Anita y el secreto del auqui A nita era una niña pobre que vivía con su abuelita, porque sus padres habían fallecido por causa de un rayo. Desde entonces, siendo una pastorcita, vivía muy triste extrañándolos. Apenas los rayos dorados del sol alumbraron por la mañana, la pastorcita Anita tostaba su cancha que le serviría de alimento para todo el día, porque no tenía más cosas para alimentarse. En el pueblo, donde vivía sola con su abuelita, no llovía desde hacia varios meses atrás y la gente había migrado hacia otros pueblos. Un día Anita salió con sus ovejas hacia la puna, en busca de pasto, cuando de repente vio que algo brillaba a los lejos. Aquel brillo le llamó la atención, porque además, éste cambiaba de color, una vez era rojo, luego anaranjado, amarrillo, verde, azul, celeste, morado; era maravilloso ver cómo los colores se hacían uno a uno y luego todos juntos a la vez. Pero cuando Anita se acercaba cada vez más, los colores ya no se veían; solamente pudo observar el agua que se filtraba por un cerro, formando un riachuelo que avanzaba por un camino que se hacía angosto. Anita, dejando sus animales por un momento, siguió el curso del riachuelo y encontró una lagunita. No podía creer lo que veían sus ojos: innumerables veces había pasado cerca de allí, pero nunca se había atrevido a cruzar una entrada tan angosta. 17 Mitos y leyendas del agua en el Perú Cuando tocó con sus manos la lagunita, el agua comenzó a moverse haciendo ondas y fueron apareciendo imágenes en ella. Vio a la gente de su pueblo sembrando maíz y a los niños jugando alrededor y ayudando a sus padres en la siembra. Cansada por la caminata, Anita se recostó al pie de la lagunita y muy pronto se quedó dormida; entonces en sus sueños escuchó una voz que salía del cerro, diciéndole: “La sequía va a durar unos meses más, pero si tú quieres que llueva, coge el agua de esta lagunita en un mate y donde tú lo pongas atraerá a las nubes y lloverá”. Anita al momento se despertó y, pensativa, sacó de su mantita el mate donde guardaba la cancha y vaciándolo lo lavó y llenó con el agua de la lagunita. Luego de pastar a sus animales, bajó contenta hacia el pueblo con sus ovejas. Le contó a su abuelita lo sucedido y ella le explicó, diciéndole: “Anita, hijita, seguro uno de los auquis tutelares vio en ti a la persona a quien podía confiarle un secreto. El auqui nos anuncia que las imágenes que viste en la lagunita se cumplirán, cuando comiencen las lluvias, renazcan las plantas y retorne la gente al pueblo para sembrar, ¡así será!”. ¡Y así fue! Desde ese momento, el pueblo de Salvio ya no sufrió más por falta de lluvias. Fuente oral: Justiniano Aquino Rojas, San Francisco de Salvio, Concepción, Junín. Escolar: Elvia Aquino Bruno, 15 años, San Francisco de Salvio, Concepción, Junín. 18 Cutiy (regresa) A llá por el año 1,400 d.C., en tiempos que reinaban en el Tahuantinsuyo los Incas Pachacútec y Túpac Yupanqui, en la cultura del dios del Agua Wari, hoy departamento de Ayacucho, en la región de Lucanas (Puquio), había un pueblo próspero, muy aguerrido, difícil de subyugar al reino del Cusco llamado Hatun Soras (Gran Soras), hoy distrito San Bartolomé de Hatun Soras, fundado como tal hace 150 años. Aquí surge una fascinante, linda y romántica leyenda-historia-mítica, ligada directamente al dios del Agua Wari. En Hatun Soras gobernaba un noble sabio y guerrero. Éste tenía una hija, con las cualidades del padre y, sobre todo, era extraordinariamente bella. Hatun Soras se dividía en dos “barrios”: Hurín Soras y Hanan Soras. Al segundo barrio lo gobernaba un cacique, quien tenía un hijo que a la vez se enamora perdidamente de la hija del noble, y le ofrece matrimonio. El noble sorprendido ante tal osadía consulta con sus consejeros, y le dice: “Si logras traer las aguas del río Huancané (afluente del Pampas y Apurímac) hasta la plaza, te concederé por esposa a mi muy amada hija”. El hijo del cacique aceptó el reto. Para sí, se dijo: “Moveré cielos y tierra, con la ayuda del dios Wiracocha y el dios del Agua Wari cumpliré el desafío”. Reunió cientos de hombres tanto del lugar como de los pueblos cercanos. La misión era hacer un canal de dos y medio metros de ancho a lo largo de quince kilómetros de longitud. Cuentan que fue una obra titánica: los hombres luchaban contra el tiempo y la naturaleza; las mujeres y los niños también se sumaban a la gran tarea. Ellas con la merienda y la chicha de jora, los niños alcanzaban piedras pequeñas y champas que servían de cuña. Luego de un año de arduo trabajo, obra que solamente nuestros antepasados supieron hacer con cada atardecer, después de cada faena cantaban, bailaban y bebían chicha; al día siguiente de nuevo y acomodarse a otra faena más, en un día lleno de esperanzas. 19