Pobrecita … ¡Nació Mujer

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Pobrecita … ¡Nació Mujer!
Introducción:
Hubo en Misiones muchas abuelas como la mía que se internaron en el monte
misionero. Sin nada y usando sólo la imaginación pusieron una nutritiva comida en la
mesa, lavaron la ropa en el arroyo, plancharon, cosieron y trabajaron junto al hombre
en el duro trabajo del monte. Fueron parteras, peluqueras, cocineras, modistas,
enfermeras y maestras.
Este es mi homenaje a la mujer, a mi abuela Antonia Kuzmicz de Proseaniuk y a
través de ella a mi madre (su hija) y a todas las mujeres que no miden el sacrificio.
Antonia juega, Antonia sueña, se siente una mariposa. Son tan lindos los días
primaverales de Zawidow (Ucrania), el suave viento acaricia su piel. Entona una
canción danto ritmo con sus palmas, mientras sus tres hermanos menores ensayan los
pasos de la danza. La kolomeika embriaga la sombra del frondoso árbol y la melodiosa
voz entusiasma a los menores.
Le gusta cantar, viene de una familia de cantores. Siempre cantan en las
reuniones familiares acompañados del violín y la balaika.
Julián, su papá, construye con la ayuda de los vecinos, el hogar para la familia.
Debe resistir al crudo invierno cuando lleguen las nevadas.
Las paredes serán de adobe y el techo de tablitas. En el fondo estará el horno
que tendrá dos funciones: la cocción de los alimentos y la calefacción. De allí vendrán
los aromas de las exquisiteces que Ana, su mamá, hará con sus manos.
El pan, que no será tan esponjoso, pero acompañará la mesa junto con los
otros alimentos que elaborará con los productos de su quinta.
Sobre el horno dormirán los niños pues será el lugar más calentito en los
meses de invierno.
Julián mira su obra: parece una postal con la pradera verde de fondo. ¡Habrá
buena cosecha!, piensa … es buena tierra y los girasoles madurarán.
Pero un mensajero trae un llamado: debe presentarse, pues ha empezado la
guerra.
Todo el mundo se conmueve ¡Guerra! ¡Guerra!
Ana junta un puñado de ropas. Tomando a sus cuatro niños, lo ve partir junto a
todos los hombres de la comarca ¡Nunca más lo volverán a ver!
¡Quien preparará la tierra! ¡Quién recogerá la cosecha! ¡Mis niños son tan
pequeños!
Antonia siente que se le caen unas pesadas lágrimas, pero debe ser fuerte, es
la mayor.
Tristes se vuelven las noches, ya no juegan los niños, extrañan a su padre,
tienen que trabajar para obtener la comida diaria, que es cada vez más escasa.
Antonia mira … Antonia sufre … Participa de las reuniones, las noticias de sus
hombres no llegan.
Se escuchan rumores aterradores: Hay que evacuar la zona.
Empiezan los preparativos ¿Qué llevar? ¡Lo que entra en el carro! Abrigos,
ropas, ollas, animales, el cofre … Lo poco que tienen se vuelve imprescindible. Es
tanto lo que cargan que queda el lugar justo para Ana y sus tres niños pequeños.
Antonia no cabe … Antonia niña … Antonia mujer.
Ella camina al lado del carruaje con su preciosa carga.
Todo es ruido, confusión, los animales chillan, los gritos se confunden, todos
los carros son iguales.
Antonia cruza el puente … es un ancho río … piensa … sus pensamientos
vuelan… ¡Qué manso es el río! ¡Qué cristalinas son sus aguas! ¡Qué verdes sus
orillas!
Una explosión la hace volar de sus bellos pensamientos. Una nube de polvo le
impide ver la otra orilla. Hay gritos de horror ¡Mamá! ¡Mamá! Es lo más se oye ¡Todos
corren, ella corre!.
Su mamá ha quedado en la otra orilla y el puente fue destruido.
Es difícil medir el tiempo en una situación extrema … horas … días …
semanas. Estaba sola. Todos los rostros que la rodeaban eran extraños. Cuando el
dolor ya no importaba, oye voces en un idioma y puede recuperar algunas palabras:
Es ruso. Una familia rusa la adopta.
Todo cambia para Antonia niña, Antonia mujer.
La casa es amplia, la comida abundante, las ropas nuevas y la cama cómoda.
Antonia vive días increíbles: aprende a leer, a sumar, a bordar. Todos son
buenos con ella, la tratan bien.
Pero Antonia extraña su tierra, quiere volver, quiere abrazar a sus padres,
quiere ver a su familia.
¡No te vayas! ¡Allá hay horror! Te criaremos como una hija más ¡Te llevamos
pero puedes volver! Eso es dulce pero no consuela.
La palabra horror quedó chica para lo que Antonia vio al regresar. Toda su
comarca había quedado destruida, pero su madre y sus hermanitos estaban allí.
Una enfermedad terrible se cerní sobre la destrucción ¡Era el tifus!
Allí va Antonia niña, Antonia mujer, ayudando a todos. Ve morir a su madre, a
su tía y a muchos más.
¡No te acerques, te vas a contagiar! Pero ella recupera las botas de la tía,
cuyas pertenencias van a quemar. O moría de tifus o de frío ¡daba igual!
Antonia niña, Antonia mujer ¡Hay tres hermanitos que criar! Hay mucho que
reconstruir.
Así su familia vuelve a aumentar; entre muchos es más fácil trabajar.
El amor supera el sufrimiento, la miseria y el dolor.
Se siembra … se cosecha … se vive…
Junto a Alejandro ve nacer a Verónica, su hija … Antonia piensa … Pobrecita
… Nació mujer.
Llegan nuevas noticias, nuevas posibilidades. Un mundo diferente abre sus
puertas para albergarlos.
Toman su idioma, su música, su religión, sus costumbres y sus feruzas y
entran a la silenciosa selva misionera para construir un nuevo sueño.
Abuela ¡¿Cómo hiciste?!, le pregunté muchas veces. No hice nada, sólo viví,
me contestó.
Susana Jarenko
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