LAS IGLESIAS LOCALES Abrazando culturas y generaciones Uno de los distintivos del movimiento de los Hermanos siempre ha sido su tendencia a la inclusión social. Aunque los pioneros a menudo eran moderadamente pudientes, desde el principio trataron de alcanzar a las clases menos favorecidas. Los que tenían tierras renunciaron a la vida muelle, y se esforzaron –torpemente pero con buenas intenciones– en compartir sus privilegios con los que les servían, muchas veces asustando a los criados que preferían una vida tranquila en sus propias dependencias. En Father and Son (Padre e hijo) el autor Edmund Gosse, con la altivez propia de las élites, narra con desprecio los intentos de su padre de relacionarse en un plano de igualdad con los artesanos y criados. La tendencia, sin embargo, surtió efecto: la filosofía de «el que quiera, que venga» abrió la puerta al crecimiento espectacular de asambleas en los barrios obreros hacia finales del s. XIX. El movimiento que empezó entre la hidalguía inglesa se arraigó al final entre pescadores, mineros, y tejedores. La inclusión se practicó también con referencia a otras culturas. Desde el comienzo, Anthony Norris Groves ardía con el deseo de evangelizar Persia, y el estudioso John Nelson Darby llegó a ser un inverosímil misionero itinerante, fundando asambleas por toda Europa durante sus viajes: en España, Suiza y Francia. Desafiados por estos ejemplos, las asambleas de Hermanos enviaron durante cien años a un número de personas al campo misionero absolutamente desproporcionado respecto al tamaño de las congregaciones de Inglaterra e Irlanda. Cuando el movimiento de los Hermanos se extendió a ultramar, su característica inclusión social dio lugar al crecimiento sorprendente de la obra, mientras las agencias misioneras más clasistas sólo encontraban dificultades. La sencillez de las estructuras y un énfasis en el liderazgo local propiciaron el rápido desarrollo de líderes nativos y formas de culto autóctonas. Se respetaba y se admiraba a los misioneros, pero no se les divinizaba, como sí ocurría con algunos de los emisarios de otras denominaciones. Los misioneros de los Hermanos asumían desde el principio que la cultura anfitriona tenía mucho que enseñarles. Muestra de este espíritu es el título del valioso libro de Dan Crawford, que resume veintidos años de servicio en Africa: Thinking Black (Pensando en negro). Si existe un patrón de vida congregacional que se adapte a todas las culturas, el modelo de los Hermanos debe ser el mejor candidato. Muchas veces, sin embargo, no ha sido así en la práctica. En muchos lugares de Europa y Africa, se percibe a los Hermanos como un reducto de personas acomodadas. Gran número de jóvenes ha huido de las iglesias, intuyendo que la cultura de los Hermanos no sintoniza con el mundo real que habitan. En Asia, a pesar de los éxitos evangelísticos entre la comunidad china de Malasia y Singapur, ha sido mucho más difícil alcanzar a indios y malayos. Y ¿qué de América? El activista Jim Wallis abandonó a los Hermanos cuando su asamblea en Chicago se opuso implacablemente a la incorporación de creyentes de raza negra. Estos son algunos ejemplos seleccionados al azar. Muchos ya somos conscientes, a pesar de los avances de la obra, que hay comunidades y grupos en que no hemos sido capaces de hacer ningún impacto espiritual significativo. ¿Por qué ocurre este fenómeno, y qué hemos de responder? La homogeneidad En los años 50, el libro Bridges of God (Puentes de Dios) del misionero bautista Donald McGavran lanzó el movimiento de Iglecrecimiento (crecimiento de iglesias). La idea de McGavran era sencilla: el crecimiento o el declive de las iglesias no se limitaba al misterio divino. Aunque ciertamente es Dios quien da el fruto, también hay fuerzas sociológicas y prácticas que entran en juego, y debemos medir y aprovechar éstas con el fin de facilitar el desarrollo de la obra. Ya que el crecimiento de la iglesia es un imperativo –a partir de la Gran Comisión– nos incumbe estudiar y aplicar todos los principios posibles para ser buenos mayordomos de aquello que el Señor nos ha encomendado. 1 El movimiento de Iglecrecimiento sigue influyendo poderosamente en la práctica eclesial y la estrategia misionera en todo el mundo. La mayoría de sus tesis ahora se aceptan sin discusión. Sin embargo, uno de los principios de McGavran siempre ha sido controvertido, y sigue provocando opiniones enfrentadas. El lo llama el «principio de la unidad homogénea» y reza así: Las personas prefieren hacerse cristianos sin tener que cruzar barreras raciales, lingüísticas, o sociales. En otras palabras, las barreras al evangelio a veces no son doctrinales sino sociológicas. Cuando se rechaza la Buena Nueva, tal vez no sea porque las personas dudan de su veracidad, sino porque se percibe como algo ajeno, extravagante, o no pertinente a su cultura, y tal vez una amenaza para su identidad. Cuando exigimos que una persona abandone su propia cultura y gente para unirse a Cristo, imponemos un obstáculo extrabíblico que no forma parte del mensaje verdadero. Asumir este principio puede abrir puertas extraordinarias para el evangelio. Por ejemplo, cuando ministerios como Jews for Jesús (Judíos para Jesús) empezaron a fundar «sinagogas mesiánicas» –iglesias cristianas en que personas de trasfondo judío podían adorar a Mesías sin dejar atrás las formas establecidas de la comunidad hebrea– el resultado era que muchos judíos se convirtieron al cristianismo que nunca antes. El crecimiento espectacular de denominaciones carismáticas autóctonas en América Latina, como de iglesias étnicas en Africa, demuestra cómo la eliminación de barreras culturales puede adelantar la aceptación de Cristo. Esto también explica por qué a veces el movimiento de los Hermanos ha progresado de una determinada manera. La población china de Malasia y Singapur estaba abierta a la fe cristiana; el estilo de los cristianos occidentales no distaba demasiado del de estos chinos. Sus aspiraciones sociales, sus valores morales, la veneración del trabajo duro, todo encajaba bien con el estilo de vida cristiano. En cambio, la cultura musulmana de los malayos y el trasfondo hindú de los indios impedían que éstos se identificaran con el mensaje predicado por los occidentales. Sus fuertes lazos familiares y sus vínculos con el clan y con la vecindad, hacían que se sintieran traidores si se acercaban demasiado a la iglesia cristiana. De modo que hoy en día un número desproporcionado de los creyentes en las asambleas de Singapur son chinos, no por haber excluido a otros, sino como fruto de un proceso natural de identificación. Se desata la controversia, sin embargo, cuando tratamos de aprovechar el principio de la unidad homogénea para levantar una iglesia. ¿Hemos de invitar sólo un tipo de persona a las reuniones? ¿Tenían razón aquellos ancianos de iglesia en Chicago que excluían a los creyentes de color? ¿Proponemos que las asambleas de Malasia ignoren a las comunidades resistentes de malayos e indios, y dediquen todos sus esfuerzos evangelísticos a ganar a los chinos? Si aplicáramos esta forma de pensar a todo el mundo, grandes porciones de la humanidad quedarían sin alcanzar. ¿Para qué ir al mundo musulmán, por ejemplo? Las condiciones para el evangelio son tan adversas, que ir allí sería una pérdida de tiempo. ¡Haríamos mejor emigrándonos todos a California! Además, como ha apuntado el teólogo Jürgen Moltmann: La iglesia del Cristo crucificado no puede consistir en una asamblea de personas idénticas que se reafirman mutuamente, sino ha de componerse de personas diferentes las unas de las otras… Para el Cristo crucificado, el principio de la comunión es compartir con los que son distintos, y solidarizarse con los que han llegado a ser extraños a su nacimiento, que han sido hechos diferentes. Su poder no radica en la amistad, ni tampoco en el amor a lo familiar y lo bello (filia), sino un amor creativo por lo que es diferente, extraño, y feo (agape).1 En justicia hay que reconocer que McGavran (que había servido muchos años en la India) no proponía ignorar a los pueblos resistentes al evangelio. Su idea era que pueblos y culturas 1 Jürgen Moltmann, The Crucified God (El Dios crucificado), Londres, 1973, p. 28. 2 que no responden inmediatamente al mensaje deben constituir una prioridad misionera secundaria. Lo grueso de nuestros recursos debe invertirse donde se aprecia claramente que el Espíritu de Dios se mueve y la iglesia puede crecer con mayor rapidez, sin dejar de trabajar también en otros lugares. Porque ¿quién es capaz de predecir cuándo un terreno cultivado durante muchos años, aparentemente sin esperanza, de repente produzca fruto abundante? ¿No es eso lo que ocurrió en Corea? De modo que conviene mantener una presencia cristiana en culturas difíciles de alcanzar. La estrategia más adecuada podría ser una «evangelización por la presencia» –levantando hospitales, supliendo necesidades sociales en el nombre de Cristo– en vez de una «evangelización por la proclamación» o una «evangelización por la persuasión». Con eso y con todo, en el tiempo de Dios la presencia podría abrir la puerta a la proclamación. Esto suena bien, y también parece bíblico. Siempre hará falta priorizar nuestras actividades; una administración sensata de nuestro tiempo así requiere. Pablo, por ejemplo, parece haberse limitado a visitar una o dos ciudades importantes de cada provincia, dejando que el evangelio se extendiera desde allí a toda la comarca alrededor. Cuando Hudson Taylor fundó la China Inland Mission (Misión para la evangelización del interior de China) en el s. XIX, instruyó a los obreros a no establecerse en un solo lugar para levantar iglesias; eso sería la tarea de otros que vinieran después. Ellos más bien debían seguir un patrón de evangelización itinerante para extender el conocimiento básico de la historia de Jesús por toda China. El principio de la unidad homogénea conlleva un peligro: puede servir de justificación para lo que estamos haciendo ya, y así nos excusamos de asumir retos nuevos. La pereza innata del ser humano está allí, y a la mayoría nos gustaría trabajar con personas como nosotros, sin plantearnos horizontes más amplios. McGavran calculó que un sorprendente 95-98% de las iglesias locales en todo el mundo eran de carácter homogéneo. Somos propensos a pensar en términos territoriales: recuerdo haber visto el letrero de una congregación en China que decía «Bienvenidos a la Primera Iglesia Reformada Holandés de América en China». De modo que luchamos con una tensión difícil de resolver, al diseñar estrategias –bajo la guía del Señor– para el establecimiento de iglesias nuevas. Por un lado, quisiéramos que nuestras asambleas fueran comunidades calidoscópicas abiertas a todos los grupos sociales posibles: judío y gentil, bárbaro y escita, rico y pobre. Esto era la visión de los pioneros en los 1830, como también (y esto es más importante) la de los apóstoles y el Señor Jesús. Por otro lado, sin embargo, hemos de reconocer que la tendencia hacia la homogeneidad es un hecho real. ¿Debemos aprovechar las ganancias espirituales que aporta, o luchar en contra y tratar de levantar una iglesia multicultural? La presión cultural Es una pregunta significativa, porque las dinámicas más poderosas de nuestra moderna cultura de masas nos llevan más y más hacia la homogeneidad: 1) Descubrimos que cada vez más personas se unen a las iglesias como fruto de las relaciones humanas. Los medios de evangelización más eficaces –como el curso Alfa– son los que se basan en el grupo pequeño, donde se crea una sensación de pertinencia, incluso antes de que las personas abracen el mensaje detrás del curso. Algunos de nuestros métodos más estratégicos para tender puentes con personas nuevas son los «play groups» para niños pequeños2, los 2 Nota del traductor: Se trata de un grupo de niños que se juntan con cierta regularidad –traídos por sus madres– para jugar juntos. El lugar del «play group» puede ser un hogar o el local de la iglesia. Los niños juegan, las madres charlan, y nuevas amistades florecen. Es un contexto idóneo para que las madres jóvenes de la iglesia inviten a amigas: se ofrece un servicio y se crea un espacio para la conversación. 3 2) 3) 4) 5) «clubs de comidas» para personas mayores3, y proyectos de servicio al barrio. Tratamos de hacer amistad con personas nuevas, con el fin de presentarles el evangelio luego. Uno de los principios claves que se enseñan en la Willow Creek Community Church (donde la idea de «comunidad» figura hasta en el nombre de la iglesia) es «la barbacoa primero». En otras palabras: no invites a tu vecino a un culto hasta haberle invitado primero a una barbacoa. No sorprende que Glenn Kaiser, de JPUSA en Chicago, comente que el paradigma tradicional del discipulado de «convertirte, comportarte, y luego conectar con la iglesia» se haya invertido. Ahora es «primero conectar, luego creer, y al final comportarte». Las personas vienen cada vez más para acompañarnos a nosotros antes de asumir un compromiso; cuando han observado la vida de los creyentes de primera mano, el mensaje del evangelio empieza a tener sentido. En un mundo eclesial donde las relaciones humanas son tan primarias, siempre será más fácil atraer a personas afines a nosotros con las que resulta más fácil trabar amistad. Vivimos inmersos en una sociedad consumista, y esto influye en la manera en que planteamos nuestra vida de iglesia. La gente espera más de su iglesia que hace treinta años; cuando buscan una iglesia local, la pregunta principal suele ser «¿Podré encajar allí? ¿Suplirá mis necesidades y las de mi familia?» antes que «¿Qué podría aportar yo? ¿Esta iglesia me desafiará a pensar de otra manera?». Así se congregan personas que se parecen entre sí más y más. Debido a la ubicuidad de la cultura de masas (puedes ver la misma película en veinte capitales distintas en un mismo fin de semana, y quedan pocos lugares sin una cafetería Starbuck’s), las personas valoran más que antes sus rasgos peculiares, lo que les distingue de los demás. El crecimiento de los fundamentalismos durante los últimos veinte años se debe a la percepción de que el modelo capitalista americano allana todas las diferencias culturales para crear un mundo insípido y monocromo. Los grupos étnicos luchan mucho más que hace una generación por mantener su historia y su unicidad, y esto milita en contra de la absorción de personas diferentes en una misma y uniforme cultura eclesial. Dentro de la iglesia, hemos dado cada vez más importancia a la vitalidad real de la comunión, desde que el movimiento carismático empezó a señalar nuestras deficiencias en este campo. Como resultado, los grupos caseros, núcleos de oración, y actividades sociales han cobrado protagonismo. Este énfasis se destaca precisamente frente a la notable pérdida de comunidad en la sociedad secular. Ahora cuando nuestros vecinos nos observan, perciben claramente la diferencia que el amor cristiano hace en nuestro círculo eclesial; el trato entre cristianos se convierte en un poderoso argumento a favor de la veracidad del mensaje. Sin embargo, en la medida en que enfaticemos el desarrollo de relaciones sanas dentro de la comunidad –con afecto, transparencia, y cuidado mutuo– más propensos seremos a dirigir nuestra evangelización hacia personas como nosotros, ya que resulta más fácil forjar relaciones íntimas y una comunidad auténtica con ellos. La sociedad posmoderna valora la tolerancia sobre cualquier otra virtud. Mi verdad no tiene que ser tu verdad, y no hay problema si los dos llevamos nuestra vida privada en nuestra isla particular, sin molestar a los demás. Naturalmente, el cristiano tropieza con esta idea una y otra vez, porque insiste en que Jesucristo es Señor, y que la verdad «verdadera» es unitaria y un reflejo del carácter de Dios. La tendencia posmoderna nos condiciona, no obstante, cuando nos induce a rehuir polemizar con puntos de vista incómodos; la vida es 3 N. del T.: La iglesia puede asumir ciertas funciones de un centro para la tercera edad, ofreciendo una comida una vez a la semana o una vez al mes. Los creyentes mayores de edad de la congregación invitan a sus amigos y conocidos, y se crea un lugar propicio para el desarrollo de nuevas amistades. 4 6) muy corta como para meternos en conflictos gratuitos. Transigir de este modo nos lleva a dedicar tiempo a personas como nosotros en el ámbito de la iglesia local. Archie Poulos, de la Universidad de Moore de Sydney, ha escrito con agudeza sobre las dificultades de crear comunidad en las iglesias de nuestros tiempos.4 Uno de los motivos de tal dificultad, afirma Poulos, es que el ritmo impuesto por la vida moderna obstaculiza la creación de amistades a largo plazo: «La vida se ha tornado una serie de eventos y tareas, en vez de relaciones humanas». Si nuestras amistades sólo se mantienen a base de encuentros fugaces, esporádicos correos electrónicos, y algún ratito para tomar café, nunca adquiriremos los recursos de tiempo y paciencia necesarios para cultivar una amistad que supere barreras culturales. Dilemas Parece que la cuestión de la homogeneidad no está abocada a desaparecer por sí sola. ¿Qué hacemos, entonces, con el principio de la unidad homogénea: resistirlo o abrazarlo? No vale refugiarse en la idea «usaremos el principio en la evangelización, pero luego dejarlo a un lado en la edificación de la iglesia». Es de garantizado fracaso traer a las personas a Cristo dentro de su propia cultura, para luego trasladarlas a otra. Esto se ha visto en los proyectos evangelísticos dirigidos a jóvenes, que empaquetan el evangelio en un envoltorio de última moda –contestataria, contracultura, radikal (con “k”)– sólo para abandonar a su suerte a los que responden en la cruda realidad de una iglesia establecida de ideas fijas, y no tan joven. La evangelización y el discipulado son una misma tarea, no dos; los nuevos convertidos necesitan crecer dentro de un clima eclesial parecido a aquel en que fueron traídos a la fe. El problema se vuelve más complejo aún cuando nos damos cuenta de que nos desenvolvemos en varias culturas simultáneamente. La vida sería mucho más sencilla si todo ser humano sólo perteneciera a un grupo social, pero la realidad es que nuestras vidas se componen de muchos estratos culturales. Está la cultura de masas que nos rodea en todo momento: susceptible a variaciones locales, pero imponiendo el mismo discurso estridente dominado por el News Corp, MacDonald’s, y Coca-cola. Luego viene la cultura étnica que heredamos de nuestra agrupación nacional o racial. También la cultura familiar en que nos hemos criado, y que dicta nuestros puntos de vista y valores de una manera que no escaparemos hasta el final de nuestros días. También existen culturas privadas, que son nuestras elecciones personales: a ser Testigo de Jehová, forofo de Star Trek, o deportista aficionado. Luego hay culturas generacionales: ya no nos catalogamos meramente como jóvenes o viejos, sino como boomers, busters, o mileniales.5 Cuanto más se analizan y se magnifican las diferencias generacionales –en aras de intereses comerciales– más conscientes nos volvemos de que somos diferentes a los que nos preceden y a los que nos siguen. Tenemos una manera propia de pensar, nuestros iconos culturales y héroes preferidos, nuestras propias expectativas respecto a la vida. Y nos volvemos cada vez más infelices con circunstancias que no responden a nuestras presuposiciones y gustos. Debido a todas estas complejidades, si hemos de dirigir un ministerio de iglesia –o una parte de ello– a una agrupación cultural concreta, debemos prepararnos para sorpresas: el resultado podría distar algo de nuestra expectativa inicial. Como apunta la diócesis anglicana de Sydney: 4 Archie Poulos, «Creating Community» (Creando comunidad) a http://your.sydneyanglicans.net/mission/thinking/creating_community/ 5 N. del T.: estos son términos sacados de la sociología: “boomer” se refiere a los que nacieron entre 1946 y 1964, una explosión demográfica que se dio en Occidente después de la segunda guerra mundial. Los “buster”, también conocidos como “generación X”, son los que nacieron entre 1960 y 1980. Los “mileniales”, también conocidos como “generación Y” o “generación de Internet”, son los que han nacido entre 1980 y 2000. 5 En 1981 comenzamos un ministerio a griegos de segunda generación. El grupo se transformó rápidamente en una colección de toda clase de inmigrantes de segunda generación, juntándose griegos, italianos, libaneses, y españoles. Esto era porque los desplazados se identificaban con otros de la misma condición; es una afinidad que atraviesa las fronteras nacionales. ¿La lección a aprender? Prepárate a reevaluar la composición de la unidad cultural a alcanzar.6 La pregunta llega a ser ¿cuál es el conjunto dominante de percepciones que conforman mi noción de quién soy? ¿Se trata de algo étnico, generacional, u otra cosa? Porque si recibo el mensaje de que hacerme cristiano supondrá el dejar atrás esto, entonces alguien está colocando una barrera innecesaria en el camino de mi aceptación de Cristo. Podría ser que mi cultura sea inferior a aquella desde que se me anuncia el evangelio –tecnológicamente, educacionalmente, o moralmente a la luz de normas bíblicas– pero eso no quiere decir que sea desechable del todo. Ninguna cultura humana es perfecta, como ninguna está fuera del alcance de la redención; todas llevan el lastre del pecado, y todas conllevan la impronta de la imagen de Dios. Sin embargo, si empiezo a seguir a Jesús y mi orgullo cultural me ciega hasta el punto de impedir que acepte y valore a cristianos diferentes de otras culturas, entonces no creceré como Dios quiere. Uno de los requisitos inherentes al reconocimiento del señorío de Cristo es el reconocimiento paralelo de que su amor se extiende a personas muy diferentes a mí; sólo hay una iglesia, una fe, un Señor. Si la iglesia local a que pertenezco no me recuerda esta verdad constantemente, en la práctica me está ocultando uno de los desafíos más profundos de la vida cristiana. La iglesia monocultural ¿Qué hemos de responder? ¿Es posible que una iglesia local abrace a una variedad de culturas, o ha de resignarse a ministrar con eficacia en un solo contexto cultural? Mi convencimiento personal es que puede ser legítimo que una iglesia dirija intencionadamente su ministerio hacia una agrupación cultural determinada. Esto ha sido el secreto del crecimiento de la iglesia en Singapur, y también constituye el principio fundacional de la ya legendaria iglesia de Willow Creek. La iglesia que se organiza de esta manera debe tener claro, sin embargo, el por qué del método: que esta elección estratégica representa una táctica provisional, no un compromiso eterno. Tiene que haber un espíritu de apertura hacia personas que no encajan en el molde escogido, y se presentan a la puerta de todas maneras. (Hace tiempo visitaba una iglesia en París, del estilo de los Hermanos, se se había propuesto alcanzar a los franceses de pura cepa, alegando que eran el grupo étnico menos evangelizado; esto a pesar de que los inmigrantes norteafricanos se mostraban más abiertos al mensaje del evangelio. Aun con este objetivo anunciado, ¡rebosaban de tanto amor que cada vez que visitaba había más rostros norteafricanos en la congregación!). Al final, una iglesia que se dirige a un solo sector ha de ser enérgica en su apoyo a otros que trabajan con grupos culturales que ellos han decidido ignorar, porque sólo este tipo de procupación mantendrá la amplitud de miras que una iglesia sana necesita para sobrevivir. La iglesia de Willow Creek seguirá trabajando con personas de la misma clase social que al principio, en el mismo suburbio de South Barrington, pero ha invertido a conciencia en la formación de líderes locales de unos trece países distintos, y de condiciones culturales muy distintas a las de Illinois. (A cambio, sólo han enviado a 23 misioneros de su propia congregación al resto del mundo, afirmando que «la clave para abrir una cultura se interpreta mejor por personas procedentes de esa misma cultura»7.) La iglesia multicongregacional 6 7 http://your.sydneyanglicans.net/mission/missionthinking/1481a/ http://www.willowcreek.com/International/church_to_church_faq.asp 6 La mayor parte del tiempo, el hecho de la homogeneidad no se nos impone a la fuerza. Hay muchas maneras en que distintos grupos culturales pueden formar parte de una misma iglesia sin la necesidad imperiosa de realizar todas las actividades juntos. Steve Chalke comentó una vez que una familia puede convivir perfectamente en una misma casa sin tener que amontonarse todos en una misma habitación. A veces se juntarán –sobre todo a la hora de comer– pero la mayoría del tiempo coexisistirán en distintas agrupaciones, combinándose unos con otros para tareas específicas, pero también capaces de estar solos, y sin sentirse excluidos de la familia. Del mismo modo, cabe la posibilidad de distintas congregaciones dentro de una misma iglesia, cumpliendo cada una un propósito distinto. Los hermanos de Singapur, por ejemplo, celebran cultos en distintos idiomas, sin que las varias congregaciones se sientan marginadas del grueso de la iglesia local. En mi propia iglesia, ahora tenemos tres cultos por la mañana: dos para creyentes ya establecidos, con un contenido casi idéntico, pero un ambiente muy distinto; y otro culto dirigido a creyentes nuevos y a inconversos, y que por tanto opera sobre una base completamente diferente. En nuestro caso, los vínculos entre los miembros se refuerzan por las células caseras, grupos de trabajo, equipos de jóvenes, y otros ministerios especializados, que cuentan todos ellos con un abanico de colaboradores de todos los cultos dominicales. Quisiéramos hacer mucho más. Un hermano entre nosotros tenía la visión de plantar una congregación mesiánica para alcanzar a número significativo de estudiantes judíos de una universidad cercana. Por otra parte, la llegada de polacos a Gran Bretaña ha depositado una numerosa población étnica en el umbral de nuestra casa, y esta iglesia mantiene vínculos de muchos años con Polonia. Pero la prudencia nos aconseja a no abarcar más de lo que podamos apretar de momento; de otra manera la congregación sí vivirá la sensación de ser varias iglesias dispares que se reúnen en un mismo edificio. ¿Qué permite, pues, que grupos culturales distintos participen como miembros de una misma congregación? Hay varios factores, pero los más importantes podrían ser estos: 1) Una historia compartida: el recuerdo de actividades realizadas y disfrutadas (o pruebas soportadas) juntos. 2) Una identidad común. 3) Una sensación cómoda cuando los «otros» están presentes: de no tener que aparentar nada, sino poder relajarse entre la familia de la fe. 4) Un compromiso con un liderazgo compartido, disciplinas acordadas, y una visión común respecto al futuro. 5) Una disposición a comunicarse claramente y a menudo, y de tratar concienzudamente a cualquier tipo de malentendido. 6) Una disposición a confiar en el «otro» grupo, estimándolo como superior al nuestro (llama la atención el hecho de que el acta del Concilio de Jerusalén en Hechos 15 se transcribiera en griego: ¡alguien tenía consideración con los judíos helenizados presentes!) Dentro de este marco, habrá muchas maneras de organizar las formas de relacionarse ateniéndose a los principios. Por ejemplo, una congregación de jóvenes con la vocación de alcanzar a moteros o skaters necesitará una mayor supervisión pastoral de la iglesia madre que una congregación hispana que reúne a todas las edades. La comunicación fluida se tiene que trabajar con mayor urgencia entre congregaciones de distintos grupos lingüísticos que entre diferentes grupos generacionales de una misma cultura. En algunas iglesias –en una metrópoli de gran extensión– las actividades compartidas serán eventos grandes infrecuentes; en otras, podrían ser encuentros semanales. ¿Cuáles son las ventajas de multiplicarse de esta manera? Hasta aquí sólo hemos enfatizado una: la rápida propagación del evangelio dentro de cada cultura fijada como prioritaria. Hay otras ventajas que no conviene ignorar: 1) La congregación que nace de una cultura concreta puede transmitir a los participantes una sensación de intimidad con Dios, de la inmediatez del Todopoderoso en su amor, 7 2) 3) 4) 5) 6) que una asamblea mixta. (Esto explica el poder transformador de Soul Survivor, el evento cristiano en Gran Bretaña que ha crecido de forma exponencial en los últimos años (ver www.soulsurvivor.com). Otro evento parecido es el Pfingstjugendkonferenz de Wiedenest, donde los jóvenes experimentan la adoración y la enseñanza en un ambiente que refleja su mundo cotidiano y sus inquietudes más intensas. Se pretende acercar a Dios de una manera personal y estremecedora como muchos jóvenes nunca le han sentido antes. Llama la atención que Soul Survivor haya engendrado eventos regionales para jóvenes para apoyar a cristianos nuevos cuyas iglesias no pueden ofrecer este tipo de experiencia. Algunas iglesias han empezado una congregación de tipo Soul Survivor; está claro que una inyección de ánimos sólo una vez al año no resulta suficiente.) Las congregaciones orientadas hacia una subcultura definida puden tocar temas en la enseñanza que inquietan a sus miembros pero que no responderían a las preocupaciones de otros creyentes. Como observaron los evangelistas de Sydney: «Con un grupo de trasfondo compartido, resulta más fácil enfocar asuntos relativos a la fe y el error que son peculiares a ese grupo, pero serían marginales para la corriente eclesial mayoritaria. Por ejemplo, en nuestro ministerio tuvimos que tratar el asunto de la vergüenza ante la familia extendida por ser protestantes en vez de griegoortodoxos.»8 Se potencia la creatividad, al tener la libertad de experimentar nuevas formas de culto que otros colectivos jamás habrían probado. Aunque nuestro culto alternativo de las 10 de la mañana sigue siendo novedoso, ha sido liberador hacer las cosas de otra manera, y algunas de nuestras iniciativas necesariamente repercutirán en los otros cultos. Otros aprenderán a hacer cosas nuevas, y todos saldrán enriquecidos. Cuando los hermanos tienen la libertad de reunirse con su propio grupo cultural, se eliminan posibles fuentes de tensión, y se minimizan los malentendidos generados por expectativas contrastadas. Cuando los de la otra cultura hacen las cosas a su manera, no me supone ninguna amenaza, porque las hacen cuando yo no estoy. Más bien, puedo quedarme observando desde cierta distancia y descubrir que a pesar de mis dudas, ¡su estilo funciona para ellos! Así se ensanchan mis propios horizontes. La naturaleza polifacética de la iglesia se hace más visible –no menos– al mundo exterior. Los que visitan nuestra asamblea se sorprenden a menudo por la cantidad de jóvenes presentes, y por el número de nacionalidades representadas (algo nada común en el suroeste de Inglaterra). No se les dice nada de antemano sobre quiénes suelen asistir a las reuniones. Pero una iglesia que mantiene la comunión en amor entre varias congregaciones de diferentes culturas anuncia al mundo que por un lado reconoce y valora la variedad cultural, pero por otro que no discrimina entre una cultura y otra, sino da la bienvenida a todos. Se crean nuevas oportunidades para el ejercicio de la gracia y la confianza. Michael Griffiths comentó una vez en una conferencia para Hermanos en Swanwick que ¡no cultivas el fruto espiritual de la paciencia sin estar rodeado de personas que te la ponen a prueba durante largo tiempo! Estar próximo a un grupo importante de personas que no son como yo me beneficia mucho más que asociarme con personas idénticas a mí. En los debates y los desacuerdos, las discusiones y los intercambios, conoceré desafíos nuevos a mi crecimiento personal mientras aprendo a tomar el lugar más bajo y vivir como siervo de mis hermanos y hermanas que tienen –para mi mayor incomodidad– otra forma de ser. La iglesia de recursos limitados Todo esto puede sonar utópico a los que –como la mayoría– sirven en iglesias pequeñas, con pocos dones, y para quienes la idea de una nueva congregación parece absolutamente inalcanzable. Uno se siente tentado a objetar: «¿Por qué no podemos trabajar para que las personas diferentes se unan en una misma comunión, sin presuposición cultural alguna? ¿No se 8 http://your.sydneyanglicans.net/mission/missionthinking/1481a/ 8 acerca esto mucho más a la idea de Gálatas 3.28, y no es un testimonio mejor al mundo exterior?» Hay dos respuestas a esta objeción. Primero, en cualquier agrupación humana existen presuposiciones culturales de algún tipo. Las iglesias que pregonan más enérgicamente que no las tienen suelen ser de blancos de clase media alta, y excluyentes de extraños. Esto no importa si nuestro campo de misión se forma de personas parecidas a nosotros; si tratamos de llegar más lejos, sin embargo, hacen falta medidas más decididas. ¿Cuántas asambleas de Hermanos han evangelizado durante años en barrios obreros sin ver fruto? (Ciertamente, hay excepciones honrosas. Me viene a la mente una asamblea de Plymouth que se ha asentado en un barrio entre residentes muy diferentes a los miembros típicos de la congregación, u otra del noreste de Inglaterra donde un número importante de marineros extranjeros han encontrado un hogar espiritual, en contra de todo pronóstico cultural. Pero estas excepciones sólo confirman la regla; destacan por su rareza, y los cristianos implicados testificarían que el precio de su éxito ha sido un romper moldes de forma radical, en cuanto a sus propias expectativas y prácticas culturales.) Recuerdo mis primeras visitas a Polonia, donde al principio de los 80 la fe de los creyentes evangélicos, mantenida durante los duros años del comunismo, por fin empezaba a dar su fruto, con el grato espectáculo de centenares de jóvenes que se convertían a Cristo. Algo que me deprimía era lo no polaco del culto evangélico; incluso los cánticos eran burdas traducciones de originales en inglés o alemán. A cambio de la segura identidad nacional que se respiraba en la iglesia católica polaca, los evangélicos parecían un puesto fronterizo extranjero. Era de mucho ánimo observar unos años después cómo la nueva vitalidad espiritual en las iglesias polacas había dado lugar a compositores, artistas, pensadores y escritores autóctonos. La vitalidad de la iglesia se había acrecentado al adueñarse de su destino congregacional y reflejar su propia cultura en las formas de adoración. Supongo que muchos creyentes polacos no se habrían percatado de esta diferencia que parecía tan evidente a un visitante extranjero. En vez de vivir de remolque de una cultura prestada (la única manera de sobrevivir durante los años de represión), ahora los creyentes desarrollaban creativamente una fe evangélica genuinamente polaca. Como resultado, su testimonio resultaba cada vez más atractivo a los vecinos. Los hermanos que pueden expresar su cristianismo de maneras apropiadas en su propia cultura siempre brillarán con una mayor realidad que los «cristianos de arroz» que sólo han sido injertados en el cristianismo de otros. En segundo lugar, es posible incluir a personas de otras culturas siempre que no haya muchas de ellas. Si abundan, sin embargo, producen cierta ansiedad, y esto a la postre inhibe el crecimiento. Recuerdo mis años de estudiante cuando había una familia en la iglesia de la India, los Latchman. Eran creyentes preciosos, pero extremadamente indios. Hacían cosas que los cristianos ingleses jamás habrían hecho (una de sus hijas ganó un concurso de belleza a los 14 años); entraban y salían de los cultos sin prestar la menor atención a los horarios establecidos. Si los Latchman llegaban 45 minutos tarde al partimiento de pan, no había problema; pero si hubiera habido veinte familias indias como ellos haciendo lo mismo… De modo que encajar un solo ejemplo de «diferencia cultural» no tiene que ser difícil, si todos encarnan un espíritu de gracia. Para que se dé un crecimiento real, sin embargo, con el fin de impactar toda una barriada, es posible que otro tipo de estructura sea necesario. Si nuestra iglesia es muy pequeña como para lograr esto en solitario, hemos de preguntarle al Señor qué quiere que hagamos. ¿Podemos colaborar con otros cristianos a nivel local? ¿Hará falta encomendar a algunos de los nuestros a salir y crear algo nuevo, con otro formato cultural? (Luis Palau comentó después de su campaña evangelística en Rosario, cuando se fundaron muchas iglesias nuevas: «No es nada difícil empezar una iglesia. Sólo necesitas dos matrimonios. Pero tienen que ser los mejores de tu iglesia, los que llevan todas las responsabilidades».) Lo que no podemos hacer es ignorar las necesidades a nuestro alrededor y perpetuar un modelo de ministerio que sólo suple las necesidades de un grupúsculo dentro del espectro social de nuestra barriada. Hemos de examinar con cuidado la variedad de culturas que conviven en nuestro contexto, y decidir sinceramente cuánto podemos hacer para llegar a ellas, y cuáles son aquellas que se nos escapan de las manos. ¿Dónde estamos fallando, y cuáles son nuestros puntos fuertes que podrían abrir alguna puerta? 9 A fin de cuentas, ¿qué constituye «cultura»? Permitidme concluir con un análisis de tres clases de agrupaciones que hemos de confrontar: Agrupaciones culturales basadas en la etnicidad Los grupos étnicos establecen las lineas divisorias más naturales. Como ha señalado Harold Rowdon, incluso en el Nuevo Testamento encontramos «iglesias de los gentiles», frase que sugiere algunas diferencias entre las congregaciones más judaicas y otras más helenizadas. Gordon Fee ha notado diferencias en la manera en que Pablo trata el tema de la mujer cuando escribe a iglesias influidas por la cultura romana (como Filipos o la misma Roma) que cuando se dirige a iglesias más culturalmente griegas (Corinto y Efeso, donde ministraba Timoteo). Las distintas mentalidades nacionales siempre se han expresado en diferentes maneras de plasmar la vida del Espíritu en las prácticas llevadas a cabo en determinados contextos sociales. Con esto y con todo, hemos de asegurar que las congregaciones étnicas sirvan para afirmar su propia cultura y no se conviertan en reductos pintorescos irrelevantes, ni tampoco en tapaderas de problemas sociales que saldrían a flote si los creyentes entrasen en una proximidad transcultural demasiado comprometedora. La declaración de Lausana respecto al principio de la unidad homogénea ya lo advertía: Sabemos que una cultura extraña puede ser una barrera a la fe. Pero sabemos igualmente que la segregación y la disensión en la iglesia también son barreras a la fe. Si hemos de escoger, pues, entre consentir la segregación en aras de un mayor crecimiento eclesial numérico y luchar por la reconciliación –aunque suponga sacrificar el crecimiento numérico– nos encontramos inmersos en un dilema doloroso. Algunos de nosotros hemos experimentado en nuestra propia carne los males del tribalismo en Africa, del racismo en América, de la casta en la India, y de la injusticia económica en América Latina y otros lugares, y todos nos oponemos a estas aberraciones. En tales situaciones, ninguno de nosotros podría desarrollar con una conciencia tranquila iglesias basadas en la homogeneidad si parecen ignorar –o peor aún, tolerar– los problemas sociales. Al mismo tiempo, algunos de nosotros pensamos que la proliferación de iglesias basadas en la homogeneidad a menudo puede aportar soluciones para esos mismos problemas.9 Es una empresa ambiciosa montar todo un ministerio de este tipo a un grupo étnico determinado. Si demuestra ser una cultura con respuesta, veremos que pronto se levantan líderes naturales y maestros dotados, y el liderazgo adquiere tintes culturalmente orientados. Pero esto no siempre ocurre, y podría ser necesario aportar recursos durante mucho tiempo. Siempre habrá la tentación de lanzar una OPA espiritual y asimilar a los nuevos convertidos en la cultura de la iglesia madre. Agrupaciones culturales basadas en la edad La linea divisoria más obvia de la sociedad moderna es la que separa las generaciones. Durante los últimos cincuenta años, se ha gastado mucho dinero en explotar las diferencias entre ancianos y jóvenes. El proceso empezó con la aparición de la música rock ‘n’ roll alrededor de 1953, cuando fabricantes y publicistas se despertaron al hecho de que en medio de una economía estancada después de la segunda guerra mundial, los jóvenes dispusieran de más dinero que otros sectores de la población, y por tanto constituían un blanco fácil del marketing, si se les hacía sentir especiales y diferentes. De este modo, empezó a promoverse la cultura juvenil con fines comerciales y a comentarse en la prensa «el abismo generacional». Durante el último medio siglo, este proceso ha crecido y se ha afinado, culminando en el libro de William Strauss y Neil Howe, Generations: The History of America’s Future, 15849 Documento 1 de Lausana, «The Pasadena Consultation-Homogeneous Unit Principle» (La consulta de Pasadena-el principio de la unidad homogénea), a http://community.gospelcom.net/Brix?pageID=14290 10 2069 (Las generaciones: la historia del futuro de América, 1584-2069).10 Strauss y Howe intentan definir las características de cada generación en la historia de Estados Unidos, desde la «generación puritana» de 1588-1617, y proyectar probables cambios futuros. Su estudio provocó un interés enorme, no sólo entre publicistas (Calvin Klein, por ejemplo, desarrolla una nueva fragancia orientada hacia la generación «tecnosexual», y hasta han sacado el copyright de la palabra pensando que mejor describe a los mileniales) sino también entre jefes de trabajo que buscaban la mejor manera de tratar a la nueva generación de trabajadores. Los mileniales están entrando en el mercado de trabajo, y los que contratan se están moviendo para descubrir todo lo que puedan acerca de ellos. ¿Son iguales a los de la generación X, pero dopados? ¿O forman una raza completamente nueva? ¿Cómo elegirán carrera? ¿Y por qué motivos? ¿Qué cambios provocarán en el mercado de trabajo? ¿Qué buscan cuando mandan su currículum a monster.com? ¿Cuál es su ética de trabajo? ¿Qué tienen de únicos? ¿Cómo han de motivarles los managers más inteligentes?11 Están sacando conclusiones como éstas: Los mileniales quieren trabajar en equipo, agrupándose para hacer vida social antes de formar parejas. Trabajan bien en grupo, optando por este método antes que el esfuerzo individualista. Valen para hacer múltiples tareas a la vez, habiendo hecho malabarismos desde pequeños entre el deporte, la escuela, y la vida social, así que puedes exigirles un trabajo duro. Los mileniales parecen desear cierta estructura en el lugar de trabajo. Reconocen y admiten las posiciones y los títulos, pero buscan una relación personal con el jefe. Esto no siempre encaja con el estilo típico de la generación X, que ama la independencia y la libertad de acción.12 Este tipo de reflexión ha llevado a algunos obreros del Señor a abogar por la necesidad de una nueva modalidad de ministerio adaptada a la generación venidera. He aquí un botón de muestra, de parte de Karen Ward, de la Iglesia Luterana Evangélica de América: En cuanto al discipulado cristiano, los rasgos de los mileniales reclaman un enfoque en el «ministerio de», más que un «ministerio a» esta generación. En otras palabras, lo que se requiere con esta generación no es un «ministerio de jóvenes», sino la cultivación del ministerio de ellos, de los propios jóvenes. De modo que los adultos que acompañan a los jóvenes en su ministerio, ocupan el papel de mentores y directores espirituales, más que de maestros. El discipulado eficaz de esta generación les concede espacio para descubrir y luego emprender su propio viaje en Cristo. Los líderes adultos pueden ayudar a los jóvenes en su discernimiento, al proveerles de verdaderas herramientas espirituales y no sólo fomentando actividades novedosas. La formación en la fe a través de la oración y la reflexión sobre las Escrituras, el crecimiento en la gracia a través de relaciones de confianza, y una adoración centrada en Cristo, todo esto suplirá a los mileniales con la «leña» sustanciosa que necesitan para prender fuego a su fe y su amor, y para echar mano de los ministerios centrados en la compasión y el servicio que parecen nacidos a realizar.13 10 William Strauss y Neil Howe, Generations: The History of America’s Future, 1584-2069, New York, 1991. 11 Ver www.generationsatwork.com/articles/millenials.htm 12 Ver www.abanet.org/lpm/lpt/articles/mgt08044.html 13 Ver www.elca.org/youth/helpsheets/millennials.html 11 Si todo esto es así, hemos de revisar nuestras nociones preconcebidas acerca del ministerio a los jóvenes, y los programas que tradicionalmente ofrecemos, para hacer discípulos de la manera más apropiada entre la generación que se levanta, y animarles desde lo mejor que ellos pueden ofrecer. Ciertamente parece verosímil que el trasvase acumulado de los puntos de vista de las últimas dos generaciones ha forjado una cultura juvenil que se encuentra cada vez menos a gusto con las estructuras que a los boomers les parecen normales. Esto, tanto como el posmodernismo, es la dinámica detrás del movimiento «emergente» (o «conversación», como ellos mismo lo definen…«es que la palabra ‘movimiento’ suena tan a los años 60…»). Ahora bien, una iglesia pequeña no tiene por qué preocuparse en este punto, si se esfuerza en forjar vínculos entre las generaciones y asegurar que las aportaciones de los jóvenes se valoren tanto como las de los mayores. El hecho es que los jóvenes soportarán muchas prácticas desfasadas y el lenguaje religioso más incomprensible si se sienten amados por los adultos que les infligen estas cosas. En una iglesia más numerosa, sin embargo, es fácil que los jóvenes se vean cada vez más marginados de las formas ordinarias de culto, y que busquen el estilo de adoración en que el movimiento emergente ha sido pionero: descentralizado y personal, más que dirigido conforme a guiones establecidos; inspirado en una enseñanza narrativa más que proposicional; y viviendo de forma misional dentro de una cultura que abrazan en vez de alejarse de una cultura que condenan. No será necesariamente una congregación solamente de jóvenes; como han demostrado los que lideran el movimiento emergente, hay personas de todas las edades que se identifican con este tipo de ambiente congregacional. Sí habrá un espíritu más juvenil, una flexibilidad y una apertura a la cultura actual, que no suele caracterizar nuestras iglesias más tradicionales. «Las iglesias emergentes,» afirman Eddie Gibbs y Ryan Boler, «tiran abajo la idea histórica de la cristiandad, de que la iglesia es un lugar, una reunión, o una hora del día. La iglesia es una manera de vivir, un ritmo, una comunidad, un movimiento.»14 Es cierto que la mayoría de las congregaciones de este tipo no forman parte de una iglesia más grande, en que tengan que convivir con creyentes más conservadores; por regla general, han declarado su independencia y se han lanzado solos. A veces, puede ser la única manera. Como ha dicho Bill Hybels, en otro contexto muy diferente, suele ser más fácil empezar una iglesia nueva que cambiar la cultura eclesial de una iglesia establecida, de modo que separarse puede ser la solución más práctica. Sin embargo, si nuestras iglesias pueden incorporar este tipo de diferencias sino romper la comunión, merecerá la pena, y todos saldrán enriquecidos y fortalecidos. Agrupaciones culturales basadas en la experiencia En último lugar, como hemos señalado arriba, la tendencia actual entre los que empiezan a visitar una iglesia gira más en torno a pertenecer, antes que creer. Esto significa que en muchas de nuestras iglesias asiste un grupo de simpatizantes que se sienten identificados con la iglesia en algún sentido, aun cuando no dirían que estén preparados para un programa intensivo de discipulado bíblico. Tradicionalmente, hemos tratado a los inconversos que asisten al culto como si fueran visitas a la fiesta de otro: bienvenidos ciertamente, pero extraños después de todo. La iglesia de Willow Creek puso patas arriba este modo de tratar al inconverso, al demostrar poderosamente que una iglesia abierta al «buscador» puede ganar mucho al dar prioriodad a las inquietudes de los que no son miembros, si revisa todos los aspectos del culto con el fin de hacerlo lo más acogedor y accesible posible a las personas de fuera. Tiene sentido –sobre todo en nuestra cultura occidental de «busque, compare, y compre»– esforzarnos en agradar al no cristiano, para que vuelva a la próxima reunión; las personas tienen mayores posibilidades de decidir por Cristo cuando han escuchado el evangelio durante un período largo de asistencia regular, que si 14 Eddie Gibbs y Rayn Bolger, Emerging Churches: Creating Christian Community in Postmodern Cultures (Iglesias emergentes: creando comunidad cristiana en culturas posmodernas), Grand Rapids, 2005. 12 los invitamos una o dos veces al año a una reunión evangelística especial. La gente del mundo moderno se ha acostumbrado a tomar con calma las decisiones trascendentales; no asumen compromisos a la ligera, sino toman su tiempo para considerar todas las ramificaciones ante de elegir una opción concreta. Han visto demasiadas «ofertas especiales» trucadas, han sufrido de demasiada publicidad engañosa. Sólo si conseguimos mantener su atención y seguir con la conversación podremos incidir de una forma real para que su vida se transforme. (Es por eso que toda página web comercial te invita a hacerte «miembro» inmediatamente y suscribirte para recibir sus noticias electrónicas.) No todos seremos tan radicales como los hermanos de Willow Creek, colocando todas las funciones de enseñanza y adoración en reuniones entre semana, para que el prime time de fin de semana se dedique exclusivamente a actividades para buscadores. Algunas iglesias, sin embargo, harían bien en plantear la creación de una congregación dentro de la iglesia con las características de «apertura al buscador»; las ventajas podrían ser importantes. La iglesia de St. Peter’s, de Harrogate, es una iglesia evangélica anglicana en el norte de Inglaterra que carecía de jóvenes adultos entre 20 y 30 años. Los miembros observaron que muchos de ese grupo pasaban los sábados por la noche en el centro comercial del pueblo: primero de compras y luego en actividades de ocio. Decidieron hacer la prueba de lanzar un culto los sábados por la noche llamado «Rock ConneXion» (Conexión con la Roca), dirigido a este sector de jóvenes adultos. Resultó atractivo, pero descubrieron que el impacto fue mucho mayor de lo que esperaban: Así que ¿a quiénes atraemos? Nuestra sorpresa fue descubrir que, a pesar de orientar la reunión al principio a los amigos invitados, muchos han entrado en Rock ConneXion de la calle, entre ir de compras antes e ir al cine después. La edad media varía, desde jóvenes de quince años a personas con sesenta; al haber dado el salto de meterse en un local de iglesia –por primera vez en años– muchos vuelven después. En segundo lugar, un buen número de trabajadores jóvenes inmigrantes de Europa (niñeras, auxiliares de sanidad, etc.) se han comprometido plenamente con el Señor aquí. Los recursos multimedia despiertan el interés de los que están aprendiendo inglés, y les permite acceso al mensaje de las maneras más variadas. En tercer lugar, aunque no habíamos previsto esto, algunos sincasa de Harrogate (sí los hay) acudieron atraídos al principio por el café y las pastas. Ahora vemos indicios de un impacto más profundo en sus vidas, y varios hombres jóvenes participan plenamente en el culto. Hemos iniciado un programa llamado «Celebra la recuperación»: primero para formar a líderes de grupos, y luego para trabajar con miembros de la congregación que luchan con distintos tipos de adicciones (drogas, alcohol, etc.).15 El dilema que surge en cualquier proyecto innovador de este tipo es ¿qué viene después? Cuando las personas se convierten a Cristo por medios que distan mucho del resto del programa de la iglesia, se nos plantean dos opciones: tender puentes para que se incorporen en las formas establecidas de la iglesia, o crear estructuras nuevas que responden a sus necesidades. (Esto ha sido la solución en la iglesia de St. Peter’s: «La atención pastoral más allá del evento de los sábados consiste en grupos caseros entre semana, incluido el de Thirst/Sed, el grupo de jóvenes, que ahora cuenta que unos quince participantes.»16) El argumento a favor de la opción de plantear nuevas estructuras es la cada vez más acusada dificultad de impartir una enseñanza significativa, que toque tanto las necesidades de los miembros de larga duración como las de los creyentes nuevos. Ha habido un desmoronamiento en la sociedad occidental de las normas bíblicas de conducta y las formas de relacionarse entre unos y otros, que en otras generacions no se cuestionaban. Esto significa que 15 16 Artículo sólo para miembros: www.run.org.uk Ibid. 13 los creyentes nuevos que hoy entran en nuestra comunidad tienen una gran necesidad de aprender y absorber cosas que para los recién convertidos de otras épocas se daban por sentadas. Hagamos lo que hagamos, es imperativo un espíritu de bienvenida. Las estructuras impersonales y los procedimientos burocráticos dominan la vida moderna de tal manera que cualquier negocio que se precie ahora ha de esforzarse sobremanera para transmitir una imagen cálida, personalizada, afectuosa. La gente no se cree la publicidad necesariamente, pero han sido condicionados a contar con el toque personal; si las agencias comerciales, las páginas web, y los vendedores de todo tipo hacen lo imposible por convencer al posible cliente que «aquí estoy a gusto», la iglesia no puede hacer menos. En último término, nosotros poseemos la realidad que los anuncios llamativos, las frases memorables, y el humor calculado del mercado sólo imitan burdamente. En la iglesia de Jesucristo se encuentra la comunidad verdadera que las personas de toda cultura y trasfondo buscan con anhelo. Como queramos modificar las estructuras de nuestras iglesias locales, los que nos contemplan deben sacar la conclusión de que aquí todos son bienvenidos, aquí las diferencias culturales se celebran y se valoran pero no se imponen, que aquí las diferencias entre seres humanos constituyen una fuente de creatividad y admiración, en vez de conflicto. Hemos de construir comunidades que honran y respetan los ancianos y los jóvenes, los que tienen título superior y los que no, los de mentalidad oriental y los de visión occidental. Tienen que ser comunidades donde todos son iguales y Jesús es supremo, anticipando aquella multitud incontable reunida en torno al trono de Dios y el Cordero. Entonces todos sabrán que somos sus discípulos, por el amor que tenemos los unos por los otros. Conferencia impartida en Wiedenest (Traducción: Esteban Rodemann) 14