Reconquista española

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La Reconquista y los reinos cristianos.
Reconquista, término que designa la actividad militar llevada a cabo por los núcleos políticos cristianos de la
península Ibérica, en el transcurso de los siglos VIII al XV, con la finalidad de recuperar el territorio que, con
anterioridad, había sido ocupado por los musulmanes.
Características generales
Tradicionalmente se ha puesto mucho énfasis en el sentido religioso de la Reconquista, presentándola como
una cruzada de larga duración de los cristianos contra los infieles. Ahora bien, ese aspecto no estuvo presente
de manera efectiva en la Reconquista hispana por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XI, época de la
gestación de las Cruzadas en el Occidente cristiano. Otro rasgo peculiar de la Reconquista hispana es la
pretensión puesta de manifiesto por los reyes y príncipes cristianos de reconstruir el fenecido reino visigodo,
pues se consideraban sus legítimos herederos. Eso explica que se creyeran con derechos suficientes para
repartirse el territorio de al−Andalus antes de haberlo conquistado, como se puso de manifiesto en los tratados
firmados por Castilla y Aragón en los siglos XII y XIII. De todas formas en el fenómeno reconquistador, y en
el proceso repoblador que le siguió indefectiblemente, intervinieron numerosos elementos, tanto demográficos
como económicos, sociales y políticos.
En efecto, el proceso reconquistador y la consecuente repoblación supusieron el trasvase permanente de
contingentes humanos que se desplazaban desde las tierras septentrionales hacia las meridionales. En el plano
económico, la incorporación de las tierras ganadas a los musulmanes significaba un incremento notable, a la
vez que una diversificación, de las posibilidades productivas de los núcleos cristianos. Asimismo, la
Reconquista y la repoblación desempeñaron un papel de primer orden en la formación de la sociedad de la
España medieval cristiana, ya fuera a través de la participación en las campañas militares o en los procesos de
colonización posteriores. No podemos dejar al margen, por último, el significado político de la 'guerra
divinal', como se denominó a la pugna mantenida con los musulmanes, motivo de permanentes encuentros y
desencuentros entre los diversos núcleos de la España cristiana.
Orígenes de la Reconquista en el norte cantábrico
La invasión musulmana de Hispania tuvo lugar el año 711. Apenas unos años más tarde todo el territorio de la
península Ibérica había caído en poder de los islamitas, que apenas hallaron resistencia en su avance. Hay que
tener en cuenta que buena parte de la nobleza visigoda aceptó a los invasores, a cambio de mantener sus
privilegios y sus propiedades. Ahora bien, los musulmanes no prestaron la misma atención a todo el territorio
ocupado. De hecho, los límites efectivos de al−Andalus tenían como fronteras septentrionales el sistema
Central, en la zona occidental, y el valle del Ebro, en la oriental. En la cuenca del Duero se instalaron
simplemente unas cuantas guarniciones de bereberes, las cuales, al parecer, abandonaron el territorio a
mediados del siglo VIII.
Por lo demás, en las montañas del norte, desde la cordillera Cantábrica hasta los Pirineos, seguían viviendo los
viejos pueblos prerromanos allí asentados, entre ellos los astures, los cántabros, los vascones o los hispani.
El punto de partida de la Reconquista se encuentra en la zona astur−cántabra. Los pueblos de aquel territorio
se opusieron a los musulmanes como antes lo habían hecho a los romanos o a los visigodos. De todas formas
en la zona astur−cántabra la presión musulmana era inferior a la existente en la región pirenaica, en donde los
islamitas, firmemente instalados en el valle del Ebro, situaron fuerzas militares con la finalidad de
contrarrestar el posible peligro franco. Eso explica que el avance reconquistador fuera más rápido por el
occidente de la Península que por el oriente. Así las cosas, mientras los cristianos se establecieron en el río
Duero hacia el año 900, la llegada a la zona del Ebro medio no se produjo hasta dos siglos más tarde, en los
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albores del siglo XII.
El año 722 los habitantes de las montañas astures, dirigidos por el noble visigodo Pelayo, pusieron en fuga a
una columna musulmana que se había adentrado por los picos de Europa. Dicho acontecimiento es la
denominada batalla de Covadonga. El suceso tenía escaso relieve desde el punto de vista militar, pero las
crónicas cristianas elaboradas posteriormente por los clérigos de la corte astur la consideraron ni más ni
menos como "la salvación de España". A partir de esas fechas se constituyó en las montañas cantábricas el
primer núcleo político de resistencia al islam que nacía en la Península, el reino de Asturias (o astur).
A mediados del siglo VIII Alfonso I recorrió la cuenca del Duero, contribuyendo a despoblarla pues, al decir
de una crónica posterior, "yermó los campos llamados góticos". En el siglo IX el reino astur fue progresando
hacia Galicia y hacia las llanuras de la cuenca del Duero, en la medida en que se lo permitían tanto sus
posibilidades demográficas como la oposición de los musulmanes. De todas formas la ocupación de ese
territorio no requería su conquista militar previa, pues se trataba de una auténtica tierra de nadie que no estaba
sometida a ningún poder político. En tiempos de Ordoño I la frontera meridional del núcleo astur llegaba a la
línea marcada por las localidades de Tuy, repoblada el año 854, Astorga, colonizada en la misma fecha, y
León, que se incorporó al dominio cristiano en el año 856. Al finalizar el siglo IX, siendo rey Alfonso III, los
cristianos, aprovechándose de los conflictos internos que habían estallado en al−Andalus, alcanzaron la línea
del Duero.
Primero se instalaron en Oporto (866) y años más tarde en Zamora (893), Simancas (899) y Toro (900). En la
zona oriental del reino astur−leonés, es decir Castilla, había nacido Burgos el año 884. Poco tiempo después
los condes castellanos llegaban asimismo al Duero, repoblando el año 912 Roa, Osma y San Esteban de
Gormaz. El sistema de repoblación puesto en práctica en la cuenca del Duero fue la presura, que consistía en
ocupar tierras y ponerlas en explotación. En la misma participaron gentes del norte, pero también mozárabes,
emigrados desde al−Andalus.
Los orígenes de la Reconquista desde la zona pirenaica
Paralelamente se constituyeron diversos núcleos políticos en la zona pirenaica: el reino de Pamplona (de
Navarra) al oeste, el condado de Aragón en el centro y la Marca Hispánica en el este. Un papel decisivo lo
desempeñó el reino franco de los Carolingios, deseoso de establecer una barrera al sur de sus dominios para
impedir el avance de los musulmanes. Coaligados con los nativos hispani, los Carolingios conquistaron
Gerona (785) y Barcelona (801), estableciendo en aquel territorio un mosaico de condados, que en su conjunto
formaban la llamada Marca Hispánica.
En la segunda mitad del siglo IX el conde de Barcelona Guifré el Pilós repobló la plana de Vic y otros
territorios contiguos, fijándose la frontera meridional en el curso de los ríos Llobregat y Cardoner. Por su
parte, los reyes de Navarra se acercaron al valle del Ebro, conquistando, a comienzos del siglo X, las villas de
Calahorra y de Nájera.
Avances y retrocesos cristianos
La Reconquista se vio paralizada en el siglo X, debido a la hegemonía mantenida en dicha época sobre toda la
península Ibérica por el califato de Córdoba. Solamente el triunfo cristiano de Simancas (939), logrado por el
rey leonés Ramiro II, permitió iniciar la expansión al sur del Duero. El año 940 se ponía en marcha la
colonización del valle del Tormes (Salamanca, Ledesma, entre otras). Paralelamente, el conde de Castilla
Fernán González ponía pie en Sepúlveda. Pero esa labor se perdió al poco tiempo, pues en la segunda mitad
del siglo X los cristianos se vieron obligados a retroceder a la línea del Duero. La causa fundamental de ese
repliegue fueron las terroríficas campañas llevadas a cabo por el caudillo cordobés Almanzor, que atacó todos
los flancos de la España cristiana, desde Barcelona, al este, hasta Santiago de Compostela, al oeste.
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La desintegración del Califato, acaecida en el año 1031, supuso un cambio radical en la correlación de fuerzas
entre los cristianos y los musulmanes de Hispania. Los reyes cristianos pasaron a ejercer un protectorado
sobre los diversos taifas en que se había descompuesto el Califato, a los que cobraban parias o tributos. En la
segunda mitad del siglo XI los reyes de Castilla y León impulsaron la repoblación de las Extremaduras, es
decir el territorio situado entre el Duero y el sistema Central. Las ciudades de Salamanca, Ávila y Segovia
eran sus puntos principales. Fue aquélla una repoblación de frontera, que dio lugar a la formación de
comunidades de villa y tierra, en las que desempeñaban un papel rector los caballeros populares.
Al mismo tiempo los reyes de Aragón se acercaban al Prepirineo, conquistando Huesca (1096) y Barbastro
(1100). En el año 1085, por su parte, Alfonso VI de Castilla había entrado en Toledo, mediante un acuerdo
previo con el taifa que la gobernaba. Toledo había sido la vieja capital visigoda así como una ciudad clave en
el mundo de al−Andalus. Poco después cayeron en poder cristiano diversas villas de la zona comprendida
entre el sistema Central y el valle del Tajo, como Atienza, Guadalajara o Talavera. En esa zona la repoblación
consistió en la mera superposición de gentes originarias del norte sobre la población allí establecida de
antemano, en buena parte mudéjar.
La llegada a la Península de los almorávides, que volvieron a unificar al−Andalus, se tradujo en un parón del
proceso reconquistador. Sólo Alfonso I de Aragón fue capaz de avanzar hacia el valle medio del Ebro,
conquistando, entre otras plazas, Zaragoza (1118), Tudela y Tarazona (1119), Calatayud (1120) y Daroca
(1121). Gran parte de la población mudéjar permaneció en aquel territorio, pero también llegaron nuevos
pobladores, particularmente a la ciudad de Zaragoza. No obstante, el Imperio almorávide duró muy poco, pues
hacia el año 1145 había desaparecido, fragmentándose nuevamente al−Andalus en un conjunto de taifas.
En esas condiciones los cristianos, que en el Tratado de Tudillén (1151) se habían repartido las futuras zonas
de conquista, reanudaron el avance militar por tierras de al−Andalus. Castellanos y leoneses avanzaron por la
Meseta meridional; Alfonso VIII conquistó Cuenca en 1177, en tanto que el monarca leonés Fernando II
ocupaba las plazas de Yeltes y Alcántara. Por su parte Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe
de Aragón, incorporó a sus dominios el bajo valle del Ebro, al conquistar Tortosa en 1148 y Lérida en 1149.
Su sucesor, Alfonso II, avanzó por los montes de Teruel, entrando en la ciudad del mismo nombre el año
1171. Castilla y Aragón suscribieron en 1179 un nuevo tratado de reparto, el de Cazorla. Por lo demás, la
principal actividad militar de la segunda mitad del siglo XII se desarrolló en la Meseta meridional, siendo sus
protagonistas las órdenes militares hispanas (Santiago, Calatrava, Alcántara), que acababan de ser creadas.
Antes de concluir el siglo XII al−Andalus fue otra vez unificado, en esta ocasión por los almohades, lo que
supuso un nuevo alto en la marcha de la Reconquista.
El principal avance reconquistador
La victoria lograda por Alfonso VIII de Castilla y sus aliados sobre los almohades en las Navas de Tolosa
(1212), preparada cuidadosamente como una auténtica cruzada, significó la caída del Imperio islamita.
Al−Andalus se dividió nuevamente en un mosaico de taifas. Así las cosas el siglo XIII conoció el máximo
impulso reconquistador de los cristianos de Hispania. En poco más de treinta años la Corona de Aragón
incorporó las islas Baleares y el reino de Valencia, en tanto que la de Castilla hacía lo propio con la Andalucía
Bética y Murcia.
No obstante, el primero que sacó partido de la victoria de las Navas, aunque no había participado en ella, fue
el rey de León Alfonso IX, el cual conquistó en 1227 Cáceres y en 1230 Mérida y Badajoz. Pero el primer
paso importante en la lucha contra los musulmanes lo dio la Corona de Aragón, correspondiendo el
protagonismo de esa expansión al monarca Jaime I el Conquistador. En las Cortes de Barcelona de 1228 se
dio luz verde a la campaña contra Mallorca. Una poderosa marina catalana desembarcó en Mallorca, cuya
capital, Palma, cayó en poder cristiano a finales del año 1229. En los años siguientes se ocuparon las islas de
Ibiza y de Formentera, en tanto que Menorca, convertida en tributaria, no fue conquistada hasta el año 1287.
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Aunque quedó en Mallorca población mudéjar, acudieron al calor de los repartimientos muchos repobladores
de origen catalán. La conquista del reino de Valencia fue más larga, extendiéndose desde 1232 hasta 1245. La
primera fase se puso en marcha tras los acuerdos de las Cortes de Monzón de 1232. Núcleos como Burriana o
Peñíscola fueron ocupados por los cristianos. La segunda fase, iniciada en otras Cortes, celebradas asimismo
en Monzón en 1236, tuvo como acontecimiento estelar la conquista de la ciudad de Valencia, en el año 1238.
Inmediatamente se procedió a un repartimiento de Valencia y sus ricos territorios próximos, acudiendo al
mismo tanto catalanes como aragoneses. La tercera fase consistió en la conquista del sur del reino, siendo sus
momentos claves la toma de Cullera (1239) y la de Alcira (1245), el último hecho de armas importante. En el
reino de Valencia permanecieron numerosos mudéjares, particularmente en la zona meridional.
El protagonismo reconquistador del siglo XIII por lo que respecta al núcleo castellano−leonés correspondió al
rey Fernando III el Santo. Éste inició la actividad militar en el alto Guadalquivir en el año 1224, cuando sólo
era rey de Castilla, logrando la conquista de plazas como Andújar y Baeza. Tras la unión de los reinos de
Castilla y León, en 1230, Fernando III reanudó la ofensiva en tierras andaluzas. A la ocupación de Úbeda
(1233) siguió la de Córdoba, en el año 1236 y, años más tarde, la de Jaén (1246). En el avance hacia Sevilla
fueron cayendo en poder cristiano lugares como Carmona, Lora o Alcalá de Guadaira. Por fin, tras un largo
asedio, tanto terrestre como fluvial, a finales de 1248 se rindió Sevilla, la antigua capital de los almohades. La
labor reconquistadora en el valle del Guadalquivir la completó Alfonso X, sucesor de Fernando III, con la
toma de Jerez y, finalmente, de Cádiz (1262).
También se realizaron repartimientos en los territorios andaluces recién ocupados, de cuyas ciudades fue
expulsada la población musulmana. Mas después de la revuelta que protagonizaron en 1264, los mudéjares
tuvieron que abandonar la Andalucía Bética. Por su parte, el reino de Murcia, territorio que había sido
adjudicado en los tratados de reparto unas veces a Aragón y otras a Castilla, fue incorporado a este último
reino en 1243, por obra del entonces príncipe Alfonso, futuro Alfonso X. En los repartimientos murcianos
hubo, junto a la población mayoritaria castellana, una importante presencia de gentes de la Corona de Aragón.
Los conflictos fronterizos con Aragón, a quien se había reservado la reconquista del Levante hispano, se
resolvieron en el tratado de Almizra (1244), firmado por Fernando III y Jaime I. En él se fijaban los límites
entre las zonas de expansión de Castilla y de Aragón.
Últimas fases de la Reconquista: la conquista del reino de Granada
Sólo quedaba bajo el dominio musulmán el reino nazarí de Granada, que no obstante pudo subsistir hasta
finales del siglo XV. La tarea estaba encomendada a la Corona de Castilla, pues el reino de Granada se
encontraba en la zona de expansión que se le había reconocido en los viejos tratados de reparto. Aunque en el
transcurso del siglo XIV la actividad reconquistadora apenas existió, hubo, eso sí, diversos conflictos
fronterizos, particularmente en torno al estrecho de Gibraltar, y algunos éxitos cristianos notables, como la
victoria del Salado (1340), obtenida por Alfonso XI, a la que siguió la toma de Algeciras (1344). También en
el siglo XV hubo diversas escaramuzas.
La más famosa fue la conquista de Antequera, llevada a cabo en 1410 por Fernando, tío y regente de Juan II
de Castilla. En tiempos de este último monarca es preciso señalar la victoria lograda sobre los granadinos en
la Higueruela (1431).
Sin embargo, la conquista del reino de Granada no pudo acometerse con éxito hasta el reinado de los Reyes
Católicos. La guerra se inició en el año 1481. Tras unos comienzos inciertos, a partir del año 1485 el conflicto
se inclinó decididamente del lado cristiano. Hitos significativos fueron la ocupación de Ronda (1485), de
Málaga (1487) y de Baeza (1489). Para la conquista de la capital del reino fue necesario edificar en las
proximidades de Granada la ciudad−campamento de Santa Fe. Con la entrada de las tropas cristianas en
Granada, acontecimiento que tuvo lugar el 2 de enero del año 1492, se ponía fin a la Reconquista, un proceso
que había durado cerca de ochocientos años. A partir de esos momentos, aunque aún permaneció por algún
tiempo en España población adepta a la religión islámica, ya no quedaba ningún territorio bajo el poder
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musulmán.
Condado y reino de Aragón, el condado de Aragón surgió en la zona central del noroeste de la península
Ibérica en relación con el interés manifestado por la dinastía franca de los Carolingios en proteger su frontera
meridional de los posibles ataques de los musulmanes, firmemente establecidos en el valle medio del Ebro.
Orígenes del condado de Aragón
Las noticias sobre los orígenes de dicho condado son muy oscuras. Se sabe, no obstante, que a comienzos del
siglo IX un nativo, de nombre Aureolo u Oriol, gobernaba aquella zona, bajo el protectorado de los reyes
francos. Se trataba de una franja montañosa, en el Pirineo central, que comprendía los valles de Ansó, Echo y
Canfranc. Posteriormente se hizo con el control del condado Aznar Galíndez I, cabeza de una familia que se
mantuvo al frente de dicho puesto hasta mediados del siglo X. En esa época el condado de Aragón se extendió
por la cuenca alta del río Gállego. Al tiempo que se iba desprendiendo de la tutela Carolingia, el condado de
Aragón se aproximaba al núcleo navarro, que se había constituido más al oeste. Esa orientación se consumó
cuando Andregoto Galíndez, hija de Galindo II Aznárez y heredera del condado de Aragón, contrajo
matrimonio, a mediados del siglo X, con el rey de Pamplona (o de Navarra) García Sánchez I. El hijo de
ambos, Sancho Garcés II, fue desde el año 970 rey de Pamplona y conde de Aragón.
La vinculación de ambos núcleos se mantuvo hasta el año 1035, es decir hasta la muerte de Sancho III el
Mayor de Pamplona. En el transcurso del siglo X y los primeros años del XI fueron llegando a las tierras
aragonesas mozárabes procedentes de al−Andalus, que se sumaban a la población nativa. Desde el punto de
vista económico predominaban la actividad pastoril y una agricultura típica de montaña. La sociedad
conservaba ciertos rasgos de carácter gentilicio, pero progresivamente se iban imponiendo unas cuantas
familias nobiliarias. El principal foco de cultura en esos siglos fue el monasterio de San Pedro de Siresa.
Nacimiento del reino de Aragón
Ramiro, un hijo bastardo de Sancho III de Pamplona, recibió el condado de Aragón. Se le ha considerado el
primer rey de dicho territorio, pues aunque estaba supeditado a su hermano García, rey de Pamplona, luchó lo
indecible para consolidar la independencia de Aragón. Es posible, no obstante, que no utilizara expresamente
el título regio. Por otra parte la temprana muerte de su hermano Gonzalo, que había recibido los señoríos de
Sobrarbe y Ribagorza, le permitió asimismo incorporar esos dominios (1044). El reino de Aragón de
mediados del siglo XI limitaba al oeste con el reino de Pamplona, al este con el condado de Urgel y al sur con
el reino taifa musulmán de Zaragoza. El hijo y sucesor de Ramiro I, Sancho Ramírez, aprovechó la vacante
que se produjo en el trono navarro en el año 1076 para ser reconocido como rey de aquel territorio. De esa
manera Aragón y Navarra volvían a unirse, aunque en esta ocasión las dos entidades políticas ostentaban el
mismo título, pues ambos eran reinos.
Sancho Ramírez hizo de la ciudad de Jaca el centro político de su reino a la vez que uno de los hitos de la ruta
de los peregrinos que se encaminaban desde Francia, a través de los Pirineos, a Santiago de Compostela (el
conocido como Camino de Santiago). Sancho Ramírez, por otra parte, impulsó la Reconquista aragonesa,
llevando a cabo una espectacular campaña, organizada con aire de cruzada, sobre Barbastro (1064), aunque al
poco tiempo se perdió dicha plaza. Años más tarde conquistó Graus (1083) y Monzón (1089), aunque murió
en el asedio de Huesca (1094). Pero fue su hijo y sucesor Pedro I el que alcanzó los principales éxitos
militares, al conquistar Huesca (1096), tras vencer a los musulmanes en la batalla de Alcoraz, y Barbastro
(1110), esta vez con carácter definitivo. En apenas unas décadas Aragón había conseguido duplicar su
extensión territorial, al ganar la denominada Tierra Nueva, ubicada en el Prepirineo. Allí permaneció una
parte de su antigua población musulmana, pero también llegaron repobladores, básicamente procedentes de
las zonas montañosas del norte.
El reinado de Alfonso I el Batallador
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No obstante, el gran salto hacia adelante en la historia del reino de Aragón lo dio, en el primer tercio del siglo
XII, Alfonso I el Batallador, monarca destacado por su bravura militar y su acendrado espíritu religioso. Su
propósito era conquistar el valle del Ebro para llegar a la costa mediterránea y desde allí preparar una cruzada
a Tierra Santa. Apenas llegado al trono inició la ofensiva militar contra los musulmanes, conquistando las
plazas de Ejea (1105) y de Litera (1107). Pero su matrimonio, por lo demás sumamente desdichado, con
Urraca, la reina de Castilla y León, le alejó por algún tiempo de los problemas aragoneses. En 1117 reanudó
las campañas contra los islamitas, conquistando la localidad de Belchite. El objetivo siguiente, la ciudad de
Zaragoza, exigió una cuidadosa preparación. El rey aragonés entró triunfalmente en Zaragoza, capital de la
antigua Marca Superior de al−Andalus y centro posterior de un reino taifa, a finales del año 1118. Las
restantes villas del reino taifa de Zaragoza cayeron rápidamente en poder cristiano. En 1119 Alfonso el
Batallador ocupó Tudela, Tarazona, Rueda y Borja.
En 1120 obtuvo una resonante victoria sobre los almorávides en Cutanda, logrando poco después la
incorporación de Soria, que más tarde pasaría a Castilla, y de Calatayud. Daroca cayó en 1121. El valle medio
del Ebro, así como los valles del Jalón y del Jiloca, se habían convertido, en apenas unos años, en parte
integrante del reino de Aragón. En los años 1125 y 1126 aún llevó a cabo Alfonso I una expedición a tierras
de al−Andalus, recorriendo la vega de Granada y llegando hasta Motril. De esa expedición regresó con varios
miles de mozárabes, dispuestos a asentarse en las zonas de la reciente repoblación aragonesa. Asimismo inició
Alfonso I la penetración en la zona de los montes de Teruel, avanzando hasta la localidad de Torre la Cárcel.
En cambio la ocupación del bajo valle del Ebro fue su espina para el Batallador. Aunque unos años más tarde
pudo conquistar la plaza de Mequinenza, en 1134 fue derrotado y muerto ante los muros de Fraga.
El territorio incorporado al reino de Aragón, de gran amplitud, fue objeto de inmediata repoblación.
Permanecieron en él buena parte de sus antiguos ocupantes musulmanes, aunque en el caso de la ciudad de
Zaragoza se les expulsó del casco urbano, obligándoles a residir en un arrabal. Los repobladores eran de
diverso origen: nativos de las comarcas pirenaicas y francos, aparte de los ya citados mozárabes. En el medio
rural apenas se produjeron cambios, salvo que los castillos y la jurisdicción fueron otorgados a personajes de
la nobleza, en tanto que, como cultivadores de la tierra, permanecían básicamente los mudéjares, a los que se
conocerá en adelante por el nombre de 'exaricos'. En la zona sur del reino, la que marcaba la línea que unía a
las villas de Calayatud, Daroca y Belchite, la repoblación recordaba a la puesta en marcha en las
Extremaduras de Castilla y León, pues el papel protagonista lo ostentaban los caballeros, que organizaban
expediciones sobre el territorio enemigo. En el orden religioso, por otra parte, se restauraron las diócesis de
Zaragoza y Tarazona.
Condado y reino de Castilla, territorio situado en la zona oriental del reino de Asturias, en la península
Ibérica. Surgió vinculado al proceso repoblador del valle de Duero, alcanzando su mayor extensión en el siglo
X. La primera mención de Castilla aparece en un documento del año 800, relativo a la actividad colonizadora
de unos eclesiásticos en el valle de Mena, al norte de Burgos. La Meseta norte, al iniciarse la repoblación, era
una 'tierra de nadie' entre al−Andalus al sur y el reino asturiano al norte. Tras la salida de los bereberes
asentados al norte del Duero y las campañas de saqueo de Alfonso I a mediados del siglo VIII, este territorio
se constituyó como una amplia frontera entre los dos poderes. La escasa población asentada en el valle del
Duero estaba desorganizada política y administrativamente, lo que permitiría desarrollar un intenso proceso
repoblador. En el siglo X, Castilla se hallaba dividida en condados y se extendía entre el río Pisuerga al oeste,
el sistema Ibérico al este, la cordillera Cantábrica al norte y el río Duero al sur.
Nacimiento de Castilla
Dentro del reino de Asturias, Castilla se configuró como una zona fronteriza, expuesta a las razzias que los
musulmanes dirigían desde el valle del Ebro, lo que explica la existencia de abundantes fortificaciones. Frente
a León, Castilla ofrecía notables singularidades. En este territorio el elemento popular tuvo una fuerza
excepcional, debido al protagonismo que en la repoblación tuvieron cántabros y vascones, gentes apenas
romanizadas y con peculiares formas de organización. El pasado gentilicio de los pobladores se reflejó en la
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importancia de las comunidades de aldea. La sociedad presentaba una menor estratificación que en el resto del
reino asturleonés. La situación fronteriza desanimó a los magnates y grandes monasterios a establecerse en
este territorio, mientras que abundaron los pequeños propietarios libres y los caballeros villanos, gentes de
origen popular con medios económicos para costearse caballo y armas, que sí afrontaron dicha empresa. El
alejamiento de la corte impulsó a los castellanos a regirse por la costumbre y no por el Fuero Juzgo, vigente
en León. En la memoria colectiva se hablaba de jueces de elección popular y, según la tradición, las copias del
Fuero Juzgo fueron quemadas. Sin duda se trataba de una leyenda, pero manifestaba la voluntad autonomista
de Castilla respecto al centralismo regio. Castilla fue también innovadora en el terreno lingüístico y cultural.
El idioma castellano nació como herencia del latín vulgar y del influjo de las lenguas habladas en las zonas
limítrofes, como el vasco. Frente a la cultura eclesiástica predominante en León, en Castilla triunfó la cultura
popular.
Desde el punto de vista político, a principios del siglo X, la zona oriental de la Meseta norte estaba dividida en
condados, cuyas autoridades actuaban de forma independiente bajo la soberanía del rey leonés. En la primera
mitad del siglo, sin embargo, se produjo una reunificación de los condados y se afirmó la independencia con
respecto al reino de León. Su principal artífice fue Fernán González. Este personaje, perteneciente a la familia
de Lara, formó un núcleo compacto al recibir del rey leonés Ramiro II los condados de Burgos, Lantarón,
Álava, Lara y Cerezo. Desde el 932, Fernán González aparece en la documentación con el título de conde de
Castilla. Participó junto a Ramiro II en la batalla de Simancas y dirigió la repoblación de Sepúlveda (940).
Aprovechando la crisis desatada en León a la muerte de Ramiro II, Fernán González amplió sus dominios y
afianzó la autonomía de Castilla. A su muerte, los condados pasaron a su hijo, García Fernández (970−995),
quien actuó como señor independiente, aunque al igual que su padre, respetó los vínculos que le ligaban con
los monarcas leoneses. Su gobierno coincidió con la ofensiva militar que Almanzor dirigió contra los núcleos
cristianos y que supusieron la pérdida de las plazas situadas al sur del Duero. Su sucesor Sancho García
(995−1017) intervino activamente en las disputas cordobesas. Con su prematura muerte, el condado de
Castilla pasó a manos de García Sánchez (1017−1029). El nuevo conde fue asesinado por la familia alavesa
de los Vela, por lo que el condado fue transferido a su hermana Munia, casada con el rey de Navarra
Sancho III el Mayor de Navarra.
Algunos autores, como Claudio Sánchez Albornoz, han resaltado la importancia de las particularidades de
Castilla para explicar la desvinculación de León. Hoy, sin embargo, se insiste en las similitudes de Castilla
con los grandes principados del Imperio Carolingio. De ahí que los investigadores recientes no duden en
calificar a Castilla de principado feudal. Desde el punto de vista social y económico, Castilla experimentó
importantes transformaciones durante los siglos IX y X. La repoblación, basada en el sistema de presura,
permitió la implantación de un tipo de sociedad en la que predominaban los campesinos libres propietarios de
sus tierras, organizados en comunidades de aldea. Pero el posterior avance de la gran propiedad supondría el
sometimiento del campesinado a los poderosos, la desintegración de las comunidades de aldea y, en definitiva,
la implantación de la sociedad feudal.
El reino de Castilla
El condado de Castilla se convirtió en reino a mediados del siglo XI. Temporalmente se vinculó al reino de
Navarra, pero tras la muerte de Sancho III el Mayor (1035) el condado pasó a su hijo Fernando. A los pocos
años, Fernando se enfrentó con el rey leonés Vermudo III, al que derrotó y dio muerte en la batalla de
Tamarón (1037). Fernando, casado con Sancha, hermana de Vermudo III asumió la condición regia tanto en
sus dominios patrimoniales castellanos como en León. Tras la muerte de Fernando I (1065) Castilla y León se
separaron. Pero esta situación se modificó al poco tiempo, primero fue Sancho II (1065−1072) quien
consiguió establecer su hegemonía, pero con su muerte en el cerco de Zamora, los reinos de Castilla y León
quedaron bajo la soberanía de Alfonso VI (1072−1109). La unión se mantuvo durante los reinados de Urraca
(1109−1126) y Alfonso VII (1126−1157). Desde la muerte de Alfonso VII los reinos quedaron separados
hasta 1230, fecha en la que Fernando III el Santo protagonizó una nueva fusión de Castilla y de León que
resultaría definitiva.
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Durante los siglos XI al XIII, la actividad más importante de los núcleos cristianos fue la Reconquista y
repoblación del territorio musulmán. La ofensiva militar la inició Fernando I aprovechando la fragmentación
política de al−Andalus tras el hundimiento del califato de Córdoba (1031) y el surgimiento de los reinos de
taifas. Fue, sin embargo, su hijo Alfonso VI quien dio el paso decisivo al ocupar Toledo en 1085. Esta
conquista posibilitó la repoblación del territorio situado entre el Duero y el sistema Central, conocido como
las Extremaduras, donde surgieron comunidades de villa y tierra. A partir de este momento, el avance de los
castellanos y leoneses tuvo altibajos como consecuencia de la llegada a la Península primero de los
almorávides y más tarde de los almohades. A pesar de las dificultades, los castellanos prosiguieron su
expansión por la Meseta sur. El punto de inflexión se produjo en el año 1212, con la victoria cristiana sobre
los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa, que dejaba abierta la expansión sobre las tierras del
Guadalquivir.
A lo largo del siglo XIII, con la constitución de lo que se ha dado en llamar Corona de Castilla, el reino de
Castilla pasó a conformar nominalmente dicha Corona junto con el de León, Galicia, Murcia y, desde 1492,
Granada.
La economía y la sociedad castellana
La Reconquista debe entenderse como una manifestación más del despegue económico, social y político de
Castilla en estos siglos. La expansión económica se tradujo en el crecimiento de la producción agropecuaria y
artesanal, en la intensificación de las relaciones comerciales y en el desarrollo del mundo urbano. La
agricultura no experimentó cambios importantes, pero la trashumancia de la ganadería ovina progresó
espectacularmente, hasta convertirse en el eje de la economía castellana. El avance militar permitió la
incorporación de territorios semivacíos y con abundantes pastos, especialmente en la Meseta meridional.
Aunque el mundo rural seguía siendo predominante, desde el siglo XI se observa un importante crecimiento
de la vida urbana. El desarrollo de las villas y ciudades fue resultado de la expansión económica y de la
creciente división del trabajo, condiciones que exigían la existencia de núcleos de población especializados en
la producción de manufacturas y en la práctica del comercio. El centro por excelencia del desarrollo urbano
fue el camino de Santiago, pero el fenómeno no fue exclusivo de la ruta jacobea. Las ciudades se
desarrollaron también en la fachada septentrional, en las llanuras del Duero, y en las Extremaduras. La
actuación de los poderes públicos fue decisiva al otorgar fueros a los nuevos núcleos y al crear en ellos ferias
y mercados.
En las ciudades había numerosos oficios cuya producción se destinaba al consumo local: carniceros, vinateros,
sastres, zapateros, carpinteros o herreros. Algunas actividades sobrepasaron este marco y se orientaron al gran
comercio, como las ferrerías guipuzcoanas, o la construcción naval localizada en el mar Cantábrico y en
Sevilla. Pero la actividad industrial que consiguió mayor desarrollo fue la textil. Castilla tenía inmejorables
condiciones para fomentar esta actividad al contar con una abundante materia prima, especialmente la lana.
Las expectativas no se cumplieron, pero en el siglo XIII la industria textil castellana estaba en claro proceso
de crecimiento. Entre las principales ciudades pañeras destacaron Soria, Segovia, Zamora, Palencia y Toledo.
Los artesanos se organizaron en cofradías religiosas que fueron adquiriendo progresivamente el carácter de
asociaciones de oficios.
Paralelamente, el comercio experimentó un auge espectacular, debido al aumento de la producción y de la
demanda. Asimismo el incremento de la circulación monetaria fue un estímulo para las transacciones
comerciales. Alfonso VIII de Castilla acuñó maravedís de oro, pero muy pronto dejaron de acuñarse y se
convirtieron en moneda de cuenta. Había también monedas de plata y monedas de vellón, llamadas dineros.
Al mismo tiempo se desarrollaron diferentes tipos de mercados: permanentes, semanales y anuales o ferias.
Estas instituciones estaban especialmente protegidas por los poderes públicos.
Los cambios afectaron también a la organización social. Jurídicamente, la sociedad estaba dividida en tres
estamentos: los defensores, los oradores y los laboratores. Cada uno de ellos desempeñaba una función, los
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nobles la defensa del cuerpo cristiano, los eclesiásticos la salvación eterna de los fieles, y los trabajadores el
mantenimiento del cuerpo social. De acuerdo con la importancia de cada función, se derivaba la existencia o
no de privilegios jurídicos y fiscales. Este esquema, elaborado por los ideólogos de la época, tenía la función
de justificar y fortalecer las relaciones sociales vigentes, es decir, la preeminencia de la nobleza y de la Iglesia
sobre el resto de la sociedad. Al margen de estas divisiones jurídicas, la sociedad medieval se articulaba en
torno a dos clases fundamentales: los señores y los campesinos. Los señores contaban con medios económicos
y extraeconómicos para obtener una parte sustanciosa de la riqueza social, mientras que los campesinos se
encontraban en situación de dependencia. Esta dicotomía social tenía su reflejo en el mundo urbano entre la
aristocracia y la clase popular. El origen social de la aristocracia urbana de Castilla se encontraba tanto en los
caballeros militares como en los burgueses, enriquecidos con la práctica del comercio. Esta clase ostentaba el
poder económico, social y político de las ciudades. Frente al patriciado urbano, el sector popular estaba
compuesto por pequeños artesanos, obreros sin cualificar, comerciantes modestos y campesinos.
La organización política
En cuanto a las instituciones políticas, durante este periodo asistimos al fortalecimiento de la monarquía, al
desarrollo de la administración en sus diferentes niveles y al surgimiento de las Cortes y los concejos urbanos.
La institución monárquica tenía amplios poderes y se apoyaba en diversos instrumentos para el cumplimiento
de sus fines, tales como los oficios palatinos o la Curia. La Curia regia era un organismo de carácter
consultivo formada por los oficiales palatinos y los grandes magnates del reino. Existían dos tipos de
reuniones, una restringida de carácter ordinario y otra extraordinaria a la que asistían la totalidad de los
obispos, abades y magnates del reino. De esta institución surgirán a finales del siglo XII las Cortes de los
reinos de Castilla y de León, al sumarse a la sesión extraordinaria de la Curia los representantes de las villas y
ciudades. En ellas se votaban los subsidios extraordinarios y los procuradores del tercer estado presentaban
sus agravios al rey.
Desde el punto de vista territorial, el reino estaba dividido en merindades. El concejo era la institución más
representativa a nivel local. Se discute si el precedente del concejo era el concilium rural altomedieval o las
asambleas judiciales de carácter feudal. Al frente de los concejos urbanos se encontraban los delegados regios,
pero progresivamente los municipios fueron ganando autonomía hasta designar a sus propios oficiales. El
concejo estaba presidido por el juez y a sus órdenes actuaban los alcaldes, los jurados (que representaban a las
distintas collaciones de la localidad), y una nómina muy amplia de funcionarios menores.
Aspectos culturales
El acontecimiento fundamental en la vida de la Iglesia castellanoleonesa fue la introducción de la reforma
gregoriana en la segunda mitad del siglo XI, que supondría una ruptura de su anterior aislamiento y una mayor
vinculación a Roma. El contacto con Europa favoreció la penetración de las novedades religiosas y la llegada
a la Península de nuevas órdenes religiosas especialmente el Císter, que se propagaría rápidamente por el valle
del Duero y Galicia, y las órdenes mendicantes, que tuvieron su centro de acción en el medio urbano.
En el campo cultural, Castilla y León se convirtieron en estos siglos en el eslabón entre el islam, depositario
del saber del mundo antiguo, y la cristiandad europea, gracias a la labor realizada por la Escuela de
Traductores de Toledo. Por lo que se refiere a las artes plásticas, durante estos siglos se erigieron numerosos
monumentos que seguían la pauta de los estilos imperantes en Europa, primero el románico y más tarde el
gótico.
Reino de León, reino de la península Ibérica, que fue independiente durante tres periodos: 910−1037,
1065−1072 y 1157−1230. En el resto de su historia, y ya definitivamente desde 1230, estuvo vinculado a
Castilla, hasta la extinción de ésta como Corona.
Tras la muerte de Alfonso III de Asturias (910) el reino se dividió entre sus hijos. En el reparto, García
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(910−914) recibió León, Álava y Castilla, surgiendo así el reino leonés. Hasta mediados del siglo X este reino
vivirá una época de expansión con los reyes Ordoño II (914−924), Fruela II (924−925), Alfonso IV
(925−931), Ramiro II (931−951) y Ordoño III (951−956). El reino leonés, integrado por León, Asturias,
Galicia y las demarcaciones fronterizas de Castilla y Portugal, impuso su hegemonía sobre los restantes
estados cristianos peninsulares, pero tuvo que enfrentarse a la sedición de Castilla que consolidó su
independencia con el conde Fernán González (c.930−970).
Después de Ordoño III comenzó un periodo de crisis que coincidió con Sancho I (956−966), Ramiro III
(966−984), Vermudo II (984−999) y Alfonso V (999−1028). Esta larga etapa se caracterizó por las luchas
dinásticas, el auge del califato cordobés con Almanzor, el afianzamiento definitivo de Castilla y la
preponderancia de Navarra en el territorio hispanocristiano. Vermudo III (1028−1037), sucesor de Alfonso V,
fue derrotado por el rey castellano Fernando I, que consiguió así la primera unión de Castilla y León. Con la
desaparición de Fernando el reino volvió a dividirse y su hijo Alfonso VI recibió León (1069−1109). La
muerte de su hermano Sancho II de Castilla permitió a Alfonso reunificar Castilla y León (1072). Los reinos
permanecieron unidos hasta la muerte de Alfonso VII (1157), que otorgó León a su hijo Fernando II
(1157−1188). Bajo su mandato se recrudecieron las luchas fronterizas con Castilla y Portugal se independizó.
Su sucesor Alfonso IX (1188−1230) impulsó la expansión territorial, pero su enfrentamiento con Castilla dejó
a León fuera de la victoria cristiana de las Navas de Tolosa (1212). A su muerte, su hijo Fernando III
conseguirá unificar definitivamente los reinos de Castilla y León.
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