Un país prisionero del pasado

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Un país prisionero del pasado
Por Natalio
Botana | LA NACION 20 de junio de 2014
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La Argentina está prisionera de un pasado que le impide despegar. No se trata sólo del
pasado que se remonta a los años 70 del último siglo, impregnado por el choque de
ideologías agónicas, sino del pasado reciente que se abrió con la gran crisis de 2001-2002.
Este colapso produjo consecuencias económicas y políticas. No cerró por completo las
deudas pendientes generadas por el default , gracias a lo cual los denostados fondos buitre
obtuvieron una victoria gravosa para el país en la sede judicial de los Estados Unidos. Vale
la pena recordarlo: cuando rige una división de poderes real y efectiva, como en Estados
Unidos, no hay que confiar demasiado en la buena disposición del gobierno norteamericano
hacia nuestro país. Estas actitudes son menos importantes, llegado el caso, que las
tradiciones judiciales. El mazazo de la Corte Suprema habla por sí solo.
Tampoco en el curso de los años posteriores a la crisis pudimos reconstruir un sistema de
partidos acorde con nuestra legitimidad republicana y con el régimen de representación
política de nuestra sociedad. Este déficit de mediación no se ha superado, pese al proyecto
hegemónico que impulsó políticas inflacionarias y de consumo con graves deficiencias
sobre el flanco fiscal y en materia de educación, infraestructura y energía. Como si esto
fuera poco, en ese ambicioso escenario, sustentado en contundentes apoyos electorales en
2007 y 2011, campeó siempre -y ahora lo hace con más espesor- la nube contaminante de la
corrupción de funcionarios y amigos del poder.
En estas horas, lo que muchos oficialistas creyeron tener bien atado, al influjo de los éxitos
de corto plazo, se ha destapado estrepitosamente. Y el olor que emana de esa olla de
agravios a la moral pública y de incongruencias en la política económica no augura una
circunstancia dotada de honestidad y eficacia. La Presidenta sostuvo el lunes pasado que el
país había dado pruebas suficientes de su voluntad para honrar las deudas . Es cierto, jamás
hemos pagado tanto como en este período. Lo que en cambio aún no se vislumbra es la
posibilidad de que se ensanche el terreno de las negociaciones y con ello aumente la
capacidad de obtener financiamiento externo. Al contrario: la asfixia no cesa de aumentar.
Sin embargo, detrás de estos signos contradictorios sigue agazapada otra herencia no menos
problemática. Si bien es evidente que últimamente se han dado pasos constructivos al
respecto, una mirada con perspectiva amplia revelaría un estado de fragmentación y disputa
entre candidaturas más que entre partidos y organizaciones.
La situación del peronismo es, en este sentido, aleccionadora. Sin recursos políticos y de
caja, roto el embrujo de la hegemonía que tanto colmó las ilusiones de corto plazo, una
presidenta rodeada de escándalos se ha quedado sin sucesión deseable hasta el punto de que
ya no podrá siquiera desempeñar el papel de gran elector como lo hizo Lula da Silva en
Brasil. Más que un partido, el oficialismo representa hoy un Poder Ejecutivo al que
continúa apoyando, como última reserva, la disciplina de los bloques mayoritarios en el
Congreso.
En la medida en que se siga fragmentando, el mundo peronista se reduce y desgasta.
Siempre fue difícil en el peronismo operar sobre un plano horizontal. Esta hipótesis
contradice su marca de origen: para funcionar con éxito y hacer uso efectivo del poder, el
peronismo requiere una conducción capaz de sobresalir. Este fenómeno -de aquí el
desconcierto- todavía está en veremos. Éstos son los frutos de un temperamento
presidencial que desconfió del peronismo en tanto partido y organización estable. En su
lugar, produjo su propio séquito de fieles y designó ayer en el cargo de vicepresidente y hoy
en el de presidente provisional del Senado a personajes que provienen de otro pozo. Los
resultados de este descalabro antipartidario están a la vista.
El carácter horizontal de las relaciones de poder no propone mayores problemas a la
tradición que encarna la Unión Cívica Radical. De pie en todo el país, el partido radical está
unido en el proyecto Frente Amplio-UNEN (FAU) con otros partidos y agrupaciones
personalistas. Estas últimas abonan el terreno de una democracia de candidatos en la cual
los partidos representan un rol menor. Cuestión para tomar en cuenta. En una democracia de
candidaturas, como ahora se la llama, un líder predominante con apoyo electoral pica de
entrada y capta para su espacio a diversos dirigentes que coinciden con su propuesta. Son
propuestas frentistas de rápida construcción: la clave del éxito depende de la capacidad de
atracción que manifieste ese nuevo líder durante la campaña electoral.
Hasta nuevo aviso, éste sería el perfil de Sergio Massa y Mauricio Macri. Uno presiona
sobre el peronismo; el otro, sobre la concertación de FAU. Por eso los interrogantes que ya
están dando vueltas entre los interesados: ¿es acaso posible derrotar a los candidatos
peronistas que en estos momentos encabezan el lote de la preferencias sin el concurso de
una dirigencia unida, capaz de dirimir sus diferencias en las elecciones primarias del año
próximo? Y a contrario sensu: ¿no correrá riesgos un peronismo fragmentado, que además
soporta el desgaste que conlleva el ejercicio del poder, frente a una oposición unida?
Son preguntas que dan cuenta de los contrastes entre una democracia de candidaturas y una
democracia de partidos. En la concertación de FAU persiste el legado partidario tanto en el
radicalismo como en el socialismo: respeto a las reglas de juego para dirimir candidaturas e
interés en definir programas. Por definición, su trámite es más lento que el que propone un
frente con tintes personalistas. Mientras los frentistas han lanzado la carrera muy pronto con
el oído alerta al sube y baja de las encuestas, los partidos marchan más despacio con el
objetivo puesto en las PASO de agosto de 2015.
Aquí están en juego la erosión del tiempo y el control de la iniciativa. Mientras el tiempo se
escapa de las manos de un gobierno sin aliento, la iniciativa de los contrarios está dispersa.
Aunque hay algunas excepciones valiosas, no hay todavía signos de que estén en marcha
pactos de gobernabilidad y de convergencia en torno a políticas de Estado.
Por otra parte, a veces se olvida que en los períodos fuertes de la política, cuando se eligen
autoridades ejecutivas, coexisten dos procesos electorales: el que tiene lugar en muchas
provincias, previo a las elecciones presidenciales, y este último que comenzará con las
PASO y culminará hacia finales del año próximo. De lo que acontezca, por ejemplo, en
Catamarca, Córdoba, Salta, Santa Fe o Entre Ríos, por citar algunos distritos, dependerá
quizás el curso que podrían adoptar las coaliciones nacionales. En otras palabras: las
provincias son también laboratorios donde habrán de explorarse acuerdos y alianzas. No
necesariamente las coaliciones que resulten tendrán que coincidir con las que se insinúan en
el orden nacional.
Como se ve, el menú de ofertas es variado, mientras que el campo de la gobernabilidad se
parece cada vez más a un estrecho desfiladero. En la etapa final de este gobierno, la
confluencia de las crecientes dificultades económicas con el menoscabo a la moral pública y
la fractura de los partidos no augura una atmósfera serena. Podría evocar, más bien, otra
sucesión tormentosa para la cual habrá que pertrecharse con prudencia y visión estratégica.
Dos atributos escasos en un país declinante.
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