos
conocidos artículos de visión profética: «El pueblo se ha dado un nuevo amo en su democracia
de carnaval», y «Machado: Mussolini tropical», se publican en Juventud.
Febrero 1925
Visita a los centrales de la región de Banes. Dormimos en un hotel. En la mañana he sacado el
peine de mi pistola. Un amigo a quien la he presentado poco antes, le ha colocado una bala en el
cañón y devuelto sin advertírmelo. Toco el gatillo, una bala me atraviesa la mano izquierda, y
pasa junto a la cabeza de Julio que duerme cerca. Se despierta sobresaltado. De la mano herida
mana abundante sangre: «Un poco más y aquí termina la revolución», dice serenamente.
Marzo 1925
Ratificación del Tratado Hay-Quesada. Manifestación oficial de agradecimiento a los Estados
Unidos. Un suplemento extraordinario de Juventud sale a la calle con manifiestos de la
Confederación de Estudiantes que estima un insulto a Cuba el acto. Firmamos Mella, yo,
Aureliano Sánchez, Emilio Álvarez Recio, alguien más que no recuerdo.
Isla de Pinos es cubana. Nada tenemos que agradecer porque no se hayan apropiado de lo
que es nuestro. Acordamos interferir el desfile. De la Universidad, donde nos concentramos, al
Malecón. Pasan Zayas y Machado en auto. Silbamos. Menudean los choques a lo largo de la
ruta. La manifestación se rompe por varias partes ante nuestro ataque. Mella es arrestado.
Forcejea con varios policías mientras lanza anatemas. Es llevado a una estación en San Lázaro.
Lo libertamos. De nuevo cae preso cerca de Prado. Le conducen más de diez policías mientras
arenga. Detrás de las máquinas azules marcha una demostración vociferante. En otro grupo
rompemos el desfile frente a Palacio. Caemos presos.
Juicio en Cuatro Caminos. Juez Leopoldo Sánchez; Fiscal, un sobrino de Zayas. Defensores,
Rubén Martínez Villena, Germán Wolter del Río, Eusebio Adolfo Hernández, Emilio Roig,
Orosmán Viamontes.
El Fiscal pide 180 días. Las declaraciones son desafiantes. Condena: Doscientos pesos de
multa. Mella riposta: «¡Con mi dinero no alimento parásitos!» Tumulto. Se sube en un sillón de
limpiabotas de Cuatro Caminos y apostrofa: «Para ti, juececillo venal, y para vosotros, esbirros,
sólo tengo la frase de Cambronne en Waterloo: M sois todos vosotros.» Un grito unánime: ¡a la
estatua de Martí!
Mitin frente a Martí. Hablo: ¡a Palacio! Choque con las reservas policíacas una cuadra antes.
Rompemos las filas azules. Julio sube sobre el pedestal de la estatua de Zayas y se dirige a los
balcones. Más policías, secretas, la guardia de Palacio: disparos y fusta. Cinco policías y
secretas pugnan por arrancar a Mella del pedestal. De su cabeza mana abundante sangre. Las
piedras juveniles llueven. Muchos heridos, Emilio Álvarez Recio, Israel Soto Barroso,
Maidique, Matías Barceló, Héctor Pagés, Cecilio Mella, otros. Mella va preso resistiendo el
enjambre de policías que lo conduce a la fuerza al Hospital. Gran Mitin Universitario en el Aula
Magna.
Septiembre 1925
Incidente personal con Méndez Peñate. Es expulsado por un año de la Universidad. Su carta al
Consejo Universitario es un notable documento humano.
Es curioso que al cabo de tres años de tempestades universitarias para reformar los Estatutos se
apliquen en su parte más reaccionaria, más injusta y más alejada del espíritu nuevo de la
Universidad, en su parte penal casualmente a uno de los que más lucharon por reformarla.
Mi expulsión es una venganza. A los vengadores no se les pide justicia; se les vence, o se les
emplaza para el día en que puedan ser vencidos. No es simplemente una venganza: ustedes, mejor
que yo, saben quienes son los más interesados en separarme de la Universidad y causarme el
supuesto daño de no ser doctor de la eficiente Facultad de Derecho. Es una venganza de hechos
anteriores y algunos sin conexión con el Alma Mater. Ciego será el que no lo vea.
Una vez expuestas mis ideas sobre este Auto de Fe en pleno siglo XX, nada más tengo que decir.
Vuelvo a repetir que ustedes no podrán hacer justicia, no porque sean injustos, sino porque tienen
un concepto distinto al mío de la justicia.
Me retiro de la Universidad satisfecho de haber servido en todos los instantes mis ideales, y de no
haber claudicado, ni haber recibido un solo beneficio de ella, como otros tantos que se vistieron
con el uniforme del reformismo para medrar.
Si algún día la Universidad merece tener historia se verá que este «hereje», expulsado ignominiosamente, ha hecho más por esta Casa de Estudios que todos sus jueces y acusadores cuando
pasaron por las aulas y tenían su edad.
¿Vanidad? ¿Orgullo?
Crean mis jueces que no. Tengo la firme convicción de hacer más en los años que me restan de
vida, por mi país y la humanidad, que lo hecho en la Universidad, y lo que han hecho hasta hoy
mis jueces.
Los saludo con afectuosa despedida, con la satisfacción del que se siente más libre, más ágil y más
fuerte para cargar con una nueva injusticia, cosa que no es denigrante, como sí lo sería no cargar
con la injusticia para caminar de rodillas por el peso de la felicidad y el bienestar adquiridos
mansamente al estilo de hoy.
Salud y muchos éxitos, ex-maestros.
Noviembre 1925
Machado decreta la vuelta de los profesores expulsados del 23 y la disolución de la FEU. Mella
es buscado por los estudiantes y penetra en la Universidad. El Anfiteatro de Medicina es un mar
de estudiantes. Mella preside: se debe salvar lo que queda de la reforma. El rector Fernández
Abreu intenta hablar. En las afueras gran despliegue de fuerzas policíacas. El general Mendieta
dice: «A ese Mella lo voy a coger a balazos», e intenta penetrar, Julio riposta, parodiando una
célebre frase: «Id y decid a vuestro amo que aquí estoy por la voluntad soberana de los
estudiantes, y que sólo por la fuerza de las bayonetas lograréis sacarme.» El Rector empeña su
palabra de honor garantizando la vida de Mella, y custodiado por los estudiantes evade el cerco
policíaco. Dos días después, el 27 de noviembre, es arrestado en el Centro Obrero de Zulueta
37, donde funciona esa noche la Universidad Popular José Martí. Pretexto: un petardo que ha
estallado en la taquilla del Teatro Payret, donde existe un conflicto obrero. Es administrador el
doctor Méndez Peñate. En la mañana ha habido una conferencia en Palacio entre Mascaró,
Fernández Abreu y Machado. Oliva Zaldívar, yo y otros, nos dirigimos al Aula Magna, donde
se celebra la tradicional velada. No logramos que los responsables del acto permitan anunciar el
arresto de Mella. Más tarde los directivos de las Asociaciones rectifican con una débil defensa
de Julio Antonio.
Recibo una nota de Julio: ha declarado la Huelga de Hambre. Comité «Pro-Libertad de
Mella». Actúo de Presidente. A medida que pasan los días se acentúa el hervor popular.
Demostraciones estudiantiles y obreras en toda la Isla. El Presidente Calle, el Senado Mexicano,
el Senado Argentino, El Cabildo Municipal de Buenos Aires, piden su libertad. Ramón
Vasconcelos y Germán Wolter escriben brillantes artículos en su defensa. En México, Nueva
York y Buenos Aires hay demostraciones ante los Consulados de Cuba. Millares de telegramas.
El Comité Pro-Libertad de Mella está en acción permanente. Orosmán Viamontes es el
abogado; Gustavo Aldereguía el médico. Forman parte del Comité, además, Rubén Martínez
Villena. Luis F. Bustamante y Jacobo Hurwitz, estudiantes peruanos exiliados por Leguía;
Gustavo Machado, Carlos Aponte, Salvador de la Plaza, Eduardo Machado, exiliados
venezolanos; Jorge Vivó, Aureliano Sánchez. Otros muchos estudiantes y obreros actúan junto
al Comité.
Hacia el día 17 de la huelga reunión angustiosa del Comité. Mella ha sufrido un grave
síncope. Aldereguía, alterado, informa que si no se pone fin a la huelga dentro de 24 horas
Mella morirá, porque no habrá posibilidad de recuperación ulterior. Julio le ha dicho: «Estoy
perdiendo la facultad de discernir. Queda a mis amigos tomar en lo adelante las decisiones.» El
dilema es: alimentar a Mella a la fuerza, o aceptar la responsabilidad de su muerte si no llega la
libertad en 24 o 48 horas. El Comité se divide. Menudean los incidentes personales y las
acusaciones exaltadas. Triunfa la opinión de que Machado no resistirá 24 horas más la presión
nacional e internacional. Sostuve este punto de vista. Mella es libertado. El Asno con Garras,
cuyo estribillo era: «A mí no me sopetea nadie. Si come lo suelto; si no se muere», se doblegó a
la opinión continental.
Diciembre 1925
Sale de Cuba: Honduras, Guatemala. Es detenido por falta de papeles. Calles le ofrece asilo en
México.
En Cuba queda la gran semilla sembrada por él: la nueva generación republicana tiene la
misión histórica de concluir la obra de los mambises: hacer a Cuba realmente libre e
independiente.
Junio 1926
Conflicto en el Instituto. Acuso a Mascaró. Ordena me formen Consejo de Disciplina. Los
alumnos toman el edificio. El Claustro se declara incompetente para juzgarme. Machado ordena
la toma militar del Instituto y nombra supervisor al coronel Espinosa. Germán Wolter que ha
presenciado los hechos, me salva de su furia homicida. Me resta una asignatura. Rehúso
examinarme bajo los militares. Casi al mismo tiempo desaparece Alfredo López, el gran líder
sindicalista. Levantamos la protesta en San Antonio de los Baños, en un acto de la U.P. Acuso a
Machado y a Zayas Bazán. Recibo aviso a través de Manuel Secades Japón, consultor de
Gobernación, de que peligra mi vida a la primera actividad pública. Llega el panfleto de Mella
«El grito de los mártires»: Varona, Cuxart, Grant, Alfredo López. La persecución arrecia. La
U.P. y la Liga acuerdan enviarme como delegado a un Congreso Mundial contra el
Imperialismo y la Opresión Colonial que ha sido convocado en Bruselas para febrero de 1927.
Noviembre 1926
Salgo de Cuba. A fines de enero llega Julio Antonio a París. Vamos a Bruselas. Allí están
Nehru, el discípulo de Gandhi, actual premier de la India, los delegados del Kuomintang, que
marchan entonces victoriosamente hacia el norte, José Vasconcelos, Ramón P. Denegri,
Ministro de México en Berlín, Haya de la Torre, otros muchos hombres y mujeres de la
América y el mundo.
Mella es electo al Presidium por la América Latina y redacta la tesis sobre América. Visita a
la URSS. En abril retorna a México. En noviembre, 1927, Décimo Aniversario de la Revolución
Rusa, visito a la URSS en compañía de Sergio Carbó. Abril en París. Llegan los estudiantes del
27. Se habla de Cuba. Interrumpo los estudios. Voy a México. En México Mella es Secretario
Continental de la Liga Antimperialista de las Américas, libra batallas Pro Sandino con el
Comité Manos Fuera de Nicaragua, editorializa en los periódicos obreros mexicanos. Cuando
no es en una Liga agraria, está con los mineros de Jalisco. Funda la Asociación de los Nuevos
Emigrados Revolucionarios de Cuba. Están allí exiliados Alejandro Barreiro, viejo líder
cigarrero, Sandalio Junco, Manuel Cotoño, Antonio Puerta, Teodosio Montalván, José Antonio
Inclán, Aureliano Sánchez, otros.
Se redacta el programa de la ANERC. Es el primer documento político en que se precisan
concretamente los objetivos de la revolución, con un fuerte contenido económico de liberación
nacional. Es un programa moderado y democrático. Cuba Libre, nuestro órgano, entra
clandestinamente en Cuba.
Mella ha madurado políticamente en México. Su pensamiento es siempre claro, con una
como avizoración genial del futuro, pero hay en él una comprensión más realista del momento
cubano y de las frases de la liberación. En la tribuna su palabra ha perdido algo del brillo
tempestuoso, pero ha ganado en precisión, reciedumbre y objetividad. Es siempre el gran
compañero fraternal, el guía el amor y la ayuda para todo el que llega de Cuba.
En México se le ama. Todos cuantos le conocen sienten el influjo de su atrayente y
extraordinaria personalidad. Una suerte de simpatía contagiosa, de atracción, que se revela ya en
la tribuna o en el trato personal. Trabaja entonces seriamente en un libro al que faltan dos
capítulos ¿Hacia dónde va Cuba?
La patria lejana le obsede. En agosto se pierde de Ciudad México. Nos enteramos que ha
estado en Veracruz buscando las posibilidades de entrar ilegalmente en Cuba. En septiembre
tiene una reservada entrevista conmigo: se decide mi viaje a Cuba. Debo ver a los nacionalistas
en La Habana y entrevistarme con el coronel Mendieta. Tenemos armas de un alijo
primitivamente destinado contra Juan Vicente Gómez. Es preciso tantear las posibilidades de un
movimiento armado conjunto. Nos encargaremos de hacer llegar las armas en una expedición.
Octubre 10. Llego a La Habana en un buque de carga de Tampico. Veo al general Peraza.
Precisamos una entrevista con Mendieta. De México han llegado informes de los agentes de
Machado sobre mi desaparición. Se me supone en Cuba. Soy localizado; y un día de noviembre
me arrestan tres agentes: Castillo de la Fuerza. Son ya cuatro; y me conducen a la Cabaña.
El teniente Rafael Cebasco, me dice: «Deme su nombre para mi conocimiento personal.
Aquí no consta que usted ha entrado.» Se sorprende: es íntimo amigo de un hermano mío. «Su
situación es gravísima.» Se me recluye en la misma celda donde han estado Yalob y Bouzón,
arrojados a los tiburones de la bahía poco antes, y en la cual se ha vuelto loco Germinal. La
reconozco por los letreros en las paredes. Las rayas van marcando en trazos angustiados el paso
de los días. Bajo las rayas una frase; «123 días preso. Mi mujer y mis hijos se morirán de
hambre, y yo de sufrimiento y de frío. Oh, implacable tiranía.» Otros muchos letreros. A media
noche vienen en mi busca. El teniente se niega a entregarme: El coronel Aguado no está y no lo
hará sin orden suya. Se argumenta. Alega su ignorancia. Hace poco que ha sido trasladado del
interior y desempeña el cargo.
Amanece: me creo a salvo. Gestiones familiares y de amigos con el Gobierno. Primero se
niega; después se admite. Estoy absolutamente incomunicado. Días después se me extrae de la
prisión: a la Judicial y el barco. Alguien en las oficinas de la Judicial se me acerca: «Hay un
plan para asesinar a Mella. Sale gente de aquí. La información la tenemos del propio Palacio.»
Deportado a los Estados Unidos.
El 27 de noviembre salgo de Cuba. Le escribo extensamente a Julio: seguridad de que ha
salido gente de Cuba para suprimirlo. Debe tomar precauciones. Insisto en toda mi carta sobre
ello. La fuente de la noticia es de crédito. La carta, única pieza de convicción en los inicios, es
ocupada en las habitaciones de Julio Antonio, e incorporada al proceso.
El 11 de diciembre llega a México José Magriñat, encargado de la dirección técnica del
asesinato. Recibo una carta de Mella contestándome. En la carta una frase: «Hemos recibido
recados de uno que acaba de llegar de Cuba con noticias.» En otra carta posterior que recibo
hacia el 1º de enero: «el amigo que nos trajo los informes de Cuba, sabes quien es, el amigo de
Menocal famoso, nos parece sospechoso».
El 10 de enero muere Julio en las circunstancias conocidas. El 23 de enero en el Madison
Square Garden, ante más de veinte mil personas, dije, en nombre de Cuba, las palabras que la
emoción indignada y el inconsolable dolor cubano me dictaban.
He conocido a todos los líderes del movimiento revolucionario cubano y a muchos en
América. No he conocido a ninguno que reuniese el conjunto de excepcionales cualidades de
Julio Antonio Mella. Se ha de juzgar a esta figura de nuestro país no por lo que hizo, con ser
mucho, sino por lo que pudo haber hecho y no le permitieron hacer. Murió a los 25 años.
Se ha de situar a Mella en un momento cubano en que no han cuajado aún las condiciones
políticas y ambientales para un radio de acción personal de más grande magnitud histórica.
Personalidad magnética, prestancia física, inteligencia clarísima, de anticipaciones geniales,
singular talento político para apresar la realidad circundante, pero con un sentido del buceo
profundo y panorámico de las causas últimas y finales. Austeridad personal, metódico en el
estudio y el trabajo, capacidad organizadora, excepcional dominio de la multitud en el mitin y la
calle.
Orgánicamente era una rara síntesis de unidad del pensamiento y de la acción: su ideal de
perfección individual. Parecía envolverlo una tensa y cálida onda humana: exuberancia alegre
de vivir y de hacer. Fue y será por siempre un arquetipo de la juventud: el más completo líder,
en cualidades potenciales, que ha producido Cuba republicana.
Nadie podrá arrebatarle la gran gloria de haber sido el INICIADOR de un proceso histórico
hacia fines cubanos más altos.
1970
Pedro Luis Padrón
Recuerdos de un compañero de prisión*
[…]
Su encuentro con Mella
Preguntamos a José Luis Fernández en qué circunstancia conoció a Julio Antonio Mella y su
impresión sobre el recio líder antimperialista:
—Conocí a Julio Antonio Mella —nos respondió— un día que coincidí con Alfredo López
en la imprenta de la Sociedad de Torcedores, en Figuras 35. Mella llegó para entregar un trabajo
y fui presentado a él por Alfredo López. Puedo decir que desde el primer momento me
impresionó su personalidad. Su complexión física, pese a su juventud, le hacía aparecer un
hombre de más edad.
Después de aquel encuentro lo veía frecuentemente en el local del Centro Obrero. En muchas
ocasiones hablábamos con Mella dirigentes de organizaciones obreras, sobre temas relacionados
con las luchas revolucionarias de los trabajadores.
De una brillante inteligencia y vasta cultura, Mella cautivaba la atención de todos los que
escuchaban su disertación y aprendíamos de economía, sociología y política internacional.
Sobre algo [a] que quiero referirme muy especialmente es [a] la profunda admiración que
sentía Mella por José Martí. Siempre su conversación estaba matizada con los pensamientos y el
ejemplo de Martí. Y puede afirmarse que ellos ejercieron una gran influencia en el compañero
Mella. Esto explica su temprana formación revolucionaria antimperialista.
* Entrevista a José Luis Fernández, cuando este tenía 81 años. Tomado de Granma [La Habana], 20 de agosto de 1970.
La causa 1439
Pedimos a José Luis Fernández que nos hable sobre la radicación de la causa 1439 en
noviembre de 1925 y sobre aquel hecho que determinó la huelga de hambre de Julio Antonio
Mella, nos hizo este relato:
—En el mes de septiembre de 1925, a Julio Antonio Mella y a un grupo de dirigentes de
organizaciones obreras se nos detuvo por la policía machadista, acusados de conspiración para
la sedición, por cuyo motivo el Juez de Instrucción de la Sección Segunda instruyó la causa
1361. En días posteriores se nos dejó en libertad provisional mediante el depósito de fianza de
mil pesos. Pero en noviembre, Machado ordenó al Fiscal del Tribunal Supremo que se radicara
una nueva causa, la 1439, por infracción de la Ley de Explosivos y que todos los procesados
fuéramos excluidos de fianza.
Era evidente en aquellos días que la incansable actividad revolucionaria de Julio Antonio
Mella preocupaba a la Embajada de los Estados Unidos y al régimen de Machado. Mella se
había situado como el líder indiscutible del estudiantado con la realización del Primer Congreso
Nacional de Estudiantes en 1923. Gozaba de gran prestigio y autoridad entre los trabajadores
por su identificación con la lucha del proletariado por mejorar sus condiciones de trabajo y vida.
Para el imperialismo y Machado, Julio Antonio Mella era un elemento peligroso por el hecho
de haber constituido la Universidad Popular José Martí con el propósito de llevar la instrucción
y la cultura a los trabajadores. […]
Para los yanquis y su gobierno nacional lacayo estos antecedentes eran suficientes para
confinar en la prisión a Julio Antonio Mella y a todos los que desde la dirección de los
sindicatos aceptábamos sus correctas orientaciones sociales y políticas.
La huelga de hambre
Inquirimos de José Luis Fernández respecto de cómo se produjo la decisión de Mella de
declararse en huelga de hambre en protesta por la arbitraria detención ordenada por Machado.
—Nosotros ingresamos en las galeras de la cárcel de La Habana, situada entonces en Prado
no. 1, el 29 noviembre de 1925. Mella había sido detenido el día 27. Al siguiente día se presentó
en la Cárcel el Secretario de Justicia, Jesús María Barraqué, para disponer que Mella y el resto
de los detenidos fueran alojados en una sola galera, que en este caso fue la número 5. Por rara
coincidencia apareció el secretario de Gobernación, Rogerio Zayas Bazán. Este enemigo de la
clase obrera cubana adoptó la demagógica pose de sentir preocupación por nuestro confort
dentro del penal. A presencia nuestra dio instrucciones al alcaide para que pintaran la mugrienta
galera, pusieron petates nuevos a las camas, se situara una mesa para comer y se nos permitiera
visita.
En torno a aquella rústica mesa nos sentábamos para escuchar las charlas de Mella sobre el
desarrollo de la Revolución en la Unión Soviética y de la necesidad de llevar a cabo una
Revolución en Cuba que transformara el régimen imperante y estableciera un gobierno de
obreros y campesinos. En muchas ocasiones señalaba Mella que la solución del drama de Cuba
no estaba en el cambio de nombre, por otro en el poder, sino la toma del poder por la clase
obrera.
Julio Antonio Mella y Alfredo López sentían mutuamente un afecto de hermanos. Sus
pensamientos eran coincidentes en el análisis de esos problemas. Puedo afirmar que si Mella
manifestaba gran respeto y admiración por Alfredo López, también él, sentía igual respeto y
admiración por la integridad revolucionaria de Mella.
[…]
En los primeros días del mes de diciembre, el 4 ó 5, una comisión de estudiantes visitó a
Mella. Recuerdo que en el grupo estaba el doctor Gustavo Aldereguía. Después de aquella
conversación, Mella no se acercó a la rústica mesa. El detalle preocupó a Alfredo López. Se
acercó a Mella y después de una breve conversación vino junto a nosotros y dijo:
—Mella ha decidido no ingerir alimentos hasta que todos seamos liberados.
La decisión produjo una gran impresión a todos. Fueron inútiles cuantas apelaciones se le
hicieron para que revocara su decisión.
Recuerdo que estaba acostado sobre el camastro, postrado por los días de ayuno. Todos
estábamos atentos a acudir en su ayuda. Cuando pedía agua me acercaba con el recipiente. Él
extendía la mano con trabajo y lo ayudaba a ingerir el líquido a la par que le decía:
—Chico, te vas a dejar morir tomando buchitos de agua.
—Con esto puedo aguantarme, compañero, el gobierno tendrá que «morder el cordobán» y
libertarnos a todos. No hay otra alternativa: ¡Libertad o Muerte!
El día que sacaron a Mella de la prisión para trasladarlo a la Quinta de Dependientes ayudé a
cargar la camilla hasta la ambulancia. Cuando el vehículo partió nos confortaba la entereza de
este ejemplar revolucionario, que desde una cama movilizó la protesta de todo el pueblo y
obligó al régimen a abrirnos las rejas de la prisión.
Aquella huelga de hambre de Mella fue un ejemplo aleccionador de firmeza y convicción
revolucionarias.
1970
Caridad Proenza
En Banes*
1
Esta vez los obreros de Banes, lugar donde yo vivía, invitaron a Julio Antonio Mella a un acto o
a varios actos que se iban a celebrar. Uno de estos actos se realizó en el parque del pueblo. Julio
Antonio Mella llegó en la tarde junto a un compañero que también era bastante recordado en
Cuba, Leonardo Fernández Sánchez. Allí todos los estudiantes lo recibimos y estábamos
entusiasmados, sabíamos de las cosas que había hecho y de su actitud antimperialista. Toda la
gente acudió al mitin. Una de mis tías recordaba mucho una frase que a ella se le grabó, porque
él hablaba tan expresivamente, para que el pueblo entendiera las cosas. Él decía: «Cambiamos
de modo de ser y tenemos que cambiar la política cubana porque nadie puede volver a ponerse
la camiseta que le pusieron el día que nació, porque ya no le sirve. Entonces en política pasa
igual, ya no nos sirve y tenemos que ir hacia un avance.» El pueblo estaba realmente fascinado
con sus palabras.
Tengo varias fotografías de ese viaje porque todos los jóvenes que empezábamos en el
bachillerato andábamos con él para todos lados: a los jardines, a las fuentes. Cuando estábamos
haciendo el recorrido nos paramos para observar las tierras altas de Holguín y él decía: «Yo a
donde quiero ir es a aquella montaña.» Se interesaba mucho por todo. Tenía un gran
magnetismo, y como no sólo su belleza era en la inteligencia y en su actitud en la lucha social,
sino que tenía una belleza física extraordinaria. Luego, seguimos escribiéndonos con él en
relación con los obreros de mi pueblo, que estaban organizados, y los estudiantes también
estábamos organizados. Él nos siguió escribiendo, inclusive desde México. Desgraciadamente la
policía de Machado nos arrebató toda esa correspondencia que nosotros conservábamos como
algo histórico, porque él nunca escribió una nota donde no tratara asuntos de trascendencia
política y social para Cuba y siempre antimperialista.
1983
* Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 82-83.
(El título atribuido, AC.)
1
La visita de Mella a Banes ocurrió en febrero de 1925.
Adelina Zendejas
Un recuerdo inolvidable*
Volví a verlo en un mitin antimperialista celebrado en el Hemiciclo a Juárez. ¡Es uno de los
recuerdos más inolvidables! Julio Antonio tenía una figura física como la de un apolo, era un
hombre atractivo, además poseía una voz cálida, profunda, convincente, que atraía e
impresionaba al auditorio, casi podría decir que fascinaba. Concurrimos al acto como unas mil
personas, muchos obreros y estudiantes y encantó, porque explicó con una sencillez, claridad y
profundidad extraordinaria el significado del imperialismo, en un lenguaje a veces literario, sin
perderse en vaciedades, dando hermosura a la expresión.
[…]
En 1939 volví a ver a Tina Modotti. Estuvimos conversando mucho, porque ella pasó una
temporada en mi hogar. Un día me dijo: «Este barrio lo conozco muy bien, ha cambiado, pero
tiene los mismos comercios. Me duele volver aquí, sin embargo, me agrada, porque a veces
pienso que me voy a encontrar con Mella. He tratado a muchos dirigentes comunistas, en los
Estados Unidos y en Europa y jamás encontré en ninguno la profundidad de Julio Antonio.»
Me contó las cosas de ternura y cariño de Julio. «Era arrogante», me dijo, «en apariencia;
quizá su obsesión por Cuba y su voluntad indomable de ser cada día más comunista, pero en la
intimidad descubría su sensibilidad y ternura».
También habló Tina de las veces, cuando ella tenía reunión en el Partido y él llegaba antes a
la casa o se había ido para terminar sus escritos, Tina encontraba la comida hecha, la mesa
puesta y casi siempre algo de adorno en ella (una fruta, una florecita), o le dejaba una notita:
«Hoy no podemos comer juntos», «Me voy pensando en ti», «Te esperé y no te encontré.»
Para ella era una cosa increíble que Mella la hubiera querido. Tina no lo dejó de amar nunca.
Su trágica muerte, sucedida en un taxi cuando se dirigía a su hogar, la condujo a la Sexta
Delegación de la policía, y al buscar en su bolso los datos o documentos para su identificación,
los investigadores encontraron el retrato de Julio Antonio que siempre llevó consigo.
1983
* Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F, Ediciones El Caballito, 1983, pp. 25, 27.
(Título atribuido, AC.)
Carlos Zapata Varela
Un gran dirigente*
[Asociación de Estudiantes Proletarios (1928)]
[…] le entregamos un cariño extraordinario y lo admiramos, porque no solamente era el
muchacho valiente, luchador, sino que era el máximo orientador, su palabra siempre se
escuchaba con respeto y siempre le reconocíamos autoridad en sus expresiones. Era elocuente,
su elocuencia no caía en la elocuencia un poco barroca de aquellos tiempos, era de metáforas
eficientes. Él no trataba de usar bellas palabras o metáforas hiladas con consonancias y
exposiciones verbales, sino que escogía las palabras justas para expresar sus conceptos claros y
precisos. Su calidad como orador en ese sentido era notable, también para nosotros porque
nosotros todavía traíamos un rezago en oratoria romántica un poco literaria pero la oratoria de él
era profundamente política y al abordar los problemas sabía decir cada una de las cosas por su
nombre, describir situaciones sin el adorno de las metáforas.
[Sobre Tren Blindado]
Recuerdo que la iniciativa de este periódico, que debe haber tenido una vida corta, fue de Mella.
En verdad muchos de nosotros no sabíamos por qué Mella había puesto ese nombre para nuestro
periódico hasta que leímos por indicación de él una novela rusa de Vsevelod Ivánov que se
llama El tren blindado. […]
Era un gran dirigente, con gran sentido de la dignidad personal. Después de la huelga, Mella
se dedicó a las actividades de los exiliados cubanos para combatir la dictadura machadista y
sabíamos que él estaba dedicado a eso, pero él no nos pedía que lo acompañáramos en esa
lucha, era la lucha de él y de los cubanos que estaban en México. Tenía un gran sentido de la
dignidad de él mismo y de la dignidad de los demás. No trató de arrastrarnos ni obligarnos,
como hubiera podido hacerlo fácilmente. En realidad es el símbolo de una decisión de lucha y
con gusto lo secundamos y sacamos el periódico.
Era un periódico que prácticamente no se vendía, sino que se regalaba por las calles, a los
transeúntes. Les enseñábamos un ejemplar y les pedíamos dinero para sacar el siguiente número
y así no podíamos ni atenernos al producto de la venta del periódico ni tampoco a los anuncios
porque no había esas condiciones.
1983
* Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos. México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 31-32.
(Título atribuido, A.C.)
Alejandro Gómez Arias
Introvertido y silencioso*
Yo diría que Mella era un hombre impregnado de la lucha contra la dictadura de Machado y las
actividades del Partido Comunista, principalmente en lo que corresponde al imperialismo. […]
Era un hombre que cuando no estaba en el mitin o en la tribuna se mostraba introvertido. Puso
siempre dentro de la Escuela una especie de muro de silencio entre nosotros y su propia
personalidad; no era hasta dónde yo lo recuerde, el tipo de cubano alegre. Me daba la impresión
de ser un hombre poseído de ciertas ideas que lo hacían retrospectivo y silencioso. Era
físicamente muy atractivo. Hay una foto hecha por Tina Modotti donde lo recoge así, lo
recuerda como era él, un tipo varonil y arrogante.
[…]
Lo recuerdo siempre sentado en las últimas filas; sin embargo, siempre que el maestro lo
interrogaba, cosa que a mí me parecía extraña, resultaba que él sabía la clase. Era en cierto
sentido un buen estudiante, aunque yo siempre lo sentí poseído de un espíritu crítico. Como
buen marxista él tenía una idea distinta de muchas de las materias que se impartían. Esto le daba
a Julio Antonio Mella, yo no diría que una cierta arrogancia, sino una seguridad que lo separaba
un poco. No era un joven que participara en las cosas estudiantiles universitarias. No por
arrogancia, sino porque él estaba entregado a otras cosas que para él eran mucho más
importantes: su regreso a Cuba, que en él era obsesivo, y su entrega total en la lucha contra el
imperialismo. La gran masa estudiantil de mi tiempo tenía otras preocupaciones, y un grupo que
puedo llamar minoritario formaba parte del Partido Comunista, o de las actividades
antimperialistas de la época. Un grupo reducido, por supuesto, muy bien organizado y muy
combativo, con la claridad de la estrategia del pensamiento que da una condición política muy
depurada.
En cambio, los estudiantes mexicanos buscaban ese camino a través de los causes torcidos y
deformados de la Revolución Mexicana; esto lleva a la gran masa de estudiantes hacia la lucha
vasconcelista, en tanto el núcleo antimperialista, comunista, se mantiene firme en la posición
que lo lleva en 1929 a lanzar un candidato comunista a la presidencia.
[…]
Yo conocí a Julio Antonio Mella a través de dos conductos. Primero, el personaje como
estudiante, era un cauce para conocerlo. Otro, por una persona amiga íntima de Tina. Me refiero
a Frida Khalo. Frida me hablaba mucho de Tina. Fue por Tina que Frida cambió hasta el estilo
de vestirse. Usaba una falda y una blusa negra, tenía un broche con una hoz y un martillo, regalo
de Tina, tal como está pintada en un cuadro de la Secretaría de Educación, así se vestía.
[…]
Hubo grandes manifestaciones de protestas por el crimen, porque Mella era admirado. Él
representaba, para los jóvenes de entonces, un poco de héroe sacrificado. Nuestra mentalidad
estaba hecha con la lectura de novelas soviéticas y la lucha de los jóvenes soviéticos en la
participación de un nuevo mundo de ideas, y Mella representaba eso.
1983
* Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, p. 59-60,
61. (El título es atribuido, AC.)
Rafael Carrillo Azpeitía
Un hombre encantador, muy carismático*
Como militante, se unió de inmediato a nosotros en el trabajo que era más idóneo a su
idiosincrasia; él era un periodista nato […]. En la URSS había hablado con los dirigentes
sindicales de los ferroviarios, porque a nosotros nos gustaría mucho contar con la colaboración
de los ferroviarios mexicanos, les pregunté sobre el periódico, la redacción del periódico y me
cautivó la organización de corresponsales que tenía a lo largo de la Unión Soviética, que
proveían de una manera sistemática al periódico, extraordinaria página que se llamaba
«Gudok», que quiere decir sirena de locomotora.
Cuando regresé le dije a Mella: «Mira, he tenido estas impresiones con los compañeros
soviéticos y me parece que todos nuestros periódicos deben seguir a esas extraordinarias
gentes.» Porque lo que hacía el periódico sindical, lo hacía el periódico del Ejército Rojo y lo
hacían todas las publicaciones. Era una liga humana, viva, vital y proveían un material
extraordinariamente rico. Entonces entre él y yo hicimos lo que pudiera ser el decálogo del
corresponsal, es como se llama. Ahí mostró un carnet que hicimos especial. Xavier Guerrero era
otro de los compañeros que hacía el editorial. Mella se encargó de manejar todo, porque a él le
entusiasmó de tal manera que acogió la cosa con todo interés. Y teníamos a Rosendo Gómez
Lorenzo, el hombre que nos enseñó a escribir, nos obligaba a escribir en español. Siempre había
esa crítica que hay en toda redacción. Esto le dio un contenido al periódico y una riqueza muy
grande y permitió a El Machete, que así se llamaba el periódico nuestro, vivir incluso en las
condiciones de clandestinidad, porque muchos corresponsales que eran del Partido siguieron
recibiendo el periódico de forma ilegal y siguieron informando de todo lo que pasaba en el
interior del país.
* Fragmento tomado de Adys Cupull. Julio Antonio Mella en los mexicanos, México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 56-57.
(Título atribuido, AC.)
[…]
El local del periódico estaba en una vecindad en la calle de Lerdo de Tejada, allá por
Nonoalco. Allí nos protegían los de la Unión de Carpinteros y Similares de la Sociedad de los
Ferrocarrileros, que eran herencia de los sindicatos y hermandades ferroviarias. Venían los
niños de la vecindad, niños pobres, hijos de los obreros que vivían por allí y se metían a tocarlo
todo. Recuerdo que un día, una niña llegó y se puso a tocar la máquina de escribir y a querer
escribir en ella y Julio Antonio Mella se acercó y de forma cariñosa le dijo: «¿Por qué mejor no
te tocas las nalguitas?»
[…]
Tina fue una mujer extraordinaria, tanto por su trabajo en México, como por su militancia en
la Guerra Civil Española.
Hay que preguntarles a los españoles sobre el recuerdo que guardan de Tina. En Madrid se
portó con una abnegación, con un sentido de responsabilidad extraordinaria. En una serie de
números de El Machete, encontramos fotografías muy buenas de Tina, y fue Mella quien
influyó definitivamente en la orientación política y artística, porque ella era una gran fotógrafa,
pero con la preocupación del que fue educado por un gran fotógrafo norteamericano, que se
llamaba Edward Weston. Pero son las cosas del oficio, muy de oficio, desligado del contenido
social y humano del asunto. Entonces Tina fue guiada por Julio Antonio Mella a ver a la gente
cómo sufría, cómo vivía, cómo luchaba y hay una gran cantidad de fotos que recogen esto.
[…]
Julio Antonio Mella tenía una gran personalidad; un hombre encantador, con una entereza,
muy carismático, un gran orador, buen periodista, con gran sentido de pueblo, que se ganaba a
todos los mexicanos que conocía. Era un hombre muy guapo, era atleta, estaba en el equipo de
remo de la Universidad de la Habana. Él fue de la dirección del Partido Comunista de México.
Pertenecía al Buró Político. Fue siempre bien mirado y el hecho de ser cubano era motivo de ser
tratado con mucho cariño por nosotros.
Mella me decía que deseaba tener tres cosas para su trabajo: una máquina para escribir, un
pluma fuente y una motocicleta. La pluma se la regalé yo; la máquina de escribir se la consiguió
él; la motocicleta no llegó a tenerla.
1983
José Zacarías Tallet
Reminiscencias de Mella*
Recuerdo a Julio en su despacho de la Sociedad de Torcedores, ya líder comunista de
arrebatadora verba.
Nunca olvidaré mi estrecha amistad con aquel conductor de hombres cuyo calibre en pocos
he conocido.
Aunque sabía de la actuación de Mella en la Universidad no lo conocía personalmente. Yo
era delegado, junto con Martínez Villena, de la Falange de Acción Cubana (asociación fundada
por los participantes en la Protesta de los Trece) en el Movimiento de Veteranos y Patriotas,
cuyo objetivo era imponer por las armas «un gobierno honrado en nuestra patria».
Un día se personó Mella en el local de Veteranos y Patriotas y ofreció dramáticamente al
movimiento regenerador «los seiscientos brazos de los trescientos estudiantes» que él presidía.
Así conocí a Mella y a poco era su amigo. Nos veíamos diariamente. Recuerdo que un día lo
acompañaba yo hasta su casa, sita en los altos de la sastrería que tenía su padre en la calle de
Obispo. Poco antes de llegar a su domicilio, nos hirió la vista un infeliz pordiosero que a duras
penas arrastraba su humanidad contrahecha pidiendo limosna. Julio se conmovió visiblemente
indignado. «Para evitar —exclamó— que puedan producirse estos espectáculos y otros
parecidos hay que luchar hasta la muerte.»
Como es de sobra sabido Mella fundó la Universidad Popular José Martí, a la que tuve el
honor de pertenecer.
[…]
Mella figuró entre los que fundamos la revista Venezuela Libre, formó parte de su dirección
colegiada y escribió para la misma. Por entonces dediqué a Julio un poema que calificó de
«feroz». Creo que no llegó a publicarse en aquella época. Se titula «Exhortación al
1
iconoclasta», aparecido en mi libro Poesía y prosa.
Cuando la huelga de hambre de Mella, este (tan amante de la Universidad Popular que la
llamaba «La hija querida de sus sueños») desde su lecho de moribundo nos pidió a Rubén
Martínez Villena y a mí que la inscribiéramos en el Gobierno Provincial para protegerla.
Fuimos a dicho departamento público, donde la anotamos. Rubén como secretario y yo como
presidente. Realmente lo fuimos sólo en el papel, porque a los pocos días el Gobierno clausuró
la Universidad Popular.
1985
* Fragmento tomado de Alma Mater [La Habana], enero, 1985, p. 7.
1 Véase en la sección de poemas.
Baltasar Dromundo
Dignidad y decencia en las relaciones
entre los dos*
I
Lo que nos unía no se puede describir con una palabra. En gran parte fue la pobreza la que,
como se sabe, hace que uno aprecie particularmente el valor de una amistad. Para los
estudiantes había en aquel tiempo una casa donde uno podía dormir gratuitamente, y Julio
Antonio la frecuentaba mucho. Después de las clases en la Facultad de Derecho solíamos
encontrarnos en un pequeño café cuyo dueño era un chino y donde podíamos comer barato y
discutir hasta entrada la noche. Nuestras discusiones eran violentas y no tenían fin, porque yo no
era comunista. Si hubiera llegado a serlo, hubiera sido por Julio Antonio… A partir de algún
momento, él empezó a aparecer en compañía de Tina, y cuando me di cuenta que los unía algo
más que su ideología común, esto me pareció la cosa más natural del mundo. Lo que me
sorprendió agradablemente fue que mi amigo no se distanciara de mí a causa de su nuevo amor,
tal como suelen hacerlo muchos enamorados. Al contrario: los dos me incluían sin muchas
palabras en su relación, y en lugar de un amigo, de pronto tenía dos…
II
La puerta de su pequeño apartamento estaba siempre abierta para sus amigos. Muchas veces
alojaban a cubanos recién escapados del infierno machadista y que aún no tenían casa en
México. No sé cómo se las arreglaban, pero siempre encontraban la posibilidad de ofrecerles
algo a los invitados. Lo que nunca faltaba era lo que Tina amaba particularmente: un vaso de
vino tinto. Ninguno de los dos tenía grandes ingresos. Además, todo lo que tenían, se lo daban
al Partido.[…] Si quieres que yo describa la relación entre los dos, yo diría que había, por
encima de todo, dignidad y decencia. Nunca hubo entre ellos algo vulgar, una frase, una palabra,
un gesto… Tina era tranquila y suave. Julio, por su parte, era muy nervioso. Su nerviosismo, su
entusiasmo contagioso, todo esto te cautivaba inmediatamente. Cuando hablaba de algo, lo
hacía con una gran pasión. Incluso en las pláticas entre pocas personas, se notaba que era un
orador nato. No acostumbraba los monólogos. Le gustaba el diálogo y era él quien siempre
predominaba. Era un marxista-leninista incondicional. Todo lo demás carecía para él de
importancia. El fuego que había dentro de este hombre, debió haber ejercido una gran atracción
sobre Tina. Lo mismo me pasó a mí, que no soy comunista. Ellos dos estaban ligados por una
ideología común, y, además, no olvides la irradiación física de Mella. Medía por lo menos [un]
metro ochenta y seis, quizás algo más. No era grueso, sino sencillamente fuerte. Su físico y su
conducta impresionaban a Tina. Además, había algo que no debemos olvidar: ella era italiana y
los italianos son muy pasionales. En este sentido Tina no era ninguna excepción. Sin embargo,
en público eran increíblemente discretos. Cuando una persona está enamorada, esto se le nota
enseguida, ¿verdad? El caso de Tina y Julio fue distinto: cuando estaban en compañía de otros,
hablaban, sin cesar, de sus ideas, de su trabajo, cosa que hasta podía ser aburrida para los demás.
Nunca he oído que uno dijera al otro: qué bella estás hoy… Hoy estás más guapo que ayer… u
otras estupideces al estilo.
* Tomado de Christiane Barckhausen-Canale. Verdad y leyenda de Tina Modotti. La Habana, Casa de las Américas, 1989, pp. 140141, 146-147.
Textos poéticos y narrativos.
Canciones
Dirigentes de la FEUH junto al Alma Mater. Al centro Julio A. Mella y Felio
Marinello. Al extremo izquierdo Rafael Jorge Sánchez Aballí y Modestín Morales.
A la extrema derecha Manuel Carlos Gutiérrez, Jaime Suárez Murias, Félix Ramón
Guardiola, Antonio Tella y Jorge, Rafael Casado Romay y Ramón Calvo.
Universidad de la Habana, febrero de 1923.
Sindo Garay
Oración por todos*
1
[A Julio Antonio Mella ]
Cuando contemplo mi patrio suelo
y sus penumbras, al despertar,
me abruma entonces el pensamiento,
y creo firme en un más allá…
¡Cuántos misterios encierra Cuba!
¡Cómo conspira la cruel maldad!
Hundiendo todo lo que es más útil,
la patria entera, su libertad.
1925
* Tomado de Carmela León. Sindo Garay: memorias de un trovador. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1990, p. 126.
1
Sindo Garay contó que había conocido a Mella en el café Vista Alegre (sito en San Lázaro y Belascoaín): «[L]e canté dos o tres
cosas que le gustaron mucho, entre ellas una que, para entonces, tenía como dos años de haberla compuesto, pero como no la
había cantado tanto era natural que casi no se conociera:
Aún quedan indios
Luchando siempre hacerte libre
de hijos espurios de frío sol,
que no ha pasado por el candente,
de allá de Oriente, limpio crisol.
No más siniestros de luto eterno,
no más fatiga en nuestra grey,
un Agramonte en Camagüey
que es todo sangre de siboney…
[…] Comprendí que él quería oírme sin la presencia de nadie, porque cuando vio el camarero, él mismo le dijo: «No queremos
aretes.» Esta frase de él la recuerdo muy bien. Me di cuenta de que Mella se sentía emocionado con mis canciones, y allí mismo,
en el café Vista Alegre, le hice una canción y se la dediqué: Oración por todos […]
Así le canté a Julio Antonio Mella, a quien poco después Machado mandó a asesinar en México. Me acuerdo de que Mella le
decía a Machado «El Mussolini tropical» (pp. 125-126).
Las madrecitas2
Cuando el sol de la conciencia de los hombres
ilumine con su libre resplandor,
viviremos con el alma esclarecida
y el mundo entero nos dará valor.
Las ancianas madrecitas no sufrieran
los desastres que desatan los errores,
ni los hijos de la patria se sintieran,
ni el destino negro fuera tan feroz.
¿1929?
2
Luz Milián Pérez encontró la canción grabada por su autor en la Fonoteca de Radio Rebelde. Véase «Memoria fotográfica de un
líder» en este libro.
José Z. Tallet
Exhortación al iconoclasta*
¡Iconoclasta!
Ya llegó la hora de aullar con aullido siniestro,
que espante los ánimos hasta
las reconditeces más ocultas: «¡Basta!
¡No más padre, ni dios, ni maestro!»
Ya llegó la hora de crispar la mano
y empuñar el hacha con nervioso a un tiempo
[que exhultante gesto,
y olvidar que eres hermano del género humano
[si quieres,
en cada viviente, mañana, despierto,
[tener un hermano.
Ya sonó la hora. No demores. Presto
requiere la aguda piqueta, el recio martillo,
[la maza robusta
que astille los huesos contundentemente;
la bárbara honda, el dardo ligero, la daga sutil,
el ariete arcaico, la rústica azada, el hierro candente;
y usa del puño rotundo, la uña y el diente;
y para el cobarde, la bota; y la fusta,
para el hipócrita vil.
No olvides la tea purificadora
ni la terremótica bomba, sigilosamente brutal,
por cuya labor destructora,
la naturaleza,
en ti, iconoclasta soberbio, contempla a su intrépido
[igual.
¡Ya sonó la hora del ataque! Cesa
en tu pusilánime compasión:
vestigios atávicos de edades que ha tiempo
[en la tumba del pasado moran.
Prepara las armas, no para el combate,
porque las heroicas defensas las falsas deidades
[ignoran,
sino para la cruel destrucción.
¡Que tu refrenado rencor su sevicia salvaje desate
y que fulminantes destellos de un odio feroz
tu mirada irradie; y reflejos de flámicos rayos
inunden
las fraguas que funden
las armas alacres que han sed de justicia;
y que su caricia
fantásticamente rojiza ilumine los
rostros iracundos a la par que gayos
de aquellos que, asiéndolas, con roncos rugidos
de rabia, serán atraídos
de tu iconoclastia libertaria en pos!
¡Socava, derrumba, rasga, despedaza,
aniquila, rompe, desmorona, arrasa,
siembra en torno tuyo la desolación!
¡Pulveriza, aplasta, fulmina, tritura,
mata, quema, corta, desgarra, tortura,
tu implacable lema sea «destrucción»!
¡Destrucción! ¡Que este grito se escuche muy lejos,
[muy lejos…
En montes, en ríos, en mares, en selvas, en llanos:
proclamando que, al cabo, el ocaso llegó de lo viejo,
que cayeron los falsos mentores, los ídolos vanos!
Y si en medio de tal hecatombe oyeres el hondo
[lamento
de algún inocente que va a perecer,
y te implora piedad, y un momento
sientes que flaquea tu ánimo o tu brazo,
¡suprímete y deja al que sigue que empuñe la tea,
que en tu rígido puño flamea!
¿Los ídolos ser
supieron piadosos acaso
con doliente o viejo, con niño o mujer?
¡Destruye, destruye a la vez que aúllas tu aullido
[siniestro.
por placer, aunque sepas que nada nuevo crearás!
Mas
tus hijos dirán ampliamente: «¡El futuro es nuestro!»
¡Destruye y no mires arriba ni abajo ni atrás!
Iconoclasta,
así que se encuentre a tus plantas de innobles fetiches
[la casta,
habrá quien levante del suelo su inmunda cabeza
para lisonjearte como antaño hiciera con aquellos.
[De esa
mezquina alimaña escupe la faz,
(¡ay de ti si logra en tu cuerpo vaciar su insensible
[veneno!)
y lanza al espacio la injusta amenaza de Breno:
«¡Vae victis! ¡Vae victis!» ¡Que caigan por siempre
[jamás!
Al fin el instante
vendrá en que no quede cosa destruible
ya por destruir.
Entonces elige la pila más alta de escombros
y trepando a su cima humeante
colma los asombros
del orbe, con reto insultante
retando —¡sublime y absurdo rebelde!— a las
[impasibles,
remotas estrellas,
que ellas
sabrán por tu reto de loco que abriste la puerta
[de lo porvenir.
Y finando tu bella y simbólica pretensión insana
al universo, de júbilo extático,
hará ensordecer,
un grito de triunfo que corta los aires enfático.
¡El grito que anuncia que el primer destello del alga
[triunfal del mañana,
huyó para siempre el ruin y podrido y decrépito
[y sórdido ayer!
1925
* Tomado de José Z. Tallet. Poesía y prosa. Prólogo de Guillermo Rodríguez Rivera. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1979,
pp. 81-84. Escrito en 1925, Tallet lo dedicó a Julio Antonio Mella. En el testimonio «Resonancia de Mella», Tallet explica cuándo
lo escribió y cómo se lo dedicó.
Varios
Corridos*
I
1
Cuando cayó Julio Mella
la mano en el corazón
dijo, la muerte es muy bella,
es por la Revolución.
Era un valiente estudiante
que luchó desde temprano
por mirar libre y triunfante
a todo el pueblo cubano.
La noche del diez de enero
calle de Abraham González
malditos los criminales
que matan por el dinero.
Era Mella un luchador
de los que forjan un mundo
un mundo claro y fecundo
por la verdad y el amor.
Buscaba en México ambiente
para escapar a la fiera
hermana de Juan Vicente
y de Estrada Cabrera.
Y en Cuba viejo Machado
que es de los yanquis sirviente
le daba diente con diente,
de puro miedo al malvado,
le daba miedo de Mella
que era un hombre en el destierro
y mandó a apagar esa estrella.
* Tomado de Adys Cupul. Julio Antonio Mella en los mexicanos. México, D.F., Ediciones El Caballito, 1983, pp. 113-114.
1 Autor anónimo.
II
2
Un esbirro alevoso
tu vida noble, altiva y viril
cegó en flor.
Julio Antonio Mella, su sangre vertida
nos exalta con nuevo vigor.
Como encina en la recia montaña
tal se yergue un principio de acción
no podrá descuajarlo la hazaña
de un tirano cobarde y felón,
vil esclavo del dólar.
No es cierto que una bala asesine una idea
Julio Mella, no ha muerto
nuestros manos aún alzan su tea
y esa antorcha ardiente
lanzará dondequiera su luz.
1929
2 Compuesto
por Alfredo Sierra (letra), Rosendo Gómez Lorenzo y Luis G. Monzón (música).
Emiliano Moreno
Julio Antonio Mella*
Apóstol, lo formó Naturaleza;
Peregrino lo hizo su ideal;
En vida consiguió por su firmeza:
Que en la historia su nombre sea inmortal.
Fue su alma, simiente de nobleza,
Do brotaba de amor un manantial;
Y, él, que supo apreciar tanta grandeza,
Fue mártir del amor universal.
En la ruta a seguir por los humanos
En pos del porvenir igualitario,
Desgarraron la vida en su calvario…
Como a Cristo… los judas… ¡Asesinos!
¡Que su nombre sea antorcha en los caminos
a seguir por nosotros: Proletarios!
1930
*Tomado de «En el primer aniversario de la muerte de Julio Antonio Mella», Boletín del Torcedor [La Habana], febrero, 1930, p. 8.
Pablo de la Torriente Brau
A Julio Antonio Mella*
Gigante de hoy, sembraste el mañana
tu impetuoso ardor conmovió al mundo,
robaste el rayo de lo más profundo
para rasgar la hipocresía humana.
Tu titánica labor acaso hermana
de aquella otra que Martí creara,
fundó los cimientos donde se apoyara
un nuevo avance de crear profundo.
Troncharon tu vida, mas no importa
¿Podrán acaso aniquilar tu idea?
El árbol retoña cuanto más se corta.
No hay freno posible a la juventud que crea.
Tu obra a su tiempo será cierta,
las puertas del futuro están ya abiertas.
¿1933?
* Se publicó en Diana Abad. «Un soneto de Pablo a Julio Antonio Mella.» Santiago, [Santiago de Cuba], n. 23, septiembre 1976,
pp. 53-64. El soneto p. 62. Se incluyó en El calor de tantas manos. Pablo de la Torriente Brau alrededor de la poesía. Selección,
presentación y notas de Elizabeht Rodríguez e Idania Trujillo. Prólogo de Nelson Herrera Ysla. La Habana, Ediciones La
Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2001, p. 26.
Manuel Navarro Luna
Presencia de la sangre sin sueño*
¡Esta siembra de llamas en la tierra oprimida…!
¡Esta sangre sin sueño…! ¡Esta mirada erguida
cual rama de relámpagos…!, ¡Ah redentora huella
de su brazo encendido…! ¡Ah Julio Antonio Mella!
En cada pecho puro, las puras cicatrices
se levantan en coro de sangre y de raíces,
y el grito cuyo nervio terrible despedaza
los vientres de la noche, a la tierra se abraza.
Julio Antonio dirige el coro de las venas
sobre los surcos fríos sembrados de cadenas.
Un júbilo de sierpes se arrastra ante su vista
hasta que lo derriba la garra imperialista.
Pero no lo ha vencido la garra traicionera
porque, después de muerto, él sirve de trinchera.
¡Sobre filos de sombras y entre puntas de acechos
va la sangre insurrecta de los jóvenes pechos
en denuedo de bronces! ¡Y los músculos bravos,
que despiertan auroras y caminos esclavos!;
que destruyen tinieblas con su brazo profundo
alzan, en primaveras de libertad, el mundo!
¡Oh garra que aprisionas a la débil estrella…!
¡Es la sangre, sin sueño, de Julio Antonio Mella!
1933
* Tomado de Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, p. 15.
Graciella Garbalosa
Pedro Pablo*
Pedro Pablo habló, era el más gallardo y talentoso de todos, hijo de la tierra de Martí y de
Maceo, llevaba un suéter oscuro y un traje bien cortado.
[…]
—¿Recuerdas, Carmencho, aquella Nochebuena de hace dos años, allá en La Habana,
cuando te apareciste en la clínica, a las once de la noche, con aquel traje de seda roja y el
mantón verde negro, sacándome de la casa y de la convalecencia para cenar en la «Cueva
Colorada»?
—¡Cómo olvidar aquellos días de tu gravedad, y esa noche de feliz escapada hacia el refugio
de los venezolanos! ¡La Cueva Colorada!, los dos cuartos grandísimos tapizados de percal rojo,
luciendo cráneos, fémures y tibias, entre espadas, sables y escopetas. Y en las mesas redomas de
cristal y braseros para los experimentos de la química, y el arroz con frijoles a la cubana. ¡Oh,
aquella casona destartalada y colonial, por la ciudad vieja colindante con los muelles! ¡Qué días
tan inolvidables! ¡Pedro Pablo!
* Tomada de Los estudiantes revolucionarios [Fragmento]. México, D.F., 1941, pp. 26-27, 76-78, 80, 324-326. (Título atribuido,
AC.)
En el «Prólogo», Graciella Garbalosa explicó que la novela se escribió entre 1931 y 1933 en distintas ciudades de Cuba; que
circuló manuscrita durante ocho años; que algunos amigos le sugirieron «cuidar más el estilo», a lo que respondía que su estilo
«es así, agreño y hermoso como un bosque espontáneo».
Se alude como personajes a los hermanos Masvidal: «venezolanos, con patillas románticas y ojazos tropicales, trajeados a la
francesa» (p. 25). Se trata de Gustavo y Eduardo Machado, combatientes contra la satrapía de Juan Vicente Gómez, que vivieron
exiliados en La Habana y después en México D.F.
Se menciona a una «joven extranjera» que tiene un romance con el personaje Pedro Pablo. Se trata de una alusión a Tina
Modotti.
[…]
Antes de dar comienzo al baile, los concurrentes pidieron que Pedro Pablo abriese la fiesta
con la ritual disertación ideológica. Encaramado en el escenario convertido en mostrador,
parecía un bello gigante moderno que con los brazos en alto podía hacer saltar aquel techo bajo
y carcomido, que pretendía reducirle la talla. Habló el joven líder. Carmencho le escuchaba
sentada en el último peldaño de la escalerilla, y el corazón se le asomaba a los ojos.
¡Cuánta sinceridad y talento, cuánta fuerza y belleza en los conceptos y propósitos, para la
formación de un mundo más equitativo y saludable! Pedro Pablo derrochaba sobre aquel
auditorio magnetizado, la fructificante lluvia antillana de su verbo sencillo, que al igual que los
aguaceros en el mes de mayo, hacia reventar la simiente oculta bajo la greda, retoñando
verdecida con los capullos perfumadores, más tarde transformados en las pompas alimenticias y
robustecedoras.
—Eres un fonógrafo magnífico, Pedro Pablo, hablas sin esfuerzo y se te escucha
perfectamente, además con agrado…
—Gracias por ese elogio tan irónico, Carmencho, te aseguro que tú fuiste el disco.
—Dime, compañero, ahora hablo en serio, ¿por qué no tienen ustedes alguna persona que
tome taquigráficamente esas disertaciones y conferencias improvisadas? Se pierden en el aire, y
es valiosa y difícil la labor educadora que estás realizando.
Se diluye en el momento de ahora, sin extensión hacia el mañana, tu arte de saber exponer
con facilidad, al alcance de todos, los panoramas deseados, conquistables y antisépticos.
—Te equivocas, amiga, mis palabras germinan en la mayor parte de las cabezas que me
escuchan, y eso es más que suficiente.
—Son pocas, compañero, de la medicina de tu talento precisa toda la América de habla
española, eres dueño, tienes el privilegio de saber demostrar sintéticamente todos los
acontecimientos invisibles en el terreno de la política internacional; expones con agrado el
avance de las reivindicaciones proletarias, indicando cómo debe usarse el contraveneno
salvador; das el resumen fácil y dirigible de las tácticas utilizadas por el capitalismo retrógrado,
en las principales naciones europeas que obstruccionan y demoran la transformación inevitable;
tú haces pensar al cretino y fumigas al acomodaticio.
—Tú siempre delirando, Carmencho, ponderativa y vehemente, ¡eres única!
Y algo muy dulce y bello pasó por las pupilas de Pedro Pablo, que las alejó del rostro de la
joven, mientras el rubor corría por su frente.
[…]
En el Partido había esa noche una atmósfera anímica diferente a la de otras ocasiones.
Formábanse pequeños grupos, afines en la manera de divertirse, y comenzó la desbandada antes
de la medianoche, porque cada cual deseaba esperar el año en íntimo festín.
[…]
Pedro Pablo habíase ausentado la primer noche, con una joven extranjera que tenía un
confortable pisito, y la cual, desde hacía tiempo, venía acechando la oportunidad de tener a solas
al buen mozo conferencista.
[…]
Los periódicos de la mañana traían a grandes titulares la noticia de la muerte de Pedro Pablo,
asesinado en Niza. Le había herido la traición por la espalda, víctima de las bajas intrigas de los
falsos compañeros, espías ambiciosos y criminales, que más tarde irían cayendo también por las
emboscadas del delito, sin que sus nombres ocupasen un puesto en la estimación de los dignos y
en las páginas de la historia. Pedro Pablo había muerto muy joven, mas ya su nombre era
bandera de honradez y valentía ideológica, en holocausto de la grandeza y el progreso del
Continente latinoamericano, desde la Patagonia hasta San Antonio de Texas. […] Esa noche
hubo manifestaciones proletarias en Veracruz, protestando del crimen. Y durante varios días, la
prensa habló de las protestas colectivas por las calles de Chicago, Nueva York, Buenos Aires y
París. […] Habíase conmovido el mundo revolucionario americano, con la desaparición del
estudiante valeroso, talento prematuro y figura simpática. Pedro Pablo estaba considerado a los
veintisiete años, como líder continental.
La noticia paralizó el pensamiento de Carmencho, sentíase, como atontada, sonambulesca.
Enloquecida de dolor, […]
Pedro Pablo, Pedro Pablo, ¿será posible que ya no miren tus ojos, ni hable tu boca, ni tenga
movimiento tu cuerpo fuerte y hermoso? Tus ojos que sabían ver tan hondo, tu boca que sabía
decir cosas trascendentales y beneficiosas a la humanidad, tu cuerpo que era todo energías
creadoras, tu corazón tan lleno de ternura, tu cerebro cargado de ideas luminosas, semejantes a
favor en las noches oceánicas.
Y todo eso junto que eras tú, Pedro Pablo, ¿ya está escondido bajo tierra, para festín de los
gusanos? ¿Y todo tú, Pedro Pablo, serás dentro de poco, un montón de cenizas aventadas en el
aire, así, en plena juventud, al empezar tu fructificación en este mundo tan cargado de seres
estúpidos, de maldades y egoísmos? Tú, de inteligencia luminosa, de espíritu bondadoso y
magnánimo, tú has sido asesinado por la espalda, para que no pienses, para que no realices el
bien. Y serás calumniado después de tu muerte, para encubrir la trascendencia ideológica del
crimen. ¡Y eso lo han hecho miles de voluntades en la sombra, contra una sola voluntad como la
tuya, desinteresada, evangélica, llena de luz imperecedera, que señalará siempre como un índice
a los culpables ahijados de Satanás y adoradores de Creso!
1941
Nicolás Guillén
Mella*
Lanzó del arco tenso disparada
la roja flecha contra el viejo muro:
punta de sueño, lengua de futuro
que allí vibrando se quedó clavada.
Sobre la rota piedra penetrada
hincó de su bandera el mástil duro;
aún era noche, el cielo estaba oscuro,
pero ya el viento olía a madrugada.
Partió después con su profundo paso
y una canción que al porvenir advierte,
Mella hacia el mediodía sin ocaso.
Su derribada sangre es vino fuerte
alzad, alcemos en el rudo vaso
la sangre victoriosa de su muerte.
1945
* Tomado de Hoy [La Habana], 10 de enero de 1945. Se incluyó en Tengo (1964). En Obra poética. Tomo II (1958-1985). La
Habana, Editorial de Letras Cubanas, 2002, p. 111.
Jesús Orta Ruiz
Mella*
I
¡Como te ocultaron Mella,
y aquí estás! Brillas y subes,
porque se rompen las nubes
y no se apaga la estrella.
Aquí estás… En tu centella
se quemó el imperialismo,
y el cobarde anexionismo,
que es la sombra rezagada
ve por tu lumbre alumbrada
despuntar el socialismo.
* Tomado de Sección «Al son de la historia». Hoy [La Habana], 8 de enero de 1961, p. 8.
II
Tú eres lo muerto que vive
cada día más despierto,
y lo que vive y es muerto
es el yanqui en el Caribe.
No importa nada si exhibe
el tremendo portavión
el submarino, el cañón
pues ya tu idea es cohete
y hay algo más que el machete
esperando la invasión.
III
Pensó el dolor criminal
alquilando mano esclava
que matándote mataba
la Revolución Social.
Y aquí estás, de pie, vital
como planta en crecimiento,
y por cada nacimiento
del sol, a tu nombre adjunto,
se enciende en un nuevo punto
del mapa, tu pensamiento.
1961
Ángel Augier
Mella*
Mella de llamarada y oleaje
en ráfagas alzando el nuevo día,
Mella de sementera y rebeldía
con sus rosas de púrpura salvaje.
Mella de nube y polvo y piedra y viaje,
creador del ensueño y su agonía.
Mella; flecha, presencia, ímpetu, guía
razón de la mañana en el paisaje.
Artífice del tiempo amanecido,
toda la sangre de tu pecho herido
acudió al resplandor de las banderas.
Y en esa llama que incesante avanza
tu corazón se enciende en primaveras
para inundar la tierra de esperanza.
¿1963?
* Tomado de Bohemia [La Habana], 9 de agosto de 1963, p. 49.
José Lezama Lima
Apolo en la Universidad*
I. Apolo y Upsalón
Al inaugurarse la mañana, Upsalón ya había encendido su tráfago temprano. Arreglos en las
tarjetas, modificaciones de horarios, listas con los nombres equivocados, cambios de aula a
última hora para la clase de profesores bienquistos, todas esas minucias que atormentan a la
burocracia los días de trabajo excepcional, habían comenzado a rodar. Desde las ocho a la diez
de la mañana, los estudiantes candorosos de provincia copiaban en sus libretas las horas de
clase. Saludaban a las muchachas que habían sido sus compañeras en todos los días del
bachillerato. Si alguno conocía a otros estudiantes de años superiores, se mezclaba con ellos
muy orondo, risueño en su disfraz de suficiencia gradual. Los de último año pertenecían a una
hierofanía especial: únicamente sus parientes, primos de provincia, podían mezclarse con ellos.
Intercambiaban risotadas que eran el asombro de los otros compañeros bisoños. —Mi primo
esta noche vendrá conmigo al baile de los novatos —dijo al regresar al grupo, frotándose las
manos. —Yo iría con este mismo traje, mi tía de Camagüey me lo regaló —dijo una de las
muchachas, se miró de arriba abajo con mirada graciosa, después hizo una reverencia como si
recogiese flores en la falda.
* Tomado de José Lezama Lima. Paradiso. [Fragmento del capítulo IX.] La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1991, pp. 254-261.
(Título atribuido, AC.)
La escalera de piedra es el rostro de Upsalón, es también su cola y su tronco. Teniendo
entrada por el hospital, que evita la fatiga de la ascensión, todos los estudiantes prefieren esa
prueba de reencuentros, saludos y recuerdos. Tiene algo de mercado árabe, de plaza tolosana, de
feria de Bagdad; es la entrada a un horno, a una transmutación, en donde ya no permanece en su
fiel indecisión voluptuosa adolescentaria. Se conoce a su amigo, se hace el amor, adquiere su
perfil el hastío, la vaciedad. Se transcurría o se conspiraba, se rechazaba el horror vacui o se
acariciaba el tedium vitae, pero es innegable que estamos en presencia de un ser que se esquina,
mira opuestas direcciones y al final se echa a andar con firmeza, pero sin predisposición, tal vez
sin sentido. No tiene clases por la tarde, pero sin vencer su indecisión se viste para ir a la
biblioteca de Upsalón, donde esperará a que el que se sienta a su lado comience a conversar con
él. El diálogo no se ha entablado, pero la tarde ha sido vencida. No son aquellos días de finales
de bachillerato en que se sentaba en el extremo de un banco, en el relleno del Malecón, colgaba
un brazo del soporte de hierro y sentía como que la noche húmeda lo penetraba y lo tundía. Oye
a los que están hablando en un banco del patio de Upsalón, al grupo que todos los días va a la
biblioteca, al que se precipita sobre el profesor para hacerle preguntas banales, sin saber que
cada vez que se pone en marcha para esa forzada salutación, se gana una enemistad o un
comentario que lo abochornaría si lo oyese.
En la segunda parte de la mañana, desde las diez en adelante, la fluencia ha ido tomando
nuevas derivaciones, ya los estudiantes no suben la escalera de piedra hablando, ni se dirigen a
la tablilla de avisos en los distintos decanatos, para tomar con precisión en sus cuadernos los
horarios de clase. Algunos ya han regresado a sus casas con visible temor; habían oliscado que
en cualquier momento la francachela de protestas podía estallar. Otros, que ya sabían
perfectamente todo lo que podía pasar, se fueron situando en la plaza frente a la escalinata. De
pronto, ya con los sables desenfundados, llegó la caballería, movilizándose como si fuera a
tomar posiciones. Miraban de reojo [a] los grupos estudiantiles, que ocupaban el lado de la
plaza frente a la escalera de piedra. Cuchicheaban los estudiantes, formando islotes como si
recibieran una consigna. Llegó al grupo una figura apolínea, de perfil voluptuoso, sin ocultar las
líneas de una voluntad que muy pronto transmitía su electricidad. Por donde quiera que pasaba
se le consultaba, daba instrucciones. La caballería se ocultaba en el lado opuesto al ocupado por
los estudiantes. Usaban unas capas carmelitas, color de rata vieja, brillantes por la humedad en
sus iridiscencias, como la caparazón de las cucarachas. Hacían vibrar sus espadas en el aire,
saltando un alacrán por la sangre que pasaba al acero. Su sombrero de caballería lo sujetaban
con una correa, para que la violencia de la arremetida no los dejase en el grotesco militar de la
testa al descubierto. La violencia o el caracoleo de los potros justificaba la correa que le restaba
toda benevolencia a la papada. El que hacía de Apolo, comandaba estudiantes y no guerreros,
por eso la aparición de ese dios, y no de un guerrero, tenía que ser un dios en la luz, no
vindicativo, no obscuro, no ctónico. Estaba atento a las vibraciones de la luz, o los cambios
malévolos de la brisa, su acecho del momento en que la caballería aseguró la hebilla de la correa
que sujetaba el sombrero terminado en punta. Pareció, dentro de su acecho, buscar como un
signo. Tan pronto como vio que la estrella de la espuela se hundía en los ijares de los caballos,
dio la señal. Inmediatamente los estudiantes comenzaron a gritar muerte para los tiranos, muerte
también para los más ratoneros vasallos babilónicos. Unos, de los islotes arremolinados, sacaron
la bandera con la estrella y sus azules de profundidad. De otro islote, al que las radiaciones
parecían dar vueltas como un trompo endomingado, extrajeron una corneta, que centró el
aguijón de una luz que se refractaba en sus contingencias, a donde también acudía la vibración
que como astillas de peces soltaban los machetes al subir por el aire para decidir que la vara
vuelva a ser serpiente. El que hacía de Apolo parecía contar de antemano con las empalizadas
invisibles que se iban a movilizar para detener la caballería en los infiernos. Las espuelas
picaron para quemar al galope, pero las improvisadas empaladizas burlescas se abrieron, para
darles manotazos a los belfos que comenzaron a sangrar al ser cortados por los bocados de plata.
Las guaguas comenzaron a llenar la plaza, chillaban sus tripulantes como si ardiesen, lanzaban
protestas del timbre, buches del escape petrolero, enormes carteras del tamaño de una tortuga,
que cortaban como navajas tibias. Rompieron por las calles que fluían a las plazas, carretas
frutales que ofrecían su temeridad de colores a los cascos equinales, que se estremecían al sentir
el asombro de la pulpa aplanada por la presión de la marcha maldita. La pella que cuidaba la
doradilla de los buñuelos, se volcó sobre los ojos de los encapuchados. Una puerta de los
balcones de la plaza, al abrirse en el susto de la gritería, escurrió el agua del canario que cayó en
los rostros de los malditos como orine del desprecio, transmutación infinita de la cólera de un
ave de jaula dorada. La mañana, al saltar del amarillo al verde del berro, cantaba para
ensordecer a los jinetes que le daban tajos a la carreta de frutas y la jaula del canario.
El que hacía de jefe de la caballería ocupó el centro de la plaza, destacó al jinete de un
caballo gris refractado bajo el agua, para que persiguiese al estudiante que volaba como
impulsado por el ritmo de la flauta. A medida que la caballería se extendía por la plaza, parecían
ganar alas sus talones de divinidad victoriosa al interpretar las reducciones de la luz. Un jinete
de bestia negra llevó su espada a la mejilla de un estudiante que se aturdió y vino a caer debajo
del caballo sombrío. El parecido a Apolo corrió en su ayuda, perseguido por el caballo color gris
bajo el agua. Tiró de sus pies, mientras los que parecían de su guardia llovían piedras sobre el
caballo negro y el grisoso espía, partiéndole los cartones de su frente con un escudo sin relieve.
El Apolo volante no se detuvo ni un instante después de su rescate, pues comenzó a lanzarles
apóstrofes a los estudiantes que habían huido tan pronto la caballería picó espuelas. Volvían el
rostro y ya entonces cobraban verdadero pavor, veían en la lejanía las ancas de los caballos
negros y la mirada del vengador que caía sobre ellos, arrancándole pedazos de la camisa con
listones rosados, sangre ya raspada.
Así los grupos, entre alaridos y toques de claxons, se fueron deslizando de la plaza a la calle
de San Lázaro, donde se impulsarían por esa avenida que lanzaba a los conspiradores desde la
escalera de piedra hasta las aguas de la bahía, frente al Palacio Presidencial, palmerales y
cuadrados coralinos, con los patines de los garzones que parecían cortar la mañana en lascas y
después soplarla como si fuese un papolote. La plaza de Upsalón tenía algo del cuadrado
medieval, de la vecinería en el entono de las canciones del calendario: cohetes de verbena y
redoblantes de Semana Santa. Fiesta de la Pasión en el San Juan y fiestas del diciembre para la
Epifanía, esplendor de un nacimiento en lo que tiene que morir para renacer. El cuadrado de una
plaza tiene algo del cuadrado ptolomeico, todo sucede en sus cuatro ángulos y cada ventana una
estrellita fija con sus ojeras de riñonada. Las constelaciones se recuestan en el lado superior del
cuadrado como en un barandal. Algunas noches, al recostarse la cabeza de Jehová en ese lado,
parece que el barandal cruje y al fin se ahonda en fragmentos apocalípticos.
Dos cuadras después de haber salido de la plaza, algunos estudiantes se dirigieron al parque
pequeño, donde de noche descansaban las sirvientas de su trabajo en alguna casa cercana y los
enamorados comenzaban a cansarse en un Eros indiscreto. En la mañana, bañados por una luz
intensa, que se apoyaba en el verde raspado de los bancos, donde las fibras de la madera se
enarcaban por encima del verde impuesto, los estudiantes volaban gritando en la transparencia
de una luz que parecía entrar en las casas con la regalía de su cabellera.
Aprovechándose del pedestal saliente de alguna columna, o extrayendo de algún café una
silla crujidora, algunos estudiantes querían que sobre el tumulto el verbo de la justicia poética
prevaleciese. Como los delfines y la cipriota diosa surgiendo de la onda, con el fondo
resguardado por una opulenta concha manchada por hojillas de líquenes, los adolescentes
puestos bajo la advocación de la eimarmené, en el arrebato y en el espanto inmediato, hacían
esfuerzos de gigantomas por elevarse con la palabra por encima de la gritería. De los caballos
negros, opulentos de ancas, brotaba fuego, iluminando aún más la trasparencia con la candelada.
Las detonaciones impedían la llegada del verbo con alas, el que hacía de Apolo, de perfil
melodioso, había señalado los distintos lugares en la distancia donde los estudiantes deberían
alzarse con la palabra. Como si escalasen rocas se esforzaban en ser oídos, pero el brillo de la
detonación y en ese fulgurar la cara del caballo con su ojo hinchado por la pedrea, ponía un
punto final de pesadilla en el cobre de los arengados.
La caballería parecía confundirse por ese entrecruzamiento de plaza, avenida y parque. No
podía precisar con eficacia a cuál de los grupos había que perseguir. El encapotado mayor que
los comandaba se confundía en la dispersión de los caminos, mientras los estudiantes de la
formación de sus islotes repentinos parecían bañarse como en una piscina. En ocasiones un solo
jinete perseguía a un estudiante que se aislaba por instantes, recibía refuerzos de piedras y
laterías, estaba ya en la otra acera, describía espirales y abochornaba al malvado, que terminaba
frenetizado pegando un planazo en una ventana, que soltaba una persiana anclada en la frente
del centauro desinflado. El primer turbión que se precipitó hacia el parque, los confundió aún
más; por allí siguió la caballería, cuando la alharaca les tironeó el pescuezo, el grueso de los
estudiantes saltaba por la avenida, marchando más de prisa, mascullando sus maldiciones con
más pozo profundo y libertad.
Entre tantos laberintos, la dispersión iba debilitando la caballería. Su conjunto ya no operaba
en su nota coral, sino cada soldado volvía persiguiendo a uno solo de los estudiantes,
terminando con que el caballo sudoroso se echaba a reír de las saltantes burlas de los
estudiantes. Parecía que comenzaban a amigarse con los estudiantes, pues a pesar de los
planazos que recibían en las ancas, sonaban sus belfos con la alegría con que tomaban agua por
la mañana. La transparencia de la mañana los hacía reidores al sentir las alas regaladas. Al
relincho épico de la inicial acometida, había sucedido un relincho quejumbroso, que los hacía
reidores como si las espuelas les produjesen cosquillas y afán de lanzar a los encapotados de sus
cabalgaduras. El relincho marcial al apagarse en el eco, era devuelto como una risotada
amistosa. La risotada terminaría en un rabo encintado.
Los grupos estudiantiles que se habían ladeado hacia el parque, por diversas calles se iban
incorporando de nuevo al aluvión que bajaba por la avenida de San Lázaro, de aceras muy
anchas con mucho tráfico desde las primeras horas de la mañana, con público escalonado que
después se iba quedando por Galiano, Belascoaín e Infanta, ya para ir a las tiendas o a las
distintas iglesias o hacer de las dos cosas sucesivamente, después de oír la misa, de rogar
curaciones, suertes amorosas o buenas notas para sus hijos en los exámenes, se iban deslizando
de vidriera en vidriera, gustando los reflejos de una tela, o simplemente, y esto es lo más
angustioso, pasando veinte veces por delante de cualquier insignificancia, mero capricho o
necesidad a medias, que no se puede hacer suya, y que por lo mismo subraya su brillo, hasta que
la estrella se va amortiguando en nuestras apetencias y queda por nuestra subconciencia como
estrella invisible, pero que después resurge en el estudiante y en el soldado, en unos para matar
y en otros para dejarse matar. Si trazáramos un círculo momentáneo en torno de aquellos
transeúntes matinales, los que salen para sus trabajos, o para fabricar un poco de ocio en sus
tejeres caseros, penetramos en el secreto de los seres que están en el contorno, estudiantes y
soldados, envueltos en torbellinos de piedra y en los reflejos de los planazos sobre aquellos
cuerpos que cantan en la gloria. Las inmensas frustraciones heredadas en la coincidencia de la
visión de aquel instante, que presenta como simultáneo en lo exterior, lo que es sucesivo en un
yo interior casi sumergido debajo de las piedras de una ruina, motiva esa coincidencia en los
contornos de un círculo que está segregando esos dos productos: el que sale a buscar la muerte y
el que sale a regalar la muerte. Los que no participaban de esos encuentros, eran la causa secreta
de esos dualismos de odios entre seres que no se conocen, y donde el dispensador de la vida y el
dador de la muerte coinciden en la elaboración de una gota de ópalo donde han pasado trituradas
y maceradas, retorcidas como las cactáceas, muchas raíces que en sus prolongaciones se
encontraron con algún acantilado que las quemó con el sol.
Al llegar al Parque Maceo ya los estudiantes habían recibido nuevos contingentes de
alumnos de bachillerato, de las Normales, escuelas de comercio; en conjunto serían unos mil
estudiantes, que afluían en el sitio donde la situación se iba a hacer más difícil. La caballería
había logrado rehacerse y cerca de allí estaba una estación de policía. Pero entonces acudió el
veloz como Apolo, de perfil melodioso, dando voces que recurvaran al mar. El que hacía de jefe
de la caballería reunió de nuevo a sus huestes que convergieron por los belfos de las bestias. Se
veía como un grotesco rosetón de ancas de caballos. Les temblaba todo el cuerpo, después
coceaban al aire con sus dos patas traseras, se sentían perseguidos por demonios mosquitos
invisibles. Un tribilín sin domicilio conocido, entraba y salía por las patas de los caballos.
Alguno de los jinetes quiso con su espadón apuntalar al perrillo, pero fue burlado y raspó el
adoquinado, exacerbando chispas que le rozaron los mejillones.
Los gendarmes de la estación salieron rubricando con tiros la persecución, pero ya los
estudiantes tenían la salida al mar. Entrando y dispersándose por las calles travesañas a San
Lázaro, los estudiantes se hicieron casi invisibles a sus perseguidores. Quedaba el peligro
supremo del Castillo de la Punta, pero el que remedaba las apariciones de Apolo, dio la
consigna de que sin formar un grupo mayor fueran por Refugio, hasta entrar por uno de los
costados de Palacio. Hasta ese momento José Cemí había marchado solo desde que los grupos
estacionados frente a Upsalón habían partido con sus aleluyas y sus maldiciones. Se ponía el
cuenco de la mano, como un caracol, sobre el borde de los labios y lanzaba sus condenaciones.
Aunque había sentido la mágica imantación de la plaza, de los grupos arremolinados en el
parque, de la retirada envolvente hacia el mar, estaba como un duermevela entre la realidad y el
hechizo de aquella mañana. Pero intuía que se iba adentrando en un túnel, en una situación en
extremo peligrosa, donde por primera vez sentiría la ausencia de la mano de su padre.
Antes de llegar a Palacio, los estudiantes se fueron situando en los portales del macizo
cuadrado de la cigarrería Bock, que ocupaba una rotunda manzana. Al llegar a la esquina de la
cigarrería, Cemí pudo ver que en el parque, rodeado de su grupo de ayudantes en la refriega, el
que tenía como la luz de Apolo, lanzaba una soga para atrapar el bronce que estaba sobre el
pedestal. Una y otra vez lanzaba la soga, hasta que al fin la atrapó por el cuello y empezó a
guindarse de la soga para desprender la falsa estatua. Entonces fue cuando de todas partes
empezaron a salir rondas de policías, acompañados de soldados con armas largas. Las descargas
eran en ráfagas y Cemí permanecía en su esquina como atolondrado por la sorpresa. No sabía
adónde dirigirse, pues el ruido incesante de los disparos, impedía precisar cuál sería la zona de
más relativa seguridad. Entonces sintió que una mano cogía la suya, lo tironeó hasta la próxima
columna, así fueron saltando de resguardo en columna, cada vez que se hacía una calma en las
detonaciones. Detrás del que lo tironeaba, iba otro en su seguimiento, que asombraba por su
calma en la refriega. Así retrocedieron por Refugio, corriendo como gamos perseguidos por
serpientes. Al llegar a Prado, un poco remansados ya, el que tiraba el brazo, se volvió hacía él,
riéndose. Era Ricardo Fronesis, que lo había reconocido tan pronto se había generalizado el
tiroteo y que había corrido en su ayuda. Cemí no pudo expresar en otra forma su alegría que
abrazando a Fronesis, poniéndose rojo como la puerta de un horno. Le presentó al que venía en
su seguimiento, Eugenio Foción, mayor que Fronesis y que Cemí, representaba unos veinticinco
años, muy flaco, con el pelo dorado y agresivo como un halcón, que era de los tres el que estaba
más sereno. La caminata, los peligros de la marcha, la cercanía de los disparos, no habían
logrado alterarlo. Le dio la mano a Cemí con cierta indiferencia, pero este observó que era una
indiferencia que no rechazaba, porque había comenzado por no mostrar una fácil aceptación.
[…]
1966
II. Lanzar la flecha bien lejos*
AM [Alma Mater]: Quisiera reconstruir su época de estudiante universitario, cómo eran las
clases, las reuniones, un poco el ambiente, la temática de las discusiones.
Lezama: La Universidad de mi época estaba injustamente fundamentada en la concepción
de la autoritas, la mayoría de los profesores eran muy desdeñosos, se consideraban muy
superiores al alumnado y no entraban con ellos en la menor concesión. Yo recuerdo, por
ejemplo, un profesor que una vez que el bedel no había acudido a abrir la puerta la abrió a
patadas. No se me olvidará nunca aquel hecho. La impresión que causaba era de un mercado
cartaginés, por la mañana la venta de las copias y los muchachos que acudían a las taquillas a
comprarlas; unas copias las habían dictado los profesores a la víspera y otras, eran de años
anteriores. Yo recuerdo que estudiaba con una copia de Derecho Administrativo en el año 29
que tendría 12 o 15 años de atraso. Y el profesor, más que un profesor era un ventrílocuo, todos
los años repetía la misma cosa que ya se sabía de memoria, y muchas veces los alumnos, que se
anticipaban a estudiar las lecciones, iban diciendo con anterioridad lo que el hombre iba a decir.
Y entonces, por ejemplo, decía que «la administración pública tenía un carácter general» y se
oía una voz al lado que decía «de ser prestadora de servicios».
* Fragmento de una entrevista de Rosa Ileana Boudet a José Lezama Lima. Tomado de Alma Mater [La Habana], no. 115,
septiembre de 1970, pp. 4-9. Reproducido en Carlos Espinosa. Cercanía de Lezama Lima. La Habana, Editorial Letras Cubanas,
1986, pp. 374-381.
En relación con cultura libre, libros y eso, había muy poca curiosidad. Había únicamente una
minoría de minorías. Tres, cuatro, cinco estudiantes que tenían afanes de ir a una nueva cultura
y a una nueva fundamentación. Claro, la Universidad tenía su formación tradicional, su cosa
histórica de haber sido vigilante de la Patria. Y entonces, pues, cumpliendo esta labor que
desarrolló siempre, cumplió su rol, su deber, hasta que llegó la época de Machado y entonces
surgió la manifestación del 30 de septiembre en que también aquella minoría universitaria, no
tuvo ese eco, porque yo recuerdo que cuando nosotros desfilábamos le decíamos a la gente que
estaba en los ómnibus y en los balcones que se sumaran y ninguno venía a acompañarnos. Pero
sí con la muerte de Rafael Trejo se llegó a la profundidad histórica, es decir, por primera vez en
la historia de la cultura cubana se intentaba lo imposible, a través del sacrificio de la muerte ir a
una forma de poder. La muerte de Rafael Trejo conmocionó al país de tal forma que lo abrió
para todos los milagros y todas las grandes sorpresas. A mi manera de ver, se puede decir que
toda la historia posterior de Cuba de carácter revolucionario se fundamentó en ese 30 de
septiembre porque hubo un gran sentido del sacrificio y de las sorpresas que se derivan de las
frases seculares que no mueren: «El que quiere salvar su espíritu lo perderá» Y cuando se llevan
las cosas hasta la apertura última al compás que es la muerte, todas las sorpresas son posibles.
[…]
AM: ¿Recuerda a otros compañeros que coincidieron con usted en la Universidad?
Lezama: Bueno, recuerdo a mi amigo de muchos años, Raúl Roa, que ha hecho varias
evocaciones de este hecho histórico del 30 de septiembre, en su estilo saltante, alegre, jubiloso,
ha evocado en varias ocasiones esa mañana que se recuerda en mi presencia entre los
participantes de aquella gran manifestación; al extremo de que cuando triunfó la Revolución, se
hizo una especie de comandos culturales, invitaron a hablar a algunas figuras intelectuales y
entre ellas a mi sencilla persona. Y yo recuerdo que al comenzar a hablar dije: «Ningún honor
yo prefiero al que me gané para siempre en la mañana del 30 de septiembre de 1930.» Y a
medida que van pasando los años, repetiré siempre esa frase con más orgullo y con más énfasis
porque creo que está en la razón creadora de mi vida. Ese es el honor que más prefiero, que
menos se me olvida, que más recuerdo a través del tiempo en el tumulto de mi sangre. Jamás se
me aparta del recuerdo.
AM: ¿Qué es lo que queda en su recuerdo de la manifestación dirigida por Mella?
Lezama: Yo era entonces un muchacho, creo que tendría catorce años, pero ya estaba
interesado por este tipo de movimiento, me despertaba la curiosidad. Leía revistas donde
hablaban de reformas universitarias, de las preocupaciones de los estudiantes de las
Universidades de Argentina y México. Entonces, el que no pudo ver a Antonio Maceo en
combate, pues, al ver a Julio Antonio Mella dirigiendo una gran manifestación estudiantil —que
yo he intentado presentar esto, en lo posible, en mi libro Paradiso en la manifestación
estudiantil. Recordaba las arremetidas de Maceo, cómo se le hinchaba el cuello, los grandes
gritos y cómo empujaba a los soldados contra el enemigo, a empujones casi, es decir, Mella
comunicaba ese ardor, esa fiebre que lo devoraba dirigiendo los motines, como si fueran
movimientos estratégicos.
Aquel motín bajaba por la calle San Lázaro, atravesaba el monumento de los Estudiantes y
después se encaminó a Palacio. Yo apostado detrás de una de las columnas de la cigarrería Bock
—la cigarrería que está frente a Palacio—. Ahí yo, resguardado detrás de poderosas columnas
babilónicas, veía el curso de los acontecimientos con una gran timidez infantil.
Pero Zayas era un hombre en eso que tenía su estilo, era un malvado, pero tenía su estilo en
eso. Y entonces dejó que la manifestación llegara a la estatua. La finalidad que perseguía Mella
era echar abajo esa estatua; llegó frente a la estatua y tiró una soga con tan buena puntería que la
encajó en el cuello broncíneo de Alfredo Zayas. Los estudiantes lo coreaban y daban grandes
gritos, pero cuando ya aquel enorme muñeco de bronce empezó a dar señales de
estremecimiento y angustia por la presión de la soga, irrumpió el piquete de la policía dando
grandes golpes de palo, pegando reciamente, y entonces, hubo una gran corrida y Mella se
quedó casi solo. Y al día siguiente apareció Mella en los periódicos de la capital con la cabeza
vendada ya que se quedó allí hasta el último momento, la policía le rompió la cabeza y fue para
la casa de socorros.
Eso ha dejado en mi recuerdo una gran memoria, lo que era Julio Antonio Mela dirigiendo
un motín estudiantil. Era como un gran estratega, como un gran capitán, ordenando un motín
estudiantil.
Dirigía aquello como si fuera una tropa.
Tenía el sentido de la algarada que se convierte en motín, el motín que se convierte en
insurrección, la insurrección que se alza a Revolución y que quema y modifica a los pueblos. A
través de las conmociones y de los motines estudiantiles, Mella hubiera podido ir casi a la
Revolución.
AM: ¿No lo conoció personalmente?
Lezama: No, personalmente no, porque Mella se va de Cuba en el año 25, y en el año 25, no
olvide usted, que yo tengo 15 años. Y entonces yo voy un poco a estas cosas como el muchacho
atrevido que me acerco con simpatía a estas cosas, pero soy un niño. Yo sí asistí al discurso
último de Julio Antonio Mella en Cuba en la Sociedad de Torcedores, donde hablaron distintos
profesores de la Universidad Popular José Martí. Y habló Mella. Creo que dos o tres días
después se tuvo que ir de Cuba. Y recuerdo esa frase que dijo él: «Machado no es otra cosa que
el primer estúpido de Cuba como el Príncipe de Gales no tiene otro mérito que ser el primer
elegante del mundo.» No se me olvidará jamás esa frase.
AM: ¿Era un buen orador?
Lezama: Sí, era un buen orador, claro, no piense usted en Martí ni piense usted en los
grandes profetas que ha tenido la elocuencia cubana, pero era un buen orador, muy exaltado, y
silabeaba un poco, era un poco ceceante, las palabras las dividía y subdividía, pero con un gran
fuego comunicante. Y cuando decía estas palabras así, pues, inmediatamente el pueblo
respondía con grandes alaridos, con un fervor que parecía semejante al que se oía en la
emigración revolucionaria cuando se oía a don Manuel Sanguily o a José Martí. En aquella
época yo tenía una gran curiosidad, decisión y aplicación por todas estas inquietudes de tipo
revolucionario. Este proceso lo he contado en mi novela. Antes de que se me vaya de la cabeza
les quiero recordar algo que para mí ha sido un orgullo reciente. Algunos amigos míos
mexicanos me han contado, que durante los últimos motines estudiantiles de México, al volcar
los ómnibus, las máquinas, los estudiantes en señal de protesta, tenían abierto mi libro Paradiso
y lo leían en alta voz frente a las autoridades, precisamente por el capítulo donde yo describía
una manifestación estudiantil. Declaro que esto, como intelectual que soy, es muy patético para
mí, porque es una manifestación verdaderamente inteligente que me recordaba aquellos
momentos donde La Fontaine comparaba la afluencia del agua de una fuente a sí mismo, es
decir, ir a un motín estudiantil leyendo un libro donde se habla de una protesta estudiantil, me
pareció colmo y pasmo de la inteligencia. Y como una pequeña vanidad de escritor —que la
tengo como todo el mundo— le confieso que me sentí halagado.
AM: En Paradiso usted liga ambas manifestaciones.
Lezama: La que yo vi de niño, casi en el recuerdo que se alejaba y la que después volví a
ver el 30 de septiembre, ya una cosa dentro de ella, viendo aquel proceso de conspiración.
AM: ¿Y el líder que aparece?
Lezama: Es Mella. Pudiéramos decir que la protesta la dirige Mella, pero va
desenvolviéndose en el tiempo hasta que llega el 30 de septiembre, que es la que yo llevo de la
Universidad hasta la calle Gervasio, porque al llegar a la calle Gervasio donde había una
estación de policía, los policías, la gendarmería, sale ya disparando tiros al aire. Ahí fueron
detenidos Masiques, Marinello, Saumell, toda esa gente que la policía llega y le echa mano. Y
los demás que somos muchachos, que teníamos diecisiete, dieciocho años, pues nos vamos por
ahí corriendo, dando gritos. Había un piquete de policías que ya era fuerte. Machado que como
ustedes saben era un hombre terrible no estaba con chiquitas, es decir, las manifestaciones
estudiantiles las acababa a balazos.
Yo recuerdo que desde que llegamos allí, salió la policía disparando salvas, y hubo heridos,
y hubo hechos de sangre, pero esto se revelará siempre en la historia espiritual de nuestro país,
la enorme fuerza que tuvo el sacrificio, en que forma prendió esto, cómo este estudiante muerto
convulsionó todo el país y cómo fue una manera de acontecimiento creador. Todavía los ecos de
ese hecho nos nutren, todavía nos acompañan. Todavía parece que nos dan fuerza, que nos
fortalecen en el oscuro camino.
AM: ¿Cómo veía usted desde su mundo poético la generación del 30?
Lezama: La generación del 30 tiene varias manifestaciones, y quizás yo, porque eso
depende más bien del sociólogo, no sea el más indicado. Cuando se verifica el año 1930 no se
puede olvidar que yo tengo veinte años, soy un muchacho y estoy en estado de formación.
Entonces, hay los grupos creadores, los grupos oportunistas y los grupos que no somos
grupos porque formamos parte de tipos, de maneras especiales de psicología que entramos en la
historia por un camino muy peculiar. Hay los casos como Trejo, de personas que quedan como
un gran ejemplo para nuestra historia, mucha gente de aquella época que murieron, fueron
asesinados, perseguidos, otros, que tuvieron tiempo e indignidad para llegar al poder y desde el
poder demostraron su falta de calidad, porque viendo la gobernación de los auténticos donde
hombres que inclusive tenían brillantes antecedentes revolucionarios, el poder los deslumbró de
tal forma que fueron nada más que unos corrompidos administradores de la cosa pública y unos
pillastres. Yo veo esto como un poeta. Tengo el sentido de que las generaciones poéticas no son
una crítica hacia atrás, una crítica hacia las generaciones que fueron, sino una proyección hacia
delante, como por ejemplo en la Biblia, cuando se habla de las veinte generaciones que serán
necesarias para llegar al Rey David, para llegar al precursor de Cristo, es decir, faire autre
chose, faire le contraire, que es la característica de las generaciones, hacer otra cosa, hacer lo
contrario. Como creo haber dicho más de una ocasión, todas las generaciones, en lo que tienen
de históricas, cantan en la gloria, todas ellas añadieron un fragmento alícuota, añadieron algo a
la interpretación porvenirista de nuestro país. Ese pequeño germen creador, esa pequeña médula
de saúco, en definitiva es el secreto de la historia, eso creo que lo aportamos las generaciones de
poetas, de escritores que empezamos a trabajar después del año 30 en distintas revistas, como
por ejemplo, Verbum, Espuela de Plata, Nadie Parecía y después en la revista Orígenes, que a
mi manera de ver, salvaron la situación cubana y pueden presentarse ante la posteridad con una
obra hecha y con un recto sentido de nuestros deberes históricos.
Si no se hizo más culpa fue de los tiempos, pero hubo el ánimo decidido de lanzar la flecha
bien lejos.
1970
Alejo Carpentier
El estudiante y París*
20
[…] Florecían los castaños, desflorecían los castaños, reflorecían los castaños, arrojando fechas
al cesto de papeles, y tenía el sastre de Monsieur le Président que regresar y regresar a la Rue de
Tilsitt para remodelar sus paños sobre una anatomía desgastada que se esmirriaba de día en día.
La cadena del reloj le retrocedía visiblemente sobre un chaleco menos abultado, en tanto que los
hombros, antaño empinados en inflexible tiesura, se replegaban ahora sobre clavículas ya
liberadas de las grasas del tórax —como observaba la Mayorala que, en hora del baño, daba
esponja y guante de crin al pecho de su Primer Magistrado. Y, por lo mismo que la alarmaba esa
progresiva delgadez y no creía en medicinas de pomo, de las que aquí vendían, por carta dictada
—balbuceada, más bien— al Cholo Mendoza, logró que una comadre Balbina, del Palmar de
Siquire, donde no había oficina de correos, le mandara un paquete de yerbas curanderas —el
mismo que, viajando por burro, mula, bicicleta, autobús, varios trenes, dos barcos y un
ferrocarril, iba a recoger hoy Elmira al Despacho de Bultos Postales de la Rue Étienne Marcel.
La acompañaban su Ex Presidente y su Ex Embajador, pues era preciso llenar muchas papeletas,
poner muchas firmas, y eso era para gente que supiera leer y escribir —y en francés, que era lo
peor… Ya envuelto el envío en un rebozo, muy abrigados los tres porque hacía frío aunque el
día fuese iluminado por un claro sol de cielo sin nubes, divisó Elmira, por vez primera, las
torres de Notre-Dame. Al saber que era la Catedral de París, se empeñó en ir hasta allá para
prender un cirio a la Virgen. Se detuvo, atónita, frente al edificio: —«Lo que yo digo: estas son
las cosas que debieran hacerse en nuestro países para atraer al turista.» Las figuras del tímpano,
de los linteles, la recordaron las esculturas de Pedro Estatua, su paisano de Nueva Córdoba. «No
es tonta la zamba» —observó El Ex, quien no había reparado, hasta ahora, en que hubiese algún
parentesco estilístico entre esto y aquello, sobre todo en las caras de diablos, el potro
encabritado, los mengues cornudos, las zoologías infernales, del Juicio Final. Y fue, luego, una
asombrada Penetración en la Nave —nave que rebrillaba por toda la gama de sus cristalerías,
aunque dejando en siluetas obscuras, por juego del contraluz, la persona de los visitantes,
escasos en esta media tarde de ficticia primavera. Por descansar, se sentaron entre los dos
rosetones del crucero. En la otra punta de la hilera de sillas, un joven, de largo abrigo, y bufanda
friolenta, lo contemplaba todo con profunda y detenida atención. —«Un calambuco» —dijo la
Mayorala. —«Un esteta» —dijo el Cholo Mendoza. —«Un alumno de Bellas Artes» —dijo el
Primer Magistrado. Y en voz baja, para entretener a la zamba, empezó a narrarle, como abuelo a
nieta, las verídicas historias que aquí se habían visto: la del archidiácono enamorado de una
gitana que, a compás de pandero, hacía bailar una cabra blanca (Elmira, de niña, había visto
unos gitanos de esos, pero lo que hacían bailar era un oso…); la de un poeta vagabundo que
amotinó a unos mendigos para que asaltaran la iglesia («cuando hay bochinches, siempre se
perjudican las iglesias», dijo Elmira, recordando un caso que mejor hubiese sido no recordar…);
la de un campanero jorobado, también enamorado de la gitana («los gibosos son muy
enamorados, y las mujeres como que les hacen caso, pero es mero mero para tocarles la joroba,
porque trae buena suerte…»); y la de dos esqueletos que aparecieron abrazados y que acaso
fuesen los de Esmeralda y el campanero («se han visto casos, como el que se cuenta en la
canción del viejo enterrador de la comarca, que tenemos en disco…»). Pero en eso bramaron los
órganos en tremenda arremetida sonora. No se oían unos a otros. —«Vámonos de aquí» —dijo
El Ex pensando en el excelente vino de Alsacia que servían en el café de la esquina, donde, por
cierto, habría más calor que aquí… Y en su silla de cabecera permanecía el «calambuco» —
como lo había llamado Elmira— entregado a su deslumbrada contemplación. Era este su primer
encuentro con el gótico. Y el gótico se le había alzado, a ambos lados, en arquerías y vitrales,
con una revelación insospechada: al lado de esto, toda arquitectura le parecía elemental, pegada
a la tierra, enraizada, harto ctónica, aun en sus expresiones más sometidas a Código de
Proporciones y Reglas de Oro. Esta edificación lanzada hacia arriba, exaltación de la
verticalidad, locura de verticalidad, le minimizaba los frontones del Partenón que no eran, en
suma, sino una versión trascendida, sublimada, del techo de dos aguas de la choza arcaica, con
la columna acanalada que era transfiguración, en forma regida por módulos, del horcón —
cuatro troncos, seis troncos, ocho troncos— que sostenían los dinteles, vigas de cedro, de los
rústicos portales campesinos. En lo griego, en lo romano, perduraba el parentesco genésico de lo
telúrico y vegetal. De la cabaña del porquerizo Eumeo al templo de Fidias, el camino estaba
claro y despejado, en su proceso de estilizaciones sucesivas. Aquí, en cambio, la arquitectura se
hacía invención, ocurrencia, creación pura, en un nunca visto aligeramiento de materiales —
ingravidez de la piedra—, con nervaduras que nada debían a las estructuras del Árbol —con los
soles propios de sus rosetones prodigiosos: Sol del Norte, Sol del Sur. Entre dos soles se hallaba
el contemplador del crucero, preso entre los rojos de un encendido poniente y la grave y mística
sinfonía azul de los vidrios boreales. Al Norte, la Madre, centrando a una corte temporal —
como de Intercesora, al fin— de Profetas, Reyes, Jueces y Patriarcas. Al Sur —en sangre de
suplicio— el Hijo, soberano de una corte intemporal de Apóstoles, Confesores, Mártires,
Vírgenes Cuerdas y Vírgenes Locas. Todo el misterio del nacer, del morir, del eterno renacer de
la vida, del paso de las estaciones, se encontraba en la línea recta, imaginaria, invisible, tendida
entre los dos círculos centrales de las inmensas luminarias, abiertas en un magníficat de
estructuras desprendidas del suelo, como colgadas, sin peso, de sus campanas y gárgolas. Una
tubería de órgano, en sombras, alzó de pronto sus triunfales fanfarrias… Ateo porque sus
íntimas interrogaciones no buscaban respuestas en terreno religioso; descreído, porque ser
descreído era propio de su generación, preparada a ello por el espíritu cientificista de la anterior;
adversario de las políticas y componendas que demasiado a menudo, en su mundo, trasladaban
las Iglesias al campo de sus adversarios, manteniendo, en nombre de la fe, un falso orden que se
devoraba a sí mismo, el contemplador de los Soles de Cristal era sensible, sin embargo, a la
dinámica de los Evangelios, reconociendo que sus textos habían tenido, en su tiempo, el mérito
de promover una estruendosa devaluación de tótems y genios inexorables, presencias obscuras,
amenazas zodiacales, cayados de augures, sometimientos a idus de marzo e inapelables
designios. Pero si una nueva toma de conciencia de sí mismo —el drama de la existencia puesto
dentro y no fuera de sí mismo— había llevado al hombre a analizarse en función de valores que
lo sustraían a los terrores primordiales, seguía, gigante extraviado, tiranizado por quienes,
semejantes a él, infieles a sus promesas primeras, habían creado nuevos tótems, nuevos hados,
templos sin altares, cultos sin sacralidad, que era necesario echar abajo. Próximos estaban acaso
los días en que habrían de sonar las trompetas de un Apocalipsis, pero esta vez tocados por los
comparecientes y no por los ángeles del Juicio Final. Tiempo era ya de fijar los protocolos del
futuro y de ir instalando el Tribunal de Reparticiones… El joven miró su reloj. Las cuatro. El
tren. Se sumió nuevamente en la belleza total de lo circundante, aunque ya era hora de andar
hacia lo suyo. —«Me siento de más donde todo está hecho» —pensó, saliendo de Notre-Dame
por el pórtico central —el de la Resurrección de los Muertos. Todavía tenía tiempo de probar un
vino de Alsacia, excelente, que se servía en el café donde había dejado su maleta al cuidado de
un camarero. Cruzó la calle y entró en el bistrot sin notar que tres personas —una mujer, dos
hombres—, sentados en una banqueta del fondo, lo miraban con asombro. Pagada su copa, El
Estudiante volvió a la calle y detuvo un taxi. —«A la garra del Norte, please»… La cita era en
el buffet, donde ya estaban reunidos varios delegados a la «Primera Conferencia Mundial contra
la Política Colonial Imperialista», que mañana, 10 de febrero, se abriría en Bruselas, bajo la
presidencia de Barbusse. Ya estaba ahí el cubano Julio Antonio Mella, a quien había conocido
horas antes, en compañía de Jawabarlal Nehru, delegado por el Congreso Nacional Hindú. —
«Ya entró el tren en carrilera» —dijo alguien, señalando la Vía 8. Los tres agarraron sus magras
valijas y subieron a un compartimiento de segunda. El hindú, arrinconado junto a una ventanilla,
se entregó al examen de unos papeles, mientras Mella se interesaba por la situación política de
nuestro país. —«Tumbamos a un dictador» —dijo El Estudiante—: «Pero sigue el mismo
combate, puesto que los enemigos son los mismos. Bajó el telón sobre un primer acto que fue
larguísimo. Ahora estamos en el segundo que, con otras decoraciones y otras luces, se está
pareciendo ya al primero.» —«Nosotros, ahora, estamos entrando en lo que ustedes pasaron» —
dijo Mella. Y le habló del nuevo Dictador de Turno, el de Cuba, a quien —lo sabíamos— había
doblegado en batalla librada desde la cárcel, por tenaz, prolongada y lúcida huelga de hambre,
obligando a su adversario a devolverle la libertad, marchando luego a México, donde proseguía
su lucha… Bastante parecido resultaba Gerardo Machado al que había sido Primer Magistrado
nuestro, en el físico, el comportamiento político y los métodos, pero era distinto por cuanto,
siendo muy inculto, no erigía templos a Minerva como su casi contemporáneo Estrada Cabrera,
ni era afrancesado, como habían sido otros muchos dictadores y «tiranos ilustrados» del
Continente. Para él, la Suprema Sabiduría estaba en el Norte: —«Soy imperialista» —declaraba,
mirando fervorosamente hacia Washington—: «No soy un intelectual, pero soy un patriota.» Sin
embargo, tuvo el involuntario humorismo de hacer saber al público, un día, por sus periódicos,
que estaba «estudiando las tragedias de Esquilo» [sic]. —«Es buen candidato para ingresar en el
clan de los Atridas» —dijo El Estudiante. —«Por lo que se está viendo, ya forma parte de la
familia» —dijo Mella. —«Pronto ordenará una recogida de libros rojos» —dijo El Estudiante.
—«Ya está hecha» —dijo el cubano. —«Cae uno aquí, se levanta otro allá» —dijo El
Estudiante. —«Y hace cien años que se repite el espectáculo.» —«Hasta que el público se canse
de ver lo mismo.» —«Hay que esperarlo»… Abriendo sus carteras de cuero —mexicanas las
dos, con calendario azteca repujado en la tapa— intercambiaron los textos de sus informes y
ponencias para leerlos por el camino. Nehru, en su rincón, con algunos papeles en las rodillas,
estaba como sumido en su mundo interior, oculto tras de sus ojos muy abiertos. Hubo un largo
silencio. El tren se acercaba a la frontera en la noche —doble noche— de los corones
carboneros. —«Cool, cool» dijo Nehru, sin que los otros acertaran a saber si se refería al carbón
o al frío —por una explicable confusión entre coal y cool— pues hacía frío en este vagón de
segunda, un frío casi excesivo para ellos, hombres de países cálidos. Y volvió el hindú a
dormirse sin dormir, hasta que el tren llegó a Bruselas.
21
…esos insensatos se empeñan en hacer creer
que son reyes, siendo unos pobres,
y que, estando desnudos,
se visten de oro y de púrpura.
DESCARTES
—«Desterrado»… —«Expulsado»… —«Extrañado»… —«O huido»… —«Escapado»… —
«En fuga»… —«Yo, lo que sé es que estaba en una iglesia» —observaba la Mayorala—: «Y los
comunistas no visitan iglesias ni en siendo Semana Santa.» Y volvían las conjeturas:
«Desterrado»… «Extrañado»… «Escapado»… —«Acaso arrepentido»… —«Converso»… —
«Crisis mística»… —«Peleado con su gente»… Y durante días y días no se habló de otra cosa
en la Rue de Tilsitt, en espera de que los periódicos de allá —los de febrero en abril— llegaran
por sus lentos y especiales barcos de carga, en rollos de siete números apretados, con vista del
Volcán Tutelar en las estampillas. Porque los diarios de aquí, desde luego, nada dijeron del
Estudiante, personaje sin interés para ellos. Y se supo por fin, gracias a El Faro de Nueva
Córdoba, entrándose en mayo, lo de la Conferencia Mundial de Bruselas, en la que habían
estado representadas la «Liga Campesina Nacional de México», y la «Liga Anti-imperialista de
las Américas», que ya tenía una filial en nuestro país. —«Se explica todo» —dijo el Cholo
Mendoza. —«Pendejadas» —murmuró El Ex: «El imperialismo está más fuerte que nunca. Por
eso el hombre de la hora presente, en Europa, es Benito Mussolini»… Y florecieron los castaños
otra vez y volvieron las conversaciones, en la mansarda, a sus acostumbrados temas. […]
1974
* Tomado de El recurso del método. [Fragmento], La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1974, pp. 386. (El título atribuido, AC.)
En la novela El recurso del método (1974), Carpentier realizó un juego ficcional bastante complejo con el sistema de personajes.
En el mundo imaginario conviven las personalidades históricas y las de invención. El Estudiante tiene una caracterización física
que recuerda a Rubén Martínez Villena. No obstante, recorre París en una referencia muy obvia al viaje de Julio Antonio Mella a
Francia (febrero y mayo) y Bélgica (febrero) en 1927. El Estudiante y el personaje Mella se trasladan en el mismo tren de París a
Bruselas. De este modo, por una alusión explícita se le comunica a los lectores la clave de este simpático juego de espejos, que es
también un homenaje.
Carpentier tuvo gran amistad con el periodista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez, quien fue uno de los anfitriones de Mella en
París. Cuando Carpentier llegó, en marzo de 1928, posiblemente Avilés Ramírez le contó sobre la fascinación del héroe por una
ciudad grata como un beso. ¿O acaso Carpentier conocía el artículo de Avilés «Mella y la Plaza de la Concordia», que puede leerse
en este libro. (AC)
Mirta Aguirre
La pelea de la huelga de hambre*
Cuando Julio Antonio Mella tenía veinte años, ¡qué muchachón tan fuerte era!
¡Bien lo supo el tirano Machado, cuando Mella le ganó la pelea de la huelga de hambre!
Mella era un dirigente estudiantil revolucionario al que seguían todos los estudiantes del
país. El dictador Machado, uno de los peores presidentes que tuvo Cuba, le tenía un odio
tremendo, Mella denunciaba todos sus crímenes y organizaba protestas de estudiantes y de
obreros sin tenerle miedo a nada, ni a Machado ni al imperialismo yanqui. Tampoco temía a los
policías del tirano. Con ellos tuvo que enfrentarse muchas veces con sus fuertes puños.
Machado, una vez, mandó que lo prendieran; pero Mella decidió obligarlo a que lo pusiese
en libertad. Entonces en la cárcel se negó a comer. ¡Ni agua tomaba!
Se puso grave y hubo que llevarlo al hospital.
Todo el pueblo se indignó porque no quería que Julio Antonio Mella fuera a morir de
hambre.
Estuvo sin comer casi tres semanas. Cada día que pasaba, el escándalo era más grande. Los
estudiantes daban mítines, los obreros paraban las fábricas, las mujeres se echaban a la calle a
protestar. No se sabía lo que podía pasarle al gobierno, si dejaba que Mella muriera en la
prisión.
Machado cogió miedo y lo puso en libertad. Tuvo que soltarlo, aunque se moría de rabia.
Así le ganó Mella al tirano Machado, la pela de la huelga de hambre.
1976
* Tomado de Lectura 2. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1976, pp. 121-122. (Título atribuido, AC.)
Elena Poniatowska
Tinísima y Julio*
[…]
4 de junio de 1928
La primera vez que Tina y Julio se quedaron solos en la redacción de El Machete, el cuerpo
entero de ella entró en expectativa, como perro de caza que de pronto aguarda perfectamente
quieto en su tensión. Tina trató de apretar sus labios que se entreabrían, de acallar los latidos
bajo su ombligo, supo que no podría erguirse sino hasta que él se alejara, sus piernas no la
sostendrían, él la condujo al cuartico llamado «el archivo». Se amaron de pie, luego sobre los
periódicos caídos. Ninguno de los dos se preocupó de que alguien entrara a la sala de El
Machete. Olvidada de sí misma Tina se sintió Julio. Ella era Julio, él era Tina, ella era el deseo
de Julio, lo mismo que él sentía, lo sentía por sí misma. Julio era lo más fuerte de Tina, lo más
vigoroso, iba más allá de ella misma. Tina lo miraba y se veía en sus ojos, y detrás de él estaba
la Tina a la que aspiraba. «Quiero ser eso que está detrás de tu cabeza, Julio, quiero ser la forma
en que me miras.» Julio era su vía de acceso al reconocimiento, la mejor concepción de sí
misma.
* Tomado de Elena Poniatowska. Tinísima, México, D.F, Ediciones ERA, 1992, pp. 38-46.
Para ver a Julio, Juan de la Cabada ya no iba de su cuarto de alquiler en Topacio a la casa de
huéspedes de San Antonio Abad sino a casa de Tina. Al mudarse Julio con ella a Abraham
Gonzáles, Tina ya no supo de qué otro modo podía ser la vida. Le parecía que desde siempre
había ido a la esquina de López con Ayuntamiento por medio kilo de caracolillo y medio de
planchuela, para regresar a molerlo a su casa en un viejo molino de cajita que sujeta entre sus
rodillas. Julio, al verla, simplemente la levantó en brazos y la llevó a la cama. «NO vuelvas a
moler café delante de mí.» Le habló de sus rodillas, las más hermosas que había contemplado,
de sus piernas de barro pulido, que en ese momento echaban chispas, como si estuvieran
horneando los granos de café que tronaban.
Si tenía que salir, Tina regresaba deprisa, con la necesidad de Julio, el hormigueo en su
vientre, el deseo de que la estrechara por la cintura, la mano de él sobre su muslo, sí, ella era su
mujer, la de él, su compañera. Nunca antes tuvo el sentido de pertenecer, ni con Robo, ni con
Edward, ni con Xavier. Con Julio sí. Al penetrarla la absorbía, deleite casi intolerable, que se
respiraba electrizando las partículas, una danza misteriosa borbolleaba en el espacio, se dejaban
ser, sin conciencia de estar transportados.
Tina prefería ver su casa convertida en estación de tren de tan concurrida, con tal de que
Julio no se fuera. Los inmigrados cubanos prácticamente vivían con ellos y los escuchaba
repetir: «Hoy va a caer el Mussolini del Caribe». Venían todos los días. Si Julio no estaba,
serían bien acogidos por la compañera Tina, su fortaleza, la plenitud emanando de sus
ademanes. Tina nunca sospechó que si primero fueron por Julio, después irían por ella.
En los primeros tiempos, ofrecía: «¿Un cafecito?», se esfumaba para hacer la cama, guardar
la ropa, mientras los hombres hablaban. Había días en que la victoria era posible y se exaltaba,
pero otros en que lavaba una taza, una cuchara, con el miedo acogotándola por el futuro de
ambos, miedo a seguir viviendo, miedo a consumirse en ese desgaste interior que sentía al
escuchar el mismo lenguaje de lucha que no parecía llevarlos a parte alguna; la clandestinidad,
ese sentimiento de falta de espacio, de no vivir a todo lo ancho, de caminar por las calles
repegándose a la pared y estar usándose por dentro en esta vida que sin embargo había escogido:
«¡Es mi voluntad, carajo!» se repetía enjuaguando la taza para llevarla de nuevo a la mesa.
«¡Qué contradictoria, qué inconsciente soy!» Había otros días en que los granos de café crujían
bonito y Tina se reconocía en la vida de los revolucionarios. La falta de dinero era el sino de
todos y cuando Tina recibía de su hermana Yolanda, de San Francisco, unos cuantos dólares,
iban a dar a la organización de un acto, el alquiler de las sillas, la compra del papel para los
volantes.
Todo con tal de llegar a la noche. A esa hora, sus labios se hinchaban en anticipación, Julio
la tomaba de la mano para guiarla a la recámara o la levantaba en brazos, tirando la silla en su
prisa. Julio la amaría esta noche en forma nueva, inventarían, la sentaría sobre su vientre,
ensartándola, la columpiaría, subiéndola y bajándola a todo lo largo de su pene hasta que ella
cayera sobre su pecho, su cabeza pegada a la de Julio, anidada en su cuello, Tina sin piel o como
una piel vaciada de sí misma, Tina vaciada de sus días de trabajo y de sus preocupaciones,
olvidada de todo, la boca abierta, estática, a no ser por su respiración sobre el hombro de Julio,
sus gritos sofocados, su mano vuelta hacia arriba, la palma laxa, colmada.
Tina vivía en un torbellino. Había escogido el peligro del lado de los comunistas y compartía
su clandestinidad, sus luchas. Si antes veía a intelectuales, ahora sus amigos eran luchadores,
ferrocarrileros, albañiles. Tina y Julio congregaban en Abraham González al exilio
latinoamericano, a los líderes obreros, a los campesinos. «Aquí se está mejor que en el partido».
Venían del Caribe, de Nicaragua, de El Salvador. Al lado de Mella, los compañeros cobraron
para Tina un fulgor inusitado. Ya no eran grises. Refulgían. Sus pasiones desatadas provocaban
conflictos aleccionadores, corrían riesgos, la fuerza de su ideal le resultó durante esos meses
inspiradora. Tina acompañaba a Julio a sus mítines y lo oía hablar con fervor. Con Julio a su
lado, podría enfrentarse a todo. Julio combatía a la CROM, la poderosa central de obreros.
Hacía mucho que su líder Luis N. Morones se había quitado el overol para hacerse dueño de
edificios, casas, terrenos y queridas y, gordo y con papada, sus manos ensortijadas le
descontaban a todos un día de trabajo. Lo llamaban Luis N. Millones.
«Hay un tiempo para el debate, otro para la acción, vivimos en la época de la acción», se
enronquecía Mella. Ahora sí, surgiría una organización roja, no una dependencia del gobierno,
una verdadera confederación obrera. «Los trabajadores —antes peones de hacienda— verán el
fruto de sus esfuerzos. La Revolución se hizo para aumentar salarios. ¿Qué hacen los
empresarios fuera de ganar dinero? A los obreros no nos consideran humanos, para ellos somos
mercancía, la única forma de tener poder es organizarnos. Estamos hartos de sistemas de
gobierno a base de oro, espada y sotana.» Él proponía el bautismo socialista.
—Julio te estás matando.
—Yo sólo hago mi deber y todavía me queda tiempo para amarte.
Tina conoció el peligro desde que Julio se mudó a su casa de Abraham González. Sobre su
cabeza pesaba la orden de extradición; en Cuba —si el gobierno de México accedía—, su
muerte era segura, pero también aquí podían matarlo. Sentirse vigilado cansa, Tina ya no iba por
la calle sin volver la cabeza. ¡Cuánta tensión!
—Ojalá pudieras salir unos días, Julio, ha sido tanto el ajetreo de los últimos meses. Bien sé
que eres fuerte, pero estás abusando de tu resistencia.
A Mella lo tocó el tono triste y suave en su voz. Parecía una niña reclamando un juguete
largamente deseado.
—Tinísima —la abrazó—, no te pongas así, te prometo que nos escaparemos, te lo juro, a
fines de mes, nos vamos a Veracruz, el propio Mussolini del Caribe será causa de nuestro viaje;
festejaremos su caída, iremos a La Habana a darnos un hartazgo de victoria.
A ella le entró una alegría olvidada. «Vamos a tomarnos unas vacaciones», repitió Julio para
aumentar su emoción.
En El Machete Julio denunciaba que la bahía de La Habana era la sepultura de cientos de
desaparecidos y «suicidados», enumeraba rabioso nombres de líderes asesinados: Enrique
Varona, Tomás Grant, Baldomero Duménigo, José Falcón, los cien campesinos isleños de las
Canarias baleados en La Trocha y colgados de los árboles como pesadas banderas empapadas en
sangre. Estallaba en mayúsculas. ¡Abajo la dictadura del bandido Machado! «Van a venir a
buscarlo hasta México», pensaba Tina, «Gerardo Machado va a dar la orden.» También en El
Libertador, que dirigía Úrsulo Galván, defendía a los presos políticos. Rubén Martínez Villena,
Gustavo Aldereguía —«él me salvó de la muerte, sabes, Tina»—, Orosmán Viamontes, Alejo
Carpentier y dos mexicanos contra quienes Machado tenía especial encono porque «todos los
mexicanos son unos forajidos, uno de ellos apellidado Enrique Flores Magón». En La Hoz y el
Martillo, se quejaba de que El Universal y Excelsior dedicaban sus páginas al Niño Fidencio y
sus curaciones escandalosas para distraer la opinión pública de la sumisión vergonzosa de los
gobiernos de América Latina a los Estados Unidos a raíz de la Conferencia de La Habana.
«Ya se va Cuauthémoc Zapata» (seudónimo con el que firmaba en El Machete o con el de Kim).
«Dentro de poco, escribirás tú solo el periódico.» —Sí, sí y si me das un plumero quitaré las
telarañas del edificio y limpiaré el pasillo, destaparé los caños, tiraré la basura, El Machete es
mi casa.»
Ese lunes, Tina sacó la Graflex y tomó la máquina de escribir de Julio Antonio. Sobre el
rodillo había quedado la frase con la que quería empezar su artículo: «La técnica se convertirá
en una inspiración mucho más poderosa de la producción artística; más tarde encontrará su
solución en una síntesis más elevada, el contraste que existe entre la técnica y la naturaleza»,
León Trotsky.
Alejandro Gómez Arias lo detuvo en el patio de la Facultad de Leyes de la universidad.
—Es importante la lucha, pero hay que recibirse, hombre.
—La lucha es mi escuela… Viene a imprimir Tren Blindado.
—¿Por qué ese nombre? ¿No está muy ligado a Trotsky?
Julio corría a la imprenta. Permanecer durante horas frente a la mesa de formación
corrigiendo páginas y viendo componer una plana con los maestros tipógrafos le recordaba a su
querido Alfredo López, secretario de la Federación Obrera, recientemente asesinado por Zayas.
¿No le había dicho Gómez Arias que sus artículos eran doctrinarios? Alejandro, lúcido y
escéptico, lanzaba sus dardos. El pesimismo es reaccionario. Y sin embargo qué pasión en ese
niño bonito, ese catrín, cuánta elocuencia y cuánta capacidad para convencer. Julio caviló. ¿Era
doctrinario escribir: «Triunfar o servir de trinchera a los demás. Hasta después de muerto somos
útiles. Nada de nuestra obra se pierde»?
Tina, Julio y Luz, de camino a El Machete, se detuvieron. Luz Ardizana se quitó de inmediato
los anteojos como si fuera a recibir macanazos. Tina se conmovió. Dos muchachos llegaron
corriendo y dieron vuelta a la esquina. Otro los perseguía cubeta en mano.
—Es que es el día de San Juan. Al rato, nos toca el baño a nosotros.
Se escucharon gritos. En la banqueta de enfrente, otro peatón se sacudía el agua.
—¡Qué estúpidos! —estalló Julio.
El muchacho le aventó al siguiente peatón la cubeta a la cabeza.
—Eso es intolerable.
Tanta furia asustó a Tina.
—¿Qué te pasa, Julio? Es sólo un juego.
—Es inaceptable. ¿Viste cómo le abrió la ceja? ¿Sabes en qué acaban las novatadas? Primero
es sólo el agua, después viene los golpes, el abuso de la fuerza, más tarde el sadismo.
Tras de sus anteojos, ahora en su lugar, los ojos de Luz se agrandaron.
—Más tarde, el de la cubeta asesinará a los nativos de Haití, de Santo Domingo, Filipinas y
Centroamérica. Las novatadas son invención de los universitarios yanquis que primero
persiguen por deporte y después se transforman en bestias.
—Julio, no es para tanto.
—Sí lo es Tina, lo es. ¿Qué no te das cuenta de que se trata de una represión colectiva
impuesta por una masa a otra?
—Es un juego, no dramatices.
—Tiene razón Julio —intervino Luz, sombría.
—No puedo vivir pensando que los demás sólo intentan agredirme —rechazó Tina.
—O violarte —finalizó Julio.
Tina soltó su brazo y no volvieron a dirigirse la palabra. Era su primera discusión.
Desconsolada, al llegar al periódico se sentó frente a su máquina.
—¿Eres tú la que va a hacer la crítica a la CGT? —preguntó Gachita.
—No, esa le toca a Rafa.
—Que la haga el cubano.
—No, él no, necesitamos a alguien más pacífico —acotó el Canario—. Entre él y Evelio
Vadillo harían volar Washington.
Que libres eran los cubanos, hablaban atropellándose, montados los diálogos de unos en los de
otros, los «pero chico», los «qué tú cré», saltando por encima de su cabeza como salta el aceite
fuera de la sartén, ay tanta carne y yo comiendo hueso, ay, ay, ay, a Tina la envolvían, la
mareaban. En Abraham González prepararon la comida para la noche cubana.
—El secreto es el mojo, chica, si tú sabes guisar el mojo, chica, ya sabes guisar a la cubana.
Aquí no hay plátanos chatinos, esos platanitos dominicos son una mierda, por eso el arroz no
sabe como en Cuba. Los limones córtalos en cuatro, así hasta oyes el ruido de los limoneros,
okei, que se les vea su pulpita. Menéale al arroz para que se dore por igual. Mientras, nosotras
preparamos el alijo.
—Entre tanto vamos a echarnos una bailadita, no te pongas brava; un bailecito a nadie le
hace mal, okei…
—A mover el bote, a mover el bote. No es posible que un cubano no baile. Tú, Sandalio,
muévete patiflaco, pareces una mesa coja.
—Changó, changó, qué ganas de tener un radio, qué mujer es esa. Con razón Julio anda tan
picao…
Así sabrosamente prepararon la noche cubana en el local del Centro de Obreros Israelitas, calle
de Tacuba número 15, para recaudar fondos destinados a la ANERC y a la revista Cuba Libre.
«Ningún tipo de propaganda política» especificaron los israelitas y, el mismo día, antes de que
comenzara la fiesta, Raúl Amaral Agramonte puso en el lugar de honor una bandera cubana de
papel de china muy mal hecha:
—No chico, no —protestó Teurbe Tolón—, ¿cómo vas a poner esa bandera tan burda? Es
ridículo. Los judíos nos pidieron que no pusiéramos na’, llévatela.
Teurbe Tolón lo sacó a golpes con todo y bandera. Y no hubo noche cubana, ni Tina bailó
con Julio. Amaral no era ningún perseguido sino un soplón al servicio de Machado. De todos
era el único que podía entrar a Cuba. Ese mamarracho de bandera de papel era una clásica
provocación.
Julio aún defendía a Amaral, cuando apareció la noticia a ocho columnas en La Habana: Fue
profanada en México la bandera cubana por Julio Antonio Mella. Mella se alarmó: «Con esto,
el asno con garras va a voltear la opinión pública en mi contra… Este tipo de ataques
impresionan a la gente… Cabrón, comemierda, pisoteó la bandera, ¿te imaginas, Tina? Seré un
antipatriota que ultraja el lábaro patrio. Los que me conocen sabrán que es mentira, pero los que
no, lo van a creer a pie juntillas.»
—Urge enviar un telegrama, Tinísima, ¿podrías tú llevarlo hoy en la noche a la oficina de
cables y allá me reuniría contigo? Yo tengo que encontrarme con Magriñá [sic] en una cantina
cercana y procuraré que la entrevista sea lo más corta posible; te recojo en la oficina de cables…
—Dios, ¿tienes que ver a ese tipo, Julio?
—A fuerza. Mientras, tú envías el cable al periódico La Semana. Sergio Carbó es mi amigo.
Aquí te escribo el texto: «Rogamos desmienta calumniosa campaña iniciada enemigos nuestros.
Nunca profanóse bandera. Detallamos correo. Afectuosamente, Mella».
Tina mira la cabeza rizada de Julio, su cuello, sus hombros. De pronto una ráfaga de agua lo
desnuca. En la playa sólo ve la bandera cubana, el papel de china pegado a la arena como una
débil membrana; a la segunda ola, Tina todavía alcanza a ver unos fragmentos retorciéndose
como gusanos sobre la orilla de la playa. De la nada surge un militar y se agacha: «Es papel,
sólo papel», grita Tina presurosa, pero el hombre, alto y fornido, abombando el pecho responde:
«Hay algo más». El agua llega hasta la punta de sus botas, él no parece verla, las botas relucen
al sol mientras él pica con su bastón en la arena buscando los gusanos de papel. «Hay algo más,
estoy seguro, hay algo más.» Tina también hurga con la mirada, pero sólo ve burbujas de agua
en el declive de arena mojada; ningún papel, nada, nada, ni el recuerdo de un papel, sólo el
hervor del agua reventando la arena, ploc, ploc, ploc, ploc.
10 de enero de 1929
Bajaron a la calle con un café negro en el estómago, porque hoy el dinero se gastaría en el
telegrama. Tina caminó en la dirección opuesta; a veces tomaban juntos el camión y esto le
significaba una alegría que habría de alimentarla durante horas, pero desde la carta de su amigo
Fernández Sánchez, Julio decidió salir por separado. A veces, a través de la ventana, Tina lo
veía alejarse, su cabeza ensombrerada, un punto negro que avanzaba sobre la banqueta, hasta
que de pronto ya no tenía cabeza, ya no estaba, ya…
1992
Primera Asamblea Estudiantil convocada por la FEUH en el Aula Magna. Presiden Julio A. Mella,
Enrique José Varona, Eusebio Hernández y Carlos de la Torre. Universidad de la Habana, 12 de enero de
1923.
Grupo de estudiantes en el Alma Mater. Entre ellos Julio A. Mella, Oliva Zaldívar y Sarah Pascual.
Universidad de la Habana, noviembre de 1923.
Inauguración de la Universidad Popular José Martí. En la presidencia Julio A. Mella, Víctor Raúl Haya de
la Torre y el Dr. Eusebio Hernández. Aula Magna de la Universidad de la Habana, 3 de noviembre de
1923.
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