TEMA 6. CONOCIMIENTO Y VERDAD. LA VERDAD CIENTÍFICA

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TEMA 6. CONOCIMIENTO Y VERDAD. LA VERDAD CIENTÍFICA
1.- Acepciones del término “ciencia”
Hay cuatro usos o acepciones del término “ciencia” en español:
I.
Ciencia como “saber hacer” (es la acepción más amplia). En este sentido, toda actividad humana
podría considerarse ciencia (todo el facere y el agere).
II.
Ciencia como “sistema de proposiciones derivadas de principios”. Es un sentido más restringido,
que aparece en los Segundos analíticos de Aristóteles. Esta es la idea de ciencia que se tiene
hasta los siglos XVI y XVII. Es una acepción que se extendió a la filosofía; ciencia y filosofía
formaban un bloque unitario que no se resquebrajó hasta la revolución científica de los siglos
XVI y XVII, con la aparición de las ciencias en sentido moderno (sentido III). En todo caso, el
modelo de ciencia que tuvo presente Aristóteles fue el de la Geometría y, siguiendo su
concepción, los Elementos de Euclides se organizaron como un sistema axiomático en el que,
partiendo de cinco nociones comunes o axiomas y cinco postulados, se deducían todos los
teoremas geométricos conocidos en la época. La Geometría de Euclides debe ser reconocida
como una ciencia en sentido moderno (sentido III).
III.
Sentido aún más restringido y propio. Es la ciencia moderna, la ciencia que se va constituyendo
a partir de la revolución científica de los siglos XVI y XVII (Matemáticas, Física, Química, Biología,
etc.). Es la ciencia en sentido estricto, que ya no se confunde con la filosofía. Este sentido de
ciencia va dirigido, sobre todo, a las ciencias naturales y formales (Matemáticas y Lógica).
IV.
Extensión del sentido (III) al ámbito de las humanidades. Este sentido ampliado y, en cierto
modo, degenerado, responde a intereses político-ideológicos: las llamadas “ciencias humanas”
(Lingüística, Historia, Antropología cultural, Economía, Política, etc.) se presentan como
“ciencias” para conseguir prestigio, reconocimiento público, financiación estatal, etc., pero, en
realidad, su cientificidad es, como veremos, muy problemática.
En adelante, nos vamos a centrar en los sentidos III y IV.
2.- Distintas respuestas a la pregunta por la ciencia
2.1.- Los enfoques no gnoseológicos
Con el término “Gnoseología” aludimos a la disciplina filosófica centrada en el estudio de la ciencia. La
gnoseología intenta dar cuenta de la especificidad de la ciencia, es decir, de aquello que la convierte en
una formación cultural humana única, diferente de cualquier otra (arte, técnica, política, etc.). Lo que
distingue a la ciencia de todas las demás construcciones culturales es su capacidad de producir verdades
universales. Por eso, la gnoseología se centra en el análisis de la verdad científica.
Los enfoques no gnoseológicos, sin perjuicio de ofrecer perspectivas interesantes y fecundas, no
consiguen dar cuenta de la especificidad de las ciencias ni penetrar en el núcleo de las verdades
científicas.
Hay muchos enfoques no gnoseológicos. Nos vamos a centrar en los dos que consideramos más
significativos: el psicológico y el sociológico.
Enfoque psicológico
Se parte de que la ciencia es una cosa hecha por hombres, por lo que tiene componentes psicológicos.
La ciencia sería una especie de hábito, una capacidad psicológica. Por ejemplo, Bacon, en el Novum
organum (siglo XVI), hacía una clasificación de las ciencias según las capacidades de la mente (memoria Historia; imaginación - Poesía; razón - Filosofía).
Cuando se hace historia de la ciencia desde este enfoque, se pone el acento en el contexto biográfico,
personal, en el que se producen los descubrimientos. Lo que importan son la vida y la mente de los
grandes “héroes científicos” (Newton, Darwin, Einstein), porque en ellas, al parecer, está la clave de su
obra. El problema es cómo pasar de la biografía y de los aspectos psicológicos del científico a la
estructura de la verdad científica. La verdad del teorema de Pitágoras, por ejemplo, no depende del
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“hombre” Pitágoras; la verdad del teorema está en su estructura, pero ésta es independiente de su
génesis, de la personalidad y la vida de Pitágoras.
El problema de este enfoque es que, al centrarse en los aspectos psicológicos, que son genéricos,
comunes a otras muchas actividades humanas (religión, filosofía, arte, política, etc.), no consigue dar
cuenta de la especificidad de la ciencia.
Enfoque sociológico
Se parte del supuesto de que la ciencia es una institución cultural, no una actividad privada o particular.
La ciencia es una institución social, como la religión, la familia, la política, etc. Esto vale, en general, para
toda la historia de la ciencia, pero, sobre todo, para la ciencia contemporánea: la ciencia de los
gobiernos, de las guerras, de las grandes empresas, de los intereses comerciales. Los científicos, en el
presente, son obreros, trabajadores de la ciencia. Hoy en día, ya no hay grandes “héroes científicos”,
porque los descubrimientos son fruto de equipos, de grandes grupos y grandes inversiones. Los
gobiernos y las grandes corporaciones influyen en el desarrollo de la ciencia, en cuanto que propician la
investigación en unos campos frente a otros por puros intereses (investigación espacial, investigación en
los campos de la informática y las comunicaciones, investigación de enfermedades solo cuando afectan
al “Primer Mundo”, etc.).
Este enfoque sociológico es más plausible y rico que el psicológico. No se puede negar que la ciencia es
una institución cultural. La ciencia, lo mismo que la filosofía, tiene, en cada momento, una implantación
social. La ciencia es la ciencia que en ese momento se puede construir. El avance de las ciencias no
depende sólo de los desarrollos teóricos; depende también, y sobre todo, de los avances tecnológicos.
Por ejemplo, no se podía hacer mecánica cuántica en el siglo V a.C. No se pueden adivinar los
descubrimientos y datos que aún no se pueden tener, por cuestión de imposibilidad tecnológica.
Por otra parte, la influencia de la ciencia en la sociedad es patente. Se ve muy bien en las guerras, en las
que se produce un considerable avance técnico-científico, a causa de los intereses creados por la propia
guerra, que repercute en la sociedad. Muchos de los desarrollos tecnológicos incorporados a la sociedad
en las últimas décadas surgieron en el contexto de la guerra (horno microondas, ordenador, GPS, etc.).
Los equilibrios geopolíticos y geoestratégicos de los Estados también se han visto afectados en las
últimas décadas por la influencia de la ciencia y la tecnología; en este sentido, la posesión de la bomba
atómica es clave para entender las relaciones internacionales en el presente.
Desde la Segunda Guerra Mundial, la sociología de la ciencia está en auge. Todos estos estudios tienen
mucho que ver con el reconocimiento de las tesis marxistas de que las ciencias están determinadas por
el modo de producción, la economía, la política y la sociedad en que se desarrollan. Este es un enfoque
innegable, aunque se ha intentado minimizar desde posiciones “racionalistas” que siguen considerando
la ciencia como mera especulación, minimizando la importancia de la ciencia en la sociedad y de la
sociedad en la ciencia. Por ejemplo, Einstein consideraba, al principio, que la ciencia mantiene su curso
propio, encerrada en su “torre de marfil”, pero tuvo que cambiar de idea con el Proyecto Manhattan,
que ejemplifica a la perfección la importancia del contexto histórico-político, la financiación estatal y el
trabajo en equipo. El proyecto, llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los Estados
Unidos, tenía el objetivo de desarrollar la primera bomba atómica antes de que la Alemania nazi la
consiguiera. El proyecto agrupó a una gran cantidad de científicos como Robert Oppenheimer, Niels
Böhr, Enrico Fermi, Ernest Lawrence, o Luis Walter Álvarez. Muchos de ellos eran exiliados judíos que
hicieron causa común de la lucha contra el fascismo, aportando su talento y su trabajo para conseguir la
bomba antes que los alemanes.
Por otra parte, están las posiciones extremas del sociologismo, que mantiene que la sociedad no sólo
influye, sino que determina el curso de la ciencia. Así, no habría, propiamente, verdad científica. Esto lo
mantienen autores importantes del siglo XX como Kuhn o Feyerabend, entre otros, que afirman que los
paradigmas científicos cambian a tenor del consenso de la comunidad científica, consenso provisional.
Esta tesis cuadra muy bien con la filosofía postmoderna, en auge en nuestros días, que niega que haya
verdades. No hay verdades permanentes, las teorías van cambiando como las modas sociales.
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En esta perspectiva sociologista (reduccionismo sociológico) las verdades son resultado de un consenso
condicionado por el contexto social de cada época; tienen la estructura de una ley parlamentaria que,
por mayoría, convierte en normativa una ley que, hasta ese momento, había sido problemática, en
cuanto que suscitaba el apoyo de unos y la oposición de otros. Pero no hay principios universales,
necesarios, que respalden la ley, y, en cualquier momento, ésta podrá ser cambiada por una nueva
mayoría.
Nosotros negamos la tesis del consenso: la verdad científica no deriva de un consenso social, sino de
cómo está constituida; si hay verdad es porque hay base y demostración, y el consenso vendrá como
consecuencia de esto. La respuesta historicista (sociológica) es que las verdades científicas de ayer no
son las de hoy, y las de hoy no serán las de mañana. Esto es, en parte, cierto, pero, en realidad, las
verdades no cambian como si se tratara de modas sociales. Lo que hay es una evolución: las nuevas
verdades, más amplias, incorporan a las anteriores en sus mallas. No niegan las anteriores, sino que son
una versión crítica basada en las verdades antiguas, que siguen siendo verdaderas dentro del campo que
cubren. Por ejemplo, la mecánica moderna (la mecánica relativista de Einstein) desarrolla la clásica (la
mecánica de Newton) incorporándola en sí misma. La ciencia es acumulativa, evolutiva. Las verdades no
cambian, o, para ser más precisos, sí cambian, pero las anteriores no son negadas, sino rectificadas en
algunos aspectos, y siguen siendo válidas en la franja de fenómenos para las que han sido diseñadas.
Nosotros, sin negar el hecho de que las ciencias son instituciones en relación con otras, con influencia en
y de la sociedad (que al fin y al cabo son las tesis del materialismo histórico de Marx), lo que no
admitimos es el sociologismo que defiende la ciencia como resultado únicamente del consenso.
Una vez negado ese sociologismo fuerte, conviene decir algo más acerca del alcance gnoseológico del
enfoque sociológico. En este sentido, se trata de ver cuál es la influencia del mundo heredado en la
ciencia. Cada científico hereda una determinada constitución del mundo, y es desde esa plataforma
desde donde hace ciencia.
 Influencia limitativa o negativa: por ejemplo, en los tiempos de la pila de volta, no se podían
plantear los problemas de los rayos catódicos. En cada momento histórico hay limitaciones a la
ciencia, dadas, sobre todo, por la tecnología de que se dispone, pero también por otros factores. Por
ejemplo, la bioética también impone límites: la Declaración Universal de los Derechos Humanos
impide que se hagan ciertas investigaciones con humanos. Las limitaciones son de muy diversos
tipos: económicas, tecnológicas, ideológicas, &c.
 Influencia directiva o selectiva: el mundo heredado dirige las investigaciones, selecciona lo que
tenemos que investigar. Las investigaciones exigen presupuestos muy altos y, por tanto,
determinados gobiernos eligen, deciden, un tipo de investigación y no otro. Queda patente en los
tiempos de guerra, pero también en el campo de la Medicina: el évola no se investigó hasta que no
afectó al “Primer Mundo”; las llamadas “enfermedades raras” no se investigan, etc.
 Influencia conformativa o de impronta: por ejemplo, en el caso de la máquina de vapor, se da una
influencia directiva, pero también una de impronta, conformativa, ya que los problemas internos de
la Termodinámica están conformados (constituidos desde dentro) por la máquina de vapor. Esta
influencia conformativa tiene importancia gnoseológica: el mundo heredado no sólo influye para
que se investigue una cosa u otra, sino que da forma a los teoremas científicos. Por tanto, el mundo
heredado es de importancia ineludible para una filosofía de la ciencia. En este sentido, tiene
pertinencia el enfoque sociológico.
El enfoque gnoseológico no puede prescindir del punto de vista sociológico. La relación entre filosofía y
sociología es, por un lado, polémica, porque se critica el sociologismo, pero, por otro lado, el enfoque
gnoseológico no puede negar la pertinencia del sociológico.
2.2. El enfoque gnoseológico (filosófico)
Es el que aquí se reivindica. Se parte de que las ciencias tienen algo de específico frente a otras
formaciones culturales, sociales, etc.; y lo que tienen de específico son las verdades científicas que
construyen. Las verdades científicas son verdades completamente diferentes de otros tipos de verdad
(de las verdades religiosas, políticas, técnicas… y, también, de las filosóficas), y no se pueden reducir a
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ningún otro género de verdad, aunque nacen de otro tipo de verdades anteriores, las verdades técnicas.
Las verdades científicas son universales, generales y están construidas de modo diferente a todas las
demás: son un tipo de construcción que no se da en ningún otro contexto, tienen unas características
muy especiales. Por eso, el enfoque gnoseológico se centra en las verdades científicas, intentando
mostrar lo que tienen de característico respecto a otro tipo de verdades. Su tarea es analizar, construir y
proponer modelos acerca de cómo se constituyen las verdades de las ciencias.
La filosofía es un gremio internamente roto en escuelas, dependiendo del sistema filosófico que uno
maneja (no hay consenso). Puede haber, y de hecho las hay, diferencias importantes entre los diferentes
enfoques gnoseológicos (filosóficos). La posición que uno adopte, nace de la crítica de las posiciones
alternativas, que no se pueden ignorar, aunque no se compartan. Este es el único modo de proceder en
filosofía. Por eso, vamos a hacer una teoría de teorías sobre la verdad científica, una sistematización de
las diferentes teorías filosóficas sobre la verdad científica.
Dado el hecho de que no existe una única ciencia, sino muchas, una verdadera filosofía de la ciencia (al
margen de que sea o no filosofía de la ciencia verdadera) debe responder al problema de la relación
entre la materia de las diferentes ciencias, que es lo que las diferencia, y la forma científica,
necesariamente común a todas ellas. Se considera, además, que la verdad científica brota de las
relaciones entre materia y forma y, por eso, las diferentes teorías sobre la verdad científica pueden
clasificarse según su modo de entender las relaciones entre materia (hechos) y forma (teorías).
A la hora de conjugar las ideas de materia (hechos) y forma (teorías), hay cuatro posibilidades (por
razones sistemáticas). Por eso hay cuatro grandes maneras de entender la verdad científica. El sistema
es polémico: unas teorías niegan a las otras.
 Relaciones de reducción de un término a otro:
a) La forma se reduce a la materia: la verdad se reduce a los hechos. Es la teoría de la verdad
descripcionista.
b) La materia se reduce a la forma: las verdades científicas radican en las teorías. Es la teoría de la
verdad teoreticista.
 Esquemas de articulación o yuxtaposición:
c) Las verdades científicas se dan cuando hay una adecuación entre teorías y hechos: teorías
adecuacionistas.
 Negación de la distinción hechos/teorías:
d) Se niega que existan hechos al margen de las teorías y que existan teorías al margen de los
hechos: teorías circularistas.
En principio, esta última posibilidad, que es la negación de las anteriores, no lleva asociada ninguna
teoría concreta sobre la verdad científica, aunque pueden construirse teorías de la verdad científica que
sean compatibles con ella.
a) Descripcionismo: reducción de la forma (teorías) a la materia (hechos)
La ciencia es una mera descripción de la realidad, de la materia. La verdad científica es des-velamiento,
des-cubrimiento de la materia, de los hechos. Las ciencias describen la materia tal como es, y la dejan
intacta: hay que ir a las cosas mismas y dejar que los hechos hablen por sí solos, es una especie de
realismo.
Los métodos y teorías de las ciencias serían meramente instrumentales; tendrían un papel de ayuda,
pero no son constitutivos de la verdad científica. La verdad radica en los hechos, y el instrumental
lógico-matemático facilita las cosas, pero no añade nada.
Este descripcionismo se ve en el paradigma de la ciencia inductiva, al modo como la concibió Francis
Bacon (siglo XVI). También se ve en el positivismo lógico del Círculo de Viena (siglo XX). La inducción o
razonamiento inductivo consiste en la formulación de enunciados generales a partir de le experiencia de
un número determinado de casos concretos.
El descripcionismo es una teoría de la verdad científica muy deficiente. Ha sido muy criticada, sobre
todo desde posturas teoreticistas. Es una teoría muy poco ajustada a la ciencia del presente. Se pudo
mantener en el pasado, cuando las ciencias estaban en un estado de recopilación de datos. Pero cuando
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hay que analizar verdades científicas complejas, como la teoría de la relatividad, el paradigma
descripcionista resulta problemático e insuficiente. La teoría de la relatividad no se hace a partir de una
recogida sistemática de datos, sino que, en cierto sentido, se hace a priori, y luego se buscan los datos.
Por otra parte, el descripcionismo no tiene ningún sentido en relación con las ciencias formales
(Matemáticas y Lógica), donde no se llevan a cabo observaciones empíricas, o con las ciencias que
estudian el pasado (sobre todo la Historia, pero también la Biología, con la Teoría de la Evolución). El
pasado no está ahí, no se puede des-cubrir o des-velar; solo se puede construir.
b) Teoreticismo: reducción de la materia (hechos) a la forma (teorías)
Se minimiza la importancia de los hechos en la construcción de las teorías científicas. Se identifica
ciencia y teoría científica: las verdades científicas son teorías científicas. La verdad ya no consiste en el
des-cubrimiento de la realidad, de los hechos, de las cosas mismas, sino en la coherencia lógica de las
construcciones teóricas. El problema principal que plantea el teoreticismo es el “problema de la
demarcación” entre los “sistemas coherentes científicos” y los “sistemas coherentes no científicos”
(filosóficos, mitológicos, religiosos, ideológicos, etc.).
Este teoreticismo se ve en el paradigma de la ciencia deductiva, al modo como la concibió Kepler (siglo
XVII). La deducción es una forma de razonamiento distinta de la inducción. Cuando deducimos, la meta
del proceso es un enunciado (conclusión) que se deriva de modo necesario de las premisas iniciales.
Nada cuenta aquí la observación, nada importa de dónde han sido extraídas las premisas. Lo que cuenta
es la relación lógica entre los enunciados. La deducción es el modo de proceder característico de las
ciencias formales (Matemáticas y Lógica). La aplicación rigurosa y exclusiva de la deducción tiene lugar
en los sistemas axiomáticos. El modelo es los Elementos de Euclides.
En el ámbito de las ciencias naturales, el deductivismo se da bajo la forma del método hipotéticodeductivo. La versión falsacionista de este método, propuesta por Popper (siglo XX), es el prototipo del
teoreticismo.
Popper parte de la crítica al inductivismo. Según el inductivismo, cuando una ley física resulta
repetidamente confirmada por nuestra experiencia, podemos darla por cierta o, al menos, asignarle una
gran probabilidad. Pero tal razonamiento, como ya fue notado por Hume (siglo XVIII), es lógicamente
incorrecto, puesto que no está lógicamente justificado extraer (inducir) una ley general a partir de un
conjunto finito de observaciones particulares. Este es el llamado “problema de la inducción incompleta”.
Popper supera la crítica de Hume abandonando por completo el inductivismo. En primer lugar, sostiene
que las teorías anteceden a los hechos, y que solo a la luz de ellas nos fijamos en los hechos; no hay
necesidad, por tanto, de responder a cómo pasamos a las teorías a partir de las experiencias
particulares. En segundo lugar, reconoce que el contacto con la experiencia es necesario para distinguir
qué teorías son aptas y cuáles no, pero sostiene que dicho contacto no es “positivo”, ya que la
confirmación o verificación de las teorías por los hechos no es posible, por el problema de la inducción
incompleta; el contacto será, por tanto, “negativo”; las teorías podrán ser refutadas o falsadas por los
hechos, pero nunca verificadas. El conocimiento científico no avanza, pues, confirmando nuevas leyes,
sino refutando y descartando leyes que contradicen la experiencia. El criterio de demarcación queda
definido, entonces, por la capacidad de una teoría de ser refutada o falsada. Sólo se admitirán como
teorías científicas aquellas para las que sea conceptualmente posible un experimento o una observación
que las contradiga.
La concepción teoreticista funciona bien en el ámbito de las ciencias formales y de la física teórica,
donde falla el descripcionismo. Sin embargo, ofrece una imagen muy especulativa de la ciencia y está
cercana al escepticismo: la frontera entre lo que es ciencia y lo que no es difusa; por otra parte, las
verdades científicas son teorías, pero las teorías pueden cambiar; puede haber “revoluciones” en la
manera de pensar; no hay, pues, verdades estables.
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c) Adecuacionismo: las verdades científicas se dan cuando hay una adecuación entre forma (teorías)
y materia (hechos)
Es la teoría que supone que la verdad científica radica en la adecuación entre los datos empíricos
(materia) y las teorías (formas). Es una adecuación que previamente supone la disociación. El
adecuacionismo es una teoría muy difundida porque es la teoría de la verdad del sentido común (en
contextos no científicos).
Ésta es la teoría de Aristóteles (Segundos analíticos). Es también la teoría de la verdad que se maneja en
la escolástica, en Santo Tomás, por ejemplo: la verdad como adecuación entre el intelecto humano y el
intelecto divino. Dios es un sujeto operatorio que construye el mundo. El científico adecua sus
operaciones a las divinas, al intelecto divino, para conocer el mundo creado por Dios. Este es un
contexto operatorio donde la idea de verdad como adecuación se ve bastante clara. Otro autor es Vico
(La ciencia nueva, siglo XVIII), que también se mueve en un contexto operatorio, aunque, esta vez,
exclusivamente humano: el intelecto divino es incognoscible, con lo que no puede haber adecuación
entre el intelecto humano y el divino; por eso, el hombre no puede conocer la naturaleza (obra de Dios),
sino solo lo que él mismo hace (verum est factum), es decir, la historia. El historiador adecua sus
operaciones a las del sujeto histórico estudiado. En las ciencias humanas, esta idea de Vico de la verdad
como adecuación (entre las operaciones del científico y las del sujeto de estudio) funciona. Aquí es
posible el paradigma adecuacionista porque hay dos sujetos: el científico y el temático. Sobre esto
volveremos más adelante.
En el ámbito de las ciencias naturales, la adecuación se daría entre una serie de hipótesis y teorías y una
serie de hechos empíricos dados anteriormente por otras vías diferentes de las que llevan a las teorías.
La teoría adecuacionista reúne las ventajas, pero también los problemas, del descripcionismo y del
teoreticismo. Se supone que hay una adecuación entre hechos y teorías, pero para llegar a esta
conclusión tendríamos que suponer: 1) Que podemos conocer los hechos con independencia de las
teorías; y 2) Que podemos elaborar teorías puramente teóricas, al margen de los hechos.
El problema principal del adecuacionismo es considerar que una teoría y un hecho son entidades
aisladas, independientes. Cualquier tramo de la ciencia tiene componentes teóricos y componentes
empíricos, porque estos componentes no se pueden considerar en sí mismos, sino en su relación mutua;
se interdefinen. Ej.: Pensemos en Kepler. Imaginémosle en una colina mirando el amanecer. Con él está
Tycho Brahe. Kepler considera que el Sol está fijo; es la Tierra la que se mueve. Pero Tycho, siguiendo a
Ptolomeo y a Aristóteles, al menos en esto, sostiene que la Tierra está fija y que los demás cuerpos
celestes se mueven alrededor de ella. ¿Ven Kepler y Tycho la misma cosa en el Este, al amanecer? En las
retinas de ambos se forman las mismas imágenes. Así pues, parece que ellos ven la misma cosa… y, sin
embargo, sus experiencias son diferentes, el sentido de lo que ven es completamente distinto. No hay,
por tanto, hechos puros; los hechos tienen una carga teórica, se dibujan en el contexto de ciertas
teorías; pero estas, tampoco son teorías puras, porque no pueden flotar en el vacío, sin referencia a los
hechos.
d) Circularismo:
Las teorías circularistas no son teorías directas. La posición circularista es una crítica de las tres
posiciones anteriores, por eso engloba cosas muy heterogéneas, en principio muy indefinidas. Por eso
no se le puede asociar a priori ninguna teoría sobre la verdad científica concreta.
En enfoque circularista diría que la idea de “hecho” no es primaria. No hay hechos puros, sino que se
dibujan respecto a dos teorías que compiten (que pueden ser científicas o no científicas) y esas teorías
hacen que el hecho aparezca como algo no teórico. Por ejemplo, el “hecho” de una secuencia de fósiles
de dinosaurios frente a la teoría darwinista y la teoría creacionista. Algo se nos dibuja como hecho
frente a una serie de teorías, y éstas, que están en un estadio o en otro (científico o no científico),
dibujan el hecho. Hechos y teorías están, pues, continuamente codeterminándose. No hay hechos puros
ni teorías puras.
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Ahora nos preguntamos qué teoría de la verdad científica se puede construir que sea compatible con el
circularismo y, sobre todo, que dé cuenta de aquello que tienen de específico las verdades científicas
frente a otro tipo de verdades (del sentido común, técnicas, filosóficas, etc.).
3.- El materialismo gnoseológico de Gustavo Bueno. Ideas principales
Ciencia o ciencias
No se puede hablar de ciencia, sino de ciencias. La ciencia en singular es una idea filosófica. El hecho de
que podamos construir una idea de ciencia no significa que la ciencia sea única o que esté en proceso de
unificación, porque lo que hay es una pluralidad de ciencias. Cada ciencia tiene, no un objeto de estudio
único, sino un campo operatorio característico formado por múltiples objetos y operaciones. Las
ciencias tienen que tener un campo material de términos (objetos) y operaciones, porque las ciencias
conocen la realidad al transformarla. La Teología, por ejemplo, no sería ciencia porque no tiene un
campo material de operaciones, no se puede operar con Dios.
Los campos de las ciencias son limitados. Las operaciones propias de una ciencia dan como resultado
términos del campo de esa misma ciencia: ese cierre operatorio dota al campo de su unidad. Por
ejemplo, operando con números (Matemáticas) obtengo números, pero no células (Biología). Esto no
quiere decir que no haya interdisciplinariedad, puentes o franjas de intersección entre campos distintos.
Un ejemplo sería la Neuropsicología.
Las relaciones entre los distintos campos son, en todo caso, dialécticas (conflictivas), porque las
fronteras entre unos campos y otros están continuamente disputadas. Por ejemplo, el intento
expansionista de la Física y la Química, que quieren “tragarse” la Biología, aunque ésta no se deja. En
esta disputa se van dibujando las fronteras.
Conocer implica transformar
La realidad se conoce cuando se transforma, por eso son necesarias las operaciones. Por ejemplo, la
Química no parte de los elementos de la tabla periódica, sino que parte de compuestos, y a través de las
operaciones se van construyendo los elementos químicos. Por eso aparecen tan tarde en la historia de
la Química. Los elementos, tal como aparecen en la tabla, no existen, aislados, en la naturaleza.
No hay ciencia sin operaciones. Toda ciencia tiene que tener un campo operatorio. El requerimiento de
que las ciencias tengan un campo de términos físicos, no se mantiene porque solo lo físico se pueda
conocer, o porque solo lo físico sea real, sino porque, sobre todo, solo lo físico es operable. Solo con
objetos corpóreos se pueden realizar operaciones.
Construir verdades científicas implica transformar la realidad. La realidad se va dibujando, se va
perfilando, a la vez que se transforma. Por ejemplo, un acelerador de partículas es un transformador.
Para conocer las propiedades de las partículas subatómicas, tiene que operar sobre ellas.
La técnica y la tecnología son internas a las ciencias, porque los aparatos con los que hacemos las
operaciones exigen una tecnología que hay que dominar y conocer. La tecnología y la técnica tienen una
función conformadora en las ciencias, interna, porque los propios campos se van configurando según la
tecnología que se tenga en cada momento. Por ejemplo, las Matemáticas se hacían con lápiz y papel, y
esto limitaba mucho su desarrollo, hasta que, con los ordenadores, se pudo ampliar ese campo. Un
nuevo operador, como el ordenador, ensancha el campo matemático, porque permite hacer
operaciones nuevas.
Origen técnico de las ciencias
Hay una pluralidad de ciencias con un origen distinto cada una de ellas. Las técnicas son las precursoras
de las ciencias, porque solo operando sobre la realidad y transformándola podemos conocerla. Un
ejemplo es la agrimensura, en Egipto, que servía para parcelar los campos de cultivo y controlar las
crecidas del Nilo, o la construcción de templos y palacios, que requerían unos conocimientos
geométricos “prácticos”, y que luego darán lugar a la geometría “teórica”. Ocurre lo mismo con la
aritmética, que está ligada a la aparición del Estado: el Estado requiere la contabilidad de sus habitantes
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o sus posesiones. En el caso de la física de Newton, habría que distinguir, por un lado, la mecánica
celeste, ligada a los calendarios, la predicción de eclipses, la astronomía naval, etc., y, por otro, la
mecánica terrestre, ligada especialmente a la balística, cuyo interés militar y estratégico es evidente. Lo
genial de Newton es que reorganizó ambas mecánicas en una sola, que es la física que conocemos de
Newton. Como se ve, los antecedentes físicos son múltiples: navegación, arquitectura, balanzas, planos
inclinados, etc. Todo esto va constituyendo el campo material de lo que acabará siendo la física clásica.
La Química clásica está ligada a la metalurgia, las operaciones de tinción, las técnicas culinarias, la
alquimia... todo un conjunto de conocimientos prácticos dispersos del que partirá, por ejemplo, John
Dalton, ya en el siglo XIX.
La tesis del origen técnico de las ciencias va ligada a la tesis de la multiplicidad de ciencias, cada una de
las cuales tiene su propio origen, sin que tengan que surgir a la par. Es decir, hay una disritmia: cada
ciencia con su fecha y lugar de nacimiento y su propio ritmo de crecimiento.
Dinámica de las ciencias
Las ciencias son idiorítimicas, es decir, cada una marcha a un ritmo diferente. No hay un curso de
desarrollo general de la ciencia. Incluso hay ritmos distintos entre las partes distintas de cada ciencia.
Esto se ve muy bien, por ejemplo, en las Matemáticas (no aparecen a la vez la Geometría, el Álgebra o el
Cálculo). Cada ciencia tiene un ritmo diferente. La Geometría de Euclides (s. III a.C.) es la primera ciencia
en sentido moderno que existe, y no volverá a existir otra hasta el s. XVII con la Mecánica de Newton. La
Química no llegará a ser ciencia, en sentido moderno, hasta principios del s. XIX, y en el caso de la
Biología habrá que esperar a la segunda mitad del siglo. Esto es así porque cada campo tiene unos
materiales propios, con una racionalidad característica propia, y que pueden ser reacios a constituirse
en una disciplina determinada.
No hay criterios de fasificación globales en la historia de la ciencia. No vale el esquema clásico: ciencia
antigua, medieval y moderna; a lo sumo, se podrá emplear de manera externa. Estamos acostumbrados
a esta división, pero es muy problemática en la historia de la filosofía en general y, en historia de la
ciencia, es irrelevante, porque ciencia en sentido moderno sólo hay a partir del s. XVII, sin contar la
Geometría griega.
Desde el materialismo gnoseológico, se toma el criterio de fasificar de acuerdo con las técnicas y
tecnologías que un campo tiene en un momento histórico. El campo de una ciencia se amplía conforme
se amplía nuestra capacidad de transformar la realidad, en función de las técnicas y tecnologías. Por
eso, éstas son un indicio muy firme de las fases internas en el desarrollo del campo. Así, las revoluciones
científicas habría que buscarlas en las revoluciones tecnológicas. Por ejemplo, en Astronomía, la
invención del telescopio será crucial. Tycho Brahe (siglo XVI) llevó la astronomía pretelescópica a su
máximo desarrollo; a partir del siglo XVII, con la invención del telescopio por Galileo, se produce la
“explosión” de la Astronomía.
Hiperrealismo
Nos queda decir en qué consiste la verdad científica dentro del materialismo gnoseológico. No puede
ser descripción de la realidad, porque para conocerla hay que transformarla. Tampoco puede ser
entendida como una mera construcción especulativa, teórica, porque exige transformar la realidad
misma, los cuerpos, y es en esas operaciones donde surgen las relaciones que se pueden reflejar en las
leyes científicas. Las leyes científicas serían las regularidades que se observan en los procesos de
transformación. Tampoco puede ser una verdad adecuacionista, porque el realizar operaciones implica
una cierta teoría. Los componentes teóricos son indisociables del propio hecho de operar: se opera
desde unos presupuestos teóricos. No es que la ciencia elabore teorías adecuadas a un mundo previo,
sino que grandes partes de la realidad son construidas por las propias ciencias. Las ciencias han ido
ampliando la realidad, y esto es el propio argumento de la historia de la ciencia.
El argumento de la historia de la ciencia es cómo, gracias a la ciencia, lo que llamamos realidad se va
ampliando cada vez más. El teorema de Pitágoras, el átomo, la evolución biológica, el hipercubo no son
realidades “descubiertas”, sino que son una especie de ampliación de la realidad, una hiperrealidad, que
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las ciencias constituyen. Por ejemplo, el teorema de la evolución es una construcción hiperrealista,
porque nosotros no podemos ver o tocar la evolución, pero seríamos ininteligibles sin ella. Los teoremas
científicos son hiperrealistas porque suponen la construcción de una realidad que no existe previamente
como tal y que, aunque no sea inmediatamente perceptible, funciona y actúa con independencia de los
sujetos. Las ciencias han ido ampliando la realidad hacia el pasado, hacia el microcosmos, hacia el
macrocosmos, en los terrenos de las ciencias formales (Matemáticas y Lógica), en suma, en todas las
direcciones.
Verdad científica
Si ninguna de las teorías anteriores es válida, entonces, ¿en qué consiste la verdad científica? Este es el
problema. No basta con decir que la ciencia construye realidades, porque en este caso las
construcciones científicas no se diferencian en nada de otras construcciones humanas. De aquí se
deduciría una especie de relativismo: todo son construcciones humanas. La cuestión es la siguiente:
¿Cómo es posible sostener la tesis de que los teoremas científicos son construcciones humanas (lo cual
es indudable), y al mismo tiempo mantener la objetividad de la verdad científica? Esta es la paradoja
que da lugar a toda la teoría gnoseológica de la ciencia. El teorema de la evolución no se constituye
hasta el siglo XIX pero, al mismo tiempo, su constitución supone considerar que la evolución biológica ha
estado funcionando desde hace millones de años. Si no hubiera hombres en el mundo, ¿seguirían
funcionando los planetas según las tres leyes de Kepler? La cuestión es cuál es la fuente de la
objetividad de los teoremas científicos; por qué son objetivos, si no pueden prescindir de las
operaciones de los sujetos que los construyen. No hay otro caso como el de la ciencia: que se estén
haciendo construcciones de etiología humana pero, al mismo tiempo, objetivas, en el sentido de
universales.
Cuando los científicos operan y transforman términos del campo para dar lugar a términos nuevos, en
algunas ocasiones, aparecen estructuras invariantes que, por lo general, pueden formularse como
relaciones de identidad sintética (relaciones de “encaje”) entre algunas partes del campo: esas
estructuras son las verdades científicas. Esos “encajes”, esas identidades sintéticas, surgen en medio del
propio proceso de operar y transformar términos pero, a la vez, una vez construidas, son
independientes del sujeto, son universales y objetivas. Cuando se produce el “encaje”, los aspectos
subjetivos de las operaciones que condujeron a él quedan neutralizados. Así pues, no puede haber
ciencia sin las operaciones de los sujetos, sin la transformación de la realidad, pero no puede haber
verdad científica si los aspectos subjetivos de esas operaciones no quedan neutralizados. Una vez
construida la verdad, no se puede modificar por consenso o por cualquier otro método. Ahí radica su
universalidad. Es una construcción objetiva, que se mantiene por encima de la voluntad de los sujetos.
Entender un teorema científico (una verdad científica) es ser capaz de ponerse en la situación del que lo
hizo, ver la necesidad de que esas piezas ajusten así y no de otra manera, y plegarse a dicha necesidad.
4. El problema de las ciencias humanas
La idea general de ciencia tiene el formato de un género con modulaciones diferentes que serían las
diferentes especies de ciencias (ciencias formales, naturales y humanas). Las ciencias humanas serían
una de estas especies. Si es así, estas ciencias tendrán que compartir una estructura común con el resto
de las especies del género para que puedan ser consideradas «ciencias» y, a la vez, esa estructura se
modulará, en su caso, de una manera característica, especial. Las ciencias humanas, si son ciencias,
deberán tener un campo operatorio con múltiples términos y deberán construir verdades en las que se
pueda hablar, de algún modo, de la neutralización de las operaciones.
Las ciencias humanas plantean el conflicto entre la capacidad operatoria de los sujetos a los que estas
ciencias estudian, la libertad que se les reconoce como sujetos humanos, y la pretensión de esas
ciencias de dar cuenta de esas operaciones y, en el límite, de predecirlas.
En las ciencias humanas siempre tienen que estar presentes en el campo las operaciones de los sujetos
humanos. De este modo, en estas ciencias hay un doble plano operatorio:
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1. El de las operaciones de los sujetos temáticos o sujetos objetivos, es decir, los sujetos
estudiados por el científico: nativos de una sociedad tribal, hablantes, miembros de grupos
sociales.
2. El de las operaciones de los científicos, que están viendo las operaciones de los sujeto temáticos
“desde fuera” (desde otro sistema operatorio, el científico): son las operaciones del antropólogo
cultural, del lingüista, del sociólogo.
De este modo, las operaciones de los sujetos temáticos son consideradas «objeto de estudio de la
ciencia», son consideradas como «tema», como «términos» del campo de la ciencia. Las ciencias
humanas tratarían de dar cuenta de esas operaciones de los sujetos temáticos.
En el momento en que desaparecen las operaciones del sujeto temático, entonces se vuelve a la
situación propia de las ciencias naturales y formales: el organismo biológico muerto y seccionado por el
micrótomo, tal como puede aparecer en el microscopio, ya no realiza operaciones y, por eso, esa
biología (citología, histología) es ciencia natural. Sin embargo, las ciencias etológicas caen del lado de las
ciencias humanas porque hay animales que son sujetos operatorios y sus operaciones, análogas a las
humanas en algunos aspectos, pueden formar parte, como términos, de los campos de las ciencias. De
este modo, tenemos dos planos operatorios: el del animal que opera, y el del etólogo o psicólogo que
opera sobre el animal.
Algunas de las dificultades que presentan las ciencias humanas tienen que ver con la existencia de este
doble plano operatorio. Los campos de las ciencias humanas y etológicas soportan una tensión
estructural entre dos polos: por un lado, el requerimiento de eliminar del campo de la ciencia las
operaciones de los sujetos para que pueda darse una verdad científica universal y objetiva; por otro
lado, la circunstancia de que, en los campos de las ciencias humanas siempre tienen que estar presentes
las operaciones de los sujetos humanos (o de sus análogos animales no humanos). Cuanto más
completa sea la eliminación de las operaciones, más científica será una disciplina pero, a la vez, peligrará
su estatuto de ciencia «humana», si es que las ciencias humanas tienen que contener las operaciones de
los sujetos temáticos. Recíprocamente, si se mantienen estas operaciones en el campo, entonces estará
claro que nos encontramos en una ciencia del grupo de las ciencias humanas, pero la cientificidad de esa
disciplina será problemática. Ninguna filosofía puede resolver esta tensión estructural ya que es una
dialéctica dada objetivamente en las ciencias humanas mismas: la filosofía de la ciencia puede hacer
explícita esta dificultad y puede sistematizarla para intentar entenderla sin destruirla. La situación de
«precariedad crónica» (inconsistencia, falta de acuerdo, enfrentamiento entre “escuelas”, etc.) de las
ciencias humanas es una consecuencia de esta tensión estructural a la que se ha hecho referencia.
Para sistematizar esa tensión, Gustavo Bueno propone la teoría de las metodologías α y β operatorias.
Se trata de clasificar los diferentes grados de eliminación de las operaciones de la manera más neutra
posible (utilizando letras y números).
Cuando hay una eliminación de las operaciones estamos en una metodología que llamamos α, y cuando
las operaciones permanecen en el campo hablamos de una metodología β. Si las operaciones de un
organismo se reducen a sus factores biológicos, remitiéndolas al funcionamiento de las neuronas, por
ejemplo, estaríamos utilizando una metodología α1. La genética de la conducta sería otro ejemplo de
esta metodología, si es que es posible determinar conductas que puedan ser explicadas por vía genética.
Cuando la eliminación de las operaciones es total, las ciencias humanas se convierten en ciencias
naturales, en ciencias en las que tiene lugar la neutralización total del sujeto, y hablamos de
metodologías α1 (sociobiología, genética de la conducta, psicología fisiológica, etc.).
Cuando no existe, en absoluto, eliminación de las operaciones, estaríamos en las metodologías β2, en
las que las operaciones del «científico» y las del sujeto temático están dadas en tal continuidad que
unas determinan a otras y nos remiten a una situación práctica prudencial: la práctica económica de
gobiernos y corporaciones, o la práctica de la compra venta de valores en los mercados podrían ponerse
como ejemplos de esta co-determinación operatoria.
En los estados intermedios α2 y β1 la eliminación de las operaciones es relativa. En estos estados, las
ciencias humanas logran constituirse como tales, aunque, como se verá, no sin ciertos problemas. En α2
se trata de ver las operaciones del sujeto temático envueltas en estructuras que las determinan
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relativamente como puedan ser las estructuras históricas y culturales. Las estrategias del materialismo
cultural de Marvin Harris o del materialismo histórico de Marx están construidas desde ese supuesto.
Por ejemplo, los idiomas nacionales modernos son estructuras que envuelven al hablante y determinan
en buena medida, desde fuera, su conducta verbal.
En las metodologías β1, encontramos dos situaciones diferentes. Por un lado está la Historia, que se
construye a partir de reliquias y de documentos (β1 -situación I-). En la Historia, unas realidades que no
son ellas mismas operatorias (las reliquias y los documentos) tienen que ser puestas en contextos
operatorios para que resulten inteligibles: para distinguir un canto rodado de un capitel labrado
tenemos que suponer las operaciones del sujeto que esculpió el capitel pues, de otro modo, ambas
«piedras» resultarían indistinguibles. Hace falta poblar las reliquias y los documentos con «fantasmas
operatorios» para que cobren sentido histórico.
Por otro lado, en las metodologías β1 (situación II), se contempla la posibilidad de una co-determinación
operatoria entre dos sujetos pero de modo que uno de ellos, en virtud de un sistema operatorio más
potente, logre imponerse al otro: el ejemplo paradigmático de esta situación sería el juego del ajedrez.
Desde el punto de vista de la teoría de juegos, el ajedrez es un juego bipersonal de suma cero, finito
(con un número de jugadas y de partidas finito) y de información completa. Sin embargo, para el filósofo
de la ciencia, el ajedrez plantea problemas específicos. En el ajedrez, las operaciones de los jugadores se
van co-determinando mutuamente a lo largo de la partida, de modo que ninguno de ellos puede planear
su partida desde el principio, con independencia de lo que mueva el otro. Se podría decir que, en cada
jugada, el jugador tiene que reconsiderar por completo su estrategia. El ajedrez no tiene, hoy por hoy,
una solución matemática ya que nuestra tecnología de computación no permite recorrer todas las
partidas posibles, aunque sean finitas: diríamos, por tanto, que no tiene una solución en α. Hay muchos
juegos (las damas, el Nim, el tres en raya) que pueden resolverse de un modo determinista (en α), desde
el momento en que hay un algoritmo que, si se aplica, conduce a la victoria. Pero esto no ocurre en el
ajedrez, donde el algoritmo matemático no se puede manejar por ser muy largo (aunque finito) y,
entonces, las partidas hay que jugarlas manejando estrategias que podríamos llamar «intermedias». Por
tanto, cada partida tiene que ser jugada y los cálculos no pueden ir más allá de las tres o cuatro
próximas jugadas, lo cual exige estar reconsiderando continuamente la partida a tenor de los
movimientos del contrario. Pero, de todas formas, hay sujetos que tienen la «ciencia del ajedrez». La
pregunta filosófica es ¿qué tipo de ciencia es ésta? Esa ciencia es β1- II: es una ciencia que es casi
práctica prudencial (β2), pero, dado que hay sujetos que ganan sistemáticamente, es necesario
reconocer un tipo de ciencia especial. Pero ¿qué tipo de ciencia es ésta? Esa ciencia es un conocimiento
tal que el jugador victorioso puede prever lo que hará su contrincante, puestas ciertas condiciones.
El ajedrez nos puede valer de canon de lo que son las técnicas humanas efectivas, es decir, las técnicas
que nos dan una capacidad de manipular las operaciones de otros sujetos. El sujeto vencido en el juego
del ajedrez tiene la apariencia de estar jugando, tiene la apariencia de mover sus piezas libremente
pero, en realidad, su juego está siendo determinado por el sujeto vencedor, su estrategia queda
envuelta por la estrategia más potente del jugador victorioso. Del mismo modo, el comprador que elige
libremente un producto está siendo determinado por el «publicista victorioso» que es capaz de dirigir
sus operaciones, y también el oyente de un discurso puede quedar en manos del orador persuasivo.
Esto son técnicas humanas: técnicas de propaganda, técnicas de persuasión, técnicas de modificación de
conducta, técnicas de manipulación económica o política. Técnicas de “conducción de almas” (técnicas
«psicagógicas»). Cada una de esas técnicas tiene su propia especificidad y tiene que probar, en cada
momento, su efectividad. La antinomia de la libertad no se daría entre praxis humanas y causalidad
física (como en la tercera antinomia de Kant), o entre praxis humana y causalidad divina (como en las
discusiones escolásticas), sino entre praxis humana y praxis humana.
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