Contiene: - ARL XI Tiempo Ordinario B - PAGOLA 11 Tiempor Ordinario B - Domingo XI del Tiempo Ordinario B - 2015 - Semana del 14 al 20 de junio de 2015 - 6 Homilías - Sagrado Corazón de Jesús ARL XI Tiempo Ordinario B La pequeña semilla caída en tierra... La liturgia eucarística de este domingo llama nuestra atención al reino de Dios, en el pasaje del profeta Ezequiel y más explícitamente en el texto del Evangelio que contiene dos estupendas parábolas sobre el reino. El pasaje del Evangelio de san Marcos cita dos realidades, de apariencia pequeñas, como el grano de trigo y todavía más pequeña, la semilla de mostaza, la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra… son las mismas palabras dichas por Jesús: dos realidades que podrían pasar desapercibidas, tan irrelevante su peso y su volumen, pero que contienen en sí una energía vital insospechada; de hecho, una vez arrojadas en el terreno, tanto el grano de trigo como la semilla de mostaza, brotan de la oscuridad de la tierra separando los terrones y salen a la luz; el primero para producir la espiga, rica de muchos otros granos, la segunda transformándose de arena oscura en un arbusto frondoso y luego en un árbol, con ramas y hojas que acogen y dan albergue a los pájaros. Así que el Reino de Dios no entra en la historia con clamor ni con señales estrepitosas que encandilan la vista o producen temor; viene entre los hombres como la levadura que, escondida entre la harina, da vida a la masa voluminosa y suave de la que se obtiene el pan; o como la semilla que en lo oscuro de la tierra se transforma espontáneamente. El reino de Dios, presente invisiblemente en la historia, la fecunda desde dentro, la orienta y la hace capaz de abrirse a la salvación que viene de Dios; no es por voluntad humana o por obra de su inteligencia que el hombre se salva; sino únicamente por don de gracia: don que se debe aceptar, se debe amar, se debe hacer fructificar. El Reino de Dios que en el relato de san Marcos es comparado a una semilla, es efectivamente, la semilla de la Palabra, arrojado por el Padre en el surco oscuro de la historia humana para que se abra a la belleza de la vida verdadera. Más allá de toda metáfora, la semilla de la Palabra es el mismo Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre que en la plenitud de los tiempos se hizo hombre en Jesús. Es Cristo, quien ha traído entre los hombres el reino de Dios, quien se ha hecho semejante a aquel grano de trigo, del que dice san Juan que si cae en el terreno da mucho fruto (Jn 12, 24). Es la experiencia humana del Señor Jesús descrita admirablemente por san Pablo en ese himno que dice: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró un tesoro su igualdad con Dios, sino que se despojó a sí mismo tomando la condición de siervo…. Se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz…” (Fil 2, 6-8). La semilla que da vida, que hace florecer sobre la tierra la soberanía del Dios que es Amor es el Hijo que nos es dado, Jesús, que ha vivido entre los hombres como uno de ellos, revelando la riqueza infinita de la misericordia del Padre y el proyecto de su voluntad que llama a todo hombre y a toda mujer a la comunión con la vida divina. Grano de trigo o pequeñísima semilla de mostaza, el Reino de Dios, don del Padre por medio del Hijo, es una realidad divina aparentemente imperceptible, pero que nos transforma, y con la fuerza misteriosa de la gracia nos hace creaturas nuevas en Cristo, en el que somos llamados a vivir como sarmientos de la única vid, capaces, con él, de realizar grandes cosas: de extender hasta los confines del mundo el Reino de Dios en el que el único soberanos es el Amor que vivifica y salva. Esta es la invocación del salmo que la liturgia pone hoy en nuestros labios: Haz crecer en nosotros, Señor, la semilla de tu palabra. Acoger la Palabra de Dios, meditarla, orarla, contemplarla, anunciarla, es una gracia que hace hermosa la vida, como dice el salmista: “Es hermoso alabar al Señor y cantar a tu nombre, oh altísimo, anunciar por la mañana tu amor, y por la noche tu fidelidad… (Sal 91); es una gracia que hace justo al hombre, que lo sostiene a lo largo de la vida y lo acompaña hasta la vejez. Vivir de la Palabra de Dios es vivir de Cristo, dejándonos conducir por él hasta el encuentro definitivo con el Padre. Vivir de la Palabra de Dios significa hacerse faros que iluminan la historia y que indican a los hombres el único camino de la salvación, Cristo, Palabra eterna, única Verdad. El Reino de Dios viene a nosotros como don, como don gratuito, y nos queda como tarea; nadie puede salvarse por sí mismo, es Dios que salva; pero al don de gracia, al don del Amor que salva, se debe responder con el don de sí; de modo que el grano de trigo que es la Palabra sembrada en nosotros se convierta, con nuestra colaboración, en espiga llena de otros granos, y la minúscula semilla de mostaza, tan pequeña y oscura, se convierta en nosotros a través de nuestra vida de fe activa, en árbol robusto capaz de acoger y dar abrigo, fortaleza y luz a cuantos se nos acerquen. Es la misión que el mismo Cristo nos ha confiado antes de subir al Padre, la de llevar por todo el mundo el Evangelio que salva, la Palabra, el Reino. De ese modo podemos ser también mostros como la rama de la que hoy habla Ezequiel: «Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel; para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor.» En las manos de Dios, todo el que acepte su don, que viva de su Palabra, que siga los pasos de su Hijo, se puede convertir en anunciador de la salvación y operario diligente del reino de amor, de justicia y de paz anhelado por todos. Fr. Arturo Ríos Lara, OFM Roma, 14 de junio de 2015 PEQUEÑAS SEMILLAS Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta. La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo. La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y racionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance de cada individuo. Entonces, la tentación de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa? No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada. Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amistoso al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado… no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas. José Antonio Pagola Domingo XI del Tiempo Ordinario B - 2015 LECTURAS Exaltó al árbol humillado Lectura de la profecía de Ezequiel17, 22-24 Así habla el Señor: Yo tomaré la copa de un gran cedro, cortaré un brote de la más alta de sus ramas, y lo plantaré en una montaña muy elevada: lo plantaré en la montaña más alta de Israel. Él echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que Yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré. Palabra de Dios. Salmo responsorial 91, 2-3.13-16 R. Es bueno darte gracias, Señor Es bueno dar gracias al Señor, y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre; proclamar tu amor de madrugada, y tu fidelidad en las vigilias de la noche. R. El justo florecerá como la palmera, crecerá como los cedros del Líbano: trasplantado en la Casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios. R. En la vejez seguirá dando frutos, se mantendrá fresco y frondoso, para proclamar qué justo es el Señor, mi Roca, en quien no existe la maldad. R. Sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradar al Señor Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 6-10 Hermanos: Nosotros nos sentimos plenamente seguros, sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor; porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente. Sí, nos sentimos plenamente seguros, y por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor; en definitiva, sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarle. Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal. Palabra de Dios. Aleluia Aleluia. La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre. Aleluia. Evangelio Es la más pequeña de las semillas, pero llega a ser la más grande de todas las hortalizas Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 26-34 Jesús decía a sus discípulos: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha». También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra». Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. Palabra del Señor. Guión para la Santa Misa Domingo XI del Tiempo Ordinario - 14 de junio 2015 Entrada: Retomamos hoy las celebraciones dominicales del tiempo ordinario. La Santa Misa que nos disponemos a celebrar ahora es la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz. Nadie puede salvarse sin fe en este sacrificio. Participemos de él digna y atentamente. Liturgia de la Palabra Primera lectura: Ezequiel 17, 22-24 En la persona de Jesús se cumplen las profecías. Dios exaltó al árbol humillado. Salmo Responsorial: 91, 2-3. 13-16 Segunda lectura: 2 Cor. 6,1-10 Sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo ha de ser agradar al Señor. Evangelio: Mc. 4, 26-34 El Reino de Dios tiene un dinamismo tal que crece a pesar de todos los obstáculos hasta alcanzar un resultado grandioso a que ha dado lugar una semilla insignificante. Preces: Al Señor y Dios nuestro todopoderoso, pidámosle con confianza que nos escuche y nos otorgue cuanto necesitamos. A cada intención respondemos….. * Pidamos por las intenciones del Santo Padre, especialmente para que los inmigrantes y refugiados encuentren acogida y respeto en los países a donde llegan. Oremos… * Para que los cristianos en Europa redescubran la propia identidad y participen con mayor empeño en el anuncio del Evangelio. Oremos… * Por todos los que sufren necesidades de cualquier índole, para que en su dolor sean fortalecidos por la fe que es encuentro personal con Cristo. Oremos… * Por los responsables de las naciones, para que Dios les conceda sabiduría y buena voluntad para trabajar buscando siempre la justicia, la libertad y la paz. Oremos. * Por nuestra Familia religiosa, para que Dios nos conceda siempre abundantes y auténticas vocaciones misioneras, portadoras de la Buena Nueva, mensajeros gozosos de Aquel que trajo la salvación al mundo. Oremos… Padre bueno, escucha las súplicas que te dirigimos, y prepara el corazón de los hombres para recibir la semilla de la Palabra. Por Cristo nuestro Señor. Liturgia Eucarística Ofertorio: Llevamos al Altar nuestros deseos de servir a Dios con santidad y nos ofrecemos con Cristo para la salvación de los hombres. Presentamos: +Cirios, junto con nuestra disposición de ser luz y llevar a todos la noticia salvadora de Cristo. + Pan y vino, sobre los que el Espíritu Santo actualizará la obra de la redención. Comunión: Alegres y confiados recibimos de Cristo, en el Pan de Vida, la fortaleza para dar testimonio de su Amor a todos los hombres. Salida: La Virgen María, Madre y Señora nuestra, es nuestra guía que reúne bajo su manto a todos los hombres redimidos por la Sangre preciosa de su Hijo. Exégesis Rudolf Schnackenburg La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc.4,26-29) 26 Dijo además: «El reino de Dios viene a ser esto: Un hombre arroja la semilla en la tierra. 27 Y ya duerma o ya vele, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. 28 La tierra, por sí misma, produce primero la hierba, luego la espiga, y por último el trigo bien granado en la espiga. 29 Y cuando el fruto está a punto, en seguida aquel hombre manda meter la hoz, parque ha llegado el tiempo de la siega.» Narra el evangelista ahora una segunda parábola sobre el reino de Dios, que trata también de semilla, crecimiento y cosecha. Sólo se encuentra en Marcos; Lucas se contenta con la parábola del sembrador y las sentencias vinculadas; Mateo trae en este lugar la parábola de la cizaña entre el trigo, y ciertamente que no sin un propósito concreto.[1] Marcos quiere esclarecer el mensaje del reino de Dios que irrumpe. Y ahora dirige su atención al tiempo que media entre la siembra y la recolección. Podría decirse que en las tres parábolas del capítulo 4 de Marcos el acento va desplazándose de la siembra (parábola del sembrador), al período intermedio (la semilla que crece) y al tiempo final (el grano de mostaza). Aunque los tres aspectos están presentes en cada una de ellas, pues siembra, maduración y cosecha no se pueden separar. La parábola narra un proceso evidente, conocido de todos los oyentes y que nadie discutía. Jesús quiere enseñar algo concreto sobre el reino de Dios y exhortar a los oyentes a una actitud adecuada a la acción de Dios en esta hora. Pero ¿cuál es la lección particular de esta parábola? Después de la siembra el campesino aguarda paciente y confiado que llegue el tiempo de la recolección. La tierra lleva fruto por sí sola. Llega indefectiblemente el tiempo de la siega y entonces el campesino puede recoger el fruto. Se ha pensado que Jesús se consideraba aquí a sí mismo como el labrador y que expresaba su confianza de que su predicación no resultase inútil. No hay que excluir esta idea; pero Jesús quiere sobre todo dar aliento a los oyentes con esta parábola. Deben saber que la sementera se ha llevado a cabo con éxito, que las fuerzas de Dios siguen operando, aunque ocultas y desarrollándose de una forma callada. Todavía no ha llegado la cosecha, pero su llegada es segura. En este tiempo conviene esperar pacientes y tranquilos y confiar en el poder de Dios. No serán la propia actividad e inquietud las que consigan el objetivo; el reino de Dios no lo establecen los hombres por sus propias fuerzas. Por importante que sea la predicación, la acción de Dios sigue siendo lo más importante. Mas, a pesar de la tranquilidad de la espera, la mirada se dirige a la cosecha. Tan pronto como el fruto lo permite, el labrador mete la hoz. Las últimas palabras son una cita de Jl.4,13[2] y tienen su centro de gravedad en el anuncio jubiloso de «¡Ha llegado el tiempo de la siega!» Así tiene que estar preparada la comunidad para recoger la cosecha de Dios al fin de los tiempos. Jesús quería afianzar en su tiempo la confianza en Dios y en su obra: el reino de Dios llega ciertamente y está cerca. Llega por la fuerza de Dios y va creciendo calladamente, «por sí solo», sin que se advierta su crecimiento. En el tiempo post-pascual de la comunidad la idea volverá a ser actual de una manera nueva. La comunidad, que ya ha desplegado una predicación misionera, pero se ve asediada de fracasos y dificultades, tiene que poner en manos de Dios el desarrollo ulterior de una manera tranquila y confiada, paciente y firme y dirigir su mirada hacia el futuro. La espera inminente que invade a la comunidad (cf. 9,1; 13,30) y que se refleja en la parábola de la higuera (13,28s), se sitúa así en la perspectiva adecuada: lo decisivo no es la proximidad temporal, sino la proximidad siempre operante de Dios, que conoce el día y la hora (13,32). La parábola exige de nosotros una actitud fundamental parecida: confianza creyente en Dios, que opera en silencio y hace madurar su semilla y una serenidad que saca paz y fuerza de ese conocimiento. Parábola del grano de mostaza (Mc.4,30-34). 30 Y proseguía diciendo: «¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo describiremos? 31 Es como el grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que sobre la tierra existen; 32 pero, una vez, sembrado, se pone a crecer y sube más alto que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes, que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra.» 33 Y con muchas parábolas así les proponía el mensaje, según que lo podían recibir. 34 Y sin parábolas no les hablaba. Pero, a solas, se lo explicaba todo a sus propios discípulos. La última de estas parábolas relativas al crecimiento del reino de Dios empieza con una introducción detallada. La doble pregunta puede indicar lo difícil que resulta explicar a los oyentes la verdad y realidad del reino de Dios. Como sucede siempre en estas parábolas, el reino de Dios no debe identificarse sin más ni más con la imagen elegida -en este caso con el grano de mostaza-, sino que debe ilustrarse por el proceso general. Del minúsculo grano de mostaza crece un arbusto vigoroso, lo que constituye un proceso sorprendente. La parábola tiende a poner de relieve este crecimiento desde unos comienzos insignificantes hasta el máximo desarrollo. El grano de mostaza, proverbialmente pequeño (cf. Luc_17:6 = Mat_17:20), contiene en sí la fuerza para desarrollar un gran tronco y echar ramas a cuya sombra anidan los pájaros. A diferencia de lo que ocurre en la parábola de la semilla que crece por sí sola, aquí no se describe cada uno de los estadios del crecimiento, sino que la mirada se dirige al sorprendente resultado final. No otra cosa pretende exponer también la parábola de la levadura que en su origen debió formar una parábola paralela a la del grano de mostaza (Luc_13:18-21; Mat_13:31-33). El espléndido resultado final viene también indicado mediante «los pájaros del cielo», imagen bien conocida ya del Antiguo Testamento (Cf. Dan_4:9.11.18; Eze_17:23; Eze_31:6). La vivienda de las aves a la sombra o entre las ramas del árbol es como un símbolo del reino de Dios; que acoge a muchos pueblos y se convierte para ellos en su hogar. (…) La parábola del grano de mostaza actúa como un poderoso aguijón alentando una fe inquebrantable y una esperanza que no puede engañarse. En contra de todas las apariencias exteriores el reino de Dios seguirá desarrollándose y al final obtendrá la victoria. Eso es también lo que quiere decir el evangelista a su comunidad. A pesar de su profundo interés misionero, el evangelista no cede a la tentación de alimentar sus esperanzas de un futuro terreno. Sabe, sin duda que, antes del fin, el Evangelio será anunciado a todos los pueblos (Eze_13:10); pero sabe también que antes de la venida del Hijo del hombre han de llegar muchas persecuciones, tentaciones y grandes angustias (Eze_13:5-23). También para nosotros es sumamente importante esta mirada al triunfo final de Dios. Cierra así el evangelista este capítulo de parábolas, de las que sólo intenta presentar una selección. «Con muchas parábolas así» hablaba Jesús al pueblo. Para Marcos esto no es simplemente doctrina o instrucción, sino proclamación, que imprime en los oídos la palabra de Dios. Se trata de una expresión acuñada ya en el lenguaje misionero y en la catequesis de la Iglesia primitiva (cf. v. 14s).[3] La palabra de Dios contiene una fuerza salvadora, pero se trueca en juicio para quienes la escuchan y no creen. En la palabra de la predicación se les brinda a los hombres el reino de Dios, y en el escuchar con fe y obediencia o con endurecimiento e incredulidad deciden los oyentes su salvación o su ruina. Teniendo en cuenta la sentencia del v. 11s, sorprende que el evangelista continúe: «según que lo podían recibir.» Tal vez el evangelista ha tomado esta observación de la tradición, testificando así que en un principio las parábolas no ocultaban sino que hacían patente el sentido de las palabras de Jesús. Pero la frase puede también poner de manifiesto la función crítica del lenguaje en parábolas: no todos podían escuchar del mismo modo. Al emplear las parábolas Jesús tiene en cuenta la capacidad de comprensión de los oyentes al tiempo que la sensibilidad de su fe. Así se comprende la última observación: «Pero, a solas, lo explicaba todo a sus discípulos.» Porque creen y se mantienen fieles a él, los adentra en la inteligencia más profunda del acontecimiento, en «el misterio del reino de Dios». De este modo, sin embargo, también la comunidad queda invitada a una escucha y comprensión adecuadas. Quien reflexiona con fe sobre las parábolas obtiene luz sobre el acontecimiento enigmático que se desarrolla en el mundo, sobre la eficacia oculta de Dios tanto entonces como hoy. Entendido así, el v. 34 que cierra la perícopa se convierte asimismo en una enseñanza más profunda acerca de la revelación. Tal revelación se presenta siempre bajo un cierto velo -«Y sin parábolas no les hablaba»-, al tiempo que se descubre a los creyentes bien dispuestos: «A solas se lo explicaba todo.» La revelación divina encierra algunas obscuridades, aunque tiene la luz suficiente; es una alocución de Dios que reclama la respuesta y decisión del hombre. Su verdad no aparece en la superficie, sino que se oculta en las profundidades, como la sabiduría y la fuerza de Dios. (SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Comentario a Mc.4,27-34) Comentario Teológico San Juan Pablo II El crecimiento del reino de Dios según las parábolas evangélicas 1. Como dijimos en la catequesis anterior, no es posible comprender el origen de la Iglesia sin tener en cuenta todo lo que Jesús predicó y realizó (cf. Hch 1, 1). Precisamente de este tema habló a sus discípulos, y nos ha dejado su enseñanza fundamental en las parábolas del reino de Dios. Entre éstas, revisten importancia particular las que enuncian y nos permiten descubrir el carácter de desarrollo histórico y espiritual que es propio de la Iglesia según el proyecto de su mismo Fundador. 2. Jesús dice: «El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4, 26-29). Por tanto, el reino de Dios crece aquí en la tierra, en la historia de la humanidad, en virtud de una siembra inicial, es decir, de una fundación que viene de Dios, y de uno obrar misterioso de Dios mismo, que la Iglesia sigue cultivando a lo largo de los siglos. En la acción de Dios en relación con el Reino también está presente la «hoz» del sacrificio: el desarrollo del Reino no se realiza sin sufrimiento. Éste es el sentido de la parábola que narra el evangelio de Marcos. 3. Volvemos a encontrar el mismo concepto también en otras parábolas, especialmente en las que están agrupadas en el texto de Mateo (13, 3-50). «El reino de los cielos ―leemos en este evangelio― es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13, 31-32). Se trata del crecimiento del Reino en sentido «extensivo». Por el contrario, otra parábola muestra su crecimiento en sentido «intensivo» o cualitativo, comparándolo a la «levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Mt 13, 33). 4. En la parábola del sembrador y la semilla, el crecimiento del reino de Dios se presenta ciertamente como fruto de la acción del sembrador; pero la siembra produce fruto en relación con el terreno y con las condiciones climáticas: «una ciento, otra sesenta, otra treinta» (Mt 13, 8). El terreno representa la disponibilidad interior de los hombres. Por consiguiente, a juicio de Jesús, también el hombre condiciona el crecimiento del reino de Dios. La voluntad libre del hombre es responsable de este crecimiento. Por eso Jesús recomienda que todos oren: «Venga tu Reino» (cf. Mt 6, 10; Lc 11, 2). Es una de las primeras peticiones del Pater noster. 5. Una de las parábolas que narra Jesús acerca del crecimiento del reino de Dios en la tierra, nos permite descubrir con mucho realismo el carácter de lucha que entraña el Reino a causa de la presencia y la acción de un «enemigo» que «siembra cizaña (gramínea) en medio del grano». Dice Jesús que cuando «brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña». Los siervos del amo del campo querrían arrancarla, pero éste no se lo permite, «no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero» (Mt 13, 24-30). Esta parábola explica la coexistencia y, con frecuencia, el entrelazamiento del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma historia de la Iglesia. Jesús nos enseña a ver las cosas con realismo cristiano y a afrontar cada problema con claridad de principios, pero también con prudencia y paciencia. Esto supone una visión trascendente de la historia, en la que se sabe que todo pertenece a Dios y que todo resultado final es obra de su Providencia. Como quiera que sea, no se nos oculta aquí el destino final ―de dimensión escatológica― de los buenos y los malos; está simbolizado por la recogida del grano en el granero y la quema de la cizaña. 6. Jesús mismo da la explicación de la parábola del sembrador a petición de sus discípulos (cf. Mt 13, 36-43). En sus palabras se transparenta la dimensión temporal y escatológica del reino de Dios. Dice a los suyos: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11). Los instruye acerca de este misterio y, al mismo tiempo, con su palabra y su obra «prepara un Reino para ellos, así como el Padre lo preparó para él [el Hijo]» (cf. Lc 22, 29). Esta preparación se lleva a cabo incluso después de su resurrección. En efecto, leemos en los Hechos de los Apóstoles que «se les apareció durante cuarenta días y les hablaba acerca de lo referente al reino de Dios» (cf. Hch 1, 3) hasta el día en que «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). Eran las últimas instrucciones y disposiciones para los Apóstoles sobre lo que debían hacer después de la Ascensión y Pentecostés, a fin de que comenzara concretamente el reino de Dios en los orígenes de la Iglesia. 7. También las palabras dirigidas a Pedro en Cesarea de Filipo se inscriben en el ámbito de la predicación sobre el Reino. En efecto, le dice: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19), inmediatamente después de haberlo llamado piedra, sobre la que edificará su Iglesia, que será invencible para las «puertas del Hades» (cf. Mt 16, 18). Es una promesa que en ese momento se formula con el verbo en futuro, «edificaré», porque la fundación definitiva del reino de Dios en este mundo todavía tenía que realizarse a través del sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Después de este hecho, Pedro y los demás Apóstoles tendrán viva conciencia de su vocación a «anunciar las alabanzas de Aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (cf. 1 Pe 2, 9). Al mismo tiempo, todos tendrán también conciencia de la verdad que brota de la parábola del sembrador, es decir, que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer», como escribió san Pablo (1 Cor 3, 7). 8. El autor del Apocalipsis da voz a esta misma conciencia del Reino cuando afirma en el canto al Cordero: «Porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes» (Ap 5, 9. 10). El apóstol Pedro precisa que fueron hechos tales «para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (cf. 1 P 2, 5). Todas éstas son expresiones de la verdad aprendida de Jesús quien, en las parábolas del sembrador y la semilla, del grano bueno y la cizaña, y del grano de mostaza que se siembra y luego se convierte en un árbol, hablaba de un reino de Dios que, bajo la acción del Espíritu, crece en las almas gracias a la fuerza vital que deriva de su muerte y su resurrección; un Reino que crecerá hasta el tiempo que Dios mismo previó. 9. «Luego, el fin ―anuncia san Pablo― cuando [Cristo] entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad» (1 Cor 15, 24). En realidad, «cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 28). Desde el principio hasta el fin, la existencia de la Iglesia se inscribe en la admirable perspectiva escatológica del reino de Dios, y su historia se despliega desde el primero hasta el último día. (Juan Pablo II. Audiencia General, Miércoles 25 de septiembre de 1991) El Directorio Homilético APÉNDICE I: LA HOMILÍA Y EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA 157. Una preocupación particular a la que con frecuencia se ha prestado atención en los años posteriores al Concilio Vaticano II, y de modo particular en los Sínodos de los Obispos, está relacionada con la necesidad de ofrecer una mayor doctrina en la predicación. El Catecismo de la Iglesia Católica representa, al respecto, un recurso ciertamente útil para el homileta, pero es importante que sea usado conforme a la finalidad de la homilía. 158. El Catecismo Romano fue publicado bajo la guía de los Padres del Concilio de Trento y, en algunas ediciones incluía también una Praxis Catechismi que dividía el contenido del Catecismo Romano en base a los Evangelios de los domingos del año. Por ello no sorprende el hecho de que, con la publicación de un nuevo Catecismo en la línea del Concilio Vaticano II, se haya presentado la propuesta de hacer algo similar con el Catecismo de la Iglesia Católica. Una iniciativa de este género debe afrontar diversos obstáculos de carácter práctico pero el más importante se refiere a la objeción fundamental según la cual la Liturgia dominical no es una «ocasión» para tener un sermón sobre un argumento que no es acorde al tiempo litúrgico y a sus temas. No obstante, pueden existir razones pastorales específicas que requieran exponer un particular aspecto de la instrucción doctrinal o moral. Estas decisiones exigen prudencia pastoral. 159. Por otro lado, las enseñanzas más importantes están relacionadas con el sentido más profundo de las Escrituras que, justamente, se manifiesta cuando la Palabra de Dios es proclamada en la asamblea litúrgica. La tarea del homileta no es la de adecuar las Lecturas de la Misa a un esquema temático predefinido sino invitar a los que le escuchan a reflexionar sobre la Fe de la Iglesia, como emerge de las Escrituras en el contexto de la Celebración Litúrgica. 160. Teniendo esto presente, en el Apéndice se ha dispuesto una tabla en la que se indican los números del Catecismo de la Iglesia Católica referidos en las lecturas bíblicas de los domingos y de las solemnidades. Los números han sido escogidos porque citan o aluden a lecturas específicas o porque tratan argumentos presentes en las lecturas. El homileta es así estimulado a consultar el Catecismo no de un modo simple y rápido sino meditando sobre cómo sus cuatro partes están muy relacionadas. Por ejemplo, en el V domingo A del Tiempo Ordinario, la primera lectura habla de la atención a los pobres, la segunda lectura de la locura de la Cruz y la tercera de los discípulos que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Las citas del Catecismo las asocian con algunos temas fundamentales: Cristo crucificado es Sabiduría de Dios, contemplado en relación con el problema del mal y de la aparente impotencia de Dios (272); los cristianos están llamados a ser la luz del mundo, a pesar de la presencia del mal y su misión es la de ser semillas de unidad, de esperanza y de salvación para toda la humanidad (782); al compartir el Misterio Pascual de Cristo, significado por el cirio pascual, cuya luz es dada a los nuevos bautizados, nosotros mismos nos convertimos en esta luz (1243); «el mensaje de la salvación, para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos» (2044); testimonio que encuentra una expresión particular en nuestro amor por los pobres (2443-2449). Utilizando el Catecismo de la Iglesia Católica de esta manera, el homileta podrá ayudar al pueblo a integrar la Palabra de Dios, la fe de la Iglesia, las exigencias morales del Evangelio y su espiritualidad personal y litúrgica. Undécimo domingo del Tiempo Ordinario CEC 543-546: el anuncio del Reino de Dios CEC 2653-2654, 2660, 2716: escuchar la Palabra acrecienta el Reino de Dios Volver Santos Padres San Juan Crisóstomo POR QUÉ HABLA EL SEÑOR EN PARÁBOLAS 1. Bien es que admiremos ante todo cómo los discípulos, no obstante su deseo de saber, saben escoger el momento en que han de preguntar al Señor. Porque no le preguntan delante de todos; lo que dio a entender Mateo diciendo: Y acercándosele sus discípulos. Y que esto no es pura conjetura, lo manifiesta más claramente Marcos[4] al contarnos que se le acercaron en particular. Es lo que debieran haber hecho sus hermanos y su madre, y no llamarle desde fuera, y hacer así un acto de ostentación. Considerad también la caridad de los discípulos y cuánta cuenta tienen de los demás. Antes, en efecto, buscan el interés de los otros que el suyo propio. ¿Por qué —dicen— hablas en parábolas? No dijeron: "¿Por qué nos hablas a nosotros en parábolas?" A la verdad, en muchas otras ocasiones se ve en ellos este mismo espíritu de amor para con todos, como cuando le dicen al Señor: Despide a las muchedumbres[5]; y, hablando de los fariseos: ¿Sabes que se han escandalizado?[6] ¿Qué contesta, pues, Cristo? A vosotros se os ha dado—les dice—conocer los secretos del reino de los cielos; pero a ellos no se les ha dado. Al hablar así, no trata el Señor de sentar una necesidad ni una suerte o destino que se cumple sin razón ni motivo. No. Por una parte da a entender que son ellos los que tienen la culpa de todos sus males y, por otra, quiere dejar bien asentado que el conocimiento de los secretos del reino de los cielos es puro don de Dios y gracia concedida de lo alto. Sin embargo, no por ser don de Dios se suprime el libre albedrío, como se nos pone seguidamente de manifiesto. Mirad, si no, cómo, porque ni el pueblo se separara ni los discípulos, al oír decir que es don de Dios, se descuidaran, a unos y otros hace ver el Señor que el principio depende de nosotros: Porque a todo el que tiene, se le dará y tendrá con más abundancia; más al que no tiene, aun lo que parece que tiene, se le quitará. AL QUE TIENE SE LE DARÁ Esta sentencia del Señor está llena de oscuridad; sin embargo, en ella se nos muestra una inefable justicia. Lo que, en efecto, quiere decir es esto: Al que es diligente y fervoroso, se le dará también todo lo que depende de Dios; más al que no tiene diligencia y fervor ni hace lo que de él depende, tampoco se le dará lo que depende de Dios. Porque aun lo que parece tener—dice el Señor—, se le quitará; no porque Dios se lo quite, sino porque ya no le tiene por digno de sus gracias. Es lo mismo que hacemos nosotros: si vemos que se nos escucha flojamente y, por mucho que roguemos que se nos preste atención, no lo conseguimos, optamos por guardar silencio, puesto que, de obstinarnos en hablar, sólo lograríamos aumentar la inatención. Más cuando hay quien tiene interés en saber, a ése, sí, nos le atraemos y sobre él derramamos cuanto tenemos. Y muy bien dijo el Señor: Lo que parece tener, puesto que ni siquiera eso lo tiene de verdad. Seguidamente, aún pone más claro qué quiere decir que al que tiene se le dará, diciendo: Mas al que no tiene, aun lo que parece tener, se le quitará. Si les hablo en parábolas—quiere decir el Señor—es porque, mirando, no ven. —Luego, si no veían —me objetarás—, lo que había que hacer era abrirles los ojos. —Si la ceguera hubiera sido natural, habría habido que abrirles los ojos; mas como aquí se trata de ceguera voluntaria y querida, no dice el Señor simplemente: "No ven", sino: Mirando no ven. Luego de su malicia les viene la ceguera. Vieron, en efecto, expulsados los demonios y dijeron: Por virtud de Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa éste a los demonios[7]. Le habían oído cómo los llevaba a Dios y cómo se mostraba en acuerdo absoluto con Él, y dijeron: Este no viene de Dios[8]. Como quiera, pues, que afirmaban lo contrario de lo que veían y oían, de ahí—dice el Señor—que les voy a quitar la vista y el oído; porque ningún provecho sacan de ver y oír, sino más grave condenación. No sólo no creían, sino que injuriaban al Señor, le acusaban y tendían asechanzas. Sin embargo, a nada de esto alude ahora, pues no quiere acusarlos demasiado duramente. Al comienzo, desde luego, no les hablaba así, sino con mucha claridad. Más ya que ellos mismos se desviaron, el Señor les habla en adelante por parábolas. Luego, porque no pensaran que sus palabras eran pura acusación; porque no pudieran decir: "Este es un enemigo nuestro, no quiere sino acusarnos y calumniamos", adúceles el Señor el testimonio del profeta, que pronuncia contra ellos la misma sentencia. Porque en ellos se cumple—dice—la profecía de Isaías, que dice: Con oído oiréis y no entenderéis; y con ojos miraréis y no veréis. ¡Mirad con qué precisión los acusa el profeta! Porque tampoco éste dijo: "No veis", sino: Miraréis y no veréis; ni: "No oiréis", sino: Oiréis y no entenderéis. Ellos fueron, pues, los que primero se quitaron vista y oído, tapándose las orejas y cegándose los ojos y endureciendo su corazón. Porque no sólo no oían, sino que oían mal. Y así lo hicieron—prosigue el Señor—por temor de que se conviertan y yo los cure; con lo que significa su extrema malicia y cómo muy de propósito se apartaban de Dios[9]. EL SEÑOR QUIERE LA CONVERSIÓN 2. Más si el Señor habla de este modo es porque quiere atraérselos, y a ello los incitó, haciéndoles ver que, si se convertían, Él los curaría. Es como se dice: "No me quiso venir a ver y se lo agradezco; pues de haber venido, yo estaba dispuesto a ceder inmediatamente". Es un modo de decir cómo se hubiera llegado a la reconciliación. Es exactamente lo que aquí dice el Señor: No sea que se conviertan y yo los cure; que es darles a entender la posibilidad de la conversión y que todo el que se arrepiente se salva. Que se dieran, en fin, cuenta que Él lo hacía todo, no por su propia gloria, sino para salvarlos a ellos. Y es así que, de no haber querido oírlos y salvarlos, tenía que haber guardado silencio y no hablarles en parábolas. Más lo cierto es que con el mismo lenguaje parabólico, con ese mismo dejar entre penumbra su pensamiento, trata de excitar su curiosidad. Porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva[10]. EL PECADO NO SE COMETE POR NECESIDAD Porque que el pecado no viene de la naturaleza ni se comete por fuerza y necesidad, oye cómo lo dice a los apóstoles: Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen; en que no tanto se refiere a la vista y al oído del cuerpo, cuanto a los del espíritu. Porque también ellos eran judíos y se habían educado en las mismas leyes que el resto del pueblo; y, sin embargo, no les alcanzaba en absoluto el daño predicho por Isaías, pues conservaban sana la raíz de todos los bienes, es decir, la voluntad y la intención. ¿Veis cómo decir: se os ha dado, no es lo mismo que hablar de necesidad? Porque de no haber habido en ello merecimiento alguno de parte de los apóstoles, no los hubiera el Señor proclamado bienaventurados. No me vengas, en efecto, con que el Señor hablaba oscuramente, pues podían todos acercársele y preguntarle como sus discípulos; pero no lo hicieron por ser desidiosos e indiferentes. Mas ¿qué digo que no quisieron preguntarle? Se declararon además contrarios suyos. Porque no sólo no creían, no sólo no le oían, sino que le hacían la guerra y se molestaban gravemente de sus palabras; cosa de que les acusa el profeta cuando dice que oían de mala gana[11]. No así los apóstoles, que fueron por eso proclamados bienaventurados. MUCHOS JUSTOS Y PROFETAS DESEARON VER De otro modo confirma ahora el Señor a los suyos, diciéndoles: Porque en verdad os digo: Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron. Ver mi venida—quiere decir—, contemplar mis milagros y oír mi voz y mi enseñanza. Porque aquí no pone el Señor a sus discípulos por encima sólo de aquellos corrompidos escribas y fariseos, sino por encima de los mismos que practicaron la virtud, puesto que afirma haber sido más bienaventurados que ellos. ¿Por qué? Porque no sólo veían, lo que no veían los judíos, sino lo que aquellos antiguos justos y profetas habían deseado ver. Porque éstos sólo pudieron verlo por la fe; los discípulos, empero, lo contemplaron con sus ojos y con entera claridad. Mirad cómo nuevamente enlaza el Señor el Antiguo y el Nuevo Testamento, pues no sólo manifiesta que aquellos justos y profetas vieron lo por venir, sino que ardientemente lo desearon ver; y no lo hubieran deseado si se hubiera tratado de un dios extraño y contrario a su propio Dios. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 45, 1 y 2, BAC Madrid 1955, 855-61 Aplicación P. Alfredo Saenz, S.J. EL GRANO DE MOSTAZA El evangelio de hoy nos presenta dos parábolas de Jesús: la de la semilla que crece, y la del grano de mostaza. Ambas parábolas pueden ser aplicadas sea a la vida de la Iglesia tomada en su conjunto, sea a la vida del alma considerada en particular. 1. LA IGLESIA ES EL ÁRBOL Detengámonos en la primera de estas aplicaciones. "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra". ¿Quién es este sembrador? Nada menos que Dios. El Señor ha querido compararse con un agricultor, según hemos escuchado en la primera lectura, es El quien arroja la semilla. ¿Cuál es esta semilla? Jesucristo nuestro Señor. El es el grano de trigo, que vino del cielo y cayó en la tierra, molido por los golpes de sus verdugos, triturado en la cruz, depositado en el surco del sepulcro, pero al fin resucitado y hecho espiga. Porque, como nos los recordara el mismo Jesús, si el grano de trigo no muere es incapaz de producir fruto. Su misterio pascual, misterio de muerte y de resurrección, es el misterio de un grano que muere y de un grano que resucita, que brota, y que va creciendo. ¿En dónde va creciendo? En la Iglesia. La Iglesia es el fruto de la muerte de Cristo, regada con su agua, vivificada con su sangre, agua y sangre que manaron del hueco que la lanza abriera en el costado de Jesús muerto en la cruz. Si miramos a la Iglesia el día en que el Señor ascendió a los cielos, nos espantamos por su pequeñez. Era el primer tallo, débil, tembloroso, brotado del surco de la Pasión del Señor. La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés hizo que ese grupo reducido —pequeño rebaño, lo llamó Jesús— tuviera el coraje de salir a la luz pública. Y allí comenzaron las conversiones. Los apóstoles se repartieron por todo el mundo, siguiendo las señoriales rutas del Imperio Romano, por tierra y por agua. Brotaron, entonces, las pequeñas cristiandades, plantadas generalmente —ellas también— sobre la sangre de los mártires. Y así esa Iglesia, que vimos tan pequeña en el Cenáculo, se fue extendiendo, creciendo, de día y de noche, hasta hacerse inmensa. Es lo que dice la parábola que nos ocupa: "La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga". Nos impresiona considerar cómo el Señor escogió a un grupito de personas débiles para convertir al Imperio más imponente de la historia, que extendía sus añosas ramas por todo el mundo civilizado de aquella época. Dice San Pablo que Dios eligió a los necios del mundo para confundir a los fuertes. Los apóstoles eran humildes y pequeños, pescadores y publicanos, eran la semilla de mostaza que, cuando se la siembra, es la más diminuta de las semillas de la tierra, pero después crece y llega a ser la más grande de las legumbres. Ya en el año 150 pudo decir Tertuliano: "Somos de ayer y llenamos el mundo". Y esto a pesar de tantas dificultades: las pasiones de los hombres, la moral decadente de la época, el poder del Estado adversario, la filosofía pagana, los templos de los ídolos, las terribles persecuciones. Grandes tempestades contra una semillita que apenas si encontraba espacio de tierra para germinar. Es lo que queremos significar cuando afirmamos en nuestro Credo: Creo en la Iglesia que es católica. Católica quiere decir universal. No una religión más, una religión entre otras, que tan sólo pediría convivir en paz con las demás. La Iglesia, por su mismo nombre, protesta contra esa idea, de cuño liberal. Se sabe la única Esposa de Cristo —Cristo no tiene muchas Esposas—, la única verdadera, la que pretende nada menos que coincidir con la humanidad. Y si algún día apareciera un pueblo nuevo, desconocido hasta entonces, la Católica sentiría la imperiosa necesidad de enviar allí a sus misioneros, aunque fuese en detrimento de las cristiandades ya establecidas. Así, arrasando con todos los cálculos de una estrategia puramente humana, la historia nos muestra cómo envió misioneros incluso a pueblos en decadencia, en vías de desaparición. Si, por un absurdo, la Iglesia renunciara un día a estar en todas partes, a llegar a todos los ambientes, dejaría de ser lo que es, católica. Claro que no es cuestión de geografía o de estadísticas. Ya la Iglesia era católica en la sala de Pentecostés. Y lo seguiría siendo también si en el futuro, apostasías masivas le hicieran perder la mayor parte de sus fieles. Es católica por esencia, es decir, que posee en sí algo de tal naturaleza que la vuelca a la totalidad, y le impide reposar mientras no logre coincidir con el todo. Tiene el acuciante dinamismo de una semilla que tiende a ser árbol. Un árbol que, como dice el Señor, "extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". 2. EL ALMA ES EL SUELO DEL ARBOL Esto que hemos considerado refiriéndolo a la Iglesia universal o católica, podemos también aplicarlo a cada uno de nosotros. El día en que fuimos llevados, en brazos de nuestros padres, a la pila bautismal, Dios sembró la fe en nuestro interior. La fe es un don de Dios, viene de Dios, el sembrador de la vida divina. Una fe tenue, sin duda, como el grano de mostaza. Pero, a partir del día en que adquirimos el uso de la razón, esa fe comenzó a crecer. Porque nuestra fe tiene una historia, con sus altos y sus bajos. Considerando las cosas con la perspectiva que nos da el transcurso del tiempo, nos impresiona pensar ahora en lo que fue esa plantita de nuestra fe inicial, sembrada en la tierra de nuestra alma, cómo frente a ella, a lo largo de los años, se fueron coaligando y se siguen aliando tantos enemigos, que hubieran querido y quieren arrancarla de cuajo: nuestras pasiones, nuestra tendencia a racionalizarlo todo, el ambiente hedonista y naturalista en que nos movemos, los medios de comunicación francamente corruptores, los poderes que odian esa fe o que la desprecian, y en último término el demonio. Una tempestad, un verdadero huracán contra esa planta de nuestra fe. Y sin embargo, si somos fieles —¡qué linda palabra ésta: fieles!— nuestra fe tiende a crecer contra viento y marca hasta hacerse un árbol sólido donde aniden los pájaros, con sus flores y sus frutos. Las flores y los frutos de las virtudes que, en última instancia, brotan de esa misma fe inicial. La fe es, pues, una semilla en nuestra alma, comparable a un grano de mostaza. También lo es la palabra de Dios, gracias a la cual nuestra fe es exhortada a crecer. "La fe es por la predicación — dice San Pablo—, y la predicación por la palabra de Cristo". El mismo Jesús comparó la palabra con una semilla que se anida en el surco del corazón. Cuando la escuchamos, sobre todo en la iglesia, sea a través de las lecturas bíblicas, sea mediante la voz del sacerdote, cae en nuestro interior una semilla, una gracia. Porque esa palabra de Dios, que es viva, eficaz y tajante, que penetra hasta la coyuntura de la médula, para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón, no quiere permanecer estéril. Esa palabra está allí para destruir y arrancar viejos vicios, para edificar e implantar nuevas virtudes. Si la ahogamos con nuestras preocupaciones terrenas, con nuestros egoísmos, con nuestras deslealtades, esa semilla queda sofocada y perece. En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos esta hermosa expresión: "la palabra del Señor crecía". Así debe suceder en el interior de cada uno de nosotros. Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. Tales son las resonancias que suscitan en nosotros las dos parábolas de hoy. Pronto nos vamos a acercar a recibir el Cuerpo de Jesús, de ese Jesús que se hizo semilla por nosotros, grano de trigo molido en la pasión, vuelto árbol en la cruz, y florecido en la Eucaristía para alimento de las almas. Cuando se recline sobre nuestra lengua podemos quizás decirle: "Señor, tú has penetrado por primera vez en mi corazón el día de mi Bautismo. Desde entonces, has obrado en mí a la manera de una semilla, pequeña pero fecunda, que tiende a invadir toda mi vida y no permitir que región alguna de mi alma permanezca infructuosa en su esterilidad. Hoy, una vez más, vuelves a entrar en mi interior para transformarme por adentro. Tú, Señor, eres el grano de mostaza, grano ferviente, sembrado en mi alma. Te pido que crezcas cada día más en mí, que desbordes los diques de mis egoísmos, hasta tomar la medida de un árbol sobre el cual pueda reposar la paloma del Espíritu Santo, con sus dones y virtudes. Que tu Eucaristía se derrame en mí, Señor, al modo de levadura que haga fermentar la harina de mi vida, para que pueda convertirme en el trigal de tu hostia. Y que mi corazón enamorado de ti, sea un fiel reflejo, en pequeño, de la catolicidad de tu Iglesia. Así sea". (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 182-186) San Juan Pablo II El crecimiento del reino de Dios según las parábolas evangélicas (Lectura: evangelio de san Marcos, capítulo 4, versículos 26-29) 1. Como dijimos en la catequesis anterior, no es posible comprender el origen de la Iglesia sin tener en cuenta todo lo que Jesús predicó y realizó (cf. Hch 1, 1). Precisamente de este tema habló a sus discípulos, y nos ha dejado su enseñanza fundamental en las parábolas del reino de Dios. Entre éstas, revisten importancia particular las que enuncian y nos permiten descubrir el carácter de desarrollo histórico y espiritual que es propio de la Iglesia según el proyecto de su mismo Fundador. 2. Jesús dice: «El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4, 26-29). Por tanto, el reino de Dios crece aquí en la tierra, en la historia de la humanidad, en virtud de una siembra inicial, es decir, de una fundación que viene de Dios, y de uno obrar misterioso de Dios mismo, que la Iglesia sigue cultivando a lo largo de los siglos. En la acción de Dios en relación con el Reino también está presente la «hoz» del sacrificio: el desarrollo del Reino no se realiza sin sufrimiento. Éste es el sentido de la parábola que narra el evangelio de Marcos. 3. Volvemos a encontrar el mismo concepto también en otras parábolas, especialmente en las que están agrupadas en el texto de Mateo (13, 3-50). «El reino de los cielos ―leemos en este evangelio― es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13, 31-32). Se trata del crecimiento del Reino en sentido «extensivo». Por el contrario, otra parábola muestra su crecimiento en sentido «intensivo» o cualitativo, comparándolo a la «levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Mt 13, 33). 4. En la parábola del sembrador y la semilla, el crecimiento del reino de Dios se presenta ciertamente como fruto de la acción del sembrador; pero la siembra produce fruto en relación con el terreno y con las condiciones climáticas: «una ciento, otra sesenta, otra treinta» (Mt 13, 8). El terreno representa la disponibilidad interior de los hombres. Por consiguiente, a juicio de Jesús, también el hombre condiciona el crecimiento del reino de Dios. La voluntad libre del hombre es responsable de este crecimiento. Por eso Jesús recomienda que todos oren: «Venga tu Reino» (cf. Mt 6, 10; Lc 11, 2). Es una de las primeras peticiones del Pater noster. 5. Una de las parábolas que narra Jesús acerca del crecimiento del reino de Dios en la tierra, nos permite descubrir con mucho realismo el carácter de lucha que entraña el Reino a causa de la presencia y la acción de un «enemigo» que «siembra cizaña (gramínea) en medio del grano». Dice Jesús que cuando «brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña». Los siervos del amo del campo querrían arrancarla, pero éste no se lo permite, «no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero» (Mt 13, 24-30). Esta parábola explica la coexistencia y, con frecuencia, el entrelazamiento del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma historia de la Iglesia. Jesús nos enseña a ver las cosas con realismo cristiano y a afrontar cada problema con claridad de principios, pero también con prudencia y paciencia. Esto supone una visión trascendente de la historia, en la que se sabe que todo pertenece a Dios y que todo resultado final es obra de su Providencia. Como quiera que sea, no se nos oculta aquí el destino final ―de dimensión escatológica― de los buenos y los malos; está simbolizado por la recogida del grano en el granero y la quema de la cizaña. 6. Jesús mismo da la explicación de la parábola del sembrador a petición de sus discípulos (cf. Mt 13, 36-43). En sus palabras se transparenta la dimensión temporal y escatológica del reino de Dios. Dice a los suyos: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios» (Mc 4, 11). Los instruye acerca de este misterio y, al mismo tiempo, con su palabra y su obra «prepara un Reino para ellos, así como el Padre lo preparó para él [el Hijo]» (cf. Lc 22, 29). Esta preparación se lleva a cabo incluso después de su resurrección. En efecto, leemos en los Hechos de los Apóstoles que «se les apareció durante cuarenta días y les hablaba acerca de lo referente al reino de Dios» (cf. Hch 1, 3) hasta el día en que «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). Eran las últimas instrucciones y disposiciones para los Apóstoles sobre lo que debían hacer después de la Ascensión y Pentecostés, a fin de que comenzara concretamente el reino de Dios en los orígenes de la Iglesia. 7. También las palabras dirigidas a Pedro en Cesarea de Filipo se inscriben en el ámbito de la predicación sobre el Reino. En efecto, le dice: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19), inmediatamente después de haberlo llamado piedra, sobre la que edificará su Iglesia, que será invencible para las «puertas del Hades» (cf. Mt 16, 18). Es una promesa que en ese momento se formula con el verbo en futuro, «edificaré», porque la fundación definitiva del reino de Dios en este mundo todavía tenía que realizarse a través del sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Después de este hecho, Pedro y los demás Apóstoles tendrán viva conciencia de su vocación a «anunciar las alabanzas de Aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (cf. 1 Pe 2, 9). Al mismo tiempo, todos tendrán también conciencia de la verdad que brota de la parábola del sembrador, es decir, que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer», como escribió san Pablo (1 Cor 3, 7). 8. El autor del Apocalipsis da voz a esta misma conciencia del Reino cuando afirma en el canto al Cordero: «Porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes» (Ap 5, 9. 10). El apóstol Pedro precisa que fueron hechos tales «para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (cf. 1 P 2, 5). Todas éstas son expresiones de la verdad aprendida de Jesús quien, en las parábolas del sembrador y la semilla, del grano bueno y la cizaña, y del grano de mostaza que se siembra y luego se convierte en un árbol, hablaba de un reino de Dios que, bajo la acción del Espíritu, crece en las almas gracias a la fuerza vital que deriva de su muerte y su resurrección; un Reino que crecerá hasta el tiempo que Dios mismo previó. 9. «Luego, el fin ―anuncia san Pablo― cuando [Cristo] entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad» (1 Cor 15, 24). En realidad, «cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 28). Desde el principio hasta el fin, la existencia de la Iglesia se inscribe en la admirable perspectiva escatológica del reino de Dios, y su historia se despliega desde el primero hasta el último día. (Audiencia General del Miércoles 25 de septiembre de 1991) SS. Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas: La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso. En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola). La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante. La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos parábolas de hoy ese misterio representa un «crecimiento» y un «contraste»: el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como «tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza. (Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 17 de junio de 2012) P. Leonardo Castellani Las parábolas Hemos dicho en este libro que la parábola es un género creado por Jesucristo, que ni antes ni después de El fue usado por nadie. Esta afirmación es nueva, y conviene justificarla. Parecería que la parábola de los Evangelios pertenece al género griego del apólogo; que es una fábula (mythos) cuyos personajes son humanos en vez de imaginarios nos, como por ejemplo El Viejo y la Muerte de Esopo. No es así, sin embargo: el apólogo griego es una narración más sencilla en su contextura que termina en una conclusión de moral corriente, que llamamos en español moraleja; y muy bien llamada: es una moralidad chiquita: como por ejemplo: Tenga paciencia quien se cré infelice, Que aun de la situación más lamentable, Es la vida del hombre siempre amable: El viejo de la leña nos lo dice, en el susodicho apólogo de Esopo, traducido por Samaniego. La parábola evangélica es más bien que narración un cuadro, con más elemento dramático que épico; y presenta casi sin excepción una especie de distorsión, como la hecha por un espejo convexo, que desconcertó desde el principio a los intérpretes, y sobre todo a los retóricos paganos, como Celso, que las tachó de extravagantes; y en nuestros días han sido tratadas hasta de “criminales” o ''inmorales''. Esta distorsión de rasgos responde al propósito, como está dicho, de aludir al misterio, a lo teológico, a lo infinito; y ha sido comparada no sin propiedad por Chesterton al soplo impetuoso que en la plástica barroca hincha los ropajes, tuerce los miembros y agita las líneas arquitectónicas, haciéndolas danzar a veces; como en los cuadros del Greco, las estatuas del Bernini y los altares del Vignola. En suma, la parábola pertenece al género símbolo; que es más que un género literario, el modo de expresión más primitivo y fundamental de la poesía; mezclado con humorismo, como diríamos hoy, un humorismo teológico o trascendental –como ha sido bautizado–, no una cualquiera jocosidad o ironía. Archibald Cronin escribió al final de su novela Las Llaves del Reino: “El Cristo es más grande que Buda; pero Buda tenía más sentido del humor”. Se equivoca. Chesterton en su libro Orthodoxy notó que esta singular exageración que se encuentra en las parábolas, no es otra cosa que humorismo; aunque omite allí el explicarse más claramente. En la literatura cristiana posterior a Cristo no encontramos parábolas: el Pilgrim Progress de Bunyan, el Pilgrim Regress de Lewis y las tremendas novelas satíricas del Deán Swift, por ejemplo, son propiamente alegorías. Tampoco puede llamarse parábola sublime, como la calificó Macaulay, la Divina Comedia de Dante; ésta es un poema épico de una creación enteramente nueva, una epopeya espiritual, que preside toda la literatura romántica. En todo caso, lo que más se parecería a la parábola son los actuales relatos monstruosos de Kafka, o algunas de las últimas novelas de Hemingway. En el Viejo Testamento se habla de las parábolas (o “semejanzas”) de Salomón y se dice que el Rey Sabio compuso 3.000 dellas. Pero las parábolas de Salomón que se han conservado no son sino comparaciones brevísimas, de contenido moral casi siempre, que tienen uno o dos dísticos solamente. Verdad es que aquí se encuentra el embrión del género que en los rabbíes posteriores se desarrolló; y en Cristo se consumó. En los rabbíes anteriores a Cristo se encuentran parábolas más extensas (como las que hemos citado de Elisha-ben-Abuyah y de Josef-Bar-Iudah en p. 60) pero todas las que conocemos tienen el carácter ya definido de “apólogos”. El escritor modernista Samuel Butler –no S. Butler el satírico, sino S. Butler el pintor– y otros después de él, califica a las parábolas de Cristo de ''inmoralistas”. La aseveración es típica del escritor más impío que conocemos, al lado del cual Voltaire y su epígono Anatole France parecen simples nenes bocasucias. ¿Por qué? Porque, según el autor de The Way of All Flesh, las parábolas principales del Nazareno insinuarían máximas contrarias a la moral natural. Ignoraba el escritor inglés que su blasfema afirmación, que trasunta una ignorancia monumental, había sido refutada de antemano por un contemporáneo suyo, el danés Kirkegor, en su profunda doctrina de la distinción entre la “instancia ética” y la “instancia religiosa”, y en la sutil observación de que la “instancia religiosa” comporta una especie de “suspensión de la moral”, provisoria desde luego; y en el fondo sólo aparente. Por lo demás, cualquier hombre con cultura artística sabe que cuando el artista crea símbolos o imágenes no por eso los aprueba o recomienda; se reduce a retratar una realidad. Que existen Mayordomos Pícaros, por ejemplo, es una realidad; y la conclusión de la parábola que dice que “los pícaros son más pícaros en sus negocios que los Buenos en los suyos” es una ironía de Cristo, como está dicho en su lugar, o como dijo exactamente Cristo que “los hijos de las tinieblas ven mas en sus cosas que en las propias los hijos de la luz”, lo cual es una verdad que tiene su justificación teológica, y que incluso se puede apoyar con Aristóteles. Aristóteles dijo que para las cosas divinas los ojos humanos son como los ojos del murciélago para el sol: a causa no de la deficiencia sino de la excelencia del objeto. Y así es justo que los fieles vean menos en sus cosas propias, que son las divinas, que no los pícaros en las suyas, que son las picardías. Mas Aristóteles añade, que ese conocimiento, aunque sea fragmentario y oscuro por exceso de luz tiene infinito más valor que el conocimiento de lo terreno, aunque sea mayor y más claro. Que un pagano tenga que enseñarle al hijo del clérigo Butler estas cosas... Este dicho de Cristo funda la doctrina de la fe, de la que enseñan los teólogos que es obscura, y que desde el respecto de la claridad, la facilidad y el gozo de conocer, es inferior a la ciencia; pero no desde el respecto de su valor. El libro The Fair Haven –que se puede traducir El Puerto de Salvación–, de Samuel Butler el Pintor, es el libro más pérfido que se ha escrito en el mundo. Como dije, Voltaire y Anatole France son dos nenes al lado de este superadulto frío y culebroso, dueño de una malicia calculada y dosificada, y un odio contenido, el cual funde la mofa volteriana con el sarcasmo helado del Deán Swift y la información y sutileza teológica de un Newman. Nada me extrañaría que Samuel Butler haya sido un demoníaco, en el sentido kirkegordiano. Ciertamente es uno de los heraldos del Anticristo. Es el escritor antirreligioso más eficaz de los tiempos modernos; lo cual es decir de todos los tiempos; porque no ataca al cristianismo, sino que lo “traiciona”: lo mata con un beso, como Judas. Su método es la perfidia, llevada a una perfección tal que llega a la obra de arte. El libro constituye una defensa fingida de la resurrección de Cristo, y de lo fundamental del Cristianismo (que es Lo Sobrenatural) hecha al revés; es decir, hecha de modo que no pruebe, sino que pruebe lo contrario. Pertenece pues al género parodia; pero no es una parodia ordinaria, lo cual pertenece a la comedia, sino una parodia sardónica, y fríamente satánica. Butler atribuyó su libro –y en forma tan hábil que al principio engañó a muchos– a dos pastores protestantes hermanos que llamó Tohn Pickard Owen y William Bickersteth Owen. Este último publica la obra de su “hermano mayor” y la prolonga con una “memoria” acerca de la vida religiosa (la educación, la caída en la incredulidad, y la conversión final) del otro, que es de una astucia extraordinaria (humor al tercer grado) y enmarca al libro supuesto del otro pastor supuesto con toda eficacia. La religión cristiana es expuesta allí (to expose: poner en picota, en inglés) desde tres ángulos adversos, a la vez: el autor de la memoria es un cristiano bobo; el hermano es un cristiano ingenioso que exhibe una defensa extravagante y disparatada del dogma, y concede al adversario, como de paso y sin llamar la atención justamente lo que el adversario desea; y las objeciones del adversario son las reales y serias, y puestas en la forma más hábil, mientras los argumentos del Defensor-Fídei están deliberadamente y también hábilmente viciados. Y los tres ataques (mejor dicho, calumnias) están envueltos en un odio solapado, que se filtra a veces directamente en sarcasmos repentinos, como brotes de lava, que Butler no sabe esconder ni contener; y traicionan, bajo el disfraz, el ánimo verdadero: o sea el “foul play”, que dicen ellos: juego sucio. Como dije, la primera edición de la parodia engañó a algunos reviewers, o críticos, a no ser que mienta también Samuel Butler en las citas que pone al prólogo de la segunda edición, firmado con el seudónimo de Gerald Bullet. Según él, un crítico escribió: “To the sincerely inquiring doubter, the striking way in wich the truth of the Resurrection is exhibited, must be most benefical”. Es decir: “para los dudantes que inquieren de buena fe la estupenda manera en que la verdad de la Resurrección está expuesta, tiene que hacerles un provecho enorme”. Eso es mucho peor que creer que Cide Hamete Benengueli existió realmente y que Cervantes fue moro de modo que es probable que sea una mofa más de Butler y no un tropezón de un crítico; cuyo nombre, por lo demás, no se da. Uno quisiera ser benigno con este libro –como con todos– y clasificarlo de sátira a la mala apologética y a la apologética en general, protestante o católica, pero como dije, no es posible. Butler no es un ingenuo burlón o sarcástico cualquiera, sino que realmente es protervo. El retrato que hace de su madre (de la madre de los dos Owen) es sublevante. Pretendiendo pintarla como un modelo de piedad y de bondad. y exhibiendo felonamente los signos del cariño filial, la deja en realidad hecha un trapo sucio, con la sugestión implícita de que eso son en realidad las mujeres llamadas “muy religiosas”. Para los antiguos la palabra pietas significaba en primer término el amor filial, el sentimiento de los hijos para con sus padres; de donde impío en latín significaba lo que el criollo llama desmadrado, que luego por extensión se aplicaba a Dios, de modo que en castellano la impiedad conservó solamente ese segundo sentido de animadversión contra Dios; con lo cual la sabiduría de los pueblos aludía quizá a un lazo misterioso que existe entre el amor a los padres y la reverencia a Dios. De hecho, el 5º Mandamiento del Decálogo –4º para nosotros–, “Honrar padre y madre”, está colocado en la primera tabla de la Ley, que contiene las obligaciones del hombre para con Dios; porque los padres son representantes vivientes de Dios. Ningún mejor ejemplo de esta relación misteriosa que este Butler: Butler odió a sus padres, lo mismo que a Dios; antes o después que a Dios, no lo sé. Además del odioso retrato de su madre que hace en este libro “religioso”, escribió una novela autobiográfica llamada The Way of All Flesch, en que deja a sus dos genitores de oro y azul, a su padre sobre todo, que fue pastor protestante. En el penúltimo capítulo de este libro, el XXV, Butler habla de su propia obra literaria, pintándola con bastante exactitud, aunque muy ventajosamente; y defiende el núcleo de su pensamiento. Este núcleo pertenece a la herejía cristiana que se llama técnicamente modernismo – que Newman calificó en su nacimiento de “liberalismo religioso”– condenada por San Pío X. El espíritu de esta herejía actual y hoy sumamente difundida está allí expuesto con gran nitidez: no es extraño que Bernard Shaw, Beresford, B. Nichols, Huxley y demás modernistas actuales, tengan a Butler como su autor de cabecera. El criterio supremo de la verdad religiosa consiste en la buena crianza (!). Así lo dice, en p. 460 de la edición Penguin del año 1941: “Que Un hombre haya sido bien criado y críe a otros bien; que su figura, cabeza, manos, pies, voz, manera e indumento sean convincentes en este punto; de modo que ninguno pueda mirarlo sin caer en la cuenta de que viene de buen tronco y constituirá un buen tronco, esto es el “desiderandum”. Y lo mismo las mujeres. El mayor número de esta gente bien criada y la mayor felicidad de ellos, éste es el bien supremo; hacia este Bien, todo el gobierno, todas las reglas sociales, todo el arte, literatura y ciencia, tiene que estar directa o indirectamente dirigido. Hombres santos y mujeres santas son los que tienen esto en vista automáticamente todos los momentos, sean de pasatiempo, sean de trabajo...”. Ese es pues el fin de la religión verdadera. ¿Y cuál es la religión verdadera? Ninguna y todas. “Cualquier secta que muestre superioridad a este respecto debe llevarse a las demás por delante'' dice Butler. “El Cristianismo fue verdadero en tanto cuando fomentó la belleza; y él fomentó mucha belleza. Fue falso en cuanto fomentó la fealdad, y él fomentó mucha fealdad...”. “Hay que ser cristiano, pero lo más mal cristiano [”lukewarm”] posible...”. Finalmente, el fondo y el espíritu de la última herejía está expresado así: “Sería inconveniente cambiar las palabras de nuestro misal [”Prayer book”] y de nuestro Credo [”Articles”] pero sería conveniente cambiar en una forma silenciosa los significados que ponemos debajo...”. La Iglesia debería hacer eso, según Butler. Ésta fue exactamente la política de los eclesiásticos y laicos tocados de modernismo a principios del siglo, antes de ser desenmascarados por Pío X: vaciar de su contenido sobrenatural o trascendente los dogmas cristianos, conservando la cáscara, en definitiva, convertirlos en “mitos”... de la adoración del hombre en lugar de Dios. Ese trabajo continúa hoy día en vasta escala y en diversas formas; no es sino prolongación proterva de lo que se llamó el siglo pasado catolicismo liberal, hoy día enteramente puesto al desnudo en España y en Italia, pero no todavía en la Argentina, donde cuando esto escribo sufrimos un rebrote de él sumamente crudo; y bien atrasado por cierto. Hemos querido caracterizar a este escritor modernista antes de copiar su brulote contra las parábolas de Cristo y en realidad contra toda su doctrina, que dice así. “Ninguna de las parábolas puede ser interpretada literalmente con ventaja para el bienestar humano, excepto quizás la del buen Samaritano; ni tampoco el Sermón de la Montaña, salvo en algunos pasajes que eran en realidad patrimonio común de la Humanidad antes de la venida de Cristo. Las parábolas que todos aplauden son en realidad muy malas: el Mayordomo Pícaro, Los Operarios de la Viña, el Hijo Pródigo, El Rico y Lázaro, el Sembrador, las Vírgenes Cuerdas y Locas, la Vestidura Nupcial, el Hombre que planto una Viña... todas son groseramente inmorales, o tienden a engendrar un concepto muy bajo del carácter de Dios, un concepto muy por debajo del promedio de los buenos reyes terrenales. Y cuando no Son inmorales o no tienden a degradar el carácter de Dios, Son las más simples paparruchas imaginables, tal que uno se asombra de ver que “eso” haya sido aceptado como predicado primigeniamente por el Cristo. Algunas máximas como las que inculcan la concordia y un cierto perdón de las injurias –con tal que sean practicables– son ciertamente buenas; pero el mundo no debe su descubrimiento a Jesucristo; y no tienen mucha influencia por cierto en la vida práctica de sus seguidores...”[12] Claramente se ve aquí cómo esa permanente alusión a lo sobrenatural o irrupción de lo teológico en las parábolas, que les dan su sello propio y único en toda la literatura del mundo, ha sido malentendido por Butler, lo mismo que por los fariseos. Cristo lo sabía perfectamente: que su predicación tenía que ser “piedra de escándalo”, y “dichoso aquel que en mí no escandalice”, es decir, no tropiece. Y por eso contestó con divina ironía a los que le observaban: “–¿Por qué les hablas en parábolas, si ya ves que no te entienden? “–Para eso, para que no entiendan... y se pierdan”. Respuesta de previsión, lucidez y dolor –que Butler calificará sin duda de “ferocidad”–, respuesta que quiere decir lo contrario de lo que dice, como es propio de la ironía. Vamos a ver para terminar nuestro trabajo la exégesis de cualquiera de las parábolas tan incriminadas por Butler; por ejemplo, el Hijo Pródigo (Lc. XV, 11). Es una narración sencilla del Descarrío, la Conversión y la Vuelta Gloriosa de un mal muchacho cualquiera, hecha con suma sobriedad y un toque sutil de humorismo, sin la menor babura de retórica: como todos los grandes artistas, Jesús-ben-Nazareth compone más con cosas que con palabras. Un hombre tenía dos hijos Y el Hijo Menor dijo al Padre: Padre, dáme mi parte de la hacienda La parte que me corresponde Y el Padre partió entre los dos la Hacienda”. Las dos primeras partes no tienen dificultad ninguna, y el exegeta puede limitarse a notar si quiere, además de los graciosos paralelismos, antítesis y broches propios del ritmo oral, los toques sutiles de inteligencia y las ironías no apoyadas del cuentito: lo del “que me corresponde' que en realidad no le correspondía, la total sumisión del Padre al albedrío del Hijo Menor; la escapada de éste a una “región grandota”, el Mundo, en contraposición al recinto pequeño y cerrado del hogar, la vida “licenciosa”, que la Vulgata traduce “lujuriosa” pero que el griego dice, “akóotoos” que significa algo como despatarrado, o alocado, la crisis que cayó sobre la región “grande”; la dureza del “propietario” de aquella región; el lamentable “pastor de cerdos”, la desolación el hambre, las bellotas o algarrobas. Los Santos Padres han decantado bastante sobre todos los pormenores; y han hecho de ellos todos los símbolos posibles imaginables. Pero para los oyentes de Cristo, eso era una especie de chimento común, sumamente lógico y verosímil verisimilior vero, aunque transfigurado por un foco de inteligencia y un patetismo extraordinario. El “Padre”... Padres como éste de aquí, se dan pocos. La pintura del arrepentimiento genuino, la decisión absoluta, y el retorno incondicional e inmediato del muchachito a su casa, se cierra con el gesto igualmente absoluto del Padre que todo el tiempo observaba el camino desde su torre, y le sale al encuentro a mitad del camino, y hace él más de la mitad del dificultoso encuentro. La magnanimidad, el amor y la alegría paternales no han sido jamás logradas en tan breves líneas y tan decisivos rasgos por ningún poeta del mundo. Viene luego la Fiesta del Buen Retorno, que es lo que Butler encuentra inmoral, Y Gide ha intentado torcer en otra dirección, haciendo desarrepentir al Hijo Pródigo, y pintando al Hijo Mayor como un Puritano hipócrita y repelente Pero las cosas que dice el Hermano Mayor son verdaderos y razonables –aunque no quizás su teatral enojo– y el Menor guarda silencio delante del “justo”; mas el Padre cubre a los dos con una misericordia que se levanta sobre la común moral de los hombres sin anularla, como el cielo sobre la tierra, pues pertenece al plano religioso que está por encima del plano ético; y es el Instante, el punto de inserción de la eternidad en el tiempo. No es de extrañar que Butler y Gide, ciegos a la eternidad, aquí ya no vean nada; o vean al revés, que es peor. El Hijo Mayor no es el pueblo judío –y el Menor el Gentilismo– como interpreta San Agustín alegóricamente, eso no calza bien con la narración. Tampoco es el Fariseo, el Puritano Hipócrita, aquel que se dice justo sin serlo, como indica San Jerónimo. El Padre no lo trata de hipócrita ni de gazmoño; al contrario, le dice cariñosamente: “Vives Conmigo y todas mis cosas son tuyas”. El Hijo Mayor es simplemente el Justo de este mundo, el Hombre Moral, el Consejero de la Corona, que diría Kirkegor: el Juez de la Corte Suprema, el Obispo, el Cura, la Señorona Marquesa Pontificia, yo, y el portero Bernardo: los que nunca hemos sacado los pies del plato, y tenemos que hacer un gran trabajo de investigación para confesarnos cada semana. Cristo aludió irónicamente a nuestra justicia (o nuestra corrección) de la que estamos un poquito demasiado ufanos. “Todas nuestras justicias son una cosa sucia”, dice la Escritura; y la palabra que pone allí Isaías en el Canto XIV es mucho más fuerte que sucia; y hoy día chocaría. Y que por eso “hay más gozo en el cielo por un pecador que vuelve a penitencia [rotundamente, descendiendo hasta el tope de la más extrema humildad] que por 99 justos... que no tienen necesidad de penitencia”, añadió con malicia Cristo; supuesto que sus oyentes, esos hebreos analfabetos, pero pasados de Escritura Sacra, sabían perfectamente que todos tenemos necesidad de penitencia. “Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente”. Y así podríamos recorrer fácilmente todas las parábolas que chocaron a Butler y todas las 120 que hay en el Evangelio: Muchas están “hecha” ya en el cuerpo de este libro, y para muestra hay ya de sobra botones. El Rico Epulón (Lucas, XVI, 9). Aquí hay una cosa muy brava, que es nada menos que el Infierno: Butler, Gide, Shaw y Cía. no quieren ni oírlo nombrar. “El hombre que cree en el infierno no puede ser religioso”. Había un Hombre Rico, que se vestía de purpura y holanda Banqueteando en grande cada día Y había un pobre llamado Lázaro, que yacía ante su puerta Cubierto de llagas Y ansiaba con los restos que caían de su mesa hartarse Y ninguno se los daba. El mismo procedimiento narrativo, el planteo despojado de la historia en unas pocas frases directas, cósicas y cromáticas, trabadas en balanceo y antítesis; el dramático encuentro del Leproso y el Magnate en la otra vida y el breve y golpeado diálogo con su exageración oriental, y la resuelta conclusión de que “Si no creen a Moisés y a los Profetas –Tampoco se dejarán persuadir– Aunque uno resucite de entre los muertos”; lo cual se verificó literalmente en la resurrección del “otro Lázaro –y la coincidencia de los dos nombres no debe ser casual– y en la del propio Cristo. Lo que debe haber de “inmoral” en esta parábola –según Butler– será sin duda la poca misericordia de Abraham, que responde negativa al Epulón, primero acerca del darle una gota de agua por medio de Lázaro, y, después, en hacer que Lázaro resucite para ir a avisarle a sus cinco hermanos que hay otra vida, y que en ella las cosas van a veces al revés que en esta. Pero Abraham dio allí una razón muy buena de su negativa; y dentro de las convenciones del género, exacta; que no lo hacía pura y simplemente porque era imposible: pues “un abismo infranqueable existe de necesidad entre nosotros” Ese abismo, que nuestro Samuel Butler –Borges– calificaría de “mitología de conventillo”, es una obvia verdad teológica; y aún si se quiere filosófica. Pero para saberla hay que aprenderla: no está en la Enciclopedia Hispano-Americana. Cristo cree en el Infierno y habla mucho de él –unas 14 veces– simplemente porque era un hombre muy religioso; y en consecuencia sabe que el Infierno existe y tiene grandísimo miedo de que vayamos a él. Una vez había leído yo un libro de Borges contra el Infierno; mejor dicho, contra una cantidad de cosas, casi todas malas, que se llama Discusión. El libro me hizo pensar, cosa que no me pasa con todos los libros de Borges; y con ninguno de Mallea: pensar en las cosas de mi oficio. Borges se documentó acerca del Infierno en el Diccionario Enciclopédico HispanoAmericano y refuta victoriosamente todos los argumentos que no prueban la existencia del Infierno, dándose el lujo de ignorar el único que lo prueba, que es la Sagrada Escritura aceptada como revelación –un poco como Samuel Butler, al cual admira–, para concluir con la blasfemia de que todo el que cree en el Infierno “es irreligioso”, con lo cual caen en la Irreligión casi toda la Humanidad menos Borges; e inclusive Jesucristo... La primera blasfemia que estampó Borges en su vida después ha hecho otras, más o menos ingeniosas. “Borges es un escritor inglés que se va a los suburbios a blasfemar”, me dijo un cura irlandés. Estaba en Mar del Plata entonces, y un día apareció según parece en la playa una ballena; y Martita mi sobrina, que tenía 5 años, se empinaba y se desesperaba por ver la ballena detrás de un nudo de gente que exclamaba con entusiasmo: “¡La ballena, la ballena!”. Unos días después vi que el padre de la criatura, mi finado hermano, le decía: “–Martita, si no obedeces, llamo a la ballena: está ahí en el cuarto de al lado”. La deducción obvia de este hecho, en la filosofía borgiana, sería que el doctor Luis O. Castellani era un hombre irreligioso; porque, primero, mentía, y, segundo, asustaba a una criatura. Pero la verdad es que era muy religioso, porque la ballena existe; en la forma de todos los males que caen sobre el adulto, si de chico es malcriado; y si asustaba un poco a su hija, era por piedad paterna; que ojalá la hubiesen tenido también con Borges. Claro que su mitología era un poco “de conventillo”; pero también lo es la de Cristo, a juicio de Borges; pues el Salvador habla de fuego, de sed, de tinieblas, de cárcel y del “gusano que nunca muere”. Así que estos grandes escritores de cuentos que son “cuentos”, harían bien en estudiar un poco –si quieren hablar de Él– al recitador galileo autor de cuentos que son verdades. Bien sé cuán “dura es esta palabra” del Infierno, que a mí como a todo hombre religioso anonada; pero existen demasiadas cosas duras en la realidad para que podamos decir a puro capricho que es imposible. Esperamos que Borges se documentará mejor ahora que tiene en la Biblioteca Nacional mucho tiempo y plenty of books; y que se librará de la Ballena. (Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 477-490) P. Gustavo Pascual, I.V.E. ¿Por qué Cristo habla en parábolas? La respuesta está en el mismo Evangelio: Les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, Han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane[13]. Jesús les responde con una ironía, es decir, en estilo indirecto. No quiere Jesús la condenación de sus oyentes sino que cambien pero mientras mantengan su corazón endurecido no entenderán. Es una profecía conminatoria. Jesús no quiere que permanezcan en su actitud de llevarlo a Dios a flor de labios y no en el corazón pero si permanecen endurecidos ciertamente que sus parábolas serán motivo de escándalo y condenación. Jesús les habla irónicamente porque sabe que es la mejor manera de hablarles, mejor que decirles las cosas directamente. Si indirectamente se escandalizan, cuánto más si les dijera las cosas directamente. Quizá no entendiendo del todo busquen al maestro para que los ilumine como le ocurrió a Nicodemo (Cf. Jn 3, 1s)[14]. El Evangelio de Mateo muestra claramente el endurecimiento de los judíos antes de comenzar el discurso parabólico, endurecimiento culpable. “A estos espíritus oscurecidos, a los que la plena luz sobre el carácter humilde y oculto del verdadero mesianismo no haría sino cegar más, no les podrá dar Jesús más que una luz tamizada por los símbolos: luz a medias que también será una gracia, una invitación a pedir mejor y recibir más”[15]. En cuanto a este estilo de enseñar, que según la sabiduría divina es el más acertado para enseñarles, dice Santo Tomás que: “exponía en parábolas los misterios que no eran capaces o dignos de recibir. Sin embargo, todavía le era mejor recibirlos así y bajo el velo de parábolas oír la doctrina espiritual que del todo quedar privados de ella. Y aún exponía luego la verdad clara y desnuda de las parábolas a los discípulos, por medio de las cuales había de llegar a otros que fueran capaces de recibirlas, según lo que el Apóstol dice a Timoteo: “Lo que de mi recibiste en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a otros que sean capaces de enseñarlo a los demás”[16]. Jesús usa humor en sus parábolas para que sus oyentes desconcertados o sorprendidos por sus enseñanzas lo busquen y Él les enseñe. Así los corazones de los hombres llamados al Reino, y quizá endurecidos en un principio, al oír las parábolas del Maestro terminaron haciéndose sus discípulos. Las parábolas que son un estilo indirecto de hablar conducen a la conversión. Jesús parte de la realidad, de la vida cotidiana de su pueblo e inserta intencionados desfasajes en la retórica para producir una chispa momentánea de algo inmenso y profundo. El oyente o se escandaliza, como pasó con los fariseos voluntariamente endurecidos en su corazón, o sigue al Maestro, para que le explique a solas lo que acaba de oír, y se hace discípulo suyo. Así ocurrió con los apóstoles que recibían una explicación de las parábolas en privado[17]. Además, las parábolas persiguen un doble fin: + Didáctico Es ésta una idea muy reiterada por los Padres. San Cirilo de Alejandría, por ejemplo, dice que las parábolas son imágenes de cosas no visibles, de cosas sublimes y espirituales; lo que los ojos del cuerpo son incapaces de percibir, lo muestra la parábola a los ojos de la mente, ofreciendo bajo una forma bella, hecha de imágenes sensibles y casi tangibles, el contenido de las realidades superiores. Tal es la finalidad primordial y más universal de la parábola: hacer comprensible, mediante imágenes del contorno familiar, verdades de suyo difíciles y abstractas, de acuerdo a la capacidad de los oyentes. Dicho intento está expresamente indicado en el Evangelio: “Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según lo que podían entender”[18]. San Jerónimo[19] explica así la adaptación del Verbo divino a la pobre inteligencia humana: No hay unanimidad en la multitud, hay tantas disposiciones cuantos individuos. Por eso les habla con numerosas parábolas, para que reciban una enseñanza apropiada a la diversidad de sus disposiciones. Notemos que no todo lo dijo en parábolas, sino “muchas cosas”. Si todo lo hubiera dicho en parábolas, la gente se hubiera retirado sin provecho. Mezcla la claridad con la oscuridad para que lo que comprenden los incite a conocer lo que no comprenden. Cristo predileccionó semejante método didáctico, parte, sin duda, de su propia kénosis, del anonadamiento del Verbo que se abrevió para hacerse inteligible y volverse nuestra leche doctrinal. Así como Dios no trepidó en hacerse hombre, de manera semejante su lenguaje sublime, divino e intratrinitario, se volvió lenguaje humano, abajándose a nuestro modo de entender y a nuestro hablar cotidiano. Algunos Padres señalan otra ventaja de este modo de enseñanza elegido por el Maestro divino encarnado, y es su especial aptitud para suscitar preguntas, al mejor modo socrático, de modo que los oyentes se interesasen personalmente en el tema planteado. El Señor deseaba despertar su curiosidad, para que se le acercasen y le interrogasen. + Mistagógico Por medio de las parábolas Dios nos quiere elevar a alturas vertiginosas, al mundo de los misterios y arcanos eternos de la divinidad. Por eso, como observa Clemente de Alejandría[20], ni los profetas del Antiguo Testamento ni el mismo Cristo expusieron de manera directa y con absoluta claridad los divinos misterios, de modo que cualquiera los pudiese captar sin mayor dificultad ni esfuerzo. El recurso de la parábola no sólo sirve para manifestar la verdad, lo que logra por su sencillez, sino también para evocar la sublimidad e inefabilidad del misterio, lo que explica su oscuridad. No son tan sencillas como parecen a primera vista. Emerge de ellas un claroscuro muy particular, y en esto se parecen al género enigmático y simbólico de los libros sapienciales y proféticos. ¿Por qué Cristo quiso expresarse no de manera llana y directa sino por sombras y enigmas, que no habían de ser penetradas ni siquiera por sus mismos discípulos, los cuales parecieron alegrarse cuando sin velo de figuras les anunció su procedencia del Padre y su retorno al principio de donde había salido: “ahora sí que hablas claro”, le dijeron[21]? Podemos responder a esto diciendo que, más allá de la libertad divina con que la Providencia determina el modo de revelarse a los hombres, hay que señalar que la oscuridad de las parábolas no reside precisamente en la imagen, en la semejanza que, como ya vimos, es clara y natural y al alcance de todos, sino en su punto de enlace con el mundo sobrenatural. Por eso no hay que extrañarse que, sin una ayuda especial del Señor, permanezca inaccesible al entendimiento la significación más profunda de la parábola. No hemos de extrañarnos por la falta de claridad con que a veces se presentan las parábolas del Evangelio. Ese ocultamiento -que es la otra cara de la develación de la verdad- parece solicitar de nuestra parte, como dice Clemente de Alejandría, un permanente esfuerzo indagatorio, en la seguridad de que jamás seremos capaces de agotar el contenido insondable de la enseñanza evangélica[22]. Bien señala el P. Antonio Orbe que dicha forma de lenguaje, al tiempo que mostraba en el Maestro singular delicadeza, resultó provechosa a los discípulos, ya que la dificultad misma de la comprensión los impulsaba a una averiguación loable, de mayor mérito que la aceptación lisa y llana de su magisterio claro y directo. “Al método por símiles responde el creyente una fe operosa, capaz de vencer la oscuridad que -por la esencia misma de la parábola- media entre la expresión oral y el misterio. En tal sentido, las parábolas resultan singularmente beneficiosas no sólo para el hombre de fe, sino para el teólogo que al amparo de la fe busca adentrarse en el misterio. Los símiles que cegaron a los incrédulos, provocan en el santo un hambre de luz, tanto más apetecida cuanto mejor encubierta”[23]. San Jerónimo, por su parte, destaca la predilección que Cristo mostró por los apóstoles al posibilitarles una especial penetración en el sentido de la parábolas: Ellos eran dignos de oír aparte los misterios, por el profundo respeto que les inspiraba la sabiduría, estando como estaban en la soledad de las virtudes, lejos del tumulto de los malos pensamientos; es en el reposo donde se percibe la sabiduría[24]. Entonces el Señor adoptó un procedimiento que, a los bien dispuestos, les acuciara a conocer los misterios del Reino; y a los incrédulos, les indujese a mayor ceguera. De este modo, una misma enseñanza, en nuestro caso a través de parábolas, actuaba en bien sobre los buenos, y en mal sobre los malos. A aquellos que no creen, y por eso huyen de su luz, con justicia (el Señor) los recluye en las tinieblas que ellos mismos eligieron para sí[25]. Los bien dispuestos, la entienden; los mal dispuestos, la escuchan y no la entienden, o la entienden mal. La diferencia radica en los hombres, no en el Señor. Así, pues, las parábolas, que se caracterizan literalmente por exponer la verdad a través de un relato de índole simbólica, solicitan a cuantos las oyen de buena fe a inquirir. Dirigidas a fariseos y a judíos incrédulos, no logran su objetivo sin que les den nueva ocasión para cerrarse culpablemente a la verdad. Dirigidas a los discípulos y, a través de ellos, a los creyentes de todos los siglos, aunque no siempre de momento las comprendan, acaban siempre por iluminarlos. Con buena voluntad, las parábolas hubiesen resultado inteligibles para todos sus oyentes. Pero, según señala San Cirilo de Alejandría, ya que muchos eran indignos de conocer los misterios del Reino, el lenguaje se les volvía oscuro; ellos, por cierto, nada hacían por disipar la oscuridad, más aún, se resistían impíamente a la predicación del Señor, e incluso se encolerizaban cuando veían que alguno adhería a Cristo, como cuando dijeron: “Tiene un demonio y está loco. ¿Por qué le escucháis?” (Jn 10, 20)[26]. P. Jorge Loring S.I. Domingo Décimo Primer del Tiempo Ordinario - Año B Mc 4: 26-34 1.- En este Evangelio se nos narra la parábola de que el Reino de los Cielos es como un grano de mostaza. 2.- Son muchas las veces que Cristo nos dice que el Reino de los Cielos empieza siendo muy poca cosa aquí en la tierra pero luego se convierte en algo maravilloso después de la muerte. 3.- Esto me sugiere hablar del valor de las obras hechas en estado de gracia. 4.- Estando en GRACIA DE DIOS las cosas que hacemos adquieren un valor sobrenatural incalculable. 5.- Una cosa insignificante, por ejemplo barrer, realizada en gracia de Dios tiene un valor superior a una conferencia científica de enorme altura intelectual, realizada por una persona que no está en gracia de Dios. 6.- Porque esa maravillosa conferencia científica es una obra humana, que se queda en el nivel humano; pero la obra realizada en gracia de Dios se eleva a un plano sobrenatural, que atesora méritos para la vida eterna. Son joyas que enriquecen nuestra corona celestial que vamos a disfrutar eternamente. 7.- Por eso es tan importante vivir siempre en gracia de Dios, porque así todo lo que hacemos nos enriquece sobrenaturalmente. Es como el que va navegando, que mientras trabaja, come o duerme sigue avanzando a su destino. 8.- Es muy recomendable hacer el OFRECIMIENTO DE OBRAS DEL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN. Semana del 14 al 20 de Junio de 2015 – Ciclo B Domingo 11º Ordinario Domingo 14 de junio de 2015 Domingo 11º Ordinario Eliseo Ez 17,22-24: Ensalzó un árbol humilde Salmo 91: Es bueno darte gracias, Señor 2Cor 5,6-10: En destierro o en patria nos esforzamos en agradar al Señor Mc 4,26-34: La semilla más pequeña se hace más alta que las demás hortalizas La gran virtud de las parábolas es la de superar los obstáculos más obvios e inmediatos del entendimiento. Una parábola es un arco que se eleva por el aire y cae justo en su objetivo, evadiendo los obstáculos, enfocándose a su meta. Las parábolas de Jesús tienen un efecto similar. Frente a las interpretaciones oscuras y cargadas de sanciones con las que los maestros de la ley solían responder a sus interlocutores, las palabras de Jesús se imponen con una claridad demoledora. Frente a las intrincadas y sofisticadas interpretaciones de los maestros griegos, las enseñanzas de Jesús se presentan con una evidencia incontrovertible. Las palabras de Jesús hablan de la vida cotidiana: el campesino que salva su cosecha; de la persona que al cocinar administra con tino y prudencia la sal. Las palabras del profeta Ezequiel nos hablan del cedro, un árbol excepcional por su longevidad y por la calidad de su madera. Pablo nos hablará del cuerpo, como un domicilio provisional, y sin embargo imprescindible, para alcanzar una residencia permanente en un cuerpo resucitado. El profeta Ezequiel compara la acción de Dios con la de un campesino que reforesta las cumbres áridas con cedros que se caracterizan por su tamaño excepcional, por la duración de su madera y por su singular belleza. El nuevo Israel será un rebrote joven plantado en lo alto de los montes de Judá; atrás quedaría la soberbia de la monarquía y todos los peligros de su desmesurada avidez de poder. El profeta tiene la esperanza de que su pueblo renazca luego del exilio y su estirpe perdure como lo hacen los cedros que pueden llegar a durar dos mil años. Las parábolas de Jesús, en cambio, no hablan desde la perspectiva de los árboles grandes, sino de los arbustos que pueden crecer en nuestros jardines sin derribar la casa ni secar las otras hortalizas. La primera parábola habla de la fuerza interna de la semilla, que opera prácticamente sin que el campesino se percate. Si la semilla encuentra las condiciones favorables, florecerá. La labor del campesino se limita a preparar el terreno para que ofrezca esas condiciones que hacen posible el cultivo; a los cuidados indispensables para que la semilla germine y se fortalezca, y a la acción oportuna para cosechar los frutos. De manera semejante opera la acción del cristiano, favoreciendo la implantación de la semilla del Reino. La homilía podría orientarse también muy justificadamente, más que por esa línea bíblica, por la línea teológica: el tema del Reino, que es el protagonista de las parábolas de Jesús del evangelio de hoy. En realidad sabemos que el tema del Reino fue... la pasión, la manía, el estribillo, la obsesión de Jesús. Por que fue también «Su Causa», la Causa por la que vivió y luchó, la causa por la que fe perseguido, capturado, condenado y ejecutado. Para comprender a Jesús nada hay más importante que tratar de comprender el Reino y la relación de Jesús con él. [Es importante recordar –sin marcar bien los contrastes históricos caemos en el riesgo de repetir los errores pasados- que el Reino era en realidad un ausente mayor en el cristianismo clásico, incluso en el cristianismo que los hoy día «mayores» aprendimos y vivimos antes del Concilio Vaticano II... En el último milenio de la Iglesia se dio lo que Teófilo Cabestrero denomina «el eclipse del Reino»: la Iglesia prácticamente lo desconoció. Empleaba la palabra, el término, pero confundiéndolo. Típica es la expresión de esta confusión en las palabras del P. Vilariño, jesuita español de principios del siglo XX que sintetizaba su definición de Reino de Dios en aquel triple nivel: el Reino de Dios es el cielo, porque allí es donde Dios puede reinar efectivamente; el Reino de Dios es la Iglesia, porque la Iglesia sería el Reino de Dios en la tierra...; y el Reino de Dios, en tercer lugar, sería la gracia santificante en las almas, pues por medio de ella Dios se hace presente y reina en nuestro interior... Ninguna de estas tres definiciones coincide con lo que el obsesionado Jesús tenía en mente cuando hablaba y soñaba y se exponía por el Reino de Dios...] Hay que subrayar que el tema del Reino de Dios, su redescubrimiento, a partir de ese citado «eclipse del Reino», es sin duda el tema teológico que más ha transformado a la Iglesia –y a la eclesiología y a la teología toda-. Véase la descripción del «Reinocentrismo» (por ejemplo en el libro Espiritualidad de la Liberación, de Casaldáliga-Vigil, disponible en servicioskoinonia.org/biblioteca) para desarrollar el tema dela transformación de la teología y de la espiritualidad con el re-descubrimiento del tema jesuánico del Reino... El Reinocentrismo significa la superación del eclesiocentrismo, que se instaló en la Iglesia bien pronto, en contra de la mentalidad de Jesús. Y no es una «nueva teología», sino el pensamiento mismo de Jesús... Sería vano quedarse en explicaciones simplonas sobre la semilla y los árboles grandes que acogen a todas las aves... sin entrar en lo que realmente significaba para Jesús el tema del Reino, y sin dejar entrever que esa pasión por conseguir la Utopía del Reino por parte de Jesús, es no sólo la ipsissima verba Iesu (las mismísimas palabras de Jesús), sino también la ipsissima intentio Iesu, o sea, la mismísima intención de Jesús, y por tanto Su mismísima Causa, y –permítasenos llevar a término esta argumentación de consecuencias concatenadas- que, por tanto, también debe ser la Causa misma del cristiano. Mostrar esto es, de hecho, el principal objetivo de la homilía... Para la revisión de vida ¿Da mi vida frutos por la semilla de la Palabra de Dios plantada en mi vida? ¿Es un árbol frondoso o un árbol raquítico? ¿Soy, como Jesús, un/una fanático/a de la Causa del Reino? Para la reunión de grupo -Tres preguntas graduales: - Un primer tema digno de afrontar y estudiar es el del Reino de Dios como causa, motivo, obsesión, manía... de Jesús... Puede ser útil acercarse a la figura histórica de Jesús por medio de alguna adecuada lectura. Por ejemplo, el «Jesús, aproximación histórica» de José Antonio Pagola. (Está replicado ampliamente por internet). Escoger un capítulo, leerlo previamente, y debatirlo en grupo). - Una cuestión: la Lumen Gentium, la declaración del Vaticano II sobre la Iglesia, dice que la Iglesia es «germen del Reino»... No dice que la Iglesia es «el germen del Reino». El artículo determinado identificaría a la Iglesia como «el germen» del Reino, el único; sin artículo, la Iglesia es solamente «uno de los gérmenes del Reino», uno entre otros, es decir, que no tiene su exclusiva, ni es la dueña, ni puede sentirse orgullosa de ser imprescindible... Comentar las consecuencias que esto tiene para las relaciones de la Iglesia con el mundo, las relaciones de la Iglesia con el ecumenismo, y sus relaciones también con otras religiones... Para la oración de los fieles - Por la Iglesia, para que siempre sea consciente de que su vida no está en sus normas e instituciones sino en dejarse llegar por el Espíritu, y no se anuncie a sí misma sino el Reino de Dios. Roguemos al Señor. - Por todos los creyentes, para que sintamos siempre el gozo y la alegría de haber recibido la Buena Noticia y sintamos también el impulso de anunciarla a los demás. Roguemos al Señor. - Por todos los que ya no esperan nada ni de Dios ni de los seres humanos, para que nuestro testimonio les abra una puerta a la esperanza. Roguemos al Señor. - Por los jóvenes, esperanza del mundo del mañana, para que se preparen a construir un mundo mejor, más solidario, más justo y más fraterno. Roguemos al Señor. - Por todos los pobres del mundo, para que con nuestra fraternidad solidaria, seamos causa real de su esperanza en verse libres de sus limitaciones. Roguemos al Señor. - Por todos nosotros, para que formemos una verdadera comunidad en la que se alimente nuestra fe y nuestra esperanza, de modo que podamos transmitir nuestro amor a los demás. Roguemos al Señor. Oración comunitaria - Dios, Padre nuestro, que en Jesús de Nazaret, nuestro hermano, has hecho renacer nuestra esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva; te pedimos que nos hagas apasionados seguidores de su Causa, ¡el Reino de Dios!, de modo que sepamos transmitir a nuestros hermanos, con la palabra y con las obras, las razones de la esperanza que nos sostiene. Por Jesucristo. Lunes 15 de junio de 2015 Vito, María Micaela 2Cor 6,1-10: Damos prueba de que somos ministros de Dios Salmo 97: Aclamemos con júbilo al Señor Mt 5,38-42: Les digo que no opongan resistencia al que les hace el mal El evangelio de hoy comienza con una ley que en su tiempo tuvo una importancia enorme para poner coto a la violencia sin límite: la ley del Talión, “ojo por ojo y diente por diente” (Éx 21,3). Con esta sentencia se pretendía frenar la violencia respondiendo siempre en la misma medida al agravio, ofensa o daño sufrido, y no con un daño o venganza superior. Jesús quiere poner fin a esa cadena de violencia, y propone algo que puede resultarnos conformista: “no opongan resistencia al que les hace el mal…”. Si el cristiano lleva a la práctica al pie de la letra esta consigna del Señor, puede confundirse con un conformista que deja pasar todo, incluso la maldad y la injusticia. Pero éste no es el sentido de las palabras de Jesús. El cristiano debe estar dispuesto a sorprender al otro hasta hacerlo salir del camino de la violencia y de la venganza, e introducirlo por el camino del amor, que rechaza toda violencia. Esto es lo que quiere decir Jesús, y no que seamos resignados o conformistas frente a la injusticia. Cada uno deberá ingeniárselas para discernir cuál es la actitud que debe seguir para romper la cadena del odio, la violencia y la venganza sin límite, que siempre conduce a la muerte y nunca a la vida. Martes 16 de junio de 2015 Aureliano 2Cor 8,1-9: Cristo se hizo pobre por ustedes Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor Mt 5,43-48: Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores La violencia tiene límites; el amor no. Jesús propone amar hasta lo inimaginable: hasta al enemigo. Llega a incluir dentro del concepto de “prójimo” no sólo “al que está cerca de mí”, sino también “a aquél a quien yo me acerco”, como queda de manifiesto en la parábola del samaritano, donde este hombre se acerca al malherido para curar sus heridas, y no tiene dudas en prometer al posadero que pagará todos los cuidados que tenga con el malherido hasta que esté restablecido del todo. El discípulo debe adoptar esta actitud de amor sin fronteras, siguiendo el modelo de Dios, que manda luz, calor, agua y vida a todos por igual; a malos y buenos, a justos e injustos. Los cristianos tienen que practicar este amor universal, aunque con frecuencia no sean correspondidos. A la hora de amar, deben estar dispuestos a no hacer distinciones entre amigos y enemigos. Sólo de este modo llegarán a ser hijos de Dios, esto es, de su misma naturaleza; o lo que es igual, su actuar será siempre todo amor que se ofrece al otro para darle vida. Hacernos “prójimo” con los que más nos necesiten es un acto de amor sin precedente. Es la misión de todo aquél que se hace llamar “cristiano”. Miércoles 17 de junio de 2015 Ismael, Samuel 2Cor 9,6-11: Al que da de buena gana lo ama Dios Salmo 111: Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor Mt 6,1-6.16-18: Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará Jesús desenmascara el modo de obrar de los fariseos, y recomienda a sus discípulos cómo tienen que hacer las obras de piedad: la limosna, la oración y el ayuno. Ninguna de ellas debe hacerse para llamar la atención de la gente, para ser vistos, ganar prestigio o adquirir una posición de poder y privilegio ante los demás. Jesús recomienda hacer limosna sin aspavientos, hasta el punto que “tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”, pues la limosna que se hace con ostentación y busca el reconocimiento y el prestigio social, ofende al pobre. Quien así actúa es un hipócrita. Jesús recomienda evitar la oración ostentosa de los fariseos, pues la oración no es un acto de exhibición, sino un encuentro personal con Dios que debe hacerse desde lo profundo de uno mismo. De no ser así, la oración no consigue su objetivo. El tercer ejemplo explica cómo el ayuno que agrada a Dios no es aquel que se hace con ostentación, sino el que se practica como símbolo de solidaridad con el dolor y el sufrimiento humano. Quien actúa así, Dios, nuestro Padre, que ve en lo escondido, lo recompensará. Jueves 18 de junio de 2015 Germán, Salomón 2Cor 11,1-11: No se dejen corromper, sean sinceros y fieles Salmo 110: El Señor recuerda siempre su alianza Mt 6,7-15: Cuando ustedes recen, no sean charlatanes Pocos textos del evangelio han sido tan mal traducidos como el del Padre Nuestro. El sentido de esta oración es muy distinto al que suele dársele, pues en realidad le pedimos al Padre del Cielo que se entere toda la gente del nuevo nombre de Dios, a quien Jesús nos invita a llamar “Padre”. En lugar de desear que venga su reino, le pedimos que reine sobre nosotros; no queremos que se cumpla su voluntad con relación a cada acto de nuestra vida, sino que su designio de salvación sobre el mundo se haga realidad; no solicitamos que nos dé el pan de cada día, sino que adelante el pan del mañana –el banquete anunciado para los último tiempos– al día de hoy; continuamos pidiéndole que cancele lo mucho que le debemos, cuando vea que nosotros cancelamos las deudas que tienen los demás hacia nosotros. Por último, le rogamos que no nos deje caer en la (triple) tentación –del poder, del prestigio y del dinero–, librándonos del malo, imagen de Satanás, que no quiere un mundo de hermanos en el que todos puedan llamar al Dios del cielo“Padre nuestro”. ¡Qué pena que haya sido tan mal traducida la oración cristiana por excelencia! Viernes 19 de junio de 2015 Romualdo 2Cor 11,18.21b-30: Pesa sobre mí la preocupación por todas las comunidades cristianas Salmo 33: El Señor libra de sus angustias a los justos Mt 6,19-23: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón La literatura está plagada de relatos de personas que descubren un tesoro y dejan todo por alcanzarlo. Casi siempre es algún misterioso secreto del universo. Jesús conocía la fuerza de esos sueños infantiles y por eso nos propone un desafío: descubrir el tesoro oculto que es el Reino de Dios. Ese desafío nos puede conducir a descubrir una nueva dimensión de la vida, en la que las seguridades más imperiosas de la cultura como son la riqueza, el prestigio y el poder cedan ante el amor, la justicia y la gracia. ¿Qué podemos tener y qué debemos elegir para alcanzar aquello que deseamos? – El evangelio nos indica el camino al recordarnos que debemos cambiar la mirada. Sólo una mirada limpia, un ojo abierto, una mente transformada por la enseñanza de Jesús es capaz de descubrir el tesoro, donde las demás personas sólo ven pobreza, opresión y limitaciones. ¿Qué podemos dar a cambio de la vida? Únicamente la vida misma. Una vida conducida por los valores más altos, pero al mismo tiempo, siempre atenta a la dura realidad humana y dispuesta a aceptar los propios límites y errores. La enseñanza de Jesús es un tesoro oculto que sólo podremos descubrir entrenando nuestro ojo en la espiritualidad. Sábado 20 de junio de 2015 Silverio, Raul 2Cor 12,1-10: Muy a gusto presumo de mis debilidades Salmo 33: El Señor está cerca de los atribulados Mt 6,24-34: No se preocupen por el día de mañana Es natural que nos preocupemos por el mañana. La especie humana ha sobrevivido en gran parte precisamente por esa extraordinaria capacidad de previsión; desde el ama de casa que cultiva con esmero su huerta en previsión de malas cosechas o de falta de empleo, hasta las grandes potencias mundiales que anticipan los futuros desarrollos tecnológicos. Todos, sin excepción, basan su seguridad inmediata o a largo plazo en la capacidad de anticipar lo que pueda ocurrir. Sin embargo, detrás de esto puede anidar una falsa seguridad que de repente se transforma en un ave rapaz, dispuesta a arrancarnos los ojos. Aunque tengamos capacidad de previsión y nos preparemos para lo inesperado, no podemos controlar el futuro. El mundo por venir es todavía una posibilidad que nunca estará completamente determinada. ¿Qué nos queda entonces? Desplazar nuestras seguridades hacia nuestras propias convicciones, reconocer el valor de nuestras experiencias, particularmente de nuestra experiencia espiritual. Sólo si valoramos el presente y recuperamos la memoria del pasado tendremos la capacidad necesaria para valorar las novedades del futuro. Detrás de cada invento tecnológico podemos descubrir una oportunidad de integrarnos o sólo una tentación más de aislarnos. Cada novedad nos puede rescatar; pero también nos puede confundir y extraviar. 6 Homilías 1.- CRECIENDO A LOS OJOS DE DIOS Y PREPARANDO EL FRUTO 1.- “LABRANTÍO DE DIOS" Esto dice el Señor: Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado" (Ez 17, 22-23). El hombre de campo cuida la tierra con empeño y ternura. El buen labrador rotura la tierra, abriendo anchos surcos para que la semilla se arrope, ahonde sus raíces sanas y eche sus brotes verdes. Planta y trasplanta, el que injerta y poda. Con una gran ilusión por el fruto que llegará. Con una larga paciencia espera confiadamente en el momento de la cosecha final. Dios es un labrador bueno, un campesino experto que escoge una rama tierna de cedro alto y frondoso, para plantarla en la cima de un monte elevado. Con la gran ilusión de quien planta un árbol, soñando con el día en que crezca hasta hacerse un cedro grande y espeso. Y sea un recuerdo perenne de la mano que un día remoto lo plantó. Cristo es la rama florecida del tronco añoso de Jesé. El alto cedro que creció en la casa de Israel, en el monte Sión. Cedro que une el cielo y la tierra, árbol noble que extiende sus ramas dando sombra y frescor ante el fuego del sol de verano, protección y abrigo en los fríos del duro invierno... Pájaros sedientos que se asfixian bajo un sol de justicia, pájaros sin nido que se estremecen en el frío de las noches largas. Eso somos muchas veces y sólo tenemos un árbol donde guarecernos, el de la Cruz. Cristo, verde retoño florido que llenará de esperanza el vacío de nuestro dolor desesperanzado. "Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor que humilla a los árboles altos y ensalza a los árboles buenos; que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos" (Ez 17, 24). Figura del labrador que Dios se aplica a sí mismo en repetidas ocasiones, dándole diversos sentidos, agotando toda la riqueza de su contenido. Dios ante ti como el labrador ante su viña, como el hortelano ante sus árboles frutales, como el jardinero ante sus flores. Eres un árbol plantado por Dios en su finca, en esta ancha tierra suya que es el mundo. Un árbol plantado con cariño, con mucha esperanza e ilusión. Y Dios cuida cada día de sus árboles. Poniendo un especial esmero en los que son débiles y pequeños, cortando de raíz a los que van torcidos, sin crecer por las guías que Él mismo ha señalado. Y ese árbol seco lo riega hasta que de nuevo sus hojas sean verdes y sus frutos jugosos. Y a esos otros que sólo tienen hojas, sin acabar de dar fruto, los descuaja, los quema porque están podridos por dentro y sólo sirven para el fuego. Deja que Dios haga las cosas a su modo, permítele que doblegue tu vida para encaminarla por la dirección que Él conoce mejor que tú. Déjale que corte, que raspe, que pode. Y serás un árbol que dé buenos frutos, el revés de ese árbol seco ennegrecido que eres sin Dios. No seas soberbio, no resistas la acción divina, no te empeñes en torcer tu vida por los vericuetos que te sugiere tu loca imaginación. Crece en el sentido de Dios, y serás, como Cristo, un árbol en forma de Cruz del que penda la salvación del mundo entero. 2.- LA MEJOR SIEMBRA "El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra" (Mc 4, 26).Jesús se acomoda al hablarnos a nuestro modo de entender, usa las imágenes que constituyen el quehacer diario de nuestra vida ordinaria. Desea que comprendamos bien su doctrina para que así podamos más fácilmente llevarla a la práctica. Al fin y al cabo lo que el Señor pretende no es lucir su sabiduría ni deleitar a sus oyentes, sino sencillamente que mejoremos nuestra conducta cada día, que nos asemejemos más y más a Él. Hoy nos habla de la semilla que se siembra y que día y noche va creciendo sin que se sepa cómo, en silencio y de forma casi desapercibida. Cuando llegue el momento, la espiga habrá granado y la cosecha será una feliz realidad. Así ha de ser también nuestra propia vida, una siembra continua de buenas obras y de buenas palabras. A veces puede ocurrir que nos parezca inútil hacer el bien, dar un consejo a los demás, o llevar a cabo un trabajo sin brillo, ocultos en el mayor de los anonimatos. Entonces hemos de pensar que ni un solo acto hecho por amor de Dios quedará sin recompensa. Hasta la más pequeña de las semillas alcanzará, si se siembra, el gozo de su propio fruto. La más pequeña semilla, la actividad más insignificante, el papel más sencillo de la gran comedia, todo tiene su dinamismo interno que, día y noche, va creciendo a los ojos de Dios y preparando el fruto, si no estropeamos la sementera con la rutina, el cansancio o la mediocridad. Cuando llegue el momento de bajar el telón y suene el aplauso de Dios, entonces descubriremos el secreto maravilloso de la pequeña semilla que, sin darnos cuenta, creció y dio frutos de vida eterna. Sembradores incansables que echan a manos llenas, en amplio y generoso abanico, la simiente divina que Dios nos ha entregado desde que, por medio del Bautismo, hemos comenzado a ser hijos suyos. Sembradores que creen en el valor divino de cada uno de los momentos, que viven unidos a Dios por la gracia santificante. Sembradores de sonrisas y de comprensión, de esfuerzos por un trabajo bien hecho. Alegres y esperanzados siempre, persuadidos de que, aunque no se vea, el grano que se siembra nunca se pierde, sino que dará al final su preciado fruto. 2.- LO NUESTRO ES SEMBRAR CON HUMILDAD Y CONFIANZA; DIOS HACE CRECER LAS SEMILLAS 1.- El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra… La semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Sí, debemos ser lo suficientemente humildes para saber que el reino de Dios es de Dios, que debemos dejar a Dios ser Dios, que nosotros sólo somos colaboradores de Dios. Cuando predicamos el evangelio, cuando sembramos la semilla, nos gustaría que la semilla creciese pronto, nos gustaría ver crecer las semillas. Pero frecuentemente no es así – nadie ve crecer la hierba- y nosotros no debemos desanimarnos por ello: “la tierra va produciendo la semilla ella sola”. Nuestra semilla es pequeña, como el grano de mostaza, pero debemos sembrarla con la esperanza de que se haga grande, “más alta que las demás hortalizas”. La humildad y la esperanza son dos virtudes que no pueden faltar en los predicadores de la palabra de Dios; humildad para saber que sólo Dios puede hacer crecer las semillas, y esperanza para creer que nuestra siembra va a ser bendecida por Dios. Los predicadores de la palabra de Dios no pueden ser ni arrogantes, ni pusilánimes, deben sembrar siempre con mucha humildad y con mucha esperanza. Si nos falta la esperanza dejaremos pronto de sembrar, y si nos falta la humildad sembraremos con desatino e ineficacia. Las dos parábolas de las que nos habla hoy este evangelio según san Marcos –la del sembrador y la del grano de mostaza- nos animan a esto: a saber sembrar con humildad y a saber esperar con confianza y paciencia, a ser colaboradores de Dios, pero nunca a querer sustituir a Dios. 2.- Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla a los árboles altos y ensalza a los árboles humildes. El profeta Ezequiel sabe que la incompetencia de los gobernantes de su pueblo ha llevado a éste a la deportación y al destierro. Por eso, el profeta le dice ahora al pueblo de Israel que esta vez confíe en Dios, que va a ser el mismo Dios el que dirija y gobierne a su pueblo y “hará florecer los árboles secos”. Ellos, el pueblo, debe actuar con confianza en Dios y ser humilde; lo que los gobernantes no han sabido hacer por sí mismos lo hará Dios, “humillando a los árboles altos y ensalzando a los árboles humildes”. Es el mismo mensaje del evangelio: sólo con humildad y confianza en Dios podemos ser eficaces en nuestra acción y obtener buenos resultados. Tenemos que ser activos colaboradores de Dios, pero sabiendo que, por nosotros mismos, somos frágiles y de barro, pero si dejamos que Dios actúe en nosotros y por nosotros podemos hacer obras grandes. El orgullo y la prepotencia humana conducen frecuentemente a la crueldad y al fracaso; con humildad humana y con confianza en Dios podemos hacer las cosas bien, porque dejamos que sea Dios el que actúe en nosotros y por nosotros. Hagamos el bien con humildad y esperemos que Dios bendiga nuestras obras. 3.- Hermanos: siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estaremos desterrados del Señor...; por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. San Pablo lo tenía muy claro y así se le dice a los cristianos de Corinto: la verdadera vida era vivir en Cristo y con Cristo, pero mientras vivimos en este cuerpo mortal vivimos en el destierro, en un valle de lágrimas. Por eso él esperaba y deseaba que ocurriera cuanto antes la segunda venida del Señor, porque entonces se vería libre del cuerpo mortal. Nosotros, los cristianos de este siglo XXI, aunque sigamos creyendo y diciendo que esta vida es un destierro y un valle de lágrimas, la verdad es que, generalmente, no tenemos demasiadas ganas de que acabe este destierro. Pero en lo que sí debemos imitar a san Pablo es en esforzarnos en agradar siempre al Señor, porque creemos que cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo seremos juzgados por lo que hayamos hecho mientras vivimos en este cuerpo. Trabajemos siempre con humildad, y esperemos con confianza que Dios bendiga y haga eficaz nuestro trabajo. Como humildes predicadores de la palabra del Señor. 3.- LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR 1- Un canto a la esperanza. Ezequiel anuncia en la primera lectura el restablecimiento de la dinastía de David. Yahvé mismo trasplantará un retoño y éste crecerá en el más alto monte de Israel, en Sion, hasta convertirse en un cedro frondoso en el que anidarán toda clase de aves. Se trata, pues, de una profecía mesiánica, alusión a un señorío universal a cuyo amparo acudirán todos los pueblos. Esta imagen la encontramos de nuevo en la parábola evangélica del grano de mostaza del evangelio de hoy. El soberbio árbol del imperio de Babilonia será humillado por Yahvé, que ensalzará al humilde árbol de la casa de David. De un renuevo suyo nacerá el liberador de Israel. 2.- El auténtico camino. La segunda lectura nos recuerda que nuestra patria definitiva es el cielo. La tierra es un lugar de paso. Dios quiere que seamos felices también aquí, pero solo son felices aquellos que ponen su mirada en el Señor. Santa Teresa, cuyo 5º Centenario celebramos, nos da un consejo: “No os pido más que le miréis. El no quita nada y os da todo”. Quien pone sus ojos en este mundo fácilmente se deja llevar por las cosas mundanas. Dios quiere que gocemos de las cosas de este mundo, por algo las ha creado para nosotros. Pero si nos dejamos llevar por el egoísmo y solo dirigimos nuestros ojos a lo material, nos olvidamos de Dios y de los demás y nos encaminamos a la perdición. Este camino no puede llevarnos a la felicidad. Nos lo recuerda San Agustín en su comentario a esta lectura de la segunda carta a los corintios: “Estamos en camino: corramos con el amor y la caridad, olvidando las cosas temporales. Este camino requiere gente fuerte; no quiere perezosos. Abundan los asaltos de las tentaciones; el diablo acecha en todas las gargantas del mismo, por doquier intenta entrar y hacerse dueño. Y a aquel de quien se adueña, o bien le aparta del camino, o bien le retarda; le vuelve atrás y hace que no avance, o le saca del camino mismo para sujetarle con los lazos del error y de las herejías o cismas y llevarle a otros tipos de supersticiones. Permaneced, pues, fuertes en la fe; que nadie os induzca al engaño mediante ningún tipo de promesa; que nadie os fuerce a engañar mediante ninguna amenaza. Cualquier cosa que sea la que te ha prometido el mundo, mayor es el reino de los cielos; cualquiera que sea la amenaza del mundo, mayor es la amenaza del infierno”. 3.- Construir el Reino con paciencia. Dos parábolas, dos mensajes sobre el Reino de Dios. Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas. En la primera parábola un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz. La semilla de la que habla el evangelio tiene una fuerza que no depende del sembrador. Hoy el Señor nos invita a sembrar con la humildad de quien sabe que la semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados. En la segunda parábola del grano de mostaza lo importante es la desproporción entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Así ocurre con el Reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día (el "día del Señor"), cuando vuelva con "poder y majestad", en que se manifieste según toda su dimensión. El Reino de Dios es la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI. 4.- ¿FUERZA DE DIOS O ESFUERZO HUMANO? 1.- Con la fuerza del Espíritu que se nos vertió generosamente en Pentecostés, asombrados por la gran familia de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu), con el sabor que dejó en nuestro paladar cristiano la Solemnidad del Corpus Christi nos adentramos de lleno, sin demasiadas interrupciones, en el tiempo ordinario. Un espacio que, aun siendo normal, nunca dejará de ser extraordinario. Ser cristiano no es un “hoy sí y mañana no” sino todo lo contrario: en la vida cotidiana, guiados por la fe (como señala hoy San Pablo), intentaremos dar gusto a Dios con nuestras buenas acciones, confianza y, sobre todo, con nuestra opción por el Reino de Dios. 2.- El Reino de los cielos, en una de las parábolas de hoy, va en dirección opuesta a todo ello: su crecimiento es silencio, a veces insignificante pero continuo. ¿De quién depende la extensión y el desarrollo del Evangelio? ¿De los hombres? ¿De nuestros talleres y reuniones, dinámicas y escritos? ¿Está en manos, tal vez, de los medios a nuestro alcance: técnicos, pastorales o humanos? 3.- Cuando un agricultor derrama su semilla en la tierra, prescindiendo de si está dormido o despierto, esa semilla va robusteciéndose, explota y la tierra la devuelve con creces en espiga o en un fruto determinado. Así es el Reino de Dios. Importante el factor humano pero, la tierra que lo hace fructificar, crecer, desarrollarse y expandirse, es la mano poderosa de Dios. Una cosa es decirlo (fácil) pero otra, muy distinta, creerlo con todas las consecuencias: los condicionantes externos ayudan, por supuesto, pero sin los internos (sin la fuerza del Espíritu) todo quedaría relegado a lo humano. 4. También es verdad que los brazos cruzados no son la mejor imagen para el apostolado de nuestros días… El ocio es, hoy más que nunca, un serio inconveniente a la hora de sembrar el amor de Dios en las generaciones jóvenes. ¿Cómo podríamos combinar el fenómeno del deporte con la vivencia religiosa del domingo? ¿Por qué hay tiempo para todo en los niños pero, en cambio, no hay lugar para la catequesis, la eucaristía o la oración? 5.- Al escuchar el evangelio de este domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos años? 6. En cierta ocasión en el campo de un labrador crecía con fuerza una especie extraña. Tal es así que, el buen hombre, la trataba de igual forma que al resto de los frutales. Un día llegó un vecino y le preguntó: ¿Cómo es que te molestas tanto en cuidar, abonar, regar y podar esa planta que, al contrario que las otras, no da ningún fruto? Y, el dueño de la finca, contestó: ¡Tengo miedo a que el campo se quede demasiado desierto, sin nada! Aunque sé que no producen fruto… por lo menos adornan. 7.- San Gregorio Magno (uno de los Padres de la Iglesia) solía decir: «El hombre echa la semilla en la tierra, cuando pone una buena intención en su corazón; duerme, cuando descansa en la esperanza que dan las buenas obras; se levanta de día y de noche, porque avanza entre la prosperidad y la adversidad. Germina la semilla sin que el hombre lo advierta, porque, en tanto que no puede medir su incremento, avanza a su perfecto desarrollo la virtud que una vez ha concebido. Cuando concebimos, pues, buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; somos como la hierba, cuando empezamos a obrar bien; cuando llegamos a la perfección somos como la espiga; y, en fin, al afirmarnos en esta perfección, es cuando podemos representarnos en la espiga llena de fruto». 8.- ORACIÓN FINAL DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA, SEÑOR Para que, orando, me olvide de todo lo que me rodea y, viviendo, sepas que Tú habitas en mí. Para que, creyendo en Ti, anime a otros a fiarse de Ti A moverse por Ti A no pensar sino desde Ti ¿Me ayudarás, Señor? ¿Será mi fe como el grano de mostaza? Dame la capacidad de esperar y soñar siempre en Ti Dame el don de crecer y de robustecer mi confianza en TI Dame la alegría de saber que, Tú, vives en mí Dame la fortaleza que necesito para luchar por TI DAME FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA Sencilla, pero obediente y nítida Radical, pero humilde y acogedora Soñadora, pero con los pies en la tierra Con la mente en el cielo, pero con los ojos despiertos Con los pies en el camino, pero con el alma hacia Ti ¿Me ayudarás, Señor? Dame fe, como un grano de mostaza ¿Será suficiente, Señor? 5.- LA SEMILLA DE NUESTRO INTERIOR 1.- La idea del crecimiento de la semilla que nos ha explicado el Señor Jesús en su parábola es, al mismo tiempo, muy bella e inquietante. Es verdad, claro, que los conocimientos científicos de la época de Jesús no eran como los de ahora y que la desaparición bajo tierra, y el futuro crecimiento de la planta sin que el agricultor supiera muy bien cómo, no es un misterio para nosotros. Pero también es verdad que muchas cuestiones de nuestra vida cotidiana y, sobre todo, las relacionadas con la naturaleza, producen esa idea de que las cosas crecen solas, casi milagrosamente, y que por supuesto Dios está detrás de ellas. 2.- Y así, muchas veces, una palabra nuestra, o un acto aparentemente sin importancia puede tener una dimensión importante que nosotros no aprecíamos en el momento en que acometemos dicho acto. Es verdad que ello puede tener semejanza con la forma secreta que crece la semilla en el interior de la tierra. Y también es verdad que podemos sembrar para bien o para mal. A favor de la construcción de un mundo mejor, cercano y coherente, con la Palabra de Dios, o, desgraciadamente, en una dirección muy contraria. Ello nos podría servir para meditar en todos aquellos actos nuestros que pueden influir a los demás. 3.- Jesús quiere decirnos que no hemos de temer que algo comience con aparente poco tamaño o valor reducido. Con el tiempo puede llegar a ser algo muy grande. Es una parábola para ilustrar el predecible crecimiento del Reino de Dios y, por supuesto, es metáfora válida para profetizar sobre el crecimiento de la futura Iglesia, del cristianismo. No se puede negar que da un poco de vértigo pensar lo que fue el grupo primigenio de los seguidores de Jesús y lo que hoy es el contexto global de los cristianos. Además de la importancia, tamaño y capacidades de nuestra Iglesia Católica, no podemos olvidar los millones de hermanos que se agrupan y viven el pensamiento de Jesús de Nazaret en otras Iglesias cristianas. 4.- Es más que llamamiento el primer crecimiento de la Iglesia, tanto en Jerusalén como en Asia o en Europa en poco más de cien años, tras la muerte de Jesús. Pero se ha seguido con ese crecimiento, y aunque ahora tengamos la idea de que todo se está reduciendo en Europa y, en general, en lo que llamaríamos el ambiente occidental, tal vez habría que matizar que ese crecimiento continúa en África y Asia. La pequeña semilla –el grano de mostaza—debe ser una idea permanente en el futuro de nuestros trabajos relacionados con el amor de Dios y el cariño por nuestros hermanos: cualquier gesto positivo, por insignificante que puede parecer al principio, podría transformar nuestras vidas. Por eso, tiene mucho de torpeza aplicarnos solamente a las “grandes cosas” o a los “proyectos rutilantes”. La tendencia a lo faraónico es una tentación que tenemos todos siempre. Y es que ya sabemos que la humildad no es una de las virtudes más extendidas. 5.- Y viene al caso, entonces, decir con palabras de Pablo de Tarso, en su carta a los Corintios porque “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida”. No se trata de apostillar cualquier comportamiento inadecuado con la amenaza del castigo, pero Pablo sabía perfectamente lo que se decía. La misericordia del Señor es infinita y su justicia también. Y, asimismo, muchos de nuestros actos no comportan la aceptación del crecimiento de la “pequeña semilla” en nuestro interior y eso es complejo y grave. Dejemos que Dios actúe que sus semillas crezcan de acuerdo con su ley y que nosotros, un día, descubramos con júbilo que la semilla de Dios echa brotes en nuestro corazón y nuestra conciencia. PARÁBOLAS Y SEMILLAS DE JESÚS 1.- Acaba el fragmento del evangelio de la misa de este domingo, advirtiendo que el Señor se dirigía a la multitud utilizando parábolas, para que le entendiera mejor el pueblo. A sus discípulos en cambio, privadamente, les hablaba en lenguaje directo. Le entendían a Él las gentes, porque los ejemplos que ponía les eran conocidos, se trataba de imágenes habituales, próximas, populares. Era un buen pedagogo el Maestro. 2.- Os recuerdo un latinajo antiguo, no os enfadéis, mis queridos jóvenes lectores, es un adagio tradicional de posiciones filosóficas empiristas, dice así: Nihil est in intellectu quod non prius fuerit in sensu («Nada hay en la mente que previamente no estuviera en los sentidos»). Era el criterio, muy oportuno, que tenía Jesús. El problema está en que aquellas personas observaban paisajes, plantas o animales, que vosotros, seguramente, en algunos casos, desconocéis. De modo que para entender el mensaje, creo yo, se debe dar previamente una explicación de la imagen, cosa que a los testigos directos de sus predicaciones, no les eran necesarias. 3.- Ocurre tal fenómeno en el texto de hoy. Se refiere el Señor a vegetales y oficios que os pueden resultar desconocidos. De inmediato, se le ocurre a uno la idea de que es conveniente ir a Tierra Santa, mirar, recordar y reflexionar, para mejor entender. De lo que os digo, ha surgido la expresión antigua, ya aceptada y pronunciada por los mismos últimos Papas, de que Tierra Santa es el quinto evangelio. Diecisiete veces he ido yo, y tengo el propósito de volver, para aprender más y comprender mejor, el contenido del mensaje bíblico. Entre otras finalidades, que los viajes de estudio deparan muchas riquezas inesperadas, os lo digo por experiencia. 4.- La primera lectura de la misa de hoy, se refiere a un árbol que seguramente mucho de vosotros lo habréis visto en parques urbanos o jardines de grandes mansiones Se trata del cedro. No crecía en el Israel bíblico, lo conocían por desarrollarse en el norte de su país, en la inmensa cordillera del Líbano, de nieves perpetuas, en aquel tiempo. Es un árbol corpulento, majestuoso y elegante, visto de lejos. De cerca pierde algo de su atractivo, por la agresividad de las puntas de sus hojas, que son finas agujas. Compensa esta desagradable característica, la elegancia de sus piñas que se abren para liberar las millas y se deterioran de inmediato. Era el típico y admirado árbol del norte de Israel, tan inconfundible y representativo, que en la actualidad, forma parte del emblema de la nación libanesa. Es bello y de preciada madera, apta para grandes vigas, para aromáticos y decorativos arrimaderos, para muebles y hasta para construir barcas, que puedan navegar por el lago de Tiberíades. 5.- El profeta se refiere al mismo, como árbol que permite la reproducción por esqueje. Dice que se tomará una ramita de un cedro de la montaña, la mejor de ellas, la central, y se hincará el brote en un singular promontorio de Israel. El profeta Ezequiel anuncia a su pueblo con esta comparación, la predilección que el Señor siente por su pueblo, para que no pierda la esperanza. Que sepa el fiel israelita que su seguridad está por encima de cualquier poder. 6.- La carta de San Pablo a los fieles de Corinto es de otro tenor. Reflexiona él, a partir de una concepción de la persona humana muy propia de la cultura griega, y que tal vez no sea la actual, ajustada a la sicología presente, pero que no importa demasiado. Nuestra actualidad nos aprisiona, nos atenaza con valores inferiores o medianos, que entusiasman a muchos. Logros deportivos, éxitos de conjuntos musicales, militancias políticas. No hay que desdeñarlos, no, el Señor no nos quiso fuera de este mundo, pero suplicó al Padre que nos librara de sus ambiciones que esclavizan. Cuerpo y alma. Cuerpo, alma y espíritu. Como quiera que imaginéis nuestra realidad, que navega en la realidad espacio-temporal, se dirige a un momento en que se nos preguntará donde están nuestras obras buenas. Ni camisetas deportivas, ni melodías que hayan podido merecer discos de platino, ni votaciones favorables que aúpan en el poder. Lo que hay que ofrecer en el momento supremo y definitivo, son buenas obras. Es el tícket que franquea la entrada. ¿vais por el mundo provistos de él, mis queridos jóvenes lectores? Porque tal vez se abra la puerta de repente, cuando menos lo esperabais, accidente, ictus o carcinoma, recordadlo, y no podáis entrar. 8.- El oficio de labrador implica aceptar muchos enigmas. Quien trabaja en una empresa, en un organismo público o en la docencia, por poner algún ejemplo, sabe que a final de semana o de mes, cobrará su sueldo. El agricultor de entonces lanzaba la semilla con sus manos, el de ahora con maquinaria más precisa, pero ambos han de esperar a que germine a su ritmo, que crezca y madure, si las inclemencias, sequía o temporales no lo impiden, hasta poder tener fruto y guardarlo en un saco. El labriego es un pequeño héroe de la esperanza. Un oficio de pacifico aventurero, no apto para inquietos y egoístas impacientes. Los medios de comunicación os hablarán de emprendedores, ambiciosos, mercados insurgentes, nuevas profesiones, etc. Jesús tiene otros planes para vosotros, mis queridos jóvenes lectores. ¿De quién os fiaréis? 9.- Cambio de tercio. Ya os lo he dicho en otras ocasiones, el Maestro se refiere a la mostaza en la parábola y es justo que os preguntéis de qué simiente se trata, si queréis sacarle todo el jugo a su enseñanza. Lo primero que os advierto es que, evidentemente, la semilla no corresponde a la sinapis alba o sinapis nigra, con la que se elabora la famosa “moutarde de Dijon” y que es planta de huerto, semejante a la col o la lechuga, imposible, pues, de que sea albergue de aves. Tampoco se trata de la que nos enseñan en Tierra Santa y hasta pretenden vender chiquillos avispados, dispuestos a sacarse algún dinero, a costa del peregrino. Esta sí es un arbusto donde se refugian los pájaros, pero no existía en el Israel de los tiempos bíblicos, su nombre es nicotiana glauca. ¿De qué semilla, pues, se trataba? No se sabe, esta es la verdad. Debía ser algo tan vulgar como los matorrales que invaden cualquier terreno no cultivado y que nadie se entretuvo en describirla. Tal vez esta modestia sirva para que aprendamos todavía mejor la enseñanza. Hay personas, hay cristianos, hay gente menuda y anónima, que no aparecen en ningún noticiario, ni de sus proezas se acuerda nadie, pero que su corazón acogedor, su mirada compasiva, su generosidad sin aspavientos, salvan a muchos. Al Reino de los Cielos no se acude con estanterías llenas de trofeos, ni paredes empapeladas de títulos, ni certificados de nombramientos insignes. ¿Dónde está tu generosidad? ¿Dónde tus obras buenas? Nos preguntarán. El Sagrado Corazón de Jesús 12 de junio de 2015 TODO EL AMOR DE DIOS, EN UN CORAZÓN 1.- Celebramos, en el viernes siguiente a la festividad del Corpus Christi, una de las fiestas más populares de nuestro calendario cristiano: EL CORAZÓN DE JESUS. En Él, y por eso lo honramos y lo queremos, percibimos visible e invisiblemente, el amor inmenso que Dios nos tiene. Mirar al corazón de Cristo es contemplar todo el plan que Dios tenía trazado desde antiguo. 2.- Acercarnos al Corazón de Jesús, es beber a manos llenas, del torrente de la vida y de la alegría, del amor y de la paz que, a través de su corazón, desciende en riadas desde el cielo hasta la tierra. Existe un conocido refrán que dice lo siguiente: “allá donde está tu corazón, está tu tesoro”. Observemos detenidamente el Corazón de Jesús; ¿dónde lo tiene puesto? ¿Hacia dónde lo tiene inclinado? ¿Qué nos señala? --El Corazón de Jesús, y esa es su esencia, está puesto en Dios. Sólo se mueve por El, desde El y para El. Forman una unidad. --El Corazón de Jesús, está inclinado hacia los hombres. Es un amor que no se queda cómodamente instalado en las alturas. Adentrarse en el Corazón de 3.- Cristo es coger una escalera rápida y segura para alcanzar el mismo corazón de Dios. --Como la Samaritana, también nosotros, tenemos que asomarnos a ese profundo pozo de agua viva que es Jesús. --Como el enfermo, también nosotros, podemos acercarnos a ese gran mar de salud que es el corazón de Jesús. --Como el paralítico, también nosotros, podemos zambullirnos de lleno y nadar en las corrientes de un corazón que revitaliza la vida de los que creen y confían en Jesús. 3.- Hoy, en los tiempos que corren, encontramos muchos corazones a la deriva. Corazones que palpitan pero que no sienten una felicidad íntegra, pletórica y duradera. Corazones ansiosos, no por amar, sino por tener. Corazones, por los que vibra la sangre, pero hace tiempo que se detuvo la energía del vivir, la sensación de paz y de serenidad. Hoy, y no pasa nada por reconocerlo, el corazón del ser humano está enfermo. Nunca tantas posibilidades para llenarlo de satisfacciones y, nunca, tanta medicina para calmarlo, para que siga funcionando, para que no se detenga, para que no esté triste. ¡Volvamos, nuestros ojos, al Corazón de Jesús! 4.- Él es la fuente de la eterna salud. No es palabrería barata. No es frase que viene a los labios porque sí. Jesús, cuando copa el centro de nuestras miradas, cuando dejamos que mueva los dos impulsos de nuestro corazón, cuando dejamos que se siente a nuestra derecha, cuando lo hacemos nuestro confidente…..se convierte en un surtidor de vida, de alegría, de esperanza, de ilusión y de fe. 5.- Él es la fuente, y hay que recordarlo, de consuelo. El hombre anda mendigando amor. Nunca como hoy tan próximos (en la calle, en el metro, en los hospitales, en las fiestas) y nunca, como hoy, tan solitarios. El Corazón de Jesús es el confidente. El compañero que más kilómetros nos acompaña. El inspirador de muchas de nuestras acciones. El que abre su puerta, cuando estamos bien, y el que la vuelve abrir cuando nos encontramos mal. Este, ni más ni menos, es el Corazón de Cristo. Un Corazón que, por estar orientado y conectado al cielo, es un maná de salvación, de perdón, de acogida, de misericordia y de amor. 6.- ¿Qué y quién es el Corazón de Jesús? Ni más ni menos que, el mismo Corazón de Dios (con los mismos sentimientos e impulsos de Jesús) latiendo en la tierra. Y, por cierto, también nuestros corazones necesitan, de vez en cuando, una gran transfusión de luz divina; de fuerza divina; de ilusión divina; de fortaleza divina. Es el mejor donante…Jesús de Nazaret. Tiene corazón para dar y regalar. Y, también, el mejor cardiólogo es Jesús (que sabe lo que ocurre en el corazón de cada uno, porque sufre, porque se acelera, porque se detiene, porque odia, porque ama, porque se revela, etc.) 5.- MÍRAME, SEÑOR, Y NO DEJES NUNCA DE MIRARME No dejes, nunca, de mirarme, Señor, porque, donde Tú miras, sé que se encuentra el pozo de la felicidad. ¿Qué tiene tu mirada, Señor? ¿Por qué, hundiéndose tus ojos en el suelo, no dejas de poseer tu corazón en el cielo? No dejes, nunca, de mirarme, Señor porque, de la manera en que Tú miras uno se encuentra con la paz sin fisuras con la sabiduría que viene del cielo con la serenidad que necesita nuestra existencia. ¿Por qué me miras, así, Señor? Indigno soy de tu mirada, Señor. Me propones caminos de vida, y elijo los que conducen a la muerte Me susurras palabras de aliento, y me disipo en el ruido Me acaricias con mano de amigo, y mendigo aquellas que no me ofrecen nada. Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme. Porque, el camino, cuando Tú marchas delante es menos árido y menos complicado Porque, la senda, cuando es iluminada por tu presencia se convierte en vida y esperanza, ilusión y agradecimiento. Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme. Para que mi corazón, junto al tuyo siempre, se agite con movimiento ascendente, hacia el cielo y en ritmo descendente, hacia la tierra. ¿Por qué me miras, así, Señor? ¿Qué tengo yo de noble para que tus ojos se detengan en mí? ¿Qué has encontrado en mi vida para que, por un solo instante, sea yo merecedor de tanto amor y de tanta gracia? No me importa, Señor; Aquí tienes mi fragilidad y mi angustia mis temores y mi cobardía mi dureza y mis egoísmos mis luchas y mis contradicciones mis flaquezas y mis caídas. Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme. Porque, cuando Tú miras, sé que el futuro ya no será tan incierto ni tan difícil soportarlo Sé que el presente estará más lleno de plenitud y de luz Sé que el pasado, ya no contará por los errores cometidos. Mírame, Señor, y no dejes nunca de mirarme Y, cuando me mires, déjame, siquiera un segundo, acercarme a tu corazón y, luego, seguir adelante. Amén ÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷÷ [1] Mateo dirige la mirada a la época del crecimiento de modo particular a la comunidad en el mundo, todavía amenazada de peligros e influencias perniciosas. Hasta en ella existen miembros indignos que no responden a su vocación; al final serán arrojados del reino del Hijo del hombre todos los que cometen la maldad (13,41s; cf. también 7,22s; 22,11 ss). [2] “Meted la hoz, porque la mies está madura; venid, pisad, porque el lagar está lleno, las cubas rebosan, ¡tan grande es su maldad!” (Jl.4,13) [3] La Iglesia primitiva ha desarrollado una teología de la «palabra de Dios». La palabra de la predicación no es palabra humana, sino palabra de Dios (1Te_2:13). Aunque se reciba entre tribulaciones externas, se realiza con la alegría del Espíritu Santo (1Te_1:6). El predicador sufre persecuciones por causa de esa palabra; pero «la palabra de Dios no está encadenada» (2Ti_2:9). Crece, se desarrolla, se fortalece (Hec_6:7; Hec_12:24; Hec_19:20) y lleva fruto (Col_1:6) Es «la palabra de la verdad» (Efe_1:13; Col_1:5), con la que «nos engendró» el Padre (Stg_1:18; cf. 1Pe_1:23); es la «palabra de vida» (Flp_2:16) [4] Mc 4, 10 [5] Mt 14, 15 [6] Mt 15, 12; Lc 9, 12 [7] Mt 9, 34 [8] Jn 9, 16 [9] Is 6, 9 [10] Ez 18, 23 [11] Is 6, 10 [12]The Fair Haven, London, Watts and Co., 1938, p. 34. [13] Mt 13, 13-15 [14] Cf. CASTELLANI, El Evangelio de Jesucristo…, 145 [15] Nota de la Biblia de Jerusalén a Mt 13, 13. En adelante JSALÉN. [16] Cf. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, IIIª, q. 42, a. 3c. En adelante III, 42, 3c [17] Cf. Mc 4, 33-34 [18] Mc 4, 33 [19] Comment. In Mt. 13, 3 [20] Cf. Strom., lib. VI, 15. [21] Jn 16, 29 [22] Cf. Ibíd. [23] A. ORBE, Parábolas evangélicas en San Ireneo, tomo I, BAC Madrid 1972, 30-31 [24] Cf. SÁENZ A., Las Parábolas del Evangelio según los padres de la Iglesia. La misericordia de Dios…, 29-38 [25] Cf. SAN IRENEO, Adv. Haer. IV, 6, 5. [26] Cf. SÁENZ A., Las Parábolas del Evangelio según los padres de la Iglesia. La misericordia de Dios…, 46-9