LOS ESPAÑOLES ANTE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA 193 LOS ESPAÑOLES ANTE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA José Manuel Cuenca Historiador y Catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba. ∗ Después de la gran empresa de la Transición, las mismas generaciones que habían realizado esta hazaña civil asumieron la responsabilidad de dar respuesta al otro gran desafío de su tiempo. Demostrando una capacidad creativa con pocos paralelos en la historia peninsular, sus hombres y mujeres consiguieron anular la solución de continuidad que en muchos aspectos establecían los Pirineos. Retó lo que se creía un maleficio y lograda la plena integración de España en el Viejo Continente, era lógico que las energías europeístas se debilitasen por algún tiempo así como la tensión creadora de alguno de sus más ardorosos militantes. La controversia en torno a Maastricht fue, como en otras naciones de la Unión Europea, el punto de inflexión. El duro impacto de la crisis económica coadyuvó grandemente a es_______________________________________________________ ∗ Jornada de Córdoba. 13 de diciembre de 2002. LA INTEGRACIÓN EUROPEA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA 194 ta pérdida de pulso que sería arriesgado estimarla hoy superada. Encuestas varias, a propósito de diversas manifestaciones de la vida nacional, colocan a nuestros compatriotas en los primeros lugares del sentimiento europeísta de los, ya por poco tiempo, Quince países de la Unión. Es lícito y también quizás acertado ver tales estadísticas a la luz de una aspiración largamente insatisfecha. Europa fue para los españoles durante mucho tiempo —igual cabría decir para los portugueses— el compendio de sus mejores anhelos de civilidad. Es natural, por consiguiente, que su inercia se prolongara a través de cualesquiera desencanto u obstáculo aparecidos en el camino posterior. Hoy nos encontramos en esta coyuntura, previsiblemente pasajera. El reenganche de la sociedad hispana con alguna de las ideas-fuerza de la construcción europea todavía no se ha producido. Nos hallamos, pues, a la espera de embarcarnos en otra travesía de la aventura de edificar nuestro mundo más cercano e íntimo conforme a los ideales de desarrollo, solidaridad y paz que constituyen el desideratum de la conciencia colectiva de los europeos de comienzos de siglo. Esta circunstancial atonía o languidez no ha dado paso, por fortuna, a ningún retorno del sentimiento nacionalista, ni a ningún repudio masivo del europeísmo, a la manera, por ejemplo, de lo que ha sucedido en Francia, tras un formidable y, en gran parte, admirable debate intelectual y político. Observar la ausencia de una polémica semejante, según se hace en ocasiones, como una prueba de rechazo del pueblo LOS ESPAÑOLES ANTE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA 195 español a la tarea más importante de cometido histórico, resulta muy probablemente desacertado, sino, injusto. Menos desarrollada su opinión pública que la del país vecino, menos cultas sus élites y más átonos sus partidos políticos, no puede sorprender el bajo perfil delineado por su posición ante los problemas —ciertamente, de gran envergadura, parte de ellos— que hoy se alzan frente a la materialización del sueño europeo. Con sectores políticos anclados en una visión decimonónica de la Historia, con otros engolfados en sus querellas internas o en la consecución de objetivos a corto plazo, sería un milagro que nuestra aportación a Europa, en un momento acaso decisivo para su fisonomía última, fuese algo más que discreta o de notable calidad intelectual. El presente y comprensible estadio de estancamiento más que de reflujo del ideal europeo en la sociedad española muy pronto se dejará atrás. Cuando el horizonte del 2004 se recorte más claro y apremiantemente, cuando la “Europa de los Veinticinco” adquiera carta de naturaleza, un nuevo impulso europeísta recorrerá la entraña más viva de un viejo pueblo que no desea derrumbarse en la cuneta de la Historia. El español medio conoce o presume que en la próxima etapa, acaso decisiva, las dificultades volverán a darse cita en el despliegue de un nuevo escenario del paisaje que habrá de recorrer hasta otro gran fin de etapa en la construcción de la unidad del Viejo continente. Pero, más allá del catálogo en todo momento copioso de los escollos e inter- LA INTEGRACIÓN EUROPEA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA 196 rogantes de una gran empresa, es necesario que la opinión pública española se familiarice con los retos básicos de la construcción europea. Reducida es la bibliografía de cuña hispana acerca de la cuestión, por lo que es indispensable como urgente que los estudiosos e investigadores de las más jóvenes hornadas aporten su concurso a un acrecentamiento sustantivo de dicho caudal documental y analítico. En la actualidad, las interpretaciones más novedosas se centran en torno al tema siempre capital de los límites y fronteras estatales. Pues, en efecto, Historia y Geografía semejan imponer, en Europa como fuera de ella, unas premisas que no pueden olvidarse sin grave peligro de deturpación en la identidad de los pueblos y en el afianzamiento de los grandes ideales políticos. La expansión de la Unión Europea al norte del límite de la romanización plantea serias dudas sobre su viabilidad a ciertos comentaristas y hombres de Estado. Incertidumbre que se troca en angustia al contemplar cómo se desea, desde muchas cancillerías y tribunas, la pronta entrada en la jurisdicción bruselense de Rusia y las tierras tradicionalmente en su órbita. Sin negar la buena y, si se quiere hasta poderosas razones que abonen las tesis de los partidarios de la incorporación de aquel gran país, resulta difícil rechazar la idea de que tal ingreso implicaría la destrucción a corto plazo de la Unión. No es cuestión, por supuesto, de primar así los intereses económicos ni tampoco de privilegiar una visión mercantilista de la realización del ideal europeo, sino, muy por el contrario, de no olvidar la lección elemental de los condicionamientos físicos y espirituales. LOS ESPAÑOLES ANTE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA 197 Aparte de que la extensión y ampliación de cualquier ente colectivo e institucional suele redundar en detrimento de su intensidad y duración, el ámbito de la Europa oriental y, aún más propiamente, el ruso pertenece al desenvolvimiento económico de lo que el más grande historiador del siglo XX, F. Braudel, llamaba espacio oriental, desde Odessa a Vladivostok. En estos territorios no sólo son las actividades materiales las que han poseído secularmente un ritmo y cadencia propios, sino que es también su herencia histórica la que impone —sin comparaciones cualitativas desterradas hoy de la historia cultural acaso un tanto exageradamente (...)—, repetimos, el legado histórico que parece determinar rupturas y separaciones. La vida política y social, como la religiosa y la cultural, han seguido allí sendas diferentes de las recorridas por las naciones de la Europa occidental. No cabe ocultar, sin embargo, que una investigación rigurosa encontraría rasgos comunes, notas similares en su trayectoria común. Pero no es menos cierto que dichas afinidades están lejos de asegurar, ni siquiera a medio plazo, el perfecto ensamblaje de las dos esferas. A pesar de la aceleración de la Historia en nuestros días, del afán de superar los nacionalismos con el antídoto de la universalidad y la anchura de horizontes existen empresas fuera del voluntarismo y del apresuramiento de políticas y tácticas. Pasado, presente y porvenir deben conjugarse en la realización de una Europa cohesionada, no excluyente, y menos aún insólidaria pero prudente a la hora de marcar calendarios y trazarse metas. Con su delincuencia o inoperancia nadie ganará. LA INTEGRACIÓN EUROPEA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA 198 Pensar, para un español, en la Europa a cuya construcción deberá aportar su esfuerzo como persona individual y colectiva no es malgastar el tiempo. Precisamente, uno de los mayores déficit que se endosa a los responsables de la Unión Europea es su falta de imaginación y entusiasmo a la hora de diseñar una pedagogía europeísta, un amplio foro de diálogo y encuentro de los ciudadanos, en el que se estableciera un verdadero debate sobre las cuestiones más esenciales y urgentes de la mayor empresa en la que se encuentran inmersos los habitantes del Viejo continente. Los eurófobos —pues también existen ejemplares de esta fauna; hasta en los lugares más inesperados— hablan de encontrarnos frente a un mito más que ante una realidad, pero si así fuera, tampoco habría que desanimarse en exceso, ya que de ordinario, aquellos movilizan el caudal de energía necesaria para la cristalización de los grandes ideales. Un repaso ligero a la historia del movimiento europeo —¿cuándo se implantará como asignatura obligatoria en las disciplinas del Bachillerato?— deja ver cómo los intentos de unificación han provenido de una vía bélica y acompañado a la política de los caudillos militares. El fracaso de sus aventuras guerreras fue seguido del esbozo de grandiosos planes reconstructores, por lo común, faltos de realismo y producto aislado de personalidades a la vez relevantes y fantasiosas. Sólo tras el cataclismo de 1939-1945, los proyectos de unidad cuajaron con argamasa democrática y así quedó firmemente rubricado en la Roma de 1957. LOS ESPAÑOLES ANTE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA 199 Es pues claro, que para construir el edificio que albergue la inmediata convivencia de nuestro continente, la opinión pública de sus diversos integrantes debe hacer oír su voz en escala mucho más amplia y continua de lo observado hasta el momento. En ciertos países la polémica en torno a Maastricht ha servido, entre otras cosas, para poner de relieve la escasa cultura europeísta del ciudadano medio. En tal apatía o desconocimiento se ha escudado la poderosa burocracia bruselense para planificar desde arriba un porvenir que, al conquistarse con el esfuerzo de todos, tendrá que ser también el fruto de un ancho concurso social. Sin sentirse auténticamente apremiados por sus electores, los diputados de Estrasburgo no han encauzado su trabajo primordial hacia el fomento de unas expectativas de unidad que hiciera imposible el prevalecimiento de los viejos resabios nacionalistas y el consiguiente freno de algunos Estados a su materialización. Pues, si en la vertiente económica la integración requiere unos plazos que sería suicida acortar, no sucede igual en la política, donde las aduanas son más fáciles de suprimir y menos arriesgado la apertura de grandes espacios, debido, singularmente, a unos basamentos culturales más semejantes y firmes que los materiales. ¿Habría, por consiguiente, que haber invertido las pausas que han ritmado la formación de la Unión Europea y colocado sus objetivos políticos sobre los económicos? La respuesta es, sin duda, negativa. Pero es patente que, no obstante las declaraciones oficiales en contrario, la integración política ha pesado menos que la creación de un mercado único a la hora de las declaraciones de los despa- LA INTEGRACIÓN EUROPEA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA 200 chos y Consejos de Ministros. Una figura tan poco sospechosa para los eurócratas, como Jacques Delors, reconoció en dicha preterición la carencia más ostensible de su largo mandato. Un camino de solución al divorcio hoy existente entre las instituciones comunitarias y la opinión pública, cara a las metas y los ritmos de la construcción de su nueva Europa, es el de aceptar que la envergadura de la empresa se corresponde con las de sus dificultades. Acaso en aras de una integración suave los jerarcas de Bruselas hayan incurrido en la tentación de difuminar las aporías y resistencias del mayor reto afrontado por las actuales generaciones europeas. El pasado resalta los obstáculos que se alzaron en el tránsito de un estadio a otro en los grandes capítulos que jalonan la historia de nuestro continente. Su configuración política fue un proceso de horizontes paulatinamente más amplios, con irrefrenable pérdida de soberanías locales y regionales en beneficio de otras de mayores dimensiones. Algunos de los países de más peso en lo que todavía sigue siendo en muchos aspectos un Club más que una Comunidad, se conformaron durante siglos por el Estado Nación. Por ende, su visión de la Unión Europea está impregnada por un estatocentrismo todavía muy vivo en sus cuadros administrativos y sociales. Ha de rendirse justicia a los padres de la Comunidad Europea y reconocer que su ideal radicaba más que en la creación de un mercado único que asegurara la prosperidad del viejo continente, en la superación de los conflictos genera- LOS ESPAÑOLES ANTE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA 201 dos por un nacionalismo militante, con apoyo en la opinión y en los Estados. De ahí, por tanto, que los recelos suscitados a propósito de la reunificación alemana y de los equilibrios estratégicos entre las diferentes plazas del mosaico europeo y de otras múltiples cuestiones de igual índole deban estrellarse ante un patriotismo europeo a la vez integrador y superador del nacional. La cesión o abandono de porciones más o menos sustanciales de la soberanía e identidad propias no se hará nunca en nombre de un ente abstracto o de razón. Europa sólo será una realidad viviente y operativa el día en que tal acontecimiento tenga verdaderamente lugar. Como sucede en el plano económico, en el que la UE representa, ante todo, un marco de gestión de divergencias y elaboración de compromisos que encuentra una resultante fructífera a las distintas posiciones de sus miembros, habrá que hallarse una vía que, con abandono de cualquier enfoque en términos de hegemonías nacionales, asimile la herencia de un largo pasado y haga primar el interés de Europa por encima de cualquier otro, convirtiéndose en quiméricos los conflictos de legitimidad entre sus Estados. Para ello —remachamos la idea-guía de estos artículos— será necesario que el debate europeísta, la búsqueda y discusión de las raíces del sentimiento de su unidad se extiendan de los foros económicos y tribunas académicas a plazas y calles. Todo lo concerniente a esta tarea histórica se ha desarrollado hasta el presente con un sesgo excesivamente tecnocrático y, a veces, esotérico. En tales desplazamientos, los organismos mediáticos habrán de jugar un papel destacado. Su penetración en la masa de los diferen- LA INTEGRACIÓN EUROPEA Y LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA 202 tes países los erige en elemento decisivo para esta cruzada europeísta. Aunque es creciente el esfuerzo desplegado en tal sentido por la prensa y la televisión, no hay duda de que apenas si se ha desbrozado el camino. Lo mismo cabría decir de la labor emprendida por municipios y otras instituciones muy próximas e influyentes en la ciudadanía. A lo largo de los siglos, los países del Europa han conseguido todas las miserias derivadas de un antagonismo de carácter fraticida. Heridas y rencores subsisten aún entre algunos de sus pueblos. Solamente una preparación educativa y sicológica que dote a las jóvenes generaciones de un patriotismo y de unos reflejos europeístas hará que, cruzada ya la frontera del siglo XXI, el viejo continente sea el foco más irradiante de solidaridad y cooperación de todo el mundo.