INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA Fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N.936 María, morada viviente de Dios Nuestro corazón rebosa de alegría por todo lo que hemos vivido en este último período. La elección del Papa Francisco, como sucesor de Pedro y obispo de Roma, ha traído un fuerte viento de Espíritu Santo, un aire de primavera. Encontramos a muchas personas que espontáneamente expresan su alegría y una nueva esperanza al sentir la cercanía del nuevo Papa. Dejémonos penetrar por la alegría pascual, renovando nuestra adhesión al Señor Jesús con fe y entrega total. En nuestro corazón conservamos un profundo agradecimiento por el Papa emérito Benedicto XVI, que ha renunciado al pontificado con un admirable gesto de amor. Él ha enriquecido a la Iglesia y al mundo con un magisterio profundo de gran actualidad. La historia revelará cada vez más cómo el Señor se ha manifestado a través de él. También, la fiesta de la gratitud a nivel mundial es siempre motivo de gran alegría, que alimenta el sentido de familia, de profunda comunión y de compartir en solidaridad. Renuevo mi agradecimiento a la Inspectoría India Santo Tomás Apóstol, de Chennai (INM), por la calidad de la animación de esta cita anual que ha involucrado a todo nuestro Instituto y a las comunidades educativas. Otro momento importante es el arranque de la preparación al CG XXIII. En diversas realidades inspectoriales ya se ha iniciado la lectura personal de la carta de convocatoria: En preparación al Capítulo General XXIII, y se está programando cómo proceder para la profundización y la participación partiendo del documento. Estoy segura que todas nos sentimos responsables e implicadas en este camino de Instituto. Os doy las gracias porque sois “piedras vivas” de aquel monumento soñado por don Bosco y que nosotras queremos mantener vivo, liberándolo del polvo que puede haber empañado la belleza de los orígenes. Todas estamos empeñadas en seguir construyéndolo, respondiendo a las nuevas llamadas de la historia. El desafío que hemos de acoger como Instituto es mantener la fidelidad al carisma, indicando el camino que permita responder a las exigencias educativas inéditas y anunciar la buena noticia del Evangelio de Jesús. El Papa Francisco ha subrayado cómo, paradójicamente, precisamente porque se es fiel, se cambia. La fidelidad siempre es un cambio, un florecer, un crecimiento, porque el Señor realiza un cambio en quien le es fiel. Nuestra alianza de amor es vida y la vida evoluciona gradualmente y continuamente. Es cuanto deseo que suceda a cada una de nosotras en nuestro Instituto: que seamos alegremente fieles a los orígenes y valientes en acoger el dinamismo del carisma a la luz del Espíritu Santo. Expreso un especial agradecimiento a las FMA mayores y a las enfermas que constantemente rezan y ofrecen para que nuestra vida y misión responda cada vez más a las expectativas de Dios y de los jóvenes de hoy. Con esta circular pretendo detenerme en un punto de la carta de convocatoria del CG XXIII: María, morada viviente de Dios. Mujer de fe que acoge la Palabra Miramos a María que, con su sí, se convirtió en regazo de la Palabra. Ella es el primer tabernáculo que acogió y custodió a Jesús; es la primera evangelizadora que se hizo misionera al irse sin dudar a casa de su prima Isabel. Ciertamente fue para prestar su ayuda, pero sobre todo para compartir con ella el estupor y la alegría que llevaba en su seno. Sólo con Isabel podía hacerlo, porque también ella custodiaba el milagro de la vida de aquél que sería el Precursor. Un encuentro divino y exquisitamente humano que nos habla también a nosotras, llamadas hoy por vocación a darnos recíprocamente en las relaciones humanas verdaderas, auténticas, trasparentes; a ser pequeñas luces de esperanza las unas para las otras. Una esperanza que, como recientemente ha dicho el Papa Francisco, no hay que dejarnos robar. Para experimentarlo, es necesario descentrarse de sí mismas, dejarse mover por la fuerza del amor que sabe ir hacia los demás, a través de la novedad de las pequeñas experiencias que presenta la vida de cada día. Descubrirlas nos ayuda a dejar de lado las distracciones y nos da el valor para sincerarnos con nosotras mismas y dar gracias a Dios que generosa e incansablemente nos da Su amor a través de situaciones y personas. La página bíblica que encontramos en la carta de convocatoria del CG XXIII recorre las etapas bíblicas de la vida de María que edificó su vida sobre la roca. Ella es para nosotras, para las comunidades educativas y para las jóvenes generaciones, modelo de total abandono a la Palabra. Estamos invitadas no sólo a leer, sino a meditar y rezar la reflexión bíblica que se nos ofrece en la carta anteriormente citada, y dejarnos iluminar por la luz del Espíritu Santo. Ello nos será de gran ayuda para comprender cómo preparar la casa para acoger la Palabra. Será una oportunidad para “recibir en casa a María” con amor de hijas. Que sea ella quien nos lleve a Jesús, nos ayude a creer, a esperar y a amar. Sólo con esta experiencia de encuentro estaremos en condiciones de anunciar el Evangelio a las jóvenes generaciones y hacerles experimentar la belleza de la fe. Reabrir las puertas de nuestra vida a Aquella que es Madre y Auxiliadora nos ayuda a profundizar un aspecto importante de nuestra espiritualidad, que debemos hacer resplandecer con toda su luz. Por consiguiente, queridas hermanas, abramos las puertas de nuestra casa como hizo Juan a los pies de la cruz. Después de las palabras de Jesús: «He aquí a tu Madre» (Jn 19,27), él la acoge no sólo en su “casa” como alojamiento material, sino en su vida, en su corazón (cf. En preparación al Capítulo General XXIII, p. 20). Deseo que acojáis con todo vuestro ser a María, que entréis en relación familiar con ella hasta llegar a un explícito entendimiento para ir juntas al encuentro con Jesús. Es necesario en nuestro tiempo descubrir los vínculos entre María de Nazaret y la escucha creyente a la Palabra. Una escucha activa, que interioriza, que asimila; en que la Palabra se hace forma de vida. En María la Palabra se ha convertido en su casa y ella se ha convertido en morada de la Palabra (cf. Exhortación Apostólica Verbum Domini, 28). Es hermoso pensar que también nosotras estamos llamadas a serlo por gracia, a pesar de nuestra pobreza y nuestras fragilidades. Más aún, la pobreza es el espacio abierto donde el Señor de la vida puede ser acogido con alegría y confianza. Estoy en plena sintonía con las palabras del Papa Francisco: «Dios no desea una casa construida por el hombre, sino que desea la fidelidad a su Palabra, a su designio; es Dios mismo quien construye la casa, pero una casa de piedras vivas marcadas por su Espíritu.» (Homilía, 19 marzo 2013). Hagamos de manera que el Señor pueda actuar con libertad con nosotras como pudo obrar con María. No nos dejemos tentar por sentimientos de miedo, titubeo y perplejidad, que pueden insinuarse en nuestra vida dejando entrar al maligno. La mundanalidad espiritual de la que habla el Papa Francisco puede ser un riesgo también para nosotras cuando nos alejamos de la Palabra, cuando cedemos a la superficialidad que entristece la vida y la hace insignificante, infecunda para el bien. María escuchó la Palabra, la acogió y la obedeció. Con ella y como ella estamos invitadas a tener la valentía de ir siempre, personalmente y como comunidad, por el camino que Jesús abre delante de nosotras y a no ceder a los estímulos que el mundo ofrece como camino de felicidad. María nos orienta en el camino de la luz, de la esperanza, de la verdad de la Palabra. Confiémonos totalmente a Ella que ha sido la inspiradora de muestro Instituto y continúa siendo su Maestra y Madre (cf. C 4). Guía en nuestro camino de fe La carta de convocatoria del CG XXIII especifica que con el término casa se entiende un modo de ser y de relacionarse, un clima humano y espiritual hecho de confianza, diálogo intergeneracional, escucha y enriquecimiento recíproco (cf. En preparación al Capítulo General XXIII, p. 7). Se trata de una casa que hay que guardar y construir sobre bases sólidas y graníticas, como ocurrió en Mornese y en Valdocco, donde todo se llevó a cabo con una presencia insustituible: María. “Yo te daré la Maestra” no es una frase retórica o de circunstancia. La historia de nuestra Familia religiosa se ha enriquecido a lo largo de los años con un intenso, solidísimo, amor a María. Donde está María hay futuro, hay apertura a grandes horizontes que van más allá de nuestras programaciones, más allá de nuestras preocupaciones individuales. Don Bosco y la Madre Mazzarello miraron hacia el futuro con gran fe, con confianza ilimitada, con valerosa humildad. En Mornese, como en Niza, María no es un huésped: es presencia constante y familiar. Las llaves de la casa se confían a ella, lo mismo que las del corazón de las personas. Poner las llaves a los pies de la Virgen tiene un valor altamente simbólico. Expresa la serena disponibilidad y no tener nada para sí, sino entregarlo todo a aquella que sabemos que nos ama. Y sabemos que ella lo entrega todo a Jesús. En Valdocco, don Bosco había ya levantado una Basílica como casa de María. Pero no le bastaba. Quería hacerle un monumento de piedras vivas. De aquí la idea del Instituto, madurada en su corazón precisamente en los años en que se estaba construyendo y después inaugurando aquel templo. Él, que había experimentado el poder y la ternura de María en cada etapa de la historia de la Congregación, hubiera querido cantar eternamente la gratitud a una Madre tan solícita y potente. Quiso así nuestro Instituto, como memoria viva de María en el tiempo y en el espacio. El nombre del nuevo Instituto es símbolo de una identidad: Hijas de María Auxiliadora, monumento vivo de gratitud. Si el nombre expresa la identidad mariana del Instituto, a nivel formativo es preciso modelar la propia vida a imagen de María. Lo recomendaba la Madre Mazzarello a las primeras hermanas: “Sed verdaderas imágenes de María.” (Cronohistoria III 216). María en Mornese alimentó la interioridad, la escucha de Dios y de las situaciones; reforzó la comunión en el verdadero espíritu de familia, intensificó el ardor misionero de muchas hermanas. ¡Cuántas FMA, en 140 años de historia de nuestra Familia religiosa, han modelado su vida en María! Como leemos en el Proyecto formativo, la vida de María no es una realidad estática, realizada una vez por todas, «sino una realidad que fluye y penetra en la existencia de las hijas.» (En los surcos de la Alianza, 31). María es Madre porque nos engendra en la fe con todas las exigencias que esto comporta. Acojámosla en casa sin temor. Con ella continuemos nuestro camino en la Iglesia, entre los jóvenes y con los jóvenes. Juntas vayamos con nuevo ánimo, con amor, con la concreción que nuestra espiritualidad requiere. Nos estamos acercando a la celebración del mes de mayo, mes mariano. Salgamos de los esquemas de una oración rutinaria, de un conocimiento superficial de la figura de María, y profundicemos en su rol en la Iglesia, en la historia de la humanidad, en nuestra historia personal y comunitaria. Releamos nuestro camino vocacional a la luz de su presencia y, en la medida de lo posible, compartámoslo entre nosotras. El Seminario Mariano organizado por la Pontificia Facultad Auxilium, en colaboración con el Consejo General a través del ámbito de la Familia salesiana, que tendrá lugar en Roma del 23 al 28 de septiembre de 2013, será para todo el Instituto una ocasión privilegiada para una nueva profundización. Es importante que, después, la reflexión se convierta en testimonio de vida, de manera que la figura de María emerja con toda su belleza. ¿Qué hay más grande y fecundo que la posibilidad de construir con ella una casa que evangeliza? ¿Sentimos viva esta presencia en nuestra vida, en la misión y entre las jóvenes generaciones? Los cambios culturales, la evolución de la historia, las problemáticas sociales y educativas que cada día nos interpelan, ¿nos impulsan a plantearnos cómo podemos ser hoy con los jóvenes una realidad que se deja evangelizar y, por tanto, es fecunda y contagiosa en el anuncio? Permitidme, queridas hermanas, que insista en expresar un deseo profundo: que la preparación del futuro Capítulo General sea para todo el Instituto una oportunidad para que, bajo el soplo del Espíritu Santo y en compañía de María y de las comunidades de fe fundadas en Cristo Resucitado, construyamos comunidades donde nos apoyemos unas a otras con ánimo de dejarnos transformar por la Palabra; comunidades que resplandezcan de gestos de bondad, de ternura, de perdón, de pasión apostólica. Una aportación de cada una de nosotras y de cada comunidad para preparar el Capítulo General XXIII, junto con la oración y el compartir, ¿no podría ser la decisión de no pensar ni hablar mal unas de otras sino valorar lo positivo que hay en cada una, y tener esta misma actitud para con los jóvenes y todas las personas que comparten la misión? Cada pensamiento, cada palabra, cada gesto es una semilla que marca la historia en positivo o en negativo, un germen de vida nueva o semilla de muerte. Pienso que esta decisión puede cambiar el aire de cada casa. ¿Por qué no lo probamos? Son gestos que nos enseñan a salir de nosotras mismas, como subrayó el Papa Francisco, para ir hacia las periferias de la existencia; dar nosotras el primer paso hacia nuestros hermanos y hermanas, sobre todo los más alejados, los olvidados, los que tienen necesidad de mayor comprensión, de consuelo y de ayuda (cf Audiencia general, 27 marzo 2013). En todas nosotras hay un deseo grande de hacer crecer en nuestros ambientes un auténtico espíritu de familia, de aceptarnos unas a otras con sinceridad y rectitud, gozando con quien goza y sufriendo con quien sufre, llevando luz y amor a las personas con quienes tratamos, empezando por las más cercanas. La ternura no «es la virtud de los débiles, antes al contrario, denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro; capacidad de amor. No debemos tener miedo a la bondad, ni a la ternura.» (Papa Francisco, Homilía 19 marzo 2013) Nuestra profunda alegría, que nadie puede quitarnos, viene de ser radicalmente buenas, de la misma bondad que Jesús tiene hacia nosotras, sin preferencias ni discriminaciones. No nos faltan pruebas ni desafíos. Estos nos acercan a la cruz de Jesús, pero son preludio de alegría y de esperanza sostenidas por la fe: «Cuando soy débil, es entonces cuando soy fuerte.» (2Cor 12,10). Miremos la cruz con la mirada de María que, incluso en el gran sufrimiento de su corazón de Madre, vio en ella el supremo acto de amor, de entrega, de vida de su Hijo por la humanidad, por nosotros, por mí. Ésta es la condición para que nuestras casas sean lugares vocacionalmente propositivos, donde Dios se revela a través de pequeños gestos cotidianos. Necesitamos ir a las raíces, a la esencialidad de nuestra vida. María es nuestra ayuda en este camino no fácil pero feliz, con una felicidad que no es conquista nuestra, sino fruto de la gracia del Espíritu Santo que actúa con fuerza innovadora en nosotras. Maestra que nos acompaña en la construcción de una casa junto a los jóvenes «Jesús no tiene casa porque su casa es la gente.» (Audiencia general, 27 marzo 2013). Cuando escuché esta expresión del Papa Francisco me dije: la casa somos todas nosotras FMA, son los jóvenes, los más lejanos, los más pobres, los privilegiados de Jesús. Los que sufren la dureza de la vida, la indiferencia y la derrota, los que carecen de puntos de referencia abiertos a la esperanza, a un futuro más humano. Jóvenes buscando el porqué y el para quién vivir. Jóvenes dispuestos a construir una nueva morada para una nueva humanidad. Preguntémonos: ¿cómo ser hoy, con los jóvenes, casa que evangeliza? Me refiero otra vez a las entusiastas y concretas palabras del Papa, con las cuales nos sentimos en perfecta sintonía. El cómo lo podemos tomar de la confianza con que él mira a los jóvenes y del entusiasmo con que los invita a prepararse bien a la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Que aquel encuentro, auspicia el Papa, sea un signo de fe para el mundo entero: porque los jóvenes deben decir al mundo que es maravilloso seguir a Jesús, caminar con Él, acoger su mensaje; que es muy bueno salir de sí mismos, ir a las periferias del mundo y de la existencia para llevar allí su amor (cf. Homilía, 24 marzo 2013). Queridas hermanas, seamos testimonios de un tiempo de gracia que el Señor da a la Iglesia, a los jóvenes, a todas nosotras, para que juntos descubramos la riqueza de un proyecto de amor que Dios mismo nos pide cuidar, anunciar y realizar. La explícita propuesta vocacional lanzada con audacia y fuerza por el Papa nos interpela profundamente como comunidades educativas; sacude nuestra responsabilidad educativa y de anuncio de la buena noticia del Evangelio de Jesús y nos empuja a hacernos constructores de una casa, teniendo en cuenta que Dios es constructor. A nosotras nos pide fidelidad a su Palabra, a su designio: Dios mismo construye la casa, una casa de piedras vivas marcadas por su Espíritu (cf. Homilía, 19 marzo 2013). Nuestra alegría es trabajar, con las jóvenes y los jóvenes, para la edificación de un lugar habitable del que emana el perfume de la solidaridad, de la comunión y de la acogida porque Cristo está en el centro de cada acción. Él es el primero y último sentido de la propuesta vocacional, también en muchas partes del mundo donde nos encontramos con un desierto de valores. Este camino podrá parecernos fatigoso y quizás a veces imposible de continuar, pero como en la noche del desierto las estrellas se hacen más luminosas, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización, a la cual nos entregamos con confianza. (cf. Mensaje del Sínodo de los Obispos, 2012). Queridas hermanas, el 24 de mayo estaré en la basílica de María Auxiliadora, en Turín. Allí podré permanecer en oración de intercesión y de agradecimiento por todas vosotras, por los varios grupos de la Familia salesiana, en particular por los Salesianos, por las exalumnas y los exalumnos, por las comunidades educativas, por las jóvenes y los jóvenes y por sus familias. Pediré a María, por intercesión de la Madre Mazzarello que celebraremos solemnemente el 13 de mayo, que siga ayudándonos a edificar la casa construida con piedras sólidas, prontas para desafiar las intemperies que inevitablemente amenazan a nuestras realidades. Auguro a todas una profunda alegría y un gran sentido de la responsabilidad en el camino hacia el CG XXIII, en este Año de la fe en que nos sentimos, con mayor decisión, discípulas de María, como sucedía en Mornese y en Valdocco. ¡Que María Auxiliadora nos obtenga la bendición del Señor! Roma, 24 de abril de 2013 Afma Madre